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domingo, 29 de mayo de 2016

Capítulo 4


De camino a Utopía, Vanessa todavía echaba chispas. Los comentarios de Efron y la arrogancia de Zac la habían puesto en tensión. No era el tipo de mujer acostumbrada a calmarse con facilidad. Se dijo a sí misma que la única razón que la empujaba a regresar al Double E esa noche era que le interesaba cerrar el trato para cruzar a Reina. Deseaba creerlo.

Las ruedas de su coche levantaron el polvo del camino que conducía al patio del rancho. Éste se encontraba casi desierto a media mañana. La mayoría de los hombres se hallaban en las praderas y el resto, ocupado en diversas tareas en los edificios anexos. Pero ni siquiera la existencia de público habría impedido que saliera del coche dando un portazo. No era el tipo de mujer que dejara enfriar su temperamento si éste podía bullir.

El sonido de aquel portazo sonó como un disparo.

Por un instante pensó en el papeleo que la esperaba en la oficina, pero apartó la idea. En ese momento no podía lidiar con cifras y libros de contabilidad. Necesitaba algo físico para descargar su rabia antes de abordar las áridas realidades de cheques y balances. Giró sobre sus talones y se encaminó hacia los establos. Seguro que habría que limpiar estiércol y que clavar algún clavo.

**: ¿Es que te gustaría acabar con alguien en particular?

Vanessa volvió la cabeza mientras de sus ojos todavía brotaban chispas. Brad Davis caminaba hacia ella con los ojos en sombra bajo el ala de su impecable sombrero. Sus labios esbozaban una sonrisa cómplice.

Ness: Los Efron.

Él asintió tras oír su respuesta.

Brad: Me figuraba que iría por ahí. ¿No has podido llegar a un acuerdo sobre el semental?

Ness: Todavía no hemos empezado a negociar -apretó con fuerza la mandíbula-. Volveré allí esta noche.

Brad escudriñó su cara y se preguntó cómo era posible que una mujer tan astuta jugando al póquer fuera tan transparente cuando estaba irritada.

Brad: ¿Ah, sí? -se limitó a contestar, y recibió una mirada airada-.

Ness: Sí -se diría que escupía las palabras-. Si Efron no tuviera ese animal tan bonito, le diría que se fuera al infierno y, de paso, que se llevara a su padre con él.

Esa vez Brad sonrió.

Brad: Así que has conocido a Paul Efron.

Ness: Me dio su opinión sobre los cowboys con faldas -se oyó cómo rechinaba los dientes-.

Brad: ¿En serio?

Vanessa no pudo resistirse a su tono irónico y esbozó una sonrisa.

Ness: Sí, en serio -luego suspiró al recordar lo difícil que le había resultado a Paul Efron subir los cuatro escalones del porche de su propia casa-. Maldita sea -murmuró, y el enfado se disolvió tan rápidamente como había brotado-, no debería haber dejado que me afectara. Es un viejo y... -se interrumpió antes de añadir «está enfermo». Por algún motivo indefinible, le parecía necesario dejarle a Efron sus ilusiones. Se limitó a encogerse de hombros y miró hacia el corral-. Me imagino que estaba habituada a Jack. A él le daba igual que fueras hombre o mujer, siempre que supieras cabalgar y conducir al ganado.

Brad le lanzó una mirada penetrante. No era aquello lo que había empezado a decir, pero no lograría sonsacarle nada a base de insistir. Si algo había aprendido en aquellos seis últimos meses era que Vanessa Hudgens era una mujer a la cual le gustaba hacer las cosas a su manera. Si un hombre se acercaba demasiado, bastaba una mirada gélida para recordarle cuál era la distancia adecuada.

Brad: Tal vez quieras echarle un vistazo al toro, si te sobran unos minutos.

Ness: ¿Eh? -estaba abstraída-.

Lo miró de nuevo.

Brad: El toro -repitió-.

Ness: Ah, sí -enganchó los pulgares en los bolsillos y caminó junto a él-. ¿Te ha hablado Bill de los terneros que contamos ayer?

Brad: Hoy he echado un vistazo en la sección sur. Allí tendrás algunos más.

Ness: ¿Cuántos?

Brad: Unos treinta o así. Dentro de una semana deberían haber nacido todos los terneros.

Ness: ¿Sabes?, ayer, cuando revisábamos los pastizales, me pareció que faltaban algunos -frunció el entrecejo y volvió a hacer cuentas en su cabeza-. Voy a necesitar que alguien se dé una vuelta por ahí para ver cuántas vacas preñadas se han extraviado.

Brad: Yo me ocuparé. ¿Qué tal el huérfano?

Con una sonrisa, Vanessa miró hacia los establos del ganado.

Ness: Se va a poner bien -era un error crear lazos entre Baby y ella, lo sabía. Pero ya era demasiado tarde-. Juraría que ha crecido desde ayer.

Brad: Y aquí está el padre -anunció a medida que se aproximaban al corral del toro-.

Vanessa se encajó el sombrero y se inclinó sobre la cerca. Bonito, pensó. Muy muy bonito.

El toro les dirigió una mirada siniestra y resopló. No era tan corpulento ni tan voluminoso como un Angus, pero tenía la apariencia impecable de un tanque. Su piel rojiza resplandecía bajo el sol. En su mirada no vio aburrimiento, como había visto en tantos novillos y vacas, sino arrogancia. Los cuernos se retorcían a ambos lados de su cara y le daban un aire de peligrosa majestuosidad. Se le ocurrió que el huerfanito que había albergado en el establo tendría aquel mismo aspecto al cabo de un año. El toro resopló de nuevo y rascó el suelo con una pata, como desafiándolos a que entraran en el cercado y probaran suerte.

Brad: En el mejor de los casos, su carácter es porfiado -comentó-.

Ness: No me hace falta que tenga buenos modales -murmuró-. Lo único que necesito es que produzca.

Brad: Bueno, por ese lado no hay problema -examinó al toro con la vista-. Por el aspecto de los terneros de la primera hornada, ya nos ha prestado un gran servicio. Como ahora estamos usando inseminación artificial, podremos cruzarlo con todas y cada una de las Hereford del rancho esta primavera. Tu ejemplar de Shorthorne da una carne deliciosa, Vanessa, pero no se puede comparar con éste.

Ness: No -apoyó los codos en el travesaño de la cerca mientras sonreía-. En realidad, hoy me he enterado de que Zac Efron estaba interesado en nuestro... eh... Casanova. No puedo por menos que felicitarme al recordar cómo me marché a Inglaterra, siguiendo una corazonada. ¡Una corazonada bastante cara! -añadió al pensar en el mordisco que había representado en los libros de contabilidad-. Zac me ha contado que estaba planeando ir a Inglaterra a echar un vistazo cuando se enteró de que lo habíamos comprado.

Brad: De eso hace ya un año -comentó con el entrecejo fruncido-. Estaba todavía en Billings.

Vanessa se encogió de hombros.

Ness: Me imagino que seguía al tanto de todo. En cualquier caso, nos adelantamos -se apartó de la cerca-. Cuando te dije lo de la feria de julio, hablaba en serio, Brad. Antes no me importaban los concursos y los lazos azules, pero este año quiero ganar.

Brad desvió su atención del toro hacia ella.

Brad: ¿Se trata de algo personal?

Ness: Sí -le dedicó una sonrisa solemne-. Se podría decir que es personal. Entre tanto, cuento con éste para que me proporcione la mejor raza de ganado vacuno de Montana. Necesito que me den un buen precio en Miles City si quiero tener ganancias. Y el año que viene, cuando algunos de los terneros ya estén listos... -su voz se desvaneció mientras echaba una última ojeada al toro-. Bueno, mejor ir poco a poco. Tenme informada de si salen las cuentas, Brad. Quiero pasar a ver a Baby antes de meterme en la oficina...

Brad: Me ocuparé de eso -confirmó, y se quedó mirando cómo ella se alejaba-.

Hacia las cinco, Vanessa había puesto los libros al día y se hallaba, si no regocijada con las cifras, al menos contenta. Cierto, los gastos habían sufrido un notable incremento en relación al año anterior, pero preveía obtener grandes beneficios en la subasta de ganado de Miles City. Meterse en gastos tan elevados había sido un riesgo, pero un riesgo necesario. El avión empezaría a funcionar esa misma semana y el toro ya había demostrado su valía.

Se reclinó en la silla de piel de su abuelo, muy desgastada, y se quedó mirando el techo. Si pudiera disponer del tiempo necesario, le gustaría aprender a pilotar el avión. Le parecía que, en tanto que propietaria y dueña del rancho, debía tener un conocimiento operativo de todos sus aspectos. En caso de necesidad, podía herrar un caballo o suturar un corte en la piel de una vaca. Había aprendido a manejar la empacadora de heno y la excavadora en su adolescencia, durante una de sus estancias estivales, el mismo año que, por primera y última vez, había blandido el cuchillo para convertir a un ternero en novillo.

Cuando pudiera, y si podía permitírselo, pensó, contrataría a alguien para que se ocupara de los libros. Cerró el libro mayor haciendo una mueca. Le quedaba más energía después de diez horas a caballo que tras sólo cuatro haciendo trabajo de escritorio. Por el momento, era inevitable. Podría justificar añadir un cowboy más a la nómina, pero no un administrativo. El año siguiente... Se rió de sí misma y puso los pies sobre el escritorio.

Lo malo era que estaba confiando demasiado en el año siguiente, y podían suceder muchas cosas.

Una sequía podía diezmar la cosecha, un temporal podía mermar el rebaño. Y eso sólo en lo que se refería a fenómenos naturales. Si los precios de los piensos continuaban aumentando, tendría que pensar seriamente en llevar gran parte de los terneros al matadero. Y además estaban la factura de la reparación del Jeep, la factura del veterinario y la de la comida de los trabajadores. La factura de la gasolina aumentaría en cuanto el avión entrara en funcionamiento. Sí, iba a necesitar que le pagaran muy bien en Miles City, y no estaría de más ganar uno o dos lazos azules.

Entre tanto, tendría que vigilar a los recién nacidos. Y a Zac Efron. Con una media sonrisa, pensó en él; era un arrogante, reflexionó casi con admiración. Una pena no poder confiar en él lo bastante como para charlar del negocio e intercambiar ideas. Echaba de menos ese lujo desde la muerte de su abuelo. Sus trabajadores eran simpáticos, pero uno no podía hablar de los detalles del negocio con alguien que el año siguiente podía estar trabajando para un competidor. Y Bill era... Bill era Bill, pensó con una sonrisa. Estaba orgulloso de ella e incluso respetaba su inteligencia, pero tenía demasiado apego a su manera de hacer las cosas como para hablar con él de ideas y cambios. Y no quedaba nadie más, admitió Vanessa.

En Chicago, había habido ocasiones en las que habría pedido a gritos un poco de privacidad, de soledad. Ahora, en cambio, había veces en que anhelaba tener a alguien con quien compartir aunque fuera una hora de conversación. Se levantó sacudiendo la cabeza. Estaba pensando tonterías. Había docenas de personas con las que hablar, todo lo que tenía que hacer era bajar al establo o las cuadras. No sabía de dónde procedía aquel repentino descontento, pero desaparecería enseguida. No tenía tiempo para cosas semejantes.

Mientras caminaba por la casa y subía las escaleras, podía oír el ruido sordo de los tacones de sus botas en el suelo. Procedente del exterior, oyó la llamada del triángulo, las tres notas rápidas que se repetían cada vez más rápido hasta convertirse en un único sonido. Sus hombres estarían sentándose a cenar. Mejor sería que ella se prepara también para la cena.

Acarició la idea de no arreglarse más de lo habitual, de limitarse a ponerse unos tejanos y una camisa limpios. El desenfado de ese atuendo resultaría intencionadamente grosero. Todavía estaba lo bastante molesta con Zac y con su padre como para vestirse de ese modo, pero pensó en Karen Efron. Con un suspiro, descartó la idea y rebuscó en el armario.

Era elección suya no tener apenas vestidos. Estaban relegados a un extremo del armario y los sacaba únicamente cuando invitaba a otros rancheros o a hombres de negocios. No se apartaba de los estilos simples, pues se había dado cuenta de que le resultaba ventajoso no llamar la atención sobre su feminidad. Paseó la vista sobre las posibilidades que se le ofrecían.

La camisa blanca de algodón, que le quedaba muy amplia, aunque no tenía un corte masculino, resultaba desenfadada. Si la combinaba con una falda blanca de campana, ajustada a la cintura por una faja muy amplia, resultaba un atuendo apropiado y poco llamativo. Hizo una pequeña concesión y se dio un toque de maquillaje; dudó sobre si ponerse alguna joya y, luego, encogiéndose de hombros, se puso unos pendientes de oro con forma de espiral. Su madre, pensó, le habría insistido para que se arreglara el pelo de un modo más sofisticado, pero ella se limitó a cepillárselo y se lo dejó suelto. No necesitaba ir elegante para negociar un contrato de cría de caballos.

Cuando oyó el sonido del motor de un coche que se aproximaba, tuvo que contenerse para no correr hasta la ventana y asomarse. Intencionadamente, se entretuvo antes de bajar.

Zac la estaba esperando en el porche. No llevaba sombrero. Aun sin él, Vanessa tuvo que reconocer que seguía pareciendo lo que era: un hombre fuerte acostumbrado a trabajar al aire libre y con un toque aristocrático. No necesitaba uniforme para parecer lo que era.

Mientras lo miraba se preguntó cómo habría tenido paciencia para ir a Billings a sentarse detrás de un escritorio. Llevaba unos pantalones vaqueros en buen estado y un jersey fino de color azul que le sentaban tan bien como la ropa de faena, y que destacaban sus ojos azules y maliciosos. Sintió un escalofrío y lo miró con frialdad.

Ness: Eres puntual -comentó mientras dejaba que la puerta se cerrara tras ella-.

Quizá no fuera sensato que estuvieran a solas más tiempo del necesario.

Zac: Tú también -dejó que su mirada se deslizara sobre ella lentamente y admiró la simplicidad de su atuendo: el modo en que la faja le marcaba la cintura, el modo en que resplandecía su pelo, como el cielo de la noche-, y estás muy guapa -añadió al tiempo que le agarraba una mano-. Te guste o no.

El pulso de Vanessa reaccionó inmediatamente y ésta comprendió que debía andarse con cuidado.

Ness: Sigues arriesgándote a perder una mano, Efron -trató de retirar la suya, pero él se la apretó con más fuerza para impedírselo-.

Zac: Una de las cosas que he aprendido es que todo lo que vale la pena cuesta trabajo -con lentitud, se llevó su mano a los labios mientras la miraba a los ojos-.

No era un gesto que Vanessa se esperara de él. Quizá por eso lo único que hizo fue quedarse mirándolo fijamente mientras el sol se ponía en el cielo. Debería haber retirado la mano de un tirón para situarla fuera de su alcance. Deseaba llevarla a su mejilla y tocar sus pómulos prominentes, el hueso de la mandíbula. No hizo nada... hasta que él sonrió.

Ness: Quizá debería advertirte -dijo finalmente- que la próxima vez que te sacuda, voy a apuntar un poco más abajo.

Él sonrió y le besó de nuevo la mano antes de soltársela.

Zac: Lo creo.

Vanessa fue incapaz de reprimir su propia sonrisa y se rindió.

Ness: ¿Vas a darme de cenar o no, Efron?

Sin esperar respuesta, bajó los escalones delante de él.

Su coche era más acorde con el petrolero que había dibujado en su imaginación. Un Maserati bajo y elegante. Ella admiraba cualquier cosa que fuera bien proporcionada y veloz; se acomodó en el asiento del pasajero con un pequeño suspiro.

Ness: Es un juguete muy bonito -comentó con la sombra de una sonrisa todavía rondando sus labios-.

Zac: Me gusta -dijo tranquilamente, y encendió el motor. Éste rugió y luego el sonido se convirtió en un ronroneo-. A un hombre no siempre le gusta sacar de paseo a una mujer en un Jeep o en un utilitario.

Ness: Esto no es una cita -le recordó, pero dejó que su vista resbalara por la piel suave de los asientos-.

Zac: Admiro tu lado práctico... la mayor parte de las veces.

En su asiento, Vanessa giró la cabeza ligeramente hacia la izquierda para mirar el modo como manejaba aquel coche. Igual de bien que manejaba el caballo, se dijo; igual de bien que manejaba a una mujer. Una sonrisa volvió a curvar sus labios. Pues iba a descubrir que ella no era el tipo de mujer que se dejaba manejar. Se recostó de nuevo en el asiento para disfrutar del viaje.

Ness: ¿Qué tal le parece a tu padre que vaya a cenar esta noche? -preguntó un poco ausente-.

Los últimos rayos del sol salpicaban de oro la hierba. Oyó mugir perezosamente a una vaca

Zac: ¿Qué debería parecerle?

Ness: Se mostró bastante afable mientras me veía simplemente como la nieta de Jack Hudgens -señaló-, pero en cuanto descubrió que yo era «una Hudgens», por así decirlo, cambió de frecuencia. Tú estás confraternizando con el enemigo, ¿o no?

Zac apartó la mirada de la carretera el tiempo suficiente para percatarse del brillo de diversión que bailaba en los ojos de Vanessa.

Zac: Por así decirlo. ¿Es que tú no?

Ness: Supongo que prefiero ver este asunto como un trato ventajoso para los dos. Zac... -vaciló, y preguntó lo que sabía que no era de su incumbencia-, tu padre está muy enfermo, ¿verdad?

Vio que la expresión de Zac se retraía, aunque apenas cambiara.

Zac: Sí.

Ness: Lo siento -apartó la vista y miró por la ventanilla-. Es duro -murmuró pensando en su abuelo-, muy duro para ellos.

Zac: Se está muriendo -dijo llanamente-.

Ness: Oh, pero...

Zac: Se está muriendo -repitió-. Hace cinco años le dijeron que duraría un año, dos como mucho. Los dejó perplejos. Pero ahora... -por un momento apretó con fuerza el volante, pero luego relajó la presión de los dedos-. Puede que llegue a ver caer las primeras nieves, pero no alcanzará a las últimas.

Sonaba tan práctico... A lo mejor la súbita tensión en sus manos había sido producto de su imaginación, pensó Vanessa.

Ness: No ha habido rumores sobre su enfermedad.

Zac: Nos propusimos que no los hubiera.

Ella miró el perfil de Zac y frunció el ceño.

Ness: ¿Entonces por qué me lo has contado?

Zac: Porque tú sabes lo que es el orgullo y no te andas con tonterías.

Vanessa lo estudió otro rato y luego apartó la mirada.

Ninguna frase delicada ni ningún cumplido podrían haberla conmovido tanto como aquella afirmación enérgica y carente de emoción.

Ness: A tu madre debe resultarle difícil.

Zac: Es más fuerte de lo que parece.

Ness: Sí -sonrió de nuevo-. Tiene que serlo para aguantar a tu padre.

Pasaron por debajo del arco con el letrero de Double E que había a la entrada del rancho. El día estaba quedando sumido en las sombras, la luz cedía y el aire se volvía más ligero. A la derecha se veían vacas holgazaneando en los pastizales. Vio a una madre que lamía pacientemente a su cría para limpiarla mientras otros terneros se hallaban ocupados tomando su comida de la tarde. Al cabo de unos meses serían novillos y vaquillas, y el lazo materno caería en el olvido, pero por el momento eran unas crías de patas desgarbadas y estómagos insaciables.

Ness: Me gusta esta hora del día -murmuró casi para sí-. Cuando uno ha acabado de trabajar y todavía no es hora de pensar en el día siguiente.

Zac bajó la vista hacia ella, que estaba relajada en su asiento. Competente, nada mimada, de huesos estrechos y dedos delgados.

Zac: ¿Has pensado alguna vez que trabajas demasiado?

Vanessa se giró y lo miró a los ojos tranquilamente.

Ness: No.

Zac: Ya lo sabía.

Ness: ¿Otra vez estamos con lo de «cowboys con falda», Efron?

Zac: No -pero, discretamente, había hecho algunas averiguaciones. Vanessa Hudgens tenía fama de trabajar doce horas diarias: a caballo, en coche, a pie. Cuando no estaba reparando una cerca o recogiendo ganado, se hallaba alimentando a las vacas, supervisando reparaciones o volcada en los libros de contabilidad-. ¿Qué haces para relajarte? -preguntó de pronto-.

La mirada inexpresiva que ella le dirigió le dio la respuesta antes de que Vanessa hablara.

Ness: Ahora mismo no me queda mucho tiempo para relajarme. Cuando tengo algún rato... están los libros o el juguete que compró Jack hace un par de años.

Zac: ¿Un juguete?

Ness: Un vídeo -dijo con una sonrisa-. Le encantaban las películas.

Zac: Entretenimientos solitarios -dijo pensativamente-.

Ness: Es un modo de vida solitario -replicó, y luego miró hacia fuera con curiosidad. Habían parado delante de una casa blanca de madera, muy sencilla-. ¿Qué es esto?

Zac: Aquí vivo yo -respondió tranquilamente antes de bajarse-.

Ella se quedó sentada en el interior del coche con el ceño fruncido y mirando la casa. Había dado por hecho que Zac vivía en la casa principal, alrededor de un cuarto de milla carretera arriba. Al igual que había dado por sentado que cenarían allí con sus padres. Volvió la cabeza cuando él le abrió la puerta de su lado y le dirigió una mirada intransigente.

Ness: ¿Qué has preparado, Efron?

Zac: La cena -la agarró de una mano y tiró de ella hacia fuera-. ¿No fue en eso en lo que quedamos?

Ness: Tenía la impresión de que cenaríamos ahí arriba -señaló hacia la casa principal-.

Zac siguió con los ojos el movimiento de su mano. Cuando volvió a mirarla, la expresión de su boca era solemne, pero en sus ojos había una chispa de humor.

Zac: Impresión equivocada.

Ness: No hiciste nada por corregirla.

Zac: Ni para promoverla -contraatacó-. Mis padres no tienen nada que ver con lo que hay entre nosotros.

Ness: No hay nada.

Entonces los labios de Zac también sonrieron.

Zac: Está el asunto de los caballos..., el tuyo y el mío -como ella continuaba con el ceño fruncido, él se acercó más. Sus cuerpos casi se rozaban-. ¿Te asusta estar a solas conmigo, Vanessa?

Ella alzó la barbilla.

Ness: Te estás sobrevalorando, Efron.

Zac leyó en su mirada que estaba dispuesta a no retroceder hiciera él lo que hiciera. La tentación era demasiado grande. Bajó la cabeza y le dio un suave mordisco en el labio inferior.

Zac: Quizá -dijo tranquilamente-. O quizá no. Siempre podemos seguir hasta la casa de mis padres si te sientes... nerviosa.

A Vanessa, el corazón se le había subido a la garganta, pero sabía lo que era vérselas con un gato montés.

Ness: No me preocupas -contestó con calma, y luego echó a andar hacia la casa-.

Claro que sí, pensó Zac, y la admiró todavía más porque estaba decidida a afrontarlo. Se dijo, mientras andaba hacia la puerta, que prometía ser una velada interesante.

No podía criticar su gusto. Vanessa miró a su alrededor y echó un vistazo a su residencia, mientras se preguntaba qué podría averiguar sobre él a partir de los muebles que había elegido. Aparentemente, tenía la intuición de su madre en lo que se refería al color y al estilo, si bien no había en esa casa nada semejante a un toque femenino. Los amarillos mostaza y los crema estaban compensados por un imponente tapiz mural atravesado de azules y verdes muy vivos. Prefería los muebles antiguos y las líneas limpias. Aunque la habitación era pequeña, no daba sensación de sobrecargada. Con curiosidad, fue hasta un estante de madera de caoba y estudió su colección de figuras de estaño.

Captó su atención un potro salvaje al galope, aunque todos los animales de aquel zoológico en miniatura estaban finamente tallados. Por un instante deseó que no fuera un hombre que apreciara tanto las mismas cosas que la atraían a ella. Luego recordó cuál era su posición y se dio la vuelta.

Ness: Es muy bonito. Aunque demasiado sencillo para alguien que se ha criado como tú.

Él levantó una ceja.

Zac: Gracias por el cumplido. ¿Cómo te gusta la carne: muy hecha, poco hecha...?

Vanessa hundió las manos en los amplios bolsillos de su falda.

Ness: En su punto.

Zac: Acompáñame mientras hago los filetes -le puso una mano en torno al brazo y la guió por la casa-.

Ness: Así que voy a cenar carne de Efron preparada por un Efron -le lanzó una mirada-. Me imagino que debería estar encantada.

Zac: Podríamos considerarlo una oferta de paz.

Ness: Podríamos -repitió con cautela, y luego sonrió-, siempre que sepas cocinar. No he comido nada desde el desayuno.

Zac: ¿Por qué no?

La miró con tanta desaprobación que ella se rió.

Ness: Me he atascado con los libros de cuentas, y no se me despierta el apetito sentada detrás de un escritorio. Vaya, vaya -añadió echando un vistazo a la cocina. Era sencilla, como el resto de la casa. El suelo era de madera y las encimeras, corrientes. No había nada fuera de su sitio, ni una miga-. Eres de los ordenados, ¿no?

Zac: Viví una temporada en los barracones de los trabajadores -descorchó la botella de vino que había junto a dos copas, sobre la encimera-. Eso o te corrompe o te reforma para siempre.

Ness: ¿Por qué en los barracones cuando...? -se interrumpió, disgustada por estar de nuevo entrometiéndose-.

Zac: Mi padre y yo nos llevamos mejor cuando hay cierta distancia -sirvió vino en las dos copas-. Ya habrás oído que no siempre estamos de acuerdo.

Ness: Oí que tuvisteis una pelea hace algunos años, antes de que te marcharas a Billings.

Zac: Y te preguntarás por qué yo... me doblegué en lugar de mandarlo a paseo y empezar mi propio negocio.

Vanessa aceptó la copa de vino que le ofrecía.

Ness: De acuerdo, sí, me lo pregunté. Pero no es de mi incumbencia.

Él se quedó mirando dentro de su copa un instante, como si estudiara el rojo oscuro del vino.

Zac: Efectivamente -levantó de nuevo la vista y dio un sorbo-. No es de tu incumbencia.

Sin decir una palabra más, se volvió hacia el frigorífico y sacó dos filetes grandes. Vanessa bebió un sorbo de vino y se quedó quieta contemplando cómo él empezaba a preparar la carne, con la economía de movimientos que lo caracterizaba. Cinco años atrás, a su padre le habían dado uno o dos de vida. Zac había dicho aquello sin que en su voz hubiera ni rastro de emoción. Y se había marchado a Billings hacía cinco años.

¿A esperar que su padre muriera?, se preguntó ella, e hizo una mueca de disgusto. No, no podía creer eso de él, ¿un hombre tan frío y calculador como para sentarse a esperar la muerte de su padre? Incluso aunque los sentimientos de Zac hacia su padre no fueran profundos, eso sonaba demasiado frío, demasiado despiadado. Sintió un escalofrío y bebió un buen trago de vino antes de dejar la copa. No podía creer eso de él.

Ness: ¿Puedo hacer algo?

Zac volvió la cabeza hacia atrás para mirarla y se la encontró contemplándolo tranquilamente. Sabía lo que habría estado pensando, era lógico pensarlo, y vio que se había inclinado a su favor. Se dijo que debería darle igual lo que Vanessa pensara de él. No sólo le resultó sorprendente averiguar que no era así, además resultaba enervante. Podía sentir cómo la emoción bullía en su interior y lo agotaba. Con el fin de darse un momento para recuperarse, puso los filetes en la parrilla y encendió ésta.

Zac: Sí, hay algo que podrías hacer.

Cruzó la cocina hasta donde ella estaba y le enmarcó la cara con las manos mientras veía que Vanessa abría mucho los ojos, sorprendida, antes de que su boca se posara sobre la de ella. Su intención era que se tratara de un beso breve e intenso, un gesto que lo liberara de la emoción que había surgido repentinamente dentro de él, pero a medida que sus labios se movían sobre los de ella, la emoción creció y amenazó con dominarlo si se prolongaba.

Ella se puso rígida y levantó las manos hacia su pecho en un gesto reflejo de defensa. Zac no quería esa vez la resistencia que normalmente tanto lo atraía, sino la dulzura que sabía que ella reservaría a unos pocos.

Zac: Vanessa, no -enroscó el pelo en sus dedos. Su voz estaba cargada de sensaciones misteriosas e innombrables que no se detuvo a analizar-. No pelees, aunque sólo sea por esta vez.

Algo en su voz hizo que las manos de Vanessa se relajaran sobre su pecho antes siquiera de que la idea de hacer tal cosa surgiera en su mente. Ella cedió, y ceder le proporcionó un instante de placer, dulce, inconsciente.

La boca de Zac se movía con suavidad sobre la suya incluso cuando la besó más profundamente. Ella llevó las manos hasta sus hombros y echó hacia atrás la cabeza para que él pudiera tomar lo que deseaba y proporcionarle más de aquel deleite tan dulce de cuya existencia no había sido nunca consciente. Con un suspiro que era consecuencia de ese descubrimiento, se rindió.

Zac no tenía ni idea de que fuera capaz de mostrarse tan tierno. Nunca antes una mujer había hecho que eso surgiera y él no era consciente de que el deseo pudiera ser pausado y tranquilo. Aunque bullía en su interior, sentía al mismo tiempo una sensación de contento. Disfrutó de aquello hasta que empezó a sentirse mareado, entonces soltó la cara de Vanessa, pero se quedó estudiándola como un hombre que viera algo que no entiende bien. Y que no está seguro de querer entender.

Vanessa dio un paso atrás y apoyó una mano en la encimera de madera pulida para recuperar el equilibrio. Había encontrado dulzura en el último lugar en que habría imaginado. No había nada contra lo que estuviera más decidida a presentar batalla.

He venido aquí -dijo mirándolo con tanta cautela como él a ella- a cenar y a hablar de negocios. No vuelvas a hacer esto.

Zac: Tienes toda la razón -murmuró antes de darse la vuelta e ir hasta la parrilla para vigilar los filetes-. Bebe un sorbo de vino, Vanessa. Los dos estaremos a salvo.

Ella hizo lo que le decía sólo porque necesitaba algo para calmar sus nervios.

Ness: Pondré la mesa -se ofreció-.

Zac: Los platos están ahí -sin levantar la vista, señaló un armario. Los filetes chisporrotearon cuando les dio la vuelta-. Hay una ensalada en el frigorífico.

Terminaron en silencio con los preparativos. El único ruido era el chisporroteo de la carne y de las patatas que se estaban friendo. Vanessa acabó su primer vaso de vino y contempló la comida con entusiasmo.

Ness: O sabes bien lo que te haces o yo me estoy muriendo de hambre.

Zac: Las dos cosas -le dio un bote de salsa vinagreta-. Come. Cuando uno está en los huesos no puede saltarse comidas.

Sin ofenderse, ella se encogió de hombros.

Ness: Metabolismo -dijo mientras hundía los cubiertos de servir en la ensalada-. Da igual cuánto coma, no asimilo nada.

Zac: Algunos llaman a eso nervios.

Ella levantó la vista mientras él le rellenaba la copa de vino.

Ness: Yo lo llamo metabolismo. Nunca me pongo nerviosa.

Zac: A menudo no, desde luego -reconoció-. ¿Por qué te marchaste de Chicago? -preguntó antes de que ella tuviera tiempo de replicar-.

Ness: No era mi sitio.

Zac: Podría haberlo sido, si hubieras querido.

Vanessa lo miró con indiferencia durante unos momentos.

Ness: Entonces no quise. Aquí me sentí en casa desde el primer verano que vine.

Zac: ¿Y qué me dices de tu familia?

Ella se rió.

Ness: Ellos no, desde luego.

Zac: Me refiero a qué les parece eso de que vivas aquí y te ocupes de dirigir Utopía.

Ness: ¿Qué debería parecerles? -replicó. Frunció el ceño un instante mirando su copa de vino y luego volvió a encogerse de hombros-. Me imagino que mi padre siente en Chicago lo que yo siento en Montana. Es mi sitio. Uno creería que ha nacido y se ha criado allí. Y, claro, mi madre era tan... Nuestra familia nunca funcionó.

Zac: ¿En qué sentido?

Vanessa echó un poco de sal sobre su filete y cortó un pedazo.

Ness: Odiaba tener que ir a clase de piano -se limitó a decir-.

Zac: ¿Tan sencillo como eso?

Ness: Tan básico. Andrew, mi hermano, encajaba bien en el molde. Me imagino que ayudó bastante que enseguida mostrara interés por la medicina y que le guste la ópera. Mi madre es muy aficionada -aclaró con una sonrisa-. En cualquier caso, aunque a mí todavía me acobarda un poco coserle una herida a una vaca, sigo sin ser capaz de apreciar La traviata.

Zac: ¿Es eso lo que se necesita para que una familia funcione?

Ness: En la mía era importante. La primera vez que vine aquí, las cosas empezaron a cambiar. Jack me entendía. Daba gritos y decía palabrotas en lugar de sermonear.

Zac sonrió y le ofreció más patatas fritas.

Zac: ¿Y a ti te gusta que te griten?

Ness: Un sermón paciente es el peor de los castigos.

Zac: Supongo que nunca he tenido que sufrirlo. En casa teníamos un cobertizo de madera para cumplir los castigos -le gustó la manera como ella se rió, una risa grave, cómplice-. ¿Por qué no viniste a vivir aquí antes?

Ella movió los hombros, inquieta, y siguió comiendo.

Ness: Estaba en la universidad. Tanto mi padre como mi madre pensaban que era de vital importancia que sacara un título, y yo quería complacerlos, aunque sólo fuera en eso. Luego me vi envuelta en una relación con... -se interrumpió, anonadada. Había estado a punto de hablarle de su relación con aquel médico residente. Cortó meticulosamente un pedazo de carne-. No funcionó, ya está -concluyó-, así que me vine aquí.

El de la mala experiencia, se dijo Zac. Los ojos de Vanessa habían vacilado sólo brevemente, había salido del paso deprisa y con ligereza, pero no la suficiente. No insistiría, era un punto débil, pero se preguntó quién sería el que la había herido cuando todavía era demasiado joven para protegerse.

Zac: Mi madre tenía razón -comentó-. Algunas cosas se llevan en la sangre. Éste es tu sitio.

Algo en el tono de su voz hizo que ella levantara la vista con precaución. No estaba segura todavía de si se refería al Utopía o a sí mismo. Los ojos de Zac le recordaron lo rudo que podía llegar a ser cuando deseaba algo.

Ness: Mi sitio está en Utopía -dijo con precisión-. Y pretendo quedarme. Tu padre dijo hoy también algo -le recordó-, que los Efron no hacen tratos con los Hudgens.

Zac: Mi padre no manda en mi vida, ni en la personal ni en la profesional.

Ness: ¿Vas a cruzar a tu semental con Reina para poder restregárselo?

Zac: Yo no pierdo el tiempo en esas cosas -lo dijo tranquilamente, con una firmeza que hizo pensar a Vanessa que, si quisiera vengarse, elegiría un camino más directo-. Quiero esa yegua -ambos se quedaron mirándose a los ojos-, tengo mis razones.

Ness: ¿Cuáles?

Él levantó la copa y bebió.

Zac: Son sólo mías.

Vanessa abrió la boca para hablar y luego volvió a cerrarla. Sus motivos no le importaban. Los negocios eran los negocios.

Ness: De acuerdo, ¿cuánto pides?

Zac se tomó su tiempo y la miró a la cara tranquilamente.

Zac: Parece que has terminado.

Vanessa se distrajo. Miró hacia abajo y vio que había comido hasta el último trozo, el plato estaba casi limpio.

Ness: Eso parece -dijo con una breve risa-. En fin, detesto admitirlo, Efron, pero estaba bueno..., casi tan bueno como el de Utopía.

Él respondió mientras se levantaba para retirar los platos de la mesa.

Zac: ¿Por qué no nos terminamos el vino en la otra habitación? A menos que quieras un café...

Ness: No -se levantó para ayudarlo a apilar los platos-. Me bebí un tazón lleno con esos malditos libros.

Zac: No te interesa el trabajo administrativo -agarró la botella de vino, que estaba a la mitad, mientras salían de la cocina-.

Ness: Una manera suave de decirlo -murmuró-.

Zac: Ya lo he pensado. Quizá el año próximo -dijo encogiéndose de hombros-.

Ness: Digamos que estoy acostumbrada a no perder detalle.

Zac: Se rumorea que eres capaz de atrapar a un novillo con el lazo.

Vanessa se sentó en el sofá y el vuelo de la falda onduló a su alrededor.

Ness: Los rumores son ciertos -respondió con una sonrisa descarada-. Cuando quieras podemos apostar.

Él se sentó a su lado y jugueteó con el lazo de la faja que rodeaba su cintura.

Zac: Lo tendré en cuenta, aunque debo admitir que no resulta duro verte con falda.

Ella lo miró por encima del borde de su copa.

Ness: Estábamos hablando de la tarifa del semental. ¿Qué has pensado para Merlín?

Con aire distraído, él enroscó un dedo en su pelo.

Zac: El primer potro.




Uy esta cena como acabará...
De momento va bien, ya veremos...

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2 comentarios:

Maria jose dijo...

Solo espero que zac siga coqueteando
Esta patejita esta de coqueta
Me gusto mucho el capítulo
Espero y la cena termine bien
Ya quiero leer el siguiente capítulo
Síguela por favor

Saludos

Lu dijo...

Me encanto este capitulo!
Y me encanta este Zac. Ness de a poco se va derritiendo a los encantos de Zac!!


Sube pronto

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