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lunes, 30 de mayo de 2011

Capítulo 19


La noche del sábado llegó, y con ella la cena que Andrew había organizado. Después, al recordarla, Brittany pensó que la velada podría haber salido peor, aunque no demasiado.

Había pasado casi todo el día cansada y no se sentía del todo bien. Su cuerpo respondía a los cambios que se operaban en su interior. A medida que se acercaba la noche y la llegada de sus padres su nerviosismo aumentaba, le preocupaba qué pudiera pensar Andrew de su madre y el doctor Snow. Y de lo que éstos pudieran pensar de su esposo.

La noche comenzó bastante bien, su madre se mostró cordial con Andrew, que no en vano era marqués. Él, por su parte, se mostró educado aunque distante, y se dedicó a conversar tanto con su madre como con el doctor. No fue hasta después de la cena, una vez que las mujeres se retiraron al salón y los hombres, tras los cigarros y el coñac, se unieron a ellas, que comenzaron los problemas.

Al parecer el doctor había ingerido demasiado licor, y ese debía de ser el motivo, según Brittany, de que se mostrara cada vez más malhumorado. Sentado en su silla de tapicería dorada, admiraba el salón, sus tapices adamascados, sus gruesas alfombras persas, la estatuilla de cinabrio que reposaba sobre la repisa de la chimenea.

Geoffrey: Bueno, sin duda has logrado que tu madre se sienta orgullosa. La verdad es que yo jamás lo imaginé, aunque tampoco sospechaba todo lo que estarías dispuesta a hacer para conseguir un título.

Brittany levantó la cabeza y miró a Andrew.

Amanda: Geoffrey, por favor, no olvides tus modales -intervino su madre-.

Geoffrey: No he dicho nada que los aquí presentes no sepan. -Dio un sorbo al coñac-. Belford no es tonto. Brittany tiene el rostro y el cuerpo que hacen falta para atraer a un hombre de su riqueza y posición. Fue lo bastante lista como para usar sus encantos y llevárselo a la cama. Logró quedarse embarazada de él y que él se mostrara a la altura de las circunstancias. Así se juega el juego. Todos los hombres lo saben.

Brittany sintió náuseas al oír el desprecio con que se refería a ella. En mil ocasiones anteriores, a lo largo de los años, le había demostrado ese mismo desprecio, pero muy pocas veces en compañía de otros. Dios santo, ¿qué diría Andrew? Parpadeó para contener las lágrimas y lo buscó con la mirada. En ese momento su esposo se dirigía hacia su padrastro. Le quitó la copa de coñac de la mano y la dejó sobre una mesita.

Andrew: Creo que ya va siendo hora de que se vayan.

Geoffrey: ¡Espere un minuto! -El doctor se puso en pie-. No puedo creer que esté de su parte. ¡Pero si le ha tendido una trampa!

Andrew: Brittany nunca me ha hecho nada. Fui yo quien le arrebaté la inocencia. Soy yo quien la dejé embarazada. Ella ni siquiera quería que supiera que lo estaba. No tiene culpa en todo esto, jamás la ha tenido desde que nació. Salga de esta casa, Snow. Su esposa será bienvenida siempre que quiera. Pero usted no, señor.

El doctor se incorporó del todo. No era tan alto como Andrew, aunque parecía más ancho de hombros y de torso.

Geoffrey: Veo que se ha dejado encandilar por ella, lo mismo que yo me dejé encandilar por su madre. Le deseo buena suerte, milord. Va a necesitarla.

Cuando el hombre se apresuraba ya sobre la puerta, su madre se volvió a Andrew.

Amanda: Debe perdonar a Geoffrey, milord. En ocasiones dice cosas que más tarde lamenta.

Andrew: Esperemos que así sea.

Brittany permaneció muy tensa mientras su madre abandonaba el salón tras los pasos de su padrastro. Al otro extremo de la alfombra Andrew permanecía con los brazos extendidos a ambos lados del tronco, el puño cerrado. Se volvió para mirar a Brittany, respiró hondo y, obligándose a mantener la calma, se acercó mucho a ella.

Andrew: Ese hombre es un imbécil. -Ella asintió, haciendo esfuerzos por no llorar-. ¿Siempre te ha tratado tan mal?

Brittany tragó saliva y se ruborizó al comprobar que no lograba contener las lágrimas.

Britt: No me soporta. Ya antes de nacer yo supo que mi madre le había sido infiel. De niña, yo no comprendía por qué me odiaba tanto. Hice todo lo imaginable para lograr que me quisiera. Cuando descubrí que no era mi verdadero padre lo comprendí todo.

Las lágrimas que arrasaban sus ojos descendieron al fin por sus mejillas.

Andrew: Dios… -se acercó más a ella y la rodeó con sus brazos-. No te preocupes. Ya no volverá a hacerte daño.

Brittany se aferró a él. Qué sensación tan agradable sentirse de nuevo entre sus brazos. Hundió la cara en la solapa de su chaqueta y aspiró su aroma. Habría jurado que olía a mar.

Retirándose un poco, alzó la vista y lo miró.

Britt: Nunca fue mi intención tenderte una trampa, Andrew. Lo juro. Ni siquiera sabía que pudiera quedarme embarazada haciendo el amor una sola vez.

Él le acarició la mejilla con ternura.

Andrew: No fue culpa tuya. Yo te deseaba. Y todavía te deseo.

Y entonces bajó la cabeza y la besó con gran delicadeza. Hasta ese momento no había recibido un beso tan dulce, tan tierno, tan amoroso, y su corazón se llenó de amor por él.

Se acercó más a Andrew, sintió que sus brazos la estrechaban con pasión. Se apretó contra su pecho, absorbiendo su fuerza, su calor. Cuando separó los labios para dejarle vía libre, él gimió y su beso se hizo más profundo. Su lengua se deslizó sobre la de ella mientras le pasaba los dedos por el pelo. Una a una, las horquillas que se lo sostenían en su sitio fueron cayendo sobre la alfombra, y los mechones descendieron en cascada sobre sus hombros.

El beso se hizo más hondo, sus manos acudieron al encuentro de sus pechos, que acarició. Los pezones se le endurecieron al momento, al erótico contacto con la tela del vestido, y el deseo le recorrió todas las venas. Le rozó el cuello con los labios, volvió a tomar posesión de su boca, y el calor se apoderó de su vientre…

Britt: Andrew…

Más ardiente, más apasionado aún, ella se entregó a ese beso desesperada, ansiosa. En el vestíbulo se oyó un sonido que distrajo la atención de Andrew, que alzó la cabeza. Los dos recordaron al unísono que la puerta del salón seguía abierta. Él la miró con sus ojos azules, encendidos, intensos.

Brittany levantó las manos y tiró de su cabeza hacia abajo, capturó sus labios y volvió a besarlo. Él trató de librarse, pero ella se arrimó mucho a él, frotando su cuerpo contra el suyo. Notó su erección, gruesa y dura, su exigencia de penetrarla. Se restregó contra ella y recordó el placer, y deseó sentirlo de nuevo.

Otro ruido sonó al otro lado de la puerta; era una de las sirvientas que caminaba por el pasillo. Andrew se apartó y, a regañadientes, ella consintió que se alejara.

Con la respiración entrecortada, la miró con ojos llenos de deseo. Lentamente el arrepentimiento se instaló en él y acabó por dar media vuelta.

Andrew: Estarás cansada -le dijo, empleando aquel tono distante que ella había llegado a odiar tanto-. Ya va siendo hora de que te vayas a la cama.

Britt: No tengo nada de sueño.

Los labios de Andrew se curvaron, sensuales, y el ardor de su mirada se hizo más intenso. Pero al momento volvió a colocarse la máscara.

Andrew: Yo tampoco tengo sueño, precisamente. Creo que pasaré unas horas en el club. Buenas noches, Brittany.

Britt: Por favor, Andrew… Eres mi esposo. ¿No puedes olvidar el pasado y darle una oportunidad a nuestra vida en común?

Él se volvió de nuevo para mirarla, y un músculo en su mejilla se tensó.

Andrew: Tú no lo entiendes, Brittany. ¡No quiero olvidar el pasado! ¡Debo mi vida a esos hombres! Ellos están muertos, y tu padre es el hombre que los mató. Cuando te miro, pienso en él. ¿Cómo voy a olvidar?

Ella reprimió un sollozo cuando él salió disparado del salón.

Oyó que se detenía en el vestíbulo para recoger el abrigo, y que ordenaba que le trajeran el carruaje.

Inconscientemente se llevó la mano a los labios. Estaban húmedos, ligeramente hinchados. El corazón le latía de deseo no consumado, y sabía que lo mismo debía de sucederle a él.

Brittany esperaba no estar arrojándolo en brazos de otra mujer.

«¡Dios santo!» ¿En qué diablos estaría pensando? Pero Brittany estaba tan guapa esa noche, y tan insegura. La deseó desde el instante mismo en que entró en el comedor, con esa expresión nerviosa en el rostro. Nunca la había visto así, y sabía que la razón era su padrastro. Era evidente que el hombre la había castigado toda su vida por ser hija de otro hombre.

Andrew no pensaba consentir que la situación se prolongara por más tiempo. Ahora Brittany era su esposa, y era su intención que la trataran con respeto. Con todo, esa noche se había puesto de manifiesto, una vez más, el poder que ella ejercía sobre él.

Pensó en la escena del salón. Brittany le había pedido, le había suplicado que olvidara el pasado, que diera una oportunidad a su vida en común. Desde que vivía allí, con él, ésa era una idea que había empezado a atormentarlo, a seducirlo con sus infinitas posibilidades. En realidad, incluso si intentaba olvidar, no estaba seguro de conseguirlo, aunque ni siquiera sabía si era eso lo que quería.

Sin embargo, Brittany era su esposa, y por malo que fuera lo que había hecho, su futuro estaba unido al suyo. Así que decidió pensarlo mejor, ver si había alguna posibilidad de comenzar a mirar hacia delante y no hacia atrás. No iba a ser sencillo. Necesitaba tiempo.

Y hasta que diera con la solución, debía mantenerse a distancia de Brittany.

Tras su apasionado encuentro en el salón, Brittany vio muy poco a Andrew. Las náuseas que había experimentado durante los primeros días del embarazo habían disminuido, y ahora dedicaba las mañanas a leer o a pasear por el jardín. Por las tardes pasaba ratos con Alan. El tutor que Andrew le había buscado se dedicaba a él la mayor parte del día, pero el chico siempre sacaba tiempo para asistir a sus clases con ella.

La semana avanzaba y se aproximaba la noche del baile. Se encontraban a finales de junio, y una ola de calor asfixiaba en la ciudad. Ness, que empezaba a sentir los efectos de su embarazo, se vio forzada a permanecer en casa mientras su hermana menor, Alysson, asumía la tarea de ayudar a Brittany a prepararse para el baile.

Alysson: Madame Osgood no te fallará -la tranquilizó esbozando su dulce sonrisa-. Te hará un vestido tan bonito que serás la envidia de todas las mujeres de la alta sociedad.

La madre de Brittany le había insistido siempre para que vistiera a la última moda. Pero ahora que era marquesa debía prestar incluso más atención al estilo y la elegancia. Alysson Chezwick, rubia, de piel clara, con cara de ángel y figura divina, casada con el hijo de un marqués, establecía el ejemplo perfecto a imitar.

Tras varias pruebas de última hora llegó el vestido para el baile, de talle alto, en seda esmeralda, con una sobrefalda bordada en oro y con diamantes falsos engarzados. Un largo pliegue se abría desde el dobladillo hasta la rodilla, dejando entrever parte de la pantorrilla cuando caminaba. Brittany también llevaría diamantes falsos en el peinado, alojados entre sus rizos rubios sostenidos en lo alto.

Alysson: Espera y verás -insistió-. Tu esposo no podrá resistirse.

Esperaba que Alysson estuviera en lo cierto. Desde la noche en que Andrew la había besado en el salón tras la desastrosa cena familiar, eso era precisamente lo que había hecho.

Llegó el día del baile. Vanessa Efron seguía indispuesta por culpa del calor, y Alysson había ido a pedir ayuda a Will Hemsworth. Así, a última hora, el baile no se celebró en la residencia urbana de lord Brant, sino en la extravagante mansión del duque de Sheffield.

Will: Ha sido buena idea -comentó a Zac, que se encontraba junto a Andrew, al borde de la pista de baile. A su alrededor, un mar de damas y caballeros vestidos con elegancia reían y bailaban al ritmo de la música que tocaba una orquesta de ocho maestros, vestidos con el uniforme azul de la casa del duque-.

Zac: Me alegro de que hayas intervenido -respondió-. Tu casa es mucho mayor, y añadir tu nombre al festejo servirá para callar los rumores.

Confiando en que sus amigos tuvieran razón, Andrew se fijó en la pista de baile. El salón ocupaba la mitad de la tercera planta de Sheffield House. Las paredes estaban forradas de arriba abajo por paneles con espejos, y unas inmensas lámparas de araña colgaban sobre los suelos de madera. En conmemoración del enlace matrimonial entre Andrew y Brittany se habían preparado grandes ramos de crisantemos blancos en pedestales alineados junto a los muros.

Will: Tu esposa se ve especialmente encantadora esta noche -dijo con la vista clavada en Brittany, que bailaba entre muchas otras parejas-. Todos los hombres presentes la han mirado con ojos codiciosos.

Era cierto, y no podía decirse precisamente que a Andrew le gustara. Antes de salir de casa, el aspecto de su mujer había desembocado en una discusión entre ellos.

Al llegar al último peldaño de la escalera, ella se había dado la vuelta para que él inspeccionara el vestido, le viera la parte trasera, se fijara en el pliegue del costado. El collar de perlas y diamantes brillaba en su garganta, conducía los ojos hasta el profundo escote que el vestido revelaba. Al momento, su cuerpo se tensó de apetito sexual.

Ella se sonrió con ese gesto tan femenino que incrementó aún más su deseo.

Britt: Bueno, ¿qué te parece la creación de madame Osgood?

Andrew: Estás preciosa esta noche, Brittany. Guapísima. Pero preferiría que te pusieras otro vestido.

Brittany abrió mucho los ojos.

Britt: ¿Cómo dices?

Andrew: El vestido es magnífico, pero resulta casi indecente.

Ella se llevó una mano a la cadera.

Britt: ¿Pero qué dices? Si es el último grito en moda. Me acompañaste el día en que lo escogí. Por el amor de Dios, pero si tú mismo me ayudaste a escogerlo.

Andrew: Es verdad, pero no me di cuenta de que te quedaba expuesto tanto pecho. No quiero que a mi esposa la devoren con los ojos todos los hombres de la alta sociedad.

Britt: Todos menos tú, ¿me equivoco?

Andrew no respondió. Ahí estaba, de pie, más que excitado, duro como una piedra, ¿y aun así ella no creía que la devoraría con la mirada? Por todos los santos, si iba a ser incapaz de quitarle los ojos de encima.

Andrew: Está bien, lleva ese maldito vestido si es lo que quieres. Pero la última vez que te traje un vestido con el escote tan bajo, tú misma lo rompiste y me lo arrojaste a la cara.

El comentario le hizo esbozar una sonrisa.

Britt: Te aseguro, milord, que este vestido resulta mucho más respetable que tus anteriores adquisiciones.

Al pensar en la batalla en la que habían luchado, Andrew tuvo que rendirse, divertido, a la evidencia. Aquella discusión la había perdido. Y parecía que también iba a perder ésa.

Andrew: Está bien, supongo que tendremos que conformarnos con este vestido -gruñó, ofreciéndole el brazo-. Además, ya es hora de que nos vayamos.

Salieron de casa y el coche les llevó directamente al baile. Hasta el momento, todo había salido bien.

Will: ¿Ves a esa chica de ahí? -La voz profunda de Will sacó a Andrew de su embelesamiento-. La rubia, la que lleva una diadema de rosas blancas en el pelo.

Andrew: ¿Qué pasa con ella?

Will: Ahora que Zac y tú estáis casados, empiezo a pensar en integrarme en el club del matrimonio.

Andrew: ¿Tú? Creía que después de Miley habías jurado no volver a casarte.

Él se encogió de hombros.

Will: No podemos lamentarnos eternamente por un amor perdido. Ya va siendo hora de que piense en la descendencia, como no se cansan de recordarme mis familiares. ¿Qué te parece esa rubia?

Andrew: ¿Quién es?

Will: Se llama Melissa Clarkson. Es hija del conde de Throckmorton. Ha recibido una educación impecable, resulta atractiva, aunque discreta, y muy dócil.

Andrew: ¿Buscas una esposa o un caballo.

Will: Muy gracioso. Que a ti te gusten las mujeres fieras, como Brittany…

Andrew: A mí no me gustan las mujeres fieras. Ya que lo mencionas, a mí también me habría gustado casarme con una criatura más dócil.

Will ahogó una risita.

Will: Mentiroso.

Andrew no añadió nada más. En realidad, había descubierto que le gustaban las mujeres con el carácter de Brittany. Ojala no fuera quien era… Claro que eso no iba a cambiar jamás.

Will: ¿Habían presentado en sociedad a Brittany alguna vez? -preguntó intrigado de pronto por su pasado-.

Andrew: Cuando tenía diecisiete años. Su madre estaba decidida a casarla con un noble. -Sonrió-. Estará encantada.

Will: ¿Entonces por qué no se casó? -balbuceó-. Debe de haber tenido más de un pretendiente.

Andrew: Brittany es bastante romántica. Estaba decidida a casarse por amor. -Miró a su esposa y, al momento, se le formó un nudo en el estómago-. Supongo que algunos sueños no se cumplen.

Will le clavó los ojos.

Will: O tal vez todavía pueden hacerse realidad.

La música volvió a sonar sin dar tiempo a Andrew a replicar nada, y se concentró de nuevo en la pista de baile. Los instrumentos emitían sus poderosas notas y acallaban el murmullo lejano de la multitud, mientras las parejas evolucionaban a su ritmo.

Zac: Parece que tu esposa ha encontrado a un admirador -intervino tras dar un sorbo de champán-.

Andrew: Ya lo veo. -Dedicó una mirada siniestra al hombre alto, de pelo castaño claro, que formaba pareja de baile con su esposa en una contradanza-. Ha bailado con ella dos veces. -Se fijó mejor en él y frunció el ceño-. El caso es que me resulta conocido. ¿Quién es?

Zac: Martin Daniels, conde de Collingwood -respondió. Vanessa no había podido asistir, y él iba a permanecer en el baile lo justo para dejar claro que apoyaba a la pareja de recién casados-.

Will: Daniels vive la mayor parte del año en su finca de Folkestone -intervino-. No suele pasar temporadas muy largas en la ciudad.

Andrew observó al hombre, que en ese momento realizaba un elegante giro sin dejar de sonreír a Brittany. Y ella le devolvía la sonrisa.

La imagen despertó un recuerdo en su memoria.

Andrew: Ya sé dónde lo vi. Es el hombre que iba a bordo del barco, el que hablaba con ella la noche en que la saqué del Lady Anne.

Will arqueó una ceja.

Will: ¿Collingwood?

Zac: No tenía ni idea de que se conocieran.

Andrew: Pues parece que él la conoce bien, de eso no hay duda.

Will le dedicó una mirada.

Will: Tal vez si tú le prestaras más atención…

Andrew: Buena idea. Si me disculpáis…

El baile terminó justo en el momento en que Andrew llegaba a su lado. No le gustaba su manera de reírse, de sonreír al conde, que seguía sosteniéndole una mano. No le gustaba lo más mínimo.

Andrew: Gracias por ocuparse tanto de mi esposa -dijo irónicamente-. Debería haber pasado más tiempo con ella.

Martin: Creo que no nos conocemos -replicó el conde con una sonrisa en los labios-. Soy Martin Daniels, conde de Collingwood -añadió, antes de componer una reverencia de lo más formal-.

Andrew: En realidad creo que ya nos habíamos visto. Andrew Seeley, marqués de Belford, capitán del Diablo de los Mares. Tal vez recuerde ahora nuestro encuentro.

El rostro de lord Collingwood palideció al momento. Miraba a Brittany y a Andrew alternativamente, como si no creyera lo que acababa de oír.

Martin: Usted… ¿es el hombre que la raptó?

Andrew dedicó una mirada a su esposa, que en ese instante le observaba como si acabaran de salirle cuernos, y palideció también.

Andrew: Lo que sucedió fue un simple error -añadió, a modo de explicación-. Un error que se resolvió al poco. La dama regresó sana y salva a casa de su tía. -Dedicó al conde una sonrisa orgullosa-. Un simple error que, sin embargo, no lamento del todo. -Posesivo, le pasó un brazo por la cintura y la atrajo hacia sí-. Verá, así fue como conocí a mi encantadora esposa. -Se inclinó y le estampó un breve beso en los labios-. Lo cierto es que fue un golpe de suerte.

El conde arqueó las cejas.

Martin: Sí, ciertamente, ya veo que lo fue. -Se volvió para mirar a Brittany-. Estoy seguro de que volveremos a vernos. Disfrute de la velada, querida.

Y dicho esto, se alejó.

Andrew: No tenía idea de que el conde y tú os conocierais tan bien.

Ella se encogió de hombros.

Britt: Lo conocí a bordo del Lady Anne. Y después vino a verme a Scarborough, la noche anterior a tu llegada.

Andrew: ¿Ah, sí? Resulta evidente que le interesas. Preferiría que no le dieras motivo.

Britt: El conde se limitaba a ser cortés.

Andrew: Muy bien, pues ahora el cortés voy a ser yo. ¿Me concedes este baile, amor mío? -Ella apretó mucho los labios, y por un instante le pareció que iba a rechazarlo-. Recuerda por qué estamos aquí. Para acallar las lenguas dañinas. Seguro que no quieres darles más cebo negándote a bailar con tu esposo.

Ella levantó mucho la barbilla. Se volvió y avanzó muy recta hacia la pista de baile. La orquesta tocó los primeros acordes de un vals, y ella separó los labios al notar que él la estrechaba entre sus brazos, se pegaba a ella más de lo debido. Era él quien marcaba el paso, y tras varias vueltas, Brittany empezó a relajarse.

El cuerpo de Andrew también se tensó. Un perfume a lavanda ascendía desde sus hombros desnudos. Los falsos diamantes alojados entre sus rizos rubios reflejaban los destellos de sus mechones y hacían juego con el brillo de sus ojos. El collar de perlas y diamantes resplandecía, y él deseaba cubrir con sus labios la vena que latía en la base de su garganta.

La atrajo hacia sí un poco más, hasta que sus senos le acariciaron ligeramente el torso. Dios santo, deseaba sacarla del salón de baile, llevarla al jardín y tomarla entre las flores recién florecidas. Deseaba arrancarle el vestido de seda esmeralda, separarle las piernas y penetrar en ella.

Ella alzó la vista y él distinguió la sorpresa en sus ojos.

Britt: No sabía que bailaras el vals. Y bastante bien, por cierto.

Ignoraba por qué, pero su cojera se disimulaba más cuando se movía al ritmo de la música.

Andrew: ¿Creías acaso que mis piernas de marinero no me mantendrían en equilibrio en una pista de baile?

Ella sonrió y le pareció que se le detenía el corazón.

Britt: Creía que tal vez no querrías bailar conmigo.

Andrew: ¿Por qué no?

Britt: Porque para hacerlo tendrías que sostenerme entre tus brazos, como estás haciendo ahora.

Andrew sintió que la sangre latía en todo su cuerpo y, cuando la pierna de ella le rozó los muslos, su miembro se endureció.

Andrew: Exceptuando hacerte el amor, nada me gustaría más que bailar el vals contigo, amor mío.

Brittany se ruborizó.

Britt: Si me deseas, Andrew, ¿por qué no me haces tuya?

Durante días él se había repetido la misma pregunta en su mente. La deseaba. Era su esposa. ¿Era hacer el amor con ella una traición, o simplemente un medio de dar satisfacción a las necesidades naturales de su cuerpo?

En otro tiempo creyó que Brittany era la amante de Forsythe. Y entonces no tuvo ningún inconveniente en poseerla.

¿Qué importaba que la hiciera suya ahora?

Andrew: Tal vez tengas razón. -Durante unos instantes se le pasó por la cabeza cargársela al hombro, como había hecho a bordo del Lady Anne pero ahora debía pensar en el bebé. Y, claro, darían motivo a comentarios. No. El vals llegaba a su fin, y él se limitó a levantarla en brazos-.

Britt: ¡Andrew! ¿Qué haces?

Andrew: Discúlpennos. Hace mucho calor y mi esposa se siente algo indispuesta.

Con una sonrisa clavada en el rostro, repitiendo la misma explicación breve, fue avanzando entre la multitud, salió por la puerta principal de la mansión y se dirigió al coche aparcado en el camino de grava.

Andrew: A casa, Jennings -ordenó al cochero mientras el lacayo abría la puerta-. Y al galope.

La depositó rápidamente en el asiento, se montó y se instaló a su lado.

Britt: ¿Estás loco? -lo miraba incrédula mientras los dos caballos se ponían en marcha y el carruaje arrancaba con sobresalto-. ¡No podemos irnos así, sin más! Somos los invitados de honor. ¿Qué pensará la gente?

Andrew: Pensará que me muero por poseer el precioso cuerpo de mi esposa, lo que es cierto.

Britt: Pero…

Andrew: Una palabra más, Brittany, y te juro que te poseeré aquí mismo.

Ella abrió mucho los ojos y se apoyó en el respaldo. Casi no se atrevía a mirarlo, y mantenía la vista fija en el asiento delantero.

En cuanto a él, si su cuerpo no se hubiera sentido tan poseído por el deseo, tal vez se le habría escapado una sonrisa.

No tardaron mucho en alcanzar su residencia, que se encontraba a pocas calles de allí. Apenas entraron, él la tomó de nuevo en sus brazos y así la subió por la escalera, gozando de la caricia de sus manos, que se le enroscaban al cuello. Estaba excitado, erecto y sentía que le hervía la sangre. Al entrar en el dormitorio, cerró la puerta de un puntapié y la dejó en el suelo.

Britt: No puedo creer lo que veo -dijo todavía alterada y con los brazos en la cintura-. Llevo semanas imaginando que me hacías el amor. Incluso he intentado seducirte. -Vaya, al menos en eso Andrew no se había equivocado-. Y resulta que ahora, en mitad del baile que da el duque de Sheffield, se te ocurre que me deseas.

Andrew: Nunca he dejado de desearte, Brittany.

Ella hizo gesto de apartarse.

Britt: He quedado como una tonta a los ojos de los demás.

Andrew, paso a paso, iba acorralándola.

Andrew: A mí no me has parecido nada tonta. Me has parecido una mujer a la que su esposo deseaba.

Ella ya tenía la espalda pegada a la puerta.

Britt: Eres… ¡Sigues siendo el pirata que eras a bordo de tu barco!

Andrew: Es cierto. Y pretendo hacerme con el tesoro que adquirí el día que nos casamos.




¡Yuju! ¡Ya comentáis mas!
Eso me alegra un montón.
Ya pensaba que no os estaba gustando.
No os preocupéis, que en cuanto acabe esta trilogía, no habrá mas.
A no ser que Zanessa sean los protas en todas.
Pero cuando acabe esta, ya tengo preparadas 2 noves de Zanessa adaptadas muy chulas.
Bueno seguid comentando, que Kat estaría muy contenta de saber que os gusta su nove, que cada vez se pone mejor y ya le falta menos a Nessi.
¡Bye!
¡Kisses!

3 comentarios:

AnGy dijo...

holaaaaaaaaa sorryyyyyyyyyyy por no comentar nunca =/ milllll disculpassss pero me encantaa tu nove es una de las mejores que yo aiga leido superr el capi lo ameeee jaja bye cdt xoxo

TriiTrii dijo...

Woww
Se fueron del baile para poder tener relaciones!!
Hahaha q golosos son!!
En especual drew hahaha
Bueno amiix me encanto el capii
Siguelaa ;)

Natalia dijo...

WOW!
Como se enloquece Andrew con esta chica eh?:)
jajajaja
Ness no pudo ni ir al baile..habría que verla:S
Bueno chica, gracias por leer mi nove y por comentar y por cierto soy de Espeña, y tu?
Seguramente tu eres de otro pais no?
Siguela pronto, que esta super bonita!:)
Muackk!

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