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sábado, 4 de junio de 2016

Capítulo 6


Cuando Vanessa entró al galope en el patio del rancho, ya estaba todo el ganado recogido. Un vistazo al sol la informó de que hacía poco que habían dado las ocho. En el corral más grande, contenidos por un cercado de madera, se apiñaban vacas y terneros que no cesaban de mugir. Los hombres habían comenzado a separarlos; no era tarea fácil. Vanessa desmontó y desensilló a la yegua mientras oía las protestas del ganado y las palabrotas que proferían sus trabajadores. No había tiempo para darle vueltas al asunto del alambre una vez que el proceso de marcar a los terneros había comenzado.

Algunos hombres continuaban a caballo: hacían moverse el rebaño a la vez que obligaban a las madres, frenéticas, a entrar en un cercado de alambre, mientras que los terneros eran trasvasados a otro corral con valla de madera. El aire estaba poblado de maldiciones y blasfemias más imaginativas que soeces.

A base de gritos y empujones, se sacaban una vaca y su ternero del corral grande. Varios hombres a pie formaban una barrera para impedir el paso a la madre mientras la cría se escurría entre los cuerpos.

Otros trabajadores conseguían introducir a la vaca en un cercado de alambre haciendo uso de silbatos, dando gritos y agitando mucho los brazos. Acto seguido, todo el proceso se repetía. Observó a Bill, se fijó en cómo se doblaba su cuerpo, enjuto y fuerte, no muy alto, y cómo se felicitaba cada vez que separaban a un ternero de su madre, con una energía que prometía que aguantaría en pie todo el día a pesar de su edad. Vanessa se rió, se caló el sombrero y se dirigió hacia él lazo en mano.

Los terneros se lanzaban de vuelta hacia el corral grande. El aire estaba lleno de polvo. Las vacas trataban de abrirse paso contra la barrera para reunirse con sus retoños y los peones las hacían retroceder a base de gritos, cuerdas o de fuerza bruta. Los hombres podían resultar escasos y no muy robustos, pero el ganado no podía igualar la habilidad de aquellos cowboys.

Bill separó a un ternero en el corral de las vacas, lo rodeo con el lazó y tiró de él hacia sí sin dejar de soltar palabrotas. Lo empujó dentro del corral que le correspondía de un empujón en uno de los flancos. Luego miró a Vanessa con su bizquera habitual.

Ness: ¿La cerca está reparada? -preguntó concisamente-.

Bill: Sí.

Ness: Yo me ocuparé del resto -se detuvo y luego hizo girar el lazo en el aire-. Después quiero hablar contigo, Bill.

Éste se quitó el sombrero, se enjugó el sudor de la frente con la manga llena de polvo y volvió a cubrirse.

Bill: Cuando te parezca -miró a su alrededor mientras Vanessa metía en el corral a otro ternero-. Casi hemos terminado, en cuanto nos hayamos ocupado de estos.

Dicho aquello, se unió a la barrera de hombres que cerraban el paso a las vacas más revoltosas y las empujaban hacia su propio corral. Dentro del corral de los terneros, éstos, apiñados, no dejaban de berrear.

Ness: No resulta agradable -les murmuró-, pero va a ser rápido.

La puerta del cercado gimió cuando la cerraron para contener a los animales. El cuchillo, la aguja y el hierro de marcar se empleaban con precisión, a un ritmo que al principio era irregular y luego iba ganando en fluidez y velocidad. Los terneros iban pasando por el pasillo de uno en uno, seguramente soñando con verse libres, y de repente se encontraban elevados en el aire, sobre la mesa.

Vio cómo el siguiente ternero movía los ojos, atónito, cuando la mesa se inclinó y lo dejó tumbado de lado, sin posibilidad de escapatoria, a la altura de la cintura de un hombre.

Era una tarea dura y sucia. Olía a sudor, a sangre, a piel quemada y a desinfectante. Mientras se llevaba a cabo la operación, de forma ininterrumpida, los hombres rememoraban ocasiones anteriores: historias increíbles que cada cual trataba de superar con otras aún más descabelladas. Las vacas se mostraban furiosas en el corral de alambre; sus crías chillaban cuando notaban el pinchazo de la aguja o el cuchillo. El tono de las exclamaciones de los trabajadores iba subiendo, al igual que la temperatura dentro del corral.

No era la primera vez que marcaba ganado y, sin embargo, la sangre y el sudor le hacían recordar siempre por qué estaba ella allí en lugar de en una de las amplias y ajetreadas calles del Este. Era un trabajo duro pero honrado. No cualquiera servía. El ganado que daba vueltas en el corral y berreaba le pertenecía, al igual que aquellas tierras. Se acercó a la mesa y relevó a uno de los hombres en la tarea de poner vacunas.

El sol seguía subiendo en el cielo. Alcanzó su punto más alto y empezó a descender antes de que hubieran soltado al último animal. Cuando acabaron, los hombres estaban hambrientos y los terneros, exhaustos, berreaban lastimeramente llamando a sus madres.

Ella también tenía calor, y hambre. Se sentó encima de un cajón que había por allí y se limpió la suciedad de la cara. La camisa se le pegaba al cuerpo, las manchas de sudor se extendían bajo el polvo que cubría el algodón. Y eran sólo las primeras cien reses, pensó mientras arqueaba la espalda para relajar la tensión. No terminarían de marcar todos los terneros hasta finales de esa semana o principios de la siguiente. Esperó a que prácticamente todos los hombres hubieran emprendido el camino a la cantina antes de hacerle una seña a Bill. Éste sacó dos cervezas de un cubo lleno de hielo y fue a reunirse con ella.

Ness: Gracias -hizo girar el tapón y dejó que el líquido, frío y sabroso, arrastrara parte del polvo-. Efron va a revisar el resto de la alambrada -dijo sin preámbulos-. Contéstame sin rodeos -se llevó la botella a la frente un instante y disfrutó del frescor-, ¿es el tipo de hombre que entraría en esta clase de juego?

Bill: ¿Qué crees tú?

¿Qué pensaba ella?, se preguntó Vanessa. Por mucho que lo intentara, los sentimientos seguían mediatizándola; sentimientos que tenía todavía que analizar, cosa que no se había atrevido a hacer.

Ness: Yo he preguntado primero.

Bill: El chico tiene clase -respondió con concisión-. Ahora bien, el viejo... -sonrió un poco y bizqueó bajo la luz del sol- quizá hiciera cosas por el estilo años atrás, por pura maldad, sólo por oír renegar a tu abuelo. Pero el chico... No me cuadra que sus diabluras vayan por ese camino. Otra cosa... -escupió tabaco y cambió el peso de pierna-. Esta mañana he hecho un recuento de cabezas. Se me pueden haber pasado algunas que se hayan diseminado al tratar de reunirlas...

Vanessa dio otro trago y dejó la botella a un lado.

Ness: ¿Pero?

Bill: Me parece que nos faltan unas cien.

Ness: ¿Cien? -repitió con susurro de desmayo-. Tantos animales no pueden haberse colado por el hueco de la cerca, al menos no por su cuenta.

Bill: Los chicos sólo han encontrado una docena en las tierras de Efron.

Ness: Ya veo -dejó escapar el aire con una larga exhalación-. Entonces no parece que hayan cortado el alambre sólo para fastidiar, ¿no?

Bill: Pues no.

Ness: Mañana por la mañana quiero un conteo de todos los animales, hasta el último ternero. Empieza por las praderas de la sección oeste -bajó la vista y se miró las manos. Estaban mugrientas y los dedos le dolían. Era innato en ella entregarse al trabajo, tanto como defender lo suyo-. Bill, hay bastantes posibilidades de que alguien, algún trabajador de Efron, esté robando ganado; quizá para el Double E, pero con más probabilidad para sí mismo.

Él se tiró de una oreja.

Bill: Puede ser.

Ness: También puede ser un trabajador de Utopía.

Bill la miró a los ojos tranquilamente. Se había preguntado si eso se le ocurriría.

Bill: También es posible -dijo simplemente-. Tal vez a Efron también le falten animales.

Ness: Quiero tener el resultado del conteo mañana al atardecer -levantó el rostro para mirarlo-. Selecciona a hombres de los que estés seguro, ninguno que lleve aquí menos de una temporada. Y que sepan guardarse para sí sus comentarios.

Él asintió, comprendía que era necesaria mucha discreción. El robo de ganado seguía siendo un problema grave, tan grave como en el siglo XIX.

Bill: ¿Vas a trabajar con Efron en esto?

Ness: Sólo si es necesario.

Recordó el rostro furioso de Zac. Era el orgullo herido, a ella le ocurría lo mismo. Suspiró casi sin darse cuenta; era un suspiro de cansancio.

Bill: Vamos a comer algo.

Ness: No.

Caminó hasta Reina, levantó la silla y se puso a abrochar y ajustar las cinchas. En el corral, el ganado comenzaba a recuperar la calma.

Cuando hubo terminado, Bill le tocó un hombro. Ella giró la cabeza y vio que tenía en la mano un trozo de pan con mucha carne encima.

Bill: Cómete esto, por lo que más quieras -dijo con brusquedad-. Si sigues así, te va a llevar el viento.

Vanessa aceptó el bocado y le dio un gran mordisco.

Ness: Eres un gruñón -murmuró con la boca llena-.

Luego, como no había nadie cerca que pudiera verlos y meterse con ellos, lo besó en ambas mejillas. Aunque a él le gustó, la regañó y se puso a renegar. Ella se echó a reír mientras se subía a la silla.

Puso la yegua al trote hasta que hubieron salido del patio, y luego, en busca de un poco de soledad, pasó al galope.

Con el fin de satisfacer su propia curiosidad, se dirigió primero hacia las praderas del sector oeste. Revisó la cerca recién reparada y después, cabalgando despacio, comenzó a contar los animales que todavía estaban pastando. No le llevó mucho rato comprobar que la estimación de Bill se aproximaba mucho a sus propias cifras. Un centenar de cabezas. Cerró los ojos y trató de pensar con calma.

Ese invierno sólo habían muerto veinte animales. Todo ranchero tenía que asumir las pérdidas provocadas por el mal tiempo, pero no había sido la naturaleza la que le había arrebatado esas cien vacas. Tenía que averiguar quién había sido, y pronto, antes de que continuaran desapareciendo. Vanessa echó un vistazo al otro lado de la cerca. A ambos lados, los animales pastaban plácidamente, una vez que el hombre los había dejado en paz. Hasta donde alcanzaba la vista, no se veían más que pastos ondulados y el ganado diseminado en ellos. Un centenar de cabezas, volvió a pensar. Suficiente para mellar apreciablemente su rebaño... y sus ganancias. No iba a quedarse de brazos cruzados ante aquello.

Sin contemplaciones, puso a Reina al galope. No podía permitirse el lujo de que le entrara el pánico. Tenía que ir paso a paso, averiguar con exactitud cuántos animales habían desaparecido antes de acudir a las autoridades, pero en ese momento se encontraba cansada, sucia y desanimada. Lo mejor que podía hacer era remediar aquello antes de regresar al rancho.

Sólo había transcurrido una semana desde la última vez que se había acercado al estanque, pero incluso tras un período de tiempo tan breve, le pareció que el álamo temblón y el de Virginia estaban ya más verdes. Se fijó en que había brotes de flores de raíz amarga y de rosas silvestres, que eran preciosas pero podían resultar muy destructivas cuando comenzaban a extenderse por los pastos. El sol empezaba a descender por el oeste. Calculó que serían entre la una y las dos. Se concedería una hora allí para retomar fuerzas antes de regresar e iniciar la ardua tarea de revisar una y otra vez el número de animales que figuraba en los libros y las áreas en las que estaban distribuidos. Tras desmontar, ató la yegua a una rama y dejó que pastara.

Sin más contemplaciones, se quitó el sombrero y lo tiró sobre la hierba. A continuación se sentó en una roca para sacarse las botas, a las cuales siguieron los tejanos y la camisa. Se oyó el trino de una curruca que celebraba la primavera. Las amapolas estaban brotando en el borde del estanque.

El agua estaba deliciosamente fría. Cuando se sumergió en ella, se olvidó de los pinchazos musculares, del dolor sordo y difuso en las lumbares y la desesperación que le había seguido los pasos desde el sector oeste. Como dueña y jefa de Utopía, afrontaría lo que hubiera que afrontar, pero en ese momento necesitaba ser únicamente Vanessa. Era primavera, el sol calentaba. Si la brisa soplara por donde debía, le llegaría el olor de las rosas silvestres. Echó la cabeza hacia atrás y dejó que el agua le bañara la cara y el pelo.

Zac no se preguntó cómo había adivinado que Vanessa estaría allí. Tampoco se preguntó por qué, sabiéndolo, había acudido. Tanto él como el semental se quedaron inmóviles mientras la contemplaban. No chapoteaba, sino que se deslizaba con lentitud, para que el ruido del agua no estropeara los trinos. Le pareció que la fatiga la abandonaba. Era la primera vez que la veía completamente relajada; en sus ojos no bailaba la risa ni centelleaban el mal genio o el espíritu aventurero. Aquello era un regalo que se hacía ella misma y, a pesar de saber que era un intruso, Zac se quedó donde estaba.

La piel de Vanessa era clara y pálida allí donde no le había dado el sol. Bajo las ondas que se formaban en el agua, vio las delgadas curvas de su cuerpo. El pelo, mojado y hacia atrás, le caía sobre los hombros y se extendía sobre el agua. El deseo surgió en su interior y se extendió por todo su cuerpo.

¿Sabía lo perfecta que resultaba con ese cuerpo largo y ágil y aquella piel aterciopelada?

¿Sabía lo seductora que estaba con esa mata de pelo azabache enmarcando un rostro que transmitía a la vez delicadeza y fuerza? No, pensó mientras ella se sumergía bajo la superficie, no podía saberlo..., nunca lo reconocería. Quizá hubiera llegado la hora de enseñárselo. Con el mayor sigilo, condujo a Merlín a un árbol que se encontraba en el lado que pertenecía a Double E.

Vanessa emergió a la superficie y se encontró mirando cara a cara a Zac. La conmoción inicial dejó paso al enfado y el enfado, al sentimiento de agravio; apenas se acordó de su desventaja. Él vio las tres emociones y frunció los labios.

Ness: ¿Qué haces aquí?

Sabía que no podía hacer nada para cubrirse y tampoco lo intentó. Adoptó una actitud desafiante.

Zac: ¿Qué tal está el agua? -preguntó tranquilamente-.

Otra mujer, reflexionó, se habría puesto frenética y tratado inútilmente de taparse. Vanessa no; se limitó a levantar la barbilla.

Ness: Está fría. Ahora ¿por qué no te marchas por donde has venido para que pueda acabar de bañarme?

Zac: Ha sido una mañana larga, he tragado mucho polvo -se sentó en una roca cerca del borde del estanque y sonrió con compañerismo. Al igual que en el caso de Vanessa, tenía la ropa mugrienta y sudada, y la piel cubierta de polvo. Las señales del trabajo agotador y el esfuerzo no resultaban discordantes en su persona. Se echó hacia atrás el sombrero-. Dan ganas de tirarse.

Ness: Yo estaba aquí primero -dijo entre dientes-. Si tuvieras sentido de la decencia, te marcharías.

Zac: Cierto -se inclinó hacia delante y se sacó las botas-.

Vanessa vio cómo, primero una y después la otra, aterrizaban en la hierba.

Ness: ¿Se puede saber qué estás haciendo?

Zac: Creo que me daré un chapuzón -le dirigió una sonrisa insinuante mientras tiraba a una lado el sombrero-.

Ness: Piénsatelo bien.

Él se puso de pie y arqueó despacio una ceja al tiempo que se desabotonaba la camisa.

Zac: Estoy en mis tierras -señaló-.

Se quitó la camisa y Vanessa tuvo una visión fascinante, aunque no deseada, de su torso, fuerte y liso, de la piel ligeramente morena que cubría sus costillas y la línea de vello oscuro que descendía hasta la cintura de sus tejanos.

Ness: Maldito seas, Efron -dijo entre dientes, y calculó la distancia que la separaba de su propia ropa-.

Demasiado lejos.

Zac: Relájate -sugirió, disfrutando con la situación-. Podemos hacer como si pasara un alambre justo por la mitad del estanque -dicho eso, se desabrochó el cinturón sin dejar de mirarla-.

La primera intención de Vanessa fue apartar la vista, pero desistió de hacerlo ante el regocijo que captó en los ojos de Zac. Imperturbable, miró cómo éste se desnudaba por completo. Si tuvo que tragar saliva, lo hizo disimuladamente.

Maldición, ¿por qué tenía que ser tan guapo?, se preguntó, y tuvo buen cuidado de quedarse en su lado del estanque mientras él se metía en el agua. Las ondas que provocó su entrada llegaron hasta ella y le acariciaron la piel. Temblando, Vanessa se sumergió un poco más.

Ness: Esto te parece muy gracioso, ¿verdad?

Zac exhaló un largo suspiro mientras el agua se llevaba el polvo y le enfriaba la sangre.

Zac: Debo admitir que sí. No hay diferencia entre lo que se ve desde aquí dentro y desde fuera -le recordó tranquilamente-. Y ya se me había pasado por la cabeza cómo serías sin ropa. La mayoría de las morenas tienen pecas.

Ness: Supongo que tengo suerte -durante un instante, surgieron en su rostro los hoyuelos que se le formaban al sonreír. Al menos ya estaban en igualdad de condiciones-. Eres como la mayoría de los cowboys -le dijo arrastrando las palabras-: mucha pierna y poca cadera -sus brazos flotaban perezosamente en el agua-. Los he visto mejores -mintió-.

Riendo, echó hacia atrás la cabeza y dejó que sus piernas subieran a la superficie, incapaz de resistir el impulso de divertirse un poco a su costa.

Él no tenía más que extender un brazo para agarrarle el tobillo y tirar de ella hacia sí. Zac se frotó la palma de la mano, deseosa de entrar en acción, contra el muslo y se relajó.

Zac: ¿Adquiriste aquí la costumbre de bañarte desnuda?

Ness: Nunca viene nadie -se apartó el pelo de los ojos y le echó una mirada-. O nunca venía. Si vas a venir a bañarte en la charca con frecuencia, será mejor que pongamos un horario para poder usarla los dos.

Zac: A mí no me importa tener compañía -se aproximó un poco, de modo que su cuerpo llegó hasta el punto por donde pasaba la línea imaginaria que dividía el estanque-.

Ness: Quédate en tu lado, Efron -le advirtió, pero sonrió-. Incluso en nuestros días, los que invaden una propiedad privada pueden recibir un disparo -para demostrarle que su presencia no la preocupaba, cerró los ojos y dejó que su cuerpo flotara-. Quiero venir aquí los domingos por la tarde, mientras los hombres están en el patio del rancho revisando los cascos de los caballos y contándose mentiras unos a otros.

Zac estudió su rostro. No, nunca la había visto tan relajada. Se preguntó si se daría cuenta de qué poco tiempo se dedicaba a sí misma.

Zac: ¿A ti no te gusta contar mentiras?

Ness: Los domingos por la tarde, mis hombres tienden a recordar que soy mujer. Mi presencia coarta..., digamos que coarta el tipo de mentiras.

Zac: ¿Sólo se acuerdan los domingos por la tarde?

Ness: Es fácil olvidarse del sexo de una persona cuando estás en las praderas o limpiando cuadras.

Los ojos de Zac recorrieron su cuerpo, cubierto por unos pocos centímetros de agua.

Zac: Si tú lo dices... -murmuró-.

Ness: Y necesitan tiempo para quejarse -se rió y sus piernas se sumergieron-. De la comida, del sueldo, del trabajo... Resulta difícil si el jefe anda cerca -movió una mano dentro del agua y el movimiento provocó una onda que llegó hasta el borde. Él pensó que aquél era el primer gesto puramente ocioso que le veía hacer-. ¿Tus hombres se quejan, Efron?

Zac: Deberías haberlos oído cuando mi hermana decidió remodelar los barracones hace unos seis o siete años -el recuerdo lo hizo sonreír-. Al parecer pensó que hacían falta unas cortinas y un poco de pintura. Mandó pintar las paredes de azul cielo y puso cortinas de florecitas.

Ness: Dios mío -trató de imaginarse cómo reaccionarían sus hombres si les pusiera cortinas de florecitas. Echó hacia atrás la cabeza y se echó a reír hasta que le dolieron los músculos del abdomen-. ¿Qué hicieron?

Zac: Se negaron a lavar, barrer y limpiar. Al cabo de dos semanas, el lugar parecía el vertedero municipal... y olía como tal.

Ness: ¿Cómo fue que tu padre le permitió hacerlo? -interrogó enjugándose los ojos-.

Zac: Mi hermana se parece a mi madre -se limitó a explicar-.

Ella asintió con la cabeza y suspiró para calmarse tras el ataque de risa.

Ness: Pero tus hombres quitarían las cortinas, supongo.

Zac: Yo... Digamos que una noche desaparecieron -rectificó-.

Ella le echó una mirada rápida.

Ness: Las quitaste y las quemaste, ¿no?

Zac: No lo he admitido en siete años y no lo voy a admitir ahora. Hizo falta casi una semana para limpiarlo todo y poner el sitio en condiciones -recordó. Vanessa le estaba sonriendo de un modo tan relajado y amigable que necesitó hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no agarrarle un pie y tirar de ella hacia sí-. ¿Habéis separado hoy a los terneros?

Ness: Ya están vacunados, marcados con el hierro y les hemos hecho el corte en la oreja -fue hacia atrás impulsándose ligeramente con las manos-.

Zac: ¿Algo más?

Ella se rió, sabía a qué se refería.

Ness: Dentro de un par de años, Baby rivalizará con su padre -se encogió de hombros y su cuerpo se desplazó ligeramente. El nivel del agua bajó casi por debajo de la curva de sus senos. Cuanto menos preocupada se mostraba por su desnudez, más fascinado quedaba Zac por su cuerpo-. Tengo esa corazonada -prosiguió-, y no tiene sentido tratarlo como a un vulgar becerro -una preocupación nubló su mirada-. Estuve revisando la cerca oeste antes de venir aquí. No he visto más agujeros.

Zac: No había más -sabía desde el principio que acabarían hablando del asunto, pero le fastidió que se terminara aquel rato de simple camaradería. No recordaba haber compartido nunca con una mujer algo tan simple-. Mis hombres han reunido seis vacas que habían pasado a tu lado. Me dio la impresión de que tú tenías al menos el doble en el mío.

Ella vaciló un instante y le tembló el labio inferior.

Ness: ¿Y ahora te salen las cuentas?

Zac: Eso creo. ¿Por qué?

Ella mantuvo una mirada inexpresiva.

Ness: A mí me faltan cien cabezas.

Zac: ¿Cien? -antes de darse cuenta, Zac ya la había agarrado del brazo-. ¿Cien cabezas?, ¿estás segura?

Ness: Todo lo segura que puedo estar antes de hacer un recuento exhaustivo y cotejarlo con los números que aparecen en los libros. Pero me faltan muchos animales, no me cabe duda de eso.

Él se quedó mirándola fijamente mientras su mente llegaba a la misma conclusión a la que había llegado ella. Tantas vacas no pasarían por un hueco en la alambrada sin alguien que  las empujara.

Zac: Mañana por la mañana volveré a contar el ganado, pero desde ahora te digo que si tuviera tantos animales de más en los pastizales, ya me habría dado cuenta.

Ness: Lo sé muy bien. No es ahí donde creo que estén.

Zac alargó el brazo y le acarició una mejilla.

Zac: Quisiera ayudarte... si necesitas que te eche una mano. Podemos peinar el rancho. Quizá estén vagando en la otra dirección.

Ella sintió que algo se derretía en su interior. Se había ofrecido a ayudarla con tanta sencillez y la caricia de esa mano en su mejilla era tan delicada...

Ness: Gracias -comenzó con voz vacilante-, pero no creo que esas vacas anden vagando por las praderas; y tú tampoco.

Zac: La verdad es que no -reconoció, y le retiró el pelo de la cara-. Te acompañaré a ver al sheriff.

Vanessa no estaba habituada a recibir el apoyo desinteresado de alguien y se quedó mirándolo. Tampoco era consciente de que ambos se hallaban en el límite imaginario que dividía la charca, muy cerca el uno del otro.

Ness: No, yo... No hace falta, puedo arreglármelas yo sola.

Zac: No tienes que hacer frente a esto tú sola.

¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta antes de lo frágil que era?, se preguntó Zac. Sus ojos eran tan jóvenes, tan vulnerables... Su pómulo era muy delicado. Se lo acarició con el pulgar y notó que temblaba. Sin saber cómo, la mano llegó hasta debajo de su cintura y la atrajo hacia sí.

Zac: Vanessa...

Pero no tenía palabras, sólo necesidades. Con suavidad, acercó su boca a la de ella.

Las manos de Vanessa treparon por su espalda y recorrieron la piel mojada, fría. Sus labios se separaron con suavidad bajo los de Zac. Éste recorrió perezosamente su boca con la punta de la lengua y finalmente la enredó con la de ella. Vanessa se relajó, deseosa de que aquel beso húmedo y anhelante se prolongara. No recordaba haberse sentido nunca tan dócil, tan en sintonía con los movimientos y los deseos de otro. Los labios de Zac se volvieron más apasionados y le transmitieron su pasión. Ella notaba los latidos de su corazón, pegado al de ella, un latido rápido y firme. Separó su boca de la de ella sólo lo suficiente para cambiar la inclinación de sus cabezas antes de comenzar a hacer más profundo el beso, lentamente.

Fue tan gradual que ella no pudo defenderse. Era como si un vacío que ansiaba ser colmado se extendiera por todo su cuerpo. El ansia de ser amada resultaba dolorosa. Su corazón le decía que Zac era el hombre con el que podría compartirlo todo, no sin riesgo, no sin peligro, pero con algo que casi había olvidado: esperanza.

Pero cuando su mente empezó a nublarse, luchó para aclarar sus ideas. No era compartir, se dijo mientras los labios de él trataban de persuadirla. Era dar, y si daba, podía perder. Sólo una idiota olvidaría la delgada línea divisoria que cruzaba entre ellos, el límite, la cerca.

Lo empujó para soltarse y se quedó mirándolo. ¿Estaba loca? ¿Hacer el amor con Efron cuando alguien había cortado la alambrada y había perdido cien vacas? ¿Acaso era tan débil que una caricia, un beso, podían hacerle olvidar sus responsabilidades y obligaciones?

Ness: Te dije que permanecieras en tu lado -dijo con voz temblorosa-, y lo decía en serio -se dio la vuelta, nadó hasta la orilla y salió para ponerse de pie-.

Zac la observó con la respiración acelerada. Se había mostrado tan dulce, tan entregada... Nunca había deseado tanto a una mujer, nunca se había sentido igual. Fue como una revelación: era la primera mujer que le importaba realmente, y la primera con la cual no tenía más remedio que reconocerlo. Con solemnidad, nadó hasta la zona de la orilla que correspondía a su lado del estanque.

Zac: Eres testaruda, ¿verdad?

Vanessa oyó el chapoteo del agua cuando él salió de la charca. Se puso la camisa, que estaba llena de polvo, sin molestarse siquiera en sacudirla.

Ness: Exacto. Dios sabe por qué he sido tan tonta como para pensar que podía confiar en ti -¿por qué tenía tantas ganas de llorar, si ella nunca lloraba?, se preguntó, y se abotonó la camisa con dedos temblorosos-. Todo ese rollo de echarme una mano era sólo para conseguir lo que querías -permaneció sin volverse, dándole la espalda, y se puso las braguitas-.

Las manos de Zac se detuvieron en el automático de sus tejanos. La rabia y la frustración lo invadieron tan rápidamente que creyó que no sería capaz de controlarse.

Zac: Ten cuidado, Vanessa.

Ella se giró con los ojos brillantes y el pecho palpitante.

Ness: No me digas lo que tengo que hacer. Desde el principio dejaste claro qué era lo que deseabas.

Con todos los músculos en tensión, posó una mano sobre la silla de su semental.

Zac: Es verdad.

Esa respuesta tan calmada no hizo sino aumentar la furia que sentía Vanessa.

Ness: Tu sinceridad me parecería respetable si no fuera porque alguien ha cortado la alambrada y me han desaparecido cien cabezas. Este tipo de cosas no ocurrían cuando estabas en Billings esperando a que tu padre... -se interrumpió, espantada por lo que había estado a punto de decir. Cualquier disculpa que pudiera formular se desvaneció bajo la mirada asesina que él le dirigió-.

Zac: Esperando a que mi padre... ¿qué? -repitió con tranquilidad, con demasiada tranquilidad-.

La caricia del miedo hizo que Vanessa alzara la barbilla.

Ness: Eso te toca responderlo a ti.

Zac no se atrevió a acercarse a ella. Sabía que, si lo hacía, Vanessa podía no salir ilesa. Sus dedos se cerraron sobre la cuerda que colgaba de la silla.

Zac: Entonces harías mejor en guardarte tus opiniones.

Ella habría dado la mitad de sus tierras por poder borrar aquellas palabras tan odiosas, tan malévolas. Pero ya estaban dichas.

Ness: Y tú en tener las manos quietas -dijo finalmente-. Quiero que te mantengas alejado de mí y de mis cosas, Efron. No necesito que me halaguen el oído con palabras tiernas, ni tú ni nadie. Eres muy atractivo, resulta difícil resistirse -se giró de nuevo para agarrar sus pantalones-.

Zac actuó deprisa, sin pensar. Su mente todavía vacilaba bajo el efecto de las palabras de Vanessa. La insinuación lo había herido porque nunca había sentido ni mostrado tanta ternura hacia una mujer. Lo que había experimentado en la charca iba mucho más allá de una mera necesidad física y era lo bastante complejo como para sentirse, por primera vez, vulnerable ante una mujer.

Vanessa dejó escapar un grito de asombro cuando el círculo perfecto se cerró en torno a ella. El lazo mordió la tela de la camisa justo por encima de su cintura y atrapó sus brazos un poco más arriba de los codos. Se dio media vuelta y trató de agarrar la cuerda para liberarse.

Ness: ¿Se puede saber qué crees que estás haciendo?

Zac tiró de ella hacia delante y Vanessa avanzó dando traspiés.

Zac: Lo que debería haber hecho hace una semana -la ira ofuscaba su mirada cuando Vanessa, impotente, chocó contra él-. No voy a acariciarte más el oído. Nada de palabras tiernas.

Ella trató en vano de quitarse la cuerda, pero su mirada seguía mostrándose desafiante y audaz.

Ness: Esto me lo vas a pagar, Efron.

Zac no lo dudaba, pero en esos momentos le importaba un comino. Le agarró con una mano el pelo mojado y la acercó más a él.

Zac: Estoy seguro -murmuró-, pero creo que habrá merecido la pena. Haces que me despierte en mitad de la noche, Vanessa, cuando un hombre debería estar descansando. Tan pronto te muestras dulce y tierna como empiezas a gruñir, así que, dado que no consigues decidirte, voy a decidir por ti.

La besó de modo que ella pudiera sentir toda la rabia que contenía su deseo. Vanessa luchó por soltarse incluso cuando su cuerpo ya empezaba a responder. Zac seguía con el torso desnudo, todavía mojado, y la camisa se le humedeció. El aire acarició sus piernas desnudas mientras él la levantaba en el aire. Con su boca todavía prisionera bajo la de Zac, se encontró tumbada sobre la hierba, caliente por los rayos del sol, y con él encima. La furia no dejaba espacio en su interior para sentir pánico.

Se retorcía, pataleaba y trataba de aflojar la presión de la cuerda. Insultó a Zac cuando éste apartó su boca de la de ella para dedicarse a besarle el cuello, pero el insulto se transformó en gemido cuando los labios volvieron a apresar su boca y le succionó todo el labio inferior para desatar la pasión. Bajo él, Vanessa continuaba moviéndose, pero ya no para resistirse sino para expresar sus necesidades, aunque ninguno de los dos se dio cuenta. Ella sólo sabía que estaba ardiendo y que esa vez iba a rendirse a lo que su cuerpo le exigía sin importar cuál fuera el precio.

Zac estaba completamente entregado. Se había olvidado del lazo, de su enfado y del daño que ella le había hecho. En ese momento, lo único que sentía era que Vanessa era cálida y frágil y que su boca bastaba para hacer perder la razón a un hombre. Nada en ella era tranquilo. Los labios estaban ávidos y lo buscaban; los dedos se hincaban en su cintura. Podía notar el latido acelerado de su corazón, que parecía querer latir al unísono con el de él. Cuando ella atrapó su labio inferior con los dientes y lo succionó, él gimió y la dejó hacer.

Vanessa estaba volando con tantas sensaciones. Sintió el roce de la hierba en las piernas cuando las movió para apretarse contra Zac más íntimamente. El pelo de éste olía igual que las gotas de agua que le salpicaban en la cara. Se preguntó si tendrían algún gusto y notó un ligero sabor a sal y a carne cuando le chupó el cuello. Oyó que él pronunciaba su nombre con un gemido desesperado. Nada de palabras tiernas. No había nada tierno ni sentimental en lo que los unía en ese instante. Era un instinto primario, una pasión primitiva. Ella se daba cuenta a pesar de ser la primera vez que experimentaba esa sensación. Notó que los dedos de Zac bajaban por su camisa y le desabrochaban los botones para poder llegar hasta ella. Pero fue su boca, cálida y ávida, no su mano, la que le atrapó el pezón. El deseó estalló y la golpeó con fuerza.

Se quedó aturdida a resultas de aquella rápida e inesperada cresta mientras con labios, dientes y lengua, Zac continuaba dedicado a excitarla. Mientras intentaba reponerse, él tiró de la blusa para quitársela y soltó una palabrota cuando la camisa de algodón se quedó pegada a su cintura. La mano de Zac descendió con apremio. Sus dedos se encontraron con la cuerda y se quedó helado, con el aire palpitando en sus pulmones.

Dios santo, ¿qué estaba haciendo? Cerró los ojos con fuerza y luchó por recuperar la razón. Tenía la cara enterrada en el ligero valle que había entre los senos de Vanessa, de modo que podía oír los latidos frenéticos del corazón de ella.

Estaba a punto de forzar a una mujer indefensa. No importaba cuál hubiera sido la provocación, no había justificación para lo que estaba a punto de hacer. Se maldijo a sí mismo, tiró de la cuerda y le sacó el lazo por encima de la cabeza. Cuando se hubo echado a un lado, la miró.

Tenía los labios hinchados y los ojos casi cerrados. Su mirada estaba tan nublada por las sensaciones y las emociones que él apenas podía identificar cómo se sentía. Estaba tan quieta que cualquier temblor era inmediatamente perceptible. La deseaba tanto como para rogarle de rodillas.

Zac: Ahora puedes hacerme pagar -dijo con suavidad, y se tumbó de espaldas en la hierba-.

Ella no se movió, se limitó a clavar la vista en el cielo azul mientras el deseo se agitaba en su interior. La curruca seguía cantando, las rosas florecían.

Sí, podría hacerle pagar aquello. Había visto en su mirada que estaba asqueado de sí mismo, de sus actos. No tenía más que levantarse y marcharse, pero nunca se había considerado una estúpida. Con toda intención, rodó hacia un lado y se puso encima de él. Automáticamente, Zac la agarró por los brazos para ayudarla a guardar el equilibrio. Cuando sus miradas se encontraron, en los ojos de ambos brillaba el deseo.

Ness: Me las pagarás... si no terminas lo que has empezado -le hundió las manos en el pelo y bajó la boca hasta la suya-.

Tenía la blusa abierta, de modo que su piel desnuda se deslizó sobre la de Zac. Vanessa oyó claramente cómo éste gemía de placer y lo sintió con igual rotundidad. Luego todo se volvió muy rápido, muy ardiente, tanto que no quedaba tiempo para pensar. Bastaba con sentir, con percibir, mientras ambos rivalizaban en la expresión de un deseo febril. Su camisa salió volando un instante antes de que ella le desabrochara el automático de los tejanos.

Tiró de los pantalones hacia abajo y a continuación se quedó contemplando la curva larga y enjuta de las caderas. Sus dedos hallaron una delgada cicatriz que descendía por el hueso de la pelvis. Sintió un estremecimiento de dolor, como si fuera su propia carne la que hubiera sufrido la herida. Él forcejeó con los tejanos hasta que consiguió sacárselos del todo, y al sentirlo así, excitado y listo contra su cuerpo, Vanessa borró cualquier pensamiento de su mente. Pero cuando se inclinó sobre él, Zac cambió de posición y se colocó de nuevo encima.

Ness: Zac... -fuera lo que fuera lo que iba a decirle, sus palabras quedaron ahogadas en un gemido cuando él le deslizó un dedo bajo las braguitas-.

Las yemas de sus dedos se movieron concienzuda y sabiamente y la condujeron a un tembloroso clímax.

Toda ella vibraba, interior y exteriormente. Sin ser consciente de lo que hacía, se abrazó a él y luego sus manos le proporcionaron el mismo tortuoso placer que él le había brindado a ella. Tan sólo supo que su propio deseo creció y volvió a desbordarse mientras él aplazaba la satisfacción final. Con una mirada nublada por la pasión, observó cómo su boca se acercaba de nuevo a la de ella. Los labios de ambos se unieron y él entró en su boca y sofocó sus jadeos.

Durante largo rato permaneció allí tumbada, agotada. Sobre sus cabezas, el cielo seguía despejado. Sus manos reposaban en los hombros de Zac y notaba su respiración trabajosa. Parecía como si no pudieran encontrar un momento de reposo, ni siquiera después de haber culminado su pasión. ¿Así se suponía que debía ser?, se preguntó. Nunca antes había conocido algo semejante, un deseo que dolía y continuaba inquieto incluso después de haber sido satisfecho. Seguía deseándolo en ese momento, cuando su cuerpo ardía y temblaba después de haberse fundido con el de Zac.

Después de haber evitado durante tantos años comprometerse en una relación, resultaba que de repente necesitaba desesperadamente a un hombre al que apenas conocía y del cual la habían enseñado a desconfiar... Y en el que, a pesar de todo, confiaba; eso era lo que más la asustaba. Había hecho que se olvidara de sus ambiciones, de su trabajo y de sus responsabilidades, y le había recordado que, ante todo, era una mujer. Más aún, de ese modo la había hecho sentirse en la gloria.

Zac levantó la cabeza despacio. Por primera vez en su vida, se sentía inseguro de sí mismo. Ella había penetrado profundamente en sus emociones, hasta un lugar al que nadie había llegado antes. Se dio cuenta de que no quería que se marchase y dejase ese sitio vacío de nuevo; y de que no sería capaz de retenerla a menos que ella quisiera.

Zac: Vanessa -le retiró el pelo húmedo y enredado de la cara-, me imaginaba que esto resultaría sencillo. ¿Por qué es tan complicado?

Ness: No lo sé -volvió a dejarse llevar por la debilidad y atrajo su mejilla contra la de ella. Quería aspirar su fragancia para poder recordarla después-. Necesito pensar.

Zac: ¿Qué es lo que necesitas pensar?

Ella cerró los ojos un instante y movió la cabeza.

Ness: No lo sé. Deja que me marche, Zac.

Los dedos de éste, enredados entre su pelo, se contrajeron con alarma.

Zac: ¿Hasta cuándo?

Ness: Tampoco lo sé. Necesito algún tiempo.

Resultaría fácil retenerla... de momento. Lo único que tenía que hacer era volver a besarla. Se acordó entonces del caballo salvaje, de cuánto le había costado atraparlo y cuánto dejarlo libre. Sin decir nada, la soltó.

Se vistieron en silencio. Ambos estaban sobrepasados por sentimientos que nunca habían intentado expresar con palabras. Cuando Vanessa se inclinó para recoger su sombrero del suelo, Zac la agarró del brazo.

Zac: Si te dijera que esto ha significado algo para mí, más de lo que esperaba y tal vez más de lo que habría deseado, ¿me creerías?

Vanessa se humedeció los labios.

Ness: Ahora sí. Pero tengo que estar segura de que mañana seguiré creyendo lo mismo.

Zac recogió su propio sombrero y se lo puso.

Zac: Esperaré, pero no mucho -alzó una mano y le agarró la barbilla-. Si no vienes a mí, seré yo el que vaya a buscarte.

Ella hizo caso omiso del ligero escalofrío que le subió por la espalda.

Ness: Si yo no voy, tú no conseguirás encontrarme -dio media vuelta, desató su yegua y montó-.

Zac sujetó a Reina por la brida y se quedó mirando a Vanessa.

Zac: No estés tan segura -dijo con calma, y traspasó de nuevo el límite imaginario que separaba sus tierras para dirigirse hacia su propio caballo-.




¡Qué bonito!
Pero un poco triste el final... 
De todos modos, no creo que aguanten mucho tiempo sin verse XD

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¡Un besi!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

que hermossssoooooo!!!!
me encanto!!!!!
pero que lindo capitulo
la parte donde vanessa le dice que termine lo que empez
me quede sin aire jajajaja
el final fue lindo y triste
me muero por leer el proximo capitulo
gran novela
siguela pronto por favor
quiero saber que pasara en el proximo capitulo


saludos
siguela!!!!!

Lu dijo...

Me encanto este capitulo.
Me da mucha ternura Zac tratando de ayudar a Ness! Zac esta muy enamorado y lo sabe, Ness también esta enamorada pero no lo sabe.
Esta novela es genial!!


Sube pronto

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