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jueves, 26 de mayo de 2016

Capítulo 3


Se preguntaba si Vanessa iría. Zac condujo de vuelta al camino que en otro tiempo había servido para que transitaran mulas y caballos. No estaba en mejor estado que en aquella época remota. El Jeep daba sacudidas, como si fuera un potro de mal carácter, se hundía en los surcos y brincaba sobre las piedras. A él le gustaba, igual que había disfrutado de la temprana visita, acompañado por cinco de sus hombres, al campamento. Si pudiera disponer de algo de tiempo, le gustaría pasar unos días en uno de los campamentos en compañía masculina. Trabajo agotador durante el día y unas cervezas para acompañar la partida de póquer por la noche. Y conducir al ganado lo bastante lejos del rancho como para olvidarse de la existencia de la civilización. Sí, algo así le gustaría, pero...

Valoraba la manera conservadora, tradicional, de hacer las cosas de su padre, en especial cuando se combinaba con sus propias ideas, a menudo experimentales. Los hombres continuarían haciendo uso del lazo y conduciendo al ganado a los pastizales, pero dos tractores arrastrando un cable desbrozaban más terreno en un día que varios hombres en un mes utilizando el hacha. Y un avión...

Con una sonrisa forzada, recordó cómo había peleado seis años atrás para que compraran un avión y que su padre lo había considerado un lujo innecesario. Había sido él quien había terminado pagando el aparato de su bolsillo y aprendiendo a pilotarlo. Su padre nunca había admitido que el avión se hubiera vuelto imprescindible. En tanto se utilizara, a Zac no le importaba. Su intención no era arrojar la figura del cowboy fuera de escena, sino simplemente facilitarle un poco las cosas.

Redujo la marcha y dejó que el Jeep bajara la colina dando tumbos. Las desavenencias con su padre, que habían alcanzado su punto álgido cinco años atrás, se habían suavizado, aunque sin llegar a desaparecer. Sabía que tendría que presentar batalla por todos y cada uno de los cambios, de las mejoras que pretendiera introducir. Y que acabaría ganando. Paul Efron podía ser testarudo, pero no era ningún estúpido. Y estaba enfermo. Dentro de seis meses...

Zac volvió a meter cuarta. No le gustaba pensar en la batalla que su padre estaba perdiendo, una batalla en la que él no podía hacer nada para ayudarlo. La desesperanza era algo a lo que no estaba acostumbrado. Se parecía demasiado a su padre, tal vez esa fuera la razón de que se pasaran la vida discutiendo.

Expulsó fuera de su mente a su padre y la idea de la muerte y pensó en Vanessa. Era toda vida, juventud y vitalidad.

¿Iría a verlo? Sonriendo, atravesó a gran velocidad un pastizal cubierto por mezquite. Pues claro que iría, aunque sólo fuera para demostrarle que no era fácil intimidarla. Levantaría la barbilla hacia él y le lanzaría una de sus miradas heladas. No era de extrañar que lo atrajera tanto, y que esa atracción se transformara en un dolor en la boca del estómago. Ese dolor lo había abrasado al besarla.

Con ninguna mujer había estado tan a punto de tartamudear desde que Emma Swanson lo había iniciado en los placeres de la vida en el granero. Una cosa era que un quinceañero perdiera la razón y la capacidad de expresarse correctamente cuando lo rodeaban unos brazos tiernos, y otra muy distinta que eso le sucediera a un hombre hecho y derecho que había hecho un estudio de los placeres y las frustraciones que reportaban las mujeres. No podía jurarlo, pero sabía que iba a tener más de ambas cosas. Pronto.

Era una típica Hudgens, decidió. Impulsiva, terca, obstinada. Volvió a sonreír. Se imaginaba que la razón principal de que los Hudgens y los Efron nunca se hubieran llevado bien era que se parecían demasiado. A Vanessa no le iba a resultar fácil asumir todas las responsabilidades del rancho, pero no dudaba de que lo conseguiría. Y tampoco dudaba de que él iba a disfrutar viendo cómo lo hacía. Casi tanto como disfrutaría acostándose con ella.

Silbando entre dientes, frenó delante de la casa principal. Un perro ladraba cerca del establo del ganado. Alguien estaba oyendo la radio en el granero; era una canción country, un lamento lento entonado con voz gangosa. En los arriates de flores, sin una mala hierba, empezaban a florecer los asteres. Cuando se estaba bajando del Jeep, oyó abrirse la puerta del porche y miró en esa dirección. Su madre salió. Sonreía, pero sus ojos mostraban cansancio.

Era tan hermosa... Nunca había llegado a acostumbrarse, siempre lo emocionaba. Menuda, delgada, Karen Efron caminaba con paso ágil. Era veintidós años más joven que su padre y ni los fríos inviernos ni el sol abrasador de Montana habían marchitado la belleza de su piel. Su hermana se parecía mucho a ella, reflexionó Zac, la clásica belleza rubia que había ido a más con los años. Karen vestía unos pantalones que la hacían parecer aún más delgada y una blusa rosa; llevaba el pelo recogido en una coleta floja. Podría haber entrado en el Beverly Wilshire sin tener que modificar ni un ápice su aspecto. Y, de ser necesario, habría podido igualmente montar a caballo y partir a reparar el alambrado de las cercas.

Karen: ¿Todo en orden? -preguntó tendiéndole una mano-.

Zac: Todo bien. Han rodeado a los animales que estábamos perdiendo por la cerca sur -estudió la cara de su madre y le agarró la otra mano-. Pareces cansada.

Karen: No -le apretó los dedos, tanto para buscar apoyo como para tranquilizarlo-. Tu padre no ha dormido bien esta noche. No viniste a verlo.

Zac: No habría dormido mejor sólo porque yo hubiera venido a verlo.

Karen: Discutir contigo es toda la diversión que tiene últimamente.

Zac sonrió, porque eso era lo que ella esperaba.

Zac: Vendré luego para hablarle de los quinientos acres de mezquite que quiero desbrozar.

Karen se rió y puso las manos sobre los hombros de su hijo. Como ella estaba en el porche y él en tierra, sus ojos se encontraban a la misma altura.

Karen: Le conviene verte, Zac. No, no me levantes esa ceja -ordenó con suavidad-.

Zac: Cuando vine a verlo ayer por la mañana, me dijo que me fuera al diablo.

Karen: De eso se trata -sus dedos masajeaban los hombros de su hijo distraídamente-. Yo tiendo a mimarlo, aunque no debería. Te necesita a ti, enfadarse contigo lo ayuda a seguir viviendo. Sabe que tienes razón, que siempre la has tenido. Está orgulloso de ti.

Zac: No hace falta que me expliques cómo es -su tono se había endurecido sin que pudiera evitarlo-. Lo conozco lo suficiente.

Karen: Casi lo suficiente -murmuró, apoyando su mejilla en la de su hijo-.

Cuando el vehículo de Vanessa entró en el patio del rancho, lo primero que ésta vio fue que Zac estaba abrazando a una rubia delgada y elegante. La oleada de celos la dejó aturdida; luego se enfureció. Después de todo, era un hombre, se recordó a sí misma mientras sus manos se aferraban con fuerza al volante un instante. Era fácil para un hombre disfrutar de un calentón en un establo por la noche y, a la mañana siguiente, de un tierno abrazo en el porche. La emoción verdadera no jugaba ningún papel. ¿Por qué debería hacerlo?, pensó apretando los dientes. Frenó en seco junto al Jeep de Zac.

Éste se dio la vuelta y, a pesar de tener la desventaja de que el sol la deslumbraba, ella le dedicó una mirada gélida. Ni por un momento le daría la satisfacción de enterarse de que había pasado una noche inquieta, poblada de sueños. Bajó de su viejo utilitario y se las arregló para no dar un portazo.

Ness: Efron -dijo secamente-.

Zac: Buenos días, Vanessa -le dedicó una sonrisa afable, pero en su mirada revoloteaba algo más penetrante-.

Ella caminó hacia él, ya que no parecía dispuesto a soltar a la rubia para acercarse.

Ness: He venido a ver a tu semental.

Zac: Estuvimos hablando de modales ayer por la noche, ¿verdad? -su sonrisa se hizo más amplia cuando ella lo miró airadamente-. Creo que vosotras dos no os conocéis.

Karen: No, en efecto -bajó los escalones del porche, divertida con el brillo que veía en la mirada de su hijo y la furia evidente en los ojos de la recién llegada-. Tú debes ser Vanessa Hudgens. Soy Karen Efron, la madre de Zac.

Vanessa se quedó con la boca abierta y miró a la señora Efron. Delicada, elegante, guapa.

Ness: ¿Madre? -repitió antes de poder contenerse-.

Karen se rió y puso una mano en el hombro de Zac.

Karen: Creo que me acaban de hacer un cumplido.

Él bajó la vista para mirarla y sonrió.

Zac: ¿A ti o a mí?

Su madre se rió de nuevo y se volvió hacia Vanessa.

Karen: Os dejaré para que os ocupéis de vuestro asunto. Por favor, entra a tomar un café antes de marcharte si te queda tiempo, Vanessa. Últimamente tengo tan pocas ocasiones de charlar con una mujer...

Ness: Sí, eh..., gracias -con el entrecejo fruncido, vio cómo Karen traspasaba la puerta del porche-.

Zac: Me parece que no es habitual en ti quedarte sin palabras -comentó-.

Ness: No -sacudió la cabeza levemente y lo miró-. Tu madre es muy guapa.

Zac: ¿Sorprendida?

Ness: No. Es decir, había oído que era guapa, pero... -se encogió de hombros y deseó que él dejara de mirarla con aquella sonrisa infernal dibujada en la boca-. No te pareces a ella en nada.

Zac le pasó un brazo por encima del hombro mientras daban media vuelta y se alejaban de la casa.

Zac: Ya estás tratando de embaucarme de nuevo, Vanessa.

Ella tuvo que morderse el labio inferior para contener la risa.

Ness: Tengo mejores cosas a las que dedicar mi tiempo -aunque le agradaba sentirlo sobre su hombro, retiró el brazo de Zac-.

Zac: Hueles a jazmín. ¿Te lo has puesto por mí?

Como semejante pregunta no merecía respuesta, Vanessa se limitó a dirigirle una mirada gélida, que sólo vaciló cuando él se echó a reír. Zac le echó hacia atrás el sombrero, tiró de ella hacia sí y le dio un beso en toda regla. Vanessa notó que las rodillas le flaqueaban. Aunque la soltó antes de que a ella se le ocurriera pedirle tal cosa, recuperó enseguida el juicio.

Ness: ¿Se puede saber qué te has creído que...?

Zac: Lo siento -sus ojos seguían sonrientes, pero levantó las manos en el aire haciendo ademán de rendirse-. He perdido la cabeza. Me pasa cuando me miras como si quisieras hacerme pedazos. Pedacitos -añadió, y volvió a colocarle el sombrero en la cabeza-.

Ness: La próxima vez no me limitaré a mirar -dijo, y echó a andar en dirección al corral-.

Zac la alcanzó.

Zac: ¿Qué tal el ternero?

Ness: Bien. El veterinario se va a acercar esta tarde para examinarlo, pero hace un rato se ha vuelto a tomar todo el biberón.

Zac: ¿El padre es ese nuevo toro tuyo? -cuando ella le dirigió una mirada arisca, él sonrió-. Las noticias corren. Además, me lo quitaste de las manos. Estaba organizándome para ir a Inglaterra a verlo con el propósito de comprarlo cuando me enteré de que ya lo habías hecho tú.

Ness: ¿En serio?

Aquello era una novedad. Y Vanessa no podía evitar alegrarse de oírla.

Zac: Pensé que te pondrías contenta.

Ness: Soy una antipática -admitió al tiempo que llegaban a la cerca del corral-. No soy una chica agradable, Efron.

Él la miró de un modo raro y asintió.

Zac: Entonces nos entenderemos. ¿Qué apodo le han dado tus hombres a ese toro?

La sonrisa de Vanessa fue tan amplia que se dibujaron dos hoyuelos junto a las comisuras de sus labios. Zac se dijo que tenía que averiguar lo que se sentía cuando uno ponía sus labios justo allí.

Ness: El Terror se comporta irreprochablemente cuando está en buena compañía.

Él soltó una risa ahogada.

Zac: Me parece que no era ése el apodo que oí. Hasta ahora, ¿cuántos terneros?

Ness: Cincuenta. Todavía es pronto.

Zac: Mmm. ¿Usáis inseminación artificial?

Ella entrecerró los ojos.

Ness: ¿Porqué?

Zac: Sólo por curiosidad. Nos dedicamos a lo mismo, Vanessa.

Ness: No se me olvida.

Aquello le molestó y el rostro de Zac se puso rígido.

Zac: ¿Y eso significa que tenemos que ser rivales?

Ness: ¿Acaso no? -se caló el sombrero-. He venido a ver ese semental, Efron.

Él se quedó mirándola a los ojos un rato y ella empezó a sentirse violenta.

Zac: Efectivamente -respondió con tranquilidad-.

Agarró con brusquedad un ronzal de uno de los postes del cercado y, dando prueba de gran flexibilidad, se inclinó sobre la cerca del corral y la saltó.

Grosera, se reprochó Vanessa. Una cosa era ser precavida, incluso poco amable, y otra ser grosera. Ella no era así. Frunciendo el entrecejo, se apoyó en la cerca y dejó reposar la barbilla sobre una mano. Y, sin embargo, se mostraba grosera con Zac continuamente, desde su primer encuentro. El entrecejo se relajó mientras miraba cómo él se acercaba al caballo.

Los dos machos eran fuertes y proporcionados, y parecía que a ambos les gustaba hacer las cosas a su manera. En ese momento, el semental no estaba de humor para que le pusieran el ronzal. Se alejó haciendo algunas cabriolas y se puso a beber con aire distraído el agua del abrevadero. Zac murmuró algo que hizo que Merlín sacudiera la cabeza y volviera a alejarse al trote.

Zac: Eres un demonio -le oyó decir Vanessa, pero casi riéndose-.

Zac se dirigió de nuevo hacia el caballo y éste volvió a recular.

Vanessa se subió a la cerca y se sentó arriba del todo.

Ness: Vamos, rodéalo, ánimo.

Él le dirigió una sonrisa; luego se encogió de hombros y le dio la espalda al caballo, como si se hubiera rendido. Regresó hacia ella, pero cuando se encontraba en el centro del corral, Merlín fue hasta él y le dio un empujón con el morro.

Zac: Ahora quieres disimular -se giró y le acarició la crin antes de deslizar el ronzal-, después de hacerme quedar como un novato delante de la señora.

Novato... De eso nada, pensó Vanessa al observar el modo como sujetaba al caprichoso animal. Si hubiera querido impresionarla, habría dejado que lo difícil pareciera difícil, en lugar de hacerlo parecer tan fácil. Dejó escapar un suspiro: su respeto por él acababa de subir un punto.

Luego, cuando Zac llegó hasta ella con el semental, se inclinó para acariciar el cuello de Merlín. El pelo era como la seda y los ojos del caballo, precavidos pero no mezquinos.

Ness: Zac... -vio que él enarcaba una ceja al oírle pronunciar espontáneamente su nombre-. Lo siento -se limitó a decir-.

Algo brilló en los ojos de Zac, pero resultaba difícil leer en ellos.

Zac: Está bien -respondió simplemente, y le tendió una mano-.

Ella la aceptó y saltó dentro del corral.

Ness: Es precioso -pasó sus manos por el amplio pecho y los flancos elegantes-. ¿Lo has cruzado ya alguna vez?

Zac: Dos veces en Billings -respondió mirándola-.

Ness: ¿Desde hace cuánto lo tienes? -fue hasta la cabeza de Merlín y pasó por debajo de ella para situarse al otro lado-.

Zac: Desde que nació. Me costó cinco días capturar a su padre. -Ella lo miró y captó un destello en sus ojos-. Debía de haber unos ciento cincuenta caballos en aquella manada -prosiguió-. Era un demonio enjaulado, casi me mata la primera vez que le puse el ronzal. Luego destrozó su establo y casi se vuelve a escapar. Tendrías que haberlo visto: sangraba de una pata y sus ojos eran puro fuego. Cuando lo cruzamos con la yegua, tuvimos que sujetarlo entre seis hombres.

Ness: ¿Qué hiciste con él? -tragó saliva pensando lo fácil que habría sido cruzar varias veces a aquel semental y después castrarlo-.

Quebrar su valor.

Los ojos de ambos se encontraron por encima del lomo del animal.

Zac: Lo dejé marchar. Algunas cosas es imposible encerrarlas.

Ella sonrió. Antes de poder darse cuenta, extendió su mano por encima de Merlín para agarrar la de Zac.

Ness: Me alegro.

Mirándola a los ojos, él le acarició los nudillos con el pulgar. La palma de su mano era áspera; el dorso de la de ella, suave.

Zac: Eres una mujer interesante, Vanessa, con algunos y atractivos puntos suaves.

Perturbada, ella trató de retirar su mano.

Ness: Muy pocos.

Zac: Por eso son tan atractivos. Estabas muy guapa anoche, sentada sobre el heno y susurrándole al ternero. El pelo te brillaba.

Palabras que embelesaban, se dijo Vanessa, de eso algo sabía ella. Pero entonces ¿por qué el pulso le latía más deprisa?

Ness: No soy guapa -dijo con rotundidad-. No quiero ser guapa.

Cuando él se dio cuenta de que hablaba en serio, ladeó la cabeza.

Zac: Bueno, no siempre podemos lograr lo que nos proponemos, ¿no es cierto?

Ness: No empieces otra vez, Efron -ordenó con voz tan cortante que el caballo se movió inquieto bajo sus manos entrelazadas-.

Zac: Empezar ¿qué?

Ness: Lo sabes muy bien. Me preguntaba por que siempre acabo siendo grosera contigo -empezó a decir-, y me doy cuenta de que la razón es que tú no entiendes otro lenguaje. Suéltame la mano.

Él entrecerró los ojos al oír aquel tono.

Zac: No -se la agarró más fuerte y le dio una palmada al caballo. Éste se alejó al trote y los dejó el uno frente al otro, sin nada que se interpusiera entre ellos-. Yo me preguntaba por qué siempre acabo deseando ponerte boca abajo encima de mis rodillas... o del hombro -añadió pensativamente-. Quizá sea por los mismos motivos.

Ness: Tus motivos no me interesan.

Los labios de Zac se curvaron ligeramente hacia arriba, pero en su mirada había algo que no tenía nada que ver con el humor.

Zac: Estaría dispuesto a creerte si no fuera por lo de anoche -dio un paso hacia ella-. Puede ser que yo te besara primero, pero, señora mía, usted me devolvió el beso. He tenido toda la noche para pensar en eso... y en lo que voy a hacer al respecto.

Tal vez fuera porque él había dicho la verdad cuando ella no tenía ninguna gana de escucharla. Tal vez tuviera algo que ver con el destello de malicia que Vanessa vio en su mirada o con su sonrisa insolente.

Pudo ser una combinación de todo ello lo que le hizo perder los estribos. Antes de darse la oportunidad de meditarlo, y sin que él tuviera tiempo de reaccionar, le propinó un puñetazo en el estómago.

Ness: ¡Pues esto es lo yo pienso hacer al respecto! -declaró mientras él gruñía de dolor-.

Vanessa apenas entrevió su cara de perplejidad antes de dar media vuelta y alejarse. No llegó muy lejos.

Se quedó sin respiración al notar cómo la tiraba al suelo. Se encontró tumbada, de espaldas, inmovilizada bajo su peso. La cara de Zac ya no mostraba perplejidad sino ira. No transcurrió ni un segundo antes de que empezara a golpearlo, pero casi inmediatamente se dio cuenta de que estaba fuera de juego.

Zac: Eres un demonio -gruñó sujetándola-. Estás pidiendo a gritos una azotaina desde la primera vez que mis ojos se posaron en ti.

Ness: Haría falta alguien más hombre que tú, Efron.

Casi logró levantar la rodilla y alcanzar un punto muy importante, pero él se movió y ella quedó en una postura aún más vulnerable. Prendió en su interior una pasión que no tenía nada que ver con su enfado.

Zac: Así que quieres probarme lo mala que puedes llegar a ser... -ella volvió a retorcerse y despertó en él algo peligroso-. Si quieres jugar sucio, no tenías más que decirlo -cerró su boca sobre la de ella antes de que Vanessa pudiera protestar-.

En ese momento notó cómo el pulsó de ella se aceleraba, pues la estaba sujetando por las muñecas. Después sólo pudo sentir la pasión con que su boca lo recibía.

No era consciente de si ella seguía mostrando alguna resistencia. Él mismo se estaba hundiendo, se estaba hundiendo mucho más de lo que esperaba. Él sol le calentaba la espalda y, bajo su cuerpo, ella resultaba suave, pero él únicamente era capaz de notar sus labios, húmedos y sedosos. Se le ocurrió que podría vivir con aquella sensación hasta el final de sus días, y eso lo aterrorizó.

Se echó hacia atrás y se quedó mirándola fijamente. Había logrado dejarlo sin respiración mejor aún que con el puñetazo.

Zac: Debería pegarte -dijo tranquilamente-.

A pesar de estar tumbada, ella logró alzar la barbilla.

Ness: Lo preferiría.

No era la primera mentira que le decía pero quizá esa fuera la mayor.

Se recordó a sí misma que a ninguna mujer le gustaría que la besara un hombre que previamente la había tirado al suelo, aunque su conciencia le recordó que se lo había merecido. No era una muñeca frágil y no quería que la trataran como tal, pero no debería desear que él la besara de nuevo..., no debería desearlo tanto que casi podía sentirlo.

Ness: ¿Vas a quitarte de encima? -preguntó entre dientes-. No eres tan flaco como pareces.

Zac: Es más seguro hablar contigo en esta posición.

Ness: Yo no quiero hablar contigo.

Los ojos de Zac volvieron a brillar.

Zac: Entonces no hablaremos. -Antes de que ella pudiera protestar o de que él hiciera lo que se proponía, Merlín bajó la cabeza y la colocó entre sus respectivas cabezas-. Búscate tu propia chica -refunfuñó, y lo empujó hacia un lado-.

Ness: Es más delicado que tú -empezó a decir, y se echó a reír cuando el caballo volvió a inclinar la cabeza-. Por Dios santo, Zac, deja que me levante. Esto es ridículo.

En lugar de mostrarse complaciente, él volvió a bajar la mirada hacia ella. Los ojos de Vanessa brillaban llenos de regocijo, se insinuaban los hoyuelos... El pelo lo tenía esparcido como si fuera una llama sobre el polvo.

Zac: Está empezando a gustarme. No lo haces lo suficiente.

Ella sopló para apartarse el pelo de los ojos.

Ness: ¿Qué?

Zac: Sonreír.

Vanessa se rió de nuevo y él notó que sus brazos, que tenía atrapados por las muñecas, se relajaban.

Ness: ¿Y por qué iba a hacerlo?

Zac: Porque me gusta.

Ella intentó exhalar un gran suspiro, pero acabó en una risa ahogada.

Ness: Si me disculpo por haberte dado ese puñetazo, ¿me dejarás levantarme?

Zac: No lo estropees ahora. Además, no volverás a pillarme desprevenido.

No, ya imaginaba ella que no.

Ness: Mira, en todo caso te lo merecías... y ya me lo has hecho pagar. Ahora arriba, Efron. El suelo está duro.

Zac: ¿Ah, sí? Pues tú no -enarcó una ceja mientras cambiaba de posición para estar más cómodo. Se preguntó si sus piernas sería tan bonitas a la vista como al tacto-. Además, todavía tenemos que discutir eso de que Merlín es más delicado que yo.

Ness: Lo máximo que puedo decir al respecto -empezó mientras Zac volvía a empujar distraídamente la cabeza de Merlín-, es que necesitas pulirte un poco. Si me disculpas, la verdad es que debo regresar. Algunos tenemos que trabajar para vivir.

Zac: Pulirme -repitió sin tomar en cuenta lo demás-. Te gustaría algo más... delicado -su voz se hizo más íntima mientras rozaba la mejilla de Vanessa con los labios, un roce leve como un suspiro-.

Oyó el inmediato e involuntario gemido que salía de la garganta de ésta al tiempo que movía la cabeza y buscaba su boca.

Ness: No lo hagas -su voz de tembló y él la miró de nuevo-.

Vulnerabilidad. Zac lo leyó en sus ojos. Eso... y un pánico incipiente. Él no se esperaba ninguna de las dos cosas.

Zac: Tu talón de Aquiles -murmuró, conmovido, excitado-. Me estás dando ventaja, Vanessa -llevó una mano hasta su boca, le acarició los labios con la yema del pulgar y notó que temblaban-. Es justo prevenirte de que me serviré de ella.

Ness: Tu única ventaja en este momento es tu peso.

Él sonrió, pero antes de que pudiera hablar, una sombra se cernió sobre ellos.

**: Oye, chico, ¿qué estás haciendo en el suelo con esta jovencita?

Vanessa giró la cabeza y vio a un hombre mayor de rasgos prominentes y muy marcados, de ojos azules. Aunque estaba pálido y presentaba un aspecto frágil, se dio cuenta del parecido. Se quedó mirándolo con perplejidad. Ese anciano encorvado sobre su bastón y tan exageradamente delgado, ¿sería el tan temido y respetado Paul Efron? Sus ojos, tan azules y penetrantes como los de Zac, la estaban examinando. La mano que sujetaba el bastón temblaba ligeramente.

Zac miró hacia arriba, a su padre, y sonrió.

Zac: Todavía no estoy seguro -dijo tranquilamente-. Tengo que elegir entre darle una paliza y hacerle el amor.

Efron soltó una carcajada jadeante y puso una mano sobre el travesaño de la cerca.

Paul: Sólo un tonto dudaría sobre qué elegir, pero tú aquí no harás ninguna de las dos cosas. Deja que la chica se levante para que pueda verla.

Zac obedeció. Agarró a Vanessa de un brazo y, sin ninguna ceremonia, tiró de ella hacia arriba. Ella le dirigió una mirada asesina antes de volverse hacia su padre. Qué retorcido podía ser el destino, había decidido que en su primer encuentro con Paul Efron estuviera cubierta de polvo y su cuerpo conservara todavía el calor del de su hijo. Maldijo a Zac en silencio y, después, se retiró el pelo hacia atrás y alzó la barbilla.

La cara de Efron era tranquila e inexpresiva.

Paul: Así que tú eres la nieta de Jack Hudgens.

Ella no se amilanó ante su mirada rapaz y lo miró a su vez.

Ness: Así es.

Paul: Te pareces a tu abuela.

Ella alzó la barbilla un poco más.

Ness: Eso me han dicho.

Paul: Era todo un carácter -la sombra de una sonrisa cruzó su mirada-. Ningún Hudgens había venido a mis tierras desde que ella acudió a presentarle sus respetos a Karen después de nuestra boda. Si algún joven hubiera tratado de luchar con ella, le habría puesto un ojo morado.

Zac se apoyó en la cerca y se pasó una mano por el abdomen.

Zac: Ella me pegó primero -dijo con voz cansina, y sonrió a Vanessa-. Fuerte.

Vanessa tiró de su sombrero hacia delante y empezó a sacudirle el polvo y a enderezarlo.

Ness: Deberías endurecer esos músculos, Efron -sugirió mientras se ponía de nuevo el sombrero en la cabeza-. Puedo pegar aún más fuerte.

Paul Efron se echó a reír.

Paul: Siempre he pensado que, de chaval, debería haberle pegado un poco más -se lamentó refiriéndose a su hijo-. ¿Cómo te llamas, chica?

Ella lo miró y vaciló.

Ness: Vanessa -dijo por fin-.

Paul: Eres bonita -asintió con la cabeza-. Y no pareces tonta. Mi mujer estaría encantada de tener un poco de compañía.

Vanessa se quedó mirándolo durante un instante. ¿El feroz Efron, el gran rival de su abuelo, la estaba invitando a su casa?

Ness: Gracias, señor Efron.

Paul: Pasa a tomar un café -dijo animadamente. Luego se volvió hacia Zac-. Tú y yo tenemos que solucionar un asunto.

Vanessa sintió que entre los dos había cierta tirantez. Luego Efron dio media vuelta y caminó de regreso a la casa.

Zac: Vendrás a casa -dijo mientras abría la puerta de la cerca-.

No era una invitación sino una afirmación. Curiosamente, Vanessa lo dejó pasar.

Ness: Sólo un ratito. Tengo que volver.

Salieron juntos del corral y volvieron a cerrar la cerca. Aunque no se apresuraron, alcanzaron a Efron cuando éste llegaba al porche. Al ver que tenía dificultades para subir los escalones, de manera automática Vanessa hizo ademán de tomarlo del brazo. Zac le agarró la muñeca antes de que pudiera hacerlo. Movió la cabeza y esperaron hasta que su padre hubo subido trabajosamente hasta el porche.

Paul: ¡Karen! -de no encontrarse sin aliento por el esfuerzo realizado, habría sido un bramido-. Tienes compañía -abrió la puerta y le hizo un gesto a Vanessa para que entrara-.

Era más suntuosa que la casa de su abuelo en Utopía, pero tenía el mismo aire del Oeste que había seducido a la niña de Chicago la primera vez que había acudido a Montana. La madera estaba encerada y reluciente. El suelo, las vigas del techo, la carpintería..., todo de roble satinado. Pero allí había algo que faltaba en Utopía, un sutil toque femenino.

Había flores en varios jarrones y colores más suaves. Aunque el abuelo de Vanessa había conservado los visillos de color crudo en las ventanas, con los años la casa del rancho se había vuelto la morada de un hombre. Ella no se había dado cuenta hasta que entró en casa de los Efron y notó la presencia de Karen.

Una alfombra india enorme cubría el suelo de la zona de estar y, junto a la chimenea, había unos recipientes de latón relucientes que contenían ramas grandes con flores secas. En el alféizar de una de las ventanas se había improvisado un sofá con cojines bordados a mano. La habitación transmitía una sensación de orden y bienvenida.

Karen: ¿Es que ninguno de vosotros dos va a invitar a sentarse a Vanessa? -preguntó suavemente mientras entraba empujando el carrito del café-.

Paul: Al parecer es la chica de Zac -comentó al tiempo que se dejaba caer en un sillón de orejas y enganchaba el bastón en su brazo-.

La replica inmediata de Vanessa quedó sofocada porque, en ese instante, Zac le dio un codazo para que se sentara en el sofá. Ella se volvió hacia Karen rechinando los dientes.

Ness: Tiene una casa muy bonita, señora Efron.

Karen no intentaba disimular su regocijo.

Karen: Gracias. Creo que te vi el año pasado en el rodeo -dijo mientras empezaba a servir el café-. Recuerdo que pensé que te parecías a Maggie, tu abuela. ¿Tienes planeado concursar también este año?

Ness: Sí -agarró la taza. No quiso ni leche ni azúcar-. A pesar de que mi capataz se enfadó bastante cuando batí su tiempo en la captura de novillos con lazo.

Zac alargó un brazo y jugueteó con su pelo.

Zac: Estoy tentado de participar yo también.

Paul: Será un día muy triste aquél en que mi hijo no sea capaz de capturar un novillo más deprisa que una mujer -farfulló-.

Zac le dirigió una mirada afable.

Zac: Eso dependería de la mujer.

Ness: Quizá te falte práctica -dijo fríamente entre sorbo y sorbo de café-, después de cinco años detrás de un escritorio -tan pronto como dijo aquello, sintió que la tirantez entre padre e hijo que había notado en el corral surgía de nuevo y con más fuerza-.

Karen: Supongo que esas cosas se llevan en la sangre -terció con suavidad-. Tú te has hecho a la vida del rancho, pero te criaste en el Este, ¿no?

Ness: En Chicago -admitió mientras se preguntaba qué había removido-. Nunca encajé allí -antes de darse cuenta, ya lo había dicho. Frunció el entrecejo involuntariamente-. Supongo que, en mi familia, el oficio de ganadero se saltó una generación.

Karen: Tienes un hermano, ¿verdad? -vertió un poco de leche en su propia taza de café-.

Ness: Sí, es médico. Mi padre y él comparten ahora la misma consulta.

Paul: Recuerdo al chico..., a tu padre -dijo, y luego se bebió de un trago media taza de café-. Un tipo tranquilo, serio... No decía nunca una palabra de más.

Vanessa tuvo que sonreír.

Ness: Lo recuerda bien.

Paul: Resulta fácil entender por qué Hudgens te dejó el rancho a ti en vez de a él -alargó su taza para que le sirvieran más café, pero Vanessa reparó en que Karen sólo rellenaba la taza hasta la mitad-. Supongo que no habrías podido encontrar a nadie mejor que Bill Foster para encargarse de todo.

Los hoyuelos de su sonrisa temblaron. Se dijo que era una especie de cumplido.

Ness: Bill es el mejor de los capataces -dijo tranquilamente-, pero Utopía lo dirijo yo.

Efron enarcó ambas cejas.

Paul: Las mujeres no dirigen ranchos.

Ella alzó la barbilla.

Ness: Yo sí.

Paul: Cuando aparecen cowboys con falda empiezan a surgir problemas -dijo con un bufido-.

Ness: No llevo falda cuando conduzco al ganado.

El padre de Zac dejó la taza en el plato y se inclinó hacia delante.

Paul: Independientemente de lo que yo pensara de tu abuelo, no me gustaría ver que lo que construyó se viene abajo por culpa de una mujer.

Karen: Paul... -empezó a decir, pero Vanessa ya estaba lanzada-.

Ness: Jack no era tan estrecho de miras -contraatacó-. Si una persona era válida, no importaba su sexo. Utopía lo dirijo yo y, cuando haya hecho todo lo que me propongo, usted se quedará con la boca abierta -se levantó, muy digna-. Gracias por el café, señora Efron -lanzó una mirada a Zac, que seguía sentado cómodamente en el sofá-. Todavía tenemos que hablar del semental.

Paul: ¿De qué se trata? -preguntó al tiempo que golpeaba el suelo con el bastón-.

Zac: Voy a cruzar a Merlín con una de las yeguas de Vanessa -respondió tranquilamente-.

La cara pálida de Efron se congestionó.

Paul: Los Efron no hacen negocios con los Hudgens.

Zac se incorporó lentamente hasta ponerse de pie.

Zac: Hago los negocios que quiero.

Vanessa le oyó decir aquello mientras se dirigía hacia la puerta. Cuando Zac le dio alcance, ya había llegado a su coche.

Ness: ¿Cuál es tu tarifa? -preguntó entre dientes-.

Él se inclinó contra el coche. Si estaba enfadado, no lo parecía.

Zac: Te enciendes enseguida, Vanessa. Yo era el único que lograba encolerizar a mi padre últimamente.

Ness: Tu padre es un intolerante.

Zac miró hacia la casa con los pulgares enganchados en los bolsillos.

Zac: Sí, pero sabe de vacas.

Ella dejó escapar un gran suspiro para no reírse.

Ness: Respecto a la tarifa del semental, Efron...

Zac: Ven a cenar esta noche y hablaremos.

Ness: No tengo tiempo para hacer vida social -afirmó rotundamente-.

Zac: Llevas aquí bastante tiempo como para entender las ventajas de una cena de negocios.

Vanessa frunció el entrecejo mientras contemplaba la casa. ¿Una velada con los Efron? No, no creía que pudiera acabar la noche sin lanzar por los aires algún objeto.

Ness: Mira, Zac, me gustaría cruzar a Reina con Merlín si las condiciones son buenas. No me interesa nada más relacionado con tu familia.

Zac: ¿Porqué?

Ness: Entre los Hudgens y los Efron ha habido mucha bilis durante al menos un siglo.

Él la miró tranquilamente, con los párpados entornados.

Zac: Ahora, ¿quién es el intolerante?

Bingo, pensó ella, y suspiró. Dejó reposar las manos sobre las caderas y trató de poner sus ideas en orden. Efron era un anciano y, a juzgar por su aspecto, enfermo. Y aunque se habría colgado antes que reconocerlo, se parecía bastante a su abuelo. Habría sido muy mezquino por su parte no mostrar cierta comprensión.

Ness: De acuerdo, vendré a cenar -aceptó, y le dio la espalda-. Pero no me hago responsable si la cosa acaba a gritos.

Zac: Creo que podremos evitar tal cosa. Pasaré a recogerte a las siete.

Ness: Conozco el camino -replicó, y trató de empujarlo a un lado con el propósito de abrir la puerta del coche-.

La mano de Zac se cerró en torno a su antebrazo.

Zac: Te recogeré a las siete, Vanessa -repitió con voz resuelta, y sus ojos mostraban la misma determinación-.

Ella se encogió de hombros.

Ness: Haz lo que quieras.

Él la agarró por la nuca y la besó antes de que ella pudiera impedirlo.

Zac: Eso es lo que me propongo -respondió tranquilamente, y luego se dirigió de nuevo hacia a la casa-.




Estos dos no pierden del tiempo XD
Me gusta que Vanessa no se lo ponga fácil a Zac, así se esfuerza más XD

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2 comentarios:

Maria jose dijo...

muuuuuy bueno el capitulo
en verdad cada vez se va poniendo mejor esta novela
sube pronto que la cena se pondra muy interesante



siguela
saludos

Lu dijo...

Geniaaaaal el capitulo, me encanto!!!
Me encanta el caracter de Ness!!!



Sube pronto

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