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viernes, 22 de marzo de 2019

Capítulo 2


La lluvia había amainado cuando Zac se despertó. Ya solo se oía un constante siseo y su tamborileo contra las ventanas. Era tan relajante como una cinta para dormir. Zac permaneció muy quieto durante unos minutos, recordando dónde estaba y devanándose los sesos intentando recordar por qué.

Había soñado algo sobre luces resplandecientes y un agujero negro. Los sueños habían empapado su piel de sudor y habían acelerado los latidos de su corazón. Había tenido que hacer un serio esfuerzo para estabilizarlo.

Los pilotos tenían que tener un gran dominio sobre sus cuerpos y sus sentimientos. A menudo tenían que tomar decisiones en cuestión de segundos, incluso dejándose llevar únicamente por la intuición. Y los rigores del vuelo requerían un cuerpo disciplinado y saludable.

Él era piloto. Mantuvo los ojos cerrados y se concentró en ello. Él siempre había querido volar. Había recibido una buena preparación. Se le secó la boca mientras luchaba por recordar... cualquier cosa, cualquier pieza diminuta de información.

Las ISF. Apretó los puños hasta que estabilizó nuevamente su pulso. Había estado con las ISF y alcanzado el grado de capitán. Capitán Efron. Ese era un dato correcto, estaba seguro. Capitán Zachary Efron. Zac. Todo el mundo lo llamaba Zac, excepto su madre. Una mujer alta y muy atractiva, de genio rápido y risa fácil.

Una nueva oleada de emoción lo sacudió. Podía verla. De alguna manera, aquello, más que ninguna otra cosa, le proporcionaba una sensación de identidad. Tenía familia, no pareja, de eso estaba seguro, pero sí unos padres y un hermano. Su hermano... Dylan.  Zac dejó escapar un quedo suspiro mientras el nombre y la imagen se conformaban en su mente. Dylan era brillante, impulsivo y cabezota.

Como comenzó a dolerle la cabeza, dejó escapar aquel recuerdo. Ya era suficiente.

Abrió los ojos lentamente y pensó en Ness. ¿Quién era aquella mujer? No solo una mujer preciosa de pelo oscuro y ojos de gato. Ser guapa era fácil, incluso algo corriente. Pero Ness no le había parecido una mujer vulgar. Quizá fuera aquel lugar. Frunció el ceño mientras miraba los troncos de las paredes y el cristal reluciente de las ventanas. Allí no había nada normal. Y, desde luego, ninguna mujer de las que hasta entonces había conocido habría elegido vivir en un lugar como aquel. Sola.

¿De verdad habría nacido en aquella cama o habría sido una broma? Se le ocurrió a Zac que gran parte de su conducta era extraña, y quizá todo aquello fuera una broma que él no alcanzaba a comprender.

Una antropóloga cultural, le había dicho. Eso podría explicarlo. Era posible que hubiera caído en medio de algún tipo de experimento, una simulación. Por alguna razón, Vanessa Hudgens debía estar viviendo a la manera de la época que estaba estudiando. Era extraño, desde luego, pero en lo que a él concernía, la mayoría de los investigadores eran un poco raros. Él, por supuesto, entendía que alguien intentara mirar hacia el futuro, pero no entendía que alguien quisiera hundirse en el pasado. El pasado era algo que no se podía cambiar o arreglar, de modo que ¿para qué estudiarlo?

En cualquier caso, aquello no era asunto suyo.

Estaba en deuda con ella. Por lo que había llegado a comprender hasta entonces sobre lo que le había pasado, podría haber muerto si ella no hubiera ido a buscarlo. Tendría que devolverle el favor en cuanto hubiera recuperado todas sus energías. Lo complacía comprender que él era un hombre que saldaba sus deudas.

Vanessa Hudgens. Ness. Repitió mentalmente su nombre y sonrió. Le gustaba cómo sonaba, la suavidad de su pronunciación. Suave como sus ojos. Una cosa era ser guapa y otra muy distinta tener unos ojos maravillosamente aterciopelados. Se podía cambiar el color, la forma de unos ojos, pero nunca su expresión. Quizá fuera eso lo que la hacía tan atractiva. Todo lo que sentía parecía asomar a sus ojos.

Había conseguido despertar una gran variedad de sentimientos en ella, pensó Zac mientras se sentaba en la cama. Preocupación, miedo, diversión, deseo. Y ella había conseguido conmoverlo a él. Incluso en medio de su confusión, había sentido la intensa y saludable respuesta de un hombre a una mujer.

Dejó caer la cabeza entre las manos al sentir que empezaba a darle vueltas. Su cuerpo podía estar ardiendo de deseo por Ness Hudgens, pero estaba muy lejos de poder hacer nada al respecto.  Más que un poco disgustado, se recostó contra la almohada. Necesitaba descansar un poco más, se dijo. Un día o dos permitiendo que su cuerpo sanara lo ayudarían a recuperar la memoria. De momento, ya sabía quién era y dónde estaba. El resto llegaría más adelante.

Le llamó la atención un libro que había sobre la mesilla de noche. Siempre le había gustado leer, casi tanto como volar. Había preferido las palabras impresas a los discos y las cintas. Ese era otro recuerdo sólido. Satisfecho con él, Zac tomó el libro.

El título lo dejó estupefacto. Viaje a Andrómeda parecía un título bastante estúpido para un libro, especialmente cuando pretendía ser un libro sobre ciencia ficción. Cualquiera podía viajar a Andrómeda en un fin de semana libre, siempre y cuando estuviera dispuesto a morir de aburrimiento. Con el ceño ligeramente fruncido, comenzó a hojear el libro. Y entonces fijó la mirada en el copyright.

Debía estar equivocado. Un frío sudor volvió a empapar su cuerpo. Aquello era ridículo. El libro que sostenía entre las manos era nuevo y, por el aspecto de sus páginas, se diría que jamás había sido abierto. Algún error estúpido, se dijo a sí mismo, pero tenía la boca completamente seca. Tenía que ser un error. ¿Cómo si no podía tener entre sus manos un libro que había sido escrito casi tres siglos atrás?


Concentrada en su trabajo, Ness ignoró el pequeño dolor que sentía en el centro de la espalda. Sabía perfectamente que la postura era importante cuando llevaba horas escribiendo, pero en cuanto se perdía en una de aquellas civilizaciones arcaicas, se olvidaba de todo lo demás.

No había comido nada desde el desayuno, y el té que se había llevado estaba frío como el hielo. Las notas y los libros de referencia estaban extendidos por doquier, junto a la ropa que todavía no había recogido y una pila de periódicos. Se había quitado los zapatos y tenía los pies sobre la silla. De vez en cuando, dejaba de teclear para empujar suavemente sus gafas redondas y fijarlas nuevamente en su nariz.

No se podía discutir que la introducción de algunos instrumentos modernos había tenido fuertes y no siempre positivos efectos sobre la cultura de los Kolbar. Los isleños habían permanecido, durante la segunda mitad del siglo veinte, fieles a su cultura tradicional y no habían buscado ningún tipo de integración con las modernas sociedades industriales de la zona. Lo que podía ser visto por algunos como influencias convenientes, como la del progreso médico, industrial y educativo, era más a menudo...

Zac: Ness.

Ness: ¿Qué? -pronunció aquella palabra con un siseo de enfado antes de volverse-. Oh. -Vio a Zac, pálido y tembloroso, apoyándose con una mano en el marco de la puerta y con la otra en la pared-. ¿Qué haces levantado, Efron? Te dije que me llamaras si necesitabas algo.

Irritada con él y con aquella interrupción, se levantó para ayudarlo a sentarse. Pero en cuanto le tocó el brazo, él retrocedió.

Zac: ¿Qué llevas en la cara?

Su tono de voz hizo que Ness se humedeciera los labios con gesto de preocupación. Había furia y un dejo de terror en su voz. Una combinación peligrosa.

Ness: Gafas. Unas gafas para leer.

Zac: Ya sé lo que son, maldita sea. ¿Pero por qué las llevas?

«Tranquila», se advirtió Ness a sí misma. Lo agarró suavemente del brazo y le habló como si estuviera intentando tranquilizar a un león herido.

Ness: Las necesito para trabajar.

Zac: ¿Y por qué no te los has arreglado?

Ness: ¿Te refieres a las gafas?

Zac apretó los dientes.

Zac: Los ojos. ¿Por qué no te han arreglado la vista?

Con recelo, Ness se quitó las gafas y las escondió tras su espalda. Zac sacudió pesaroso la cabeza.

Zac: Quiero saber qué quiere decir esto.

Ness miró el libro que Zac sostenía en la mano y blandía beligerante frente a su rostro. Se aclaró la garganta.

Ness: No sé lo que quiere decir porque todavía no lo he leído. Supongo que lo dejó allí mi padre, es muy aficionado a la ciencia ficción.

Zac: Eso no es lo que... -paciencia, se dijo a sí mismo. Nunca le había sobrado y aquel era un buen momento para hacer acopio de la poca que pudiera reunir-. Ábrelo y mira el copyright.

Ness: De acuerdo. Lo haré si te sientas. No tienes buen aspecto.

Zac alcanzó la silla con dos grandes zancadas. 

Zac: Ábrelo y lee la fecha.

Las heridas en la cabeza a menudo provocaban conductas erráticas, pensó Ness. No creía que fuera peligroso, pero de todas formas decidió que era preferible seguirle la corriente.

Ness: Mil novecientos ochenta y nueve -intentó esbozar una sonrisa-. Acabado de salir de imprenta.

Zac: ¿Se supone que eso es una broma?

Ness: No estoy segura -estaba furioso, comprendió Ness. Y asustado-. Zachary -pronunció suavemente su nombre mientras se sentaba a su lado-.

Zac: ¿Ese libro tiene algo que ver con tu trabajo? 

Ness: ¿Con mi trabajo? -Aquella pregunta la dejó tan desconcertada que lo miró con el ceño fruncido. Después se volvió hacia el ordenador que tenía tras ella-. Soy antropóloga. Eso significa que estudio...

Zac: Ya sé lo que significa -la paciencia podía ser una maldición. Indignado, le arrebató el libro-. Lo que quiero saber es qué significa esto.

Ness: Solo es un libro. Tratándose de mi padre, seguramente será una obra mediocre de ciencia ficción sobre invasiones procedentes del planeta Kriswold. Ya sabes, mutantes, pistolas láser y guerreros del espacio. Ese tipo de cosas -le tomó la mano-.  Y ahora déjame llevarte otra vez a la cama. Después te prepararé una sopa.

Zac la miró, vio su dulce mirada desbordante de preocupación y su consoladora sonrisa. Y sus nervios. Sus ojos volaron hacia la mano que descansaba casi protectoramente sobre la suya, a pesar de que era evidente que la había asustado. Había una conexión entre ellos. Pero era absurdo creer algo así, casi tanto como creer en la fecha del libro.

Zac: A lo mejor me he vuelto loco. 

Ness: No -se olvidó inmediatamente del miedo y elevó la mano hacia el rostro de Zachary, intentando tranquilizarlo como hubiera hecho con cualquiera que pareciera tan terriblemente perdido como él-. Solo estás herido.

Zac cerró los dedos con una fuerza sorprendente sobre su muñeca.

Zac: ¿Habrá salido de un banco de recuerdos? Sí, quizá. Ness... -sus ojos habían adquirido una repentina intensidad; parecían casi desesperados-. ¿Qué día es hoy?

Ness: Veinticuatro o veinticinco de mayo. He perdido la cuenta.

Zac: No, la fecha completa -luchó para imprimir alguna calma a su voz-. Por favor.

Ness: De acuerdo, probablemente sea martes, veinticinco de mayo de mil novecientos ochenta y nueve. ¿Qué te parece?

Zac: Estupendo.

Haciendo acopio de hasta la última brizna de control que le quedaba, le sonrió. Uno de ellos estaba loco, y le encantaría que fuera ella.

Zac: ¿Tienes algo de beber, aparte de infusiones?

Ness frunció el ceño un instante. Pero pronto su rostro se aclaró.

Ness: Brandy. Hay brandy en el piso de abajo. Espera un momento.

Zac: Sí, gracias.

Zac esperó hasta que la oyó bajar las escaleras. Entonces, con mucho cuidado, se levantó y abrió el primer cajón que encontró a mano. Tenía que haber algo en aquel ridículo lugar que pudiera indicarle dónde estaba.

Encontró lencería, perfectamente doblada a pesar del caos de la habitación. Frunció el ceño un momento, mientras observaba los estilos y materiales. Ness le había dicho que no tenía pareja, pero era evidente que llevaba ropa interior que gustaba a los hombres. Aparentemente, prefería el romanticismo de otras épocas en lo que se refería a la ropa interior. Más nervioso todavía ante la imagen de Ness con aquellas minúsculas prendas oscuras de encaje, empujó el cajón.

El siguiente cajón estaba tan ordenado como el anterior. En él había vaqueros y pantalones deportivos. Fijó su atónita mirada en una cremallera, la subió y la bajó lentamente y después volvió a dejar los vaqueros en su lugar. Enfadado, se volvió y se acercó al escritorio, donde continuaba zumbando el ordenador. Tuvo tiempo de pensar que se trataba de una máquina ruidosa y arcaica antes de tropezar con la pila de periódicos. No leyó los titulares ni estudió las fotografías. Sus ojos volaron inmediatamente hacia la fecha.

Veintitrés de mayo de mil novecientos ochenta y nueve.

Se le encogió el estómago. Ignorando el repentino zumbido de los oídos, se agachó para tomar un periódico. Las palabras bailaban delante de sus ojos. Algunas hacían referencia a conversaciones sobre armamento... Sobre armamento nuclear y peligros en Oriente Medio. Había un chiste sobre la derrota de los Bravos a manos de los Marinos. Muy lentamente, sabiendo que las piernas podían fallarle en cualquier momento, se dejó caer en una silla.

Era terrible para ser verdad, pensó aturdido. Demasiado terrible, pero no era Ness la que se había vuelto loca.

Ness: ¿Zachary? -en cuanto vio su rostro, Ness entró precipitadamente en la habitación y estuvo a punto de derramar el brandy-. Estás blanco como el papel.

Zac: No es nada -tendría que tener mucho cuidado a partir de su descubrimiento. Mucho cuidado-. Creo que me he levantado demasiado rápido.

Ness: Esto te vendrá bien -sostuvo la copa hasta que Zachary la agarró con firmeza con ambas manos-. Bébetelo despacio -empezó a decir, pero para entonces Zac ya se lo había terminado.  Meciéndose sobre los talones, Ness lo miró con el ceño fruncido-. Después de esto, o te pones bien, o vuelves a desmayarte otra vez.

El brandy era un artículo auténtico, no una alucinación, decidió Zac. Lo sentía como una lengua de fuego aterciopelado descendiendo por su garganta.  Cerró los ojos y dejó que el fuego se extendiera por su cuerpo.

Zac: Todavía estoy un poco desorientado. ¿Cuánto tiempo he estado aquí?

Ness: Te traje ayer por la noche. -El color había vuelto a su rostro, advirtió. Su voz sonaba más tranquila, más controlada. Cuando sus músculos se relajaron, Ness fue consciente de lo tensa que había estado hasta entonces-. Supongo que cuando vi que te estrellabas debían de ser cerca de las doce.

Zac: ¿Lo viste?

Ness: Bueno, vi el resplandor y oí el golpe -sonrió y estaba tomándole el pulso cuando Zac volvió a abrir los ojos-. Por un momento, pensé que era un meteoro, un OVNI o algo parecido.

Zac: ¿Un... Un OVNI? -repitió aturdido-.

Ness: No es que yo crea en extraterrestres ni en naves espaciales y ese tipo de cosas, pero a mi padre siempre lo han fascinado. En seguida me di cuenta de que era un avión -Zac volvía a mirarla fijamente, advirtió Ness, pero era curiosidad más que enfado lo que mostraban sus ojos-. ¿Te encuentras mejor?

Zac no podía ni empezar a explicarle cómo se encontraba. Y tenía la vaga sensación de que para todos sería lo mejor. Tenía que pensar antes de poder decir nada.

Zac: Un poco -esperando todavía que todo aquello fuera un extraño error, sacudió el periódico que tenía en la mano-. ¿De dónde has sacado esto?

Ness: Estuve en Brookings hace un par de días. Eso está a unos cien kilómetros de aquí. Fui a comprar comida y algunos periódicos -miró con aire ausente el ejemplar que sostenía Zac en la mano-. Todavía no he podido leer ninguno, así que casi todo son noticias atrasadas.

Zac: Sí -miró el resto de periódicos que continuaba en el suelo-. Noticias atrasadas.

Con una carcajada, Ness se levantó y comenzó a ordenar la habitación.

Ness: En esta casa, siempre me he sentido muy aislada, más incluso que cuando estoy haciendo trabajo de campo a cientos o miles de kilómetros de mi casa. Podríamos haber establecido una colonia en Marte y yo no me enteraría hasta que no terminara la tesis.

Zac: Una colonia en Marte -murmuró sintiendo que se le hundía el estómago mientras volvía a mirar el periódico-. Creo que todavía tendrás que esperar cerca de un siglo.

Ness: Siento tener que perderme algo así -con un suspiro, miró hacia la ventana-. Está lloviendo otra vez. A lo mejor podemos ver el pronóstico del tiempo en los informativos de la mañana -después de abrirse paso entre los libros, se acercó a un pequeño televisor portátil-.

Al cabo de unos segundos, apareció una imagen borrosa en la pantalla. Ness se pasó la mano por el pelo y decidió ver la televisión sin gafas.

Ness: El tiempo deberían darlo en... ¿Zachary? -inclinó la cabeza hacia un lado, fascinada por la expresión estupefacta de Zac-. Juraría que no has visto un televisor en tu vida.

Zac: ¿Qué?

Zachary recobró la compostura al tiempo que deseaba que le ofrecieran otro brandy. Un televisor. Había oído hablar de ellos, por supuesto, de la misma forma que Ness habría oído hablar de los coches de caballos.

Zac: No sabía que tenías un televisor.

Ness: Somos un poco rústicos. No primitivos -lo miró con los ojos entrecerrados al oír su carcajada atragantada-. A lo mejor deberías tumbarte otro rato.

Zac: Sí -y cuando volviera a despertarse, descubriría que todo aquello había sido un sueño-. ¿Te importa que me lleve esos periódicos?

Ness se levantó para ayudarlo a levantarse. 

Ness: No sé si deberías leer.

Zac: Creo que esa es la última de mis preocupaciones. -Descubrió que en aquella ocasión la habitación no le daba vueltas, pero continuaba siendo un gran consuelo poder pasar el brazo por sus hombros-. Ness, si me despierto y descubro que todo esto ha sido una ilusión, quiero que sepas que has sido la mejor parte de ella.

Ness: Eres muy amable.

Zac: Lo digo en serio.

El brandy y su propia debilidad estaban apoderándose nuevamente de él. Sentía la mente como si hubiera sufrido una insolación y no estaba en condiciones de resistirse. Ness no tuvo muchos problemas para llevarlo a la cama. Pero cuando llegaron, Zac continuó con el brazo alrededor de sus hombros, y allí lo dejó mientras se acercaba a ella para rozar sus labios.

Zac: La mejor parte.

Ness retrocedió al instante. Zac se había quedado dormido y ella sentía el pulso latiéndole a toda velocidad.

¿Quién era Zachary Efron? Aquella pregunta estuvo interrumpiendo el trabajo de Ness durante toda la noche. Su interés por los isleños de Kolbarí no podía competir con su creciente fascinación por aquel inesperado y confuso huésped.

¿Quién era y qué iba a hacer con él? El problema era que tenía toda una lista de preguntas sin respuestas para aplicarle a su extraño paciente. Zachary Efron. Ness era una experta en hacer listas y también una mujer que se conocía a sí misma lo suficientemente bien como para ser consciente de que todas sus cualidades organizativas estaban alimentadas por su trabajo.

¿Quién era él? ¿Y qué haría volando en medio de una tormenta? ¿De dónde había salido y hacia dónde se dirigía? ¿Por qué una simple novela le provocaba terror? ¿Y por qué la había besado?

Ness puso fin a sus pensamientos en aquel momento. Aquella pregunta en particular no era en absoluto importante, se recordó a sí misma. Y tampoco el que la hubiera o no besado era la cuestión que debía preocuparla. Lo había hecho por gratitud, decidió. Y comenzó a morderse la uña del pulgar. Solo estaba intentando demostrarle que le estaba agradecido. Ness comprendía que un beso era, o podía ser, un gesto completamente natural. Era parte de la cultura del Oeste. Durante siglos, había sido algo tan intrascendente como una sonrisa o un apretón de manos. Era un signo de amistad, afecto, simpatía y gratitud. Y deseo. Se mordió con más fuerza la uña.

No todas las sociedades hacían uso del beso, por supuesto. Muchas culturas tribales...Ya estaba sentando cátedra otra vez, pensó disgustada. Miró hacia sus manos. Y se estaba mordiendo las uñas. Eso era una mala señal.

Lo que necesitaba era sacarse de la cabeza a Efron durante un rato y alimentarse bien. Llevándose una mano al estómago, se levantó. En aquel estado, no podía seguir trabajando, de modo que bien podría aprovechar para comer algo.

Como la habitación de Zachary estaba a oscuras, pasó por delante, diciéndose a sí misma que ya comprobaría cómo se encontraba cuando volviera. Indudablemente, dormir era mucho más importante para su recuperación que otra comida.

Oyó el retumbar de un trueno mientras bajaba las escaleras. Otra mala señal, pensó. A ese ritmo, tardarían días en poder bajar de las montañas.

A lo mejor ya había alguien que lo estaba buscando. Amigos, familiares, compañeros de trabajo. Una esposa, una amante. Todo el mundo tenía a alguien.

Buscó a tientas la luz de la cocina mientras el cielo se alumbraba con el primer relámpago. No tardaría en sonar un trueno, decidió mientras abría la puerta del frigorífico. Como no encontró nada que le apeteciera, buscó en los armarios. Una noche como aquella, pedía disfrutar de un buen cuenco de sopa frente al fuego. Y sola.

Suspiró mientras abría la lata. Últimamente había estado empezando a pensar en lo de estar sola. Como antropóloga, conocía las razones de su reciente preocupación. Vivía en una cultura de parejas. Los solteros, los desemparejados, recordó con una sonrisa, tanto hombres como mujeres, a menudo se sentían insatisfechos y tristes en soledad. Sutil, y no tan sutilmente, los medios de comunicación los bombardeaban con los supuestos placeres de las relaciones de pareja. Las familias presionaban a los solteros para que se casaran y continuaran la saga familiar. Los amigos bien intencionados ofrecían ayuda y consejos, que generalmente nadie les pedía, con el fin de ayudarlos a encontrar pareja. El ser humano estaba programado, casi desde el nacimiento, para buscar y encontrar compañía en alguien del sexo contrario.

Quizá fuera esa la razón por la que ella se había resistido. Un análisis interesante, reflexionó Ness mientras removía la sopa. El deseo de individualidad y autosuficiencia le había sido inculcado desde el nacimiento. Haría falta una persona muy especial para que deseara compartir algo con ella. Había tenido muy pocas citas estando en el instituto. Y el mismo patrón de relaciones se había reproducido en la universidad. No estaba interesada en ellas.

Bueno, eso no era del todo cierto. Había tenido interés, el problema era que casi siempre su interés había sido científico. Nunca había conocido a un hombre que la deslumbrara lo suficiente como para evitar que continuara haciendo listas y formulando hipótesis. Profesora Hudgens, la llamaban en el instituto. Y todavía le dolía. En la universidad, la habían considerado como una suerte de virgen profesional. Ella lo detestaba y había hecho todo lo posible para ignorarlo, dedicando a los estudios todas sus energías. Su personalidad la había ayudado a hacer amigos de ambos sexos. Pero las relaciones íntimas eran cuestión aparte.

Tras haber analizado todos aquellos datos, decidió que nunca había habido nadie que la hubiera hecho.... bueno, anhelarlas. Sí, ese era el término apropiado.

Y suponía que no había un solo hombre en el planeta que pudiera hacerle anhelar una relación.

Con la cuchara de madera en mano, se volvió para sacar un cuenco. Por segunda vez, vio a Zac en el marco de la puerta. Soltó un grito amortiguado y la cuchara salió volando por la cocina. Un relámpago iluminó la habitación, que casi inmediatamente se sumió en una total oscuridad.

Zac: ¿Ness?

Ness: Maldita sea, Efron. Me gustaría que no hicieras eso -hablaba casi sin respiración mientras buscaba una vela en los cajones-. Me has dado un susto de muerte.

Zac: ¿Me creerías si te dijera que soy uno de los mutantes de Andrómeda?

Había una sequedad en sus palabras que hizo que Ness arrugara la nariz.

Ness: Ya te he dicho que yo no leo esas tonterías -cerró un cajón, pillándose el pulgar, soltó una maldición y abrió otro cajón-. ¿Dónde estarán esas estúpidas cerillas?

Se volvió y chocó contra el pecho de Zac en medio de la oscuridad. Un nuevo relámpago iluminó el rostro de su huésped. Y bastó aquella visión fugaz para que a Ness se le secara la boca: Zachary tenía un aspecto imponente, fuerte y peligroso.

Zac: Estás temblando -su voz era un susurro casi imperceptible, pero la agarraba con fuerza por los hombros-. ¿Estás asustada?

Ness: No, yo...

Ness no era una mujer a la que la asustara la oscuridad. Y, desde luego, no era una mujer que temiera a los hombres... intelectualmente hablando. Pero estaba temblando. Las manos que había posado sobre el pecho desnudo de Zachary temblaban. Y el intelecto no tenía nada que ver con aquella reacción.

Ness: Tengo que encontrar las cerillas.

Zac: ¿Por qué has apagado las luces?

Ness olía maravillosamente bien, pensó. En aquella fría y absoluta oscuridad, podía concentrarse en su fragancia.  Era ligera y casi pecadoramente femenina.

Ness: No las he apagado yo. La tormenta ha cortado la electricidad -Zachary tensó los dedos sobre su brazo con tanta fuerza que la hizo jadear-. ¿Zachary?

Zac: Zac -un rayo volvió a iluminarlos y Ness advirtió que la mirada de Zac se había oscurecido. En aquel momento la tenía fija en la ventana, en la tormenta-. La gente me llama Zac.

Cedió la tensión de su mano. Y aunque Ness estaba obligándose a relajarse, bastó el sonido de un trueno para que se sobresaltara.

Ness: Me gusta más Zachary -comentó, esperando que su voz sonara alegre y natural-. Así que tendremos que reservarlo para las ocasiones especiales. Ahora tienes que soltarme.

Zac deslizó las manos hasta las muñecas de Ness y se separó ligeramente de ella.

Zac: ¿Por qué?

A Ness se le quedó la mente en blanco. Bajo las palmas de las manos, sentía los firmes y fuertes latidos del corazón de Zac. Lentamente, Zac alzó las manos hasta sus codos y comenzó a trazar eróticos círculos con los pulgares en la zona más sensible de su piel. Ness ya no podía verlo, pero podía saborear el cálido aliento que se abría paso entre sus labios.

Ness: Yo... -sentía cómo iba aflojándose cada uno de los músculos de su cuerpo-. No... -casi se ahogó al pronunciar aquella palabra mientras retrocedía-. Tengo que encontrar las cerillas.

Zac: Como tú digas.

Inclinándose débilmente contra el mostrador, comenzó a buscar de nuevo en los cajones. Después de encontrar la caja, tardó al menos un minuto en poder encender una cerilla. Pensativo, con las manos hundidas en los pantalones, Zac observaba bailar aquella pequeña llama. Ness encendió dos velas y le tendió una a él.

Ness: Estaba calentando sopa, ¿te apetece?

Zac: Muy bien.

Mantenerse ocupada la ayudaba a tranquilizarse. 

Ness: Supongo que te encuentras mejor.

Zac curvó los labios en una sonrisa carente de humor cuando pensó en las horas que había permanecido tumbado en medio de la oscuridad, deseando recuperar por completo la memoria.

Zac: Supongo que sí.

Ness: ¿Te duele la cabeza?

Zac: No mucho.

Ness sirvió el agua para el té y lo colocó todo meticulosamente en una bandeja.

Ness: Yo pensaba cenar frente a la chimenea.

Zac: De acuerdo -tomó las dos velas y la siguió-.

La tormenta ayudaba, pensó Zac. Hacía que todo lo que veía, todo lo que hacía, pareciera mucho más irreal. Quizá para cuando cesara la lluvia, ya sabría lo que tenía que hacer.

Ness: ¿Te ha despertado la tormenta? 

Zac: Sí.

No sería aquella la última mentira que le dijera. Aunque sentía tener que servirse de las mentiras, Zac sonrió y se sentó en una silla frente a la chimenea. Había algo encantador en estar en un lugar en el que una tormenta podía dejarlo a uno en la más completa oscuridad, dependiendo de las velas y el fuego de la chimenea. Ningún ordenador podría haber recreado una escena mejor.

Zac: ¿Cuánto tiempo crees que tardará en volver la luz? 

Ness: Una hora -probó la sopa. Aquel sabor casi consiguió tranquilizarla-. Un día -soltó una carcajada y sacudió la cabeza-. Papá siempre hablaba de conectar un generador, pero esa es una de esas cosas que siempre ha dejado pendientes. Cuando éramos pequeñas, a veces cocinábamos en la chimenea los días de invierno. Y dormíamos todos aquí, acurrucados en el suelo, mientras mis padres se turnaban para evitar que se apagara el fuego.

Zac: Te gustaba.

Zac conocía a personas que acampaban en zonas protegidas. Él siempre había pensado que era una locura. Pero cuando Ness hablaba de ello, parecía algo hogareño, acogedor.

Ness: Me encantaba. Supongo que vivir aquí durante los cinco primeros años de mi vida me ayuda a manejarme bien cuando tengo que hacer trabajo de campo en lugares un tanto primitivos.

Estaba relajada otra vez. Zac podía verlo en sus ojos, lo oía en su voz. Aunque estando nerviosa Ness le resultaba definitivamente atractiva, prefería que estuviera relajada. Cuanto más tranquila estuviera, más información podría cosechar.

Zac: ¿Qué época estudias?

Ness: No estudio ninguna época en específico. Me interesa la cultura tribal, principalmente de grupos aislados, y estudiar en ellos los efectos de las herramientas modernas y las máquinas. Cosas como la electricidad cambian los valores sociopolíticos y tradicionales de los humanos. He estudiado culturas extintas, como la de los Aztecas y los Incas -era fácil, decidió. Cuanto más hablara de trabajo, menos tendría que pensar en el inquietante momento de la cocina o en su inexplicable forma de reaccionar ante la cercanía de Zachary-. Estoy pensando en ir a Perú en otoño.

Zac: ¿Cómo empezaste a interesarse por este tipo de cosas?

Ness: Creo que fue en un viaje a Yucatán, cuando era niña, y vi todas esas ruinas maravillosas. ¿Alguna vez has estado en México?

Zac intentó indagar en su pasado y recordó una noche particularmente salvaje en Acapulco.

Zac:  Sí, hace unos diez años -o un par de centurias, pensó, y bajó la mirada hacia el cuenco con el ceño fruncido-.

Ness: ¿Lo pasaste mal?

Zac: ¿Qué?  No. Este té... -bebió otro sorbo-. Me resulta familiar.

Sonriendo, Ness subió las piernas al sofá.

Ness: Mi padre se alegrará de oírlo. Herbal Delight, esa es su empresa. Y todo empezó aquí, en esta cabaña.

Zac bajó la mirada hacia la taza. De pronto, echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

Zac: Yo pensaba que era una leyenda.

Ness: No -lo estudió, con una medio sonrisa en el rostro-. No entiendo dónde le ves la gracia.

Zac: Es difícil de explicar.

¿Debería decirle que en doscientos sesenta y siete años Herbal Delight sería una de las diez más poderosas empresas de la Tierra y sus colonias? ¿Debería decirle que ya no solo se dedicaba a las infusiones, sino que producía combustible orgánico y solo Dios sabía cuántas cosas más? Allí estaba Zac Efron, pensó, cómodamente sentado en la cabaña en la que empezó todo. Advirtió que Ness lo estaba mirando fijamente, como si estuviera a punto de tomarle el pulso otra vez.

Zac: Mi madre solía darme esto cuando tenía... -no estaba seguro de qué enfermedad infantil podía nombrar, pero sí de que no era la fiebre del polvo rojo-. Cada vez que no me encontraba bien.

Ness: Un remedio para todas las enfermedades. Parece que estás recuperando la memoria.

Zac: Recuerdo cosas, pequeñas piezas de información -comentó todavía receloso-. Me resulta más fácil recordar la infancia que lo que pasó anoche.

Ness: Supongo que es normal. ¿Estás casado?

¿Cómo se le habría ocurrido hacerle esa pregunta?, se preguntó Ness, y concentró su atención en el fuego. Zac se alegró de que no lo estuviera mirando cuando asomó una sonrisa a su rostro.

Zac: No. Y no sería prudente desearte si lo estuviera.

Ness se quedó boquiabierta. Se volvió para mirarlo. Rápidamente se levantó, y comenzó a apilar los platos en la bandeja.

Ness: Tengo que llevar esto a la cocina.

Zac: ¿Preferirías que no te lo hubiera dicho?

Ness tuvo que tragar saliva antes de poder pronunciar palabra.

Ness: ¿Decirme qué?

Zac: Que te deseo.

Cerró la mano sobre su muñeca para impedir que se marchara. Lo asombraba y excitaba sentir su pulso latiendo a toda velocidad. Su detenido examen de la prensa no le había dado una sola pista de cómo se relacionaban los hombres y las mujeres en aquella época, pero estaba seguro de que las cosas no podían ser muy diferentes.

Ness: Sí... No.

Sonriendo, le quitó la bandeja de las manos. 

Zac: ¿En qué quedarnos?

Ness: No creo que sea una buena idea -cuando Zac se levantó, retrocedió y sintió el calor del fuego de la chimenea en las piernas-. Zachary...

Zac: ¿Esta es una ocasión especial? -dibujó con un dedo su barbilla y observó sus ojos encenderse con la misma intensidad de las llamas que ardían a su espalda-.

Ness: No.

Era ridículo. Aquel hombre no podía hacerla temblar con solo tocarla. Pero lo único que había hecho había sido tocarla, y ella estaba temblando.

Zac: Cuando me desperté y te vi durmiendo en esa silla, frente a la chimenea, pensé que eras una ilusión -deslizó el pulgar por su labio inferior-. Ahora también me lo pareces.

Pero Ness no se sentía como una ilusión. Se sentía real, terriblemente real. Y estaba asustada.

Ness: Tengo que dejar la chimenea preparada para esta noche, y tú deberías dormir.

Cuadró los hombros, furiosa al darse cuenta de que le sudaban las manos. No tartamudearía, se prometió a sí misma. No se comportaría como una estúpida sin experiencia. Debería manejarlo como la mujer fuerte e independiente que era. Una mujer que sabía exactamente lo que quería.

Ness: No voy a acostarme contigo. No te conozco.

Así que esa era una condición, reflexionó Zac. Después de pensar en ello, descubrió que era bastante dulce y no completamente ilógico.

Zac: De acuerdo. ¿Y cuánto tiempo necesitas?

Ness se quedó mirándolo fijamente. Al cabo de un rato, se pasó las manos por el pelo.

Ness: No sé si estás de broma o no, pero sí que eres el hombre más extraño que he conocido en mi vida.

Zac: Y no sabes hasta qué punto -la vio amontonar la vajilla con mucho cuidado. Tenía manos eficaces, pensó. Un cuerpo atlético y los ojos más vulnerables que había visto en su vida-. Mañana ya nos conoceremos el uno al otro. Entonces podremos acostamos.

Ness se incorporó tan rápidamente que se golpeó la cabeza con la repisa de la chimenea. Maldiciendo, se frotó la cabeza y se volvió hacia él.

Ness: No necesariamente. De hecho, es bastante improbable.

Zac tomó la pantalla de la chimenea y la colocó frente al fuego, exactamente como la había visto hacer a ella anteriormente.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Porque -estaba tan nerviosa que tardó algunos segundos en encontrar las palabras adecuadas-. Yo no hago ese tipo de cosas.

Ness sabía reconocer el auténtico asombro cuando lo veía. Y era asombro lo que reflejaban los ojos de Zac mientras la miraba fijamente.

Zac: ¿Nunca?

Ness: De verdad, Efron, eso no es asunto tuyo.

La dignidad ayudaba, pero no resolvía del todo su zozobra. Mientras se llevaba la bandeja, los cuencos tintinearon peligrosamente. Y habrían terminado hechos añicos en el suelo si él no la hubiera ayudado a recuperar el equilibrio.

Zac: ¿Por qué estás tan enfadada? Yo solo quiero hacer el amor contigo.

Ness: Escucha -tomó aire-. Ya he tenido suficiente. Te hice un favor y no me gusta que ahora insinúes que debería acostarme contigo solo porque... porque a ti te apetezca. No lo encuentro halagador. De hecho, me parece ofensivo que creas que estaría dispuesta a hacer el amor con un desconocido solo porque a ti te parezca conveniente.

Zac inclinó la cabeza, intentando comprenderla. 

Zac: ¿Entonces es inconveniente?

Ness apretó los dientes.

Ness: Escucha, Efron, te llevaré al bar de solteros más cercano en cuanto podamos salir de aquí. Hasta entonces, procura guardar las distancias.

Y sin más, salió dando un portazo de la habitación. Zachary pudo oír el estrépito de los vasos en la cocina. Hundió las manos en los bolsillos mientras comenzaba a subir las escaleras. Las mujeres del siglo veinte eran muy difíciles de entender. Fascinantes, admitió, pero difíciles.

¿Y qué demonios serían los bares de solteros?


2 comentarios:

Caromi dijo...

OMG!
Zac demorate un poquito XD
pobre Ness, esta asustada, y tambien cualquiera si te dicen de la nada que "solo quieren hacer el amor", yo le hubiera metido un golpe con el cuenco XD
Ojala que Zac le explique pronto porque se comporta así
Publica el siguente pronto porfis :)

Maria jose dijo...

Zac fue muy directo
Es muy atrevido
Esta muy buena la novela
Sube pronto
No pude leer por unos dias pero ya regrese
Siguela pronto
Saludos

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