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viernes, 29 de abril de 2011

Capítulo 5


De pie en la oscuridad de su gabinete, Zac avivó la lámpara, ahora que Vanessa se había llevado la suya. Sonrió al pensar en los acontecimientos de la noche. Había regresado pronto a casa a propósito, con la esperanza de atrapar in fraganti al jugador secreto. Aunque le costaba reconocerlo, en el fondo esperaba que la infractora fuera Vanessa Hudgens.

Le habían sorprendido, y agradado, sus dotes para el juego. Le gustaban las mujeres inteligentes. Su prima Ashley era una mujer aguda e interesante. También lo había sido su madre, muerta hacía diecisiete años. Se imaginaba pasando horas deliciosas con Vanessa frente al tablero, después de haber pasado otras, más deliciosas aún, en la cama de aquella encantadora mujer.

Sin embargo, llegar hasta él tal vez no fuera tan fácil como había imaginado.

Zac se acercó al aparador de madera grabada y se sirvió un coñac. Había supuesto que aquella misma noche podrían llegar a un acuerdo. Sin duda aquella chica no podía ser tan ingenua como para no comprender que, como amante, su situación -y la de su hermana- mejoraría notablemente.

En la próxima oportunidad, le explicaría las ventajas en términos prácticos y objetivos, aunque tenía la sospecha de que no serviría de nada. Vanessa Hudgens era una mujer de principios. Se trataba de una chica soltera, por más que él hubiera creído conveniente llamarla «señora». Acostarse con un hombre que no fuera su futuro esposo no entraba en sus planes.

Aunque se sentía atraída por él, de ello no le cabía duda. Conocía a las mujeres lo bastante como para saber cuándo alguna correspondía a su interés. Y él se lo había demostrado. En realidad, su «interés» seguía vivo y coleando dentro de sus boxers, recordando la tibia suavidad de sus labios temblorosos, que tan perfectamente se habían amoldado a los suyos.

Su excitación creció, se endureció. Deseaba a Vanessa Hudgens. No recordaba que otra mujer le hubiera gustado tanto como ella.

A menos, claro, que todo aquello fuera teatro.

A Zac le gustaban las mujeres, pero también sabía lo astutas que podían ser algunas. Por más educada que pareciera, por más distinguidos que resultaran sus modales y su forma de hablar, lo cierto era que a Vanessa la había encontrado en la calle. ¿Estaría representando un papel, o era en realidad tan inocente como parecía?

Por el momento, confiaría en su instinto y llevaría a cabo un plan que le permitiría resolver sus dos problemas; iniciaría una sutil misión de seducción. Después de todo, sería en beneficio de Vanessa. Sin duda, y a pesar de las desgraciadas circunstancias en las que pudiera encontrarse en la actualidad, había recibido una buena educación. Se vería bien vestida, con ropas elegantes, en el interior de un carruaje negro. Y, con el dinero que le diera, podría proporcionarle muchas cosas a su hermana Alysson.

La idea le dio que pensar. ¿Quiénes eran exactamente Alysson y Vanessa Hudgens? Zac tenía por principio conocer los puntos fuertes y débiles de las personas de su entorno. Tal vez no estuviera de más contratar a alguien que realizara algunas investigaciones. Debería pensárselo.

Se concentró en el tablero de ajedrez. La seducción no era tan distinta al juego que tenía delante. El hombre daba el primer paso, la mujer reaccionaba, el juego seguía desarrollándose hasta que uno de ellos salía victorioso. Él se veía sin duda en el papel de vencedor, aunque sabía que no sería fácil. Si deseaba obtener el premio, debía actuar según un plan bien trazado.

Sonrió. «El que gana se lleva el trofeo.»

Ness se levantó temprano, ocultó un bostezo con la mano y sintió los ojos algo hinchados. ¡Había dormido tan poco aquella noche! La mayor parte de ella la había pasado dando vueltas y más vueltas en la cama, avergonzada, sin dejar de pensar que se había puesto en evidencia en el gabinete de lord Brant.

Dios santo, ¿qué debía pensar de ella, si le había permitido que se tomara aquellas libertades? A ella no la habían educado para comportarse de ese modo. Sus padres, y la academia privada de la señora Thornhill, le habían enseñado a comportarse como una dama. Fuera cual fuese la debilidad que se había apoderado de ella, Ness rezaba para que aquello no volviera a suceder.

Con aquella idea firmemente instalada en su mente, subió la escalera que conducía a la planta principal. Debía dar instrucciones a las criadas, asegurarse de que limpiaran los armarios roperos y de que los forraran con papel nuevo. Había de ocuparse del suministro de velas, asegurarse de que hubiera suficientes hojas y tinta en los escritorios.

Estaba cruzando el vestíbulo cuando Simon apareció corriendo con el periódico matutino bajo el brazo.

Simon: Ah, señora Hudgens. ¿Le sería mucha molestia? Debo ocuparme de un encargo urgente y voy algo justo de tiempo -le dijo, alargándole el London Chronicle-. Al señor le gusta leerlo mientras desayuna -añadió, antes de desaparecer tras la puerta, y trasladando así a Ness la responsabilidad de hacérselo llegar a lord Brant-.

«Y yo que esperaba no tener que encontrármelo más», se dijo entre suspiros. Esperanza nada realista, si su intención era conservar el empleo. Al menos, tras lo sucedido la noche anterior, a él le habría quedado claro que no tenía interés en ser otra cosa que su ama de llaves.

La calva de Simon brilló al sol cuando, mientras cerraba la puerta, se encontró en la calle. Ness se dirigió al comedor donde se servían los desayunos, una habitación alegre, decorada en tonos amarillos y azules que daba al jardín. Tal vez el conde no hubiera bajado todavía. Si se daba prisa, podía dejar el periódico junto al plato, y así evitaría el encuentro.

Mientras se dirigía a la puerta desdobló el periódico y echó un vistazo rápido a los titulares. Cuando se encontraba a dos pasos del comedor, se detuvo en seco, petrificada.

«El barón Harwood llega a Londres y expone un extraño suceso de robo e intento de asesinato.»

Su corazón pareció detenerse en seco, lo mismo que sus pies, antes de reanudar sus latidos, convertidos ahora en palpitaciones aceleradas. Según el Chronicle, el barón había sido herido de gravedad en la cabeza en el transcurso de un robo cometido en Harwood Hall, su residencia campestre del condado de Kent. Su atacante le había producido un violento golpe que le había hecho perder temporalmente la memoria. Acababa de recobrarla en parte, y acudía a Londres en busca de los responsables del delito.

El artículo hacía referencia al valioso collar de perlas robado, aunque en él no se acusaba a sus hijastras. Al parecer, el barón valoraba demasiado su reputación como para originar un escándalo social. Lo que sí se facilitaba era una descripción resumida de dos jóvenes a quienes él consideraba sospechosas del crimen. Por desgracia, dicha descripción encajaba punto por punto con el aspecto físico de Alysson y de ella misma.

«Al menos no lo maté», pensó Ness con alivio, aunque a continuación, y no sin sentirse algo culpable, se le ocurrió que tal vez habría sido mejor haberlo hecho.

En aquel preciso instante, la puerta del comedor se abrió y entró el conde. Ness dio un respingo, escondió el periódico tras su espalda y se obligó a mirarlo.

Ness: Buenos días, señor.

Zac: Buenos días, señora Hudgens -respondió él, fijándose en la mesa-. ¿Ha visto usted mi periódico matutino? Simon suele dejármelo en la mesa del desayuno.

El ejemplar parecía quemarle entre los dedos.

Ness: No, señor. Tal vez esté en su gabinete. ¿Quiere que vaya a ver?

Zac: Iré yo

Tan pronto lord Brant se alejó, ella escondió el periódico entre sus faldones. Le disgustaba tener que engañarle, pero se alegraba de que el encuentro hubiera sido tan breve.

O al menos una parte de ella se alegraba. La otra se lamentaba de que él fuera capaz de mirarla como si nunca la hubiera estrechado entre sus brazos, contra su musculoso cuerpo, como si nunca le hubiera besado los labios, como si su lengua no la hubiera explorado…

Se detuvo, escandalizada con el curso de sus propios pensamientos. Fuera cual fuese su situación actual, no dejaba de ser una dama, no una de las mujerzuelas con que se relacionaba el conde. Pensar en lo sucedido la noche anterior era lo que menos le convenía. Decidida a olvidar el incidente, se dirigió a la planta superior en busca de Alysson, para advertirle de la publicación de aquel artículo.

Sin duda, lo más sensato en aquellas circunstancias era irse de Londres. Pero todavía no habían recibido la siguiente paga, y lo que habían cobrado hasta el momento apenas les alcanzaría para salir de la ciudad.

Después de mucho pensar, decidió que lo mejor sería seguir allí, pues era una manera de ocultarse a la vista de todos, con la esperanza de que no aparecieran más noticias en los periódicos o de que, si lo hacían, nadie relacionara la extraña historia del barón con su aparición en casa de lord Brant.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Ojalá así fuera. En caso contrario, no sólo acabaría en la cárcel; el barón tendría, al fin, la vía libre para hacer con Alysson lo que quisiera.

Transcurrieron tres días. Nadie mencionó el artículo del periódico, pero Ness seguía preocupada. Con todo, tenía muchas cosas que hacer, y debía supervisar las tareas de los demás empleados.

Una vez terminada la breve visita de lady Aimes, ordenó que cambiaran las sábanas de las habitaciones de invitados e inició la labor de registrar la despensa de la cocina. Cuando hubo terminado, fue en busca de Alysson.

Ness: Disculpe, señora Honeycutt, ¿ha visto usted a mi hermana? Creía que se encontraba en el salón Azul.

Honeycutt: Ahí estaba, señora Hudgens. Abrillantaba los muebles cuando el señor pasó por ahí. En ese momento ella miraba por la ventana. Ya sabe lo mucho que le gusta contemplar el jardín.

Ness: Ya.

Honeycutt: Bien, el caso es que el señor le preguntó si le apetecería salir a dar un paseo. Comentó algo de mostrarle el nido de petirrojos que había encontrado.

La preocupación de Ness se disparó al momento, lo mismo que su enfado. ¡Menudo canalla! Hacía sólo unos días había estado besándola a ella, y ahora se encontraba en el jardín intentando seducir a la pobre Alysson.

A paso ligero, se dirigió a las puertas ventana que daban al jardín, las abrió y accedió a la terraza de ladrillo rojo. El perfume de lavanda, mezclado con el de la tierra húmeda recién arada inundó sus fosas nasales, pero no vio a Alysson por ninguna parte.

Sus temores se dispararon. Si Brant le había puesto la mano encima, si la había lastimado de algún modo…

Recorriendo el sendero de grava, se dirigió a toda prisa hacia la fuente, punto donde todos los caminos del jardín se reunían como los radios de una rueda. Esperaba que, una vez allí, algo le indicara qué dirección habían tomado. Pero, para su sorpresa, no tardó en descubrir que se encontraban a plena luz del día, a pocos pasos de ella. Alysson contemplaba un racimo de hojas y bastoncillos que formaban un pequeño nido de ave.

Se encontraba a una distancia prudencial del conde, contemplando las ramas de un abedul. Al oír los pasos de Ness sobre la grava, lord Brant apartó la vista de Alysson y la clavó en ella.

Zac: Ah, señora Hudgens, me preguntaba en qué momento aparecería por aquí.

Ella intentó esbozar una sonrisa, pero descubrió que su rostro se mantenía rígido, como a punto de romperse.

Ness: Vengo a buscar a Alysson. Hay bastante trabajo pendiente y necesito su ayuda.

Zac: ¿Ah, sí? El caso es que he invitado a su hermana a acompañarme. Me ha parecido que le gustaría ver el nido de petirrojos que ha encontrado el jardinero.

Al fin Alysson los miró, con sus grandes ojos azules llenos de asombro.

Alysson: Ven a ver, Ness. Hay tres huevecitos azules manchados. Son preciosos.

Ignorando al conde que, lejos de enfadarse, mostraba un gesto parecido a la satisfacción, Ness ocupó el lugar de su hermana, se subió al taburete que el jardinero había colocado en la base del árbol y contempló el nido.

Ness: Sí, son preciosos, Alysson.

Bajó, impaciente por alejarse de Brant cuanto antes, y descubrió que se sentía algo celosa. Se trataba de un sentimiento del todo nuevo, que jamás había experimentado, por más que fuera consciente de la belleza de su hermana. En realidad, no era de su hermana de quien estaba celosa, pues aunque el conde se hubiera fijado en ella, su hermana no demostraba el menor interés por él.

Alysson: Supongo que el conde es un hombre agradable -le había dicho en una ocasión-, pero me pone nerviosa. Parece tan… tan…

Ness: Bueno, sí, en ocasiones puede intimidar un poco.

Alysson: Sí, y es tan… tan…

Ness: Lord Brant es… bueno… un hombre sin duda muy masculino.

Alysson había asentido.

Alysson: Nunca sé qué decirle ni qué hacer.

La voz profunda de lord Brant desvaneció aquel recuerdo de la mente de Ness.

Zac: Vamos, señorita Sarah. Parece que su hermana la necesita, de modo que nuestro agradable descanso ha terminado.

Miraba a Alysson y le sonreía, pero en sus ojos Ness no reconoció el calor que había visto en ellos cuando era ella el objeto de su mirada. Tomó a su hermana de la mano y la ayudó a bajar del taburete al que una vez más se había subido para contemplar el nido.

El conde les dedicó una última y cortés reverencia, como si fueran invitadas en vez de sirvientas.

Zac: Que pasen ustedes una buena tarde, miladies.

Una vez se encontraron lo bastante alejadas, Ness preguntó:

Ness: ¿Estás bien?

Alysson la miró.

Alysson: Ha sido muy amable al mostrarme el nido.

Ness: Sí… claro, muy amable.

Quería añadir algo, prevenirla de algún modo. Alysson ya había tenido una mala experiencia, aunque por fortuna no había sucedido nada irreparable. Se le hacía difícil creer que lord Brant pudiera resultar parecido a su padrastro, pero, si no era así, ¿por qué se habría molestado en salir al jardín con Alysson?

La oscuridad avanzaba al otro lado de la ventana. La niebla se apoderaba de las calles y cubría las casas. Después de la cena, Ness se había retirado a su habitación para seguir leyendo la novela de la señora Radcliffe que había sacado de la biblioteca. Poco después de las once, se quedó dormida en el sofá de la salita.

Al cabo de un rato la despertó alguien que llamaba a la puerta muy suavemente. Por un momento temió que fuese lord Brant, pero de haber sido él los golpes habrían resonado. Se puso el batín y se dirigió a la puerta a toda prisa. Para su sorpresa, era su hermana.

Ness: ¡Alysson! ¿Qué diab…?

La hizo entrar y cerró la puerta, alarmada por la expresión grave de su rostro. Se acercó a la lámpara que ardía con llama baja y aumentó su intensidad. Al momento la salita quedó inundada por un resplandor amarillento.

Ness: ¿Qué sucede, Alysson? ¿Qué te pasa?

La joven tragó saliva y, asustada, abrió mucho los ojos.

Alysson: Es… es el señor.

A Ness se le heló la sangre.

Ness: ¿Brant? -A la luz de la lámpara, distinguía la palidez de sus mejillas-. ¿Qué ha hecho el conde?

Alysson: Lord Brant me ha enviado un mensaje… Lo encontré bajo mi puerta. -Con dedos temblorosos, le alargó una hoja doblada, que Ness cogió-.

«Alysson: Desearía hablar con usted en privado. Suba a mi dormitorio a medianoche.» Y firmaba simplemente «Brant».

Alysson: No quiero ir, Ness, tengo miedo. ¿Y si… y si me toca igual que hacía el barón?

Ness releyó la nota y sintió que su indignación crecía por momentos. ¡Que Dios las protegiera! Sus temores sobre el conde eran fundados.

Ness: No te preocupes, cielo. No tienes que ir. Iré yo en tu lugar.

Alysson: Pero ¿no tienes miedo? ¿Y si te pega?

Ness negó con la cabeza.

Ness: Puede que el conde sea malvado, pero creo que no es de los que van por ahí pegando a las mujeres -replicó, pero sin saber qué le hacía pensar de ese modo-.

Hasta el momento se había equivocado del todo con ese hombre. Había llegado a creer que era distinto de los demás, más abierto, algo menos tolerante. Le había importado más de la cuenta descubrir que él también carecía de escrúpulos.

Fuera la clase de hombre que fuese, esa noche pensaba enseñarle una lección sobre las consecuencias de intentar seducir a una niña inocente.

Zac echó otro vistazo al reloj de la chimenea, como ya había hecho al menos en otras veinte ocasiones. Pasaban dos minutos de las doce. Vestido sólo con camisa y boxers, se recostó en la cama. Esperaba que su plan funcionara, que su estratagema le diera la victoria.

Que sacrificando al peón lograra atrapar a la reina.

Era un movimiento peligroso, y lo sabía. Aun así, Vanessa Hudgens era una rival difícil, por lo que se había visto obligado a idear una aproximación distinta de la que en principio pretendía.

Sonrió al oír, al fin, cuatro golpes secos en la puerta. No se trataba de la forma de llamar suave e insegura que Alysson habría empleado, sino de una mucho más firme y furiosa; sólo podía corresponder a su hermana.

Zac: Entre -murmuró. Esperó a que se abriera la puerta y comprobó que, en efecto, era Vanessa. Pese a la oscuridad, aunque no pudo verle el rostro reconoció su menor estatura y su gesto combatiente-. Llega tarde -informó , posando la vista en el reloj de la chimenea-. Especifiqué que debía presentarse a las doce. Y pasan tres minutos.

Ness: ¿Tarde? -repitió ella en un tono que no dejaba lugar a dudas respecto a la furia que la dominaba-. Sean tres minutos o tres horas, el caso es que Alysson no va a venir.

Vanessa avanzó un paso, penetrando en un espacio iluminado por el claro de luna que se filtraba por la ventana. Zac se fijó en que llevaba el pelo suelto, que se ondulaba ligeramente por su espalda y resplandecía aquí y allí. Se moría de ganas de pasarle los dedos y palpar su tacto sedoso. Bajo el batín, sus senos se movían al compás de su respiración, y él deseaba cogerlos con las manos, agachar la cabeza y llenarse la boca con ellos.

Ness: Siento decepcionarle, señor, pero su plan de seducción ha fracasado. Alysson sigue a salvo en su dormitorio.

Zac se levantó de la cama y fue hacia ella, como un león dispuesto a atrapar su presa.

Zac: Mejor así.

Ness: No le entiendo. Usted le envió una nota y le pidió que viniera. Planeaba seducirla. Usted…

Zac: Se equivoca, querida Vanessa. Le pedí que viniera porque sabía que usted no se lo permitiría y se presentaría en su lugar. -Entonces le puso las manos en los hombros y sintió su tensión. Muy despacio, la atrajo hacia sí-. Es a usted a quien deseo, Vanessa. Así ha sido casi desde el principio.

Y la besó.

Ness sintió que le faltaba el aire cuando la boca del conde se posó sobre la suya. Durante un instante, permaneció inmóvil, dejando que el calor invadiera todo su cuerpo, absorbiendo su sabor, apenas consciente de la dureza del cuerpo varonil que se pegaba contra el suyo. Pero entonces recordó por qué se encontraba allí, que era a Alysson a quien lord Brant deseaba en realidad. Apoyó las manos contra su pecho para alejarlo, apartó la cabeza y forcejeó hasta liberarse de su abrazo.

Ness: ¡Miente! -exclamó con la respiración entrecortada por la ira, o eso quiso creer-. Lo dice porque soy yo quien está aquí y no Alysson. -Retrocedió unos pasos-. Tomaría usted a cualquier… a cualquier mujer que se presentara en su habitación.

El conde negó con la cabeza y avanzó hacia ella, que siguió retrocediendo hasta que alcanzó la pared. Ya no podría alejarse más.

Zac: ¿No se lo cree? Usted y yo jugamos a un juego. Y el premio que yo deseo es usted, no Alysson.

Ness: No me lo creo. Todos los hombres desean a mi hermana.

Zac: Alysson es una niña y siempre lo será, por más años que cumpla. Usted es una mujer, Vanessa. -Le clavó los ojos leoninos en los suyos-. En el fondo, sabe muy bien que es a usted a quien quiero.

Ness tragó saliva, miró aquellos ojos azules e hizo esfuerzos por no echarse a temblar. Recordó aquella misma mirada la noche en que había irrumpido en su cuarto, recordó cómo la había besado en su gabinete, las vagas indirectas sobre su deseo de convertirla en amante suya. Por más improbable que pareciera, creía que él decía la verdad.

El conde le levantó la barbilla, acercó el rostro y le atrapó los labios con los suyos. Fue un beso dulce y persuasivo, que la llevaba a entregarse, la seducía con cada roce. Luego le besó las comisuras de los labios y en torno al cuello.

Ness: Si dice usted la verdad -susurró-, ¿por qué no me envió la nota a mí?

Sintió que el conde esbozaba una sonrisa.

Zac: ¿Habría venido?

Por supuesto que no.

Ness: No.

Zac: Eso creía yo -pactó, y volvió a besarla-.

Las manos de Ness ascendieron por el torso del conde y se posaron sobre la pechera de su camisa. Dios bendito, aquello era como llegar al cielo, la dulzura y el calor de aquellos besos, aquellos labios blandos y duros a la vez que encajaban a la perfección en los suyos, que vencían todas sus defensas y la atraían, que daban y tomaban a la vez.

Zac: Ábrete a mí -murmuró, y su lengua se coló entre sus labios-.

Ness se agitó, recorrida por un escalofrío. Los besos del conde eran cada vez más profundos, y ella sintió flaquear sus fuerzas. Le rodeó el cuello con los brazos y él la atrajo aún más hacia sí. Ness temblaba.

Sabía que debía detenerle. Él era el conde de Brant, un conquistador y un vividor que la arruinaría si ella permitía que sucediera lo que estaba a punto de suceder. A él todo le traía sin cuidado excepto el deseo de satisfacer sus bajos instintos. Sin embargo, percibía una necesidad en él, la había percibido desde la noche en que se había presentado en su dormitorio.

También su necesidad afloraba a la superficie a borbotones, renacía a cada embestida de su lengua, se hacía más profunda con cada caricia que él dedicaba a sus senos, quedándose en ellos, moldeándolos por encima del camisón, transmitiéndole un calor que le recorría el cuerpo. Le temblaban las piernas. El conde volvió a besarle el cuello mientras le abría el batín azul e introducía una mano en su interior, sobre la delgada tela de algodón. Cubrió su pecho y con el pulgar empezó a acariciarle el pezón.

Zac: Dios, cómo te deseo -musitó él, tirando de la cinta que le cerraba el camisón a la altura del cuello, aproximándose más para acariciar la plenitud de sus pechos. A Ness se le secaba la boca. No podía tragar. Sus pezones, presionados contra aquellas manos, se hinchaban por momentos-. Entrégate a mí -añadió él en voz muy baja-. Sé que tú también lo deseas.

Dios santo, era cierto. Jamás había deseado tanto una cosa. Ansiaba saber adónde conducía aquel calor, deseaba que él la acariciara, que le besara todo el cuerpo. Él figuraba en todos sus sueños prohibidos, todas sus desbocadas fantasías. Hacía tiempo que sabía que ella no era como Alysson, sino que sentía impulsos y deseos, y desde luego deseaba al conde de Brant.

Ness meneaba la cabeza, intentaba escabullirse. El conde la mantenía firmemente sujeta.

Zac: No me digas que no. Deja que cuide de ti. Tendrás una vida mejor, y podrás velar por Alysson. A ninguna de las dos os faltará de nada.

Lord Brant lo decía sin rodeos. Quería convertirla en su amante. No deseaba a Alysson, la deseaba a ella, la hermana mayor, la más vigorosa, no a la guapa. La idea le aturdía. Considerando la vida a que debía enfrentarse y el deseo que sentía por él, no se trataba de una mala proposición.

Pero Ness no se veía capaz de aceptarla.

Le sorprendió descubrir que los ojos se le inundaban de lágrimas. Sin dejar de mover la cabeza a izquierda y derecha, se apartó un poco, logró levantar la vista y vio aquel atractivo y malicioso rostro.

Ness: No puedo… no puedo… Por más perverso que sea, me gustaría poder pero… -volvió a negar con la cabeza- sencillamente no puedo.

Él, con gran ternura, le rozó la mejilla con un dedo.

Zac: ¿Estás segura? No es algo tan perverso, entre dos personas que comparten necesidades similares, y además en tu caso debes pensar en Alysson. Las dos tendríais el futuro asegurado.

Ness se sintió culpable. Tal vez sí debiera hacerlo por ella. Aunque tal vez aquello fuera sólo una excusa.

En cualquier caso, sencillamente no podía renunciar a sus principios de ese modo. Además, por si fuera poco, estaba el asunto del robo y el intento de asesinato de su padrastro. Tuvo que reprimir un repentino y necesario impulso de relatarle todo lo sucedido, de echarse en sus brazos e implorarle su ayuda.

Pero no podía correr ese riesgo.

Ness: Estoy convencida, señor.

Con dulzura, muy despacio, él se inclinó y le besó las lágrimas.

Zac: Tal vez con el tiempo cambies de opinión.

Ness dio un paso atrás y, temblorosa, aspiró hondo, aunque en aquel momento nada deseaba más que otro beso suyo, nada quería más que permitir que le hiciera el amor.

Ness: No cambiaré de opinión. Dígame que no volverá a proponérmelo. Dígamelo, o me veré obligada a marcharme.

Notó algo en la expresión del conde, un remolino de sentimientos que no era capaz de descifrar. Transcurrieron unos momentos y lord Brant suspiró.

Zac: Si ése es de verdad su deseo -dijo, recuperando el tratamiento formal-, no volveré a proponérselo.

Ness: Quiero que me dé su palabra de caballero.

Las comisuras de sus labios se curvaron ligeramente.

Zac: Después de lo sucedido esta noche, ¿todavía me considera caballero?

Ella logró esbozar una temblorosa sonrisa.

Ness: Sí, aunque no me haga explicarle por qué, pues lo desconozco.

El conde se volvió y se alejó más de ella.

Zac: Está bien, le doy mi palabra. Está a salvo de mí, señora Hudgens, aunque estoy seguro de que lo lamentaré mientras usted siga sirviendo en esta casa.

Ness: Gracias, señor.

Se volvió para irse, convenciéndose de que había hecho lo correcto y sintiéndose tan desgraciada como el día en que le informaron de la muerte de su madre.

El débil eco de la puerta al cerrarse se le clavó como un cuchillo. Su cuerpo aún latía de deseo, le dolía de frustración. Zac la deseaba mucho, más incluso de lo que había creído. No obstante, el sentimiento que ahora le embargaba no podía describirse sino como alivio.

Con el paso de los años había ido sintiéndose algo aburrido de las mujeres, volviéndose más insensible a ellas, pero jamás se había rebajado tanto en sus intentos de seducción como esa noche.

Podía haberle insistido en las ventajas que ella obtendría. Como amante, Vanessa, junto con su hermana, habría estado bien cuidada. Él habría velado por su estabilidad económica, incluso después de que su relación hubiera terminado.

Sin embargo, no sin cierta perversión, le aliviaba que ella no hubiera aceptado. En las semanas que llevaba a su servicio en la casa, había llegado a respetarla e incluso a admirarla. Se entregaba a su trabajo, por menos colaboración que recibiera del resto de los empleados. Era inteligente, aguda, decidida y leal con sus seres queridos. De la integridad de sus valores morales ya no le cabía duda; aquella noche había vuelto a demostrárselo.

Se merecía mucho más que la breve relación sexual que habría tenido con él.

Con todo, seguía deseándola. Al quitarse la camisa y los boxers, a punto de acostarse, su cuerpo seguía excitado. Recordó sus besos inocentes pero apasionados, y se estremeció con el dolor de la ausencia.

Pero Vanessa Hudgens se encontraba a salvo de él. Zac le había dado su palabra y no la rompería. Ella seguiría siendo su ama de llaves, y nada más.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Siguelaaaaaaaa!!!!!
Ya quiero saber q pasara!!
Es muy Interesante!!!!
Bye byeee

Carolina dijo...

Tonta! tonta ness ¬¬!
seran tus principios y todo lo q kieras!! pero no lo haz visto!!
io kiero uno asi para mi cumple ia loki xD
uno q ste " ay oma q rico!"
xDxD
bye loki! sigan comentando!!

LaLii AleXaNDra dijo...

Omg...
quede O_o
el capi estuvo superrrr..
y estoy de acuerdo con nessa, los principios es la razon, por la cual ella no es una cualquiera, ella se merece algo mejor..
:D
bueno hablo muchoo haha
siguela
:D

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