topbella

miércoles, 27 de marzo de 2019

Capítulo 4


Era educativo. Zac pasó algunas horas cautivado frente al televisor. Cada diez o quince minutos, cambiaba de canal, pasando de un concurso a un culebrón, de un programa de entrevistas a la publicidad. Los anuncios le parecían especialmente entretenidos, a menudo de una intensidad y una viveza sorprendentes.

Él prefería los musicales, con sus canciones enérgicas y alegres. Pero otros le hacían preguntarse por la gente que vivía en aquella época, en aquel lugar.

Algunos mostraban a mujeres exhaustas, luchando contra cosas como las manchas de grasa o el brillo de los suelos. Zac no podía imaginarse a su madre, ni a ninguna otra mujer, preocupadas por saber cuál detergente lavaba más blanco. Pero aun así, los anuncios eran un entretenimiento delicioso.

Había otros en los que hombres y mujeres particularmente atractivos resolvían sus problemas bebiendo bebidas carbonatadas o café. Parecía que todo el mundo trabajaba, los hombres fuera de casa, en trabajos agotadores, y al final de la jornada se iban al bar a tomar una cerveza. Los trajes que llevaban a Zac le parecían maravillosos.

En una especie de representación teatral, observó a una mujer manteniendo una conversación breve e intensa con un hombre sobre la posibilidad de estar embarazada. Una mujer estaba embarazada o no lo estaba, reflexionó Zac mientras cambiaba de canal y se fijaba en un hombre de voluminosa barriga y con un traje a cuadros que ganaba una semana de vacaciones en Hawai. Por la reacción del ganador, Zac imaginó que debía ser algo muy importante en el siglo veinte.

Lo asombró, al ver el resumen de las noticias del medio día, que la humanidad hubiera sido capaz de sobrevivir más allá del siglo veinte. El asesinato, obviamente, era un deporte popular. Y también las discusiones sobre el control de armamento. Aparentemente, los políticos no habían cambiado mucho desde entonces, pensó mientras daba cuenta de una caja de galletas que había encontrado en la cocina de Ness. Continuaban disfrutando de una gran verborrea, diciendo medias verdades y esgrimiendo radiantes sonrisas. Pero imaginar que los líderes políticos del siglo veinte habían sido capaz de negociar sobre cuántas armas nucleares construir era absolutamente ridículo. ¿Cuántas pensaban que necesitaban?

No importaba, decidió, mientras regresaba a uno de los culebrones. Con el tiempo, recuperarían el sentido común.

Los culebrones eran lo que más le gustaba. Aunque la imagen era mala y el sonido cambiaba de volumen cuando menos se esperaba, disfrutaba viendo las reacciones de la gente, sufriendo con sus problemas y observando divorcios y aventuras amorosas. Al parecer, las relaciones amorosas eran uno de los problemas más importantes de mil novecientos ochenta y nueve.

Observó a una voluptuosa rubia con lágrimas en los ojos y a un hombre de aspecto duro y el pecho desnudo fundirse en un largo y apasionado beso. La música lo lleno todo hasta que desapareció.  Obviamente, los besos eran una costumbre que se aceptaba en aquella época, pensó Zac. Entonces, ¿por qué se habría enfadado tanto Ness cuando la había besado?

Inquieto, se levantó y se acercó a la ventana. Él mismo tampoco había reaccionado como esperaba. Aquel beso lo había hecho sentirse enfadado, inquieto y vulnerable. Algo que no le había ocurrido hasta entonces. Y ninguno de aquellos sentimientos, admitió, había disminuido en nada su deseo por ella.

Quería saber todo lo que había que saber sobre Vanessa Hudgens. Lo que pensaba, lo que sentía, lo que más quería y lo que menos le gustaba. Había docenas de preguntas que quería formularle, docenas de formas en las que deseaba acariciarla. Y sabía que cuando lo hiciera, sus ojos adquirirían aquella expresión sombría, confusa, profunda. Podía imaginarse, haciendo el más ligero esfuerzo, la textura de su piel en la parte posterior de la rodilla o en su espalda.

Pero era imposible. Había una sola cosa en la que debería estar pensando en aquel momento. En volver a casa.

El tiempo que iba a pasar con Ness era solo un interludio. Y a pesar de lo poco que sabía sobre las mujeres de aquella época, no podía evitar estar seguro de que Vanessa Hudgens no era una mujer a la que un hombre pudiera amar y después dejar sin grandes preocupaciones. Bastaba mirarla a los ojos para ver en ellos no solo pasión, sino el fuego de un hogar.

Zac era un hombre que todavía no tenía intención de sentar cabeza. Era cierto, sus padres se habían emparejado muy pronto y se habían casado siendo también muy jóvenes, a los treinta años.  Pero él no tenía ganas ni de emparejarse ni de casarse todavía. Y cuando lo hiciera, se recordó a sí mismo, tendría que hacerlo en su terreno. Pensaría en Ness como en una distracción, y muy agradable, por cierto, en medio de una tensa y delicada situación.

Tenía que salir de allí. Presionó las manos contra el frío cristal de la ventana, como si fuera una prisión de la que fuera fácil escapar. Aquella era una experiencia que muchas personas habrían ansiado, pero él prefería mantenerse en los límites de su propia época y de su propio mundo.

Era cierto que había aprendido cosas leyendo los periódicos y viendo la televisión. En mil novecientos ochenta y nueve, el mundo todavía tenía que recorrer un largo camino para alcanzar la paz, la gente tenía que tomarse muchas molestias para comer y las armas se compraban y utilizaban con una pavorosa dejadez. Se podía comprar una docena de huevos por un dólar, que era la moneda de los Estados Unidos, y todo el mundo estaba a dieta.

Datos muy interesantes todos ellos, pero no creía que aquella información lo pudiera ayudar. Tenía que concentrarse en lo que había ocurrido a bordo de su nave.

Pero quería pensar en Ness, en lo que había sentido al estrecharla contra él. Quería recordar cómo se había rendido su cuerpo, cómo se habían suavizado sus labios cuando se habían fundido con los suyos.

Cuando lo había abrazado, Zac había temblado. Algo que jamás le había ocurrido. Él gozaba de lo que consideraba un normal y saludable historial con las mujeres. Disfrutaba con ellas, tanto de su compañía como de la posibilidad de proporcionarse placeres mutuos. Y como él creía que no solo había que recibir, sino también dar, la mayor parte de sus amantes habían continuado siendo sus amigas. Pero ninguna de ellas había conseguido que su cuerpo se derritiera con un solo beso, como le había ocurrido con Ness.

Con un solo beso, Ness lo había llevado mucho más allá de lo que él hasta entonces conocía para arrastrarlo a un torbellino salvaje. Incluso en ese momento podía recordar lo que había sentido cuando los labios de Ness se habían estrechado ávidos y ardientes contra los suyos. Su equilibrio había peligrado. Había estado incluso a punto de creer que veía luces girando frente a sus ojos. Había sido como ser empujado hacia algo que poseía una fuerza enorme, ilimitada.

Sintió que se le debilitaban las piernas. Lentamente, alzó una mano para apoyarse contra la pared. Pasó el mareo, dejándole un extraño y palpitante vacío en la base del cráneo. Y de pronto recordó. Recordó las luces. Unas luces resplandecientes, cegadoras en el interior de la cabina. El sistema de navegación había fallado. Los mandos no funcionaban. Y la señal automática de peligro se había puesto en funcionamiento.

El vacío. Podía verlo. Un sudor helado perló su frente. Un agujero negro, ancho, profundo, oscuro y sediento. No aparecía en las cartas de navegación. Jamás se hubiera arriesgado a volar tan cerca si hubiera aparecido en las cartas. Simplemente estaba allí, y su nave había sido arrastrada hacia él.

No había caído en él. El hecho de estar vivo e indudablemente en la Tierra, le hacía estar completamente seguro de ello. Era posible que, de alguna manera, hubiera conseguido rozar el borde y después hubiera sido disparado a través del espacio y el tiempo. Los científicos de su época cuestionarían aquella hipótesis. Los viajes a través del tiempo eran solamente una teoría, una teoría de la que normalmente la gente se reía.

Pero él lo había hecho.

Temblando, se sentó a los pies de la cama. Había sobrevivido a lo que nadie en la historia había conseguido sobrevivir. Alzó las manos, volvió las palmas hacia arriba y las miró fijamente. Estaba entero y había salido relativamente indemne de aquella aventura. Y estaba perdido. Luchó contra una renovada oleada de pánico y apretó los puños. No, no estaba perdido, eso no podía aceptarlo. Si había sido disparado en un sentido, también podría ser disparado en el contrario. Solo era cuestión de lógica. Volvería a su hogar.

Contaba para ello con su mente y sus habilidades.

Miró su ordenador de pulsera. Podría realizar algunos cómputos básicos con él. No sería suficiente, apenas bastaría, pero cuando regresara a la nave... Si era que había quedado algo de la nave.

Negándose a considerar la posibilidad de que estuviera completamente destrozada, comenzó a caminar por la habitación. Era posible que pudiera conectar su unidad de pulsera con el ordenador de Ness. Tendría que intentarlo.

La oyó en el piso de abajo. Parecía que estaba otra vez en la cocina, pero seguramente no estaría preparándole otra comida. El arrepentimiento volvió, demasiado rápido para que pudiera bloquearlo, y la imagen de Ness sentada en la mesa frente a él apareció como un fogonazo en su mente. No podía permitirse el lujo de los arrepentimientos, se recordó Zac. Y si podía impedirlo, no le haría ningún daño.

Volvería a disculparse, decidió. De hecho, si tenía éxito con el ordenador de Ness, podría salir de su vida sin causar ningún dolor.

Se dirigió rápida y sigilosamente a su habitación. Ya solo cabía esperar que Ness se mantuviera ocupada en la cocina hasta que él hubiera terminado de hacer los cálculos preliminares. Tendría que conformarse con eso hasta que pudiera encontrar su nave y utilizar su propio ordenador. Aunque la impaciencia lo urgía, vaciló un instante y se quedó escuchando en el marco de la puerta. Sí, definitivamente, estaba en la cocina, y a juzgar por el estrépito que estaba montando, continuaba enfadada.

El ordenador, con aquella torpe pantalla y el pintoresco teclado, estaba sobre el escritorio, rodeado de libros y papeles. Zac se sentó en la mesa de Ness y le sonrió.

Zac: Enciéndete.

La pantalla continuaba en blanco.

Zac: Ordenador, enciéndete.

Impacientándose consigo mismo, Zac se acordó del teclado. Pulsó una tecla y esperó. Nada.

Se recostó contra el respaldo de la silla, tamborileó con los dedos en el escritorio y pensó. Ness, por razones que Zac no podía comprender, había desconectado el ordenador. Eso era fácilmente remediable. Removió unos cuantos papeles buscando la tarjeta de apertura. Dio la vuelta al teclado, dispuesto a comenzar a desmontarlo. Entonces vio el interruptor.

Idiota, se dijo a sí mismo. En aquel lugar tenían interruptores para todo. Obligándose a conservar la calma, volvió el teclado y buscó más interruptores. Cuando el ordenador comenzó a zumbar, tuvo que reprimir un grito de triunfo.

Zac: Ahora ya hemos llegado a alguna parte. Ordenador... -se interrumpió a sí mismo, sacudió la cabeza y comenzó a teclear-.

Ordenador, evalúa y concluye los factores de transformación del tiempo.

Se interrumpió otra vez, maldijo y buscó sobre la cubierta de plástico para averiguar su capacidad de memoria. La impaciencia lo estaba haciendo trabajar de forma chapucera. Y peor todavía, estúpida. No se podía conseguir nada de aquella máquina que no hubiera sido introducido previamente. Aquel era un trabajo delicado y lento, pero se obligó a no precipitarse. Y armándose de paciencia, consiguió conectar la unidad de muñeca con el ordenador de Ness.

Tomó aire y cruzó los dedos.

Zac: Hola, ordenador.

**: Hola, Zac.

Las letras comenzaban sonando en la unidad que llevaba en la muñeca hasta que aparecían en la pantalla de Ness.

Zac: Pequeña, no sabes cuánto me alegro de oírte.

**: Afirmativo.

Zac: Ordenador, retransmíteme todas las teorías conocidas sobre los viajes en el tiempo a partir de la fuerza de gravedad y la aceleración.

**: Teoría no comprobada. Propuesta por vez primera por el doctor Linward Bowers, 2110. La hipótesis de Bowers.

Zac: No -se pasó la mano por el pelo. En su precipitación, se estaba adelantando demasiado-. Ahora no tenemos tiempo para eso. Evalúa y concluye. Viajes en el tiempo y probabilidades de sobrevivir a un encuentro con un agujero negro.

**: Trabajando... Datos insuficientes.

Zac: Maldita sea, ha sucedido. Analiza la necesidad de aceleración y la trayectoria. Detente -oyó a Ness subiendo las escaleras y solo tuvo tiempo de apagar la unidad antes de que la joven entrara en la habitación-.

Ness: ¿Qué estás haciendo aquí?

Intentando adoptar una expresión de absoluta inocencia, Zac sonrió y se volvió en la silla.

Zac: Estaba buscándote.

Ness: Como me hayas hecho algo en el ordenador...

Zac: No he podido evitar echar un vistazo a estos documentos. Estas cosas son fascinantes.

Ness: A mí me lo parecen -miró su escritorio con el ceño fruncido. Todo parecía estar en orden-. Habría jurado que te había oído hablar con alguien.

Zac: Aquí no hay nadie, salvo tú y yo -volvió a sonreír. Si podía distraerla durante unos minutos, conseguiría desconectar la unidad del ordenador y esperar a un momento más seguro-. Probablemente estaría hablando conmigo mismo. Ness…

Se levantó y dio un paso hacia ella, pero Ness arremetió con la bandeja contra él.

Ness: Te he hecho un sándwich.

Zac tomó la bandeja y la dejó en la cama. Aquel gesto tan amable lo hizo sentirse como un pecador culpable.

Zac: Eres una mujer muy amable.

Ness: Que me hayas hecho enfadar no quiere decir que te vaya a dejar morir de hambre.

Zac: Yo no quiero enfadarte -dio un paso hacia ella cuando vio que caminaba hacia el ordenador-. Pero parece que no puedo evitarlo. Siento que no te haya gustado lo que he hecho antes.

Ness le dirigió una rápida y nerviosa mirada.

Ness: Creo que es mejor olvidarlo.

Zac: No, no lo es -necesitando aquel contacto, cerró la mano sobre la suya-. Suceda lo que suceda, es algo que nunca olvidaré. Has conseguido remover algo que está dentro de mí, Ness. Algo que nadie había tocado hasta ahora.

Ness sabía exactamente lo que quería decir. Y eso la aterrorizaba.

Ness: Tengo que ponerme a trabajar.

Zac: ¿A todas las mujeres les cuesta tanto ser sinceras?

Ness: No estoy acostumbrada a esto -estalló-. No sé cómo tratar con este asunto. No me siento cómoda con los hombres. Y además no soy una mujer apasionada.

Cuando Zac soltó una carcajada, ella se volvió, furiosa y avergonzada.

Zac: Eso es lo más ridículo que he oído en mi vida. Eres una mujer que rebosa pasión.

Ness sintió que algo se tensaba dentro de ella, que pugnaba por liberarse.

Ness: Soy apasionada con mi trabajo -dijo, midiendo con cuidado sus palabras-. Con mi familia. Pero no de la forma a la que tú te refieres.

Creía lo que estaba diciendo, decidió Zac mientras la estudiaba, o al menos se había obligado a creerlo. Durante los dos días anteriores, Zac había aprendido lo que era dudar de uno mismo. Y si no podía aportarle otra cosa, quizá pudiera mostrarle a Ness el tipo de mujer que vivía atrapada en su interior.

Zac: ¿Te apetecería dar un paseo?

Ness lo miró como si no comprendiera lo que le estaba diciendo.

Ness: ¿Qué?

Zac: Que si te apetece salir a pasear.

Ness: ¿Por qué?

Zac intentó no sonreír. Ness era una mujer que necesitaba razones.

Zac: Es un día muy agradable y me gustaría conocer un poco este lugar. Podrías enseñármelo.

Ness dejó de retorcerse los dedos. ¿No se había prometido a sí misma que también se tomaría algún tiempo para disfrutar? Zac tenía razón. Hacía un bonito día y el trabajo podía esperar.

Ness: Tendrás que calzarte -le dijo a Zac-.


Distinguía una fragancia en el aire frío y ligeramente húmedo. Olía a pino, comprendió Zac tras algunos momentos de debate mental. Olía a pino, como en Navidad. Pero allí procedía de un objeto auténtico, no de un ambientador o un simulador. Era un lugar rebosante de árboles y la brisa, aunque ligera, sonaba como el mar. Solo unas nubes grises que asomaban hacia el norte moteaban el cielo azul pálido. Y se oía el canto de los pájaros.

Salvo la cabaña que estaba tras ellos y un destartalado cobertizo, no había ninguna otra estructura realizada por la mano del hombre. Solo montañas, cielo y bosque.

Zac: Esto es increíble.

Ness: Sí, lo sé -sonrió, deseando que no le complaciera tanto que Zac apreciara y comprendiera aquel lugar-. Cada vez que vengo aquí, me entran ganas de quedarme.

Zac caminaba a su lado, a su paso, mientras se adentraban en el bosque. En aquel momento, no se sentía extraño estando solo con ella. Se sentía bien.

Zac: ¿Y por qué no te quedas?

Ness: Principalmente por mi trabajo. No creo que la universidad me pagara por dar paseos por el bosque.

Zac: ¿Y por qué te pagan?

Ness: Por investigar.

Zac: Y cuando no investigas ¿cómo es tu vida?

Ness: ¿Cómo? -inclinó la cabeza-. Supongo que tranquila. Tengo un apartamento en Portland. Allí estudio, doy conferencias, leo.

Aceleraron el paso.

Zac: ¿Y para entretenerte?

Ness: Voy al cine -se encogió de hombros-. Oigo música...

Zac: ¿Televisión?

Ness: También la veo -soltó una carcajada-. A veces demasiado. ¿Y tú? ¿Te acuerdas de las cosas que te gusta hacer?

Zac: Volar -esbozó una rápida y encantadora sonrisa. Ness apenas fue consciente de que le tomaba la mano-. No hay nada igual, por lo menos para mí. Me gustaría que volaras conmigo algún día para poder demostrártelo.

Ness fijó la mirada en el vendaje que cubría la frente de Zac.

Ness: Creo que paso.

Zac: Soy un buen piloto.

Divertida, Ness se inclinó para tomar una flor.

Ness: Posiblemente.

Zac: Absolutamente -con un movimiento tan dulce como natural, le quitó la flor y se la puso en el pelo-. Tuve algunos problemas con el panel de control, si no, no estaría aquí.

Desconcertada por su gesto, Ness se quedó mirándolo fijamente un instante y comenzó de nuevo a caminar.

Ness: ¿Hacia dónde ibas? -aminoró el paso y se entretuvo cortando unas flores-.

Zac: A Los Ángeles.

Ness: Estabas muy lejos.

Zac abrió la boca para decir algo, pensando, por un momento, que Ness estaba bromeando.

Zac: Sí -consiguió decir por fin-. Más lejos de lo que pensaba.

Vacilante, Ness se llevó la mano a la flor que llevaba en el pelo.

Ness: ¿Crees que alguien te buscará?

Zac: Todavía no -volvió el rostro hacia el cielo-. Si encontramos mi... avión mañana, podré reparar los daños e irme de aquí.

Ness: Creo que podremos ir a la ciudad dentro de un par de días -quería borrar el ceño de preocupación que se había formado entre sus cejas-. Podrás ir al médico y hacer algunas llamadas telefónicas.

Zac: ¿Llamadas telefónicas?

Su expresión de desconcierto hizo que Ness volviera a preocuparse por la herida que tenía en la cabeza.

Ness: A tu familia, a tus amigos o a tus jefes.

Zac: Claro -volvió a tomarle la mano con aire ausente e inspiró la fragancia de las flores que llevaba entre las manos-. ¿Puedes decirme las coordenadas y la distancia a la que me encontraste?

Ness: ¿Las coordenadas y la distancia? -riendo, se sentó al borde del riachuelo-. ¿Y si te dijera que era por ahí? -señaló hacia el sudeste-. A unos quince kilómetros de aquí volando y al doble por carretera.

Zac se sentó a su lado. La fragancia de Ness le parecía tan fresca como la de las flores y mucho más excitante.

Zac: Creía que eras una científica.

Ness: Eso no significa que pueda darte la longitud y la latitud de cualquier lugar. Pídeme que te hable de los hombres de barro de Nueva Guinea y seré brillante.

Zac: Quince kilómetros -entrecerró los ojos y miró hacia la fila de abetos. En el lugar en el que clareaban, vio que se elevaba una montaña que la luz del sol teñía de azul-. ¿Y no hay nada desde aquí hasta allí? ¿Ningún pueblo? ¿Ningún asentamiento?

Ness: No, esta zona está bastante aislada. Solo vienen algunos excursionistas de vez en cuando.

En ese caso, era bastante improbable que alguien se hubiera cruzado con su nave. Aquella era una preocupación que podía arrinconar en el fondo de su ente. El principal problema en aquel momento era como localizar la nave sin Ness. Lo más fácil sería, suponía, ir hasta allí para echar un primer vistazo a su nave.

Pero eso sería al día siguiente. Estaba comenzando a comprender que el tiempo era demasiado precioso, y caprichoso, para perderlo.

Zac: Me gusta este lugar.

Era verdad.  Disfrutaba sentado en la hierba, escuchando el sonido del agua. Le hacía preguntarse lo que sería poder volver a ese mismo rincón doscientos años después. ¿Qué encontraría?

Las montañas estarían allí, y posiblemente parte del bosque que todavía las rodeaban. El mismo riachuelo continuaría corriendo sobre las mismas piedras. Pero no estaría Ness. El dolor llegó otra vez, sordo y persistente.

Zac: Cuando vuelva a mi casa -dijo muy lentamente-. pensaré que estás aquí.

¿De verdad lo haría? Ness fijó la mirada en el agua, en el juego de la luz del sol sobre ella, y deseó que no le importara.

Ness: Quizá puedas volver alguna vez.

Zac: Alguna vez.

Jugueteó con sus dedos. Ness se convertiría en un fantasma, en una mujer que solo había existido en un relámpago de tiempo, una mujer que le había hecho desear lo imposible.

Zac: ¿Me echarás de menos?

Ness: No lo sé

Pero no apartó la mano, porque se daba cuenta de que lo echaría de menos mucho más de lo que sería razonable.

Zac: Pues yo creo que sí -olvidó su nave, sus preguntas, su futuro, y se concentró en ella. Comenzó a tejer las flores en su pelo-. «Les pusieron a las lunas, a las estrellas y a las galaxias los nombres de las diosas» -musitó-. «Porque eran fuertes, hermosas y misteriosas. Los hombres, hombres mortales, jamás podrían conquistarlas».

Ness: La mayor parte de las culturas tienen alguna creencia histórica en la mitología -se aclaró la garganta y comenzó a jugar con los pliegues de sus vaqueros-. Los antiguos astrónomos...

Zac le hizo volver la cara con el dedo índice.

Zac: No estaba hablando de mitos. Aunque tú, con las flores en el pelo, pareces un ser mitológico -acarició delicadamente un pétalo que rozaba su mejilla-. «No hubo ninguna de las hijas de la Belleza con tu magia. Y como la música de las aguas es tu voz para mí».

Era un hombre peligroso, lo supo instintivamente, que podía sonreír como un demonio y recitar poesías de seda. Sus ojos eran del color del cielo, con una veta de un azul profundo, soñador.  Ella nunca había pensado que fuera la clase de mujer capaz de debilitarse con la sola mirada de un hombre. Y tampoco quería serlo.

Ness: Debería volver a la cabaña. Tengo mucho trabajo que hacer.

Zac: Trabajas demasiado -arqueó las cejas cuando Ness se volvió hacia él con el ceño fruncido-. ¿Qué tecla he tocado?

Inquieta, y más enfadada consigo misma que con él, Ness se encogió de hombros.

Ness: Siempre tiene que haber alguien que me lo diga. A veces incluso me lo digo yo misma.

Zac: Eso no es ningún delito, ¿no?

Ness soltó una carcajada porque parecía una pregunta completamente sincera.

Ness: Por lo menos todavía no.

Zac: No es ningún delito tomarse un día libre, ¿verdad?

Ness: No, pero...

Zac: Con un «no» es suficiente. ¿Por qué no decimos... «¡Es el tiempo de Miller!» -ante la mirada de desconcierto de Ness, extendió las manos-. Ya sabes, como en el anuncio.

Ness: Sí, ya lo sé -se abrazó las rodillas con los brazos y lo estudió con atención. Tan pronto le recitaba una poesía como citaba un anuncio-. No paro de preguntarme, Zachary Efron, si eres real.

Zac: Oh, claro que soy real -se tumbó para mirar el cielo. Sentía la hierba fría y suave bajo él, y el viento jugando perezosamente entre los árboles-. ¿Qué ves allá arriba?

Ness inclinó la cabeza hacia el cielo.

Ness: El cielo. Un cielo azul, gracias a Dios, con unas cuantas nubes que desaparecerán por la tarde.

Zac: ¿Nunca te has preguntado qué habrá más allá?

Ness: ¿Más allá de dónde?

Zac: Del cielo -con los ojos semicerrados miró las infinitas estrellas, el negro puro del espacio, la bella simetría de las órbitas de las lunas y planetas-. ¿Nunca has pensado en los mundos que hay más allá, fuera de tu alcance?

Ness: No -solo veía la bóveda azul que asomaba a través de las montañas-. Supongo que es porque creo más en todos los mundos que tenemos. Mi trabajo me hace mantener los pies en la tierra, y los ojos siempre en el suelo.

Zac: Si el mundo tiene algún futuro, tendrás que mirar a las estrellas.

Se interrumpió a sí mismo. Le parecía una tontería anhelar algo que quizá había perdido para siempre. Era extraño que él estuviera pensando tanto en el futuro y ella en el pasado cuando solo contaban con el presente.

Zac: ¿Y el cine, la música? -le preguntó a Ness bruscamente. Ness sacudió la cabeza. No parecía haber ningún orden en el patrón de sus pensamientos-. Antes has dicho que te divertías con el cine y la música. ¿De qué tipo?

Ness: De todas clases. Buena y mala. Me divierto con cualquier cosa.

Zac: Dime cuál es tu película favorita.

Ness: Me resulta difícil elegir una -pero Zac la miraba tan intensamente, tan serio, que decidió elegir una cualquiera de su larga lista de favoritas-. Casablanca.

Le gustó cómo sonaba aquel nombre, y la forma en la que lo dijo.

Zac: ¿Y de qué trata?

Ness: Vamos, Efron, todo el mundo sabe de qué trata.

Zac: Me la perdí -le dirigió una rápida y cándida sonrisa en la que ninguna mujer habría confiado-.  Debía estar muy ocupado cuando la pusieron.

Ness volvió a reír, sacudió la cabeza y lo miró con ojos brillantes.

Ness: Claro. Los dos debíamos estar muy atareados en los cuarenta.

Zac dejó pasar aquel comentario que no terminaba de comprender.

Zac: ¿De qué se trataba?

No le importaba nada en absoluto la trama. Él solo quería oírla hablar y observarla mientras lo hacía.

Para seguirle la corriente, y porque le gustaba estar allí sentada, al borde del agua, comenzó a contárselo. Zac la escuchaba, disfrutando de la forma en la que le explicaba aquella historia de amores perdidos, heroísmo y sacrificio. Incluso más, le gustaba ver cómo movía las manos, oír fluir su voz al ritmo de sus sentimientos. Y la forma en la que sus ojos lo miraban: cómo se oscurecían, cómo se suavizaban cuando hablaban del reencuentro de los amantes y de cómo volvía a separarlos el destino.

Zac: Así que no tiene un final feliz -murmuró-.

Ness: No, pero siempre he tenido la sensación de que Rick la encontró después, años más tarde, cuando acabó la guerra.

Zac: ¿Por qué?

Ness se echó hacia atrás, apoyando la cabeza en los brazos.

Ness: Porque tenían que estar juntos. Cuando eso ocurre, las personas se encuentran, de una forma u otra.

Continuaba sonriendo cuando volvió la cabeza, pero la sonrisa desapareció de su rostro cuando advirtió el modo en el que Zac la estaba mirando. Como si estuvieran solos, pensó. No solo en las montañas, sino completa, totalmente solos. Como lo habían estado Adán y Eva.

Ness se sentía anhelante. Por primera vez en su vida, anhelaba algo, en cuerpo y alma.

Zac: No -pronunció tranquilamente aquella palabra mientras Ness comenzaba a levantarse. Un ligero toque en su rostro bastó para que se quedara quieta-. Me gustaría que no me tuvieras miedo.

Ness: No te tengo miedo -pero respiraba con dificultad, como si hubiera estado corriendo-.

Zac: ¿De qué tienes miedo entonces?

Ness: De nada.

La voz de Zac era tan delicada, pensó. Tan terriblemente delicada.

Zac: Pero estás tensa -con sus dedos largos y delgados, comenzó a acariciarle los hombros. Se incorporó y posó sus labios, tan fríos y vigorizantes como la brisa, en su sien-. Dime de qué tienes miedo.

Ness: De esto -alzó las manos y las posó en su pecho con intención de empujarlo-. No sé cómo luchar contra lo que estoy sintiendo.

Zac: ¿Y por qué tienes que hacerlo? -acarició lentamente la cintura de Ness, atónito ante la fuerza del deseo que sentía crecer en él-.

Ness: Es demasiado pronto -pero ya no intentaba apartarlo-. 

Su resolución estaba evaporándose, convirtiéndose en una necesidad palpitante, ardiente.

Zac: ¿Pronto? -soltó una tensa carcajada mientras enterraba el rostro en su cuello-. Ya han pasado siglos.

Ness: Zachary, por favor.

Había urgencia en su voz, una súplica débil e incontestable al mismo tiempo. Zac supo, cuando sintió vibrar su cuerpo bajo el suyo, que podía tenerla. Con la misma certeza que supo, cuando bajó la mirada y vio la confusión que reflejaban sus ojos, que después de que lo hiciera, Ness podría no perdonarlo.

El deseo latía dentro de él. Era una sensación nueva y frustrante. Dio media vuelta y se levantó. De espaldas ella, observó correr el agua en el arroyo.

Zac: ¿Sueles volver locos a todos los hombres?

Ness apretó las rodillas contra su pecho.

Ness: No, por supuesto que no.

Zac: Entonces supongo que soy un hombre con suerte.

Elevó los ojos al cielo. Quería volver allí. Solo. Libre. Oyó la hierba crujir mientras Ness se levantaba y se preguntó si realmente podría volver a ser libre otra vez.

Zac: Te deseo, Ness.

Ness no dijo nada. No podía. Ningún hombre le había dicho nunca aquellas tres palabras tan sencillas. Y aunque lo hubieran hecho otros mil, no habría importado. Nadie las habría pronunciado nunca de aquella manera.

Impulsado por el silencio de Ness, Zachary dio media vuelta. Acababa de dejar de ser su amable y ligeramente extraño paciente para pasar a ser un hombre furioso, sano y obviamente peligroso.

Zac: Maldita sea, Ness, ¿se supone que no tengo que decir nada, que no puedo sentir nada? ¿Esas son las normas vigentes aquí? Pues bien, al diablo con ellas. Te deseo, y si continúo cerca de ti, terminaré teniéndote.

Ness: ¿Teniéndome? -Hasta ese momento, sentía que su cuerpo estaba demasiado débil y excitado para enfadarse. Pero la furia la llenó a tal velocidad que se enderezó como una flecha-. ¿Qué? ¿Como un coche lujoso o un piso? Puedes desear lo que quieras, Zac, pero cuando tus deseos me incluyen a mí, supongo que yo también tengo algo que decir.

Estaba magnífica. Insoportablemente vivaz, con aquella furia en sus ojos y las flores flotando en su pelo. La recordaría así, siempre.  Lo sabía, al igual que sabía que serían sentimientos agridulces los que despertarían aquellos recuerdos. Su propio genio lo impulsó a dar un paso adelante.

Zac: Puedes decir todo lo que quieras -la tomó con ambas manos y la estrechó contra él-. Pero yo también tendré algo antes de irme.

En aquella ocasión, Ness se resistió. Era orgullo... orgullo y enfado lo que la hacía intentar liberarse. Pero entonces Zac la abrazó, atrapando su cuerpo irremediablemente contra al suyo. Ness lo habría insultado, pero Zac cerró la boca sobre sus labios.

No fue como la primera vez. En aquella ocasión, Zac la había seducido, persuadido, tentado. En ese momento, la estaba poseyendo. No solo como si tuviera derecho a hacerlo, sino, simplemente, tomando lo que quería. Su amortiguada protesta fue desatendida, sus resistencias ignoradas. El pánico descendía por su espalda, pero murió ahogado en el más puro deseo.

Ness no quería ser forzada. Quería que le dejaran alguna opción. Pero era su mente la que hablaba. Tenía razón; era razonable. Pero su cuerpo dio un paso hacia adelante, dejando todos los argumentos del intelecto tras él. Se revelaba en su fuerza, en su tensión, incluso en su genio. Se estaban encontrando poder contra poder.

La sentía viva entre sus brazos, haciéndole olvidarse de quién, dónde y por qué. Cuando sentía aquel sabor cálido e intenso en sus labios, ni otro mundo ni otro tiempo existían. Para él era algo nuevo, tan excitante y aterrador como para ella. Irresistible. Era incapaz de pensar. No podía pensar. Pero la sentía tan irresistible como la gravedad que aferraba su pies a la tierra, tan persuasiva como el deseo que hacía precipitarse su pulso.

Le hizo echar la cabeza hacia atrás y se sumergió en la aterciopelada humedad de sus labios expectantes.

El mundo daba vueltas. Con un gemido, Ness pasó las manos por su espalda y terminó aferrándose desesperadamente a sus hombros. Quería que todo siguiera dando vueltas, girando locamente, hasta dejarla mareada, sin respiración, sin fuerzas. Podía oír el murmullo del agua, el susurro de la brisa entre los pinos. Y sabía que en realidad sus pies estaban firmemente aferrados al suelo. Pero el mundo daba vueltas.

Y ella estaba enamorada.

De su garganta escapó un sonido sordo, de abandono. A él. A sí misma.

Zac musitó su nombre. Una flecha abrasadora lo atravesó mientras el deseo giraba dolorosamente hacia un nuevo e inexplorado sentimiento. Apretó inconscientemente la mano con la que había estado acariciando su pelo. Y al hacerlo estrujó los pétalos de una flor. Una fragancia, dulce y agonizante, se elevó en el aire.

Zac retrocedió, asombrado. La flor continuaba en su mano, frágil y mutilada. Su mirada vagó hasta los labios de Ness, todavía henchidos por la presión de los suyos. Le temblaban los músculos.  Una oleada de disgusto crecía en su interior.

Nunca, jamás en su vida, había forzado a una mujer. La mera idea le resultaba aborrecible. El más vergonzoso de los pecados. Le resultaba imperdonable... Y más imperdonable todavía porque Ness le importaba como nunca le había importado alguien.

Zac: ¿Te he hecho daño? -consiguió decir-.

Ness sacudió rápidamente la cabeza. Demasiado rápidamente. ¿Daño? pensó. Eso no era nada. Estaba completamente devastada. Con un solo beso había conseguido destrozarla, demostrarle que su voluntad podía desmoronarse y su corazón perderse.

Zac no se disgustaría. Se volvió hasta que estuvo seguro de que estaba suficientemente controlado como para hablar racionalmente. Pero no podía disculparse por desear o por tomar lo que tanto deseaba. Porque sabía que no podría tener nada de ella cuando se marchara.

Zac: No puedo prometerte que no sucederá otra vez, pero haré todo lo que pueda para intentarlo. Ahora deberías volver al trabajo.

¿Eso era todo?, se preguntó Ness. Después de haber desnudado sus sentimientos hasta sus huesos, ¿podría pedirle tranquilamente que volviera a casa? Abrió la boca para contestar, y estaba a punto de dar un paso hacia él cuando se detuvo.

Zac tenía razón, por supuesto. Lo que había ocurrido no volvería a ocurrir nunca más. Eran dos desconocidos, por mucho que su corazón se empeñara en decirle lo contrario. Sin decir una sola palabra, se volvió y lo dejó solo en el arroyo.

Tiempo después, Zac abrió la mano en la que tenía la flor herida, la dejó caer al agua y la observó alejarse en el agua.


3 comentarios:

Lu dijo...

Me encanto! Ness deberia dejarse llevar y dejar de negar lo que siente por Zac.
En cuanto a Zac creo que no quiero que se vaya de ahi, y deje a Ness sola.


Sube pronto :)

Caromi dijo...

Awww pobre Zac u.u
y ni si quiera sabe que hacer.
Todo lo que dice me hace sentir que la humanidad actualmente es bastante estupida xD
Espero que por fin Ness le acepte!!
Sube el siguiente capi pronto pleasee

Maria jose dijo...

Espero que vanessa lo acepte
Muy bueno el capitulo
Zac esta algo perdido
Ya quiero seguir leyendo
Sube pronto
Saludos!!!

Publicar un comentario

Perfil