topbella

miércoles, 25 de mayo de 2011

Capítulo 8


Dave Thomson y Evan Johnson, dos marineros del Diablo de los Mares, movían los remos del bote. Andrew iba sentado en la popa, y Adam, sobre el borde, frente a él. El primer oficial se dedicaba a probar su recién estrenado catalejo, que acababa de comprar en la aldea.

Adam: Es de muy buena calidad -comentó siguiendo con él la línea de la costa y desplazándolo luego hasta el barco que, anclado, se balanceaba ligeramente-. El viejo Briggs es un verdadero artista -añadió con su marcado acento escocés-.

Andrew le quitó el catalejo y lo examinó con detalle. Se lo llevó al ojo y al cabo de poco se lo devolvió a Adam.

Andrew: Has hecho bien, sí, es muy bueno.

Éste siguió inspeccionando la costa, lo desplazó un poco y entonces Andrew se dio cuenta de que fruncía el ceño.

Andrew: ¿Qué sucede?

Adam: No estoy seguro, hay algo blanco que se mueve por el agua, en dirección a la orilla. Nada casi todo el rato por la superficie. Y no parece un pez.

Andrew: Dame, déjame echar un vistazo.

Andrew se hizo con el catalejo y apuntó con él al agua, desplazando la lente de un lado a otro hasta que dio con el objeto blanco que surcaba las aguas en dirección a tierra firme.

Andrew: Es alguien que nada. Y arrastra algo tras de sí.

Le devolvió el instrumento a Adam.

Adam: Sí, eso debe de ser. Me pregunto de dónde habrá salido ese hombre. -Los dos dirigieron al unísono su mirada al barco-. ¿Del Diablo de los Mares? ¿Quién querría es…?

Adam se fijó en Andrew y vio que apretaba mucho los dientes.

Andrew: Giren el bote. Le daremos alcance. Remen cuarenta y cinco grados a estribor.

Evan: ¿Qué sucede, capitán? -preguntó mientras con habilidad usaba el remo para dirigir el bote en la nueva dirección-.

Andrew: Creo que nuestra prisionera intenta escapar.

Adam se rascó la cabeza.

Adam: ¿Cómo puede ser? La joven no sabe nadar.

Andrew observó al nadador que surcaba las aguas.

Andrew: Tal vez sí sepa. Tal vez si el vestido que lleva no pesa mucho, sí sea capaz de nadar como un maldito pez.

Empezaron a remar todos, Andrew y Adam hundieron un segundo par de remos en el agua para ganar velocidad. Tardaron un poco en darle caza. Cuando llegaron junto a ella, Brittany soltó el hatillo que arrastraba y se sumergió.

Adam: ¿Va a arrojarse a por ella?

Andrew esbozó una fría sonrisa.

Andrew: Que yo recuerde, eso ya lo hice en otra ocasión. Me limitaré a esperar a que salga.

Lo hizo a cierta distancia de donde se encontraba el bote, y al verlos volvió a hundirse. Evan recogió el hatillo y lo metió dentro. Andrew reconoció su impermeable y soltó una maldición.

Remaron para acercarse a ella y speraron a que saliera a la superficie de nuevo. Cuando los vio ahí sentados, sin inmutarse, esperándola, volvió a sumergirse.

Andrew: ¿Todavía no se ha cansado de nadar? -le gritó. Vio que los labios de Brittany se movían y que decían algo que se alegró de no poder oír. Ella miró a su alrededor en busca de su hatillo-. Sus cosas ya están a bordo.

Brittany se rindió y nadó hacia donde se encontraban.

Britt: Supongo que si sigo nadando, me seguirán.

Andrew: Eso se lo aseguro, señorita Snow, se cansará usted mucho antes que nosotros. -Se incorporó y la tomó con fuerza de la mano, levantándola hasta que estuvo dentro. Se quitó el abrigo y se lo puso sobre los hombros-. Es hora de volver a casa, chicos -les dijo a sus hombres, mientras dedicaba a Brittany una mirada de reproche. Mientras se acercaban al Diablo de los Mares, se sentó en regálale borde, junto a ella-.

Britt: Tenía que intentarlo -susurró-. No quiero ir a la cárcel.

Algo se agitó en el interior de Andrew. Él sabía lo que era una prisión, conocía el desprecio, la absoluta humillación que sufriría si la encerraban. No se imaginaba enviando a Brittany a un lugar como ése.

Andrew: De eso ya hablaremos más tarde, cuando esté seca y haya entrado en calor. -Arqueó una ceja-. Parece que está tomando por costumbre ahogarse, Brittany. Espero que a partir de ahora se calme un poco.

Ella se agachó para recoger el hatillo y lo posó con delicadeza en su regazo.

Britt: No pretendía ahogarme, habría llegado a la orilla si no me hubieran descubierto.

Andrew: Puede dar las gracias de su buena suerte al nuevo catalejo de Adam. Funciona muy bien.

Brittany no dijo nada. Él veía en sus hombros encogidos el peso de la desesperación. Una parte de él habría querido decirle algo para que se sintiera mejor, pero era demasiado pronto para hacer promesas.

Llegaron al barco y subieron por la escalerilla de cuerda hasta cubierta. Brittany estaba empapada y las gotas resbalaban por su cuerpo hasta los tablones cepillados. Ned el Largo estaba ahí para recibirles. Alan, a unos pasos, parecía nervioso.

Ned: ¿Está bien? -preguntó con gesto de preocupación-.

Andrew: Nada grave.

Ned: Tenemos otro problema, señor.

Andrew: ¿Qué sucede, Ned?

Ned: Es Trask, señor. Le hemos descubierto cuando intentaba bajar el otro bote. Cuando uno de los hombres le ha preguntado qué hacía, le ha dado un puñetazo que casi lo mata, señor. Hemos tenido que acudir tres más a reducirlo. Y cuando lo hemos logrado, hemos encontrado esto.

Ned le mostró el collar de perlas.

Andrew lo tomó de la mano huesuda de Ned y se giró para mirar a Brittany.

Andrew: Trask no sabía dónde lo guardaba. ¿Cómo ha llegado hasta él?

Ella levantó la barbilla.

Britt: Se lo he dado yo. Llegamos a un acuerdo. Yo le entregaba las perlas y él me dejaba escapar. Y ni se le ocurra acusarme de robo. Este collar es mío, no sé si lo recuerda. Me he limitado a sacarlo del lugar donde lo había escondido.

En otras circunstancias, al ver esa cabeza echada hacia atrás y esos hombros tan rectos, Andrew no habría podido evitar sonreír, pero en ese caso se volvió hacia Ned.

Andrew: ¿Dónde está?

Ned: Atado en su camarote, señor. Para llevarlo hasta ahí hemos tenido que unirnos todos.

Andrew: Súbanlo a cubierta. El señor Cross les acompañará.

Adam se acercó a ellos.

Adam: Por supuesto. -El escocés sacó la pistola que llevaba metida en los pantalones-. Veremos si con esto también quiere pelear. -Empuñó la pistola y, en compañía de Ned y otros dos miembros de la tripulación, se fue en busca de Roger Trask-.

Andrew se volvió hacia Brittany, que seguía de pie, aferrada a su hatillo.

Andrew: Esperemos que esa ropa se le haya mantenido seca. Le sugiero que baje a cambiarse.

Ella apretó con más fuerza el chubasquero.

Britt: Me gustaría poder decirle que lo siento, pero creo que, de haberse encontrado usted en mis circunstancias, habría hecho lo mismo.

Él la miró, y al verla allí de pie, envuelta en su abrigo, el pelo rubio, húmedo, pegado al cuello, chorreando agua por toda la cubierta, lo que sintió fue una oleada de admiración ante su valentía.

Andrew: Tal vez no.

Con la cabeza bien alta, ella se giró e hizo gesto de ausentarse.

Andrew: La felicito por lo bien que nada, Brittany. Reconozco que me ha sorprendido un poco. Con todo, el agua está muy fría y la orilla bastante lejos. Ni Trask tuvo el valor para intentarlo.

Ella permaneció inmóvil un instante antes de ponerse en marcha. Andrew la vio desaparecer por la escalera. Desde que la había subido al barco, aquella mujer no le había dado más que problemas.

Ojala supiera qué iba a hacer con ella.

Brittany se quitó la ropa mojada. Desilusionada, desanimada, se secó con una toalla de tela y desanudó el hatillo. Descubrió que la falda y la blusa se habían mojado en varios puntos, por lo que se puso el vestido de seda azul turquesa, que se había mantenido seco casi en su totalidad. Se soltó el pelo, se lo cepilló y se lo secó cuanto pudo ante el pequeño fuego que ardía en la chimenea.

Cuando Alan llamó a la puerta -Brittany conocía a la perfección su manera característica de golpear la madera con los nudillos-, se acercó a abrirle.

Alan: Buenas tardes, señorita. -Buffy entró corriendo entre sus piernas y saltó sobre la cama. El gato, que en el camarote se sentía como en casa, empezó a limpiarse con tranquilidad, dándose concienzudos lametones por su mata de pelo rubio-. El capitán me envía por si necesita algo. Me temo que no ha llovido lo bastante como para preparar otro baño.

No sin esfuerzo, Brittany esbozó una sonrisa.

Britt: En ese caso, no necesito nada, Alan. ¿Dónde está ahora el capitán?

Alan: En cubierta, con el señor Trask.

Le recorrió un escalofrío.

Britt: ¿Qué va a hacerle el capitán?

Alan: Pues azotarlo, señorita. Una buena tanda de latigazos. El capitán ha ordenado que le den cincuenta.

A Brittany se le encogió el estómago. Azotar a un hombre era un acto de salvajismo, algo propio de la Edad Media. Pero Andrew Seeley era un bárbaro, ¿no? Había recuperado el collar, y había recuperado a su prisionera. Ella creía que llevaría al señor Trask a tierra para que los guardias se ocuparan de él.

Adelantándose a Alan, salió del camarote como un rayo. Mientras subía por la escalera, vio a Andrew que se encontraba en la plaza, junto al timón. Todos los miembros de la tripulación se habían reunido y, sombrero en mano, formaban un semicírculo en torno al mástil.

El corazón empezó a latirle con fuerza. Mientras subía la escalerilla que conducía a la plaza, sus ojos se clavaban en Roger Trask que, atado al palo mayor, desnudo de cintura para arriba, apoyaba la cabeza contra la madera. La cicatriz de su mejilla se apreciaba con claridad mientras esperaba a que Adam Cross le azotara con el látigo de nueve colas que sostenía en su mano grande y huesuda.

Brittany aspiró hondo y se acercó al capitán, que en cuanto la vio apretó con fuerza la mandíbula.

Andrew: Regrese al camarote.

Britt: Debo hablar con usted -dijo plantándose a su lado-.

Andrew: Ahora no.

Ella dirigió su mirada a Trask.

Britt: ¿Cuál es su crimen? Ya le he dicho que no me ha robado el collar.

Andrew: El señor Trask ha desatendido sus deberes.

Britt: Seguro que no merece un castigo tan bárbaro como… como ése. -Se acercó un poco más a aquel siniestro látigo-.

Andrew la agarró por el brazo y la arrastró hasta la barandilla, para que el resto de la tripulación no los oyera.

Andrew: Nada de todo esto es de su incumbencia, Brittany. Este hombre ha cometido un delito. En tanto que capitán de este barco, he ordenado que se le castigue.

Britt: Ha ordenado que se le azote.

Andrew: Así es, cincuenta latigazos.

Britt: Dios santo. -Sentía el corazón en un puño. Casi le parecía ver la piel desgarrada en la espalda de Roger Trask, así que se armó del poco valor que le quedaba-. Se lo suplico, capitán Seeley, envíe al hombre a tierra firme. Que sean las autoridades las que se ocupen de él.

Andrew: ¿Se le ha ocurrido que Trask no esperaba que usted llegara a la costa? ¡Podría haberse ahogado, Brittany!

Britt: ¿Entonces lo hace por él… o por mí?

Andrew apretó la mandíbula y aspiró hondo, tratando de dominarse.

Andrew: A mí esto me gusta tan poco como a usted. Sé muy bien qué se siente con la piel de la espalda desgarrada. Pero a bordo de un barco existen unas normas. Si este hombre no recibe el castigo que merece, los demás empezarán también a desobedecer. Sencillamente, así son las cosas.

Britt: Pero…

Andrew: ¡Señor Johnson!

Uno de los marineros que iban en el bote de remos dio un paso al frente.

Evan: ¿Sí, mi capitán?

Andrew: Lleve a la dama a mi camarote. Y que se quede ahí hasta que este asunto haya terminado.

Evan: Sí, señor.

Johnson le dedicó una mirada de súplica. Era evidente que no deseaba recurrir a la fuerza, pero que lo haría si no le quedaba otro remedio.

Brittany se levantó un poco el vestido y se dirigió a la escalera. El señor Johnson le seguía a corta distancia. Una vez en el pasillo, le abrió la puerta para que entrara, y una vez que estuvo dentro cerró la puerta con firmeza. Brittany supuso que se quedaría ahí, montando guardia.

Brittany se echó en la cama. Una gran calma inundaba el barco, una calma más profunda de la que había sentido hasta ese momento. Sólo se oía, a lo lejos, el susurro del viento en los cabos, y el crujido de los tablones del casco. Entonces resonaron los chasquidos del látigo. Oía con claridad todos y cada uno de ellos. En silencio, comenzó a contarlos. No quería ni imaginar cómo debía de estar la espalda de aquel hombre, pero la imagen aparecía sin que pudiera evitarlo, las delgadas líneas rojas marcadas por las tiras de piel que se clavaban en su carne, y que se volvían más gruesas con cada azote y se llenaban de sangre, que brotaba bajo la piel oscurecida por el sol.

No importaba que mereciera o no el castigo, lo que a ella le preocupaba era que otro ser humano sufriera una agonía que no habría recaído sobre él de no ser por ella.

Dieciocho. Diecinueve. Veinte. Las lágrimas ardían en sus ojos y comenzaron a resbalar por sus mejillas. Veintiuno. Veintidós. Veintitrés. Veinticuatro. Veinticinco.

Contuvo la respiración, aguardando el chasquido del siguiente latigazo. Pero no oyó nada, sólo el sonido sordo de unos pasos, los de los tripulantes que comenzaban a moverse por cubierta. Entonces llamaron a la puerta, y al instante apareció Andrew.

Ella le dio la espalda, se secó las lágrimas que humedecían sus mejillas. Oyó el golpeteo de sus botas en el suelo y supo que se acercaba, sintió sus manos que se apoyaban con delicadeza en sus hombros, que la invitaban a girarse de nuevo.

Andrew: Siento que haya sucedido así. Habría preferido que las cosas fuesen de otro modo.

Britt. He estado contando. Sólo han sido veinticinco azotes.

Andrew: Le he dicho a Trask que usted había intercedido a su favor, aunque la verdad es que no parecía muy agradecido. He reducido a la mitad el castigo, y he ordenado que lo lleven a tierra firme. Creo que todos los miembros de la tripulación, sin una sola excepción, acaban de enamorarse un poco de usted. Bueno, tal vez la excepción sea el señor Trask.

Ella le miró a la cara y comprobó que se sentía tan afectado como ella, que si había hecho cumplir aquel castigo no había sido por gusto.

Britt: Andrew…

Brittany y él se fundieron en un abrazo.

Andrew: No he conocido nunca a nadie como usted -le susurró, rozándole la mejilla con los labios-. Y no creo que vuelva a sucederme.

Entonces ella empezó a llorar, sin saber bien la razón, sólo que se sentía a salvo entre sus brazos, capaz de olvidarse de todo, al menos por unos momentos, de la carga que llevaba, de las preocupación por su padre, del miedo a la cárcel, de la culpa que sentía por haber tomado, quizá, la decisión errónea al organizar la fuga del vizconde.

Andrew: Tranquila -susurraba, acariciándole un mechón de pelo que se le enroscaba detrás de la oreja-. No llore. Todo saldrá bien.

Se quedaron en esa posición lo que a ella le parecieron horas. Brittany se aferraba a él con la cabeza apoyada en su hombro, y Andrew, protector, la rodeaba con sus brazos.

Ella no sabía bien cómo sucedió, cómo alzó la vista para mirarlo y cerró los ojos lentamente, pero en ese instante él empezó a besarla. Olía a mar y sabía ligeramente a cerveza, y las manos que la abrazaban lo hacían con dulzura. Su boca se movía sobre la suya, suavemente al principio, casi con ternura, más profunda después, la lengua que se abría paso, y el placer que crecía en ella e inundaba todos sus miembros.

Las manos de Andrew encontraron sus pechos, los cubrieron por encima de la tela de su vestido, comenzaron a acariciar los pezones una y otra vez, los sintieron endurecerse bajo la seda, comenzar a hincharse y a palpitar. Brittany se adelantó para aplastarlos con más fuerza en sus palmas. Volvió a besarla, y ella sintió que temblaba. Con sorpresa y cierta decepción, comprobó que, al momento, se retiraba.

Tenía los ojos encendidos, los labios curvados en expresión sensual. Leía el deseo en todo su ser, las ganas de poseerla que se esforzaba por controlar.

Brittany tragó saliva. Esperaba que no notara que ella también temblaba.

Britt: Gracias… por venir. Y gracias por rebajarle el castigo a Trask.

Andrew: Lo he hecho por usted, no por él. -Se acercó y le acarició una mejilla-. Y lo que le he dicho lo decía en serio. Todo va a salir bien.

No estaba segura de a qué se refería, pero por extraño que pareciera, en cierto modo había llegado a confiar en él. Se limitó a asentir, con la esperanza de que las cosas salieran como él decía. Lo vio salir del camarote y regresar a sus tareas, y de pronto se sintió vacía. Ojala pudiera llamarle, suplicarle que se quedara.

Pedirle que le hiciera el amor.

La idea pareció surgir de la nada. Por primera vez supo que deseaba que Andrew la acariciara, la besara, le hiciera el amor apasionadamente. Parecía una locura, pero cuanto más pensaba en ello, más razonable le parecía. Desde el momento del rapto, se había convertido en una mujer perdida. Y ningún hombre le haría una proposición decente a una mujer de virtud cuestionada.

Brittany pensó en las noches que había pasado a su lado, apretando en sueños su cuerpo contra el suyo en busca de calor. Había noches que había pasado en vela tratando de no pensar qué sentiría si le acariciaba, si le pasaba las manos por la carne firme y tibia, y sentía sus músculos cambiar de forma bajo sus dedos.

Lo deseaba, se moría de ganas, igual que él la deseaba a ella. Y sin embargo, desde el día en que le salvó la vida, no había vuelto a intentar poseerla. Sabía que no tenía ningún futuro al lado de un canalla como Andrew Seeley, un pirata -bueno, un corsario, se corrigió a sí misma-. Con todo, ya no tenía sentido preservar su inocencia para un esposo que no tendría jamás.

Y quería -durara lo que durase- llegar hasta el final con el hombre al que deseaba.

De ella se apoderó una curiosa sensación que le decía que eso era lo correcto. Deseaba que Andrew Seeley le hiciera el amor. Lo deseaba más que ninguna otra cosa que recordara haber deseado. Pero ¿cómo iba a lograr que sucediera? No era lo bastante descarada para pedírselo sin más.

¿O sí?

A medida que el día avanzaba, Brittany caminaba inquieta de un lado a otro del camarote, y esperaba que él le enviara un mensaje en el que la invitara a cenar con él. Ese día habían dejado atrás un punto indefinible de su relación, habían compartido algo especial, algo precioso, pensaba ella. Sin duda vendría a buscarla.

Pero no le llegaba ningún mensaje. Cuando Alan apareció por la puerta con la bandeja de la cena, su decepción se hizo mayor. ¿Lo habría malinterpretado por completo? ¿Se habría extinguido el deseo que sentía por ella?

¿O era su distancia un cumplido? ¿Estaba jugando al fin a ser caballeroso? ¿A tratarla con el respeto que merecía una dama?

Algo le decía que se trataba de eso, que ya no quería convencerla ni seducirla para acostarse con ella.

No volvería a su cama, a menos que ella lo invitara.

2 comentarios:

TriiTrii dijo...

Aaawww
ya britt le esta gustando a drew
Mmm ya se están enamorando los 2!!
Siguela ;)
No importa si no es zanessa bueno si un poko xD
Pero leo la nove pq es buenísima!!
Bye byee

caromix27 dijo...

lok!
sorry q recien lo lea xD
me ha encantando!
van a zumbar!
bueno si brit se lo pide xD!
sigan comentando!! q sta muy buena!!
tkm mi loki!

Publicar un comentario

Perfil