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domingo, 21 de julio de 2019

Capítulo 11


Tras él, un león soltó un rugido, más de aburrimiento que de furia. Zachary se comió un cacahuete y siguió adelante sin volver la cabeza. Siempre le deprimía un poco ver a un felino en cautividad. Les tenía simpatía, y mucho más cuando los veía enjaulados. A pesar de todo, disfrutaba de un paseo por el zoo de Londres. Quizá le tranquilizaba ver tantos barrotes y recordar que en toda su carrera había evitado encontrarse tras ellos.

Por el momento no echaba de menos lo de robar. El oficio le compensó el tiempo que duró y evidentemente le había proporcionado una vida holgada, lo que había sido en todo momento su principal objetivo. Siempre era mejor la comodidad que la incomodidad, pero él además opinaba que era el lujo lo que tranquilizaba de verdad el espíritu humano.

De vez en cuando pensaba en escribir una novela negra basada en alguno de sus golpes más elegantes. Los zafiros de Trafalgi, por ejemplo. Tenía unos recuerdos tan agradables de aquel trabajo… Por supuesto todo el mundo se lo tomaría como ficción. La verdad en general resultaba más insólita y más terrible que la fantasía. La lástima era que su jefe actual no captaría la ironía de aquella idea. Era un proyecto que podía guardar para cuando se retirara, cuando se encontrara cómodamente instalado en Oxfordshire criando sabuesos y cazando faisanes.

Le resultaba fácil imaginarse como un hacendado del campo, con las botas enlodadas, rodeado de fieles servidores, aunque no se veía en esa situación antes de que hubieran pasado por lo menos treinta años.

Siguió con la bolsa de cacahuetes, dirigiéndose hacia el lugar de las panteras. Inquietas, hambrientas, iban de un lado a otro en su cercado recinto, incapaces de tomarse la cautividad con la filosofía con que se la tomaban otros felinos. El las comprendía. Admiraba su elegante porte y el peligro que se reflejaba en sus ojos. En más de una ocasión algún socio, la policía o las mujeres lo habían comparado a ese animal. Imaginaba que sería por la complexión y los aires, por la piel seguro que no.

Siguió mordisqueando cacahuetes mientras pensaba que cuando un hombre se acerca a los treinta tiene que empezar a preocuparse por su salud. El tabaco era un mal hábito del que había hecho bien en deshacerse. Se sentía orgulloso de ello, aunque le avergonzara también seguir con ganas de fumar.

Se sentó en un banco y se dedicó a contemplar a los transeúntes. Aquel octubre era especialmente cálido y por ello dominaban el paisaje las niñeras y los cochecitos. Se fijó en una muchacha morena, joven y guapa, que paseaba a un crío que empezaba a andar. La joven le dedicó una caída de ojos, pero quedó decepcionada al ver que él no respondía.

Probablemente lo habría hecho, pensó, de no ser por la cita. Siempre le habían interesado las mujeres, y no solo porque llevaban o poseían los objetos con los que él trataba, sino porque eran… mujeres, un lujo más en la vida, con su piel suave y su fragante cabello. Echó una ojeada al reloj en el momento en que la manecilla mayor se situaba sobre el doce. La una en punto. No le sorprendió que se sentara a su lado en el banco un hombre corpulento, algo calvo.

**: No sé por qué no podemos vernos en Whites. Zachary le ofreció la bolsa de cacahuetes.

Zac: Una atmósfera muy cargada. El aire libre te sentará bien. Estás muy pálido.

El capitán Stuart Spencer tomó un cacahuete a regañadientes. La dieta a la que lo tenía sometido su esposa era una tortura. A decir verdad, se alegraba de encontrarse fuera del despacho, alejado del papeleo, del teléfono. A veces echaba en falta el trabajo de campo, algo que no abundaba en su existencia. Y también era cierto, aunque el capitán nunca lo habría admitido, que sentía cierto afecto por aquel joven elegante que tenía al lado, a pesar de que, o tal vez porque, Spencer se había pasado casi diez años intentando meter a Zachary entre rejas. Por tanto, trabajar con aquel hombre que se había escapado con tanta habilidad de la justicia tenía algo de irritante y, por consiguiente, de satisfactorio.

Cuando Zachary había decidido situarse en el bando de la ley en lugar de contra esta, Spencer no se hizo ilusiones de que el ladrón de pronto se hubiera arrepentido de sus fechorías. Con Zachary, antes que nada, era cuestión de negocios. Era difícil, pues, no admirar a un hombre capaz de tomar tal decisión en un momento tan oportuno y poniendo en primer lugar su promoción personal.

A pesar de que el sol calentaba, Spencer se encogió un poco dentro de su abrigo. Tenía una ampolla en el talón izquierdo, un principio de resfriado y se acercaba su cumpleaños: iba a cumplir cincuenta y seis. A la fuerza tenía que envidiar la juventud, la salud y el atractivo de Zachary Efron.

Stuart: ¡Vaya lugar estúpido para una cita! -siguió refunfuñando por el mero placer de quejarse-.

Zac: Otro cacahuete, capitán -estaba demasiado acostumbrado al malhumor de Spencer para hacerle caso-. Piensa en los delincuentes empedernidos que has puesto entre rejas.

Stuart: Tenemos cosas más importantes que hacer que comer cacahuetes y ver monos -Pese a ello, volvió a meter la mano en la bolsa. Aquel sabor, junto con el olor de los animales, le recordaba las excursiones de los domingos al zoo cuando era pequeño. Pero con un bufido apartó de la mente el sentimentalismo-. La semana pasada hubo otro robo.

Intrigado, Zachary se apoyó en el respaldo del banco e imaginó con nostalgia el placer de fumarse un cigarrillo.

Zac: ¿Nuestro amigo de nuevo?

Stuart: Tiene todas las trazas. Una propiedad de Long Island, en Nueva York. Los Barnsworth, una gran fortuna, alta sociedad. Dueños de grandes almacenes o algo así.

Zac: Si estamos hablando de Frederick y Dorothea Barnsworth, poseen una cadena de grandes almacenes de un valor extraordinario en Estados Unidos. ¿Qué les robaron?

Stuart: Diamantes.

Zac: Por lo que yo iba primero siempre -dijo nostálgico-.

Stuart: Un collar, una pulsera… asegurados en medio millón.

Zachary cruzó los tobillos.

Zac: Buen trabajo.

Stuart: De lo más irritante -picó otro cacahuete y luego se golpeó la palma de la mano con sus gastados guantes de cuero-. Si no estuviera seguro de dónde te encontrabas la semana pasada, tendría unas preguntas que hacerte.

Zac: Me halagas, Stuart, después de tantos años.

Spencer sacó su pipa, más para fastidiar a Zachary que por ganas de fumar. La llenó con toda parsimonia, la encendió y empezó a arrojar nubes de humo.

Stuart: El tipo es hábil. Entró y salió sin dejar rastro después de haber drogado a los perros. Dobermans, animales fieros y sanguinarios. Mi hermano tuvo uno, no lo soportaba. Un sistema de seguridad de primera, pero también lo superó. Se llevó solamente el juego de diamantes. Dejó bonos, valores, un broche con rubíes y un collar hecho también con estas piedras, bastante feo, por cierto.

Zac: No lo mueve la avaricia -murmuró. Sabía lo difícil que resultaba superar la tentación de arramblar con todo. En los últimos seis meses había estado cultivando una gran admiración por aquel ladrón. Tiene clase, pensaba. Clase, estilo y cerebro. En definitiva, tenían mucho en común-. No me interesaría tanto si fuera avaricioso. ¿Cuánto tiempo lleváis tras él en la Interpol?

Stuart: Casi diez años. -No le gustaba tener que admitirlo. A pesar de que no siempre echaba el guante al delincuente había seguido una excelente trayectoria-. Ese hombre no sigue pauta alguna. Cinco golpes en un mes y medio año sin nada. Pero lo cazaremos. Un error, cometerá un error y nos lanzaremos sobre él.

Zachary sacudió un poco de polvo que tenía en la solapa del abrigo.

Zac: ¿También decías eso de mí antes?

Spencer echó a posta el humo contra el rostro de Zachary.

Stuart: Habrías cometido uno… Lo sabes tan bien como yo.

Zac: Quizá. -recisamente aquella era la razón por la que había tirado la toalla-. ¿Así que crees que está en Estados Unidos? -le pareció que no estaría mal un viaje hasta allí-.

Stuart: No creo. Pienso que tiene intención de apartarse un poco de los focos. De todas formas, tenemos ya un hombre en Nueva York.

Lástima.

Zac: ¿Y qué pretendes de mí?

Stuart: El tipo parece inclinarse por las grandes fortunas y no teme hacerse con piezas de todos conocidas. En realidad, lo que mejor lo caracteriza es su preferencia por las joyas de las que se ha hablado mucho. Las perlas de Stradford, los zafiros de lady Caroline.

Zac: Los de lady Caroline -repitió con un suspiro-. Casi me da envidia.

Stuart: Nos hemos propuesto no perder de vista las fiestas y recepciones más elegantes de Europa. Siempre resulta útil tener a un agente en esos lugares.

Zachary se limitó a sonreír, comprobando el estado de su manicura.

Stuart: Al parecer lady Fume prepara una gala.

Zac: Sí, estoy invitado a ella.

Stuart: ¿Y has aceptado?

Zac: Todavía no. No sabía si me encontraría en la ciudad.

Stuart: Pues sí -le dijo aspirando el humo de la pipa-. Aquello estará a rebosar de alhajas. Nos convendría que estuvieras allí sin perder de vista lo que tú sabes, aunque también sin tocar nada.

Zac: Sabes que puedes confiar en mí, capitán -dijo riendo. Una risa especialmente seductora, la que llevaba a pensamientos imprudentes a las mujeres-. ¿Y qué tal está tu encantadora hija?

Stuart: Otra cosa a la que no pondrás las manos encima ni muerto.

Zac: Una cuestión puramente platónica, te lo aseguro.

Stuart: Estoy convencido de que en tu vida has pensado en una mujer en plan platónico.

Zac: Tocado -arrugó la bolsa de cacahuetes vacía y la tiró en una papelera-. Querría ver el informe de este último incidente.

¡Qué granuja! Pensó Spencer, agarrando bien la pipa con los dientes para disimular una sonrisa.

Stuart: Mañana te lo paso.

Zac: Muy bien. ¿Sabes?, empiezo a comprender lo que sentías hace unos años. Es una especie de comezón… -Aquellos ojos gris humo fijaron su mirada más allá de los barrotes-. Sin darme cuenta estoy pensando en el tipo ese, en algún momento especialmente comprometido, en su próximo golpe, en dónde vive, en qué come, en cuándo hace el amor. Yo he pasado por todo ello y en cambio no sé… -Se levantó moviendo la cabeza-. Espero con impaciencia conocerlo.

Stuart: Podríais no ser almas gemelas, Zachary. -Para calmar un poco su talón, también se incorporó-. Es probable que se trate de alguien muy peligroso.

Zac: Todos podemos serlo en determinadas circunstancias. Buenas tardes, capitán.

Vanessa se instaló en el Ritz de Londres unos días antes de la gala de lady Fume. Era su hotel preferido, por su descarado fasto y porque le recordaba un viaje agradable con su madre. El Connaught le parecía más distinguido, el Savoy, más imponente, pero consideraba una deliciosa extravagancia aquella profusión de ángeles dorados trepando por las paredes.

El personal la conocía bien y, gracias a sus generosas propinas y a su trato afable, la servía sin tener que simular la amabilidad. Escogió una suite que daba a Green Park y comentó con toda tranquilidad al botones que pensaba pasar unos días de compras y relax.

En cuanto este se hubo retirado, no se lanzó corriendo a la lujosa bañera para sumergirse en sales y burbujas, ni se cambió para ir a alternar al salón de té. Lo que sacó de la maleta fue un vestido gris plateado de Valentino con un pronunciado escote. Del interior del papel de seda que lo envolvía extrajo unos planos y unas especificaciones sobre un sistema de alarma. Aquello le había costado más que el vestido. Lo llevó todo al salón y lo extendió sobre la mesa, dispuesta a comprobar que había invertido el dinero tan bien como creía.

Los Fume vivían en una elegante mansión eduardiana de Grosvenor Square con preciosas vistas al parque. Vanessa pensó que era una lástima que no organizaran la gala en su casa de campo de Kent, pero se dijo que no eran los pedigüeños ni los ladrones los más indicados para escoger un lugar. De todas formas, como había pasado un fin de semana especialmente aburrido con los Fume allí, habría sabido trazar un plano de aquellas instalaciones con los ojos cerrados. La casa de la ciudad le resultaba prácticamente desconocida, por lo que tenía que contar con las informaciones que había adquirido previo pago y con lo que ella misma observara durante la fiesta.

Se dijo que las esmeraldas de lady Fume le reportarían un buen pellizco. Aquella familia roñosa y esnob contribuiría sin saberlo en los fondos destinados a viudas y huérfanos de una serie de ciudades. Casi les haría un favor, pues sobre aquella piel aceitunada de lady Fume, las esmeraldas realmente desmerecían.

Lo mejor era que los Fume eran tan agarrados que prácticamente no habían invertido nada en seguridad. No habían instalado más que un sistema de alarma en puertas y ventanas. Consultado sus notas, Vanessa decidió que incluso un ladrón del montón sería capaz de evitar aquel sistema y entrar en la casa. Y ella no era del montón, ni mucho menos.

De lo primero que tenía que ocuparse era del vecindario, comprobar la proximidad con el resto de las casas y las costumbres de sus habitantes. Colocó de nuevo los papeles en el envoltorio del vestido, sacó de la maleta una capa negra y salió a explorar el terreno.

Conocía bien Londres: sus calles, el tráfico, los clubes. De haberse aventurado en el Annabel's o en el clandestino La Cage, habría sido recibida con los brazos abiertos. Cualquier otro día podía haberlo pasado bien así, con la música, las charlas. Pero esta vez su viaje era de negocios.

Antes de abandonar la ciudad tendría que hacer unas cuantas apariciones, porque era lo que se esperaba de la princesa Vanessa. Aquella noche, sin embargo, lo importante era el trabajo.

Primero dio una vuelta en coche, observando bien el tráfico, tanto rodado como peatonal, los alrededores de la casa, la calle ya iluminada. En el interior de la mansión solo había luz en el vestíbulo, lo que le hizo pensar que sus habitantes estaban fuera, tal vez en el teatro. Con una vuelta entera decidió que lo mejor sería abordarla por el césped. Aparcó en Bond Street y siguió a pie.

La temporada de bonanza de que había disfrutado Londres tocaba a su fin. Una noche fría y húmeda, el tiempo que ella prefería. La mayoría de los londinenses estaban a cobijo en casa o se aglomeraban en los clubes, y Vanessa se encontraba casi sola en la calle, donde no oía más que el ruido de las hojas en las aceras y el viento que agitaba las ramas que iban cambiando de aspecto. Unas finas y grises lenguas de niebla se movían entre sus pies. Con un poco de suerte, en la próxima vuelta podían espesarse aún más y darle protección. Por el momento aún le permitía ver bien las rejas, los jardines y las bonitas ventanas acristaladas que tendría que escalar. El paseo le había llevado tres minutos y medio. Apretando un poco más el paso podía cubrirlo en menos de dos. Se acercó más para descubrir algún inconveniente, como podrían ser unos perros o unos vecinos entrometidos. Fue entonces cuando se fijó en un hombre que rondaba por allí y parecía observarla.

Había sido más el impulso que el instinto lo que había llevado a Zachary allí. Nada le hacía suponer que la casa de los Fume sería una meta, pero de ser él quien planificara un golpe, habría querido dar una vuelta por los alrededores y familiarizarse con el entorno antes de pasar a la acción.

De cualquier forma, se sentía inquieto, no le apetecía estar con nadie y le molestaba incluso su propia compañía. En momentos como aquel echaba de menos la emoción, la expectativa de planificar un trabajo, aquella concentración que eliminaba el nerviosismo intempestivo. La exaltación se vivía antes y después. Envidiaba todas aquellas emociones al hombre que pretendía pescar.

Pese a todo, había tomado la decisión de retirarse de la escalada con la cabeza fría, con sentido práctico. No podía arrepentirse de ello. Solo notaba el gusanillo en una noche fría en la que casi se sentía capaz de notar la calidez de las joyas guardadas en terciopelo en unas cajas acorazadas.

Entonces la vio. Era bajita y cubría su cuerpo con una capa negra, de tal forma que no podía distinguirse su rostro ni su silueta. Notó sin embargo la juventud en el paso airoso, la seguridad en la desenvoltura con la que veía desaparecer sus manos entre los pliegues de la oscura tela. Con la niebla girando entre sus pies y las hojas desplazándose hacia las alcantarillas a su paso, ofrecía una enigmática imagen. Pero aguzó los sentidos al ver que volvía la cabeza hacia la casa de Grosvenor Square. El lugar preciso que él estaba examinando.

Cuando ella lo vio, dudó un instante, una fracción de tiempo tan breve que él no se habría percatado de no encontrarse a la espera de ello. Zachary se quedó inmóvil, con los pulgares en los bolsillos de su cazadora de piel, intrigado por ver cómo reaccionaría ella. Vanessa siguió su camino, sin apretar ni frenar el paso. Al acercarse, volvió el rostro hacia él.

Aquellos rasgos exóticos le resultaban algo familiares. No es británica, pensó.

Zac: Buenas noches -dijo con la esperanza de oírle la voz-.

Aquellos ojos, marrón chocolate, se centraron en los de Zachary sin expresión alguna. Unos ojos sorprendentes, pensó él, con espesas pestañas, ensombrecidos por la noche. Con un leve asentimiento siguió su camino.

Vanessa no se volvió, aunque las ganas de hacerlo la inquietaron. Aquel desconocido podía haberse encontrado allí por mil razones, pero no pasaba por alto la tensión que empezaba a notar en la nuca. Había cruzado la mirada con un hombre cuyos ojos eran como el mar, azules y profundos. Y aquel aire, si bien despreocupado, le había parecido demasiado despierto, demasiado alerta.

Tonterías, pensó cubriéndose mejor el cuello con la capa. No era más que un hombre que había salido a tomar el fresco o que esperaba a una mujer. Británico, por el acento, terriblemente atractivo con sus ojos azules y el cabello castaño. Aquel encuentro no tenía por qué turbarla. Sin embargo… no la dejó indiferente.

Echando la culpa al desfase horario, decidió acostarse pronto.

Tal vez fuera un error haberse metido en la cama con tan solo una copa de vino en el estómago. Habría sido mejor pasar por Annabel's, alternar un rato, comer algo y cansarse un poco antes de irse a la cama. De haberlo hecho, en aquellos momentos tendría en la cabeza otros recuerdos, rostros conocidos rostros nuevos, conversaciones sin importancia, coqueteos y risas. Tal vez no habría soñado, pero ahora la pesadilla había empezado y era demasiado tarde para detenerla.

Los perfumes son los que nos acompañan durante más tiempo, un aroma es capaz de despertar recuerdos escondidos u olvidados durante mucho tiempo. El que notaba era de café con cardamomo, una fragancia que se mezclaba con otras más intensas. Aquel perfume, en sueños y todo, la llevó directamente a la víspera de su quinto cumpleaños.

La despertaron sus propios sollozos. Se incorporó y, apretando las palmas de las manos sobre los ojos, hizo un esfuerzo por salir del sueño. Cuando eran tan vividos, como el de aquella noche, se negaban a desaparecer. Con la respiración aún entrecortada, cubierta de sudor, intentaba recuperar la conciencia de quién era en aquellos momentos.

Ya no era una niña acurrucada bajo la cama, rezando para que su padre dejara de martirizar a su madre. Algo que había ocurrido hacía siglos.

Se levantó y buscó a tientas la luz y luego la bata. Era incapaz de soportar la oscuridad después de un sueño como aquel. En el baño se echó agua fría en la cara, convencida de que el temblor iba a ceder poco a poco. Afortunadamente aquel día no iba acompañado por la náusea.

A ella, que se había colgado de una cuerda en un edificio a cincuenta plantas en Manhattan, que había corrido por los callejones de París y chapoteado por las ciénagas de Louisiana, nada la aterrorizaba tanto como los recuerdos que la acedaban en los sueños.

Apoyada en el lavabo, esperó que sus manos dejaran de temblar. Ya más tranquila, se miró en el espejo. Aún estaba pálida, pero el terror había desaparecido de sus ojos. Aquello era lo primero que tenía que controlar.

Las calles de Londres estaban tranquilas. En el salón de la suite, apoyó la frente en el cristal de la ventana y la sensación fría la calmó. Se acerca el momento, pensó, y aquella idea la emocionó y la aterró al mismo tiempo. Ella misma había decidido la fecha, aunque no se la había confiado ni a Celeste. Pronto volvería a Jaquir para vengarse del hombre que había violado y humillado a su madre. Se llevaría de allí lo que era suyo. El Sol y la Luna.


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Oohh que emoción
Estan a nada de hablarse y a nada de la venganza de vanessa
Ya quiero saber mas
Siguela pronto
Saludos!!!

Carolina dijo...

OMG!!
Zac la vio, y ella a él
Creo que ya se como Zac va a conseguir casarse con la princesa de Jaquir xD
Pero lo que me intriga es como va a a recuperar el sol y la luna
Pública el siguiente pronto porfis!!

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