topbella

lunes, 25 de marzo de 2019

Capítulo 3


Zac se sentía prácticamente normal a la mañana siguiente. Normal, se dijo, si se tenía en cuenta que todavía no había nacido. Era una situación extrañísima. Y altamente improbable si se atendía a las más recientes teorías científicas. Además, en el fondo, continuaba aferrándose a la posibilidad de que todo aquello fuera una especie de largo sueño.

Si tenía un poco de suerte, se despertaría en un hospital, todavía impactado y con algún daño cerebral. Pero por el aspecto que iban cobrando las cosas, lo más probable era que hubiera sido arrojado doscientos sesenta y tres años atrás, hasta el primitivo y a menudo violento siglo veinte.

El único recuerdo que tenía de lo que había ocurrido antes de su despertar en el sofá de Ness, era que estaba volando en su nave. No, eso no era del todo exacto. Estaba intentando que su nave volara. Había ocurrido algo. Algo que todavía no era capaz de recordar con nitidez. Pero, fuera lo que fuera, había sido algo importante.

Se llamaba Zachary Efron. Había nacido en el año dos mil doscientos veintidós. Por eso el dos era su número de la suerte, recordó entre risas. Tenía treinta años, desemparejado, era el mayor de dos hijos y antiguo miembro de la Fuerza Internacional Espacial. Había sido capitán, pero desde los últimos dieciocho meses, volaba como independiente. Estaba realizando un trabajo rutinario para la Colonia Brigston de Marte y se había desviado de la ruta habitual por culpa de una lluvia de meteoritos. Y después había ocurrido. Fuera lo que fuera, había ocurrido entonces.

En ese momento, tenía que enfrentarse al hecho de que algo lo había hecho retroceder en el tiempo. Se había estrellado, y no solo contra la atmósfera terrestre, sino contra dos siglos y medio. Él era un piloto sano e inteligente que había ido a parar a una época en la que los científicos consideraban los viajes interplanetarios como una tontería de la ciencia ficción y se dedicaban, increíblemente, a jugar con la fisión nuclear.

Lo mejor de aquella experiencia era que no había muerto y que había aterrizado en una zona solitaria a manos de una maravillosa morena.

Suponía, por tanto, que la situación podía haber sido mucho peor.

El problema en ese momento era averiguar cómo iba a regresar a su propio tiempo. Y vivo.

Se colocó la almohada, se frotó suavemente la barbilla y se preguntó cómo reaccionaría Ness si bajara al piso de abajo y le relatara su historia.

Probablemente, en cuestión de segundos, se descubriría a sí mismo fuera de la casa, llevando encima solamente los pantalones de su padre. O bien Ness llamaría a las autoridades y lo arrastrarían al equivalente, en mil novecientos ochenta y nueve, a una clínica de descanso y rehabilitación. Y no creía que dispusieran de excesivos recursos.

Una de las cosas que más lo irritaban en aquel momento era haber sido tan mal estudiante de historia. Lo que él sabía sobre el siglo veinte apenas podía llenar una pantalla de ordenador. Pero imaginaba que tendrían una manera un tanto primitiva de tratar con un hombre que decía haber estrellado su F27 contra una montaña en un viaje de rutina hacia Marte.

De modo que iba a tener que mantener su problema en secreto. Y para ello, a partir de entonces tendría que tener mucho más cuidado con todo lo que decía. Y hacía.

Era obvio que la noche anterior había dado un paso equivocado. En más de un sentido. Hizo una mueca al recordar cómo había reaccionado Ness ante la simple sugerencia de que pasaran la noche juntos. Era evidente que las cosas se hacían de manera diferente en el pasado... No, se corrigió, en el presente. Y era una pena que no le hubiera prestado más atención a esas antiguas novelas de amor que tanto le gustaba leer a su madre.

En cualquier caso, su problema era mucho más grave que el haber sido rechazado por una mujer atractiva. Tenía que regresar a la nave e intentar reconstruir mentalmente lo ocurrido. Después tendría que convertirlo en realidad. Por lo que podía ver, aquella iba a ser la única forma de volver a casa otra vez.

Ness tenía un ordenador, recordó. Por arcaico que fuera, entre aquel aparato y el mini ordenador que llevaba él en la muñeca, podría calcular una trayectoria. Pero en ese momento lo que le apetecía era ducharse, afeitarse y comerse un par de huevos. Abrió la puerta justo en el momento en el que Ness estaba a punto de entrar.

La taza de café humeante que llevaba la joven en las manos estuvo a punto de terminar sobre el pecho desnudo de Zac. Ness consiguió sostenerla, aunque en el fondo pensaba que Zachary se merecía que le hubiera escaldado el pecho.

Ness: He pensado que a lo mejor te apetecía un café.

Zac: Gracias -advirtió que su voz era fría y tenía la espalda tensa A menos que se equivocara, las mujeres no habían cambiado demasiado. La actitud de fría indiferencia nunca había pasado de moda-. Quiero disculparme -empezó a decir, ofreciendo la mejor de sus sonrisas-. Creo que anoche me salí un poco de órbita.

Ness: Es una forma de decirlo.

Zac: Lo que quiero decir es que... tenías razón y yo estaba equivocado -si eso no funcionaba, era que no sabía nada sobre la naturaleza de las mujeres-.

Ness: De acuerdo -nada la hacía sentirse más incómoda que mantener el mal humor-. Lo olvidaremos.

Zac: ¿Y te parece bien que crea que tienes unos ojos muy bonitos? -la vio sonrojarse, y le pareció todavía más encantadora-.

Ness: Supongo que sí.

Las comisuras de sus labios se elevaron para dar paso a una sonrisa. No se había equivocado con lo de la sangre celta, reflexionó. Y si aquel hombre tenía antecedentes irlandeses, tendría que buscar una forma diferente de tratar con él.

Ness: Si no puedes evitarlo.

Zac le tendió la mano.

Zac: ¿Amigos?

Ness: Amigos.

En cuanto sus manos se rozaron, Ness se preguntó por qué tendría la sensación de que había cometido un error. O de acabar de saltar al vacío. Bastaba que aquel hombre la rozara con la yema de sus dedos para que el pulso se le acelerara de forma vertiginosa. Lentamente, deseando que Zachary no hubiera sido tan obviamente consciente de su reacción, apartó la mano.

Ness: Voy a preparar el desayuno.

Zac: ¿Te parece bien que me dé una ducha?

Ness: Claro. Te enseñaré dónde está todo -sintiéndose más tranquila al tener algo práctico que hacer, se dirigió hacia el pasillo-. Tienes toallas limpias en el armario -abrió una puerta-. Y aquí tienes cuchillas, por si quieres afeitarte -le ofreció una cuchilla y un tubo de espuma-. ¿Te ocurre algo?

Zachary estaba observando aquellos utensilios como si fueran instrumentos de tortura.

Ness: Supongo que estarás acostumbrado a la maquinilla eléctrica, pero aquí no tenemos.

Zac: No -consiguió esbozar una débil sonrisa. Esperaba no cortarse el cuello-. Esto bastará.

Ness: Y cepillo de dientes -intentando no mirarlo, le tendió un cepillo de dientes sin estrenar-. Tampoco tenemos cepillos eléctricos.

Zac: Yo... Puedo arreglármelas sin ese tipo de comodidades.

Ness: Estupendo. Puedes usar toda la ropa que encuentres en el dormitorio que te quede bien. Supongo que hay vaqueros y jerséis. Dentro de media hora, tendré listo el desayuno. ¿Tendrás tiempo suficiente?

Zac: Claro.

Zac todavía tenía la mirada fija en el instrumental que tenía entre las manos cuando Ness cerró la puerta.

Fascinante. Una vez superado el pánico, el miedo y la incredulidad, comenzaba a encontrar fascinante todo lo que le estaba ocurriendo. Estudió la caja del cepillo de dientes sonriendo como un niño que acabara de encontrar un rompecabezas bajo el árbol de Navidad.

Se suponía que había que usar esos objetos unas tres veces al día, recordó. Había oído algo al respecto. Había pastas de diferentes sabores y había que cepillarse los dientes. Sonaba repugnante.  Zac extendió una pequeña cantidad de la crema de afeitar en el dedo. La tocó tentativamente con la lengua. Era repugnante. ¿Cómo podía tolerar alguien una cosa así? Por supuesto, eso ocurría en una época en la que todavía no se habían erradicado las enfermedades de los dientes y las encías con la fluoratina.

Después de abrir la caja, pasó el dedo pulgar por las cerdas del cepillo. Interesante. Hizo una mueca frente al espejo, para estudiar sus dientes. Quizá no debería desperdiciar aquella oportunidad.

Dejó todo sobre el lavabo y se volvió hacia el baño. Era como aquellos que se veían en los vídeos antiguos. La bañera oval, con una solitaria ducha colgando en una de las paredes. Empezaría a llenarla de todas formas. Quizá, cuando regresara a su hogar, podría empezar a escribir un libro.

Pero de momento era más importante averiguar cómo funcionaba la ducha. Sobre el borde de la bañera, había tres pomos. En uno de ellos aparecía una C, en el otro una F y en el tercero una flecha. Zachary los miró con el ceño fruncido. Podía averiguar sin problema que querían decir Caliente y Fría, pero estaba muy lejos de comprender cómo se conseguían las temperaturas individualizadas a las que él estaba acostumbrado. En aquel caso, no podía meterse en la bañera y decirle a la unidad computerizada que quería disfrutar de una temperatura de treinta grados.

Allí tendría que conseguirla él mismo.

Al principio se escaldó, después se quedó helado. Volvió a quemarse una vez más, antes de que la ducha y él comenzaran a entenderse. Una vez comenzó a correr el agua apreció la sensación del chorro caliente corriendo por su piel. Encontró un bote en el que ponía «champú», se entretuvo un momento observando el divertido diseño del frasco y derramó un poco sobre su cabeza.

Olía como Ness.

Casi inmediatamente, los músculos de su estómago se tensaron y una oleada de deseo fluyó sobre él, tan caliente como el agua de su espalda. Era extraño. Desconcertado, bajó la mirada hacia el charco de espuma que se formaba a sus pies. La atracción siempre había sido algo fácil, simple, básico. Pero aquello era doloroso. Se llevó una mano al estómago y esperó a que pasara aquella sensación.  Pero continuaba.

Probablemente, tenía que ver con el accidente. Eso era lo que se decía a sí mismo y lo que prefería creer. Cuando volviera a casa, iría a un centro de reposo y se haría un chequeo completo. Pero acababa de perder el placer por la ducha. Se secó rápidamente, La fragancia a jabón, champú... y a Ness, estaba por todas partes.

Los vaqueros le quedaban un poco flojos por la cintura, pero le gustaban. El algodón natural era tan extraordinariamente caro que nadie, salvo los muy ricos, podían permitírselo. El jersey de cuello negro tenía un agujero en el puño que le hacía sentirse como en casa. A él siempre le había gustado la ropa informal y cómoda. Una de las razones por las que había dejado la ISF había sido su propensión a los uniformes y la pulcritud. Con los pies descalzos y satisfecho, siguió el camino que le indicaban los deliciosos aromas que escapaban de la cocina.

Ness tenía un aspecto encantador. Aquellos pantalones anchos acentuaban su delgadez e invitaban a un hombre a imaginar las curvas que se ocultaban bajo aquel tejido. Le gustaba cómo se había arremangado las mangas del jersey rojo por encima de los codos. Aquella mujer tenía unos codos sensibles, recordó, y volvió a sentir un nudo en el estómago.

No podía pensar en ella de esa forma, se advirtió. Se lo había prometido a sí mismo.

Zac: Hola.

En aquella ocasión, Ness estaba esperándolo, de modo que no se asustó.

Ness: Hola, siéntate. Puedes comer antes de que te cambie el vendaje. Espero que te gusten las tostadas y los huevos.

Se volvió sosteniendo una fuente en las manos. Cuando sus ojos se encontraron, agarró los bordes con fuerza. Reconocía aquel jersey, pero cuando lo que cubría era el torso de Zac, no le recordaba en absoluto a su padre.

Ness: No te has afeitado.

Zac: Se me ha olvidado -no quería admitir que le había dado demasiado miedo intentarlo-. Ha dejado de llover.

Ness: Lo sé. Se supone que esta tarde saldrá el sol -bajó la fuente e intentó no reaccionar cuando Zac se inclinó sobre ella para olfatear la comida-.

Zac: ¿De verdad lo has hecho tú?

Ness: El desayuno es la comida que más me gusta -se sentó y exhaló un pequeño suspiro de alivio cuando Zac se sentó frente a ella-.

Zac: Podría acostumbrarme a esto.

Ness: ¿A comer?

Zac no contestó. Dio un primer bocado a la tostada cubierta de huevo y cerró los ojos con expresión de puro deleite.

Zac: A comer cosas como esta.

Ness lo observó arremeter contra la primera tostada.

Ness: ¿Qué sueles comer?

Zac: Casi siempre porquerías envasadas.

Había visto anuncios sobre comidas completas en el periódico. Al menos, todavía quedaba alguna esperanza para la civilización.

Ness: Normalmente, yo también. Pero cuando vengo aquí, me veo obligada a cocinar, a cortar madera y a cuidar las hierbas. A hacer todas las cosas que hacía cuando era niña.

Y aunque también había ido a aquel lugar buscando soledad, había descubierto que disfrutaba de la compañía de Zac. Que a pesar de la impresión que le había causado verlo con el jersey negro y los vaqueros, parecía mucho más inofensivo aquella mañana. Casi podría llegar a creer que había sido ella la que había imaginado la tensión y la extraña escena que había tenido lugar en la biblioteca la noche anterior.

Ness. ¿Qué sueles hacer cuando no te dedicas a estrellar aviones?

Zac: Vuelo.

Había pensado con anterioridad lo que respondería a esa pregunta y había decidido que lo mejor era acercarse todo lo posible a la verdad.

Ness: Entonces estás de servicio.

Zac: Ya no -tomó la taza de café y cambió sutilmente de tema-. No sé si ya te he dado las gracias por todo lo que has hecho. Me gustaría devolverte el favor, Ness. ¿Necesitas que haga algo en la casa?

Ness: No creo que en este momento estés en condiciones de realizar ningún trabajo manual.

Zac: Si me quedo todo el día en la cama, terminaré volviéndome loco.

Ness miró atentamente su rostro, intentando no dejarse distraer por la forma de su boca. Era imposible olvidar lo cerca que había estado de sentirla sobre la suya.

Ness: Tienes buen color, ¿ya no te mareas?

Zac: No.

Ness: Entonces podrás ayudarme a fregar los platos.

Zac: Claro.

Miró, por primera vez, atentamente la cocina. Al igual que el baño, le resultaba fascinante. La pared oeste era de piedra, y habían tallado en ella un pequeño hogar. Sobre su repisa, habían colocado un recipiente de cobre hecho a mano con todo tipo de hierbas y flores secas en su interior. Encima del fregadero, un ancho ventanal ofrecía una hermosa vista de las montañas y los bosques de pinos. El cielo era gris y completamente despejado de tráfico. Identificó el frigorífico y la cocina, ambos de un blanco reluciente. Las tablas de madera del suelo brillaban como si acabaran de pulirlas.  Y las sentía frías y suaves bajo sus pies desnudos.

Ness: ¿Buscas algo?

Zac sacudió ligeramente la cabeza y volvió a mirarla.

Zac: ¿Perdón?

Ness: Por tu forma de mirar, parecía que estabas esperando encontrarte algo que no ves aquí.

Zac: Yo... solo estaba admirando la cocina.

Satisfecha con la respuesta, Ness señaló su plato.

Ness: ¿Ya has terminado?

Zac: Sí. Es una bonita habitación.

Ness: A mí siempre me ha gustado. Por supuesto, después de la última reforma es mucho más cómoda. Te resultarían increíbles las auténticas piezas de museo con las que cocinábamos antes.

Zac no pudo evitar una sonrisa.

Zac: Desde luego.

Ness: ¿Por qué tengo la sensación de que te estás riendo de algo que no consigo entender?

Zac: No podría decírtelo -tomó su plato, lo llevó al fregadero y comenzó a abrir armarios-.

Ness: Si estás buscando el lavavajillas, mala suerte -dejó el resto de los cacharros del desayuno en el fregadero-. Mis padres no han renunciado a todos los valores de los sesenta. Ni lavaplatos, ni microondas ni antena parabólica -abrió el grifo y le tendió a Zachary el bote del lavavajillas- ¿Prefieres fregar o secar?

Zac: Yo secaré.

Observó, encantado, cómo llenaba el fregadero de agua caliente y comenzaba a frotar. Hasta el olor era agradable, pensó, resistiendo las ganas de inclinarse y olfatear aquellas burbujas de limón.

Ness se quitó una burbuja de jabón de la nariz con la parte superior del brazo.

Ness: Vamos, Efron, ¿es que nunca has visto fregar platos a una mujer?

Zac decidió probar la reacción de Ness ante una pregunta sincera.

Zac: No. Bueno, creo que lo vi una vez en una película.

Con una burbujeante carcajada, Ness te tendió el primer plato.

Ness: El progreso nos está arrebatando todas estas obligaciones. Dentro de cien años, probablemente habrá robots que guarden por sí mismos los platos y los esterilicen.

Zac: Probablemente dentro de ciento cincuenta años. ¿Qué quieres que haga con esto? -giró el plato que tenía entre las manos-.

Ness: Secarlo.

Zac: ¿Cómo?

Ness arqueó una ceja y señaló con un movimiento de cabeza un paño pulcramente doblado.

Ness: Podrías intentarlo con esto.

Zac: De acuerdo -secó el plato y tomó otro-. Estaba pensando que me gustaría echar un vistazo a lo que ha quedado de mi na... de mi avión.

Ness: Casi podría garantizarte que las pistas están todavía inundadas. El Land Rover podría llegar hasta allí, pero yo preferiría esperar al menos otro día.

Zac intentó dominar su impaciencia.

Zac: ¿Podrías indicarme la dirección exacta?

Ness: No, pero te llevaré.

Zac: Ya has hecho suficiente por mí.

Ness: Quizá, pero no voy a dejarte las llaves de mi coche y es imposible que vayas andando hasta allí -tomó la esquina del trapo que estaba utilizando Zac y se secó las manos mientras él intentaba formular una excusa razonable-. ¿Por qué no quieres que vea tu avión, Efron? Aunque sea robado, yo no me daré cuenta.

Zac: No lo he robado.

Su tono fue suficientemente brusco para que Ness lo creyera.

Ness: Bien, entonces te ayudaré a encontrar sus restos en cuanto los caminos sean seguros. De momento, siéntate y déjame examinarte esa herida.

Automáticamente, Zachary se llevó las manos al vendaje.

Zac: La herida está perfectamente.

Ness: Te duele. Puedo verlo en tus ojos.

Zac desvió la mirada para cruzarla con la suya. Había compasión en sus ojos, una tranquila y reconfortante compasión que le hizo desear apoyar la mejilla en su pelo y contárselo todo.

Zac: Es un dolor que viene y se va.

Ness: Entonces miraré la herida y te daré un par de aspirinas para ver si podemos hacer que se vaya otra vez. Vamos, Zac -le quitó el paño de las manos y lo condujo a una silla-. Sé un buen chico.

Zachary se sentó y le dirigió una mirada de divertida exasperación.

Zac: Hablas como mi madre.

Ness le palmeó la mejilla en respuesta antes de sacar vendas limpias y un antiséptico de uno de los armarios.

Ness: Tú quédate ahí sentado -se inclinó sobre la herida y frunció el ceño de una forma que le hizo tensarse incómodo en la silla-. No te muevas -susurró-.

Era un corte largo y profundo. A su alrededor, se formaban moratones del color de las nubes de tormenta.

Ness: Tiene mejor aspecto, pero por lo menos no parece infectada. Te va a quedar cicatriz.

Asombrado, Zac se llevó la mano a la herida.

Zac: ¿Una cicatriz?

Así que era un hombre vanidoso, pensó Ness divertida.

Ness: No te preocupes, casi no se notará. Quedaría mucho mejor si pudiera darte unos puntos, pero me temo que eso es más de lo que mi licenciatura en primeros auxilios para desconocidos me permite realizar.

Zac: ¿Tú qué?

Ness: Era una broma.  Esto te escocerá un poco.

Zac soltó una maldición, alta y fuerte, cuando Ness volvió a inclinarse sobre la herida. Antes de que hubiera terminado, le agarró la muñeca.

Zac: ¿Que me escocerá un poco?

Ness: Sé fuerte, Efron. Piensa en otra cosa.

Zac apretó los dientes y se concentró en su rostro. El dolor convirtió su respiración en un siseo. Los ojos de Ness reflejaban determinación y comprensión mientras le limpiaba completamente la herida y volvía a vendársela.

Era realmente preciosa, pensó Zac mientras la estudiaba bajo la húmeda luz de la mañana. No usaba cosméticos y era improbable que le hubieran reestructurado el rostro. Aquella era la cara con la que había nacido. Un rostro fuerte, duro, y con una elegancia natural que le hizo desear volver a acariciar su mejilla. Su piel era suave como la de un bebé, recordó. Y sus sutiles cambios de color reflejaban el estado de sus emociones.

Quizá, solo quizá, fuera una mujer normal en su época. Pero, para él, era única y casi insoportablemente deseable.

Esa era la razón por la que le causaba dolor, se dijo Zac a sí mismo, mientras sentía cómo se tensaban y destensaban los músculos de su estómago. Ese era el motivo por el que la deseaba más de lo que había deseado cualquier otra cosa en el mundo, más de lo que creía que fuera posible desear. Ella era real, se recordó a sí mismo. Pero era él quien era una ilusión. Un hombre que todavía no había nacido, pero que jamás se había sentido más vivo.

Zac: ¿Haces esto muy a menudo?

Ness odiaba estar haciéndole daño, y respondió con aire ausente:

Ness: ¿El qué?

Zac: Rescatar hombres.

Ness: Tú eres el primero.

Zac: Estupendo.

Ness: Bueno, esto ya está.

Zac: ¿Y no vas a darme un beso para que me ponga mejor? -su madre siempre lo hacía e imaginaba que eso era algo que habían hecho las madres de todos los tiempos-.

Cuando Ness soltó una carcajada, sintió que crecía el calor en su pecho.

Ness: Te daré un beso por lo valiente que has sido -se inclinó sobre él y le dio un beso en la cabeza-.

Zac: Todavía me duele -le tomó la mano antes de que pudiera alejarse de él-. ¿Por qué no lo intentas otra vez?

Ness: Iré a buscar las aspirinas -flexionó la mano en la suya. Debería haber retrocedido cuando Zac se levantó, pero algo en la mirada de Zachary le indicó que no lo hiciera-. Zachary…

Zac: Te pongo nerviosa -le acarició los nudillos con el pulgar-. Es muy estimulante.

Ness: No estoy intentando estimularte.

Zac: Aparentemente no tienes que intentarlo…-Estaba nerviosa, pensó otra vez, pero no asustada. Si hubiera estado asustada, se habría detenido. Pero acercó la mano de Ness a sus labios y la volvió hacia arriba-. Tienes unas manos maravillosas, Ness. Manos delicadas.

Zac observó las emociones que brillaban en sus ojos: confusión, nerviosismo, deseo. Se concentró en el deseo y se acercó todavía más a ella.

Ness: Basta -se quedó estupefacta ante la falta de convicción que reflejaba su propia voz-. Te dije que... -posó los labios en su piel y sintió que sus piernas se transformaban en agua-. No voy a acostarme contigo.

Con un quedo susurro con el que mostraba su acuerdo, Zac deslizó las manos por su espalda, hasta que el cuerpo de Ness quedó prácticamente encajado contra el suyo. Le sorprendía lo mucho que deseaba abrazarla así. La cabeza de Ness encajaba perfectamente en su hombro, como si estuvieran hechos para formar pareja de baile. Por un momento, lamentó que no hubiera música, algo lento y emocionante. Aquella idea le hizo sonreír. Ninguna de las mujeres que había habido en su vida había demandado nunca una puesta en escena, una estenografía. Y tampoco había tenido él nunca la necesidad de organizarla.

Zac: Relájate -susurró, y deslizó la mano hasta su cuello-. No voy a hacer el amor contigo, solo voy a besarte.

El pánico la hizo retroceder.

Zac tensó los dedos en su cuello, sujetándola con firmeza. Tiempo después, cuando ya pudo pensar, Ness se dijo que sin que ella se diera cuenta, Zac había tocado algún nervio, algún punto secreto para hacerla vulnerable. Porque de pronto, un placer completamente inesperado se extendió por su cuerpo, haciéndole echar la cabeza hacia atrás en completa rendición. Y en medio de aquel relámpago de emoción, Zac acercó sus labios a los suyos.

Ness se quedó rígida, no por el miedo, ni por el enfado. Y, desde luego, tampoco porque pretendiera resistirse. Fue el impacto, la oleada de impacto del beso la que la paralizó. Como un cable electrificado, pensó en medio de su confusión. Sin darse cuenta, se había agarrado a un cable electrificado y el voltaje estaba teniendo efectos devastadores.

Los labios de Zac apenas tocaban los suyos, tentándola, atormentándole. Era una caricia, boca contra boca, insoportablemente erótica. Después un mordisqueo y nuevamente las caricias, dulces, ligeras y persuasivas. Sentía los labios de Zac calientes y suaves mientras rozaban los suyos. Era un excitante contraste con la sutil sombra de barba con la que rozó su mejilla cuando volvió la cabeza para dibujar la línea de sus labios con la lengua.

La saboreaba, jugaba con ella de una forma imposiblemente íntima. Buscó su lengua con la suya, paladeando aquellos sabores nuevos, prohibidos, antes de cambiar de nuevo para atrapar su labio inferior con los dientes, mordisqueándolo hasta el punto comprendido entre el placer y el dolor.

Era seducción, el tipo de seducción con el que Ness jamás habría soñado. Lenta, e ineludible seducción. Ness pudo escuchar los sonidos de indefensión que escaparon de su garganta cuando Zac cerró los dientes sobre su barbilla.

La mano que Ness apoyaba en el pecho de Zac empezó a temblar. Sintió que el sólido suelo de la cabaña se movía bajo sus pies. Poco a poco, ella misma fue perdiendo la rigidez, hasta encontrarse estremecida y suplicante entre sus brazos.

Zac jamás había conocido a nadie como ella. Era como si se estuviera derritiendo contra él, lenta, completamente. Su sabor era fresco como el aire que entraba por la ventana abierta. Zac escuchó un suave y anhelante suspiro.

Entonces sus brazos lo rodearon, abrazándolo. Ness hundió los dedos en su pelo mientras se tensaba contra él. En un instante, su boca pasó de ser sumisa a transformarse en una boca ávida, que se presionaba hambrienta, posesiva y desesperada contra la suya. Impulsado por aquella fuerza, Zac profundizó su beso y dejó que la pasión dictara las normas.

Ella deseaba... demasiado. ¿Por qué no habría sido consciente de que estaba tan deseosa? Le había bastado saborearlo para que se despertara en ella un hambre atroz. Sentía su cuerpo como si estuvieran explotando en su interior docenas de sensaciones, cada una de ellas igualmente afilada y sorprendente. Un grito amortiguado escapó de sus labios cuando Zac tensó los brazos a su alrededor.  Ella ya no estaba temblando, pero él sí.

¿Qué le estaba haciendo aquella mujer? Ni siquiera podía respirar. No podía pensar. Pero podía sentir. Demasiado. Y muy rápidamente. Aquella pérdida de control era más peligrosa para un piloto que una tormenta de meteoritos.

Él solo pretendía dar y disfrutar de un momento de placer, satisfacer una simple necesidad. Pero eso era más que placer y estaba muy lejos de poder ser considerado algo simple. Sí, asombroso era la palabra, decidió. Se sentía como si estuviera flotando en el exterior de un edificio.

¿Qué le había hecho aquel hombre? Confundida, Ness alzó la mano hasta sus labios. ¿Y qué estaba haciendo ella? Casi podía sentir la sangre fluyendo por sus venas. Ness dio un paso hacia atrás, deseando encontrar un suelo más sólido y alguna respuesta.

Ness: Espera.

Zac no podía resistirse. Más tarde se maldeciría por lo que pretendía hacer, pero no podía resistirse. Antes de que pasara el primer impacto, la atrapó contra él por segunda vez.

Otra vez no. Aquel sencillo pensamiento se repetía en su mente. Pero el impulso era demasiado fuerte, y el deseo demasiado apasionante. Ness se sintió oscilar entre la más absoluta rendición y una furiosa demanda antes de conseguir liberarse.

Casi se tambaleó y tuvo que aferrarse al respaldo de una de las sillas de la cocina para mantenerse firme. Con los nudillos blancos por la fuerza con la que se sujetaba, fijó la mirada en él mientras volvía a entrar aire a sus pulmones. No sabía nada sobre aquel hombre y, sin embargo, le había dado mucho más que a cualquier otro. Su mente estaba entrenada para hacer preguntas, pero en aquel momento era su corazón, frágil e irracional, el que vacilaba.

Ness: Si vas a quedarte en esta casa, no quiero que vuelvas a tocarme.

Era miedo lo que veía Zac en sus ojos. Y lo entendía, porque él no estaba lejos de sentirlo.

Zac: No esperaba lo que ha sucedido más que tú. Y tampoco estoy seguro de que quiera que vuelva a ocurrir.

Ness: Entonces no tendremos ningún problema para evitar situaciones como esta en el futuro.

Zac hundió las manos en los bolsillos y se meció sobre los talones, sin molestarse en analizar por qué de pronto estaba tan enfadado.

Zac: Escucha pequeña, los dos tenemos la culpa de lo que ha pasado.

Ness: Tú me has agarrado.

Zac: No, yo te he besado. Pero has sido tú la que me has agarrado -le produjo una intensa satisfacción verla ruborizarse-. No te he forzado, Ness, y los dos lo sabemos. Pero si quieres fingir que tienes hielo en las venas, por mí, estupendo.

El avergonzado sonrojo desapareció de su rostro, dejándolo pálido e inexpresivo. En contraste, sus ojos parecían enormes, oscuros. El intenso dolor que ellos reflejaban hizo que Zac se maldijera a sí mismo y diera un paso adelante.

Zac: Lo siento.

Ness se tensó y consiguió decir sin perder la calma:

Ness: Ni quiero ni espero disculpas, pero sí quiero que colabores.

Zac la miró con los ojos entrecerrados.

Zac: Tendrás las dos cosas.

Ness: Tengo mucho trabajo que hacer. Puedes llevarte el televisor a tu habitación o quedarte a leer libros frente a la chimenea. Pero te agradecería que te mantuvieras fuera de mi camino durante el resto del día.

Zac metió las manos en los bolsillos. Si ella era cabezota, él podía ganarla a cabezonería.

Zac: Estupendo.

Ness esperó, con los brazos cruzados, hasta que Zac salió a grandes zancadas de la habitación. Quería tirarle algo a la cabeza, preferiblemente algo rompible. Aquel hombre no tenía derecho a hablarle así después de lo que le había hecho sentir.

¿Hielo en las venas? No, su problema siempre había sido que había sentido demasiado, esperado demasiado. Excepto en lo que se refería a las relaciones físicas y personales con los hombres.  Se dejó caer en una silla con infinita tristeza. Ella era una hija cariñosa, una buena hermana, una amiga leal. Pero nunca había sido la amante de nadie. Nunca había experimentado aquella necesidad de intimidad. A veces incluso había llegado a pensar que le faltaba algo.

Pero con un solo beso, Zac le había hecho desear cosas que hasta entonces no consideraba en absoluto importantes. Al menos no para ella. Ella tenía su trabajo, era ambiciosa, y sabía que podría alcanzar la meta que se había propuesto. Tenía a su familia, a sus amigos y a sus compañeros de trabajo. Maldita fuera, era feliz. No necesitaba que ningún célebre piloto incapaz de mantener su avión en el aire le hiciera sentirse inquieta... y viva, reflexionó mientras se acariciaba el labio con el dedo índice. Porque la verdad era que no se había dado cuenta de hasta qué punto estaba viva hasta que Zac la había besado.

Era ridículo. Más nerviosa que enfadada, se sirvió otra taza de café. Simplemente, Zac le había recordado algo que olvidaba de vez en cuando. Era una mujer joven, normal y saludable. Una mujer, recordó, que había pasado varios meses en una isla remota del sur del Pacífico. Una mujer que necesitaba terminar su tesis y volver a Portland. Y una vez allí, socializar, ir al cine, a fiestas... Lo que necesitaba, decidió con un asentimiento de cabeza, era hacer que Zachary Efron regresara a donde demonios tuviera que regresar.

Con la taza de café en la mano, comenzó a subir las escaleras. Por lo que hasta ese momento sabía de él, podría haber llegado de la luna.

Al pasar por delante de su habitación y oír un programa concurso de la televisión, no pudo evitar echar un rápido vistazo. Por lo menos, pensó mientras se metía en su habitación, aquel hombre se entretenía con cualquier cosa.


2 comentarios:

Caromi dijo...

Zac es un inútil xD
Espero que en el futuro si haya ese tipo de cosas xD
Y Nessa es más terca que una mula xD, si Zac me besa yo ya estaría eligiendo el vestido de novia xD
Muy interesante el capi, publica el siguiente pronto pleaseee

Maria jose dijo...

Oh vanessa que dificil es aunque es bueno
Pero si ella siente algo por el no deberia ocultarlo
Siguela pronto
Saludos

Publicar un comentario

Perfil