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sábado, 30 de abril de 2011

Capítulo 6


Al menos en ciertos aspectos, el destino parecía estar de parte de Ness. En los días siguientes, no se publicó nada más acerca del robo sufrido por el barón de Harwood, ni del ataque del que había sido objeto. Sin duda, las murmuraciones no cesarían en la alta sociedad, pero lord Brant estaba demasiado ocupado para hacer caso de rumores y escándalos.

Brant. Ness hacía lo posible por no pensar en él. No quería verlo, no quería mirar aquellos ojos azules, recordar sus arrebatadores besos, su cuerpo fundiéndose con el suyo, sus caricias… No quería volver a sentir la horrible tentación a la que había estado a punto de entregarse aquella noche.

Ni reprimir de nuevo su deseo de estar con él.

Por suerte, había logrado ocultar a Alysson los agitados pensamientos que poblaban su mente. Cuando Ness volvió a bajar aquella noche, su hermana la estaba esperando. Ella le comunicó que lo de la nota había sido un malentendido, que el conde había escrito «medianoche» pero que había querido decir «mediodía», y que lo que en realidad quería era saber si ellas se sentían a gusto con sus nuevos trabajos.

La historia era de lo más absurda, y sólo una persona tan ingenua como Alysson la habría creído. Ness se sintió culpable por mentirle, pero agradeció a Dios que su hermana no la pusiera en duda, y dio el asunto por zanjado.

Desde aquella noche, sólo veía al conde cuando por azar se cruzaban en los pasillos, y entonces él mostraba una gran cortesía y discreción. Una cortesía y una discreción que, en el fondo, a ella le resultaban desesperantes.

En su gabinete, el tablero de ajedrez permanecía olvidado en su rincón, y cada vez que Ness lo veía, debía reprimir el impulso de acercarse y mover pieza, para retarlo de nuevo. Pero sabía muy bien adónde conducía aquel camino: al desastre.

Y entonces, una mañana, en el London Chronicle apareció otra noticia sobre la búsqueda que seguía llevándose a cabo en relación con los delitos cometidos contra el barón de Harwood. Por suerte, Ness había logrado hacer desaparecer aquel ejemplar, lo mismo que había hecho con el anterior.

Sin embargo, no dejaba de preguntarse cuánto tiempo más lograrían ocultarse en la mansión de lord Brant. Ahorraban todo lo que podían en previsión de que tuviesen que escapar precipitadamente, y cuanto más tiempo se mantuvieran al servicio del barón, más dinero reunirían, y cuanto más dinero tuvieran, más probabilidades habría de que su huida terminara bien.

Además, siempre quedaba la esperanza de que el barón se cansara de seguir buscando y regresara a Harwood Hall, o que se convenciera de que ellas se escondían en algún lugar remoto del campo. Todas las noches rezaba por que así fuera.

Entretanto, el conde le había hecho llegar una nota con los nombres de los invitados a la cena que aquella noche ofrecería en la casa. Entre éstos se contaban su prima Ashley y su esposo, lord Aimes; el coronel Pendleton, del Ministerio de la Guerra, y lord John Chezwick. También asistiría el duque de Sheffield, además del doctor Geoffrey Snow, su esposa y la mayor de sus hijas, Brittany.

Cuando Ness leyó el último nombre de la lista el corazón le dio un vuelco. Ella conocía a Brittany Snow. Habían ido juntas a la academia de señoritas de la señora Thornhill. En realidad, Britt había sido su mejor amiga durante aquellos años.

Ahora le parecía que de todo aquello hacía siglos, que había sucedido en otra era, en otra vida. Cuando el barón le prohibió regresar a la academia, Ness había recibido pocas noticias de Brittany, más allá de alguna carta ocasional. Con los problemas que tenía en casa, las respuestas de Ness habían sido escasas y de vez en cuando, y sus amigas habían acabado por distanciarse de ella.

Con todo, Brittany la reconocería al instante, por más que llevara aquel horrible uniforme de ama de llaves. Así, no le quedaba otro remedio que mantenerse alejada del comedor, y no entrar en él bajo ningún concepto.

Zac: Ah, aquí está, señora Hudgens.

Ness se puso rígida al oír aquella voz profunda y familiar a sus espaldas. Armándose de valor, aspiró hondo y se volvió.

Ness: Buenas tardes, señor.

Zac: Sólo deseo asegurarme de que todo estará listo esta noche.

Ness: Por supuesto, señor. Precisamente ahora revisaba los nombres para poner las tarjetas en la mesa.

Zac: Supongo que sabe cómo deben sentarse los invitados.

Lord Brant parecía tan ausente, tan distante, que se diría que jamás había mostrado el menor interés por ella. Ojalá el que ella sentía por él se hubiera esfumado con la misma rapidez.

Ness: Los invitados deben sentarse según su rango, señor.

Zac: Bien, dejaré el asunto en sus manos -repuso él, asintiendo, antes de alejarse por donde había venido-.

Ness lo vio desaparecer por el pasillo, e hizo esfuerzos por no fijarse en sus anchos hombros, sus largas piernas y sus elegantes movimientos. Esfuerzos por ignorar aquellas manos fuertes, el recuerdo de ellas acariciándole los pechos, quedándose en sus pezones. Esfuerzos por no pensar en el placer embriagador que le había hecho sentir.

Alysson: ¡Ness!

Alysson venía hacia ella por el pasillo. Había estado trabajando abajo, ayudando con los preparativos de la cena, es decir, supervisando que las doncellas que iban a servirla dispusieran de todo lo necesario.

Ness: ¿Qué sucede, cielo?

Alysson: La señora Reynolds acaba de despedirse. Le ha ofendido que le ordenaras añadir más especias al relleno de las perdices. También se negó a echar más ron a los pasteles borrachos. Y cuando supo que pretendías que pusiera unas gotas de zumo de limón en la salsa de los espárragos, arrojó su delantal sobre la mesa y salió por la puerta de atrás dando un portazo. La señora Whitehead, su ayudante, la ha seguido.

Ness: ¿Se han ido? ¿Las dos?

Alysson: Sí, y han dicho que no volverán hasta que… hasta que el infierno se hiele, e incluso entonces sólo si tú ya no estás al servicio de esta casa.

Ness: ¡Dios bendito! -Bajó corriendo a la cocina, seguida de su hermana-. No puedo creerlo. Tal vez no sea cocinera, pero sé qué sabe bien y qué no.

-La comida que preparaba la señora Reynolds era comestible, pero demasiado sencilla y sosa-. Creía que… he estado leyendo un libro de recetas francesas maravilloso. Lo encontré en la biblioteca. Me pareció que añadiendo algunas especias, logrando unos sabores algo más definidos, todo sabría mucho mejor.

Alysson: Supongo que la señora Reynolds no era de la misma opinión.

Ness: No, parece que no.

Cuando Ness entró en la cocina se encontró con un verdadero caos: las ollas hervían, había vapor y humo por todas partes, las llamas bailaban en los quemadores. La señora Honeycutt tenía los ojos como platos, y a la señora Smith le temblaban las manos.

Smith: ¡Vaya, vaya! -exclamó la vieja. Ancha de caderas, de pelo rubio desaliñado y con un ligero acento londinense, era una de las pocas criadas que siempre la había tratado con educación-. ¿Qué vamos a hacer ahora?

Ness echó un vistazo a los cuencos llenos de ostras vivas que esperaban a convertirse en sopa, se fijó en los manojos de espárragos todavía sin cortar, el cuarto de ternera que se asaba en las brochetas y enviaba columnas de humo por la chimenea de la hoguera.

Echó atrás los hombros para transmitir una confianza y una calma que no sentía, y dijo:

Ness: ¿Hay alguien más en el servicio que sepa algo, por poco que sea, de cocina? ¿La señora Rathbone, tal vez?

Smith: No, señora. Sólo la señora Reynolds y la señora Whitehead, y ahora las dos se han ido.

Ness suspiró.

Ness: Muy bien, entonces primero sacaremos esas sartenes del fuego para que las salchichas no sigan quemándose, y luego terminaremos la cena nosotras mismas.

Smith: Pero, señora… nosotras no… la señorita Honeycutt y yo no solemos trabajar en la cocina. No tenemos ni idea.

Ness cogió un trapo para agarrar el mango de la sartén de hierro y apartarla del fuego.

Ness: Bueno, no puede ser tan difícil, y más si tenemos en cuenta que más de la mitad de la comida está ya preparada.

La señora Smith miró los fogones con desconfianza.

Smith: No sé, señora, no sé…

Ness se recogió las faldas, cruzó con paso decidido la cocina y se puso el delantal de la señora Reynolds.

Ness: Tenemos que hacerlo lo mejor que podamos, eso es todo. Entre las cuatro ya iremos solucionando las dificultades a medida que surjan. -Se obligó a sonreír-. Tengo la absoluta convicción de que esta cena será una de las que más satisfecho quedará el señor.

Pero transcurrieron las horas, y ella, limpiándose las manos de grasa y sacudiéndose la harina del delantal, se había convencido de que aquello no sería así.

Con todo, vertió la sopa de ostras en una sopera de plata, arregló la ternera, demasiado hecha, en una fuente y colocó en otra las perdices asadas, algo crudas todavía en ciertas partes. Mientras aderezaba el relleno de salchichas chamuscadas en los cuencos de plata, ordenó a los lacayos que llenaran las copas de vino hasta el borde, con la esperanza de que los invitados se achisparan lo suficiente para que, una vez servida la cena, no se percataran del desastre.

Al menos, las horas pasadas en aquella cocina asfixiante hicieron nacer cierto compañerismo entre ambas hermanas y el resto del personal: las señoras Honeycutt y Smith, los lacayos recién contratados y los señores Peabody y Kidd, cuyos servicios también requirió. Además, durante todo ese tiempo se puso al día de un montón de cotilleos.

Había pocos secretos en una casa del tamaño de la del conde. El más destacado era la búsqueda que lord Brant hacía de su primo, el capitán Seeley. Más intrigante resultaba lo que la señora Honeycutt había ido recopilando a partir de fragmentos de conversación entre el conde y su prima, lady Aimes: el señor pretendía casarse con una heredera.

Smith: Su padre, el anterior conde, que Dios lo tenga en su gloria -intervino la señora Smith-, dejó a su hijo en una situación algo apurada. Perdió la mayor parte de su fortuna. Pero el hijo, éste sí que es listo. Ha sabido arreglar las cosas y ahora todo vuelve a ser como antes. Y al parecer, su intención no era sólo recuperarse de las pérdidas, sino incrementar la fortuna de la familia.

Ness habría preferido no enterarse de aquellas cosas.

Honeycutt: ¡Ya vuelven los lacayos! -exclamó, sacando a Ness de su embelesamiento y devolviéndola al desorden de la cocina-. Es el momento de servir el postre.

Todos se pusieron manos a la obra, ayudando a Peabody a llenar las bandejas, mientras Kidd se cargaba una al hombro. Las cuatro mujeres sonrieron cuando una de ellas colocó la tapa semicircular sobre la fuente en que habían preparado los bizcochos borrachos de ron, muy borrachos.

Smith: Con éstos terminarán como cubas -comentó maliciosa-. Cuando acaben de comérselos, sobre todo si los acompañan con un poco más de licor, no observarán que parecen caras de cerdo.

Alysson miró a su hermana de reojo y se tapó boca, pero de todos modos se le escapó una risita. Y, por más que lo intentó, Ness tampoco logró ahogar la suya.

Era cierto, el interior de los moldes se asemejaba a un lechón. La señorita Honeycutt y la señora Smith se unieron al concierto de carcajadas, que cesaron inesperadamente cuando la puerta de la cocina se abrió de golpe y entró el conde.

Echó un vistazo a la montaña de cazuelas y sartenes sucias, a la comida esparcida por los mármoles y a la harina que cubría el suelo, y arqueó las cejas.

Zac: Muy bien, ¿qué diablos está ocurriendo aquí? -Alysson se ruborizó y las señoras Smith y Honeycutt empezaron a temblar, asustadas. En cambio, Ness sólo pensó que el pelo se le había rizado y le salía por debajo del gorro, porque durante los preparativos de la tarde se lo había retirado, y que debía de verse horrible, y que además tenía la blusa y la falda llenas de grasa-. ¿Señora Hudgens?

Ness: Lo… lo siento, señor. Soy consciente de que la cena no ha salido tan bien como esperábamos, pero…

Zac: ¡Tan bien como esperábamos! -Estalló-. Mis invitados están ebrios y la comida, si es que se puede denominar así, sabía a rayos y centellas.

Ness: Sí, supongo que sí, pero es que…

Zac: Pero es que qué.

Ness: En el último momento la cocinera y su ayudante se despidieron, de modo que las que quedábamos… bueno, hemos intentado hacerlo lo mejor posible. -Miró fugazmente a las demás-. Para serle franca, creo que con un poco de práctica no tardaremos en formar un buen equipo.

El atractivo rostro del conde pareció encenderse y sus mejillas se tensaron. Sin embargo, respondió en un tono engañosamente tranquilo.

Zac: Me gustaría hablar un momento a solas con usted, señora Hudgens.

Vaya, su enfado era más serio de lo que imaginaba. Se preparó para lo peor, intentando no demostrar el nerviosismo que la angustiaba. Caminando delante del conde, cruzó la cocina en dirección al vestíbulo.

Respiró hondo y se volvió.

Ness: Como ya le he dicho, siento lo de la cena -se disculpó de nuevo-. Esperaba que saliera mejor.

Zac: ¿En serio? -Lord Brant le clavó una mirada dura-. Deduzco que tiene más dificultades de las previstas para asumir sus responsabilidades.

Había algo en su forma de mirarla… como si estuviera hablando con la señora Rathbone o con algún lacayo. Como si jamás la hubiese besado, como si nunca le hubiera acariciado los pechos. Algo en la frialdad de su expresión hizo que, de repente, a Ness la abandonara su sentido común.

Ness: Pues en realidad no tengo ningún problema. Sin embargo, algunos miembros del servicio sí los tienen para aceptarme como superior, y debo decir que la culpa es del todo suya, señor.

Lord Brant abrió los ojos exageradamente.

Zac: ¿Mía?

Ness: No fue justo por su parte contratarme a mí en lugar de ascender a la señora Rathbone, y el resto de criados lo sabe.

El conde arqueó una ceja, incrédulo.

Zac: No me estará sugiriendo que la despida…

Ness: ¡No! Quiero decir que no, claro que no… Necesito este trabajo. Y creo que estoy más preparada para él que la señora Rathbone. Con el tiempo, espero poder demostrarlo. Una vez lo logre, el problema quedará resuelto.

Lord Brant frunció el ceño y la observó un largo instante antes de dar media vuelta y alejarse.

Zac: No se preocupe más, señora Hudgens -dijo sin girarse-. Mañana solucionaré su problema.

Ness: ¿Qué? -Preguntó, y corrió hacia él. Le agarró la manga y lo obligó a volverse-. Ni se le ocurra meterse en esto. Lo único que conseguiría sería empeorar la situación.

Zac: Supongo que deberemos esperar y ver qué sucede.

Ness: ¿Qué… qué piensa hacer?

Zac: Mañana a las diez -zanjó él-. Asegúrese de que todo el personal de servicio esté presente. Entretanto, le agradecería que iniciara lo antes posible las gestiones para la contratación de una nueva cocinera.

Ness lo vio subir las escaleras camino del comedor. Dios santo, ¿por qué le había hablado de aquel modo? No podría pegar ojo hasta que descubriera qué se traía el conde entre manos.

La cena había sido un desastre, sí, pero allí, sentado con los hombres, disfrutando del coñac y los puros, Zac no dejaba de ver el lado divertido de la situación. Contemplar a Vanessa tan despeinada y desaliñada, con harina en la nariz y el pelo rizado casi compensaba la pésima calidad de los platos servidos.

Que en aquellas circunstancias hubiera demostrado aquel valor para expresar lo que sentía no dejaba de sorprenderle. No le pasaba por alto que se trataba de una mujer realmente extraordinaria.

Si la cena había sido un desastre sin sedantes, la compañía era agradable. Aunque su buen amigo Sheffield se reía con más ganas que de costumbre y el joven John Chezwick no disimulaba su estado de embriaguez, resultaba evidente que sus invitados lo pasaban bien.

Pendleton se mostraba todo un caballero, como siempre.

Pendleton: Espero recibir a un mensajero en los próximos días -comentó poco antes de que todos se terminaran el coñac y se dispusieran a reunirse de nuevo con las damas en el salón-. Espero noticias de su primo.

Zac sintió una punzada de emoción.

Zac: ¿Cree usted que su hombre puede haber encontrado la prisión donde lo retienen?

Pendleton: Max Bradley es muy eficaz en esta clase de asuntos. Si hay alguien que pueda descubrir el paradero del capitán Seeley, ése es él.

Zac: Entonces esperaré impaciente su comunicación.

Pendleton asintió y se retiró, devolviendo a Zac una esperanza que prácticamente había perdido hacía mucho tiempo. Se disponía a regresar con el resto de invitados cuando le salió al paso John Chezwick, amigo del esposo de Ashley, Scott, que avanzaba algo tambaleante.

John: Debo decirle, señor, que me he enamorado perdidamente. -Puso los ojos en blanco-. Dios misericordioso, jamás en mi vida había contemplado un rostro de tal hermosura. Era como un ángel. Cuando me ha sonreído, juro que mi corazón casi ha dejado de latir. Y vive aquí, bajo este mismo techo. Debe revelarme su nombre.

Alysson. Debía ser ella. Por el gestoapenado del joven John, no podía llegarse a otra conclusión.

Zac: La dama se llama Alysson, pero me temo que no es para usted. Tal vez no se haya percatado, pero se trata de una empleada del servicio. Y es inocente, Chez, no de las que se usan para pasar el rato. Además, sospecho que su padre no aprobaría un enlace entre usted y una criada.

John miró hacia el vestíbulo, pero Alysson no se veía por ninguna parte. Era del todo extraño que un joven mencionara siquiera a una mujer en público. Zac suponía que el vino ingerido le había proporcionado una inyección de moral.

En cierto sentido, era una lástima que el estatus los separara de aquel modo. John Chezwick era un soñador, lo mismo que Alysson, un joven ingenuo con la cabeza llena de pájaros que escribía unos poemas que no leía por timidez. Se trataba de un chico rubio, de ojos azules y atractivo para el sexo opuesto, aunque algo delgado y pálido. También era el hijo menor del marqués de Kersey, por lo que su matrimonio con una camarera era bastante improbable.

Además, por curioso que resultara, Zac había desarrollado una especie de instinto protector hacia Alysson. No consentiría que ningún amigo suyo se aprovechara de ella. En realidad, le alegraría verla bien casada. Tal vez con el tiempo él mismo la ayudaría a lograrlo. Sus pensamientos le llevaron a Vanessa. A ella también podría encontrarle marido, pero la idea no le satisfacía de igual modo.

Zac siguió al coronel Pendleton y a lord John hasta el salón. Ashley y Scott ya se encontraban allí, los dos rubios, de piel clara, una pareja de oro, enamorada aún tras ocho años de matrimonio. Conversaban con el doctor y la señora Snow, mientras Brittany, al parecer, se había escapado al cuarto de las damas.

Zac suspiró. Su prima volvía a las andadas y había vuelto a organizar un encuentro entre ellos. Parecía no entender que no se sentía atraído por la hija del médico, por más guapa que fuera. Él iba a casarse con una heredera. En los últimos tiempos pensaba cada vez más en Samantha Fairchild y Mary Anne Winston. Ambas eran rubias y guapas, y ambas poseían considerables fortunas.

Un conde no era un trofeo pequeño en un matrimonio. Cualquiera de las dos aceptaría su proposición, y sus riquezas aumentarían de manera nada insignificante en el momento en que tuviera lugar la ceremonia.

Se lo debía a su padre. Pretendía satisfacerlo de la única manera que sabía.

Se acercó al aparador y se sirvió un coñac. Su mente abandonaba el pasado y regresaba a la cena desastrosa que había dado esa noche. Pensó en los bizcochos demasiado borrachos y sonrió mientras regresaba junto a sus invitados.

Brittany Snow cruzó el vestíbulo en dirección a la gran escalera, camino de la habitación de las damas. La velada le estaba resultando interminable. Decir que la comida había sido horrible era decir poco, y además la habían sentado junto al coronel Pendleton, que no era mal conversador pero sólo sabía hablar de la guerra, tema que Brittany hacía esfuerzos por olvidar.

Ahora que la cena había terminado, Ashley proseguiría con su labor de celestina, pues ésa era la verdadera razón por la que sus padres y ella habían sido invitados: organizar un encuentro entre el conde y ella. Su madre estaba contentísima y no dejaba de insistirle en que hablara más con lord Brant. Pero poco importaba que lo hiciera o dejara de hacerlo. Todos en Londres sabían que lord Brant sólo se casaría con una heredera.

Brittany no veía el momento de regresar a casa.

Tras asegurarse de que la blusa de su vestido ajustado de seda color burdeos estaba bien puesto, se sujetó las faldas, bordadas con perlas, y se dispuso a iniciar el ascenso. Pero en ese instante, un movimiento en el vestíbulo llamó su atención. Al girarse distinguió una figura delgada que le resultaba familiar, y ahogó un grito.

Britt: ¡Ness! ¡Vanessa Whiting! ¿Eres tú de verdad? -Alejándose de la escalera, volvió a cruzar la entrada en dirección contraria, agarró del brazo a la joven y, ya en el pasillo, la obligó a girarse-. ¡Ness! ¡Soy yo! Britt. ¿No me reconoces? -Estrechó a su amiga en un cálido abrazo, y así transcurrieron varios segundos hasta que se dio cuenta de que ésta no mostraba el mismo entusiasmo. Entonces la soltó y retrocedió un paso-. ¿Qué ocurre? ¿No te alegras de verme? -Sólo entonces se fijó en su atuendo, en la falda estirada de seda negro, en la blusa blanca de algodón-. Vamos a ver… ¿qué está sucediendo aquí? ¿Por qué vas vestida como una sirvienta?

Ness suspiró y bajó la cabeza.

Ness: Oh, Britt, tenía la esperanza de que no me vieras.

Britt: ¿Qué estás haciendo aquí? Supongo que no estarás trabajando al servicio de esta casa, ¿verdad?

Ness: Tengo tanto que explicarte… Han sucedido tantas cosas desde que dejé la academia… -Echó un vistazo a la puerta del salón-. Esta noche no tengo tiempo. Prométeme que no le dirás a nadie que estoy aquí.

Britt: Si estás metida en algún problema…

Ness: Te lo ruego, Britt. Si sigues considerándote mi amiga, prométeme que no dirás ni una palabra.

Britt: Está bien, no diré nada, pero con una condición: mañana nos reuniremos y me explicarás qué pasa.

Ness negó con la cabeza.

Ness: Sería mejor que las dos olvidáramos habernos visto en estas circunstancias.

Britt: Mañana, Ness. La taberna King está cerca de aquí, al doblar la esquina. Se trata de un lugar apartado y tranquilo. Nadie nos verá. Nos encontraremos a la una en el comedor.

Ness asintió, resignada.

Ness: Está bien.

Brittany vio alejarse a su amiga. Su mente se pobló de pensamientos, de preguntas, de preocupación. Hacía años que no veía a Vanessa. ¿Qué le habría sucedido en toedo ese tiempo? Se preguntó si la vida de su mejor amiga se habría complicado tanto como la suya.




Tengo un coment más que de costumbre, ¡yuju! XD XD
¡Seguid comentando que cada vez se pondrá mas interesante!
Me gusto cuando Zac entro en la cocina y todos temblaban de miedo y Ness solo se preocupaba por su aspecto XD XD
De cada vez se les hará mas difícil resistirse el uno al otro XD XD
¡Comentad!
¡Bye!
¡Kisses!


1 comentarios:

Carolina dijo...

loki!!!
q la nessa saca fuerza de no se donde xD
y esa cena xD
me ha encantao!!
keep coment!!! o sino... haces como q te caes y ... bueno loki tu sabes q sigue xD

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