David: ¡Quiero que se quede!
Zac miró a su hijo, sentado en la
cama. Con un pijama de conejitos, tenía los brazos cruzados sobre el pecho y se
negaba a mirarlo a los ojos. Antes veía las facciones de Sarah en David, los
ojos azules y la amplia sonrisa, pero cada día empezaba a verse más a sí
mismo. Especialmente en la naturaleza obstinada del niño.
Zac: Sé que he cometido errores
desde que se fue tu madre, pero te prometo que intentaré enmendarlos. No
necesitamos a esa señora para pasar unas navidades felices.
David: No es una señora. Es un
ángel. Mi ángel.
Zac se sentó al borde de la cama.
Zac: Se llama Vanessa Hudgens. Me
ha dado su tarjeta de visita. ¿Cuándo has visto un ángel con tarjetas de
visita?
David: Da igual cómo se llame. Lo
que cuenta es lo que puede hacer.
Zac: ¿Y qué crees que puede hacer? Yo
también puedo poner un árbol de Navidad.
David: Pero tú no sabes hacer
galletas ni colocar adornos y… ¡y la última vez que el abuelo hizo pavo sabía a
zapato viejo! Además, es muy guapa. Como una modelo de las revistas. Y huele
muy bien. ¡Es mía y quiero que se quede!
Zac no necesitaba que le recordasen
lo obvio. Si no le hubiera dado la tarjeta, casi habría creído que Vanessa Hudgens
era, efectivamente, un ángel. Tenía cara de ángel, desde luego. Con una boca sensual
de labios carnosos y unos ojos marrón chocolate bordeados por larguísimas
pestañas. Su pelo negro ondulado brillaba bajo las luces del establo, creando un
halo luminoso alrededor de su cara y acentuando los pómulos altos y la nariz redonda.
No, eso no le pasó desapercibido.
Ni su propia reacción ante la belleza de aquella chica. Durante dos años había
conseguido ignorar a todas las mujeres que se cruzaban en su camino, aunque no
hubo muchas.
No salía casi nunca y vivía
prácticamente para su trabajo. La última mujer a la que había tocado era la
profesora de David, la señorita Green, pero solo para darle la mano en la
reunión de padres. Pero la señorita Green tenía cincuenta años y olía a tiza.
Sin embargo, Vanessa Hudgens no era
una mujer fácil de ignorar. Recordó el escalofrío que había sentido al tomarla
de la mano… y estaba en el piso de abajo, esperando que decidiera si se quedaba
o no.
David: Podría dormir aquí, conmigo.
Zac: No pienso dejar que una
extraña…
David: Un ángel -lo corrigió-.
Zac: Por muy ángel que sea, no
pienso dejar que duerma en mi casa.
David: Pues entonces podría dormir
en la casita de invitados. Además, al abuelo le gusta mi ángel.
Zac: ¿Y tú cómo lo sabes?
David: Porque lo sé.
Zac se pasó una mano por el pelo.
Si enviaba a Vanessa Hudgens a su casa, David nunca se lo perdonaría. Ni su
padre, seguramente. Y quizá no era tan mala idea tenerla allí. A él no le
gustaba decorar la casa y tener que adornar el árbol de Navidad…
Además, las fiestas siempre le
recordaban a Sarah. Cada adorno, cada decoración le recordaba el tiempo que
habían pasado juntos, cuando eran una familia, cuando tenían un futuro por
delante. Cuando se fue, Zac tiró todos los adornos de Navidad, todo lo que le
recordaba la traición de su mujer.
Pero tenía la oportunidad de empezar
otra vez, de crear unas tradiciones navideñas que fueran solo suyas y de su
hijo. Vanessa Hudgens estaría por allí, pero solo sería una empleada, alguien
que los ayudaría a decorar la casa para las fiestas. Y sentía curiosidad por
saber quién le pagaba.
Zac: Muy bien -suspiró por fin-.
Tiene tres días para probar que la necesitamos. Si no, volverá por donde ha
venido.
David: Entonces, ¿este año no vamos
a esquiar a Colorado?
Zac: No, este año no iremos a
Colorado. Pero tendrás que encargarte tú de ella. Es tu ángel.
David se lanzó sobre él, enredando
los bracitos alrededor de su cuello.
David: ¡Gracias, papá! ¿Puedo ir a
decírselo?
Zac revolvió el cabello rubio de su
hijo, con el corazón encogido. Costaba tan poco hacerlo feliz…
David: Métete en la cama. Yo se lo
diré.
David obedeció y, una vez arropado,
su padre le hizo cosquillas en el estómago.
Zac: ¿Quién te quiere más que a nada
en el mundo?
David: ¡Tú! -exclamó. Zac iba a
salir de la habitación, pero David lo detuvo en la puerta-. Papá… ¿echas de
menos a mamá?
Él se volvió. No sabía qué
contestar. ¿Echaba de menos las peleas, las broncas, la angustia que sentía
cada vez que Sarah se iba a Nueva York? No, eso no. Pero sí echaba de menos la
alegría que veía en los ojos de su hijo cuando su madre se dignaba a visitarlo.
Zac: Tu madre es una mujer de mucho
talento y tuvo que marcharse de aquí para ser una gran actriz. Pero eso no
significa que no te quiera tanto como yo.
Aunque su pregunta no había sido
contestada, David sonrió.
David: Buenas noches, papá.
Zac bajó la escalera preguntándose
cómo había conseguido evitar una respuesta directa. Tarde o temprano, el niño
exigiría una explicación y él no sabría cómo dársela. Pero, ¿podía seguir
mintiéndole?
Vanessa estaba sentada en el sofá
del salón, mirando el fuego de la chimenea. Se había quitado el abrigo y debajo
llevaba una chaqueta roja y una faldita negra que dejaba al descubierto sus
interminables piernas. Nunca había conocido a una chica tan sofisticada y que,
a la vez, pareciese tan inocente.
Zac: Siento haberla hecho esperar.
Si me dice dónde están sus cosas, la llevaré a su habitación.
Ella levantó la cabeza al oír su
voz y Zac tuvo que hacer un esfuerzo para apartar los ojos de sus piernas. Si
iba a quedarse allí durante las navidades, tendría que evitar ciertas fantasías.
Ness: Gracias.
Zac: Debería ser yo quien le diera
las gracias. David insiste en que se quede en casa…
Ness: No, gracias. He reservado
habitación en un hotel. Alquilaré un coche para ir y venir de Schuyler Falls.
Zac: Le he dicho a mi hijo que
podía quedarse con nosotros tres días; no creo que necesite más tiempo. Tenemos
una casa de invitados con cocina y cuarto de baño… Y puede usar mi furgoneta
para ir y venir, yo usaré la de mi padre.
Ness: Pero me han contratado para
quedarme hasta el día de Navidad. Sé que todo esto es un poco raro, pero quiero
hacerlo bien y para eso necesito más de tres días.
Zac: ¿Cuánto se tarda en adornar un
árbol de Navidad?
Ella lo miró como si le hubiera
pedido que construyese el Titanic de la noche a la mañana.
Ness: Señor Efron, este trabajo necesita
tiempo. No ha puesto ningún adorno de Navidad y, por lo que me ha dicho su
padre, no tiene ninguno. Entre el exterior y el interior, necesito tres días
solo para planificar lo que voy a hacer. Y con el presupuesto que tengo puedo
hacer cosas preciosas. Además, quiero organizar los menús de Nochebuena y
Navidad… Si quiere hacer una fiesta, también puedo organizarla. Estoy
acostumbrada a organizar fiestas multitudinarias y…
Zac: Un momento, señorita Hudgens.
¿Por qué no esperamos tres días? Después decidiremos si su angelical presencia
es necesaria o no. Pero antes me gustaría saber quién financia todo esto.
Vanessa se encogió de hombros.
Ness: Ya le he dicho que no lo sé.
Zac: ¿No lo sabe o no puede
decírmelo?
Ness: Ambas cosas.
Zac la miró durante unos segundos,
en silencio. Y ella cruzó las piernas, incómoda.
Zac: Mi mujer se fue hace dos años,
dos días antes de Navidad. Era eso lo que quería preguntar, ¿no?
Ness: Eso no es asunto mío, señor Efron.
No creo que sea necesario que me involucre personalmente con su familia. Estoy
aquí para crear un ambiente navideño perfecto y soy muy buena en mi trabajo. No
lo defraudaré.
Zac: Esto es para mi hijo, no para
mí.
Ness: A él me refería, señor Efron.
Zac carraspeó, incómodo.
Zac: David echa de menos a su
madre. Sobre todo en Navidad. Las cosas no han sido fáciles para él… la ve muy
poco.
El significado de esas palabras estaba
muy claro. No estaba buscando otra esposa y no quería que ella ocupase el lugar
de la madre de David.
Ness: Si no le importa, me voy a
dormir. Mañana tengo muchas cosas que hacer.
Zac: ¿Dónde están sus cosas?
Ness: ¿Mis cosas?
Zac: Las alas y todo eso -sonrió-.
Vanessa sonrió también.
Ness: No tengo alas, pero sí una
maleta. Está en el coche que me ha traído aquí.
Zac: Muy bien. Venga conmigo, la
llevaré a la casa de invitados.
Ness: Señor Efron…
Zac: Zac -la interrumpió ayudándola
a ponerse el abrigo-.
Al hacerlo, rozó su pelo con los
dedos. El sentido común le decía que apartase la mano, pero había pasado tanto
tiempo desde la última vez que tocó a una mujer…
Nervioso, salió al pasillo y abrió
la puerta, esperando que el frío le aclarase un poco la cabeza. Desde luego, era
muy guapa. Pero lo último que necesitaba en su vida era una mujer y todos los
problemas que llevaba consigo una relación sentimental.
No, mantendría las distancias con
aquel ángel. Por muy guapa que fuese.
*: ¡Es un ángel, te lo juro!
Por un momento, Vanessa pensó que
era un sueño. Pero luego recordó que estaba en la casa de invitados de Zac Efron.
Era un edificio de madera con un dormitorio, cuarto de baño y un saloncito con
chimenea y cocina francesa. La decoración consistía en fotografías de caballos,
arneses y aperos de montar. En realidad, era un sitio muy agradable.
**: Pero no tiene alas -dijo una voz
que no le resultaba familiar-.
Vanessa abrió los ojos y se
encontró con dos caritas que la miraban muy de cerca. Una de ellas era la de David
Efron. La otra, de un niño con pecas que la observaba como si ella fuese un
insecto al que estuviera examinando bajo el microscopio.
**: ¿Puede volar?
David: ¡No es ese tipo de ángel,
Kenny! Es un ángel de Navidad. Son diferentes.
Sonriendo, Vanessa se incorporó.
Ness: Buenos días.
Kenny se asustó, pero David se
tumbó tranquilamente sobre el edredón.
David: Hola, ángel. Este es mi
amigo Kenny. Vamos juntos al colegio.
Ella se pasó una mano por el pelo,
bostezando. A juzgar por la luz que entraba por la ventana, no debían ser ni
las ocho.
Había dormido fatal. Había tenido
un sueño rarísimo en el que la cara de Zac Efron se mezclaba con un montón de
luces de Navidad que no podía encender.
¿Por qué aquel hombre la fascinaba
tanto? Hasta el día anterior había estado dispuesta a pasar el resto de su vida
con Austin. Pero Zac era guapísimo. Quizá lo que la atraía era su aspecto
natural, de hombre de campo… O quizá el dolor que había visto en sus ojos y que
intentaba disimular.
Kenny: ¿Tiene una varita mágica? -insistió-.
David levantó los ojos al cielo.
David: ¡Los ángeles no tienen
varitas mágicas! Solo las hadas madrinas.
Vanessa debería explicarles que lo
de «ángel de Navidad» había sido una metáfora, una forma de contar por qué
estaba allí. También podría haberse llamado «genio de la lámpara».
Ness: ¿Por qué no me llamáis
simplemente Vanessa?
David: Te hemos traído el desayuno -sonrió-.
Mi padre me ha dicho que tengo que encargarme de ti, así que te he traído galletas
y mermelada. Cuando termines, te enseñaré la granja y…
Zac: ¡Aquí estáis!
Vanessa levantó los ojos y vio a Zac
Efron en la puerta. Iba vestido más o menos como el día anterior, pero tenía el
pelo húmedo y parecía recién afeitado. Cortada, se cubrió con la sábana para
tapar el escote de la camisola.
David: Hola, papá. Le hemos traído
el desayuno al ángel.
Zac: Vais a llegar tarde al
colegio. Venga, os llevaré en la furgoneta.
David: Pero tenemos que enseñarle
la granja a Vanessa…
Zac: Yo se la enseñaré cuando
vuelva. Vamos, andando.
Los niños se despidieron y Zac la
miró con un brillo enigmático en sus ojos azules.
Zac: Volveré dentro de quince
minutos. Disfruta de tu desayuno.
Cuando se quedó sola, Vanessa se levantó
de la cama.
Zac Efron la ponía muy nerviosa,
pero… Austin nunca había conseguido que su pulso se acelerase. Quizá fue el
destino lo que impidió que aceptara su oferta de matrimonio. Quizá intuía que
había un hombre en alguna parte que podría despertar en ella… Vanessa buscó la
palabra adecuada… ¿pasión?
Pensativa, apoyó la cara en el
cristal de la ventana. Nunca se había considerado una mujer apasionada; nunca
pensó ser la clase de mujer que dejaría a un lado todas sus inhibiciones para
entregarse completamente a un hombre. Pero quizá no había conocido al hombre
adecuado.
¿Era Zac Efron ese hombre?
Desde luego, tenía algo irresistible.
Su forma de caminar tan masculina, su forma de vestir, el pelo un poco
despeinado… cualquier mujer lo encontraría atractivo.
Pero había algo más. Cuando lo
miraba, a su mente acudían imágenes de sábanas arrugadas y cuerpos desnudos.
Ness: Es un cliente -murmuró para
sí misma-.
Aunque eso no era del todo cierto.
Su cliente era el benefactor anónimo. En cualquier caso, lo mejor sería
mantener las distancias. Aquello era un encargo estrictamente profesional.
Veinte minutos después, cuando
llamó a la puerta, Vanessa se había vestido, peinado y puesto un poquito de
brillo de labios.
Ness: Entra.
Zac: ¿Estás lista? -preguntó mirándola
de arriba abajo-.
Llevaba un jersey de cachemir, una
elegante falda negra y los zapatos de tacón del día anterior.
Ness: No he traído nada más que
esto. Tendré que ir al pueblo para comprar ropa de abrigo.
Zac: No puedes salir con esos tacones.
Espera un momento… -murmuró-.
Salió de la casa y volvió poco
después con un par de enormes botas de goma.
Vanessa las miró haciendo una mueca.
Ness: Gracias, pero creo que estaré
más cómoda con mis zapatos -dijo, arrugando la nariz-.
Zac: Como quieras. Empezaremos por
los establos.
Ness: No necesito ver los establos…
a menos que también quieras decorarlos, claro -dijo tomando el abrigo-.
Preferiría ver la casa para medir las habitaciones y decidir qué estilo le va
mejor. Yo creo que un estilo rústico sería lo ideal.
Zac la miró, confuso.
Zac: Yo prefiero una decoración
normal y corriente. Ya sabes, bolas y espumillón.
Ness: ¿Bolas y espumillón? Por
favor… se ha avanzado mucho en el campo de la decoración navideña -rió-.
Zac: Bueno, haz lo que quieras.
Pero antes voy a enseñarte los establos.
Ness: No hace falta, de verdad.
Además, los animales me odian. De pequeña tuve un desagradable encuentro con
una vaca.
Zac: Yo me dedico a criar caballos -suspiró-.
Y si piensas quedarte aquí hasta Navidad, será difícil evitar a los animales.
Resignada a su si-no, Vanessa fue
tras él con sus tacones enterrándose en la nieve. Antes de llegar a los
establos, vio al padre de Zac sujetando las riendas de un caballo que daba
vueltas en un recinto vallado.
Ness: ¿Qué hace?
Zac: Entrenarlo. Algunos tienen muy
mal carácter.
Ness: ¿Cuántos caballos tienes?
Zac: Unos setenta. Cuarenta yeguas
de cría, veintisiete potros que sacaremos a subasta en enero, tres sementales y
dos pura sangre. En verano cuidaremos de otros veinte mientras corren en
Saratoga.
Ness: Esos son muchos caballos -suspiró-.
En realidad, uno solo ya es demasiado para mí.
Zac: En la época de mi abuelo había
más, pero tenemos buena reputación y nuestros potros se venden bien en las
subastas.
Cuando entraron en el primer
establo, Zac metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó dos azucarillos.
Zac: Toma, dáselos a Scirocco.
Como ya no puede pasarlo bien, se dedica a los dulces.
Ness: ¿Por qué no puede pasarlo
bien?
Zac: Porque ya no tiene que montar
a las yeguas.
Ness: ¿Ah, no? Entonces, ¿de dónde
salen los potros?
Zac: Ahora todo se hace de forma
científica. No necesitamos que el semental… haga el servicio, lo hacemos
nosotros por él.
Ness: ¿Cómo?
Zac apartó la mirada.
Zac: Déjalo, sería difícil de
explicar.
Con el ceño arrugado, Vanessa
sujetó los azucarillos.
Ness: Pobrecito. ¿Y sus necesidades?
Este pobre caballo debe estar frustrado.
Aunque nunca le habían gustado los
animales, a los que consideraba impredecibles, le daba pena que los pobres no
pudieran tener… novia.
Zac: Un macho no siempre tiene por
qué dar rienda suelta a sus instintos.
Aunque la discusión era sobre
animales, Vanessa empezó a pensar que había un significado oculto en sus
palabras. Y se puso muy nerviosa.
Alargó la mano para darle los
azucarillos a Scirocco, pero cuando vio sus dientes la apartó.
Ness: Uy, qué miedo.
Zac: ¿Por qué?
Ness: Los animales me odian. Todos:
los perros, los gatos, los caballos…
Zac: Pues a Scirocco le caes
muy bien.
Durante lo que le pareció una eternidad,
ninguno de los dos se movió. Vanessa ni siquiera podría asegurar que su corazón
estuviese latiendo.
Y aquella vez estaba segura de que
no hablaba del caballo. Intentando controlar los nervios, se apoyó en la pared
del cajón e intentó parecer tranquila, como si un hombre guapísimo le dijera
esas cosas cada día.
Ness: Si hemos terminado aquí,
deberíamos… ¡Ay! -se echó hacia atrás y, sin darse cuenta, metió el pie en un
montón de… excremento de caballo-. ¡Me ha mordido!
Oyó entonces una especie de relincho
burlón y, cuando miró a Scirocco, le pareció que estaba sonriendo. El
muy canalla.
Zac: Lo siento -se disculpó-. Scirocco
se pone un poco agresivo cuando quiere azúcar. ¿A ver? Tenemos que limpiar esa
herida.
Ness: ¡Yo no tengo la culpa de que
ya no tengas relaciones sexuales! -exclamó. Al ver la expresión atónita del
hombre, se puso como un tomate-. Me refería a Scirocco, no a ti.
Zac: Ya, claro -murmuró llevándola
a un banco de madera-. Siéntate. -Se inclinó entonces para quitarle los
zapatos. El estiércol había manchado también las medias y tranquilamente, sin
pedir permiso, las rasgó de un tirón-. Deberías haberte puesto las botas.
Ness: Habría dado igual. Ya te he
dicho que los animales me odian -le recordó con una voz más ronca de lo normal-.
Zac: Seguro que Scirocco lo
ha hecho a propósito. Le gustan las chicas, pero es muy travieso.
Ness: Ya lo he visto.
Zac: Espera… vuelvo enseguida -entró
en una alcoba que había al otro lado del establo y que debía ser el botiquín-. Dicen
que el excremento de caballo es el mejor tratamiento de belleza.
Vanessa miró hacia la derecha y vio
al padre de Zac en la puerta. La noche anterior apenas habían intercambiado
unas palabras, pero sabía que tenía un amigo en Alex Efron.
Ness: ¿Eso dicen?
Alex: ¿Sabe una cosa, señorita Hudgens?
Es usted la primera mujer que pisa esta granja en dos años. Y me alegra decir
que es usted mucho más agradable a la vista que estos jamelgos.
Ness: Gracias, señor Efron.
Alex: Puedes llamarme Alex, si yo
puedo llamarte Vanessa.
Ness: Muy bien, Alex.
El hombre señaló sus pies.
Alex: Por aquí llamamos a eso «la
pedicura de Stony Creek».
Ness: Cuando se lo cuente a mis
amigas de Nueva York se van a morir de risa -sonrió moviendo los pies-.
Zac volvió entonces con un cubo de
agua, una toalla, un botiquín de primeros auxilios y un par de botas.
Zac: Yo sé de uno que ha olvidado
limpiar el cajón de Scirocco -murmuró, mirando a su padre con cara de
pocos amigos-.
Alex: Sí, una lástima -rió-.
Zac procedió a limpiarle los pies y
su padre volvió al trabajo. Cuando pasó la toalla húmeda por sus piernas, Vanessa
tuvo que tragar saliva. Nunca había considerado una pierna o un pie como zona
erógena, pero tendría que revisar su opinión. Lo que Zac Efron le estaba
haciendo era un pecado.
Ness: ¿Desde cuándo vives aquí… en
la granja? -preguntó, para pensar en otra cosa-.
Zac: Toda mi vida. Era de mi
bisabuelo y lleva en la familia desde 1900. Antes había más criadores en la
zona, pero ahora somos los únicos. -Después de limpiarle y secarle los pies, le
puso las botas-. Y ahora que estás limpita, vamos a ver la herida -dijo, tomando
su mano-. No es nada grave. Con un poco de antiséptico y una tirita…
Ness: ¿No debería ponerme la
inyección del tétano?
Zac: No te preocupes. Scirocco
no tiene la rabia.
Vanessa sonrió. Le gustaba que un
hombre la atendiese solícitamente. Incluso un hombre tan distante como Zac Efron.
Quizá ser mordida por un caballo no era tan malo después de todo.
Zac: Ya está… ¿Mejor? -preguntó dándole
un besito en el dedo-.
Ella parpadeó, sorprendida. Y
cuando levantó la cabeza, vio que también él estaba sorprendido por el gesto.
Zac: Lo siento. Es que estoy tan
acostumbrado a curar a David… la fuerza de la costumbre.
Vanessa sonrió.
Ness: Ya no me duele.
Zac carraspeó entonces, incómodo.
Zac: Bueno, será mejor que vuelva
al trabajo. La casa está vacía, así que puedes hacer lo que quieras. Incluso un
desayuno decente.
Después de eso salió del establo,
dejándola con el dedo vendado y una mirada soñadora. Mientras iba hacia la
casa, intentando no perder las botas, Vanessa se preguntó si algún día
entendería a Zac Efron.
Pero daba igual. Estaba allí para
hacer un trabajo y nada de lo que él hiciese, aunque fuera besar su mano y
limpiar sus pies, cambiaría en absoluto su vida.
3 comentarios:
Ayyy me encanto!!
Vamos a ver que se traen estos dos!!
Sube pronto :)
Q lindooo.. me encanta..
Me encantooooo el capi y te deje un comentario en la sinopsis
Amy :)
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