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jueves, 12 de mayo de 2011

Capítulo 18


El otoño se había instalado con fuerza en el paisaje. Las hojas adquirían tonalidades ocres y rojizas. Una brisa fresca barría los verdes campos que rodeaban Parkside Manor, la gran mansión de piedra que lord John había alquilado para pasar una semana en el campo.

Alysson: ¡Ness! -exclamó corriendo hacia ella con los brazos extendidos. Se fundieron en un abrazo-. Me alegra tanto que hayas venido.

Ness: Gracias, tesoro. Reconozco que sienta bien ausentarse de la ciudad.

Alysson: Creía que Zac venía contigo -se extrañó-.

Ness: No podía dejar sus asuntos todavía, aunque me ha dicho que vendrá. Espero que no cambie de opinión.

Alysson la cogió por el brazo.

Alysson: Más le vale. Ven, te mostraré la casa y te presentaré a los invitados.

Ness sonrió y dejó que le mostrara el camino. A Zac y a ella les habían asignado un conjunto de habitaciones grandes y aireadas al otro extremo del pasillo que daba a las habitaciones principales. La mansión contaba con dos alas para los invitados, cada una de ellas formada por aposentos decorados con elegancia. La planta baja resultaba asimismo impresionante.

La casa era antigua, de la época jacobina, con grandes vigas en los techos y ventanas con parteluz. A la estructura original, de piedra gris, y situada junto a un arroyo, se habían ido incorporando añadidos a lo largo de tres siglos.

El lugar era espacioso y acogedor. Como le había dicho Alysson, todos los invitados podían conservar su intimidad, y la «breve» lista de éstos conformaba una interesante mezcla de personas, entre ellas el padre de John, marqués de Kersey; su hermano y su cuñada, condes de Louden; Ashley, la prima de Zac, con su esposo Scott y su hijo David, y William Hemsworth, duque de Sheffield.

Zac llegó al atardecer del día siguiente.

Zac: Buenas tardes, Vanessa -le dijo esbozando una sonrisa-.

Ness: Buenas tardes, milord -respondió con la misma cortesía-.

Zac: Espero que el viaje no te haya fatigado en exceso.

Ness: Ni lo más mínimo.

Zac: El camino estaba algo embarrado, pero no hemos tardado demasiado en llegar, teniendo en cuenta las circunstancias.

¿Qué circunstancias?, habría querido preguntarle ella, considerando que no quería estar allí, como resultaba evidente a juzgar por su actitud cortés pero aburrida. Saludó a algunos invitados que en aquel momento cruzaban el vestíbulo y luego Ness le condujo hasta su habitación, en la planta superior. Aunque conversaban amistosamente, la sonrisa de Zac era forzada, y su actitud algo engreída. El perfecto esposo aristócrata, pensó ella, disgustada por su mirada distante.

¡Ella era su mujer, por el amor de Dios! No sólo una dama con quien compartía habitación. Estaba decidida a hacer algo para desbaratar aquella gélida fachada aunque, al final, no fue necesario. Apenas Zac descubrió que Jesse Leal se encontraba entre los invitados, su actitud cambió por completo.

Zac: Veo que tu amigo, el señor Leal, es uno de los asistentes.

Ness: Sí, claro. ¿Por qué no habría de serlo, siendo como es primo de John?

Zac no añadió nada, pero al mirarlo Vanessa descubrió que aquel gesto forzado se había transformado en un ligero endurecimiento de la mandíbula. Para una mujer resultaba fascinante saber que su marido sentía celos de otro hombre.

Y demasiado tentador.

Más que cualquier otra cosa, Ness deseaba que Zac la amara. Quería que su matrimonio fuera como el de sus padres, una relación amorosa que incluyera hijos.

Al menos en ese sentido Zac había cumplido con su deber. Tan pronto puso los pies en el umbral de la habitación, sus ojos se agitaron de deseo. Ness sabía que, tarde o temprano, quedaría embarazada. Eso la mantendría ocupada y alejada de él, al parecer su máximo deseo.

Ness deseaba tener hijos, por supuesto. Adoraba los niños, siempre había soñado con tener muchos. Pero en su sueño, los tenía con un esposo que la amaba.

Se fijó en su marido, que observaba de un modo peculiar a Jesse Leal cada vez que éste se acercaba. Se notaba que no le caía bien, sin duda debido más a la amistad que ella y el mantenían que a la propia personalidad del primo de John.

Jesse: Creo que tu marido está celoso -le susurró al oído cuando se encontraron en el salón, antes de la cena. No parecía importarle que Zac estuviera mirándolo con ojos como cuchillos. Antes bien, la reacción de lord Brant le llevaba a actuar con mayor descaro-.

Ness: Ya le he dicho que sólo somos amigos -respondió-.

Jesse: Ya, pero un poco de competencia no le vendrá nada mal.

Ella nunca se había quejado de su matrimonio, pero no hacía falta ser licenciado en Oxford para adivinar que cuando un marido apenas acompaña a su mujer, es porque algo falla.

Ness miró a Zac de reojo. En ese momento conversaba con su amigo, el duque, aunque no dejaba de mirar en su dirección. Cuando ella sonrió ante un comentario de Jesse, vio que su marido fruncía el ceño.

Jesse: Es más que conocido -prosiguió- que, en lo que a mujeres se refiere, el conde de Brant se muestra demasiado seguro de sí mismo, como un gallo en un gallinero.

Ness sabía que era cierto.

Ness: ¿De manera que crees que ponerle celoso me serviría para que aprendiera a valorarme más? ¿Que incluso podría llegar a amarme?

Jesse: En ocasiones, un hombre no valora lo que tiene hasta que cree que puede perderlo.

En la mente de Ness se dispararon diversas posibilidades. No era la primera vez que se le ocurría aquella idea. Tal vez funcionara.

Ness: ¿Me estás diciendo que estarías dispuesto a atraer la enemistad del conde con tal de ayudarme?

Jesse sonrió, mostrando una perfecta dentadura blanca que destacaba contra su piel morena. Era apuesto en exceso. Ella volvió a preguntarse qué le habría sucedido en el pasado para que evitase a la mayoría de mujeres. Lo cierto era que no le extrañaba tanto, viendo el modo en que le adulaban.

Jesse: Como bien dices, somos amigos. Con gusto te ayudaré en todo lo que pueda. -Alzó la vista-. Entretanto, creo que por hoy ya hemos incitado bastante al león. Será mejor que me retire.

Tras sostenerle la mano y hacerle una reverencia, se alejó de su lado instantes antes de que Zac fuera hacia ella.

Se plantó a su lado sin apartar la mirada de Jesse.

Zac: Parece que el señor Leal y tú lo pasáis bien juntos. ¿Qué era eso tan intrigante que te contaba?

Vanessa se encogió de hombros.

Ness: Nada del otro mundo. Conversábamos sobre este cambio de tiempo. Y ha estado hablándome de la nueva obra que se estrenará en el teatro de Haymarket la próxima semana.

Los ojos de Zac seguían a Jesse, que cruzaba la sala.

Zac: Preferiría que conversaras con cualquier otro de los presentes.

Ella observó también a Jesse, y de pronto se sintió más fuerte.

Ness: No pretenderás que le ignore, ¿verdad? Me niego a ser una maleducada, Zac. Ya te lo he dicho, Jesse y yo somos sólo amigos.

Zac: Sí, eso ya me lo has dicho, es cierto.

Al poco, pasaron al comedor. Aunque el conde se mostró encantador con el resto de los invitados, dirigió en contadas ocasiones la palabra a Ness. Ella sabía que jugaba con fuego, pero… de todos modos debía asumir el riesgo, hacer algo para romper el muro que él se había construido alrededor para todo lo que tuviera que ver con ella. Como su hermana, si quería salir airosa del desafío, tenía que actuar con atrevimiento.

Ness observó la mesa en que Alysson cenaba a la derecha de su esposo. El escote de su vestido era generoso, y John apenas lograba quitarle los ojos de encima. «Buena suerte, cielo», pensó, antes de mirar a Zac, que en ese momento dedicaba una mirada asesina a Jesse, sentado a la izquierda de Alysson. «Ojala tengamos buena suerte las dos», suspiró para sus adentros.

Más tarde, decidida a llevar a cabo el plan que Ness y ella habían ideado, Alysson expuso una jaqueca y pidió a su esposo que la acompañara a su dormitorio. Él no vaciló.

Entraron en el salón contiguo a la habitación, y John cerró la puerta.

Alysson: Preferiría no despertar a la pobre Mary -le dijo con dulzura-. ¿Te importaría desabrocharme el vestido?

A su esposo le cambió la expresión.

John: Por supuesto.

Lo hizo con manos algo temblorosas, y cuando lo hubo desabotonado por completo, dio un paso atrás.

Alysson se volvió sujetándose la parte delantera del vestido.

Alysson: ¿Te acuerdas de la noche en que me acariciaste los pechos?

Él tragó saliva, ruborizándose.

John: No la he olvidado. No podría ni queriendo.

Entonces ella soltó el vestido, que era azul cielo con un corpiño que Mary había vuelto a coser para que el escote resultara más atrevido. John bajó la mirada cuando ella se bajó los tirantes de la enagua, dejando sus senos al descubierto.

Su esposo parecía convertirse en estatua.

John: Acariciarte así… es sólo el primer paso cuando se hace el amor -musitó-. Aquella noche estuve a punto de perder el control. Si volviera a… a tocarte así, creo que…

Alysson: No tengo miedo, John.

John: Eres delicada y frágil. Te prometí que esperaría, que te daría tiempo para adaptarte a la idea del matrimonio. Y te aseguro que la espera, en estas cuestiones, no es fácil para un hombre, especialmente si se ha casado con una mujer tan guapa como tú. Si empezamos, tal vez ya no consiga parar. Y si te hago daño de algún modo…

Alysson: Me repondré. Todas las esposas se someten a sus maridos. Yo deseo someterme a ti, milord.

John tragó saliva y la miró, ruborizado.

John: ¿Estás… segura?

Alysson: Sí, lo estoy.

John aspiró hondo y volvió a tragar saliva con tanta fuerza que la nuez le bailó.

John: Vamos a tomárnoslo con calma. Si deseas parar, no dudes en decírmelo y…

Alysson: Mi único deseo es que me conviertas en tu verdadera esposa.

Los ojos claros de John se ensombrecieron. A la leve luz de la lámpara parecía mayor, más hombre que cuando lo había visto por vez primera. La rodeó con los brazos y la besó, y ella olvidó al momento sus temores. Deseaba aquello. Lo anhelaba con pasión.

John la desvistió con ternura y la llevó hasta la cama. La besó y le acarició todo el cuerpo, para asegurarse de que su esposa estaba preparada para recibirle. A ella, su dedicación la llenaba de suerte y de las más maravillosas sensaciones. Cuando ambos cuerpos se unieron, hubo apenas un instante de dolor. Su cuerpo ardía de deseo, presa de una profunda necesidad que su esposo fue saciando a lo largo de aquella larga y prodigiosa noche.

Como había dicho su hermana, hacer el amor era delicioso.

Ness siempre tenía razón en casi todo.

Esperaba estar haciendo lo que debía, flirtear sutilmente con Jesse, nunca de modo descarado. No quería levantar murmuraciones.

Sólo en contadas ocasiones, cuando veía que Zac la miraba y Jesse se encontraba cerca -cosa que éste se encargaba de que sucediera-, ella sonreía, soltaba una carcajada o empezaba a abanicarse con fuerza. No contaba con demasiada experiencia en el arte del coqueteo. Confiaba en estar haciéndolo bien, aunque no estaba del todo segura.

Tal como le había prometido, Jesse no dejaba de mirarla, y le dedicaba sensuales sonrisas.

Aquella noche, Zac le hizo el amor con furia, de algún modo reclamando la posesión de su cuerpo. Al terminar, Ness se sentía exhausta y satisfecha. Antes del amanecer, él volvió a hacerla suya.

Tendido junto a ella, en la cama, Zac enroscó con un dedo un mechón de sus cabellos.

Zac: He decidido posponer mi regreso hasta el fin de semana. De ese modo podremos volver juntos a la ciudad.

Vanessa habría gritado de felicidad, se habría puesto a dar saltos de alegría. Pero no lo hizo y se limitó a responder con aparente frialdad:

Ness: ¿Ah, sí? Creía que tenías mucho trabajo.

Los rasgos de Zac se endurecieron.

Zac: Esperaba que te alegrarías.

Ness sonrió, incapaz de ocultar por más tiempo la suerte.

Ness: Y me alegro, milord.

Pero le pareció que él no quedaba convencido de ello, y pensó que tal vez fuera mejor así.

Sus últimos días en el campo transcurrieron muy deprisa. Ness pasaba casi todo el día con su esposo, que parecía disfrutar de aquellas vacaciones casi tanto como ella. Se reían mucho juntos, y daban largos paseos junto al arroyo que serpenteaba frente a la mansión. Un día, todos los invitados se desplazaron hasta Tunbridge Wells para disfrutar de las aguas termales, que según se decía contaban con propiedades curativas.

Zac: Durante el siglo pasado, este lugar fue uno de los preferidos de la alta sociedad -comentó-. Fue fundado en 1609, poco después de que lord North encontrara el manantial de aguas minerales. Posteriormente su fama disminuyó.

Todos lo pasaron muy bien, e incluso Zac disfrutó con la excursión.

Finalmente, llegó la hora de partir.

Al bajar la escalera por última vez, a punto de iniciar el viaje de regreso a Londres, Vanessa se cruzó casualmente con Jesse. Estaba guapísimo, con sus pantalones de piel y su chaqueta verde oscura. Al verla, le guiñó un ojo y se acercó a ella.

Jesse: Creo que nuestro plan ha funcionado. Jamás había visto a un hombre más posesivo con su mujer.

Ness: Has estado magnífico, Jesse.

Habría querido darle un beso de agradecimiento, pero no se atrevió. Jesse inclinó ligeramente la cabeza, se volvió y sonrió a Zac, que en aquel momento se acercaba.

Jesse: Espero que el viaje de regreso le resulte agradable, milord.

Zac: Gracias. Tal vez el trayecto en sí resulte algo fatigoso, pero seguro que se me ocurrirá algo para que mi esposa no se aburra.

La mirada que le dedicó no dejaba lugar a dudas sobre lo que pensaba hacer con ella en el carruaje. El mensaje también iba dirigido a Jesse, una especie de advertencia de que Vanessa le pertenecía a él. Ella no pudo evitar una punzada de emoción.

Ness: ¿Nos vamos?

Zac la tomó por el brazo y la condujo hasta la escalera de la entrada. La ayudó a subir al carruaje, donde se acomodó en el asiento. Desde allí, no resistió la tentación de mirar a Jesse por última vez. Seguía junto al porche, observándolos, y cuando sus miradas se encontraron esbozó una sonrisa sensual. Ness se la devolvió, y al ver de reojo a su esposo comprobó su gesto de furia.

Zac: ¿Te gusta la obra, amor mío?

Zac se acercó más a ella y Ness se sintió invadida por una oculta emoción. Habían regresado del campo hacía menos de una semana. La noche anterior habían asistido a la ópera y esa noche se encontraban en el teatro, disfrutando con El viaje del Mistral, la obra que se representaba en el teatro Haymarket, de la que Jesse le había hablado.

Ness: Sí, mucho, ¿y a ti?

Zac: A mí también me está gustando. -Le acarició la mejilla con la yema de un dedo-. Pero lo que más disfruto es la compañía.

Ness sintió de nuevo el cosquilleo de la emoción. ¡Su plan estaba funcionando! Desde su regreso, Zac se había mostrado muy cariñoso con ella. Lo pasaban muy bien. Su esposo le sonreía más y parecía sentirse mucho más a gusto. Ness creía que el afecto que sentía por ella era cada vez mayor, precisamente lo que ella quería.

En ese momento, un mensajero apareció en el palco.

Ness: ¿Qué ocurre? -preguntó, acercándose a su marido-.

El conde dio al chico una moneda por su servicio y abrió el sobre sellado.

Zac: Información sobre una hilandería que estoy interesado en comprar. Se encuentra en Lemming Grove, y creo que se trata de una ocasión inmejorable. Llevo tiempo intentando hacerme con ese negocio, mejorar las condiciones de trabajo y realizar algunos cambios para incrementar la producción. Si tengo suerte, podré venderlo por una suma considerablemente mayor.

Ness: Podría acompañarte -se ofreció, decidida a no permitir que su relación volviese a estancarse-.

Zac: Lemming Grove es un pueblo hilandero. No hay mucho que ver. Saldré al atardecer y pasaré solamente una noche fuera. Mientras me encuentre allí estaré muy ocupado, y volveré a la mañana siguiente. Quizás en otra ocasión…

Ness accedió a regañadientes. Su marido tenía razón, se trataba sólo de una noche. Además, no se había olvidado del consejo que le había dado Greta sobre la casa de Greenbower Street, de la que su familia había sido propietaria. Lo cierto era que estaba muy cerca, aproximadamente a unas seis calles de la residencia del conde.

Con gran discreción, ella había realizado algunas investigaciones sobre sir Leonard Manning, el hombre que se la había comprado a su padrastro, y había sabido que tanto él como su familia se encontraban en el campo, y que el edificio permanecería cerrado varias semanas. Sólo debía hallar el modo de entrar.

Al instante recordó la ira de su esposo cuando éste se enteró de su escapada a Harwood Hall. En esta ocasión, sin duda, su enfado sería mucho mayor. Con todo, la casa quedaba cerca y sólo le haría falta ausentarse un par de horas.

No estaba segura de qué encontraría en ella, pero sabía que el barón la había vendido con todo su contenido, de manera que los muebles debían de ser los mismos. Reconocería las piezas del dormitorio de su madre, así como las del cuarto de costura, dos de sus lugares favoritos. En aquella ocasión, Zac no descubriría nada pero, incluso en el caso contrario, ella debía asumir el riesgo.

Tal como había planeado, Zac partió a última hora del día siguiente, camino de Lemming Grove. Inmediatamente después de cenar, Ness se retiró a su dormitorio. Se desvistió, se puso un sencillo vestido marrón y cambió sus zapatillas de piel de cabritilla por unos zapatos más resistentes.

Estuvo un buen rato caminando de un lado a otro de la habitación, esperando a que la casa quedara en silencio, mientras oía el irritante tictac del reloj. Los minutos se le hacían eternos. Poco antes de medianoche abrió la puerta, se aseguró de que no había nadie a la vista y bajó por la escalera del servicio, en la parte trasera de la casa.

En lugar de tomar un taxi, decidió recorrer a pie las siete calles que la separaban de la que había sido residencia de sus padres en Londres. Mayfair era la zona más elegante de la ciudad y, por lo que tenía entendido, la más segura de todas.

Cuando se encontraba a apenas una manzana de Greenbower Street oyó aproximarse un carruaje. Se cubrió los hombros con el chal, bajó la cabeza y siguió andando. Entonces oyó unas palabras autoritarias que ordenaban al cochero detenerse junto a la acera.

Jesse: ¡Por el amor de Dios, Vanessa! ¿Eres tú? -Reconoció al instante la voz de Jesse, que iba en su moderno carruaje negro, con bordes amarillos sobre los guardabarros, y tirado por caballos grises-. ¿Qué demonios estás haciendo aquí sola?

Ness suspiró, resignada, y volvió la cabeza para mirarle. Acababa de desvanecerse su esperanza de no tropezarse con nadie.

Ness: Buenas noches, Jesse. -Sabía que vivía en Mayfair, aunque desconocía su dirección exacta. Con su mala suerte habitual, había tenido que encontrárselo-. Ahora no tengo tiempo para explicártelo. Debo ocuparme de un asunto importante. Espero que no digas a nadie que me has visto.

Jesse, intrigado, arqueó una ceja.

Jesse: Por supuesto que no lo haré… siempre que me reveles adónde te diriges. No voy a dejarte aquí sola a estas horas.

Dios santo, otra preocupación más, como si no tuviera ya bastantes.

Ness: Es una larga historia, Jesse.

La portezuela del carruaje se abrió de golpe, insisitiéndole a entrar.

Jesse: Tengo todo el tiempo del mundo. Tu hermana y John me cortarían la cabeza si supieran que no te he ofrecido mi protección a estas horas. Y será mejor que me cuentes qué asunto es ese que lleva a una mujer a salir a la calle en plena noche. Voy a acompañarte hasta que termines lo que tengas que hacer y pueda devolverte a casa sana y salva.

La expresión de Jesse indicaba que no iba a cambiar de opinión. Además, a Ness le inspiraba confianza. Seguro que mantendría su palabra, fuera lo que fuese lo que decidiera contarle.

Se recogió un poco la falda para no tropezar, subió al carruaje y se sentó frente a Jesse. En pocas palabras, le resumió que su padre había sido asesinado y le hizo partícipe de sus sospechas, que recaían en quien había heredado su título y sus propiedades, Jack Whiting, barón de Harwood.

Ness: Creo que mi madre descubrió la verdad antes de enfermar, pero que murió sin poder hacer nada al respecto. Si eso es lo que sucedió, tal vez lo dejara anotado en su diario. Por eso debo encontrarlo.

Jesse: Entiendo. ¿Y crees que ese diario podría estar en casa de sir Leonard?

Ness: Sí.

Jesse golpeó la capota del carruaje con el mango de plata de su bastón e indicó al cochero que se dirigiera a Greenbower Street. El coche cambió de rumbo y, al llegar allí, dobló hasta encontrar el callejón al que daban las entradas traseras de las residencias.

Bajaron juntos y avanzaron frente a las caballerizas, en busca del estrecho edificio de ladrillo, de dos plantas, y de la manera de entrar en él.

Jesse: Por aquí -susurró-. Esta ventana no está bien cerrada. Entro yo y te abro la puerta.

Ness asintió. Le agradecía que se mostrara dispuesto a poner en peligro su reputación para ayudarla, y también de que fuera él quien se subiera al alféizar. En medio de la operación, oyó el ruido de una tela al rasgarse, seguido de una maldición de Jesse, y se sintió un poco culpable.

Pocos instantes después, se encontraba ya en el interior de la casa. Su acompañante había encendido una lamparilla de bronce. Todo seguía prácticamente como lo recordaba. Se trataba de una residencia acogedora, en la que la comodidad predominaba sobre la moda. En ella todavía se mantenían las sillas de mullidos asientos y los gabinetes con puertas de cristal, llenos de libros. Jesse sostenía la lámpara en alto, y ella le siguió escaleras arriba.

Ness: El dormitorio de mi madre estaba al fondo del pasillo -dijo en voz baja. Aunque lady Harwood dormía casi siempre en la misma habitación en que lo hacía su esposo. Ojala Zac y él compartieran esa misma proximidad-. Y su cuarto de costura era el contiguo.

Los recuerdos la asaltaron de pronto: la calidez de las risas de sus padres, los juegos a los que Alysson y ella se entregaban junto a la chimenea, su padre leyendo, su madre intentando componer algún poema o vertiendo sus experiencias y sentimientos en su diario.

Jesse: Las cosas pueden haber cambiado desde entonces -observó-.

En efecto, pensó Ness, todo era muy distinto. Por su mente pasaron, a toda velocidad, las grandes transformaciones operadas en su vida desde la muerte de sus padres, tras la cual ambas hermanas habían quedado a merced de su padrastro.

Afortunadamente, salvo el nuevo dosel de damasco, la nueva colcha y las mullidas alfombras persas, el dormitorio estaba como la última vez que lo había visto.

Rápidamente, comenzó a buscar por todos los muebles que le resultaban conocidos, con la intención de encontrar algún sitio capaz de ocultar un objeto del tamaño de un diario.

Ness: Tal vez alguien lo encontró.

Jesse: De ser así, lo habrían devuelto.

Ness: Ya.

Fuera lo que fuese lo que hubiera sucedido con aquel diario, la búsqueda exhaustiva por la planta baja no arrojó resultado alguno.

Jesse: Deberíamos irnos -sugirió-. Con cada minuto que pasamos aquí, aumenta el riesgo de que nos descubran. Preferiría que no me detuvieran como a un vulgar ladrón.

Ness no quería irse con las manos vacías, pero ya había revisado casi toda la casa y, además, era muy posible que el diario estuviera escondido en algún lugar de Windmere.

Ignorando su decepción, Ness siguió a Jesse y ambos regresaron al carruaje. No tardó en estar de vuelta en Berkeley Square, desde donde se coló en casa por la puerta trasera, con cuidado de no ser vista.

Estaba cansada. Se desvistió sin la ayuda de Lilian y se metió en la cama. Decepcionada sí, pero no desanimada. Tal vez en la preciosa mansión que se alzaba en los Costwolds, entre cincuenta hectáreas de ondulantes colinas, se hallara la solución. El lugar que su madre y ella misma habían amado tanto, la finca que debería haber sido para Alysson y para ella.

Ahora que había contado a Zac la verdad del asesinato, tal vez le ayudara a registrarla de algún modo. Al pensar en ello suspiró. Sin duda su esposo se negaría a colarse en Windmere.

Sintió escalofríos al pensar en lo furioso que se pondría Zac si descubriera que había entrado en la casa de sir Leonard, acompañada nada menos que de Jesse Leal, y rezó por que no llegara a enterarse nunca.


4 comentarios:

Alice dijo...

Felicidades Alysson!!!
XD XD XD
Todas a felicitar a Aly, ke para alguien ke pensaba ke solo por bsarse con su marido, ya lo habian hecho, ha sido un gran logro ke lo hiciera de verdad XD XD XD
Gracias por los comenta
Me alegra que cada dia haya mas seguidoras
Kat Martin se sentiría muy orgullosa
Seguid asi chicas!
Espero que este cap os haya gustado
Comentad mucho!
Bye!
Kisses!

Natalia dijo...

Magnificos capitulos.
Tu novela me trae enviciada..
Es preciosa, publica pronto que ya estoy impaciente de leer el proximo capitulo.
Muackkk

Carolina dijo...

lo hizo! lo hizo!!
y de verdad xD ahor aia sabe q no son solo besos!! xD
y nessa tb va x buen camino... aunq colarte en una casa con jesse no fue una idea muy lista ¬¬ pero bueno! ia se vera!!
sigan comentando!!
tkm loki!!

Alice dijo...

He tenido que volver a publicar el 18 porque los imbeciles de blogger me lo borraron ¬¬
ke idiotas!!
y los coments que tenia a la mierda!!!
tambien se borraron!!
estupida gente de blogger!!!
bueno ya me desahogue XD XD
aora me pondre con el 19
a ver si no me lo borran ¬¬
asta aora!

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