Capítulo 10

Zac debía ser objetivo. Tenía que asegurarse de que Vanessa le había dicho toda la verdad y nada más que la verdad. No es que desconfiara de ella. Al menos no del todo.

Al pensar en la joven, ahora que habían regresado a casa, se acordó de las horas que habían pasado juntos a bordo y sonrió. Vanessa era tan apasionada como él había supuesto, tal vez incluso más. A regañadientes, la había despertado cuando el barco se aproximaba a puerto, pues no quería que su hermana la echara en falta y descubriera dónde había pasado la noche.

Alysson no tardaría en enterarse de la verdad, apenas Ness se convirtiera en su amante, algo que no podría suceder hasta que las dos quedaran libres de los cargos que recaían sobre ellas. Así pues, debía ponerse al corriente de lo que Justin McPhee hubiera averiguado en relación con Harwood y sus dos misteriosas empleadas.

Aunque era evidente que habían transcurrido muy pocos días desde que McPhee había recibido su encargo, y apenas dos desde su regreso de Francia. Al investigador casi no le había dado tiempo de hacer su trabajo. Con todo, tal vez ya hubiera averiguado algo. Una vez conociera los hechos con exactitud, su intención era ponerse en contacto con el barón.

Según Sheffield, Harwood era muy avaro. Ofrecerle una buena suma de dinero para compensarle el collar -además de amenazarle con promover un escándalo- debería bastar para que retirara los cargos.

Y eso devolvería a Ness a su cama.

Mientras se dirigía a la puerta principal, sonrió al pensar que ella seguía como ama de llaves, haciendo como si nada hubiera cambiado entre ellos, aunque no pudiera evitar ruborizarse cada vez que la descubría mirándolo.

Con todo, eso había sucedido en contadas ocasiones durante los últimos días. Al parecer, Vanessa lo evitaba y no sabía bien cómo proceder. Él le había prometido que solucionaría sus problemas, pero con ello sólo había logrado ponerla más nerviosa. Le parecía que ella le ocultaba algo, algo que le habría gustado confiarle, pero que de momento guardaba para sí.

Tal vez McPhee llenara aquellas lagunas.

Zac así lo esperaba. Pensó en Vanessa mientras abría la puerta del despacho del informante, en Bow Street, y sintió una oleada de deseo. Justin McPhee le esperaba muy serio.

Alysson: Debes contárselo todo.

Ness le había comunicado a su hermana que se había visto obligada a confesar gran parte de la historia la noche en que se escondieron en el barco.

Ness: Lo sé.

Alysson: El conde te dijo que nos ayudaría, ¿verdad?

Estaban trabajando en uno de las habitaciones de la planta superior. Ness abrillantaba los muebles de palisandro mientras Alysson barría el suelo.

Ness: Dijo que nos ayudaría, y estoy segura de que hará lo que pueda, pero…

Alysson: Pero has omitido un dato crucial. No le has dicho que lord Harwood es nuestro padrastro, nuestro verdadero tutor legal.

Ness: Porque no sé qué pasará cuando se entere.

A Zac no iba a hacerle ninguna gracia descubrir que en realidad ella era Vanessa Hudgens Whiting, hija del difunto barón de Harwood, miembro de la aristocracia.

Jack Whiting, que tenía más derechos que ningún otro sobre el título vacante, había llegado a Harwood Hall a las pocas semanas del asesinato de su padre. Sin que nadie lo invitara, se había instalado en la casa y había pasado los siguientes doce meses cortejando a su aturdida madre, haciéndole creer que él era su salvador, hasta que al fin logró convencerla de que se casara con él. Hombre sin oficio ni beneficio que había vivido toda su vida a costa de la generosidad de su madre, había acabado por hacerse con el título, la propiedad y la modesta fortuna de los Harwood, así como con la herencia de lady Harwood y la fabulosa mansión de sus ancestros, Windmere.

Whiting había obtenido exactamente lo que quería. Ness estaba convencida de que habría hecho cualquier cosa para lograrlo.

Incluso matar.

Alysson: El conde podría hablar con el barón -sugirió-; convencerle de que encontraremos la manera de pagar el collar.

Ness: Harwood no se conformará con dinero. Te quiere a ti, Alysson.

De la misma manera que lord Brant quería a Ness. Y a lord Brant le enfurecería saber que sus planes para convertirla en su amante se irían al garete, en cuanto se enterara de que Vanessa era hija de aristócrata.

Alysson: Pase lo que pase, tienes que contárselo. Es de justicia.

Ness dejó de abrillantar la mesa Sheraton y se volvió hacia su hermana.

Ness: Está bien. Se lo contaré esta noche, cuando termine la cena.

No quería ni pensarlo. Durante los dos últimos días lo había evitado en la medida de lo posible. Él parecía darse cuenta, y de algún modo le resultaba gracioso. En las raras ocasiones en que se tropezaba con él, veía el calor en sus ojos y el gesto sensual de sus labios. Recordaba con exactitud la suavidad con que habían recorrido su piel, y la boca del estómago se le encogía al recordarlo.

Alysson se acercó a la puerta.

Alysson: ¿Qué es eso?

Ness: ¿Qué es qué?

Alysson: Parece que alguien te llama. Me parece que es el conde.

Ness también lo oyó, y reconoció el grito atronador.

Alysson: Parece muy enfadado. ¿No crees que ya…?

Ness: Eso es lo que creo. Será mejor que te quedes aquí arriba, tesoro.

Ojala su corazón dejara de latir de ese modo absurdo. Se recogió ligeramente los faldones y salió de la habitación en dirección a la escalera.

Lord Brant se encontraba al final de ésta, con la mandíbula apretada y las mejillas algo encendidas.

Zac: ¡A mi gabinete! -ordenó cuando Vanessa llegó al vestíbulo-. ¡Ahora!

El corazón se le desbocó. Zac estaba más que furioso. ¡Dios! Debería habérselo contado todo antes de que fuera demasiado tarde. Alzó la barbilla y se dirigió al gabinete, seguida de él. Una vez allí, el conde cerró de un portazo.

Zac: Me mentiste -la acusó con voz grave, la ira apenas contenida-.

Ella se obligó a mirar sus enfurecidos ojos.

Ness: Sólo por descuido. Todo lo que conté era cierto.

Zac: ¿Por qué? ¿Por qué no me contaste quién eras?

Ness: Porque tú eres conde y Harwood barón. Porque entre los miembros de la aristocracia existen reglas y no estaba segura de si estarías dispuesto a romperlas.

Zac agitó un puño.

Zac: De modo que pensaste que te entregaría a Harwood.

Ness: Creí que era posible, sí.

El conde apretó la mandíbula.

Zac: Hay algo que probablemente no habría hecho. Y déjame decirte qué es: no habría pasado la noche haciéndote el amor.

Ella esbozó una mueca de disgusto. Tal vez fuera cierto. Tal vez habría rechazado el consuelo de su cuerpo. Se preguntó si, en parte, ése era el motivo por el que no le había revelado su identidad, pero respondió:

Ness: Yo no lamento lo que pasó entre nosotros la otra noche. ¿Tú sí?

Zac: ¡Por el amor de Dios! ¡Claro que lo lamento! ¡Eres la hija de un barón! ¿No comprendes las consecuencias de lo que has hecho?

Ness iba a responder que nunca hablaría de lo sucedido entre ellos, pero alguien llamó bruscamente a la puerta y se detuvo. Zac frunció el ceño, molesto por la interrupción, y se dirigió a la puerta. Al momento entraron dos vigilantes uniformados, seguidos por un hombre alto y delgado al que Ness habría deseado no volver a ver nunca.

Se le formó un nudo en el estómago. Seguro que había sido Zac quien había mandado avisarle. ¡Dios! ¿Cómo había podido confiar en el conde? ¿Por qué no había hecho caso de las alarmas que habían sonado en su mente? ¿Por qué no habían escapado con Alysson apenas el barco había regresado a Londres?

Los ojos se le llenaban de lágrimas, pero parpadeó para eliminarlas. No quería demostrar la menor debilidad ante su padrastro. Enderezó la espalda mientras los alguaciles se aproximaban, pero antes de que llegaran a su lado el conde se interpuso entre ellos.

Zac: Ni un paso más -dijo, y ellos obedecieron. Su mirada se desplazó hasta el barón-. Supongo que usted es Harwood.

Éste esbozó una especie de sonrisa.

Harwood: Para servirle, señor.

Se trataba de un hombre alto y muy delgado, de rasgos angulosos y severos. Era egoísta y despiadado, a pesar de que durante el año en que cortejó a su madre había logrado parecer amable, casi gentil. Era de esos hombres dispuestos a todo para salirse con la suya. Ness lo odiaba por ello.

Zac: Antes de que esto vaya a mayores -prosiguió el conde-, deseo que sepa que la señorita Whiting y su hermana se encuentran bajo mi protección.

Harwood: ¿Es así?

Zac: No ha sido hasta esta misma mañana cuando he descubierto el vínculo que les une. Pensaba enviarle noticia de ello e intentar resolver el asunto.

La señal de sonrisa del barón permaneció en sus labios.

Harwood: No hay nada que resolver. Mis desobedientes hijas regresarán a casa, donde me compensarán por el robo del collar, y el asunto quedará zanjado. Siento, lord Brant, los problemas que puedan haberle causado. Si hay algo que yo pueda hacer para…

Zac: Puede dejarlas a mi cuidado hasta que se resuelva este asunto. Mi prima y su esposo, lord Aimes, actuarán de carabinas. Vanessa y Alysson pueden instalarse con ellos en Forest Glenn, su residencia de Buckinghamshire.

Ness contempló un rayo de esperanza. Zac no las había traicionado. Intentaba ayudarlas, tal como había prometido.

Harwood: Me temo que no lo entiende -insistió el barón-. No hay nada que resolver. Las chicas regresan a casa, conmigo, que soy su tutor legal.

Al rostro del conde asomó el desánimo y algo que se parecía a la desesperación. No iba a poder ayudarlas. Los temores de Vanessa eran fundados. La sangre pareció abandonar el rostro de la joven, y empezaron a flaquearle las fuerzas. ¡Santo Dios! No quería ni imaginar el castigo que el barón le aplicaría.

Aunque no sería nada comparado con lo que le haría a Alysson.

Fue entonces cuando oyó a su hermana, que cruzaba el vestíbulo llorando, custodiada por un alguacil que la conducía al gabinete. Al entrar miró al conde y el desconsuelo la embargó, creyéndolo responsable de la situación.

Harwood: Le agradezco que se haya ocupado de ellas -prosiguió-. Como el escándalo de haber vivido bajo el mismo techo que un hombre soltero resultaría desastroso para la reputación de mis hijas, confío en que mantendrá el asunto en la discreción que requiere.

Zac: De mi boca no saldrá ni una palabra.

Harwood se fijó en Alysson.

Harwood: Vamos, pequeña. Ya va siendo hora de que regresemos a casa.

Zac le clavó una mirada disuasoria.

Zac: Como ya le he dicho, estas señoritas se encuentran bajo mi protección. Si llegara a maltratarlas de algún modo, deberá responder de sus actos ante mí.

El barón no respondió, pero sus labios apretados indicaban que intentaba no perder los estribos.

Harwood: Y si yo descubro que durante su estancia en esta casa han sido dañadas de algún modo, será usted, señor, quien deberá responder ante mí.

Pero si a él eso no le importaba lo más mínimo, pensó Ness. Claro, le preocupaba que el conde hubiera robado la virginidad de Alysson, que era lo que él mismo planeaba hacer. Eso sí le molestaría. Sin duda se quedaría de una pieza si supiese que había sido la mayor de sus hijastras la que se había entregado al conde.

Harwood condujo a Alysson hacia la puerta, y Vanessa hizo gesto de seguirles, pero Zac la retuvo por el brazo y le susurró:

Zac: No te abandonaré. Iré en tu busca. Y encontraré la manera de ayudar a Alysson.

Sí, el conde seguramente haría todo lo posible por ayudarlas. Pero los tribunales eran estrictos en cuestiones de familia, y no tenía ninguna posibilidad de cumplir su propósito.

Ness: Por mí no sufras. Es Alysson la que te necesita.

Zac: Iré en vuestra busca -reiteró el conde con más convicción en los ojos azulados, duros. Alzó la mano y le rozó la mejilla con gesto de preocupación-.

Ness le miró por última vez, memorizando sus preciosos rasgos, pensando en la noche que habían compartido, admitiendo por primera vez lo mucho que había llegado a significar para ella. Se había enamorado de él, no había duda.

Si Harwood se salía con la suya, jamás volvería a verlo.