topbella

lunes, 23 de mayo de 2016

Capítulo 2


El día comenzaba antes del amanecer. Había que alimentar al ganado, recoger los huevos, ordeñar las vacas. Incluso con las maquinas, siempre hacía falta un par de manos diestras. Estaba tan acostumbrada a ayudar en las tareas matutinas del rancho que no se le había ocurrido dejar de hacerlo al convertirse en su propietaria. La vida de rancho era rutinaria, tan sólo variaba el número de animales de los que había que ocuparse y las condiciones climáticas en las que había que hacerlo.

Cubrió el trayecto entre la casa principal y las cuadras. Hacía un frío que resultaba agradable, pero había hecho el mismo camino con tanto calor que el aire parecía pegarse a su piel y con tanta nieve que las botas se hundían en ella hasta la rodilla. En el cielo asomaba una débil luz por el este y la oscuridad apenas empezaba a ceder, pero el patio del rancho mostraba ya signos de vida. Captó el olor de la carne en la parrilla y del café: la cocinera preparaba los desayunos.

Hombres y mujeres se dirigían a sus quehaceres con calma; esporádicamente se les oía renegar o reírse. Todos acababan de sufrir el invierno de Montana, de modo que apreciaban esa suave mañana de primavera. La primavera daría paso al calor del verano y a la sequía demasiado deprisa.

Vanessa cruzó la pasarela de cemento y abrió el cajón de Reina. Como cada día, se ocuparía primero de ella antes de ir a ver a los demás caballos; luego vendrían las vacas lecheras. Unos pocos hombres ya estaban allí, repartiendo grano y llenando los abrevaderos. Se oían los tacones de las botas en el cemento, el tintineo de las espuelas.

Algunos de ellos poseían sus propios caballos, pero la mayoría utilizaba los de Utopía.

Todos eran propietarios de sus sillas. La norma estricta de su abuelo.

Las cuadras olían bien, a caballo, a heno y a grano. Cuando acabaron de alimentar a los animales y los sacaron a los corrales, ya casi había amanecido. Mecánicamente, Vanessa se dirigió hacia el inmenso establo blanco donde las vacas aguardaban a que las ordeñaran.

**: Vanessa.

Se detuvo y esperó a que Brad Davis, su experto en ganado, atravesara el patio del rancho. No caminaba como un cowboy ni se vestía como tal, simplemente porque no lo era. Tenía unos andares suaves y relajados que combinaban bien con su aspecto cuidado y casi presumido. El sol del amanecer arrancaba reflejos dorados a sus rizos. Se desplazaba en Jeep en vez de hacerlo a caballo y prefería el vino a la cerveza, pero sabía de ganado. Lo necesitaba si aspiraba a tener éxito en la industria del ganado de pura raza, en la que hasta entonces no había hecho más que incursiones esporádicas. Lo había contratado seis meses atrás, a pesar de las quejas de su abuelo, y no se arrepentía.

Ness: Buenos días, Brad.

Brad: Vanessa -la saludó con una inclinación de cabeza cuando llegó hasta ella y luego volvió a calarse el sombrero gris que llevaba siempre impoluto-. ¿Cuándo vas a dejar de trabajar quince horas diarias?

Ella se rió y continuó andando hacia el establo mientras él se ponía a su paso.

Ness: En agosto, cuando tenga que empezar a trabajar dieciocho.

Brad: Vanessa -le puso una mano en el hombro y la detuvo a la entrada del establo-.

Era una mano cuidada y bonita, bronceada pero no callosa. A ella le hizo recordar otra, más fuerte, más dura. Frunció el ceño.

Brad: Sabes que no hace falta que te impliques en todas y cada una de las tareas del rancho. Tienes suficiente gente trabajando para ti. Si contrataras a un administrador...

Era una conversación que se repetía y Vanessa respondió como acostumbraba.

Ness: Yo soy la administradora -se limitó a decir-. Para mí el rancho no es ni un juguete ni algo provisional, Brad. Antes que contratar a alguien para ocuparse de él, lo vendería.

Brad: Trabajas demasiado.

Ness: Y tú te preocupas demasiado -replicó, pero sonrió-. Aunque te lo agradezco. ¿Cómo está el toro?

Los dientes de Brad brillaron, unos dientes rectos, uniformes y blancos.

Brad: Tan huraño como siempre, pero se ha apareado con todas las vacas que le hemos puesto a tiro. Es una hermosura.

Ness: Eso espero -murmuró al recordar cuánto había pagado por aquel toro Hereford de pura raza-.

Aunque si de verdad era todo lo que Brad había proclamado, con él comenzaría a mejorar la calidad de la carne que producía Utopía.

Brad: Tú espera hasta que empiecen a nacer terneros -aconsejó mientras le daba un rápido apretón en el hombro-. ¿Quieres venir a echarle un vistazo?

Ness: Mmm, quizá luego -entró en el establo y miró hacia atrás por encima de su hombro-. Me gustaría ver cómo ese toro le quita el lazo azul al de Efron en julio -esbozó una sonrisa rápida e insolente-. Maldito sea si no lo consigo.

Para cuando hubieron dado de comer a todo el ganado y Vanessa hubo engullido su propio desayuno, ya era completamente de día. Las largas horas de trabajo y lo que éste exigía deberían haber mantenido ocupada su mente. Siempre había sido así. Con tantas cuestiones relativas a la alimentación del ganado, los sueldos y las cercas, no debería quedar sitio para pensar en Zac Efron, pero así era. Vanessa se dijo que una vez que tuviera las respuestas a sus preguntas, podría sacárselo de la cabeza, de modo que mejor sería intentar enterarse. Llamó a Bill antes de que éste pudiera subir a su ranchera.

Ness: Hoy voy contigo -le dijo mientras subía al asiento del pasajero-.

Él se encogió de hombros y escupió tabaco por la ventanilla.

Bill: Como te venga bien.

Vanessa sonrió ante aquella bienvenida y se volvió a poner el sombrero. Unos cuantos mechones negros le caían sobre la frente.

Ness: ¿Por qué nunca te has casado, Bill? Eres un encanto...

Bajo el bigote canoso, los labios de Bill temblaron.

Bill: Siempre he sido un tipo listo -puso el motor en marcha y la miró con su bizquera-. ¿Y qué me dices de ti? Es verdad que estás flaca, pero no eres fea.

Ella apoyó la suela de una de sus botas en el salpicadero.

Ness: Prefiero dirigir mi propia vida -dijo tranquilamente-. Los hombres siempre quieren decirte lo que debes hacer y cómo debes hacerlo.

Bill: Una mujer no debe andar sola por la vida -afirmó mientras salían del patio del rancho-.

Ness: ¿Y un hombre sí? -replicó al tiempo que examinaba lentamente la puntera de su bota-.

Bill: Para los hombres es diferente.

Ness: ¿Mejor?

Él cambió de marcha y se dijo que se estaba metiendo en honduras.

Bill: Diferente -volvió a decir, y cerró la boca-.

Vanessa se rió y se recostó en el asiento.

Ness: Bobo -dijo con cariño-. Háblame de esa pelea de los Efron.

Bill: Tuvieron varias. Son muy tercos.

Ness: Eso he oído. Cuéntame qué pasó antes de que Zac Efron se fuera a Billings.

Bill: El chico tenía muchas ideas cuando volvió de la universidad -dijo con un bufido, como si considerara que la mejor manera de aprender era la práctica-. Quizá algunas fueran buenas -reconoció-. Siempre fue listo, y sabe cómo montar un caballo.

Ness: ¿No es para eso para lo que fue a la universidad? -tanteó-, ¿para aportar ideas?

Bill: Al viejo le pareció que mandaba mucho -dijo gruñendo-. Se dice por ahí que el chico accedió a trabajar tres años para su padre antes de volver a hacerse cargo del rancho. A dirigirlo.

Bill se detuvo ante una verja y Vanessa bajó para abrirla. Esperó a que pasara la ranchera antes de entornarla de nuevo y echar el cierre. Otro día sin lluvia, pensó mirando al cielo. Necesitaba que lloviera pronto. A su derecha, un faisán salió de entre las hierbas y remontó el vuelo, una mancha de color en el cielo. Olía a meliloto.

Ness: ¿Y luego? -preguntó cuando se montó de nuevo en el vehículo-.

Bill: Luego, cuando pasaron los tres años, el viejo se echó atrás. No le dio al chico el control del rancho, como habían acordado. Tienen carácter esos Efron -sonrió y, al hacerlo, enseñó la dentadura postiza-. El chico dijo que se compraría su propio rancho.

Ness: Yo habría hecho lo mismo -murmuró-. Efron no tenía derecho a incumplir su palabra.

Bill: Quizá no. Pero le dijo al chico que volviera a Billings porque había problemas, algo con los libros de cuentas... Nadie sabe por qué lo hizo, por qué el chico volvió, a no ser que el viejo lo compensara de algún modo.

Vanessa rió con desprecio. Dinero, pensó. Si Zac hubiera tenido agallas, habría dejado a su padre con un palmo de narices y se habría establecido por su cuenta. Probablemente no había podido soportar la idea de empezar desde abajo... Pero recordaba su cara, su mano fuerte y decidida. Algo no encajaba, se dijo.

Ness: ¿Qué piensas de él, Bill? Me refiero a qué piensas tú, personalmente.

Bill: ¿De quién?

Ness: De Zac Efron.

Bill: No puedo decir mucho -empezó con calma, y se frotó la cara con una mano para ocultar una sonrisa-. Era un chico despierto e insolente, he conocido a uno o dos del estilo -soltó una risotada cuando Vanessa lo miró con ojos entrecerrados-. No le asustaba el trabajo. Cuando le salió barba, las mujeres ya suspiraban por él -se llevó una mano al corazón y lanzó un suspiro exagerado-.

Vanessa le dio un puñetazo en el brazo.

Ness: No me interesa su vida amorosa, Bill -empezó, e inmediatamente cambió de idea-. ¿Nunca ha estado casado?

Bill: Supongo que piensa que una mujer querrá decirle qué es lo que debe hacer y cómo debe hacerlo -respondió en tono afable-.

Vanessa empezó a insultarlo y luego se echó a reír.

Ness: Eres muy listo, Bill Foster. ¡Mira, ahí! -le puso una mano en el brazo-. Hemos encontrado a los terneros.

Bajaron y caminaron juntos por el pastizal contando cabezas y disfrutando del primero de los verdaderos placeres de la primavera: la nueva vida.

Ness: Estas deben ser del nuevo toro -contempló a un ternero que mamaba con entusiasmo mientras su madre dormitaba al sol-.

Bill: Sí -su bizquera se acentuó mientras barría con la mirada el rebaño que pastaba y a los recién nacidos-. Reconozco que Brad sabe lo que se hace -murmuró, y se frotó la barbilla-. ¿Cuántos terneros has contado?

Ness: Diez, y hay unas veinte vacas más que parecen a punto de parir -frunció el entrecejo mientras repasaba los números-. ¿No había...? -se interrumpió al oír un nuevo sonido por encima de los mugidos y del susurro de las hojas de los árboles-. Por ahí -dijo, aunque Bill ya estaba caminando en esa dirección-.

Lo encontraron tumbado y temblando detrás de su madre, que agonizaba. Tendría un día, dos como máximo, calculó Vanessa, mientras abrazaba al ternero y le canturreaba. La vaca se estaba desangrando, apenas respiraba ya. El parto había ido mal. Aunque la madre había conseguido alumbrar a su cría, ya sólo esperaba la muerte.

«Si el avión estuviera ya listo...», pensó Vanessa torvamente mientras Bill volvía en silencio a la ranchera. Si tuvieran ya el avión, habrían visto desde el aire que la vaca tenía problemas y... Movió la cabeza y se arrimó al recién nacido. Ése era el precio que había que pagar, se recordó. No podías llorar la muerte de todos los caballos y todas las vacas que perdías a lo largo del año. Sin embargo, cuando vio que Bill regresaba con su rifle, le lanzó una mirada de congoja. Luego dio media vuelta y se alejó.

Un estremecimiento recorrió su cuerpo cuando oyó el disparo, pero se obligó a sobreponerse a su debilidad. Todavía con la cría en brazos, volvió al lado de Bill.

Bill: Va a haber que llamar por radio a algunos hombres. Tú y yo solos no podemos montarla en la ranchera -agarró el morro del ternero con la mano y estudió su cara-. Espero que sea un luchador, o no podrá salir adelante.

Ness: Saldrá adelante -afirmó-, y yo estaré ahí para verlo -volvió a la ranchera susurrando con el fin de calmar al recién nacido que cargaba en los brazos-.

Cuando dieron las nueve de la noche estaba exhausta. Unos ciervos habían atravesado un campo de heno y habían dañado al menos medio acre de cultivo. Uno de sus hombres se había roto el brazo: una serpiente había asustado al caballo y éste lo había lanzado por los aires. Habían encontrado tres agujeros en la cerca que limitaba con los Efron, y algunas vacas se habían dispersado. Les había llevado casi todo el día reunirlas y reparar la cerca.

Todos los minutos libres que había podido arañar se los había dedicado al ternero huérfano. Lo había instalado en un establo seco y caliente, en el edificio de los establos para el ganado, y se había encargado ella misma de alimentarlo. Terminó el día allí, con una linterna y el olor y los ruidos de los animales a su alrededor.

Ness: Ven aquí -se sentó con las piernas cruzadas sobre el heno y acarició la carita blanca del ternero-. Ya te sientes mejor -el ternero le dedicó una especie de mugido tembloroso que la hizo reír-. Sí, Baby, ahora soy tu mami.

Para alivio suyo, agarró de buen grado la tetina del biberón. Las dos veces anteriores había tenido que obligarlo a tomar la leche contra su voluntad. En esa ocasión, tuvo que sujetar con firmeza la botella para impedir que la cría la arrancara de su mano de un tirón. Ya había entendido cómo se hacía, pensó, y lo acarició mientras succionaba la tetina. «Es una vida dura, pero es la única que tenemos.»

Ness: Chiquitín mío -murmuró, y luego se rió cuando el ternero se tambaleó y cayó sentado de golpe, con las patas traseras abiertas pero sin soltar la tetina-. Vamos, hazte un glotón -levantó más la base de la botella para que, con la inclinación, la leche cayera con facilidad-. Tienes todo el derecho -ambos se miraron a los ojos mientras el ternero chupaba su alimento-. Dentro de unos meses estarás fuera con el resto, en el pastizal, comiendo hierba. Y tengo la sensación... -dijo pensativamente mientras le rascaba las orejas- de que vas a tener mucho éxito con las chicas.

Cuando la leche se terminó y el ternero empezó a succionar aire, tiró de la botella hacia atrás. Inmediatamente, el ternero empezó a mordisquearle los tejanos.

Ness: Eh, tonto, que no eres una cabra.

Le dio un suave empujón y el animal rodó y quedó tendido sobre el heno, contento de recibir su caricia.

**: ¿Vas a quedártelo de mascota?

Vanessa volvió la cabeza rápidamente y se quedó mirando fijamente a Zac Efron. Mientras lo miraba, sus ojos perdieron la sonrisa.

Ness: ¿Qué estás haciendo aquí?

Zac: Una de tus preguntas preferidas -comentó mientras entraba dentro del establo-. Bonito ternero -se acuclilló junto a ella-.

Sándalo y cuero, Vanessa percibió esa mezcla de olores e inmediatamente apartó la nariz. No quería que ningún olor se filtrase en su memoria y le recordara a él una vez que se hubiera marchado.

Ness: ¿Te has equivocado en algún cruce, Efron? -preguntó secamente-. Éste es mi rancho.

Lentamente él giró la cabeza hasta que ambos quedaron mirándose a los ojos. Zac no podría decir cuánto tiempo estuvo contemplándola, en realidad su intención no había sido esa. Quizá fuera el efecto de su risa, un sonido grave que trepaba por la piel de un hombre y lo estremecía. Quizá hubiera que achacarlo al modo en que resplandecía su cabello, como una llama a la escasa luz de la linterna, o simplemente a la ternura que había visto en sus ojos mientras alimentaba al ternero. Había visto algo en esa mirada. Un hombre necesitaba una mujer que lo mirara de ese modo, que fuera lo primero que viera por la mañana y lo último antes de cerrar los ojos cada noche.

En ese momento la mirada de Vanessa no mostraba ninguna dulzura, sino que era retadora, desafiante. Eso removió también algo en su interior, algo que reconoció con menos dificultad. El deseo era fácil de identificar. Sonrió.

Zac: No me he equivocado en ningún cruce, Vanessa. Quería hablar contigo.

Ella no podía permitirse el lujo de apartarse de él de nuevo, ni darle el placer de saber que estaba deseando hacerlo. Se quedó sentada donde estaba e hizo un gesto inquisitivo levantando la barbilla.

Ness: ¿De qué?

Él recorrió su rostro con la mirada. Estaba empezando a desear no haberse quedado en Billings tanto tiempo.

Zac: Para empezar, de cría de caballos.

La mirada de Vanessa tembló de emoción y la traicionó, a pesar del tono desinteresado que imprimió a su voz.

Ness: ¿Cría de caballos?

Zac: Tu Reina -con toda naturalidad, enroscó un dedo en su pelo. ¿Qué secreto femenino emplearía para tenerlo tan suave?-. Mi Merlín. Soy demasiado romántico como para dejar pasar sin más una coincidencia así.

Ness: ¿Romántico? ¡Y un rábano! -le apartó la mano, pero se encontró con que él agarraba sus dedos-.

Zac: Te sorprenderías -dijo con suavidad. Con tanta suavidad que sólo un oído muy fino habría captado la firmeza de su voz-. Sé reconocer a una potra de categoría -volvió a acariciar su rostro con la mirada- cuando la veo -se rió al ver que los ojos de Vanessa relampagueaban-. ¿Siempre estás tan dispuesta a pelear, Vanessa?

Ness: Siempre estoy dispuesta a hablar de negocios, Efron -replicó. «No seas ansiosa». Recordaba bien las enseñanzas de su abuelo: «No enseñes tus cartas»-. Podría estar interesada en cruzar a Reina con tu semental, pero primero tendría que echarle otro vistazo.

Zac: Me parece muy justo. Ven mañana... a las nueve.

A ella le dieron ganas de saltar de alegría. Cinco años en Montana y nunca había estado en el rancho de los Efron. Y el semental... Pero estaba demasiado bien enseñada.

Ness: A ver si puedo. Es una hora de mucho trabajo -entonces se echó a reír porque el ternero, harto de que no le hiciera caso, había empezado a darle cabezazos en la rodilla-. Ya se ha vuelto un mimado -le hizo cosquillas en la barriga-.

Zac: Se comporta más como un perrito que como una vaca -afirmó, pero se inclinó para rascarle las orejas-.

A Vanessa le sorprendió la dulzura con la que lo hizo.

Zac: ¿Cómo ha perdido a la madre?

Ness: El parto salió mal -sonrió cuando el ternero lamió el dorso de la mano de Zac-. Le gustas. Es demasiado joven para saber lo que hace.

Zac enarcó una ceja con aire divertido.

Zac: Como te dije, todo consiste en saber tocar -deslizó una mano sobre la cabeza del ternero y le masajeó el cuello-. Hay una técnica para calmar a los bebés, otra para domar caballos... y otra para amansar a una mujer.

Ness: ¿«Amansar a una mujer»? -lo miró arqueando ambas cejas, más divertida que molesta-. Menuda frase.

Zac: A una que tenga aptitudes, y en ciertos casos.

Vanessa vio que el ternero, satisfecho y con la panza llena, se acurrucaba en el heno con el propósito de dormir.

Ness: Un típico macho -señaló todavía con una sonrisa en los labios-. Y tú perteneces al mismo grupo -lo dijo sin acritud, con resignación-.

Zac: Pudiera ser -reconoció-. Yo, en cambio, nunca diría de ti que eres «típica».

Vanessa estaba muy relajada. Lo estudió.

Ness: No creo que, en tu boca, eso sea un cumplido.

Zac: No, era un comentario. Si te dijera un cumplido, te pondrías hecha una fiera.

Vanessa echó hacia atrás la cabeza y se rió encantada.

Ness: Podrás ser otras cosas, Efron, pero no eres ningún tonto -todavía riéndose, apoyó la espalda en la pared del establo al tiempo que levantaba una rodilla y la rodeaba con los brazos-.

En aquel momento no quería cuestionarse por qué le agradaba su compañía.

Zac: Tengo un nombre -la luz que incidía en los ojos de Vanessa y los iluminaba dejaba el resto de su rostro en la oscuridad. Él sintió de nuevo que algo se removía en su interior-, ¿has pensado alguna vez en usarlo?

Ness: La verdad es que no -pero era mentira, se dio cuenta al instante, en realidad en su mente ya lo llamaba Zac. El verdadero problema no era bajo qué nombre, sino el hecho de que pensara en él. A pesar de todo, sonrió de nuevo; se sentía demasiado a gusto como para preocuparse por eso-. Baby se ha dormido.

Zac echó un vistazo y sonrió. ¿Seguiría llamándolo Baby cuando fuera un toro de varios cientos de kilos?, se preguntó. Probablemente.

Zac: Ha sido un día muy largo.

Ness: Mmm -estiró los brazos hacia el techo y notó que sus músculos se relajaban después. El agotamiento que sentía al entrar en el establo se había convertido en una fatiga que le resultaba casi agradable-. Por largos que parezcan, nunca da tiempo a hacer todo lo que uno querría. Si la semana tuviera diez horas más, tal vez lograra ponerme al día.

¿Ponerse al día de qué?, se preguntó él. ¿A qué se refería?

Zac: ¿Has oído hablar alguna vez de perfeccionismo?

Ness: Ambición -corrigió. Se miraron a los ojos-. No seré yo la que está dispuesta a contentarse sólo con lo que le ofrecen.

La furia que sintió Zac fue tan repentina que agarró con fuerza un puñado del heno que había en el suelo. Estaba claro que Vanessa se refería al rancho de su padre y a su situación allí. Su expresión permaneció inalterable mientras batallaba contra el impulso de devolver el golpe.

Zac: Cada uno hace lo que debe -dijo con calma-.

Abrió el puño y dejó escapar las briznas de heno.

A ella le fastidió que no se defendiera. Quería que tratara de defenderse, de justificarse. Aquello no debería importarle, se recordó Vanessa. Él no debía importarle. No le importaba, se aseguró a sí misma con algo bastante parecido al pánico, claro que no. Se levantó y se sacudió el polvo de los pantalones.

Ness: Tengo que revisar algunos papeles antes de acostarme.

Él se levantó también, más lentamente, y ya era demasiado tarde cuando ella se dio cuenta de que estaba arrinconada contra la pared en una esquina del establo.

Zac: ¿Ni siquiera me vas a invitar a una taza de café, Vanessa?

Ésta sentía una gran tensión en la nuca, y el corazón le latía tan fuerte que le repercutía en las costillas. Vio en los ojos de Zac que estaba enfadado, pero no era aquel enfado lo que la preocupaba, sino su propio pulso, muy agitado.

Ness: No -dijo finalmente-, no voy a invitarte a un café.

Él enganchó los pulgares en las presillas del cinturón y la estudió con detenimiento.

Zac: No tienes modales.

Ella alzó la barbilla.

Ness: Los modales no van conmigo.

Zac: ¿No? -el modo como sonrió hizo que ella se pusiera alerta-. Entonces los dejaremos de lado.

Con un movimiento tan rápido que ella no tuvo tiempo de esquivarlo, la agarró de la camisa y la atrajo hacia sí. El primer golpe fue sentir aquel cuerpo, alto y fuerte, contra el suyo.

Ness: Maldito seas, Efron...

El segundo, notar su boca sobre la de ella.

Oh, no... Aquel pensamiento dulce y débil se deslizó en la mente de Vanessa mientras luchaba por soltarse como una tigresa. Oh, no. No debería resultar tan agradable ni saber tan maravillosamente. No debería desear que aquello continuara y continuara y continuara...

Lo empujó hacia atrás y él la estrechó aún más contra sí para que no pudiera empujarlo de nuevo. Ella se retorció, pero sólo consiguió excitarse con el roce de sus cuerpos. ¡Basta!, se dijo Vanessa mientras la pasión empezaba a arder en su interior. No podía ni debía dejar que aquello sucediera. Sabía cómo burlar el deseo, lo había hecho durante cinco años sin apenas esfuerzo. Pero en ese instante…, en ese instante algo se había disparado dentro de ella demasiado deprisa, y se escurría y se escabullía de un modo que no podía agarrarlo y detenerlo para que no siguiera avanzando hasta situarse fuera de su alcance.

Su sangre comenzó a hervir, sus manos a aferrarse a él y su boca a responder.

Zac había esperado que se pusiera furiosa. Como él ya lo estaba, no le importaba. Sabía que Vanessa se pondría furiosa y que pelearía con él por haberla sorprendido de ese modo y haberla besado sin permiso. Su propia furia exigía que ella peleara, tanto como su deseo le exigía que la besara.

Se había imaginado que su boca sería dulce. ¿Por qué si no llevaba dos días en que apenas podía pensar en otra cosa que no fuera besarla? Ya sabía que su cuerpo sería firme, que en él las curvas y formas femeninas se insinuarían sólo sutilmente. Se adaptaba al suyo como si estuviera moldeado para ello. Ella estiró los brazos como para intentar separarse de él, se movió, y él sintió que la piel le hormigueaba con la fricción que esos movimientos producían.

De pronto ella lo abrazó y los labios de Vanessa se abrieron. No se trataba de una rendición, sus labios transmitían un deseo apremiante que lo sacudió. Si ese ardor había ido creciendo dentro de ella, se había dado mucha maña en ocultarlo. Había explotado en un destello de pasión cegadora surgido de la nada. Agitado, Zac retrocedió, tratando de evaluar su propia reacción y luchando para no perder de vista cuáles eran sus propias necesidades.

Vanessa se quedó mirándolo fijamente, su respiración era irregular. El pelo le caía por la espalda y reflejaba la escasa luz; sus ojos brillaban en la oscuridad. Su mente patinaba y sacudió la cabeza para intentar pensar con claridad. Justo cuando ella empezaba a hilar el primer pensamiento coherente, él soltó una palabrota y atrapó de nuevo su boca.

Esa vez no hubo ni asomo de resistencia, ni de rendición tampoco. Su pasión igualaba la de Zac. Sándalo y cuero. Esa vez ella inhaló con fuerza, absorbió aquel perfume del mismo modo que absorbía esos labios firmes e implacables. Dejó que su lengua jugueteara con la de él mientras se embriagaba con todos aquellos sabores y olores tan masculinos. En su modo de sujetarla y besarla había algo inexcusablemente primitivo. Y a ella le gustaba. En el caso de que quisiera un hombre, ni necesitaba ni deseaba refinamiento o apariencia, que se deslucían y empañaban con facilidad.

Dejó que su cuerpo llevara las riendas. ¿Cuánto tiempo había suspirado por algo así? ¿Tener a alguien que la apoyara y la arrebatara hasta el punto de no tener pensamientos ni preocupaciones? Allí no cabía exigir responsabilidades, las únicas exigencias eran las de la carne. Allí, con esa boca cálida y húmeda sobre la suya, con aquel cuerpo firme contra el suyo, se sentía tan sólo mujer. Egoístamente mujer. Había olvidado lo fabuloso que podía llegar a ser eso, o quizás antes nunca hubiera experimentado plenamente esa sensación.

¿Qué le estaba haciendo esa mujer? Zac pensó en retroceder y se encontró con que sus manos estaban atrapadas en la melena de Vanessa, suave y abundante. Intentó pensar, pero sus sentidos estaban dominados por el olor de Vanessa. Y ese sabor... Un gemido pugnó por salir de su garganta al tiempo que la besaba con pasión. ¿Cómo podía haber intuido que sabría así? Un sabor fuerte, atractivo, seductor. Ese aroma poseía toda la exhuberancia de la que carecía su cuerpo, y esa combinación era abrumadora. Se preguntó cómo podía haber vivido hasta entonces sin aquello. Entonces se dio cuenta de que estaba yendo demasiado lejos y demasiado deprisa. Se echó hacia atrás con cuidado, ya que sus manos no reposaban sobre los hombros de Vanessa con la firmeza que habría deseado.

Ella se tambaleó un poco y se sujetó. Dios santo, ¿qué estaba haciendo? ¿Qué había hecho? Se quedó mirando a Zac fijamente mientras intentaba recuperar el aliento. Esos ojos claros y pícaros, esa boca astuta... Lo había olvidado. Había olvidado quién era ella y quién era él. Lo había olvidado todo a excepción de esa sensación embriagadora de libertad y pasión. Él había utilizado aquello contra ella, pensó torvamente. Pero algo había ocurrido cuando...

«¡No pienses ahora!», se ordenó a sí misma. «Limítate a echarlo de aquí antes de que acabes de ponerte en ridículo».

Con cuidado, apartó las manos de Zac de sus hombros y rogó para que su voz sonara firme.

Ness: Bueno, Efron, ya te has divertido. Ahora desaparece.

¿Divertido?, pensó él mirándola fijamente. Fuera lo que fuera, lo que había sucedido entre ellos no tenía nada que ver con la palabra «divertido». El suelo se movía ligeramente bajo sus pies, igual que años atrás, cuando se había bebido su primer paquete de seis cervezas. Tampoco aquello había resultado divertido, pero había sido toda una experiencia. Claro que al día siguiente lo había pagado caro. Se imaginó que también ahora tendría que pagar.

No iba a disculparse, se dijo mientras se obligaba a calmarse, de eso nada, pero se marcharía de allí mientras todavía pudiera hacerlo. Con naturalidad, se agachó para recoger su sombrero, que había caído al suelo cuando ella había enredado los dedos en su pelo. Se tomó su tiempo para colocárselo de nuevo en la cabeza.

Zac: Tienes razón, Vanessa -dijo tranquilamente... cuando logró hablar-. A cualquier hombre le costaría mucho resistirse a una mujer como tú -sonrió y dio un golpecito en su sombrero-. Pero haré lo que pueda.

Ness: ¡A ver si es verdad, Efron! -gritó a sus espaldas, y luego se abrazó porque había empezado a temblar-.

Incluso cuando el sonido de los pasos de Zac se hubo apagado, todavía esperó cinco minutos de reloj antes de abandonar el establo. Cuando salió, en el patio del rancho reinaban el silencio y la oscuridad. Apenas se oía el murmullo de una televisión o una radio procedente del barracón de los trabajadores. Más allá brillaban unas cuantas luces, las casas de los peones casados. Se detuvo y aguzó el oído, pero no oyó el ruido del motor del vehículo que Zac habría usado para llegar hasta allí desde su rancho.

Ya estará lejos, pensó, y giró sobre sus talones para encaminarse a la casa. Ésta tenía dos pisos y era de piedra y madera, todos materiales autóctonos. Había sido levantada en el mismo lugar que ocupara la casa original. Su abuelo siempre alardeaba de haber nacido en una casa que habría cabido en la cocina de la actual. Vanessa entró por la puerta delantera, que nunca estaba cerrada.

Siempre le había gustado esa casa, la distribución inteligente de la madera, las baldosas y la piedra en la zona de estar. En la chimenea se podría asar un ternero. Los visillos color crudo de su abuela todavía colgaban en las ventanas. A menudo deseaba haberla conocido. Todo lo que sabía de ella era que se trataba de una irlandesa de aspecto delicado pero muy fuerte. Había heredado su color de pelo y, según su abuelo, también su temperamento. Y quizá, pensó irónicamente mientras subía las escaleras, también su fuerza.

Dios, cómo le gustaría tener cerca a una mujer para poder hablar. Cuando estaba a mitad de las escaleras, se detuvo y se apretó las sienes con los dedos. ¿Y eso?, se preguntó. Por lo que ella recordaba, nunca había buscado la compañía de otras mujeres. A muy pocas les interesaban las mismas cosas que a ella y, cuando no se interponía ningún conflicto de tipo sexual, siempre le había parecido que era más fácil tratar con hombres.

Pero en esos momentos, en esa casa tan vacía y con la sangre bullendo en sus venas, deseaba tener cerca un mujer que pudiera entender la lucha que se libraba en su interior. ¿Su madre? Con una carcajada sobria, empujó la puerta de su dormitorio. Si llamara a su madre y le contara que estaba ardiendo de deseo y no sabía qué hacer con él, la encantadora esposa del médico se pondría colorada como una amapola y, tartamudeando, le recomendaría un buen libro sobre el tema.

No, por mucho que quisiera a su madre, no era una mujer que pudiera comprender..., bueno, esas ansias, admitió Vanessa deshaciéndose de su camisa de trabajo. Si quería ser sincera, eso era lo que había sentido en brazos de Zac. Quizá fuera eso todo lo que ella era capaz de sentir. Frunció el ceño, lanzó los tejanos sobre la camisa y caminó desnuda hacia el baño.

Probablemente debería estar agradecida por poder sentir aquello. Con un movimiento de muñeca, abrió el grifo del agua caliente al máximo y luego añadió una pizca de fría. No había sentido absolutamente nada por ningún hombre durante años. Cinco años, admitió, y vertió con prodigalidad sales de baño en el agua. Con mano experta, se recogió el pelo en lo alto de la cabeza ayudándose de un par de pasadores.

Afortunadamente, podía recordar a Kevin y su breve e infeliz aventura. ¿Una noche de cama se podía llamar «una aventura»?, se preguntó con pesar, y a continuación se sumergió en el agua caliente. Lo llamara como lo llamara, había sido un fiasco; eso era lo que debía recordar. Era muy joven en esa época. Ya casi podía pensar en todo aquello con diversión. Casi.

La joven e ingenua virgen y el afable y encantador medico residente de ojos cristalinos como el agua de un lago. No había tenido que persuadirla para que se acostara con él, no la había presionado. No, debía reconocer que ella lo deseaba y que él se había mostrado cariñoso y dulce. Lo único que había pasado era que las palabras «te quiero» significaban cosas distintas para cada uno de ellos. Para ella suponían un compromiso, para él eran simplemente una frase.

Había aprendido de la forma más dura que hacer el amor no equivalía a amor, compromiso o matrimonio. Él se había reído, aunque quizá no de un modo cruel, cuando ella ingenuamente había hablado de un futuro juntos. No quería una esposa, ni siquiera una compañera..., le bastaba con alguien que quisiera acostarse con él de vez en cuando. Su desenfado y su sinceridad la habían destrozado.

Ella estaba dispuesta a amoldarse a lo que él quisiera, a convertirse en una pulcra y sociable esposa de médico, como su madre; en un ama de casa dedicada y hábil; una compañera organizada capaz de conjugar carrera y familia. Le había llevado meses darse cuenta de que había hecho el ridículo ante él, que había tomado al pie de la letra los cumplidos y las palabras amables porque eso era lo que deseaba oír. Había necesitado aún más tiempo y varios miles de millas de distancia para poder reconocer que Kevin le había hecho un favor.

No sólo la había salvado de intentar forzar su personalidad para amoldarse a un tipo de vida en la que nunca habría encajado, sino que además le había proporcionado una visión muy clara de lo que eran los hombres. No se podía confiar en ellos a nivel personal. Una vez que les dabas tu amor, el poder de herirte, estabas perdida, dispuesta a hacer lo que fuera por complacer, incluso perder tu propia personalidad.

Cuando era joven, siempre intentaba complacer a su padre, y había fracasado porque se parecía demasiado a su abuelo. Él único hombre que la había aceptado tal cual era había sido Jack Hudgens. Y ya no estaba.

Se recostó, cerró los ojos y dejó que el agua caliente aliviara su fatiga. Zac Efron no buscaba pareja y ella tampoco. Lo ocurrido entre los dos en el establo había sido un error y no se repetiría. Quizá él estuviera buscando amante, pero ella no. Vanessa Hudgens iba por libre, y así era como le gustaba vivir.




Que impulsivo, Efron XD
Ness dice que no le ha gustado pero se ha derretido en sus brazos XD

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2 comentarios:

Maria jose dijo...

Se van a volver locos entre ellos
Me gusto ese impulso que zac tuvo
Ya quiero saber qué pasará
Amo esa parejita que ahorita se odia
Pero en unos 3 capítulos más se amaran
Sube pronto


Saludos

Lu dijo...

Me encanto este capitulo! Sin palabras la verdad! Fue increíble.
Me encanta que Zac sea impulsivo.


Sube pronto

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