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jueves, 5 de mayo de 2016

Capítulo 12


Jessica no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Mientras se apresuraba para cambiarse las botas por las zapatillas de ballet, sentía los dedos entumecidos e incapaces de funcionar.

Anderson quería verla bailar.

Era un sueño, estaba segura de ello. Se trataba de una fantasía tan antigua, tan imposible que estaba convencida de que en cualquier momento se despertaría en su alta y confortable cama de la casa del acantilado.

Pero estaba sentada en la academia de Vanessa. Para tranquilizarse, Jessica puso a su mente a trabajar frenéticamente, repasando todos los puntos de referencia mientras se tiraba de las botas. Allí estaba la larga e inevitable la pared cubierta de espejos; el suelo brillante siempre inmaculado, de madera. Se fijó en las conocidas partituras amontonadas sobre piano, los CD diseminados por la estantería. La planta que Vanessa cuidaba con tanto esmero descansaba frente a la ventana. Jessica vio que se había mustiado otra hoja. Podía oír el zumbido del calefactor, que estaba encendido. El ventilador del aparato emitía un suave runrún.

No era un sueño, se dijo. Era la realidad. Con manos temblorosas, se colocó sus zapatillas de ballet favoritas. Luego se levantó, atreviéndose por fin a mirar a Mike Anderson.

Debería tener un aspecto poco distinguido ataviado con un sencillo chándal gris, pero no era así. Jessica, a pesar de su juventud, sabía que había ciertos hombres que nunca ofrecían un aspecto corriente. Llamaban la atención sin esfuerzo. Era algo más que su físico o su rostro, era su aura.

Al verlo bailar con Vanessa, Jessica se había sentido arrobada. No era un adolescente Romeo, sino un hombre de veintiocho años, quizá en la cúspide de su carrera como bailarín. Sin embargo, Jessica se había creído su actuación porque había exudado una tierna juventud, la sensación de maravilla propia del primer amor. Nadie pondría en tela de juicio ningún papel que Anderson eligiera interpretar.
Jessica intentó ver al hombre, pero le daba miedo mirarlo. La leyenda era muy importante para ella. Seguía siendo lo bastante joven como para desear a héroes indestructibles.

Lo encontró extraordinariamente guapo, pero la exigencia que había en sus ojos y la leve torsión de su nariz impedían que su rostro tuviera un aspecto suave. Jessica se alegró, aunque no sabía por qué. Solo alcanzaba a ver su perfil mientras inspeccionaba la colección de Vanessa. Tenía una ligera capa de sudor en la frente, testimonio del esfuerzo invertido en la danza que acababa de ejecutar. Tenía el ceño fruncido y, aunque estudiaba el CD que tenía en la mano, Jessica se preguntó si su mente estaría puesta en él. Parecía distante, recluido en su propio mundo. Jessica se dijo que quizás las leyendas debían ser así: remotas e  inaccesibles.

Pero Vanessa nunca lo había sido, reflexionó. Y tampoco Anderson al principio. Recordó que se había mostrado amigable. Le había sonreído.

Quizá ya se ha olvidado de mí, pensó, sintiéndose estúpida e insignificante. «¿Por qué iba a querer verme bailar?»

Jessica enderezó la espalda con una súbita punzada de orgullo. Mike se lo había pedido, recordó. O, dicho con más exactitud, se lo había ordenado.

«Y se acordará de mí cuando haya terminado de bailar», decidió mientras se acercaba a la barra para calentar. «Y algún día», se dijo mientras adoptaba la primera posición, «bailaré con él, igual que Vanessa.»

Sin hablar, Anderson soltó el CD y empezó a pasearse por el estudio. Sus movimientos eran similares a los de un animal enjaulado. Jessica perdió la sincronización mientras lo observaba asombrada. Se había equivocado. Mike no se había olvidado de ella, sino que sus pensamientos se centraban en la mujer situada tras la puerta de la oficina. Odiaba la expresión de dolor y desilusión que había visto en los ojos de Vanessa cuando esta salió corriendo de la habitación.

Qué gama tan amplia de emociones había dejado traslucir su rostro en una sola tarde, se dijo Mike. Había disfrutado contemplando la sorprendida alegría que Vanessa había manifestado al verlo fuera del estudio. Sus ojos habían rebosado sentimiento. Dado que era un hombre emocional, Anderson comprendía a las personas emocionales. Admiraba la capacidad de Vanessa para hablar sin palabras, para expresarse tan apasionadamente.

Sus sentimientos por Zac Efron eran inconfundibles. Mike se había percatado al instante. Y, aunque Zac era un hombre reservado, Michael también había sentido algo en él... una leve corriente, semejante a un ligero soplo en el aire. Pero Zac se había separado de Vanessa sin abrazarla, sin tocarla, sin dirigirle apenas una palabra. Michael pensó que jamás comprendería a los reprimidos norteamericanos, ni la renuencia a tocarse los unos a los otros.

Aun así, sabía que aquella fría despedida habría lastimado a Vanessa, pero no la había destruido. Era demasiado fuerte para eso. Había algo más, Mike estaba seguro, algo más profundo. Sus instintos le apremiaban a atravesar la puerta de la oficina e interrogar a Vanessa sobre el problema, pero sabía que ella necesitaba tiempo. Así que se lo daría.

Y, además, estaba la chica.

Se giró para ver cómo Jessica calentaba en la barra. El sol, que penetraba por las ventanas, se reflejaba en los espejos. Resplandecía en torno a Jessica mientras esta levantaba la pierna en un casi imposible ángulo de noventa grados. La mantuvo así, sin esfuerzo.

Michael frunció el ceño y entornó los ojos. Al verla afuera, le había parecido una chica encantadora, de facciones exóticas, con una buena estructura ósea. Pero había visto a una chica que aún no había salido de la escuela; ahora estaba viendo a una mujer hermosa.

Un efecto engañoso de la luz, se dijo dando un paso hacia ella. En su interior se agitó algo que Mike reprimió rápidamente.


Jessica se movió, y el ángulo del sol cambió. Volvía a ser una jovencita de nuevo. La tensión que pesaba sobre los hombros de Mike se desvaneció. Meneó la cabeza, sonriendo sorprendido de su propia imaginación. Adoptando de nuevo un aire estrictamente profesional, se acercó para seleccionar un CD.

Mike: Ven -dijo en tono autoritario-. Sitúate en el centro de la habitación. Te dictaré la combinación.

Jessica tragó saliva, tratando de fingir que para ella era pan de cada día bailar delante de Mike Anderson. No obstante, descubrió que  resultaba imposible dar un solo paso. Michael sonrió, percibiendo súbitamente el nerviosismo de la chica.

Mike: Ven -repitió en un tono más amable-. No suelo romperles las piernas a mis bailarinas.

Fue recompensado con una rápida y fugaz sonrisa. A continuación, Jessica avanzó hasta el centro de la habitación. Él programó la selección del CD y empezó.

Vanessa no se había equivocado. A Mike le bastaron unos cuantos segundos para darse cuenta; sin embargo, siguió dictando sus instrucciones con calma y firmeza. De haber podido observarlo, Jessica habría pensado que no estaba satisfecho. Su boca permanecía severamente rígida, y sus ojos tenían una expresión insondable y críptica. Aquellos que lo conocían, o habían trabajado con él, habrían reconocido su inquebrantable concentración.

El miedo inicial de Jessica había pasado.

Estaba bailando, y dejó que la música se apoderase de ella. Un arabesque, un soubresaut, rápida y ligera serie de piruetas. Ofreció lo que él le pedía sin rechistar. Cuando las instrucciones cesaron, Jessica se detuvo y esperó.

Mike se encaminó hacia el reproductor de CD sin dirigir una mirada o una sola palabra a Jessica.

Buscó rápidamente entre los CD hasta encontrar lo que buscaba.

Mike: El cascanueces. ¿Vanessa lo representa en Navidad?

Era una afirmación más bien que una pregunta, pero Jessica le respondió.

Jess: Sí -dijo con voz firme y fuerte, sin rastro alguno de nervios-.

Ahora era la bailarina, la mujer que ejercía el control.

Mike: Tú eres Carla -dijo con tanta seguridad, que Jessica pensó que Vanessa debía de habérselo dicho. Mike le dictó rápidamente la combinación-. Muéstrame qué tal lo haces -pidió, y cruzó los brazos-.

Dentro de la oficina, Vanessa permanecía sentada en silencio ante la mesa. Las instrucciones que Michael dictaba a Jessica se oían claramente a través de la puerta, pero ella apenas las percibía. Se sentía estupefacta por la intensidad de su dolor. Y este no dejaba de llegar, oleada tras oleada.

Había estado segura de que podría soportal el final de su idilio con Zac, pero no había imaginado lo mucho que le dolería.

La horrible batalla con las lágrimas casi había terminado ya. Vanessa podía sentir que su necesidad de derramarlas empezaba a remitir. Había jurado, al entregarse a Zac, que jamás se arrepentiría ni lloraría. Le aliviaba saber que le quedarían los recuerdos una vez que el dolor pasara, unos recuerdos dulces y preciosos.

Había hecho bien lanzándose a sus brazos sin confesarle su amor, como había ansiado hacer. Habría sido insoportable para ambos. De modo que Vanessa le había facilitado las cosas aparentando no dar importancia al tiempo que habían pasado juntos. Pero no había esperado ver la frialdad o la facilidad con que Zac había salido del estudio... y de su vida.

Por un momento había pensado, mientras se hallaba en su cocina o en el coche, de camino al estudio, que quizá había hecho mal, después de todo. Imaginaciones, se dijo Vanessa sacudiendo la cabeza. Ilusiones.

Lo que había habido entre ellos había sido maravilloso; pero se había acabado. Eso era lo que ella le había dicho a Zac, y lo que tendría que recordar.

Vanessa se enderezó, tratando desesperadamente de actuar con la misma frialdad que había visto en los ojos de Zac cuando este salía del estudio. Pero sus manos se crisparon cuado las emociones le atenazaron de nuevo la garganta.

«¿Dejaré de amarlo alguna vez?», se preguntó con desesperación. «¿Podré?»

Sus ojos se desviaron hacia el teléfono. Abrió la mano y tocó el auricular. Ansiaba telefonearle, solo para oír su voz. Ojalá pudiera oírle decir su nombre. Seguramente habría montones de excusas que podrían valer.

«¡Idiota!» se recriminó a sí misma y cerró con fuerza los ojos. «Apenas ha tenido tiempo de atravesar el pueblo y ya estás dispuesta a hacer el ridículo.»

Vanessa se levantó y se acercó a la ventana. Se había formado hielo en los bordes de los cristales. Detrás de la academia había una alta y empinada colina que desembocaba en un pequeño campo. Más de una docena de niños jugaban ya entusiasmados con los trineos. Estaban demasiado lejos como para que Vanessa oyera los gritos y las risas que debían de reverberar en el límpido aire. Pero sí podía sentir la excitación, la libertad. Había árboles acá y acullá, cubiertos de nieve que relucía a la intensa luz del sol.

Vanessa los contempló durante largo rato Un borrón rojo se deslizaba colina abajo,  luego iniciaba un nuevo y trabajoso ascenso hasta la cima. Una ráfaga verde seguía a continuación, solo para volcar en mitad del descenso y bajar dando tumbos hasta el fondo. Por un momento, Vanessa deseó desesperadamente salir corriendo y unirse a aquellos niños. Deseaba sentir el frío y cortante contacto de la nieve salpicándole en la cara, la vertiginosa tensión de la velocidad. Deseaba realizar el largo y fatigoso viaje a pie hasta la cima. Se sentía demasiado aislada tras los cristales de la ventana.

«La vida sigue adelante», se dijo, apretando la frente contra el frío cristal. «Y, dado que no va a detenerse para mí, será mejor que yo también me mueva. No hay vuelta atrás, ni es posible ignorar lo sucedido. He de encararlo de frente.»

Entonces, oyó la evocadora música de El cascanueces.

«Y empezaré ahora mismo.»

Vanessa se dirigió hacia la puerta, la abrió y salió al estudio.

Ni Michael ni Jessica repararon en ella y, dado que no quería interrumpirlos, Vanessa se quedó donde estaba y observó a Jessica, quien, con una soñadora media sonrisa, se movía fácil y elegantemente bajo las órdenes de Michael. Este la miraba sin hacer comentario alguno.

Nadie podía saber, a juzgar por su aspecto, que era lo que pasaba por su cabeza, se dijo Vanessa. Formaba parte de su carácter mostrarse como un libro abierto para, un momento desparecer tan misterioso como la esfinge, por eso atraía a las mujeres, pensó Vanessa. De repente, se le ocurrió que no era distinto de Zac. Pero no era en eso en lo que deseaba pensar en aquel momento, de modo que se concentró de nuevo en Jessica.

¡Qué joven era! Poco más que una niña, a pesar de sus ojos sabios y tristes. Para ella debería haber solo bailes de instituto, partidos de fútbol y suaves noches de verano. ¿Por qué debía ser tan complicada la vida de una chica de diecisiete años?

Vanessa se presionó las sienes con los dedos, tratando de recordarse a sí misma cuando tenía esa edad. Ya estaba en Nueva York, y la vida era sencilla aunque muy, muy dura, ambas cosas por la misma razón. El ballet. Sería lo mismo para Jessica.

Vanessa continuó viéndola bailar. Algunas personas, se dijo, no estaban destinadas a llevar una vida fácil. Pensó en sí misma tanto como en Jessica.

Jessica. Algunas personas estaban destinadas a llevar una vida dura, pero las compensaciones podían ser tan, tan dulces. Vanessa recordó la increíble euforia de bailar en el escenario, la culminación de horas de trabajo y de ensayos, la recompensa por todo el dolor y los sacrificios.

Jessica también tendría esas compensaciones. Era su destino.

Vanessa dejó de lado la certeza de que, para conseguir lo que creía conveniente para Jessica, tendría que enfrentarse a Zac. Ya tendría tiempo de pensar en ello durante las solitarias noches que la aguardaban.

Estaba segura de que, transcurridos unos días, podría soportar la situación, hacer frente a sus propias emociones.

Cuando la música cesó, Jessica mantuvo la posición final durante varios segundos. Mientras bajaba los brazos, Mike no le habló. No le dio más instrucciones ni le dirigió comentario alguno, sino que se limitó a apagar el CD.

Jessica, que respiraba sin resuello, se humedeció los labios. Ahora que la danza había terminado y podía relajar su concentración, todas las demás partes de su cuerpo se tensaron. Sus dedos, que se habían movido con una soberbia gracilidad durante la danza, comenzaron a temblar.

«Cree que soy nefasta, y así me lo dirá», pensó. «Sentirá lástima de mí y me dirá algo tranquilizador y amable.»

Ambas alternativas eran igualmente aterradoras para ella. Una docena de preguntas acudieron a su mente. Deseó poseer el coraje para formularlas en voz alta, pero solo pudo aferrarse la mano con fuerza. Era como si toda su vida pendiera de un hilo en aquel momento, en espera de la opinión de un solo hombre, de las palabras de un solo hombre.

Anderson la miró de repente. La intensidad de su mirada la aterrorizó, y se aferró las manos más fuertemente aún. Luego la máscara desapareció y Mike sonrió a Jessica. Ella sintió que el corazón se le paraba.

«Ya vienen», se dijo aturdida. Aquellas palabras amables y terribles.

Jess: Señor Anderson -comenzó a decir, deseando detenerlo antes de que empezase a hablar-. Prefería una respuesta rápida y pronta.

Mike: Vanessa tenía razón -la interrumpió-. Cuando vayas a Nueva York, irás conmigo.

Jess: ¿Con usted? -repitió estúpidamente, insegura de haberlo oído correctamente, sin atreverse a creerlo-.

Mike: Sí, sí, conmigo -pareció hacerle gracia la reacción de Jessica-. Sé un poco de danza.

Jess: Oh, señor Anderson, no ha sido mi intención... -se acercó a él, movida por una horrorizada angustia-. Quería decir que... bueno, solo que...

Michael tomó sus manos para acallar su inconexa explicación.

Mike: Qué grandes son tus ojos cuando te sientes confundida -dijo, dándole un ligero apretón-. Aún me falta mucho por ver, desde luego -le soltó las manos para tomarle la barbilla e inició un impasible escrutinio de su rostro-.  Cómo bailas en pointe -prosiguió-. Cómo bailas con un compañero. Pero lo que he visto es bueno.

Jessica se había quedado sin habla. El adjetivo «bueno», proviniendo de Anderson, era el mayor de los elogios.

Vanessa avanzó hacia ellos, y Michael interrumpió su escrutinio del semblante de Jessica.

Mike: ¿Ptička? -soltó la barbilla de la chica y se acercó a Vanessa-.

En los ojos de Vanessa no había lágrimas ni rastro alguno de irritación, pero su semblante estaba pálido. Los dedos de ambos se entrelazaron, y Mike notó que los de Vanessa estaban fríos. Colocó sobre ellos su otra mano, como si quisiera calentarlos.

Ness: Así que estás satisfecho con mi mejor alumna -en sus ojos se atisbó la más leve de las señales, que indicaba que no debían hablar ahora de lo sucedido-.

Mike: ¿Acaso dudabas que lo estaría?

Ness: Yo no -se giró hacia Jessica-. Pero estoy segura de que ella sí -miró de nuevo a Mike con una sonrisa cínica-. Eres tan amedrentador como tu reputación, Michael Anderson.

Mike: Tonterías -se encogió de hombros, restando importancia a la opinión de Vanessa, y sonrió burlón a Jessica-.  Si tengo el carácter de un angelito.

Ness: Con qué dulzura mientes -dijo suavemente-. Como siempre.

Él simplemente se limitó a sonreír y la besó la mano.

Mike: Es parte de mi encanto.

Su consuelo y su amistad mitigaban el dolor de Vanessa. Agradecida, ella se llevó su mano a la mejilla.

Ness: Me alegro de que estés aquí -seguidamente, soltándole la mano, se acercó a Jessica-. Te sentaría bien una taza de té -sugirió, pero contuvo el impulso de tocar el hombro de la chica. Aún no estaba segura de que el resto fuese bienvenido-.  Porque, si la memoria no me falla, por dentro debes de estar como un flan. Eso me pasó a mí la primera vez que bailé delante de él, y eso que no era la leyenda que es ahora.

Mike: Yo siempre he sido una leyenda, ptička -la corrigió-. Jessica simplemente está mejor formada en la escuela del respeto de lo que lo estabas tú. A esta -le dijo a Jessica, señalando a Vanessa con el dedo- le gusta discutir.

Jessica dejó escapar una risita aliviada incrédula. ¿Podía todo aquello estar pasando en realidad?, se preguntó. ¿De veras estaba allí con Hudgens y Anderson, siendo tratada como una profesional? Jessica miró a Vanessa a los ojos, y vio en ellos comprensión y un levísimo asomo de tristeza.

Tío Zac, recordó de pronto, avergonzada de haberse centrado tanto en sí misma. Recordó lo abatida que había parecido Vanessa cuando Zac cerró la puerta del estudio tras de sí. Tímidamente, alargó una mano y tocó la de su maestra.

Jess: Sí, por favor, me gustaría tomar una taza de té.

Mike: ¿Té ruso? -inquirió desde el otro extremo de la habitación-.

Vanessa le sonrió sin malicia.

Ness: De escaramujo.

Él hizo una mueca.

Mike: ¿Qué tal un poco de vodka, entonces?

Ness: No esperaba a ninguna celebridad rusa -se disculpó con una sonrisa-. Es posible que tenga por ahí un poco de soda light.

Mike: El té irá bien -estaba observándola de nuevo, y Vanessa comprendió que sus pensamientos se habían apartado de la conversación-. Luego te invitaré a cenar y hablaremos -hizo una pausa al ver que ella lo miraba con recelo-. Como en los viejos tiempos, ptička -añadió en tono inocente-. Tenemos muchas cosas que contarnos, ¿no?

Ness: Sí -convino con cautela-. Muchas cosas -hizo ademán de volver a la oficina para preparar el té, pero Jessica la detuvo-.

Jess: Yo lo haré -sugirió, sabedora de que tendrían hablar con más libertad si ella no estaba delante-. Sé dónde está todo -se alejó como una exhalación antes de que Vanessa pudiera aceptar o declinar su ofrecimiento-.

Michael sacó de su carátula un CD elegido al azar y lo insertó en el reproductor. El tranquilo romance de Chopin era más que suficiente para garantizar una conversación más privada.

Mike: Una chica encantadora. Te felicito por tu buen gusto.

Vanessa sonrió, mirando de reojo la puerta que Jessica había dejado entreabierta.

Ness: Trabajará aún más duramente después de lo que le has dicho. La introducirás en la compañía, Mike -empezó a decir, súbitamente ansiosa, deseando sellar la felicidad de Jessica-. Ella...

Mike: No es una decisión que pueda tomarse en un momento -la interrumpió-.  Ni depende solo de mí.

Ness: Oh, lo sé, lo sé -dijo con impaciencia, y luego le agarró ambas manos-. No seas tan lógico, Mike, dime lo que sientes, lo que el corazón te dice.

Mike: Mi corazón me dice que deberías volver a Nueva York -sostuvo sus dedos con fuerza cuando ella hizo el gesto de retirarlos-. Mi corazón me dice que estás dolida y confusa, y que sigues siendo una de las bailarinas más exquisitas con las que he formado pareja.

Ness: Estábamos hablando de Jessica.

Mike: Tú estabas hablando de Jessica. Ptička -el sonido sereno de su voz hizo que Vanessa volviera a mirarlo a los ojos-. Te necesito -dijo simplemente-.

Ness: Oh, no -meneó la cabeza y cerró los ojos-. No es una pelea justa.

Mike: ¿Justa, Vanessa? -le dio un rápido zarandeo-. Lo bueno o lo malo no siempre es justo. Mírame, vamos -ella obedeció, dejando que los profundos ojos azules de Mike miraran profundamente en los suyos-. Ese arquitecto -empezó a decir-.

Ness: No -se apresuró a protestar-. Ahora, no. Todavía, no.

Volvía a tener un aspecto pálido y vulnerable, y Michael alzó la mano hasta su mejilla.

Mike: Está bien. Solo te preguntaré una cosa. ¿Crees que querría que volvieras a la compañía, e interpretaras el papel más importante de mi primer ballet, si tuviera alguna duda sobre tu talento? -ella empezó a hablar, pero él la acalló enarcando una ceja-. Antes de hablar de sentimientos y de amistad, piénsatelo.

Respirando hondo, Vanessa se separó de él y se dirigió hacia la barra. Conocía a Michael Anderson y sabía de su completo egoísmo en lo que respectaba a la danza. Podía ser generoso, desprendido y encantadoramente desinteresado como persona. Cuando quería. Pero en lo referente a la danza era un profesional estricto. El ballet ocupaba la mayor parte de su corazón.

Vanessa se frotó la nuca, sintiendo tensión de nuevo. Eran demasiadas cosas para pensar en ellas a la vez, para hacerles frente a la vez.

Ness: No lo sé -murmuró. Nada parecía tan claro o tan cierto como cuatro horas antes, Girándose hacia Mike, Vanessa tendió ambas manos, con las palmas vueltas hacia arriba-. Sencillamente, no lo sé.

Cuando él se acercó, ella irguió el rostro. Mike pudo ver que en él seguían mezclados el dolor y la confusión. El silbido estridente de la tetera ahogó momentáneamente las notas de Chopin.

Mike: Ya hablaremos más tarde -decidió, pasándole un brazo por la cintura-. Ahora, relájate antes de que empiecen las clases.

Atravesaron la habitación para reunirse con Jessica en la oficina. Deteniéndose, Vanessa dio a Mike un beso en la mejilla.

Ness: Me alegra que estés aquí.

Mike: Bien -le dio un abrazo a cambio-. Entonces, invítame a cenar después de las clases.




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2 comentarios:

Maria jose dijo...

Jéssica será grande
Ya quiero saber cómo seguirá la relación
Entre Vanessa y zac
Síguela pronto por favor
Muy buena la novela


Saludos
Síguela

Lu dijo...

Me encanto el capi.
Muero por saber como siguen las cosas entre Ness y Zac.


Sube pronto

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