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sábado, 27 de julio de 2019

Capítulo 14


Vanessa desayunó sin prisas en su habitación. Mientras repasaba los titulares de los periódicos, se tomaba un huevo escalfado y disfrutaba de la segunda taza de café. Su doble vida le planteaba un solo problema: no poder compartir con nadie los mejores momentos. No tenía a nadie con quien hablar, a nadie con quien preparar un golpe complicado, a nadie que comprendiera como ella la emoción, la subida de adrenalina que implicaba el descenso en rappel de un edificio o la neutralización de un complejo sistema de alarma. En su círculo de amistades, nadie había sentido la terrible concentración que implicaba tener que realizar un súbito cambio cuando un guardia de seguridad variaba su rutina. No podía celebrar con nadie sus éxitos ni compartir la euforia de encontrarse con una fortuna entre las manos y de saber que había triunfado.

Al contrario, todo eran comidas solitarias, siempre en distintas habitaciones de hotel.

De todas formas, encontraba la ironía en todo aquello, incluso el humor. ¿Cuál sería la reacción de sus conocidos si en una comida, mientras todo el mundo hablaba de sus últimos pasatiempos o amantes, ella contara que acababa de pasar un fantástico fin de semana en Londres robando un zafiro grande como un huevo de petirrojo?

Era algo así como ser Clark Kent, había dicho en una ocasión a Celeste. Vanessa imaginaba que el obstinado periodista se había sentido en más de una ocasión algo frustrado, tras sus gafas de montura de carey y sus afables modales.

Llevaba sueño atrasado, se dijo. Cuando empezaba a compararse con algún personaje de cómic sabía que había llegado el momento de controlarse. Aunque se sintiera sola, sabía que tenía talento.

En cualquier caso, era hora de vestirse. Se preguntó si Madeline se habría levantado, si alguien se habría fijado en la rotura del cristal. Vanessa había colocado de nuevo el círculo de cristal para evitar corrientes. Si Lucille no quitaba el polvo de los alféizares podían pasar días antes de que detectaran sus rastros.

Fuera como fuera, poco importaba. Rose Sparrow tenía trabajo por hacer aquella mañana, y la princesa Vanessa, un vuelo que tomar a las seis.

Cuando salía del Ritz con una peluca roja, minifalda de cuero y panties rosas, Zachary entraba en el hotel. Se cruzaron en el vestíbulo. Él incluso murmuró unas palabras de disculpa por el leve roce mientras Vanessa quedaba boquiabierta. De haberla mirado bien, a buen seguro la habría reconocido. Reprimiendo una risita, soltó un «tranqui, jefe» en su mejor cockney.

El portero la miró con cierto desdén. Sin duda, la tomó por una profesional que había pasado la noche con algún ricacho de gusto atrofiado. Satisfecha consigo misma, se alejó contoneándose hacia el metro, donde pensaba dirigirse al West End, a ver a un tipo llamado Freddie, dueño de un comercio discreto donde podían negociarse las piedras más difíciles de colocar.

A las dos volvía a su suite con un gordo fajo de billetes de veinte libras. Freddie, quien probablemente tenía entre sus clientes a algún amante de los zafiros, se había mostrado generoso. Solo le quedaba ingresar el dinero en su cuenta Suiza y disponer que su bufete de Londres hiciera la donación anónima a los fondos destinados a viudas y huérfanos.

Una vez descontada su comisión, pensó Vanessa mientras metía la peluca de Rose en la maleta. Diez mil libras le parecía una cifra correcta. Iba en ropa interior, estaba borrando de su rostro los últimos rastros del maquillaje de Rose cuando sonó el timbre. Se puso la bata, se la anudó y fue a abrir la puerta.

Ness: Zachary.

Quedó atónita.

Zac: Esperaba encontrarla. -Dio un par de pasos hacia dentro, pues no quería ofrecerle la oportunidad de darle con la puerta en las narices-. He pasado antes, pero usted había salido.

Ness: Tenía unos recados que hacer. ¿Quería algo?

Él la miró fijamente. Una pregunta algo ridícula en boca de una mujer que no llevaba más que una fina bata de seda de color marfil.

Zac: Pensaba en si podríamos comer juntos.

Ness: Ah, ¡qué detalle! Pero la cuestión es que me voy dentro de unas horas.

Zac: ¿Vuelve a Nueva York?

Ness: Por unos días. Debo presidir un baile benéfico y me quedan un montón de detalles que solucionar.

Zac: Comprendo -se fijó en que no llevaba maquillaje, lo que la hacía parecer más joven, aunque no menos atractiva-. ¿Y después?

Ness: ¿Después?

Zac: Ha dicho por unos días.

Ness: Me voy a México, a Cozumel. Un desfile de modelos benéfico para la Navidad. -No había acabado de decirlo que ya se estaba arrepintiendo de ello. No le gustaba contar a nadie sus planes-. Lo siento, Zachary, pero ha venido en mal momento, pues tengo que hacer el equipaje.

Zac: No se preocupe por mí. ¿Le importa que tome algo?

Ness: Sírvase lo que quiera.

Lo dijo metiéndose en su dormitorio. Ya había escondido la peluca en una bolsa, en el fondo de la maleta. El dinero estaba en el bolso grande, que solía llevar en bandolera. Cuando una rápida ojeada le aseguró que no quedaba nada que la delatara, siguió colocando las cosas.

Zac: Lástima que se vaya tan pronto -dijo desde la puerta-. Se va a perder muchas emociones.

Ness: ¿Ah, sí? -Dobló un jersey con gestos tan rápidos y competentes que Zac decidió que estaba acostumbrada a hacerlo a menudo-.

Zac: Supongo que no se habrá enterado de que anoche hubo un robo.

Cogió otro jersey sin inmutarse.

Ness: No. ¿De verdad? ¿Dónde?

Zac: En casa de Madeline Moreau.

Ness: ¡Dios mío! -Escandalizada como era de esperar, se volvió. Zac estaba apoyado en la jamba de la puerta con un vaso, de whisky por la apariencia, en la mano. Y la observaba tal vez con demasiada atención-. Pobre Madeline. ¿Qué se han llevado?

Zac: El collar con el zafiro -murmuró-, solo el collar.

Ness: ¿Solo? -Como si las piernas le fallaran, se sentó en la cama-. ¡Qué horror! Y pensar que no hace ni dos días todos estuvimos allí, en su casa. Además llevaba el zafiro aquella noche, ¿verdad?

Zac: Sí. -Tomó un trago. ¡Qué gran actriz!, pensaba- Sí, lo llevaba.

Ness: Debe de estar destrozada. No sé si no tendría que llamarla. O mejor no. Seguro que no le apetece hablar con nadie.

Zac: Veo que es algo que la preocupa.

Ness: Creo que en momentos así tenemos que apoyarnos. Es probable que la pieza estuviera asegurada, pero las joyas de una mujer son cosas personales. Creo que yo también voy a tomarme una copa, así me cuenta lo que sabe.

Cuando Vanessa salió de la habitación, él tomó asiento en la cama. Echó otro trago arrugando la nariz. La sirvienta debe de tener un gusto pésimo en materia de perfume, pensó, aspirando el olorcillo que aún quedaba de Rose. Se fijó también en la minifalda de cuero que Vanessa aún no había metido en la maleta y se dijo que no casaba con su estilo, mientras no dejaba de pensar que la había visto en alguna parte.

Ness: ¿Tiene alguna pista la policía? -preguntó de vuelta con un vaso de vermut con hielo-.

Zac: Ni idea. Al parecer alguien entró por la ventana de la segunda planta e hizo saltar la caja de la habitación principal. Madeline estaba fuera de Londres, casualmente había ido a cenar al sitio donde estuvimos nosotros.

Ness: ¡No me diga! ¡Qué raro que no la viéramos!

Zac: Llegó más tarde. En busca de una fantasía, podría decirse. Al parecer, el ladrón tuvo la vista de alejarla de la casa con la promesa de una cena romántica a medianoche con un admirador secreto.

Ness. ¡Me toma el pelo! -Sonrió, y al ver que él no respondía, cambió de expresión-. ¡Qué horror!

Zac: ¡Qué humillante!

Ness: También. -Afectó cierto estremecimiento-. Menos mal que no se encontraba en casa cuando entraron a robar. Podrían haberla asesinado.

Zachary tomó un sorbo de whisky. Le pareció suave. Casi tan suave como la Sombra. No podía por menos de admirar a los dos.

Zac: No creo.

Vanessa no se fijó en cómo dijo aquello ni en la forma en que la miró. Dejó su vermut para seguir haciendo la maleta.

Ness: ¿Ha dicho que solo se llevó un collar? ¿No le parece raro? Seguro que tenía muchas joyas de valor en la caja fuerte.

Zac: Seguro que lo único que le interesaba era ese collar.

Ness: ¿Un ladrón excéntrico? -Se acercó al armario, sonriendo-. Me sabe mal por Madeline, pero seguro que la policía acabará por dar con el culpable.

Zac: Sí, tarde o temprano. -Apuró el vaso-. Están buscando a un joven con barba. Según parece, había hecho un reconocimiento en la casa con el pretexto de llevar a cabo una desratización. Scotland Yard opina que hizo la investigación desde dentro, que probablemente manipuló el sistema de alarma para que él o su cómplice pudieran entrar más tarde.

Ness. Complicado -ladeó la cabeza-. Parece dominar el tema.

Zac: Tengo mis conexiones. -Iba paseando el vaso de una mano a la otra-. El tipo es digno de admiración.

Ness: ¿El ladrón? ¿Por qué?

Zac: Habilidad, estilo. La artimaña de alejar a Madeline de Londres demuestra creatividad. Talento. Son cosas que admiro. -Dejó el vaso-. ¿Ha dormido bien esta noche, Vanessa?

Ella le lanzó una mirada por encima del hombro. Aquella pregunta tenía algo, o más bien debajo de ella se escondía algo.

Ness: ¿Tenía alguna razón para dormir mal?

Zachary cogió la minifalda y la observó frunciendo el ceño.

Zac: Pues yo no. Curiosamente, salí a dar un paseo y no sé cómo me encontré muy cerca de aquí. Sería la una, una y cuarto.

A Vanessa le hizo falta un trago de vermut.

Ness: ¿Sí? Sería el champán. A mí me hace dormir como un tronco.

Sus ojos se cruzaron y los dos mantuvieron la mirada.

Zac: Yo diría que ese no es su estilo.

Vanessa le cogió la falda de las manos y la metió en la maleta.

Ness: Un capricho. Todo un detalle que haya pasado a informarme.

Zac: A su disposición.

Ness: Lamento tener que echarle, Zachary, pero tengo que organizar todo esto. Mi avión sale a las seis.

Zac: Hasta pronto, pues.

Vanessa arqueó la ceja imitando a Celeste.

Ness: Eso nunca se sabe.

Zac: Nos veremos -dijo levantándose-.

Sabía cómo actuar con rapidez y sin avisar. Vanessa tuvo tiempo de levantar la barbilla cuando la mano de Zac se deslizó en su cuello, pero no pudo evitar que sus labios se pegaran a los de ella.

Todo habría cambiado. Necesitaba creer que todo habría cambiado de haber dispuesto de un instante para prepararse. Pero ¿cómo saber que aquellos labios eran tan cálidos, tan hábiles?

Los dedos de él le apretaron la nuca. Con aquello, ella podía librarse, pero al contrario, se apretó contra él. No fue más que un leve indicio de aceptación, pero ni eso había concedido ella a nadie hasta aquel día.

Por parte de él se había tratado de un impulso, de algo imprevisto, con consecuencias imposibles de calcular. Lo único que quiso fue notar el sabor de sus labios, dejarle un recuerdo. Otras mujeres habrían respondido con soltura o apartándolo con una negativa. Vanessa se quedó allí plantada, como si aquel contacto elemental entre hombre y mujer la hubiera dejado pasmada. La indecisión, la confusión que él captó en su mirada contrastaba tremendamente con la pasión de sus labios. Unos labios suaves, acogedores que le transmitieron muy a su pesar un débil gemido de pasión. A Zachary aquello lo trastornó mucho más que cualquier experiencia sexual que hubiera vivido.

Vanessa palideció y al apartarse él vio de nuevo en sus ojos aquel brillo de terror. Aquello detuvo su impulso de revolcarse con ella por encima de aquella ropa perfectamente doblada. Seguía guardando sus secretos, unos secretos qué él cada vez deseaba más desentrañar.

Ness: Vete.

Zac: De acuerdo -tomó su mano y notó cómo temblaba. Aquí no hay teatro, no hay juego ni simulación, pensó-. Pero esto no acaba aquí. -Pese a notar sus dedos agarrotados, los llevó hasta sus labios-. Esto no acaba aquí, los dos lo sabemos. Que tengas un viaje agradable, Vanessa.

Esperó a quedarse sola para sentarse de nuevo. No deseaba aquellas sensaciones, aquel ansia. Ni en aquellos momentos ni nunca.

Celeste: No me lo has contado todo, Vanessa. Se nota.

Ness: ¿Todo sobre qué? -examinaba el salón de baile del Plaza-.

La orquesta estaba afinando, había flores por doquier. Contra una de las paredes se alineaba el personal, los uniformes impecables, los hombros erguidos como marines dispuestos a pasar por la última inspección del mando.

En breves momentos se abrirían las puertas a la flor y nata de la sociedad. Irían allí a bailar, a beber y a salir en la foto. A Vanessa le parecía perfecto. Los mil dólares que pagaba cada cual por figurar entre los privilegiados financiarían una buena parte del nuevo departamento de pediatría que ella patrocinaba en un hospital del norte del estado.

Ness: Quizá tenía que haber elegido ponsetias -murmuró-. Son tan festivas… Además, Navidad está a la vuelta de la esquina.

Celeste: ¡Vanessa!

La impaciencia en el tono de Celeste la hizo sonreír.

Ness: Dime, cariño.

Celeste: ¿Qué ocurrió exactamente en Londres?

Ness: Ya te lo he contado.

Fue pasando entre las mesas. No. Había acertado con los asters. Aquel tono violáceo contrastaba con los manteles de un verde pastel. Además, festivas o no, las ponsetias se veían en todas partes en esa época del año.

Celeste: ¿Qué es lo que has dejado a un lado, Ness?

Ness: Perdona, Celeste, pero me estás distrayendo y no me queda mucho tiempo.

Celeste: Todo está perfecto, como siempre. -Pasando a la ofensiva, Celeste cogió a Vanessa del brazo y la apartó de aquellos hombres con esmoquin que seguían afinando-. ¿Pasó algo?

Ness: No, nada.

Celeste: Desde que has vuelto estás con los nervios a flor de piel.

Ness: Desde que he vuelto no he parado -replicó dándole un beso-. Sabes lo importante que es para mí el acto de hoy.

Celeste: Lo sé. -Transigiendo, tomó su mano-. Nadie lo haría mejor que tú, te juro que a nadie le importa tanto como a ti. Mira, Ness, si te concentraras en esta actividad y le dedicaras la misma energía y el talento que a la otra, no haría falta…

Ness: Esta noche no, por favor. -La mejor forma de terminar la conversación, decidió, era la de dar la señal para que se abrieran las puertas-. Se abre el telón, bonita.

Celeste: Si tuvieras problemas, ¿me lo contarías?

Ness: Serías la primera en saberlo.

Con una gran sonrisa, Vanessa se acercó a saludar a los primeros invitados.

Era fácil complacer a los asistentes. Solo había que asegurar que se sirviera comida de categoría, que la música fuera atronadora y que corriera el vino. La velada iba siguiendo su curso y Vanessa iba de mesa en mesa, de grupo en grupo, paseaba entre sedas, tafetanes y terciopelos, entre modelos de Saint Laurent, de Dior y de Óscar de la Renta.

En ninguna parte se quedaba el tiempo suficiente para comer, pero bailaba cuando la invitaban, flirteaba y halagaba a quien convenía. Vio a Lauren St. John, la deplorable segunda esposa de un magnate de la hostelería, con un nuevo juego de diamantes y rubíes. Vanessa aguardó su oportunidad. Cuando la mujer se fue al tocador de señoras, la siguió.

Allí se encontró con dos actrices que discutían a muerte, aunque manteniendo un tono discreto. Por un hombre, comprendió Vanessa mientras se metía en un compartimiento. Típico. Tenían suerte de que People hubiera mandado a un periodista, quien, por ser hombre, no podía acceder al chismorreo del tocador femenino. Claro que si la encargada de aquel tocador tenía memoria, podría sacarse cincuenta de más haciendo circular la historia. Vanessa oyó a Lauren echando maldiciones en el compartimiento de al lado y supuso que se las veía y se las deseaba para tirar de su ceñida falda. En el momento adecuado, salió hacia los lavabos a esperar. Cuando Lauren se juntó con ella, las actrices salieron primero una y luego otra dando un portazo.

Lauren: ¿Estaban discutiendo por quien creo que discutían? -preguntó mientras se lavaba las manos-.

Ness; Eso parece.

Lauren: Un cabrón que las lleva de calle. ¿Crees que se divorciará?

Cogió un frasco de perfume, lo probó y se echó sin mesura.

Ness: Puede -se acercó al tocador y sacó la polvera del bolso-. La pregunta más bien es: ¿Por qué se agarra tanto a él?

Lauren. Porque, según dicen, tiene un polvo… -se sentó en uno de los cómodos taburetes blancos y empezó a jugar con el lápiz de labios-. Vamos a ver su gran… talento en la última película que ha rodado. Tampoco me importaría tanto ponerlo a prueba yo misma, la verdad.

Sacó el cepillo de plata con sus iniciales grabadas y se lo pasó por aquel pelo rubio tan corto y lacio.

Ness: Una mujer puede tener relaciones sin que la humillen -dijo con aire despreocupado, aunque nunca había estado muy segura de ello-.

Lauren: Claro, pero con algunos merece incluso la pena humillarse un poquitín… -se inclinó hacia delante para escrutar sus propios ojos y tranquilizarse pensando que lo del lifting aún podía esperar años-. ¿Y tú, preciosa, qué corazón estás rompiendo esta semana?

Ness: Ahora mismo descanso -se ahuecó el pelo con los dedos antes de sacar un pequeño frasco de perfume del bolso-. Ese collar que llevas, Lauren, es una maravilla. ¿Lo estrenas?

Sabía cuándo lo había comprado y lo que le había costado. Y casi había acabado de calcular cuánto tiempo más iba a llevarlo.

Lauren: Sí. -Se volvió hacia un lado y otro para que las piedras brillaran bajo la luz-. Charlie me lo regaló el día de nuestro aniversario. La semana pasada hizo un año.

Ness: Y decían que no iba a durar -murmuró acercándose para mirarlo-. Una factura exquisita.

Lauren: Setenta quilates en diamantes. Cincuenta y ocho en rubíes. Birmanos.

Ness: Por supuesto.

Así funcionaba la cabeza de Lauren. Era algo que Vanessa desdeñaba y valoraba al mismo tiempo.

Lauren: Sin hablar de los pendientes -se volvió para estar segura de que pudiera verlos desde la mejor perspectiva-. Tengo la suerte de ser alta. No hay nada tan chabacano como esos retacos cargados de joyas que casi les impiden andar. Y cuantos más años cumplen, más piedras añaden, para que no puedas ver cuántas papadas van acumulando. En cambio tú… -echó un vistazo al collar de Vanessa con incrustaciones de zafiros y diamantes-. Tú siempre sabes qué es lo que hay que llevar y cómo llevarlo. Una maravilla de collar.

Vanessa se limitó a sonreír. Si las piedras hubieran sido auténticas, aquel collar valdría unos cien mil dólares. Pero ella había pagado menos de un uno por ciento de esa cifra por aquellas piedras de vistosos colores.

Ness: Gracias. -Se levantó y se alisó la falda. Aquel tono plateado casaba bien con el ceñido top de terciopelo azul violáceo-. Tengo que seguir con mis obligaciones. Un día de estos podemos comer juntas, para hablar del desfile.

Lauren: Me encantaría.

Lauren clavó la vista en el dólar que Vanessa había dejado para la mujer del servicio. Decidió que con él pagaba para las dos y en un gesto rápido se metió la botella de perfume en el bolso.

Ness: Charles y Lauren St. John -murmuró-.

El desfile con todas las estrellas de la pantalla tendría lugar en su nuevo hotel, en Cozumel. ¡De lo más práctico! Allí se reuniría lo mejor de lo mejor. Y algo más atractivo: robar en medio de una multitud. Sonriendo pensó en el regalo de aniversario de Lauren. Tendría que recordar lo de la comida con ella.

Zac: ¿Era para mí esa sonrisa?

Cuando se encontró entre los brazos de Zachary, no solo desapareció su sonrisa, sino que se quedó boquiabierta. Antes de que Vanessa pudiera reaccionar, él la besó, con un poco más de empeño, deteniéndose demasiado para que aquello pudiera pasar por una expresión amistosa. Cuando se apartó, Zachary mantuvo las manos de Vanessa en las suyas.

Zac: ¿Me ha echado de menos?

Ness: No.

Zac: Menos mal que sé que suele mentir. -Paseó la mirada por sus desnudos hombros, por las piedras azules que llevaba en el cuello y acabó el repaso en el rostro-. Está preciosa.

Tenía que hacer algo y con la máxima rapidez. Bastante vergüenza le daba que todo el mundo los estuviera mirando para aguantar encima aquellos latidos de su corazón.

Ness: Lo siento, Zachary, pero es una fiesta con rigurosa invitación. Juraría que no ha comprado el tíquet.

Zac: Yo soy de los que van de gorra con un buen regalo. -Sacó un cheque del bolsillo interior de su esmoquin-. Para su legitimísima causa, Vanessa.

Le había entregado el doble de lo que costaba el tíquet. A pesar de que le había molestado que alterara su rutina no podía por menos de admirar su generosidad.

Ness: Gracias.

Dobló el cheque y lo metió en su bolso.

A Zachary le alegró que Vanessa se hubiera dejado el cabello suelto, pues le intrigaba la sensación de meter los dedos en él.

Zac: Vamos a bailar.

Ness: No.

Zac: ¿Le da miedo que le ponga de nuevo la mano encima?

Entornó los ojos, que ya proyectaban destellos de genio. Él se reía y aquello era algo que no toleraba a nadie.

Ness: ¿De nuevo?

Pero el tono no le salió tan gélido como habría deseado. Entonces Zac soltó una carcajada.

Zac: Es un encanto, Vanessa. He sido incapaz de apartarla de mi mente, lo juro.

Ness: Será porque tiene poco que hacer. Y ahora, si me dispensa, yo sí tengo trabajo.

Celeste: Ness. -Con el instintivo sentido de la oportunidad de un veterano, apareció Celeste a su lado-. No me has presentado a tu amigo.

Ness: Zachary Efron -dijo entre dientes-. Celeste Michaels.

Zac: He visto un montón de veces a Celeste Michaels en el escenario. -Tomó la mano de esta y la besó-. ¡Cuántas emociones ha despertado en mí!

Celeste: Lástima que haya tardado tanto en enterarme. -Con un breve vistazo, se hizo una idea de Zachary y también de la situación. He aquí a un hombre capaz de poner los nervios de punta a una mujer, pensó-. ¿Conoció a Ness en Londres?

Zac: Sí. Por desgracia ella no pudo quedarse más tiempo. -Con un gesto desenvuelto, acarició el hombro y la nuca de Vanessa-. Y ahora se niega a bailar conmigo. ¿Aceptaría usted un baile?

Celeste: Encantada. -Tomándolo del brazo, dirigió a su amiga una breve y maliciosa sonrisa por encima del hombro-. La ha puesto furiosa.

Zac. Eso espero.

Celeste apoyó su mano en el hombro de Zachary.

Celeste: No es fácil hacerle perder la calma.

Zac: Ya me he dado cuenta de ello. Usted la aprecia mucho, ¿verdad?

Celeste: La quiero más que a nada en el mundo. Y por ello procuraré no perderle de vista, señor Efron.

Zac: Zachary. -Procuró hacer girar a Celeste al ritmo de la música y así pudo observar a Vanessa, que se acercaba a una señorona arrugada como una pasa-. Es una persona fascinante, siempre más y siempre menos de lo que aparenta.

Celeste notó cierto punto de alarma al observar su expresión.

Celeste: Es usted muy sagaz. La cuestión es que Vanessa es una mujer muy sensible y vulnerable. Me sabría mal que alguien le hiciera daño. Y yo tengo poco de sensible, Zachary. Lo mío es más maldad, créame.

Él le dirigió una sonrisa.

Zac: ¿Se ha planteado alguna vez una relación con un hombre más joven que usted?

Celeste se echó a reír, aceptando el cumplido.

Celeste: Es usted un encanto. Pero ya que me divierte, le daré un consejo. Con Vanessa no le funcionará lo de usar el encanto para la conquista. La paciencia, tal vez.

Zac: Se lo agradezco.

Vio que Vanessa se llevaba la mano al cuello y descubría que no llevaba collar. Observó aquel instante de sorpresa y confusión que se dibujó en su semblante, seguido por la cólera controlada al centrar la atención en él y descubrir que le dirigía una sonrisa y un gesto de asentimiento. Su collar de falsos diamantes y zafiros se encontraba en su bolsillo.

¡El muy cabrón! ¡El infame y repugnante cabrón! Le había robado el collar. Se lo había quitado del cuello para que allí no notara más que su acelerado pulso. Y luego la había provocado, mirándola fijamente con aquella sonrisa.

Iba a pagarlo, pensaba Vanessa mientras guardaba sus guantes en el bolso. Y lo pagaría aquella misma noche.

Ella sabía que era algo insensato. No había tenido tiempo de trazar un plan con la cabeza fría. Pero él le había robado algo, se había reído de ella y le había planteado un desafío. Celeste, con toda su inocencia, le había informado de que Zachary tenía habitación en el Carlyle. No necesitaba más.

Había tenido una hora para quitarse el vestido de fiesta y ponerse el de trabajo. Había rechazado la idea de sobornar al portero de noche. Todo el mundo sabía que el personal del Carlyle era gente honrada. Tendría que entrar en su habitación.

Vanessa avanzaba por el vestíbulo, donde, casualmente, vio a un solo recepcionista, un hombre joven. Celebrando su suerte, se acercó a él con paso vacilante.

Ness: Por favor -empezó, eligiendo un buen acento francés-. Dos hombres, fuera. Han intentado… -Se llevó la mano a la cabeza, temblando-. Tengo que llamar a un taxi. ¡Qué tonta he sido al pensar que podía ir a pie! Agua, s'il vousplait. ¿Podría darme un poco de agua?

El joven salía ya del mostrador para ayudarla a sentarse.

**: ¿Le han hecho daño?

Volvió la cabeza hacia él, procurando poner un aire desvalido.

Ness: No, solo estoy asustada. Querían meterme en un coche, por allí no había nadie, ni…

**: Tranquila, aquí está usted a salvo.

Lo vio tan joven al acercarse a ella… Y era tan fácil conseguir que la compadeciera…

Ness: Se lo agradezco. Es muy amable, una buena persona. ¿Me haría el favor de llamar a un taxi? Pero primero el agua, o un poco de brandy.

**: Claro. De todas formas, tranquilícese. En un minuto estoy aquí.

Un minuto era todo lo que le hacía falta. En cuanto el recepcionista desapareció, saltó el mostrador y consultó el ordenador. Zachary estaba en el vigésimo piso, pero a pesar de todo, Vanessa sonrió. Dormiría como un angelito, seguro, a la espera de su próximo golpe. Pero no imaginaría que este llegaría tan pronto.

Cuando volvió el recepcionista con una copita de brandy la encontró despatarrada en una butaca, con los ojos cerrados y una mano sobre el corazón.

Ness: ¡Qué amable! -Procuró que la mano le temblara levemente al beber-. Tengo que volver a casa. -Se secó una lágrima de las pestañas-. Me sentiré muchísimo mejor cuando me encuentre allí.

**: ¿Quiere que llame a la policía?

Ness: No -dijo con una valiente sonrisa-. No los he visto. Estaba oscuro. Menos mal que he podido librarme de ellos y correr hasta aquí. -Le devolvió la copa y se incorporó con parsimonia-. Nunca olvidaré lo amable que ha sido usted.

**: No tiene importancia.

El joven se sintió halagado en su orgullo masculino.

Ness: Ha sido la salvación para mí -se apoyó en él dirigiéndose afuera. El taxi al que había contratado para que le esperara a media manzana de allí se acercaba-. Merci bien. -Dio un beso en la mejilla al recepcionista antes de meterse en el coche. En cuanto se hubieron alejado un poco, se incorporó en el asiento para hablar con el taxista-. Déjeme en la esquina.

*: ¿La espero otra vez?

Ness: No. -Le entregó un billete de veinte dólares-. Gracias.

*: A su disposición, señora.

Quince minutos más tarde, Vanessa se encontraba frente a la puerta de Zachary. La entrada por la puerta de servicio y el ascensor habían sido cuestión de rutina. Forzar la puerta y hacer saltar la cadena de seguridad ya no era tan sencillo. Maldijo su impaciencia y su malhumor por el tiempo que le llevó conseguirlo.

En el interior de la suite reinaba el silencio. Las cortinas del salón no estaban corridas y entraba suficiente luz para poderse orientar. En menos de cinco minutos decidió que Zachary no había dejado nada de valor allí.

La habitación estaba a oscuras. Echó mano de la pequeña linterna, con cuidado de no enfocarla hacía la cama, a pesar de que habría disfrutado dirigiéndola directamente al rostro de Zachary y dándole un susto de muerte. Tendría que contentarse con la recuperación del collar y con llevarse al mismo tiempo los gemelos de diamantes que había lucido él aquella noche.

Inició un registro exhaustivo en el dormitorio. Esperaba que no lo hubiera guardado todo en la caja de seguridad del hotel. Algo le decía que no tenía costumbre de hacerlo. Además, habría llegado tarde, casi a las tres. Probablemente era víctima del desfase horario. Se lo imaginaba llegando al hotel, dejándolo todo en un cajón y metiéndose en la cama enseguida.

Bajo unas cuantas camisas de Turnbull descubrió que no andaba desencaminada. La luz hizo brillar su collar. Junto a este, se encontraba un joyero masculino con un monograma en el que se veía un caimán, y en él descubrió que no solo guardaba los gemelos de diamantes, sino otros de oro, un alfiler de corbata con un delicado topacio, así como otros detalles de vanidad masculina, todos de gran valor y de un gusto refinado.

Encantada con el hallazgo, metió en su bolsa el joyero y su collar. Pensó que era una lástima no poder ver la cara que Zachary iba a poner por la mañana. Se incorporó, se dio la vuelta y… topó con él.

Sin darle tiempo a respirar, la levantó, la colocó sobre su hombro y la lanzó sobre la cama. Vanessa aterrizó sobre el colchón sin aliento y aún le quedó fuerza para soltar una maldición al notar que Zachary le inmovilizaba los brazos y se dejaba caer sobre ella.

Zac: Buenos días, amor mío -acto seguido pegó sus labios a los de ella-.

Los brazos de Vanessa hicieron presión en la espalda de Zachary, su cuerpo se arqueó y opuso resistencia a pesar de que la boca se ablandaba y se abría con gran calidez. Incitado por aquel contraste, él prolongó el beso.

Se incorporó un poco, le inmovilizó las muñecas con una mano y con la otra encendió la luz. Con esta, quedó enamorado de la imagen de Vanessa en su cama.

Ella era consciente de su situación. Mientras se debatía entre sentimientos de amargura y despecho, pensaba que había sido culpa suya. Había pasado casi diez años robando las mejores joyas, gracias a su sangre fría y a su lógica. Y ahora por un collar insignificante, y por haber sentido herido su amor propio, la habían pescado. No le quedaba más remedio que negar descaradamente la evidencia.

Ness: Suélteme.

Zac: Ni hablar. -Sujetó los brazos de Vanessa por encima de su cabeza y le apartó un mechón de la mejilla-. He de admitir que ha sido un sistema de lo más ingenioso para meterse en mi cama.

Ness: He venido a recuperar mi collar, no para meterme en su cama.

Zac: Una cosa no quita la otra. -Se echó a reír. No estaba preparado para el súbito ataque de ella y perdió el agarre. Durante los treinta segundos que siguieron se desarrolló una silenciosa y acalorada lucha por la supremacía. Ella demostró ser ágil y muchísimo más fuerte de lo que aparentaba. Zachary se dio cuenta de ello al recibir un solemne puñetazo en el estómago. A partir de ahí, inmovilizó sus manos y acercó su rostro al de ella, casi rozándolo-. Muy bien, hablaremos de ello más tarde.

No era la fría princesa Vanessa la que lo fulminaba con la mirada, sino la mujer apasionada, imprevisible… y complicada que él sospechaba que se escondía en su interior.

Ness: Me ha montado una trampa, cabrón.

Zac: Me declaro culpable de todos los cargos. De todas formas, me extraña que se haya arriesgado tanto para recuperar el collar. Algo que vale unos cientos de libras. ¿Tiene tal vez un valor sentimental, Ness?

Jadeando, intentó poner en orden sus ideas. O tenía un ojo excelente o una lupa de joyero.

Ness: ¿Por qué me lo quitó?

Zac: Por curiosidad. ¿Por qué llevaría la princesa Vanessa unas piedras de colorines?

Ness: Prefiero gastar el dinero en otras cosas. -Él llevaba el torso desnudo y Vanessa notaba en sus dedos los latidos de su corazón-. Suélteme, me lo llevo y olvidemos lo ocurrido. No voy a denunciarle.

Zac: Será mejor.

Había recuperado el aliento, o eso esperaba.

Ness: ¿Qué es lo que quiere?

Zachary puso cara de extrañeza y la observó con gran detención.

Zac: Vamos a dejarlo. Demasiado fácil.

Ness: No pienso disculparme por entrar en su habitación a recuperar lo que es mío.

Zac: ¿Y qué me dice de mi estuche?

Ness: Una venganza. -En sus ojos apareció la chispa, viva e intensa, de la pasión-. Yo creo firmemente en la venganza.

Zac: Me parece bien. ¿Le apetece tomar algo?

Ness: Sí.

Él le sonrió otra vez.

Zac: Pero tiene que darme su palabra de que no se moverá de aquí -dijo casi leyendo aquellos pensamientos que iban tomando forma en la mente de ella-.  Puede huir, Vanessa, y como no voy vestido para salir a la calle, no podré perseguirla. Es decir, hoy. Pero siempre quedará el mañana.

Ness: Palabra. Me apetece tomar algo.

Zachary se levantó y le dio la oportunidad de salir de la cama y sentarse en una butaca. Él iba desnudo de cintura para arriba y el pantalón del pijama le había bajado mucho más allá de la cintura. Ya más tranquila, Vanessa se quitó los guantes mientras oía el sonido del líquido que se vertía en el vaso.

Zac: ¿Le parece bien un whisky?

Ness: Perfecto.

Vanessa aceptó el vaso y tomó con calma un sorbo mientras él se instalaba en el borde de la cama.

Zac: Espero una explicación.

Ness: Pues quedará decepcionado. No le debo ninguna.

Zac: Cada vez me excita más la curiosidad. -Buscó un paquete de tabaco en la mesilla-. ¿Sabe una cosa? Esto lo había dejado hasta que la conocí.

Ness: Lo siento. -Sonrió-. En definitiva es cuestión de voluntad.

Zac: Yo tengo voluntad. -Sus ojos la siguieron en sentido descendente y luego ascendente-. Pero la uso para otras cosas. Mi pregunta es: ¿Por qué una mujer como usted se dedica a robar?

Ness: Recuperar lo que es de uno no es robar.

Zac: El colgante de Madeline Moreau no era suyo.

Si no hubiera sido tan dueña de sí misma en aquellos momentos, se habría atragantado con el whisky.

Ness: ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

Zachary soltó una bocanada de humo con aire pensativo mientras la observaba. No era una aficionada, pensó, y hacía mucho que había superado la fase de principiante.

Zac: Lo robó usted, Ness. O conoce a quien lo hizo. ¿Le suena el nombre de Rose Sparrow?

Vanessa siguió con el whisky, pero sus manos estaban ya empapadas de sudor.

Ness: ¿Tendría que sonarme?

Zac: Ha sido la falda -murmuró-. Me ha costado un poco atar cabos. Siempre me distrae. Pero cuando fui a ver a Freddie, nuestro amigo común, me habló de Rose y me dio su descripción. Entonces me he acordado de la faldita de cuero que usted estaba guardando. La que no tenía nada que ver con su estilo.

Ness: Si lo que pretende es marear la perdiz, yo me voy. Esta noche no he dormido.

Zac: Siéntese.

No habría obedecido, pero la sequedad del tono le advirtió que sería mejor hacerlo.

Ness: Si le he entendido bien, se le ha metido en la cabeza que tengo algo que ver con el robo en casa de Madeline. -Dejó el whisky e hizo un esfuerzo por relajar sus hombros-. Solo puedo responderle con una pregunta: ¿Por qué habría hecho algo así? No necesito el dinero.

Zac: No es cuestión de dinero sino de motivación.

Se sentía incómoda al notar los latidos del corazón en su cuello. Procuró no hacerles caso y no perder el contacto visual con él.

Ness: ¿Trabaja para Scotland Yard?

Con una carcajada, Zachary apagó el cigarrillo.

Zac: Pues no. ¿No ha oído nunca el dicho de «nada mejor que un ladrón para atrapar a otro ladrón»?

Cuando ató cabos lo vio todo mucho más claro. Había oído hablar del famoso ladrón conocido solo por la iniciales P. C. Tenía fama de seductor, de implacable y de especialista en escalada. Era un lince con las joyas. Se contaba que había robado el diamante Wellingford, una piedra única de setenta y cinco quilates. También se decía que después de esta se había retirado. Vanessa siempre se lo había imaginado como un hombre mayor, un atractivo veterano. Tomó de nuevo el vaso.

Era curioso encontrarse por fin con un colega, con el mejor en la especialidad, y no poder hablar del trabajo.

Ness: ¿Me está diciendo que es un ladrón?

Zac: Lo era.

Ness: Fantástico. Entonces debo suponer que robó el colgante de Madeline.

Zac: Unos años atrás podría haberlo hecho. Pero la cuestión, Ness, es que usted ha tenido parte en eso y quiero saber por qué.

Ella se levantó haciendo girar el whisky que quedaba en el fondo de su vaso.

Ness: Si por alguna estrambótica razón hubiera tenido parte en ello, no sería de su incumbencia, Zachary.

Zac: Aquí, entre nosotros, su título importa un pimiento, lo mismo que la cortesía social. De modo que o responde a mi pregunta o hablo de ello a mis superiores.

Ness: ¿Superiores?

Zac: Trabajo para la Interpol. -Observó cómo se llevaba el vaso a los labios y apuraba el whisky-. Desde hace unos diez años han atribuido una serie de robos a un hombre, a un hombre terriblemente escurridizo. Los zafiros de Moreau no son más que los últimos en una larga lista.

Ness: Muy interesante. Pero ¿qué tengo que ver yo con esto?

Zac: Podemos concretar una reunión. Creo que seré capaz de llegar a un acuerdo y dejarla fuera de la historia.

Ness: Muy galante por su parte -respondió dejando el vaso-. Mejor dicho, lo sería si estuviera en lo cierto. -Sabía que se encontraba en terreno resbaladizo, pero sonrió con seguridad-. ¿Se imagina cómo iban a divertirse mis amigos si les dijera que me han acusado de ser cómplice de un ladrón? Me pasaría meses cenando a costa del tema.

Zac: ¡Por el amor de Dios! ¿Pero no ve que intento ayudarla? -Se había levantado y la estaba zarandeando-. Conmigo no necesita disimular. Estamos solos. El disimulo no tiene ningún sentido. La noche del robo la vi volver al hotel, vestida de negro, entrando con disimulo por la puerta de servicio. Sé que se ocupó de la venta de las joyas. Está metida en esto hasta el cuello, Ness. ¡He estado mucho tiempo en el ajo para saber cómo funciona todo!

Ness: No tiene nada concreto de que informar a sus superiores.

Zac: Todavía no, pero es cuestión de tiempo. Nadie sabe mejor que yo cómo se va cerrando el círculo en unos años. Si tiene problemas, si ha tenido que vender algo para guardar las apariencias, yo no voy a comprometerla sacándolo a la luz. Cuéntemelo, Ness, quiero ayudarla.

Era ridículo, pero a Vanessa le parecía que hablaba en serio. Una parte de ella, amordazada durante años, deseaba creerlo.

Ness: ¿Por qué?

Zac: No diga tonterías -murmuró besándola de nuevo en los labios-.

La resistencia de ella se desvaneció en un gemido. La pasión que captó en él era tan poderosa como la que ella sentía. Notó sus manos en su cabello, ásperas, posesivas, que inclinaban su cabeza hacia atrás en busca de libertad de movimientos. Por primera vez en su vida dejó que sus propias manos surcaran la piel de un hombre, buscaran, se entretuvieran en ella. El ansia empezó con una sensación ardiente en el estómago, que enseguida se convirtió en llama y más tarde en incendio.

Zachary sabía que era una locura desear a aquella mujer hasta el punto de olvidar sus prioridades. Pero ¿qué podía hacer ante tanta dulzura y fuerza, semejante temblor y exigencia? El perfume que aspiró en la piel de su cuello le dio una especie de vértigo al rodar los dos sobre la cama.

En una explosión de deseo, dejó a un lado el refinamiento y el estilo. Fuera quien fuera aquella mujer, la deseaba más de lo que había deseado nunca a nadie. El, que había codiciado los diamantes por su fuego interior, los rubíes por su arrogante llama, los zafiros por sus destellos de luz azul, encontró en Vanessa todo lo que hasta entonces solo había admirado en las piedras robadas.

Su cuerpo era menudo y grácil y su cabello lo envolvía al dar vueltas en la cama como una fragante cascada. Lo embriagaba el sabor a whisky que encontraba aún en su lengua. La desesperación que notaba en sus respuestas le arrebató todo control.

Cuando pasó la mano por debajo de su jersey y acarició aquellos senos redondeados, suaves, notó los latidos de su corazón bajo la palma.

Vanessa nunca había vivido algo como aquello. Habían ido pasando los años y se había convencido de que nunca sería así. De que para ella no podía ser así. Pero por primera vez en su vida sentía un deseo global, como mujer. El deseo de recibir y dar. Sin embargo, a medida que su cuerpo fue respondiendo, mientras buscaba acrecentar el placer, llegar a la cumbre, el miedo la iba apuñalando.

Vio el rostro de su madre inundado de lágrimas. Oyó los gruñidos de satisfacción de su padre, amortiguados, pues con las manitas se tapaba los oídos.

Ness: ¡No! -El grito salió automático mientras apartaba a Zachary-. No me toques. En un gesto instintivo, él le agarró las muñecas antes de que lo golpeara.

Zac: Por favor, Vanessa.

La furia lo llevó a atraerla hacia sí; unas amargas acusaciones estuvieron a punto de salir de su boca. Pero no llegó a articularlas. Las lágrimas que temblaban en los ojos de ella eran auténticas: Zachary vio el terror detrás de ellas.

Zac: Está bien, tranquila. -La soltó con suavidad y procuró hablar con calma. Era como una montaña rusa en la que no estaba seguro de querer montar-. Basta -le ordenó al ver que seguía luchando-. No voy a hacerte daño.

Ness: Déjame. -Tenía la garganta tan tensa que incluso el murmullo le dolió-. Quítame las manos de encima.

El genio volvió a apoderarse de él y tuvo que combatirlo.

Zac: No tengo por costumbre atacar a las mujeres -dijo sin alterarse-. Te pido disculpas si te he interpretado mal, pero creo que los dos sabemos que no.

Ness: Ya te he dicho que no había venido aquí para acostarme contigo. -De un tirón liberó una mano y luego la otra del agarre de él-. Si creías que caería de espaldas para distracción tuya, te equivocabas.

Zachary se apartó lentamente de ella. Con ello demostró su autocontrol.

Zac: Alguien te ha hecho daño, ¿verdad?

Ness: La cuestión es que no me interesa.

Antes de que pudiera tocarla de nuevo, Vanessa saltó de la cama y cogió su bolsa.

Zac: La cuestión es que tienes miedo -también se levantó. Lo que no supo hasta mucho más tarde era que en sus sábanas había quedado el perfume de ella y que aquello lo obsesionaría el resto de la noche-. ¿De mí o de ti misma?

Todavía le temblaban las manos cuando se cargó la bolsa en el hombro.

Ness: Nunca acabaré de entender el orgullo masculino. Adiós, Zachary.

Zac: Una última pregunta, Vanessa -ya había llegado a la puerta, pero se detuvo, ladeando la cabeza-. Aquí estamos solos, no hay grabadoras. Querría saber la verdad de una vez, pero por mí, por algo personal. ¿Te has implicado en todo esto por un hombre?

Podía haberse ido sin hacerle caso. Dirigirle su más fría sonrisa y dejarlo con la intriga. ¡Cuántas veces iba a preguntarse por qué no lo hizo!

Ness: Sí. -Recordó a su padre circulando por aquellos amplios corredores iluminados por el sol, a su padre que no hacía el menor caso de las lágrimas de su madre ni de su silencioso llanto-. Sí, por un hombre.

La decepción fue tan profunda y contundente como su enojo.

Zac: ¿Te amenaza? ¿Te chantajea?

Ness: Ya me has hecho tres preguntas. -Aún encontró fuerzas para sonreír-. Pero te voy a decir algo que es la pura verdad: He hecho lo que he hecho por decisión propia. -De pronto se acordó, metió la mano en la bolsa y sacó el estuche. Lo lanzó hacia él-. Honradez entre ladrones, Zachary. Como mínimo de momento.


1 comentarios:

Maria jose dijo...

Que buen capitulo!!!!
Ahora que zac ya sabe la verdad creo que la ayudara o se ayudaran mutuamente
Vanessa es fuerte pero igual necesita ayuda
Siguela pronto
Se pone muy buena

Saludos

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