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jueves, 10 de mayo de 2012

Capítulo 7


Media hora después, Penny no había bajado to­davía. Vanessa fue a ver si le pasaba algo a Michael, pero volvió y dijo que a su suegra le dolía la cabeza y se había acostado.

Zac: Muy bien -se levantó y fue hasta la puerta de la sala, donde estaba Vanessa-. Me iré a casa. Acompáñame hasta la puerta.

Le pasó el brazo por la cintura mientras atravesaban la casa.

Ness: Te acompañaré un poco más -le dijo cuando fue a despedirse-.

La noche era cálida y olía a hierba recién cortada, madreselva y rosas trepadoras. Eran más de las nueve y casi había anochecido. La luna asomaba su rostro plateado y las estrellas más osadas desafiaban a los últimos rayos del sol.

Zac la cogió de la mano y bajaron los escalones.

Zac: Es una noche preciosa.

Ness: Ajá -parecía tranquila y despreocupada-.

Era evidente que se había olvidado de los momentos tensos después de que le pidiera salir a cenar.

Tenían los dedos entrelazados y Zac se pre­guntó si alguna vez ella pensaba en lo distante y cautelosa que había sido cuando se conocieron por primera vez. Él sí lo pensaba y le sorprendía que pudiera estar dando un paseo con la mujer que se había adueñado de sus pensamientos.

Caminaron un rato en silencio.

Zac: Mira -dijo repentinamente-. Luciérnagas. Yo cazaba docenas de ellas en una noche. Tenía tantas que el frasco estaba siempre iluminado cuando se lo llevaba a mi madre.

Ness: Yo siempre quise tener una de animal de compañía. Mi padre me ayudaba a hacerle una casa en un frasco con hierba y un tapón con agua, pero cuando iba a verla por la mañana, la luciérnaga se había escapado. Mi padre sacudía la cabeza y decía que había hecho unos agujeros demasiado grandes, aunque fueran como cabezas de alfileres. Tardé años en darme cuenta que las dejaba libres, pero cuando lo comprendí, ya no me importaba.

Zac se dio cuenta de que estaba sonriendo mientras movía las manos entrelazadas.

Zac: A lo mejor, más avanzado el verano, cuando anochezca antes, Michael podrá estar levantado para verlas. Podríamos ayudarlo a cazar algunas y a guardarlas en un frasco. ¿Crees que le gustaría? -Ella dudó tanto que él pensó que no iba a contestarle y sintió cierta intranquilidad-. Vanessa... ¿Qué pasa?

Ness: Nada -su voz parecía dudosa-.

Zac se paró y la paró en medio del camino.

Zac: Vanessa, ¿qué pasa?


Ella suspiró.

Ness: ¿Llegará ese momento cuando el verano esté avanzado?

La pregunta lo sorprendió. Era la primera señal de que estuviera pensando a largo plazo. Le pareció el afrodisíaco más potente que conocía. El corazón le dio un vuelco que le dejó, literalmente, sin respiración.

La cogió de los hombros y la miró sin importarle que ella pudiera notar el amor que sentía por ella.

Zac: Llegará si tú quieres.

Bajó los labios hasta encontrarse con los de ella. Después de un breve instante, ella abrió la boca y le rodeó el cuello con los brazos. Las lenguas se enzarzaron en una danza descontrolada y cuando el bajó las manos para acariciarle el trasero, ella dejó escapar un sonido anhelante y le pasó una pierna alrededor de la cintura, como la primera vez que se besaron allí, en ese mismo jardín, aunque entonces estaban mucho más cerca de la casa.

El fastidio dio paso a una creciente sensación de soledad en medio del jardín silencioso. Mientras Zac asimilaba esa idea en su cabeza, se dio cuenta de lo que su subconsciente había estado pensando desde que ella salió de la casa con él: la deseaba. Esa noche. En ese preciso instante.

Se sintió dominado por el anhelo y su erección fue casi instantánea. La agarró de las caderas y la estrechó contra sí con fuerza mientras ella dejaba escapar leves y entrecortados gemidos. Se retorcieron unos instantes hasta que el obstáculo de la ropa guió los pasos de Zac.

Dejó que Vanessa se apartara un poco de él y le desabrochó los cinco botones que le cerraban la blusa. Se la quitó con un movimiento diestro y también le soltó el cierre del sujetador.

Ness: ¡Zac! -exclamó espantada-. Estamos en el jardín.

El reprimió una carcajada y la llevó debajo de un roble que había junto al sendero. Ella lo miró un segundo y él sintió un asomo de pánico al pensar que iba a oponerse, pero hizo un movimiento con los hombros y el sujetador cayó al suelo. Entonces sintió que el corazón se le desbocaba. Los pechos no eran muy grandes, pero tenían una forma perfecta y los coronaban unos generosos pezones. En la oscuridad no podía distinguir si eran rosados o cobrizos, pero lo tenía muy claro en la cabeza. Eran de un color rosa muy delicado y más grandes que antes de su embarazo. Al darse cuenta de lo que acababa de pensar, lo apartó de su cabeza para que su maldita memoria no se interfiriera en aquel momento.

Zac: Dios mío -dijo casi reverentemente-. Eres preciosa.

Le cogió los pechos en las manos y le acarició los pezones con los pulgares, como a ella le gustaba, hasta que se endurecían, se ponían rígidos y ella arqueaba la espalda en una súplica silenciosa para que no se detuviera. Entonces, se inclinó hacia delante, le lamió uno y dejó escapar un gemido de placer al notar el sabor y la textura sedosa de su piel. Pasó la lengua una y otra vez alrededor del pezón hasta que ella se separó con un gruñido sordo.

Ness: Tú, también.

Levantó las manos hasta los botones de su camisa, los desabrochó torpemente y la dejó colgando sobre su torso. Tenía las manos cálidas y suaves y él se deleitaba al sentir sus dedos entre los pelos del pecho. ¡El pecho! Si le acariciaba el pecho, ella se daría cuenta de la cicatriz y no quería estropear aquel momento con preguntas.

Le cogió las muñecas y las levantó hasta que le rodeó el cuello con las manos. Ella estaba de pun­tíllas y cada centímetro de los dos cuerpos desnudos estaba en contacto. Tenía los pechos calientes y casi duros. Él dejaba escapar unos sonidos desde lo más profundo de la garganta, la estrechó con fuerza y la besó con voracidad.

Él sabía que tenía que decirle quién era y cómo la había encontrado, sabía que no era justo engañarla de aquella manera, pero no le salían las palabras. Ella era su vida, el único motivo para respirar y levantarse por las mañanas. La deseó desde que despertó y ella estaba dentro de su cabeza y tenía que tomarla.

Solo una vez, se prometió a sí mismo. Quizá dos veces, se corrigió inmediatamente, al pensar en la cita del viernes por la noche. ¡Él también quería tener recuerdos propios! Quería saber qué sentía ella debajo de él, quería oír los leves gemidos de satisfacción que podía provocarle. Quería mirarla a los ojos cuando entraba en ella y saber que ella estaba viéndolo.

Porque la amaba. Porque en un mundo normal, ella sería una viuda normal y él un hombre cualquiera y podrían pasar juntos el resto de sus vidas. Porque él no podría tener ese resto de sus vi­das, pero tampoco iba a renunciar a su única ocasión de ser feliz sin algunos recuerdos que lo mantuvieran en pie.

Le soltó el cinturón que le sujetaban los pantalones cortos y se entretuvo introduciéndole un dedo por debajo del borde sedoso de las bragas. Lo pasó por el vientre de ella y cada vez profundizaba un poco más. Hasta que no pudo resistir más y le bajó los pantalones y las bragas con un solo movimiento. Luego la levantó para liberarla de ellos.

Su piel resplandecía en la oscuridad y él le recorrió el cuerpo con las manos. Empezó por los hombros, siguió por los pechos y bajó por el torso hasta alcanzar la delicadeza de su vientre. Luego le acarició los costados y la espalda hasta que la seductora hendidura de su trasero le invitó a introducir un dedo por debajo. Ella emitió un grito sordo y se agitó con impaciencia. Zac se arrodi­lló, la acarició los muslos, la parte posterior de las rodillas y volvió a elevar las manos hasta posarlas en las caderas. Hizo una ligera presión para que ella juntara las piernas.

Ness: Zac -dijo con la voz entrecortada-.

Zac: Shhh. Un momento.

Apoyó la cara sobre los delicados rizos y sopló. Ella soltó un leve grito y las caderas se le estremecieron. Él bajó la cara por los muslos y ella los separó.

No estaba seguro de poder tomárselo con la calma que quería. De rodillas y con sus muslos bien separados, estaba rígido y palpitante y la suave brisa nocturna que lo envolvía era otra sensación excitante, aunque completamente distinta. Él también se estremeció con una punzada exta­siante en la espalda y se aferró a los restos de su autocontrol.

Lentamente, separó los rizos con la lengua hasta alcanzar la palpitante humedad. Solo quería pensar en ella, en las caderas que movía contra él mientras aceleraba el ritmo y subía el tono de los sonidos de placer. Era un goce y por fin supo que ella estaba tan preparada como él para dar el siguiente paso.

Se levantó y la atrajo contra sí.

Ness: No pares -balbuceó-.

Zac: No pienso hacerlo -le recorrió todo el cuerpo con las manos como si nunca fuera a tener suficiente-. El embarazo no te ha cambiado la figura -susurró-.

Ness: No -confirmó con voz ronca-. Ya era delgada y solo engordé siete kilos que perdí en dos meses.

Él se dio cuenta de lo que había dicho, pero también se dio cuenta de que ella lo había tomado como una pregunta.

Le acarició el vientre y el triángulo de pelo que le cubría el montículo.

Zac: Es el momento de tumbarnos.

Los dos se arrodillaron. La tumbó sobre la hierba y él se tumbó sobre ella. Le apartó los muslos con los suyos hasta que la situación solo tenía una conclusión posible.

Vanessa estaba silenciosa y él notó que sus piernas recuperaban algo de la tensión de antes.

Con un destello de intuición, supo lo que estaba pensando: que en ese aspecto, era muy distinto a su marido.

Zac: Tranquila. Tranquila, corazón.

Siguió hablándola hasta que notó que se disipaba la tensión de sus muslos. Entró lentamente en ella y fue avanzando poco a poco dentro del canal ardiente y deslizante. Estaba húmeda y se ceñía completamente a él. Notó que estaba temblando del esfuerzo que tenía que hacer para conservar la calma y facilitárselo a ella.

Por fin se encontró plenamente acogido.

Zac: ¿Estás bien, corazón?

Ness: Lo estaré -contestó con voz trémula-.

Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, ella clavó los talones en el suelo y apretó la pelvis contra él con un movimiento circular que lo frotaba contra su pubis. Ella explotó. Su cuerpo se aferró a él como un puño que se soltaba y volvía a cerrarse. Él perdió el control y empezó a embestirla desenfrenadamente con las caderas mientras ella gritaba y jadeaba su nombre con la espalda arqueada y el cuerpo estremecido debajo de él. Él entraba más dentro cada vez hasta alcanzar un éxtasis que le supuso una idea nueva e indescriptible de lo que era hacer el amor.

Cuando los espasmos remitieron, se dio cuenta de que estaba agarrándole el trasero con una fuerza que le habría dejado marcas. Él seguramente también tendría las marcas de sus talones en la espalda.

Ella dejó caer los brazos y las piernas. Tenía el pelo como una manta negra sobre el suelo y se preguntó si le habría deshecho él el peinado o se habría soltado solo. Se apoyó en los brazos y la miró.

Zac: Eres la mujer más preciosa del mundo -dijo antes de darle un leve beso en los labios-.

Ella dejó escapar un sonido parecido a una risa.

Ness: Suena a halago de un hombre lleno de gratitud.

Le gustó su sentido del humor.

Zac: Puedes estar segura. Gratitud eterna -dudó, pero no pudo resistirse-. ¿Tengo yo tu gratitud?

Ella sonrió lentamente y los dientes resplandecieron mientras se estiraba lánguidamente debajo de él que se quedó sin aliento cuando ella volvió a rodearlo con los brazos.

Ness: Has estado maravilloso.

Las palabras podían ser tópicas, pero el tono era tan sincero que la creyó. Volvió a besarla.

Zac: A mí me encantaría seguir aquí, pero supongo que tú preferirás levantarte del suelo.

Ness: Supones bien.

Zac se levantó y extendió una mano para ayu­darla. Al levantarse, ella se tambaleó con una mueca de dolor.

Zac: Dios mío, ¿te he hecho daño? -el tono era de preocupación sincera-.

Ness: No -su tono era algo burlón-. Tranquilo. No estoy acostumbrada... nunca había... -se calló y él no pudo evitar reírse de su desconcierto-.

Zac: De acuerdo. Gracias -recogió la ropa, se vistió y la ayudó a hacer lo mismo-. Te acompañaré a casa.

Ness: A lo mejor tienes que llevarme en brazos, no estoy segura de que pueda andar.

Zac sabía que era broma, pero no le importó. La cogió en brazos, a pesar de las protestas de ella, y la llevó hasta la puerta de la casa. Le dio otro beso, ella entró y él volvió a su refugio.

Por lo menos estaba completamente seguro de que había vuelto andando, porque no le habría extrañado si hubiera ido flotando o volando.

En cuanto se despertó por la mañana, Vanessa supo lo que había pasado la noche anterior. Dejó escapar un suspiro e hizo un gesto de dolor cuando notó las quejas de los músculos que llevaba tanto tiempo sin ejercitar. Revivió cada momento que recordaba y sintió un cosquilleo por todo el cuerpo al acordarse de sus diestras caricias. Si Zac se portaba siempre igual, no estaba segura de que pudiera sobrevivir.

Se dio cuenta de lo que estaba pensando. ¿Había dicho siempre? Él había dicho que pensaba seguir en su vida, ¿pero podría hacerlo cuando se mudara a su casa?

Hasta entonces había conseguido no salir con él y evitar las habladurías que se producirían si la vieran acompañada de un hombre tan rico como Zac. Sin embargo, cuando él se mudara, eso sería imposible.

Tendría que ser sincera. Tendría que explicarle que tenía que pensar en su reputación por el bien de su hijo, ya que no por el suyo propio.

Se preparó un café y un plato de cereales y empezó a pensar cómo se lo diría. Le diría que le había encantado, pero que no podía salir con él. No. Le diría que había sido algo increíble, pero que aun así no podía salir con él. Que tenía que pensar en Michael y en lo que podrían afectarle las habladurías sobre ella.

Se lavó los dientes y miró el reloj. Solo eran las ocho. Michael solía dormir hasta cerca de las nueve y oyó que Penny ya daba vueltas en su habitación. Si él se despertaba antes de que ella volviera, su suegra lo oiría.

Iría a su casa en ese momento y lo dejaría resuelto en vez de pasarse el día preocupada por cómo acabar con aquella atracción disparatada que la corroía.

Al ir por el camino, tuvo que pararse para tomar aliento junto al roble donde habían estado la noche anterior. Solo se notaba que la hierba estaba un poco aplastada, pero nadie se daría cuenta.

Ella sí se daba cuenta. Tragó saliva. Era madre. Un pilar de la comunidad. Tenía un empleo que se vería perjudicado si su reputación se mancillaba. No podía salir con Zac.

Recorrió el resto del camino absorta en sus pensamientos. Llamó a la puerta y notó que se ponía en tensión al oír los pasos.

Zac abrió la puerta.

Zac: Buenos días.

Su expresión era de placer y de cierta sorpresa. Ella entró y cuando se volvió para mirarlo comprobó que sus ojos ya no reflejaban amistad sino un ardor sexual casi cegador. Sin decir nada, la apoyó contra la puerta y la besó en la boca. Introdujo la lengua como una imitación descarada de lo que había hecho la noche anterior y notaba la fuerza de sus muslos que la aprisionaban. Solo los separaban unas capas de tela y ella habría vendido su alma por poder rodearle la cintura con las piernas y dejarse llevar al mundo desenfrenado y maravilloso que habían creado juntos.

Cuando él separó la boca repentinamente, ella seguía perdida en un torbellino sensual.

Ness: Ah, buenos días -intentó recomponer sus ideas-. Tenemos que hablar.

Zac: No. Nos va muy bien sin decir nada.

Sus ojos lanzaban destellos azules que la arrastraban a un mundo íntimo y silencioso. Estuvo a punto de rodearle el cuello con los brazos, pero se dio cuenta de lo que iba a hacer y los cruzó sobre el pecho.

Apartó la mirada y se hizo un silencio cargado de tensión.

Zac: ¿Es por algo que hice?

El tono de Zac era desenfadado, pero ella no­taba que también era intenso, que tenía una intensidad que hacía vibrar el aire que los separaba.

Ella tragó saliva y negó con la cabeza.

Zac: Entonces, ¿por qué tengo la sensación de que estamos retrocediendo un paso gigantesco?

Ella suspiró.

Ness: Porque tenemos que hacerlo. Yo tengo que hacerlo -efectivamente, dio un paso atrás-. No puedo meterme en un asunto extramatrimo­nial.

Zac: Dado que no estás casada, me parece que eso no es muy exacto -lo dijo tranquila y equilibradamente-. ¿Qué te parece llamarlo una relación sexual estrictamente física, divertida y enloquecedora?

Lo miró a los ojos y el brillo burlón que se encontró hizo que sonriera.

Ness: No me tomas en serio.

Zac: Sí te tomo en serio -el rostro se tornó inexpresivo-. Si solo quieres una relación sexual, yo haré todo lo posible por conformarme con eso.

Ella se rió abiertamente y notó que la tensión se había desvanecido.

Ness: No puedo volver a tener una relación física contigo -afirmó-. Lo complica todo demasiado.

Zac: Hay algunas cosas que tienen que ser complicadas.

El tono era seguro y calmado y ella tuvo la sensación de que hablaba de algo más, que de su atracción mutua.

Antes de que ella pudiera alejarse más, él dio un paso, la cogió entre sus brazos y la besó en los labios.

Ella siempre se había considerado una mujer con fuerza de voluntad, pero notó que toda su decisión se esfumaba mientras él le acariciaba la espalda y bajaba las manos hasta sujetarle las muñecas. Todas sus células cerebrales quedaron paralizadas por el beso. Además, todo era mucho más difícil porque sabía el éxtasis que podía alcanzar. Resistirse no era difícil, era imposible.

Dejó escapar un leve suspiro, le rodeó el cuello con los brazos y dejó que le separara los labios con la lengua mientras todo su cuerpo rebosaba anhelo en estado puro. Notaba su tamaño y calidez contra ella. La llevó contra la pared y se ajustó perfectamente contra ella. Le separó los muslos con una rodilla y se contoneó entre sus piernas.

Ella jadeó al sentir su erección contra el montículo palpitante. Ella no debería querer aquello; no debería necesitarlo; no debería necesitarle a él tan absolutamente. ¿Habría sido ese el verdadero motivo para que fuera allí aquella mañana?

Detestaba pensarlo, pero... pero cuando él pasó los dedos por el borde de los pantys y las bragas, ella no hizo nada para evitar que las bajara, se las quitara y las dejara a un lado. Le abrió la blusa y le sacó un pecho del sujetador para tomarlo entre los labios y lamerle el expectante pezón. Ella sintió que le flaqueaban las piernas.

Zac: No, corazón -el aliento le acarició el lóbulo de la oreja-. Sigue de pie.


La sujetó hasta que ella reafirmó las rodillas. Su voz era un susurro ronco mientras le acariciaba los muslos y se quitaba los pantalones. Al cabo de unos segundos, se despertó del letargo sensual en el que había estado flotando y sintió la poderosa erección que buscaba su delicada abertura. Le tomó el trasero entre las enormes manos, la levantó y le ladeó las caderas para recibirlo. El sofocó el grito de ella con su boca y empezó a embestirla con un ritmo rítmico que la estreme­ció hasta lo más profundo de sus entrañas. Ella había pensado que estaría dolorida, pero la noche anterior él se había ocupado tanto de prepararla que no estaba tan sensible como había previsto.

Ella, automáticamente, le rodeó la cintura con las piernas y se dejó llevar por el movimiento. Zac volvió a besarla, cambió el ritmo y ella notó que él había perdido cualquier rastro de control. Zac in­clinó la cabeza hacia atrás con los dientes apretados mientras no cesaba de entrar y salir de ella. No se oía nada excepto su respiración entrecortada, los jadeos de Vanessa y el incesante choque de las carnes. Ella notó que el clímax se apoderaba de su interior cada vez con más fuerza y empezó a gritar con cada embestida.

Zac: Déjate llevar -le dijo con un tono gutural que no parecía suyo-. Quiero que alcances el clímax conmigo.

Él le presionó más con las caderas y ella arqueó el cuerpo y sintió que salía volando.

Zac dejó escapar un sonido indescriptible y su cuerpo se tensó mientras la empujaba contra la pared y ella se aferraba a él. Notó que él se liberaba en lo más profundo de ella y apretó más las piernas para disfrutar de los últimos embates que anunciaban el final.

Los dos se quedaron quietos. Zac, sin sepa­rarse de ella, la llevó hasta el sofá y se tumbaron. Ella soltó un jadeó definitivo al notar que con el movimiento él había penetrado más dentro de ella. Zac tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el respaldo del sofá, pero sonreía y le acarició perezosamente el trasero.

Zac: Esta sí que es una buena forma de empezar el día -afirmó. Ella también sonrió y se dio cuenta de que los dos llevaban puesta casi toda la ropa-. Me habría gustado dormir contigo la noche pasada. Quería abrazarte y no soltarte -aquellas palabras inspiraron imágenes de ternura en la mente de Vanessa-. Pero después de eso, esto es lo mejor.

Ness: Mmm -no quería hablar ni moverse. Él le quitó la blusa y empezó a rascarle la es­palda hasta que ella se arqueó como una gata. Le encantaba que le hicieran eso... ¿Cómo lo había sabido?- ¿Por qué has hecho eso? -le preguntó con un tono apagado-. Me encanta que me rasquen la espalda... después...

Zac: Después de que me hicieras el amor -terminó con un tono de satisfacción-. No lo sé, me ha parecido lo más apropiado para la ocasión.

Ness: Lo era.

Una pregunta le daba vueltas en la cabeza, pero no podía separarla de la sensación de saciedad que los envolvía y se olvidó de ella.

Zac: Vanessa... -seguía acariciándole la es­palda-. Detesto mencionar cuestiones prácticas, ¿pero te das cuenta de que no hemos tenido en cuenta la protección?

Ella sacudió la cabeza contra su hombro.

Ness: No importa, estoy tomando la píldora.

Zac: Ah.

Ness: Después de que naciera Michael, mis períodos empezaron a ser irregulares y el médico me dijo que probara este método -sintió la necesidad de darle una explicación ante la breve reacción de Zac-.

Zac: ¿No te importa que yo no me haya puesto nada?

Ella se sentó lentamente.

Ness: ¿A cuántas mujeres le has hecho esto durante los últimos dos años?

Zac: A ninguna.

Ella se quedó atónita.

Ness: ¿A ninguna sin protección?

Zac: No. A ninguna en absoluto.

Ness: ¿Por qué? -lo soltó sin pensárselo-. Estás soltero, estás sano y no puedes decirme que no te interesan las mujeres.

Zac: Hacer el amor debería ser algo más que qui­tarte las ganas -contestó sin perder la calma-. Nunca fui un depredador, pero después del accidente me di cuenta de que todo, hasta lo más mínimo, es importante y debería ser muy valioso.

Ella contuvo la respiración como si esperara que él dijera algo más, pero se quedó en silencio. ¿Eso quería decir que ella significaba algo para él? No podía seguir ese razonamiento porque le daba miedo a dónde podía llevarla.

De acuerdo, había sido una estúpida al pensar que podría mantenerse alejada de sus abrazos. Nunca había tenido un asunto amoroso en su vida, pero ya lo tenía, fuera sensato o no. La cuestión era que un asunto amoroso solía ser una relación poco duradera y Zac era cada vez más importante para ella.

Tan importante que en solo una mañana había pasado de pensar que iba a dejar de verlo a reconocerse que tenía sueños a largo plazo en los que él estaba involucrado. Sueños de anillos. Sueños de boda y más hijos.

No podía decírselo a él. Era verdad que él había hablado del futuro, pero no había dicho nada concreto.


¿Estaría él pensando lo mismo que ella? Se imaginó
que la única forma de saberlo sería esperar a ver qué pasaba.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanto este capitulo,
la novela es genial de verdad:)

LaLii AleXaNDra dijo...

Wao, eso si que se llama avanzar hahah
esta súper el capitulo y la nove..
siguela pronto...
por poco Vanessa se da cuenta de la cicatriz...
XoXoXo

Anónimo dijo...

Me encanta la nove, espero que sigas con ella, es genial.

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