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martes, 7 de junio de 2016

Capítulo 7


«Si no vienes a mí, seré yo el que vaya a buscarte».

Vanessa no podía olvidar esas palabras. Todavía no había decidido cómo tomárselas, al igual que tampoco había decidido cómo tomarse lo sucedido entre Zac y ella. Había habido algo más que pasión en aquella tarde mágica en el estanque, algo más que placer, por intenso que éste hubiera sido. Podía vérselas con la pasión y el placer, pero era el «algo más» lo que la mantenía despierta por las noches.

Si fuera en busca de Zac, ¿en busca de qué estaría yendo? De un hombre al cual apenas conocía, de una relación que se anunciaba llena de altibajos, más de los que se veía capaz de resolver. Del riesgo. Estaba empezando a comprender demasiado bien cuál era el riesgo. Si aflojaba las riendas en ese momento, el amor la derribaría antes de que pudiera recuperar el control. Le resultaba difícil admitirlo, e imposible entenderlo.

Siempre había pensado que la gente se enamoraba porque quería, porque era eso lo que buscaban o a lo que estaban dispuestos, a enamorarse. Era cierto que en una ocasión ella también había estado dispuesta, abierta a albergar sentimientos tiernos y emociones intensas. En esos momentos, sin embargo, de nuevo en los límites del amor, ni se hallaba preparada para ello ni estaba experimentando nada parecido a la ternura. Zac Efron no se lo había pedido y, al no hacerlo, le estaba exigiendo muchísimo más.

Si fuera en su busca, ¿sería capaz de equilibrar sus responsabilidades y ambiciones con el deseo y la necesidad que Zac desataba en ella? Cuando estaba en sus brazos se olvidaba del rancho y de la posición que ocupaba; y su esfuerzo diario para mantenerla.

Si se enamoraba de él, ¿podría lidiar con el desequilibrio de lo que sentían el uno por el otro y salir adelante cuando llegara el momento en que él decidiera seguir su propio camino? No dudaba de que ese momento llegaría. A excepción de Jack, ningún hombre le había sido leal.

La indecisión la atormentaba, como era de esperar en una mujer habituada a hacer las cosas a su manera y a seguir su propio camino.

Y mientras su vida personal estaba tan alborotada, la profesional no andaba mejor: había perdido quinientas cabezas. No cabía duda de que le habían estado robando ganado de forma sistemática.

Vanessa colgó el teléfono y se frotó las sienes con intención de aliviar el dolor de cabeza que le estaba martilleando el cráneo.

Brad: ¿Y bien? -se hallaba sentado al otro lado del escritorio con el sombrero en el regazo-.

Ness: No pueden entregarnos el avión hasta finales de semana -frunció los labios sombríamente mientras levantaba la vista hacia él-. Ya no importa cuando sea. A no ser que sean imbéciles, esos cuatreros ya se habrán llevado mis vacas muy lejos de aquí. Probablemente hayan cruzado el límite con Wyoming.

Él estudió el borde de su impecable Stetson.

Brad: Quizá no, porque en ese caso estarían cometiendo un delito federal.

Ness: Al menos es lo que yo haría -murmuró-. Quinientas cabezas de ganado de primera no pasan desapercibidas -se levantó y se retiró el pelo detrás de las orejas. «Quinientas cabezas». Esas palabras no hacían más que surgir en su mente: una señal de impotencia, de vulnerabilidad, de fracaso-. Bueno, el sheriff hace lo que puede, pero nos llevan ventaja, Brad. No hay nada que hacer -golpeó sus puños, el uno contra el otro, con frustración-. Odio sentirme impotente.

Brad Vanessa... -hizo girar el borde del sombrero entre sus manos y se quedó observándolo un instante. En el silencio que siguió, Vanessa oyó el tic-tac del viejo reloj que reposaba en el escritorio de su abuelo-. No me voy a sentir bien si no te hablo de esto -dijo por fin, y la miró de nuevo-. No sería difícil esconder quinientas cabezas si las dispersas entre varios miles.

La mirada de Vanessa se endureció.

Ness: ¿Por qué no hablas claramente, Brad?

Él se levantó. A pesar de llevar ya más de seis meses en Utopía, seguía pareciendo más un hombre de negocios que un hombre de campo. Y Vanessa comprendió que el que le hablaba en esos momentos era el hombre de negocios.

Brad: Vanessa, no puedes pasar por alto el hecho de que el alambre de la cerca oeste estaba cortado. Esos pastizales limitan directamente con las tierras de Efron.

Ness: Sé con qué limitan -dijo fríamente-. Igual que sé que necesito algo más que una alambrada cortada para acusar a alguien, especialmente a los Efron, de robar ganado.

Brad abrió la boca para hablar, pero cuando se encontró con la mirada inflexible de Vanessa, la cerró de nuevo.

Brad: De acuerdo.

La sencillez de su respuesta no hizo sino avivar el genio de Vanessa. Y sus dudas.

Ness: Zac me ha dicho que va a hacer un recuento minucioso. Si tiene cincuenta cabezas de más en sus tierras lo sabrá enseguida, no digamos quinientas.

Brad: Ya lo sé.

Su tono, mucho más que las palabras que utilizó, le indicó a Vanessa por dónde iban los tiros. Ella se quedó mirándolo fijamente. Los ojos de Brad mostraban firmeza y comprensión.

Ness: Maldita sea, no le hace falta robarme ganado.

Brad: Vanessa, si pierdes otras quinientas cabezas, tus beneficios quedarán reducidos a cero. Pierde esa cantidad, incluso la mitad de esa cantidad, y... quizá tengas que empezar a pensar en vender algunas de tus tierras. Hay más razones que el precio por cabeza para robar ganado.

Ella se dio media vuelta mientras cerraba los ojos con fuerza. Aquello ya se le había ocurrido, y se odiaba por haberlo pensado.

Ness: Si quisiera comprar, me habría preguntado.

Brad: Tal vez, pero tu respuesta habría sido no. Se rumorea que hace unos años quería empezar su propio rancho, establecerse por su cuenta. No lo hizo, pero eso no significa que esté satisfecho con arreglárselas con lo que le da su padre.

Ella no podía rebatir nada de lo que había dicho, pero tampoco creerlo.

Ness: Deja las investigaciones al sheriff, Brad. No le quites su trabajo.

Él se quedó muy tieso, muy rígido, ante el tono cortante de su voz.

Brad: De acuerdo. Supongo que será mejor que vuelva a lo mío.

Una ola de frustración y de culpabilidad invadió a Vanessa, que se dio la vuelta antes de que él alcanzara la puerta.

Ness: Brad, lo siento. Ya sé que estás pensando en Utopía.

Brad: Y en ti también.

Ness: Te lo agradezco, en serio -recogió un guante de faena del escritorio y lo manoseó nerviosamente-. Tengo que llevar esto a mi manera, y necesito un poco más de tiempo para decidir qué está pasando.

Brad: Muy bien -se puso el sombrero y bajó un poco el ala-. Sólo quiero que sepas que tienes mi apoyo si te hace falta.

Ness: No lo olvidaré.

Cuando Brad se hubo ido, se detuvo en el centro del despacho. Dios, tenía tantas ganas de chillar, de levantar los brazos al cielo y decir a quienquiera que quisiera oírla que no podía hacer frente a la situación. En alguna parte tenía que haber alguien que pudiera hacerse cargo y ayudarla a ver las cosas con claridad hasta que todo hubiera vuelto a la normalidad. Pero no le estaba permitido perder los nervios ni abandonar sus responsabilidades, ni siquiera un minuto. El rancho era suyo, y también todo lo que conllevaba.

Vanessa agarró su sombrero y el otro guante. Había mucho trabajo por delante. Incluso en el caso de que le robaran hasta las cien últimas cabezas, habría un modo de volver a poner las cosas en orden. Las tierras eran suyas, y también había heredado de su abuelo iniciativa y determinación.

En cuanto abrió la puerta para salir afuera, vio que Karen Efron detenía su coche delante de la casa. Sorprendida, Vanessa vaciló y luego salió a su encuentro en el porche.

Karen: Hola, espero que no te importe que me haya pasado por aquí sin avisar.

Ness: Pues claro que no -sonrió, maravillada de nuevo ante la elegancia y el encanto de la madre de Zac-. Me alegro de volver a verla, señora Efron.

Karen: Te pillo en mal momento -dijo echando una mirada a los guantes de faena que Vanessa llevaba en la mano-.

Ness: No -se metió los guantes en el bolsillo trasero-. ¿Le apetece un café?

Karen: Estupendo -siguió a Vanessa al interior de la casa y miró distraídamente a su alrededor cuando entraron en la cocina-. Señor, hace años desde la última vez que estuve aquí. Solía venir a visitar a tu abuela -dijo con una sonrisa pesarosa-. Tu abuelo y Paul estaban al corriente, claro, pero todos nos cuidábamos muy mucho de mencionarlo. ¿Qué opinas sobre los viejos rencores, Vanessa?

Había regocijo en su voz. Aquello habría puesto en guardia a Vanessa en otra época, pero en ese momento sólo despertó en ella una sonrisa.

Ness: No lo mismo que pensaba hace unas semanas.

Karen: Me alegra oír eso -se sentó a la mesa de la cocina mientras Vanessa comenzaba a preparar una cafetera-. Sé que, el otro día, Paul dijo cosas que pudieron hacerte enfadar. He de reconocer que algunas las dijo a propósito. La pelea contigo fue el mejor momento del día para él.

Vanessa sonrió un poco y giró la cabeza por encima del hombro para mirar a Karen.

Ness: Puede que se parezca a Jack más de lo que habría imaginado.

Karen: Los dos salieron del mismo molde. No hay muchos hombres así -murmuró-. Vanessa..., nos hemos enterado de lo del robo de ganado. No te imaginas cómo lo siento. Sé que lo de «si hay algo que yo pueda hacer» suena a frase hecha, pero te lo digo en serio.

Vanessa volvió de nuevo la cabeza hacia la cafetera y logró encogerse de hombros. No estaba segura de encajar bien las muestras de simpatía en esos momentos.

Ness: Todos corremos ese riesgo. El sheriff está haciendo todo lo posible.

Karen: Todos corremos ese riesgo -repitió-. Y cuando le sucede a uno, todos los demás lo sentimos -vaciló un instante, sabía que el asunto era delicado-. Vanessa, Zac me mencionó lo del corte en la alambrada, aunque a su padre no se lo ha dicho.

Ness: No me preocupa lo del hueco en la cerca -afirmó con calma-. Sé que Zac no tiene nada que ver, no soy tonta.

«No», pensó Karen estudiando su perfil bien proporcionado. «No eres tonta».

Karen: Está muy preocupado por ti.

Ness: No tiene porqué -abrió la puerta de uno de los armarios para sacar dos tazas-. Yo tengo el problema y yo debo resolverlo.

Karen observó con tranquilidad a Vanessa mientras ésta servía el café.

Karen: ¿No se aceptan ayudas?

Vanessa suspiró y se dio la vuelta.

Ness: No quisiera resultar grosera, señora Efron. Llevar un rancho es difícil y las incertidumbres son muchas. Cuando eres mujer, resulta doblemente difícil -llevó el café a la mesa y se sentó frente a su invitada-. Tengo que hacer las cosas el doble de bien de como las haría un hombre en mi lugar, porque esto sigue siendo un mundo de hombres. No puedo permitirme el lujo de derrumbarme.

Karen: Eso lo entiendo -dio un sorbo y recorrió la habitación con la mirada-. Pero en este momento, aquí no tienes que demostrarle nada a nadie.

Vanessa levantó la vista de su taza y vio compasión en su mirada, y esa complicidad que sólo una mujer puede brindarle a otra. Al instante, el rígido corsé con el que mantenía sus emociones bajo control cedió.

Ness: Estoy muy asustada -susurró-. No me atrevo a reconocerlo ante mí misma porque este año hay mucho en juego. Me he arriesgado mucho y si todo da resultado... Quinientas cabezas -dejó escapar el aire de sus pulmones mientras su mente se llenaba de números-. No van a derrotarme, no puedo permitírmelo, pero me va a llevar mucho tiempo recuperarme.

Karen se inclinó hacia delante y le cubrió una mano con la suya.

Karen: Pueden encontrarlos.

Ness: Sabe que, a estas alturas, hay pocas posibilidades -se quedó callada un momento mientras aceptaba el consuelo que le transmitía esa mano. Luego volvió a poner la suya en el asa de su taza de café-. Pase lo que pase, sigo siendo la que manda en Utopía. Tengo la responsabilidad de que lo que he heredado siga funcionando. Jack me confió el rancho y pienso sacarlo adelante.

Karen le dirigió una mirada penetrante, muy parecida a las de su hijo.

Karen: ¿Lo haces por ti o por Jack?

Ness: Por los dos. Estaré siempre en deuda con él por haberme entregado la tierra y por haberme enseñado todo lo que sé.

Karen: Tú puedes aportar muchas cosas propias a esta tierra -dijo de repente-. Paul juraría que he perdido el juicio si me oyera decir esto, pero es verdad. Zac... -sonrió indulgentemente, con orgullo- es como su padre en muchos aspectos, pero no tiene la intransigencia de Paul. Tal vez porque no la ha necesitado. No puedes dejarte dominar por la tierra, Vanessa.

Ness: Es todo lo que tengo.

Karen: No estás hablando en serio. Ah, o sea, que eso es lo que crees... -murmuró al ver que Vanessa no respondía-. Si mañana te quedaras sin un solo acre, podrías perfectamente dedicarte a otra cosa. Tienes agallas, me di cuenta enseguida de que eres como mi hijo.

Ness: Él tenía otras opciones -se levantó para tirar por el fregadero el café que quedaba en su taza, ya no le apetecía-.

Karen: Estás hablando del petróleo -por un instante, se quedó callada mientras calibraba la conveniencia de hablar de ese tema-. Lo hizo por mí, y por su padre -dijo por fin-. Espero no tener que volver a pedirle nunca algo así.

Vanessa volvió a la mesa, pero no se sentó.

Ness: No entiendo.

Karen: Paul se equivocó. Es un buen hombre, pero comete errores con la misma fuerza y el mismo vigor que pone en todo lo que hace -por sus labios pasó una sonrisa, pero su mirada era seria-. Le había prometido a Zac algo que se sobreentendía desde que era pequeño: que el Double E sería para él si se lo merecía. Y Dios sabe que se lo mereció -murmuró-. Creo que entiendes lo que quiero decir.

Ness: Sí -bajó la mirada a su taza y dejó ésta sobre la mesa-. Claro que sí.

Karen: Cuando Zac volvió a casa después de terminar la universidad, Paul no estaba preparado para retirarse, y fue entonces cuando aceptó hacer lo que su padre le pedía. Transcurridos tres años, regresaría para hacerse cargo del rancho, con plenos poderes para dirigirlo.

Ness: Eso se dice -comenzó, pero decidió abordar el tema desde otro ángulo-. No debe ser fácil para un hombre entregarle a otro todo lo que tanto trabajo le ha costado, ni aunque ese otro sea su propio hijo.

Karen: A Paul le había llegado el momento de retirarse -dijo sin bajar la cabeza-. Y tal vez lo habría hecho si... -gesticuló con las manos como si estuviera intentando refrenarse-. Cuando se negó a cumplir lo acordado, Zac se puso furioso. Tuvieron una pelea tremenda, de esas que son inevitables entre dos hombres fuertes y obstinados. Zac estaba decidido a marcharse a Wyoming, comprarse unas tierras y empezar de cero. Por mucho que ame el rancho, creo que estaba deseando marcharse.

Ness: Pero no se fue.

Karen: No -su mirada era tranquila-, porque yo le pedí que no se fuera. Los médicos acababan de diagnosticarle a Paul su enfermedad en estado terminal. Le daban como máximo dos años. Que su cuerpo lo hubiera traicionado lo ponía furioso, la edad estaba pudiendo con él... Es muy orgulloso, siempre había vencido los obstáculos que se le presentaban.

Vanessa recordó la mirada de halcón y las manos temblorosas del padre de Zac.

Ness: Lo siento.

Karen: No quería que nadie lo supiera, ni siquiera Zac. Puedo contar con una mano las veces que le he llevado la contraria -se miró las palmas. Algo en su expresión le dijo a Vanessa que si esa mujer había transigido a lo largo de los años, no había sido por debilidad sino por todo lo contrario-. Sabía que si Zac se marchaba, Paul dejaría de tener una razón para vivir, para luchar el tiempo que le quedara. Y luego sería horrible para mi hijo, cuando se enterara de todo, así que se lo dije -dejó escapar un gran suspiro y puso las manos sobre la mesa con las palmas hacia abajo-. Le pedí que renunciara a sus planes. Se fue a Billings de nuevo y, aunque estoy segura de que pensará que lo hizo por mí, yo sé que lo hizo por su padre. No creo que los médicos lo admitieran, pero Zac le ha dado a su padre cinco años de vida.

Vanessa se dio la vuelta al sentir que se le hacía un nudo en la garganta.

Ness: Le he dicho cosas horribles.

Karen: No habrás sido la primera, estoy segura. Zac sabía lo que podía parecer, pero nunca le ha importado un comino lo que la gente piense de él. Excepto algunas personas -se corrigió-.

Ness: No puedo pedirle disculpas -dijo tratando de controlar sus emociones-. Se enfadaría muchísimo si le digo que lo sé todo.

Karen: Lo conoces bien.

Ness: No -respondió con súbita pasión-, no lo conozco, ni lo entiendo, y... -se interrumpió, asombrada porque había estado a punto de desnudar su alma ante la madre de Zac-.

Karen: Soy su madre -dijo al darse cuenta de lo que pensaba-, pero sigo siendo una mujer. Y sé muy bien lo que es sentir algo por un hombre con el cual sabes que tendrás que afrontar dificultades -esa vez no medía sus palabras, hablaba con libertad-. Yo acababa de cumplir veinte años cuando conocí a Paul, que ya había pasado los cuarenta. Sus amigos pensaron que estaba loco, y que yo me casaba con él por su dinero -se rió y luego suspiró-. Te juro que hace treinta años no me parecía tan gracioso. No he venido para darte consejo sobre lo que pueda haber entre Zac y tú, sino para ofrecerte mi apoyo, si es que lo quieres.

Vanessa la miró y vio la belleza duradera y la fuerza que había en sus ojos, la amabilidad.

Ness: No estoy segura de saber cómo hacerlo.

Karen se levantó y la agarró por los hombros. Tan joven, pensó con melancolía. Tan asustada.

Karen: ¿Sabes lo que es una amiga?

Vanessa sonrió y puso las manos sobre las de Karen, que reposaban en sus hombros.

Ness: Sí.

Karen: Con eso es suficiente. Tienes cosas que hacer -dijo de pronto, y le dio un ligero apretón antes de soltarla-. Pero si necesitas hablar con una mujer, como a veces nos pasa, llámame. ¿Lo harás?

Ness: Sí. Gracias

Karen hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

Karen: No me lo agradezcas, no soy tan desinteresada como parece. Llevo viviendo treinta años en este mundo de hombres -le acarició brevemente una mejilla-. Echo de menos a mi hija.


Zac salió al porche y observó cómo se alzaba la luna en el cielo. La noche era tan silenciosa que oyó el aleteo de las alas de un halcón sobre su cabeza antes de que se precipitara sobre su presa. En una mano tenía una lata de cerveza muy fría de la que daba sorbos de vez en cuando, aunque sin disfrutar del sabor. Era una de esas noches de primavera en que uno podía oler el perfume de las flores y sentir la proximidad del verano, que se acercaba poco a poco.

Se volvería loco si seguía esperando.

Había pasado una semana desde su encuentro en la charca. Todas las noches, después de una jornada larga y polvorienta, ansiaba tenerla a su lado, llenar el vacío interior del que tan repentinamente había tomado conciencia. Ya resultaba bastante difícil haber descubierto que no deseaba a Vanessa del mismo modo que a las demás mujeres con las que había estado, pero descubrir además que era vulnerable...

Vanessa podía hacerle daño, se lo había hecho. Eso era una novedad, pensó Zac con el ceño fruncido, y levantó la lata de cerveza. Todavía no había averiguado cómo evitar que volviera a suceder, pero eso no impedía que siguiera deseándola.

No confiaba en él. Aunque se había dicho en una ocasión que él tampoco deseaba que lo hiciera, se había dado cuenta de que se estaba mintiendo. Quería que le otorgara su confianza, que creyera en él lo bastante como para compartir sus problemas. Debía estar pasándolo fatal, pensó mientras sus dedos apretaban la lata, pero no iría a buscarlo, no le dejaría ayudarla. Quizás hubiera llegado la hora de hacer algo al respecto, tanto si a ella le gustaba como si no.

Repentinamente impaciente, enfadado, se dirigió hacia los escalones. El ruido de un coche que se acercaba llegó hasta él antes de que distinguiera las luces. Miró en la dirección de la que procedía el ruido y vio surgir dos destellos gemelos en la oscuridad. Su desinterés inicial se transformó en tensión muscular en los hombros y el estómago.

Dejó la lata de cerveza medio vacía sobre la barandilla del porche mientras Vanessa aparecía delante de su casa. Por mucho que la necesitara, su instinto de conservación prevaleció e impidió que bajara corriendo los escalones y la abrazara. Esperó.

Vanessa estaba segura de que sus nervios se calmarían durante el camino. Como nunca se permitía a sí misma ponerse nerviosa, no estaba habituada a tener la garganta seca y el estómago encogido. Desde que Karen se había marchado esa mañana, no había dejado de pensar en Zac ni por un momento. Sin embargo, había tenido que atravesar un mar de dudas hasta tomar la decisión final de acudir. Con ese gesto, estaba dándole algo que nunca habría creído: una parte de sí misma.

Se quedó quieta junto al coche un momento y, desde allí abajo, lo miró. La luna resplandecía tras ella. Tal vez porque no sentía las piernas tan firmes como deberían, subió los escalones del porche con la barbilla erguida.

Ness: Esto es un error.

Zac se quedó donde estaba, con un hombro apoyado en el poste de la barandilla.

Zac: ¿En serio?

Ness: Va a complicar las cosas en un momento en el que mi vida ya es muy complicada.

El estómago de Zac estaba hecho un amasijo de nudos que no hacían más que retorcerse cuanto más la miraba. Estaba pálida, pero no había el menor temblor en su voz.

Zac: Has tardado mucho en venir -dijo serenamente, pero cerró los dedos sobre las palmas y apretó los puños para impedirse a sí mismo tocarla-.

Ness: Y ten por seguro que no habría venido si hubiera podido dominarme.

Zac: ¿Tanto? -era más de lo que había esperado que admitiera. Sus músculos empezaron a relajarse-. Bueno, ya que estás aquí, ¿por qué no te acercas un poco más?

No iba a ponerle las cosas fáciles, se percató Vanessa. Y ella se habría odiado a sí misma si se lo hubiera permitido. Sin dejar de mirarlo a los ojos, siguió avanzando hasta que sus cuerpos se rozaron.

Ness: ¿Así es suficiente?

Los ojos de Zac recorrieron su rostro y luego sonrió.

Zac: No.

Vanessa entrelazó las manos por detrás de su cuello y apretó los labios contra los de él.

Ness: ¿Ahora?

Zac: Más cerca -se dio permiso para tocarla, deslizó una mano por su espalda y le acarició el pelo. En sus ojos, iluminados por la luna, había un destello de triunfo, de regocijo, de pasión-. Mucho más cerca, Vanessa.

Los ojos de ésta seguían abiertos mientras él amoldaba su cuerpo al de ella más íntimamente. Ella sentía la respuesta de los músculos del cuerpo de Zac, el eco sordo de los latidos de su corazón.

Ness: Si seguimos acercándonos aquí en el porche -murmuró con la boca pegada a la de él-, nos van a detener por escándalo público.

Zac: Efectivamente -le humedeció con la lengua el labio inferior y oyó un ligero gemido-. Pagaré las fianzas, si eso es lo que te preocupa.

Los labios de Vanessa se estremecieron ante el movimiento experto de su lengua.

Ness: Cállate, Efron -murmuró, y pegó su boca a la de él-.

Dejó que todas las pasiones y emociones que llevaban días persiguiéndola emergieran. En cuanto éstas brotaron, la consumieron. Inconscientemente, se apretó contra él, de modo que Zac se encontró atrapado entre su cuerpo y el poste.

El estremecimiento de placer que sintió él fue tan intenso que se le erizó la piel. La rodeó con un brazo y le sujetó la cabeza con una mano para no dejar escapar esa boca tan frenéticamente enérgica. Luego, con rapidez, el brazo bajó hasta las rodillas y la levantó en el aire.

Ness: Zac... -su protesta quedó ahogada por otro tierno beso antes de que atravesaran el porche en dirección a la puerta. Aunque ella se quedó admirada de la habilidad con la que abrió la mosquitera y de la fuerza con que empujaba la pesada puerta de madera a pesar de tener los brazos ocupados, se rió-. Zac, déjame en el suelo. Puedo andar.

Zac: No cómo si te llevo yo en brazos -señaló al tiempo que comenzaban a subir los estrechos escalones que conducían al segundo piso-.

Ness: ¿Éste es el tipo de cosas que haces para expresar dominación masculina?

Recibió una mirada asesina, pero siguió sonriendo con dulzura.

Zac: No -respondió con tono pausado-. Éste es el tipo de cosas que hago para expresar romanticismo. Cuando quiero expresar dominación masculina... -en el momento en que llegaron a lo alto de la escalera, con un movimiento rápido, cargó a Vanessa sobre su hombro-.

Tras la sorpresa inicial, ella tuvo que reconocer que había sido un buen golpe.

Ness: Lo veía venir -admitió mientras se retiraba el pelo de la cara-. Lo que quería decir es que no estoy interesada ni en romanticismo ni en dominación.

Zac arqueó una ceja mientras entraba en el dormitorio. Sus palabras habían sido bastante claras, y él había captado la sinceridad de su tono. La dejó en el suelo con un movimiento tan lento y suave que antes de que sus pies lo hubieran alcanzado, los cuerpos de ambos se frotaron con fuerza. Debilitada por la maniobra, ella levantó la cabeza y lo miró con ojos atormentados por el deseo.

Zac: ¿No te gusta el romanticismo, Vanessa?

Ness: No es lo que pido -acertó a responder-.

Él la sujetó por las muñecas.

Zac: Peor para ti -le mordisqueó una oreja con delicadeza-, tendrás que aguantarte. ¿Te parece que la pasión desnuda es más inofensiva?

Ness: Todo lo inofensiva que puede ser algo contigo -se le cortó la respiración cuando la lengua de Zac bajó por su cuello-.

Él se rió y a continuación comenzó a seducirla lenta, inexorablemente, utilizando sólo la boca.

Zac: Es justo aquí -murmuró mordisqueando un punto situado sobre su cuello-. Tan suave, tan delicado. Cualquier hombre se olvidaría de que puede haber partes así en ti hasta descubrirlas por sí mismo. Cuando levantas esa dichosa barbilla, a uno le entran ganas de darte una bofetada -movió la cabeza para cambiar de ángulo y recorrió la piel con los labios- pero, justo debajo, eres tan suave como la seda.

Le succionó en la base del cuello y notó que los brazos de Vanessa quedaban exangües. Eso era lo que buscaba, pensó con creciente excitación, que se fundiera entre sus brazos, dócil, sin voluntad, aunque sólo fuera por unos pocos minutos. El ardor y la pasión eran una recompensa en sí mismos, pero en esa ocasión, tal vez sólo en esa, deseaba tener la satisfacción de saber que podía hacerla sentir tan débil como ella era capaz de lograr con él.

Inclinó su boca sobre la de ella. Con la punta de la lengua comenzó a atormentar la de Vanessa hasta que la respiración de esta se volvió entrecortada y superficial. Iba a tomarse su tiempo para desnudarla, pensó. Iría despacio, muy despacio, eso los haría enloquecer a los dos.

Sin prisa, Zac la empujó hacia atrás, hacia la cama, y tiró de ella hacia abajo hasta que estuvo sentada en el borde. A la luz de la luna, vio que los ojos de Vanessa ya estaban nublados por el deseo, que éste había sofocado ligeramente su piel. Mirándola, deslizó un dedo por su garganta hasta llegar al primer botón de la camisa. Siguió mirándola fijamente mientras se lo desabrochaba; luego hizo lo mismo con el segundo, y con el tercero. Se detuvo allí y después sus manos recorrieron el cuerpo por encima de la ropa: pasaron suavemente sobre su pecho, por su cintura y sus estrechas caderas hasta llegar a los muslos, firmes y largos. Excepto por el estremecimiento de su cuerpo, parecía tranquila.

Él se dio la vuelta, le colocó una pierna entre las suyas, la levantó y empezó a tirar de la bota. La primera cayó en el suelo, pero cuando agarró la segunda y tiró, Vanessa lo ayudó un poco colocando el pie descalzo en su trasero, en la posición adecuada.

Sorprendido, miró hacia atrás y vio que ella le sonreía con descaro. Se recuperaba rápido, pensó. Resultaría aún más emocionante hacer que volviera a abandonarse entre sus brazos.

Zac: Ahora podrías ayudarme tú a mí -sugirió. Se tumbó sobre la cama, se recostó sobre los codos y levantó una pierna-.

Vanessa se incorporó para hacer lo que le pedía y agarró la pierna de Zac entre las suyas. Eso, la sonrisa pícara y los ojos temerarios, sabía cómo manejarlo. Podía despertar su pasión, pero no le producía esa incontrolable debilidad. Cuando finalmente había tomado la decisión de ir, se había propuesto que hubiera un equilibrio entre los dos, sin dulces promesas ni palabras tiernas que tardarían en desvanecerse lo que el aliento con que habían sido pronunciadas. Se había dicho que, en tanto escuchara sólo a su cuerpo, y no a su corazón, no se enamoraría de él.

En el momento en que la segunda de sus botas cayó al suelo, Zac la atrapó por la cintura y tiró de ella hacia atrás. Vanessa cayó sobre la cama riéndose.

Ness: Eres un chico obstinado, Efron -enganchó los brazos por detrás de su cuello y sonrió burlonamente-. Siempre levantando a las mujeres por los aires.

Zac: Es una mala costumbre que tengo -bajó la cabeza y rozó sus labios con los de ella. Vanessa quiso hacer el beso más profundo pero él se resistió-. Me gusta tu boca -murmuró-. Es otra de esas partes suaves y sorprendentes de ti -le succionó con dulzura el labio inferior hasta sentir que las manos que le rodeaban el cuello se quedaban laxas-.

Una bruma volvía a envolverlo todo y Vanessa olvidó los medios y la manera de alejarla de sí. Eso no era lo que ella deseaba, ¿verdad? Sin embargo, parecía como si fuera todo lo que podía desear. Su mente flotaba, fuera de su cuerpo, de modo que casi podía verse a sí misma tendida, lánguida y dócil, debajo de Zac. Veía cómo las tensiones y la ansiedad de los días precedentes desaparecían de su rostro hasta que su cara se quedó tranquila y relajada mientras recibía las atenciones de la boca y la lengua de Zac. Notaba que el latido de su corazón no era del todo estable, aunque tampoco frenético. Quizá eso fuera lo que se sintiera al ser mimada, apreciada. No estaba segura, pero sabía que no soportaría perder esa sensación. Borró con un suspiro todas las dudas.

Cuando él se inclinó para susurrarle una tontería al oído, Vanessa olió el rastro del jabón que había usado para ducharse aquella tarde. Su cara estaba áspera, pues no había vuelto a afeitarse desde por la mañana, pero ella restregó la mejilla para disfrutar del roce. Luego los labios de Zac pasaron suavemente sobre su piel, que todavía le hormigueaba, hasta encontrarse de nuevo con los de ella.

Notó el roce de sus dedos, fuertes, hábiles, que descendían e iban desabrochándole los últimos botones de la camisa. Luego pasaron acariciándole las costillas, con suavidad, conduciéndola sin esfuerzo al terreno de la sensación. Apenas la tocaba. Los besos seguían siendo dulces; sus manos, gentiles. Todo pensamiento coherente se esfumó.

Zac: Mi camisa estorba -le susurró al oído-. Quiero sentirte piel contra piel.

Ella levantó las manos. Sus dedos se movían con torpeza, pero no lograba hacer que fueran más deprisa. Tuvo la impresión de que pasaron horas hasta que notó la presión de su piel desnuda sobre la de ella. Con un suspiro, llevó las manos hasta sus hombros y luego hacia atrás, hasta que le hubo quitado la camisa. Sus músculos eran duros. Mientras frotaba las palmas contra ellos, se dio cuenta de que la primera vez que habían hecho el amor sólo había tenido una impresión borrosa. Todo había sucedido tan deprisa y de modo tan desenfrenado que no le había dado tiempo a apreciar lo bien proporcionado que era su cuerpo.

Puro nervio, todo él músculo. Zac era un hombre acostumbrado a doblar el espinazo y a emplear las manos en el trabajo diario. No se detuvo a pensar por qué aquello, en sí mismo, le resultaba placentero. Luego no pudo razonar nada porque él empezó a besarla.

A Zac nunca se le habría ocurrido que se podía obtener tanta satisfacción pensando en cómo dar placer al otro. La deseaba..., era un deseo fuerte, apasionado, que exigía satisfacción y, sin embargo, era una sensación embriagadora sentir que tenía el poder de provocarle aquella debilidad sólo con tocarla.

La curva de su pecho era tan delicada... que se entretuvo allí un rato. La piel que asomaba sobre la cintura de sus tejanos era blanca y suave, y su mano se alegró de posarse allí. Notó sus primeros estremecimientos; empezó a temblar bajo sus labios y sus manos hasta que sus sentidos se extraviaron. Él tiró y forcejeó hasta que logró bajarle los tejanos.

Vanessa no estaba segura de cuándo la languidez se había convertido en deseo. Se arqueó contra él, pidiéndole algo, pero Zac continuó moviéndose sin prisa. Ella no lograba entender tanta fascinación por su cuerpo, cuando siempre se había considerado demasiado recta, demasiado delgada. Sin embargo, él parecía ansioso por tocar, por probar cada centímetro de su piel. Y los murmullos que llegaban hasta sus oídos eran de aprobación.

Él llevó las manos hasta sus rodillas y los dedos le acariciaron la piel sensible de las corvas al separárselas. Tantos años encima de un caballo y recorriendo largas distancias a pie tenían como resultado unas piernas fuertes y muy sensitivas.

Cuando sintió sus dientes mordisqueándola entre los muslos, gritó, perpleja al verse lanzada al tenso borde del clímax. Pero él no le permitió seguir, todavía no. Su cálida respiración la acarició, y luego el suave jugueteo de su lengua. Ella notó la amenaza del estallido que crecía, aumentaba en fuerza y profundidad. Sin embargo, él la reconocía un instante antes de que se produjera esa explosión y se retiraba. Una y otra vez la llevó hasta el límite y la hizo regresar, hasta que ella se sintió débil y desesperada.

Vanessa se movió debajo de él, deseando que tomara cualquier cosa, todo lo que quisiera. No era consciente de que se había deshecho de la última prenda que se interponía entre sus cuerpos hasta que se tendió sobre ella cuan largo era. Notó el hálito de su respiración, cálida y vacilante, en el rostro antes de que sus labios se posaran sobre los de ella.

Zac: Esta vez ... -llenó los pulmones de aire para poder hablar- esta vez me vas a decir... me vas a decir que me deseas.

Ness: Sí -se cerró en torno a él, vibrando de excitación-. Sí, te deseo. Ahora.

Algo relampagueó en los ojos de Zac.

Zac: No sólo ahora -dijo con voz ronca, y se hundió en ella-.

Vanessa resbaló en el borde del primer clímax, cegada por el placer. Pero había más, mucho más.




Ni un capítulo han aguantado sin verse XD
Pobre Ness, qué problema tiene con sus animales =S
Esperemos que se solucione

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¡Un besi!


2 comentarios:

Lu dijo...

Me encantó este capítulo.
Pobre Ness el problema que tiene con sus animales, Ojalá Zac la ayuda.


Sube pronto

Maria jose dijo...

El gran capítulo!!!!
Me encanta esta parejita
Pobre Vanessa y sus animales
Espero y descubra al ladron
Sigue la novela que se pone más interesante
Me encanto


Saludos

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