topbella

martes, 23 de julio de 2019

Capítulo 12


Ness: Mi querida Helen -rozó con sus labios la mejilla, suave como la de un bebé, de Helen Fume-. Siento llegar tarde.

Helen: No digas tonterías. No llegas tarde. -Lady Fume llevaba un ceñido vestido de seda verde con un amplio escote pensado para que destacaran las esmeraldas y también su figura, pues había perdido cinco kilos en un mes en un balneario de Suiza- Pero tú y yo tenemos que ajustar cuentas.

Ness: ¿Ah, sí? -se desabrochó el cierre de la capa-.

Helen: Me he enterado de que llevas días en Londres y ni siquiera te has dignadoa llamarme.

Ness: Estaba de incógnito -dijo sonriendo, mientras se quitaba la capa y la entregaba a un criado-. No me apetecía la compañía.

Helen: ¡Señor! ¿Una pelea con Roger?

Ness: ¿Roger? -cogió del brazo a su anfitriona y juntas tomaron el amplio corredor de mármol blanco y negro. Como la mayoría, Helen estaba convencida de que el estado de ánimo de una mujer dependía de un hombre-. No estás al día, Helen. Hace tiempo que es agua pasada. Soy libre como un pájaro.

Helen: Eso habría que remediarlo. Tony Fitzwalter acaba de separarse de su mujer.

Ness: ¡Lo que me faltaba, un hombre que acaba de librarse, el santo vínculo!

El salón de baile, con su pulido suelo y sus paredes color marfil bullía ya de gente y música. El champán burbujeaba en las copas de cristal, se notaba el perfume, tanto masculino como femenino, y las joyas resplandecían. Millones de libras esterlinas, pensaba Vanessa, en piedras preciosas y en metal. Ella iba a llevarse un porcentaje ínfimo de todo aquello.

La mayoría de los rostros eran conocidos. Uno de los problemas que tenían aquellas fiestas. Las mismas personas, las mismas conversaciones, en el fondo el mismo aburrimiento.

Vanessa localizó a una condesa a la que seis meses antes había birlado un anillo de rubíes, a Madeline Moreau, ex esposa de un actor cinematográfico, en casa de quien pensaba entrar la próxima primavera. Sonriendo a las dos, cogió una copa de champán de la bandeja que iba pasando un camarero.

Ness: Todo tiene un aspecto extraordinario, como siempre, Helen.

Helen: Un trabajo espantoso en un tiempo récord -se quejó la anfitriona, quien sin duda no había realizado un esfuerzo mayor que el de probarse el vestido que llevaba-. Pero me encanta dar fiestas.

Ness: Hay que disfrutar de lo que uno hace bien -dijo tomando un sorbo de champán-. Por cierto, estás guapísima. ¿Qué has hecho?

Helen: Un viajecito a Suiza -pasó una mano por su reducida cadera-. Si alguna vez lo necesitas, allí está el balneario más maravilloso del mundo. Te matan de hambre y te agotan hasta que llegas a agradecerles las cuatro hojas de lechuga y la minúscula ración de fruta que te sirven. Luego, cuando ya lo enviarías todo a paseo, empiezan a mimarte con cremas, masajes y unos baños de ensueño. Una experiencia que no olvidaré nunca. Aunque si algún día tengo que volver, me suicido.

Vanessa no pudo evitar una carcajada. Aquellas disparatadas conversaciones de Helen la divertían. Era una lástima que ella y su marido idolatraran hasta tal punto el dinero.

Ness: Haré todo lo posible por no tener que pasar por allí.

Helen: Ahora que estás aquí aprovecha para echar una ojeada a la pulsera de la condesa Tegari. Procede de la colección de la duquesa de Windsor. Pujó más que yo.

El brillo de avaricia en los ojos de Helen disipó cierto remordimiento en la conciencia de Vanessa.

Ness: ¿De verdad?

Helen: Es demasiado mayor para llevar una joya así, pero vamos a dejarlo. Como conoces a todo el mundo, te agradecería que animaras un poco el ambiente mientras yo sigo con mi tarea de anfitriona.

Ness: Descuida.

Solo le hacía falta un cuarto de hora para localizar la caja fuerte en el dormitorio del matrimonio. Como buena previsora, se dirigió hacia Madeline Moreau. No estaría mal descubrir si tenía algún viaje planificado para aquella primavera.

Zachary la vio nada más poner los pies en el salón. Difícilmente podía pasarle por alto a un hombre como él. Encajaba a la perfección en aquel lugar en el que se reunía la gente más guapa y encantadora. Ahora bien, a un hombre tan ducho en la observación le pareció excesivamente distante y ajena a todo.

Llevaba una túnica negra, con escote alto rematado por unas joyas, que se ajustaba a su cuerpo como un guante hasta las caderas y luego cogía vuelo en una falda de fantasía algo transparente, con lentejuelas doradas, que dejaba entrever sus muslos cubiertos tan solo por unos panties supertransparentes. Únicamente unas piernas excepcionales podían permitirse aquel modelo. Tomando un sorbo de la copa que acababan de servirle, Zachary decidió que las de aquella muchacha lo eran.

Llevaba el cabello recogido hacia atrás con prendedores de diamantes, a juego con las piedras de sus pendientes. Mientras la admiraba, Zac la reconoció y se hizo una serie de preguntas.

¿Qué hacía aquella belleza paseando sola en aquella noche húmeda londinense, lejos de clubes, restaurantes y locales nocturnos? ¿Y dónde había visto antes aquella cara?

Como mínimo una de las preguntas podría resolverse en un momento. Dio un ligero codazo al hombre que tenía al lado señalando con la cabeza a Vanessa.

Zac: ¿Quién es aquella mujer bajita de estupendas piernas?

No se hizo de rogar aquel hombre cuya fama se fundamentaba en ser primo de cuarto grado de la princesa de Gales.

**: La princesa Vanessa de Jaquir. Un encanto de pies a cabeza, y una rompecorazones donde las haya. A un hombre que no se ha arrastrado a sus pies como mínimo unos años no le da ni la hora.

Claro. Las revistas que leía religiosamente su madre siempre contenían alguna jugosa historia sobre Vanessa de Jaquir. La hija de un tirano árabe y de una actriz estadounidense que había gozado de cierta fama. ¿Se había suicidado? Sabía que se había producido algún escándalo, pero Zachary no acababa de recordarlo. Y ahora que sabía de quién se trataba, aún le parecía más extraño haberla visto paseando de noche cerca de la casa en la que se encontraban ahora.

El informador de Zachary cogió un pincho de entre las exquisiteces que ya todo el mundo había asaltado.

**: ¿Se la presento? -preguntó sin entusiasmo-.

Él mismo había probado suerte en alguna ocasión con la escurridiza Vanessa y ella se lo había quitado de encima como habría hecho con un mosquito.

Zac: No, yo mismo me espabilo.

Siguió mirándola un rato, con la creciente sospecha de que, al igual que él, estaba allí más como observadora que otra cosa. Cada vez más intrigado, se fue abriendo paso entre la gente hasta encontrarse a su lado.

Zac: Buenas noches otra vez.

Vanessa se volvió. Lo reconoció en el acto. Era difícil olvidar aquellos ojos. Reflexionó durante una fracción de segundo y optó por sonreír. El instinto le decía que sería mejor reconocer el encuentro que rechazarlo con una mirada inexpresiva.

Ness: Hola. -Terminó el champán que tenía en la copa y luego se la entregó con un gesto pensado para marcar las distancias-. ¿Acostumbra a pasear de noche?

Zac: No lo hago muy a menudo, pues de lo contrario supongo que nos habríamos encontrado antes. -Con gesto discreto, llamó al camarero, dejó la copa vacía en la bandeja y cogió dos llenas-. ¿Había venido de visita?

Se planteó mentir, pero enseguida rechazó la idea. Si se empeñaba, aunque a saber qué podía moverle a hacerlo, descubriría la verdad.

Ness: No, simplemente daba un paseo. No me apetecía estar con nadie aquella noche.

A él tampoco, pero la había encontrado a ella.

Zac: Me impactó su silueta, envuelta en negro, con la niebla a sus pies. Algo misterioso y romántico.

Aquella respuesta tenía que haberle divertido, pero no tuvo ese efecto. Por la forma que la miraba, intuía que era capaz de descubrir hasta el último de sus secretos.

Ness: No creo que el desfase horario tenga nada de romántico. Después de un largo viaje en avión, me cuesta conciliar el sueño.

Zac: ¿Desde dónde?

Vanessa lo observó por encima del borde de la copa.

Ness: Desde Nueva York.

Zac: ¿Piensa quedarse muchos días en Londres?

Una conversación trivial, ni más ni menos, pero Vanessa habría querido saber por qué aquello le incomodaba.

Ness: Unos días.

Zac: Perfecto. Así que podemos empezar con un baile y ya tendremos tiempo de quedar para cenar.

Vanessa no protestó cuando él le quitó la copa de la mano. Sabía cómo tratar a los hombres.

Ness: Bailemos.

Con una sonrisa neutra, se apartó un mechón de cabello.

Se dejó llevar por él hasta encontrarse delante de la orquesta. Su mano la sorprendió. Le pareció raro que un hombre que llevaba con tanta naturalidad el traje de etiqueta tuviera tan endurecida la palma y la parte inferior de los dedos.

Manos de trabajador, rostro de aristócrata y modales refinados. En definitiva, una combinación peligrosa. Vanessa tuvo que hacer un esfuerzo para no mostrarse agarrotada cuando la tomó entre sus brazos. Algún mecanismo se puso en marcha cuando los dos cuerpos se rozaron, un sentimiento que ella no deseaba experimentar, y mucho menos admitir. La sensualidad formaba parte de su imagen, pero esta no iba más allá de la piel. Ningún hombre la había poseído y hacía muchos años que había decidido que jamás ninguno la conseguiría.

Notó aquella mano firme en la espalda; puso la suya en la pendiente que dibujaba el músculo en el hombro de él. No era la primera vez que sentía aquel contacto con el músculo, pero sí la primera que la incomodaba. La orquesta tocaba una melodía suave e intensa. A pesar del champán tenía la boca seca. Levantó la cabeza y miró a su acompañante a los ojos.

Ness: ¿Tiene mucha amistad con lord y lady Fume?

Zac: Digamos que somos conocidos -aspiró su perfume, que le pareció especial, algo que le trajo a la memoria imágenes de estancias con luz tenue en las que se hablaba en murmullos, con fragancia a incienso, repletas de secretos femeninos-. Nos presentó una amiga común, Carlotta Bundy.

Ness: Ah, Carlotta -se ajustaba a su ritmo. Zachary bailaba tal como hablaba, con soltura, sin florituras. En otro momento, en otro lugar, ella habría disfrutado de aquel baile. Pero como le ocurría con todo lo que iba descubriendo de él, también su forma de moverse la incomodaba-. No creo haberla visto aquí esta noche.

Zac: No. Creo que está en el Caribe. En su nueva luna de miel. -En un tanteo, la estrechó un poquitín más. Ella no hizo nada por detenerlo, pero el recelo se reflejó en sus ojos-. ¿Está libre mañana por la noche?

Ness: La libertad es mi pan de cada día.

Zac: ¿Quedamos para cenar?

Ness: ¿Por qué?

No había hecho una pregunta por coquetería: había sido una pregunta directa. Él no pudo evitar atraerla un poco más, por el mero placer de disfrutar de su perfume.

Zac: Porque me gusta cenar con una mujer bonita, y más con una que disfruta de los paseos solitarios.

Vanessa notó que los dedos de él jugaban con las puntas de sus cabellos. Podía haber puesto punto final a aquel sutil juego con una mirada, pero lo dejó.

Ness: ¿Es usted romántico?

Por el aspecto habría dicho que sí, por su aire poético, por su rostro delgado, por aquellos ojos que podían ser sosegados o vehementes.

Zac: Supongo. ¿Y usted?

Ness: No. No salgo a cenar con desconocidos.

Zac: Efron, Zachary Efron. ¿Pido a Helen que nos presente oficialmente?

Aquel apellido le decía algo, despertaba en ella algún recuerdo molesto y luego se escabullía. Decidió dejarlo para más tarde. De momento, le pareció más interesante seguir con el juego. La melodía lenta se encadenó con otra de ritmo más vivo. Zachary no lo tuvo en cuenta y siguió con el paso de la anterior. Vanessa no entendía qué podía provocarle aquel dolor en las sienes. Intrigada, siguió balanceándose al unísono con él.

Ness: ¿Qué podría explicarme ella sobre usted?

Zac: Que soy un hombre soltero, discreto en mis asuntos personales y en general. Que viajo mucho y tengo un pasado misterioso. Que vivo la mayor parte del año en Londres y tengo una casa de campo en Oxfordshire. Que juego y me gusta más ganar que perder. Que cuando me siento atraído por una mujer prefiero decírselo enseguida.

Se llevó las dos manos de ella, entrelazadas, a los labios y rozó con estos sus nudillos.

A Vanessa le costó pasar por alto la corriente que recorrió su brazo.

Ness: ¿Por sinceridad o porque tiene prisa?

Zachary sonrió y casi consiguió que ella imitara el gesto.

Zac: Supongo que depende de la mujer.

Se trataba de un desafío, y Vanessa normalmente no sabía rehusar uno que le planteara un hombre. Tomó, pues, una decisión impulsiva, consciente de que se arrepentiría de ella.

Ness: Estoy en el Ritz -le dijo, apartándose-. Estaré a punto a las ocho.

Zachary hizo el gesto de buscar un cigarrillo que no llevaba encima mientras ella se alejaba. Si aquella mujer era capaz de hacerle soñar con un solo baile, sería interesante ver qué pasaría con una velada completa. Tomó otra copa de champán de la bandeja del camarero que pasaba por allí.

Vanessa tardó más de una hora en escabullirse. Era la segunda vez que pisaba la casa de los Fume, pero tenía buena memoria y además la había refrescado con los planos que le habían ofrecido por cierta cantidad. El principal problema era el de evitar a lady Fume, la inquieta anfitriona, y a aquella colección de eficientes criados. Finalmente optó por la salida audaz. La experiencia le había demostrado que en general la audacia compensaba más que el disimulo. Así pues, subió la escalera, como si tuviera todo el derecho del mundo de pasearse por la planta superior.

Allí la música sonaba con sordina y en los pasillos dominaba el olor a cera con perfume de limón y no el de los crisantemos y las rosas de invernadero que adornaban las mesas en la planta baja. Todas las puertas estaban pintadas del azul que usaba Wedgwood en cerámica y resaltaban en aquellas paredes tan blancas. Ninguna estaba abierta. Vanessa se acercó a la cuarta de la derecha y por precaución llamó. Si respondía alguien, tenía la excusa preparada: un dolor de cabeza repentino, e iba en busca de una aspirina. Nadie respondió y antes de abrir echó una ojeada a uno y otro lado. Una vez dentro, sacó del bolso una pequeña linterna y con ella examinó la pieza.

Quería situar con precisión cada uno de los muebles. Si tenía que entrar mientras los anfitriones durmieran, tampoco era cuestión de tropezar contra una mesa Luis XV o una silla Queen Anne.

Fue tomando notas mentalmente de la distribución del conjunto y decidió que lady Fume podía haber contratado a un decorador más creativo. La caja fuerte se encontraba disimulada en la pared opuesta a la cama, detrás de una insulsa marina. El propio mecanismo tenía poca complicación. Vanessa calculó que en menos de veinte minutos abriría la caja.

Se acercó con cautela a controlar las ventanas. Eran idénticas a las de la planta baja y en caso de necesidad podían abrirse con palanqueta. Había algo de polvo en el alféizar. Vanessa chasqueó la lengua. Lady Fume tendría que cambiar a la mujer de la limpieza.

Satisfecha, dio un paso hacia atrás y en aquel instante oyó que alguien accionaba el tirador de la puerta. Jurando entre dientes, se metió en el armario y se encontró en medio del noble vestuario de lord Fume.

Contuvo el aliento y, con los ojos acostumbrados a la oscuridad, a través de las lamas del armario distinguió el movimiento de la puerta. Vio que se abría y entraba algo de luz del pasillo. La suficiente, en realidad, para permitirle ver con claridad a Zachary.

Vanessa apretó los dientes, maldiciendo la estampa de aquel hombre mientras la mente le iba a cien por hora buscando una razón que explicara su presencia allí. Zachary se mantenía en el umbral de la puerta y con la mirada barría el dormitorio. Constató de nuevo que estaba siempre alerta. Demasiado alerta y demasiado a punto. También le pareció peligroso. Tal vez el efecto procedía de la luz del pasillo, que proporcionaba un halo a su cabeza mientras dejaba su rostro en la sombra.

Un hombre peligroso, siguió pensando Vanessa mientras lo observaba a través de los listones. Por más refinados que fueran sus modales, por culta que le hubiera parecido su forma de hablar, seguro que se las arreglaba bien en la calle.

Lo maldijo mil veces al ver que tenía la vista fija en la puerta del ropero. El hecho de que no tuviera más motivo que ella para estar en aquella habitación no quitaba incongruencia a lo de descubrirla en el guardarropa de lord Fume. Siguió maldiciéndolo para sus adentros conteniendo el aliento. El encuentro fortuito en una calle desierta, una coincidencia que se producía una vez entre un millón, había echado por tierra un trabajo planificado durante semanas.

Vio luego que Zachary sonreía y aquel gesto la preocupó aún más. Le pareció que le sonreía directamente, personalmente, a través de la fina madera que los separaba. Casi estaba convencida de que iba a hablarle y ya buscaba alguna respuesta plausible cuando vio que daba media vuelta y abandonaba la habitación.

Vanessa esperó dos largos minutos antes de salir del armario. Con la prudencia que la caracterizaba, se arregló la falda y el cabello. Quizá había acertado al aceptar la cena con él al día siguiente. Algo le decía que era mejor no perderlo de vista que eludirlo.

Zachary Efron la obligaba a cambiar sus planes. Echó una última ojeada a la oscura habitación. Lady Fume conservaría sus esmeraldas como mínimo un tiempo más. Pero Vanessa se negaba a aceptar que había perdido el viaje y el tiempo. Echó una última mirada con pesar a aquella marina.

Al día siguiente mantendría a Zachary Efron ocupado unas horas durante la cena, volvería a su suite y se pondría el traje de faena. Madeline Moreau perdería sus zafiros un poco antes de lo previsto.


1 comentarios:

Maria jose dijo...

Que capitulo
Todos los capitulos anteriores solo nos prepararon para un magnifico encuentro
Me emocione mucho en el encuentro de zanessa
Siguela pronto que esta muy buena
Saludos!!!

Publicar un comentario

Perfil