topbella

lunes, 16 de mayo de 2011

Capítulo 22


La prisión se alzaba al pie de una colina. Se trataba de un edificio de tres plantas, construido con piedra gris. Una hilera de destartaladas lámparas de latón colgaba de la pesada verja de hierro que rodeaba el patio, aunque la mayor parte de la zona abierta quedaba a oscuras.

Junto a la entrada había dos guardias, uno alto y delgado, y el otro mayor y más fornido. En cuanto vieron que Ness avanzaba hacia ellos, abandonaron su postura torpe y se pusieron firmes.

Ness sonrió y siguió caminando. Esperaba que no oyeran los latidos de su corazón ni se fijaran en el sudor que le humedecía las manos. Al acercarse más les vio las caras, y comprobó que su gesto era de desconfianza.

Guardia 2: ¡Eh, tú! ¡Alto! ¡No te muevas de donde estás!

El corazón le latía con tanta fuerza que desplazaba sus costillas. El guardia mayor dejó su puesto y avanzó hacia ella, apuntándola con una pistola.

Guardia 2: ¿Qué haces aquí, en plena noche?

Ness: Por favor, monsieur, he venido sólo para saber qué le ha pasado a mi hermano.

El guardia le hizo una señal con la pistola, y ella se acercó al portón, donde el otro guardia, más joven y delgado, seguía plantado, muy tieso, en su puesto.

Ness: Mi hermano se llama Gaspard Latour. Lleva preso casi seis meses.

Les contó que había venido desde Saint Homer con la esperanza de verle, pues toda la familia estaba muy preocupada por él.

Al fin parecieron tranquilizarse un poco y, transcurridos unos momentos, logró arrancarles las primeras sonrisas. No veía a Zac y los demás, pero sabía que, a menos que algo hubiera ido mal, ya se encontraban en el interior del recinto. Se concentró en los guardias, sin dejar de sonreírles y hablarles, decidida a lograr que no se percataran de nada de lo que sucedía en el patio que se extendía tras ellos.

El guardia mofletudo le dedicó una sonrisa obscena.

Guardia 2: ¿Seguro que has venido a ver a tu hermano, y no a tu amante?

Ness apartó la mirada, fingiendo sentirse ruborizada. Se movió un poco y negó despacio con la cabeza.

Ness: Es mi hermano, de verdad, monsieur.

El delgado se encogió de hombros.

Guardia 1: Tanto si es tu hermano como si no, tendrás que volver mañana. No podemos saber en qué celda se encuentra hasta que regrese el carcelero.

Gracias a Dios. No sabía qué habría hecho si le hubieran permitido el acceso.

Por encima del hombro del joven, creyó ver el reflejo de un movimiento. Mientras los guardias reían y ella fingía timidez, vio unas siluetas desplazarse rápidamente por el patio oscuro. Una llevaba un brazo vendado. Debía de ser el capitán Seeley, pues avanzaba cojeando en dirección a la puerta lateral que conducía al exterior. Sólo intuyó al tercer hombre, pero el cuarto los seguía empuñando la pistola, cubriendo a los demás.

Se obligó a mantener la calma. Habían rescatado al primo de su marido. Ahora debían salir de la cárcel y llegar al carromato.

Uno de los guardias hizo gesto de volverse hacia el patio, pero Ness le agarró del brazo para captar de nuevo su atención.

Ness: Gracias, monsieur. Regresaré a la posada y esperaré a mañana, tal como sugiere. Le agradezco mucho su ayuda.

El guardia más fornido se acercó a ella y le sujetó la cintura con sus manos rechonchas.

Guardia 2: Yo creo que la señorita debería pasar la noche aquí, con nosotros. ¿Qué dices tú?

El otro, el delgado, esbozó su sonrisa estropeada.

Guardia 1: Yo digo que sí, que debería quedarse, al menos un rato.

Los dos hombres empezaron a arrinconarla contra la verja, y a Ness se le dispararon todas las alarmas, aunque intentó no demostrar el miedo que sentía.

Ness: Debo irme. Mi familia me está esperando en la posada. Vendrán a buscarme si ven que no llego.

El gordo escupió al suelo.

Guardia 2: ¿Qué idiota dejaría venir sola a una preciosidad como tú? No, creo que a ti no te espera nadie.

Ness: Por favor, déjenme marchar. -Podía fingir que se desmayaba, pero en ese caso Zac acudiría en su rescate y pondrían en peligro el éxito de la operación-. Les digo la verdad. Uno de ellos es mi esposo. Él me ha prohibido venir, pero la cárcel quedaba tan cerca y yo tenía tantas ganas de ver a mi hermano… Debo regresar antes de que venga a buscarme hecho una furia.

Max: Me temo que ya está aquí.

Era Max Bradley. El guardia la soltó y, con cautela, dio un paso atrás. Había algo en aquel hombre, una dureza que advertía del peligro que corrían todos los que se enfrentaran a él.

Ness se agarró de su brazo y le miró, suplicante.

Ness: Estos dos guardias han sido muy amables. Dicen que si volvemos por la mañana, alguien buscará a Gaspard. Tal vez podamos incluso verle.

La expresión de Max se hizo más dura.

Max: Tu hermano no merece todas esas molestias. -Con un gesto le indicó que se pusiera en marcha-. Y más te vale no desobedecerme nunca más.

Ness, con cara apenada, le obedeció.

Alcanzaron lo alto de la colina y, ya fuera del alcance de los guardias, avistaron el carromato. El banco estaba vacío, y la lona que lo cubría volvía a estar echada.

Max: Vamos. Los hombres ya están en el carro.

Max la ayudó a subir, antes de montarse él, soltar el freno y ponerse en marcha.

Hasta ese momento no se preguntó por qué había sido Max quien había acudido en su rescate, y no Zac, tan decidido a protegerla como se había mostrado. Tal vez fuera porque el francés de Bradley era mejor. Aun así…

Ness: ¿Todo… todo ha ido bien?

Max: En gran parte sí.

Ness: ¿Y el capitán Seeley?

Max: El capitán se encuentra en un estado muy frágil. Tiene suerte de seguir con vida. -Los caballos avanzaban al trote por el camino, y el asiento no dejaba de moverse-. Además, ha habido una desgracia.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

Ness: ¿Qué clase de desgracia?

Max: Al final de la galería donde tenían al capitán había camuflado un guardia. Debía de encontrarse oculto entre las sombras y pasamos por su lado. Iba a dar la voz de alarma, pero su esposo le impidió llegar hasta la puerta. -Ness no quería dejarse vencer por el pánico. Sabía que Zac estaba vivo, pues había visto a cuatro hombres en el patio-. Hubo un forcejeo. Lord Brant sabía que acudirían muchos hombres si el guardia lograba disparar su arma. Éste desenvainó su espada y en la pelea su esposo resultó herido. En el pecho.

Ness ahogó un grito y se dio la vuelta para meterse en el interior del carromato, pero Max la sujetó del brazo.

Max: Tranquila. No podemos llamar la atención de nadie. Debemos llegar al barco.

Ness: ¡Pero tenemos que ayudarle! Debe de estar sangrando. ¡Tenemos que detener la hemorragia!

Max: Eso ya lo hemos hecho. Estará bien hasta que lleguemos al barco. Allí el médico se ocupará de él.

Ness se volvió de nuevo y miró atrás.

Ness: Este camino está lleno de baches. ¿Y si la herida vuelve a sangrarle? Déjeme ver si puedo hacer algo.

Max: Lo mejor que puede hacer es no dejar de mirar al frente y hacer como si nada malo sucediera. Todavía no nos encontramos a salvo. Si nos interceptan antes de que lleguemos al Nightingale será el fin.

Ness se aferró al asiento y permaneció en su sitio, temblorosa. Zac estaba herido, tal vez de gravedad. Y ella no podía hacer nada.

Ness: ¿Y el guardia que le atacó? ¿Logró dar la voz de alarma?

Max esbozó una sonrisa torcida.

Max: De él ya no debe preocuparse. Ése seguro que ya no dará ninguna voz.

Ness no habló más, pero un escalofrío recorrió todo su ser. No podía pensar más que en Zac y en la gravedad de su herida.

El trayecto hasta el barco se hizo interminable, y al traqueteo del carro se sumaban los fuertes latidos de su corazón. En la parte trasera no se movía nada, y nadie les salió al paso en aquel camino tan poco transitado.

Al fin oyó el vaivén de las olas al romper en la orilla y se sintió a la vez aliviada y presa de un intenso temor.

Max: No se preocupe -dijo al ver lo pálida que estaba-. Ya casi hemos llegado.

Pero para Ness todavía faltaba mucho.

Se le formaba un nudo en la garganta al pensar que, bajo la lona, su esposo podía estar muriendo.

Cuando lo subieron a bordo, Zac estaba inconsciente. Tenía los ojos cerrados y el rostro pálido. Parecía respirar con gran esfuerzo. Ness, al verlo, creyó que iba a desmayarse. El doctor desgarró su camisa ensangrentada y dejó a la vista una profunda herida en el pecho, que seguía sangrando.

«No dejes que muera -rezaba Ness en silencio-. No dejes que muera.» Le había dicho que lo amaba, sí, pero sabía que él no la creía. Y ahora, tal vez ya nunca lo supiera.

Doc: La herida es profunda, pero recta -dijo el médico, inclinado sobre Zac. Estaban en el camarote que él y ella habían compartido aquella misma noche-. Y eso es bueno. Pero ha perdido mucha sangre, y eso es malo.

El doctor era un hombre bajo y algo regordete que respondía al nombre de Patrick McCauley. No tendría más de treinta y cinco años, tenía pelo negro y lucía barba. Se balanceó un poco con la vaivén del barco, en la que ya habían desplegado las velas y levado el ancla. El Nightingale se alejaba de las costas francesas y se dirigía a alta mar, camino de casa, de Inglaterra.

Ness rogó a Dios que su esposo sobreviviera al viaje.

Zac se agitó en la litera y gimió cuando el doctor vertió unos polvos de sulfuro en la herida, así como una mezcla de hierbas y una sustancia espesa que, según dijo, estaba hecha con el aceite que se utilizaba para engrasar los ejes de las carretas.

Volvió a gemir, y Ness alargó la mano temblorosa para acariciarle. A pesar de su palidez, de la frialdad extrema de su cuerpo, su presencia seguía resultando magnética, poderosa, y ejercía sobre ella una atracción que ningún otro hombre había logrado despertar.

Pero lo cierto era que, como cualquier otro hombre, también él podía morir.

Patrick: Deberemos vigilar de cerca por si se produce gangrena -informó el médico mientras enhebraba la aguja con hilo de tripa y empezaba el lento proceso de coser la herida-.

Mientras presenciaba aquella operación, el modo en que aquel hombre atravesaba la aguja en la carne abierta de Zac, Ness no podía evitar fruncir el ceño. Siempre le había encantado el pecho suave y musculoso de su marido. No le seducía pensar en las cicatrices que seguramente le dejaría aquel médico.

Ness: Tal vez podría dejarme hacerlo a mí, doctor. Nunca he cosido a un hombre, pero tengo experiencia de años con la costura.

Patrick: Sea entonces mi ayudante.

La costura interior ya estaba terminada. McCauley le alargó la aguja y ella tomó aliento.

Podía hacerlo. Debía hacerlo por Zac. Haría lo que fuera por ayudarle, lo mismo que él la había ayudado a ella en una ocasión.

La mano le tembló un instante, pero al momento su pulso se hizo firme y entonces se puso manos a la obra. Empezó dando puntadas muy pequeñas, que apenas se verían una vez la herida hubiera sanado. El cuerpo de Zac se tensaba un poco al sentir los aguijonazos en la carne y, lentamente, fue abriendo los ojos. Ness leía el dolor en su rostro, y no podía evitar un nudo en la garganta.

Ness: Sé que duele. Trataré de terminar lo antes posible.

Patrick: Le administraré unas gotas de láudano -intervino el médico-. Aliviará su malestar.

Ness proseguía con su tarea, y el doctor vertió el amargo líquido en una taza, añadió un poco de agua y se la dio a beber. Zac tragó el brebaje y se acostó. Bajó los párpados y compuso una expresión tranquila. Por un instante, sus ojos azules parecieron calmarse. Al verla ahí, a su lado, parecía tranquilizarse e incluso respirar un poco mejor.

Ness: El médico se está ocupando de ti -dijo, echándole el pelo hacia atrás-. Te pondrás bien.

Seguramente Zac vio el temor y la preocupación en su rostro, pues trató de esbozar una sonrisa. Pero no lo logró. Cerró los ojos y volvió a perder el conocimiento.

Los ojos de Ness se inundaron de lágrimas. Reprimió el impulso de llorar y siguió cosiendo la herida, tensando bien el hilo, dando pequeñas puntadas una y otra vez. Cuando la herida quedó perfectamente cosida, le hizo un nudo al hilo y lo cortó.

Y entonces, al dar por terminada la operación, sí estalló en sollozos.

Patrick: No se preocupe, milady -la tranquilizó el médico con voz dulce-. La herida no ha afectado ningún órgano vital. Es la pérdida de tanta sangre lo que le hace sentirse tan débil. -Ella asintió, pero las lágrimas seguían resbalando por sus mejillas-. Va a tener que descansar mucho, y deberá recibir muchos cuidados, pero con suerte se recuperará.

Sí, se recuperaría, se dijo ella. Zac era joven y fuerte. Sobreviviría a aquel contratiempo y no tardaría en levantarse de la cama.

Pasó la noche con él, sentada en una silla junto a la litera. Tanto Will como Max acudieron a ver cómo se encontraba, pero mientras permanecieron allí él no se despertó.

Y así siguió, sin moverse, hasta poco antes del amanecer.

Cuando sus ojos apagados, llenos de dolor, se abrieron despacio y se posaron en su rostro, Ness tuvo ganas de echarse a llorar de nuevo. Pero no lo hizo, y tragó saliva, intentando disolver el nudo que tenía en la garganta. Para distraerse, se puso a alisar las sábanas que lo cubrían.

Ness: Debes estarte tumbado -le advirtió-. Si no, se te abrirá esa herida que con tanto cuidado te he cosido.

Zac apenas movió los labios.

Zac: Jamás pensé que… tu… afición a la costura… fuera a resultarme… tan útil.

Ella le pasó la mano por el pelo; al menos tenía una excusa para acariciarlo.

Ness: Sí, supongo que sí.

En ese momento el médico llamó a la puerta y entró.

Patrick: Veo que está despierto.

Ness: Acaba de recobrar la conciencia.

McCauley retiró las sábanas y observó el vendaje.

Patrick: No ha sangrado mucho durante la noche. Creo que prácticamente hemos detenido la hemorragia.

Mientras el doctor le quitaba el vendaje para reemplazarlo por otro nuevo, Zac no le quitaba la vista de encima.

Zac: ¿Qué hay de Andrew? -le preguntó al fin-. ¿Está bien?

McCauley frunció el ceño, pues no sabía qué debía comunicar a un hombre gravemente herido.

Patrick: Está tan bien como cabría esperar.

Zac no pareció satisfecho con la respuesta, pero cerró los ojos y al momento volvió a quedarse dormido.

El sol ya había salido y Zac volvía a estar consciente cuando el médico regresó para realizar una segunda exploración. A Ness le parecía que tenía mejor color y que su mirada enfocaba mejor.

Zac: Insisto en conocer cuál es el estado del capitán Seeley -dijo con autoridad-.

El doctor dio un brinco.

Patrick: ¿Quiere saber la verdad? El capitán ha estado a punto de morir de hambre. Su debilidad es tal que apenas puede ponerse en pie. Cuando lo encontraron estaba infestado de piojos, y las picaduras de otros parásitos estaban a punto de acabar con su vida. Hemos hecho todo lo que se puede hacer por un hombre en sus condiciones. Se le ha bañado y afeitado, pelo y barba. Lo que ahora necesita es comer y descansar, para recobrar fuerzas. ¿Era eso lo que quería saber?

Zac se apoyó en la almohada.

Zac: Gracias -dijo con voz serena, cerrando los ojos. La sábana resbaló hasta sus caderas, dejando al descubierto pecho y cintura. La blancura inmaculada de la venda contrastaba con su oscuro vello pectoral-.

Patrick: Encárguese de que tome la medicina que he dejado ahí, y un poco más de láudano. Así no sentirá tanto dolor. Volveré a visitarle antes de que lleguemos a puerto.

El médico salió del camarote y Ness agarró un paño húmedo y se lo pasó a su marido por la cara, el cuello, el pecho y los hombros. La piel de su marido calentaba la tela, y ella temía que empezara a tener fiebre.

Ness: El doctor dice que debes tomar un poco más de láudano. Te aliviará el dolor y te ayudará a dormir.

Zac giró la cabeza y miró por la ventana. No era la primera vez que parecía rememorar los acontecimientos vividos en la cárcel francesa.

Zac: Ni siquiera le reconocí -balbuceó-. No se parecía en nada a Andrew, era más bien como alguien que ya hubiera muerto.

A Ness le temblaba la mano cuando metió el paño en la palangana llena de agua y lo escurrió.

Ness: El capitán Seeley se pondrá bien, y tú también. Le has salvado la vida, Zac. De no haber insistido como lo hiciste, no habría salido nunca de esa sucia cárcel.

Zac la miró, alargó el brazo y le agarró la mano.

Zac: Gracias por lo que has hecho por él. No habríamos podido sacarlo de allí sin tu ayuda.

Ness le cubrió los labios con un dedo.

Ness: Me alegra haber podido ayudar.

Zac fijó la mirada en sus ojos, antes de cerrar los suyos, dominado por el cansancio. Ness siguió lavando su piel caliente, llevándole la taza a los labios para que bebiera sorbos de agua. Zac parecía confortado con su presencia.

Llegaron a los muelles de Londres poco antes del mediodía. Como Zac estaba herido, se decidió que la recuperación del capitán Seeley fuera en Sheffield House, la residencia real del duque. El doctor McCauley prometió seguir de cerca la recuperación de sus dos pacientes.

Ness vio por primera vez al capitán cuando lo llevaban a uno de los taxis. Cojeaba ligeramente y necesitaba apoyarse en el duque. Se trataba de un hombre alto y de elevados pómulos, y su gesto recordaba al de Max Bradley: duro, peligroso.

Lo delgado de su aspecto y lo ancho de sus ropas destacaban la amplitud de sus hombros e indicaban lo que debía de haber sufrido en prisión. Sus labios, aunque bien formados, dibujaban un gesto de cinismo.

Con todo, lo más desconcertante de su rostro eran sus ojos. Ness nunca había visto unos iris del color de un mar helado. No obstante le pareció que, cuando se recuperara, Andrew Seeley sería un hombre muy apuesto.

Como no era momento para presentaciones, se concentró de nuevo en su esposo, ayudándole a subir al segundo carruaje, que había de conducirlos a casa. Ness dedicó todo el trayecto a dar las gracias a Dios por haber permitido que Zac sobreviviera al viaje, y a rezar por que sanara de sus heridas.

La semana transcurrió entre una gran actividad. Cuidar de Zac le llevaba casi todo el tiempo, pues debía darle la comida, bañarlo, asegurarse de que tomara las medicinas y cambiarle los vendajes.

Transcurridos unos días, seguía sin haber rastro de gangrena y empezaba a despejarse toda duda sobre la recuperación de su esposo.

Zac: Tengo a un ejército de criados a mi disposición -había declarado él entre gruñidos, señal inequívoca de su recuperación-. Dadas las circunstancias, no estás obligada a cuidar de mí.

Pero ella quería cuidarle. Lo amaba.

Ness: No es ninguna molestia para mí.

A partir de entonces, Zac no volvió a comentar nada, y a ella le parecía que estaba tan encantado de sus cuidados como ella lo estaba de seguir a su lado.

Al lunes siguiente, tras ocho días de encierro, al entrar en su dormitorio lo encontró vestido y de pie. Se le veía algo pálido y débil, y tan guapo que sintió una punzada en el corazón.

Ness: Te has levantado -observó, que, egoísta, habría querido pasar unos días más cuidando de él-.

Zac: Ya he salido de esa maldita cama, que es lo que debería haber hecho hace días. Y lo habría hecho de no haber sido por la insistencia del doctor McCauley y por tu pesadez constante. -Esbozó una sonrisa-. Gracias, Vanessa. Te agradezco los cuidados que me has dado.

Ella no respondió. No estaba segura de qué iba a suceder a partir de ese momento. Si él mantendría su idea de irse de casa, o si esperaría que fuera ella la que se marchara. Al pensar en lo mucho que le echaría de menos, se le hizo un nudo en la garganta.

Ness: ¿Vas a la residencia del duque a ver a tu primo? -le preguntó, haciendo esfuerzos por ocultar el temblor de su voz-.

Zac: Ahí me dirijo, sí… Espero que Andrew haya contado con una enfermera la mitad de buena que tú.

Ness se ruborizó y bajó la vista a sus zapatos, que sobresalían del dobladillo del vestido.

Ness: ¿Estás… estás seguro de que te encuentras lo bastante bien? Tal vez debiera acompañarte.

Zac: No creo que Andrew esté recuperado como para recibir visitas. Además, me encuentro perfectamente bien.

Ella le observó unos instantes, como si quisiera memorizar sus rasgos. Esperaba que regresara a casa, aunque no las tenía todas consigo. Temía que cualquier día llegaran los papeles de la anulación matrimonial. Forzó una sonrisa, pasando por alto la angustia que sentía en el corazón.

Ness: Bien, si no necesitas nada más…

Zac: Sí, hay otra cosa. Antes de que te vayas, me gustaría hablar contigo un momento. Quiero decirte algo que considero importante. -La miró fijamente, y el dolor que sentía en el pecho se hizo más intenso. Zac se dirigió al sofá situado frente a la chimenea-. Si no te importa, me sentaré.

Ella se apresuró hacia él.

Ness: Déjame ayudarte.

El conde rechazó su asistencia con un gesto de la mano y se sentó, haciendo un par de muecas de dolor. Una vez acomodado, esperó a que Vanessa hiciera lo propio en una butaca, frente a él.

Zac: Al pasar la semana entera postrado en la cama, he dispuesto de bastante tiempo para pensar. O tal vez haya sido mi encuentro cercano con la muerte.

La seriedad de Zac era tal que Ness era ya un manojo de nervios.

Ness: Sí, lo comprendo.

Zac: Y he pasado gran parte de ese tiempo pensando en nuestro matrimonio.

Vanessa sintió un nudo en la garganta. Dios santo. Ella no había pensado en nada más. Su matrimonio y el restablecimiento de su esposo la habían tenido casi en vela toda la semana.

Zac: Llevamos casados apenas tres meses, y no es tiempo suficiente para conocer a otra persona. Además, las circunstancias de nuestro matrimonio no fueron las que ninguno de los dos habría preferido.

Ness entrelazó las manos y las posó en su regazo, en un intento de que dejaran de temblar.

Ness: Siento haberte forzado a aquélla situación. No fue nunca mi intención.

Zac: Fui yo quien forcé el matrimonio, no tú. En ocasiones puedo ser orgulloso, y en aquel momento me pareció que sería la mejor solución.

Ness: Salvaste a mi hermana. Y eso era lo importante.

Zac: Tu felicidad también era importante, Vanessa. -Ella no respondió. El corazón le latía con fuerza, y todos los nervios de su cuerpo se agitaban-. La verdad es que yo quería casarme contigo. En realidad, estaba decidido a poseerte. En aquel momento me negaba a admitirlo ante mí mismo, pero robarte tu inocencia aquella noche, en el barco, fue la excusa que buscaba para casarme con la mujer que quería como esposa.

Ness se quedó sin respiración.

Ness: Pero tú… tú querías casarte con una heredera.

Zac: Durante un tiempo me pareció que ese tipo de enlace era importante. Creía que estaba en deuda con mi padre, que debía incrementar la fortuna familiar. Pero no tardé en descubrir que, en realidad, todo eso no importaba.

Ness: Pero…

Zac: Escúchame, Vanessa, por favor. Sólo una vez tendré el valor de decírtelo. -La miró a los ojos, y Ness descubrió en ellos una profunda preocupación. Deseó levantarse y acariciarle-. En esta vida, las personas a veces cometen errores. Yo cometí uno muy grave al tratarte como te traté después de nuestra boda. Debería haberte bañado en flores, comprado caros regalos. Maldita sea… debería haberte dado todo lo que quisieras.

Ness estaba a punto de echarse a llorar.

Ness: Yo no deseaba regalos. Sólo te quería a ti, Zac.

Él apartó la mirada y pareció calmarse.

Zac: La semana pasada, a bordo del barco, me pediste que me quedara contigo en el camarote. Te entregaste a mí como lo hiciste aquella otra noche, antes de nuestra boda. Desde que me hirieron, me has demostrado todas las atenciones, y no hay duda de que te has preocupado mucho por mí. Por eso debo hacerte una pregunta. Necesito saber si lo que sucedió entre Leal y tú también fue una equivocación, o si es de verdad el hombre que ha de hacerte feliz.

Ness ya no podía más, el dolor que sentía en el pecho se le hacía insoportable.

Ness: Yo no amo a Jesse. Nunca le he amado.

Zac: ¿Y qué sentimientos tienes hacia mí?

¿Qué sentimientos? Estaba enamorada de él. Locamente enamorada de él. Con el corazón roto por él. Y siempre lo estaría. Aspiró hondo, temblorosa. Zac afirmaba que había cometido un error. Dios santo, ella también había cometido alguno que otro. Conspirar con Jesse había sido el más grave de ellos. Y ahora sabía que su esposo sí había querido casarse con ella. Con ella, y no con una heredera, ni con otra mujer.

Ness: Te quiero, Zac -le respondió al fin con dulzura-. Sólo pretendía que me dedicaras más tiempo. Jesse y yo nunca…

Zac: Escúchame bien, Vanessa. Lo que haya ocurrido entre Leal y tú pertenece al pasado. Lo que importa es el futuro. Lo que necesito saber es si deseas compartir ese futuro conmigo… o con Jesse Leal.

¡Dios bendito! ¿Cómo podía dudar siquiera a cuál de los dos escogería? ¿Cómo no era capaz de ver, con sólo mirarla a los ojos, el amor que ella le demostraba?

Ness: Te quiero -repitió-. La idea de perderte me está destrozando.

Zac hacía esfuerzos por mantener su expresión moderada.

Zac: Entonces, ¿estás dispuesta a dejar a Leal? ¿No volverás a verlo nunca?

Ness se quedó sorprendida. Él estaba dispuesto a seguir con ella a pesar de creer que le había sido infiel.

Ness: Por favor, Zac, tienes que creerme, Jesse y yo jamás…

Zac: ¡No lo digas! ¡No pronuncies ni una palabra más sobre ese hombre! No quiero oír el nombre de Leal en esta casa, nunca más. Quiero que me respondas, Vanessa. Si vamos a seguir casados, quiero que me prometas fidelidad. Quiero que estés conmigo, sólo conmigo.

Los ojos de Vanessa volvieron a llenarse de lágrimas.

Ness: Era todo fingido -susurró-. En realidad nunca sucedió nada.

La expresión de Zac se endureció. Resultaba evidente que no le creía. Se levantó del sofá y empezó a alejarse. El corazón dolorido de Ness estaba dividido. Ahora sabía que Zac no se sentía atrapado en aquel matrimonio, que deseaba que ella siguiera siendo su mujer. Y, si eso era lo que sentía, cabía la posibilidad de que acabara por amarla.

Zac ya había llegado casi a la puerta cuando ella se armó de valor y habló, con la voz entrecortada por el llanto, haciendo que su esposo se detuviera.

Ness: Te juro que siempre te seré fiel. Estaré siempre contigo. Seré la madre de tus hijos y te amaré el resto de mi vida. Te lo juro por mi vida, por la vida de mi hermana y por todo lo que más quiero en este mundo. -Las lágrimas resbalaban por sus mejillas-. Eres el único hombre al que quiero, Zac. El único hombre al que he querido.

Él se volvió para mirarla. Vanessa necesitaba saber qué pensaba, pero su expresión seguía igual de hermética. Habría querido acercarse a él, arrojarse en sus brazos, pero no podía ser, todavía no.

Zac: Empezaremos de nuevo -dijo con voz serena-. Empezaremos como deberíamos haber empezado la primera vez.

Ness: Sí… -pactó, sintiendo un anhelo, un amor por él como nunca antes. Se juró que hallaría el modo de demostrar que nunca le había sido infiel con Jesse Leal-.

Agitado por aquella inquietante mezcla de emociones, Zac abandonó la casa. Dio instrucciones al cochero para que lo llevara a Sheffield House, subió trabajosamente al carruaje y se apoyó en el asiento.

Todavía se sentía algo débil, pero la herida sanaba a buen ritmo, y había empezado a recobrar fuerzas. Esperaba que Andrew también estuviera restableciéndose.

El carruaje dejó atrás Berkeley Square y enfiló Mayfair, avanzando bajo los árboles desnudos. El viento, al paso de las ruedas, levantaba polvo y hojarasca. Zac observaba el ir y venir de gente, pero su mente seguía anclada en Vanessa. Quería decirle que la amaba, pero al final había descubierto que no era capaz.

Había necesitado armarse de todo su valor para exponerle sus sentimientos, para reconocer con humildad sus errores, para pedirle que siguiera siendo su esposa. A cambio, ella había admitido que le amaba y le había jurado fidelidad eterna. Quería creer que así sería. Deseaba entusiasmadamente que lo que le había dicho fuera la verdad. Pero la confianza no se convocaba a voluntad, y su infidelidad era demasiado reciente, demasiado cruel. El tiempo establecería qué había de cierto en sus palabras, determinaría si le amaba o no le amaba, si le sería fiel o infiel.

Lo que hubiera sucedido con Leal pertenecía al pasado. Zac se había acostado con tantas mujeres que había perdido la cuenta. ¿Con qué derecho iba a condenar a una joven e inocente esposa que, inconsciente, se hubiera arrojado a los leones?

Él había cometido bastantes errores, y pensaba reparar el daño que había causado con ellos. Ojala Jesse Leal permaneciera en Nueva York hasta que su misión estuviera completa.

4 comentarios:

Carolina dijo...

si seras bestia efron!!
pero bueno ia te daras cuenta!!
x eso digo... cuando un hombre deduce algo, siempre hay errores ¬¬!
= ia se han reconciliado <3
y a Zac sigue = de sexy 222!
sigan comentando! y mucho!!
tkm mi loki!!

TriiTrii dijo...

Awwww regresaron!! Yesss!!!
Pero Zac todavía piensa q Ness le fue infiel
Pero sabrá la verdad tarde o temprano hehehe
Me encantoooo
Siguelaa
Amo esta noveeee
Kiiiss

ҳ̸Ҳ̸ҳĸaʀყҳ̸Ҳ̸ҳ dijo...

oooooooowwwww!!!
que bonito
ya estan jusntos de nuevo
pero zac es tan terco ¬¬'
tarde o temprano sabra que nunca le fue infiel
que bonito capitulo me encanto
siguela pronto

baii baii

LaLii AleXaNDra dijo...

WAoooo
EL capi tuvo de todo...
Me alegra que rescataran a Andrew..
Y ahora tendra que nessa mostrarle la inocencia al cabeza hueca de zac hahah OK/no
hahhaa
siguela..
esta super

Publicar un comentario

Perfil