No había salido el sol cuando se
despertó. Zac respiró profundamente el olor del pelo de Vanessa… Durante la
noche se había dado la vuelta y estaba abrazado a ella por la cintura. Había
dormido de maravilla; era como si estuvieran hechos para empezar y terminar el
día de esa forma.
Cuando llevó los juguetes por la
noche no planeaba terminar en la cama. Solo quería ver su cara otra vez antes de
irse a dormir, como si tuviera que asegurarse de que seguía allí. Pero entonces
ocurrió lo inevitable.
Había pasado tanto tiempo desde la
última vez que estuvo con una mujer, que se preguntaba si sabría darle placer.
Entonces recordó cuando estaba
dentro de ella, el segundo en que los dos llegaron al clímax. «Perfecto»,
pensó. Nunca había hecho el amor sintiendo aquella conexión, aquel lazo
invisible. El acto parecía haber sellado un pacto entre los dos, un pacto que
no podría romperse.
Zac miró el despertador de la mesilla.
Eran las cinco de la mañana y su padre estaría a punto de levantarse para
empezar a trabajar.
Si se iba en aquel momento, podría
entrar en la casa y cambiarse de ropa antes de que lo viera. Pero la cama
estaba calentita y el cuerpo de Vanessa era tan suave… estaría loco si se fuera.
Qué cambio. Había decidido no creer
en la profundidad de sus sentimientos, convencido de que ella le haría tanto
daño como Sarah. Pero era mayor y sabía mucho más. Y no miraba a Vanessa a través
de un velo de inocencia. La veía como lo que era, una mujer a la que podría
amar toda la vida.
Acarició su pelo entonces, preguntándose
qué le depararía la mañana. ¿Lamentaría ella lo que había pasado o se daría
cuenta de que estaban hechos el uno para el otro?
Zac besó su hombro y Vanessa se
movió un poco, pero estaba profundamente dormida.
No tenía derecho a esperar nada.
¿Qué había dicho ella? «No quiero promesas que no puedas cumplir». Había jurado
no hacerle promesas a ninguna mujer… pero la idea de prometerle amor y respeto
para siempre no le parecía tan horrible en aquel momento. Todo lo contrario.
Zac se levantó y la cubrió con la
manta, rozando su espalda con los dedos. Tuvo que resistir la tentación de
despertarla y hacerle el amor de nuevo. Solo se habían dormido un par de horas
antes. Vanessa y él tenían muchas cosas de qué hablar, pero tendría que esperar
a que se despertase.
Saltó de la cama y buscó su ropa
por el suelo. Cuando estuvo vestido, apartó un mechón de pelo de su cara y la
miró durante unos segundos. Nunca había visto una mujer más bonita. No porque
hubieran hecho el amor, sino porque sabía que era la mujer de su vida.
Zac: Despierta, cariño.
Vanessa abrió los ojos, medio
dormida.
Ness: ¿Por qué te vas? ¿Pasa algo?
Zac: No, todo está bien. Pero tengo
que volver a casa. Mi padre estará a punto de levantarse y luego… David.
Siempre soy yo quien despierta al niño.
Ness: ¿Volverás cuando se haya ido
al colegio?
Zac: Te lo prometo -sonrió-. Si me
prometes no moverte de aquí hasta que vuelva.
Ness: Te lo prometo.
Entonces la besó larga, profundamente.
Zac: Volveré -dijo en voz baja-.
Con desgana, abrió la puerta y
recorrió el camino helado hasta la casa. La cocina estaba a oscuras y…
Alex: Te has levantado muy
temprano.
La voz de su padre lo sobresaltó. Alex
siempre estaba vestido, como si durmiese con la ropa puesta, pero no se había
afeitado.
Zac: Buenos días, papá.
Alex: O a lo mejor no te has ido a
la cama todavía. ¿No llevas la misma ropa que anoche?
Zac: ¿Te has convertido en un experto
en moda? Nunca te habías fijado en mi ropa.
Alex: Esa no es la ropa de trabajo -sonrió-.
Pero claro, hasta ahora nunca había habido una chica guapa en la casa de
invitados… Quieres que se quede, ¿verdad?
Zac se pasó una mano por el pelo.
Zac: Sí, creo que sí. Pero me da
miedo pedírselo.
Alex: ¿Por qué?
Zac: Porque tengo miedo de que me rechace.
O peor, que acepte y volver a estropearlo todo como hice con Sarah.
Alex: Hijo, tú no lo estropeaste
con Sarah. Hiciste todo lo que estuvo en tu mano para que ese matrimonio funcionase.
¿Cuántos hombres aceptarían que su mujer viviese en Nueva York la mitad del
año? Ella no era para ti. Quizá ahora has encontrado a tu alma gemela.
Zac: Yo pensé que Sarah era la mujer
de mi vida.
Alex: No, tú pensabas que Sarah era
guapísima, elegante y sofisticada. Estabas embobado. Y Sarah pensó que eras lo
suficientemente rico como para financiar su carrera artística. Era una egoísta.
Y si no se hubiera quedado embarazada dos meses después de casaros, seguramente
no habríais durado ni un año.
Zac: Eso solo prueba que no sé
elegir a las mujeres. Hasta este momento, yo pensaba que Sarah se había casado
conmigo porque me quería. Gracias por abrirme los ojos, papá.
Alex sonrió, irónico.
Alex: Para eso estamos.
Zac volvió a pasarse una mano por
el pelo.
Zac: ¿Cómo voy a saber si me
equivoco o no? Solo conozco a Vanessa desde hace dos semanas. No sé nada de su
familia, ni qué perfume usa, ni cuál es su color favorito.
Alex: Pero hay muchas cosas que sí sabes.
Zac: No sé si quiere vivir en una
granja. Es una chica de Nueva York… sus amigos están allí, su trabajo, todo.
¿Qué va a hacer en Stony Creek?
Alex: Tú sabes lo que hay en tu
corazón, Zac. Eso es lo único importante.
Zac: ¿Y qué hay en el corazón de Vanessa?
Alex: Eso no lo sabrás hasta que le
preguntes. Pero te digo una cosa, hijo, si dejas que se vaya sin decirle lo que
sientes, siempre te preguntarás qué habría pasado -murmuró pasándose una mano
por el mentón-. Espera un momento. Tengo algo que podría ayudarte.
Su padre salió de la cocina y Zac
se sirvió una taza de café. Si tuviera un poco más de tiempo… un mes o dos.
Entonces se libraría de las dudas. Todo parecía tan simple cuando la tenía en
sus brazos…
Pero si no se arriesgaba, ¿cuál iba
a ser su futuro? Una larga vida de soledad, una cama helada y un corazón vacío.
Criar a un hijo sin su madre, no llenar nunca la casa con un montón de niños,
como siempre había deseado…
Zac sonrió. Vanessa y él tendrían
unos hijos preciosos. Quizá una niña de ojos marrones como los suyos. Y un
hermanito como David. Si Vanessa se quedase, su vida significaría algo.
Alex: Llevo algún tiempo queriendo
darte esto -dijo entonces, entrando de nuevo en la cocina con una bolsita de
terciopelo negro-. Pero estaba esperando que llegase el momento adecuado.
Zac tomó la bolsita y de ella sacó
un anillo de diamantes.
Zac: Era de mamá.
Alex: Era de tu abuela. Y antes, de
la madre de esta. Tu mujer debería llevarlo, ¿no crees?
Zac: Sarah era mi…
Alex: Ella no se lo merecía -lo
interrumpió-. Pero creo que ese anillo quedaría muy bien en el dedo de Vanessa.
Zac: Casarme… ese es un paso
demasiado grande. No estoy preparado, papá. No pienso pedirle a Vanessa que se
case conmigo en solo dos semanas.
Pero miraba el anillo con ternura.
Quedaría precioso en el dedo de Vanessa. Y a ella le encantaría. Le gustaban
mucho las tradiciones y las cosas antiguas…
Alex: Eres un Efron. No debes
esperar. Si ella es la mujer de tu vida, tienes que decírselo.
Zac: Yo creo que esa tradición
familiar debería terminar conmigo, papá. Tengo que pensar en David. ¿Y si las
cosas no salen bien? Tú sabes lo que sufrió cuando Sarah se marchó… no quiero
volver a hacerle daño.
Alex puso las manos sobre los
hombros de su hijo.
Alex: No pierdas el tiempo, Zac. Si
dejas que Vanessa se vaya, puede que no vuelva nunca.
Su padre tomó el chaquetón y salió
de la casa, dejándolo pensativo. Pero, por mucho que pensara, no se le ocurría
un plan lógico.
Quizá el amor no era lógico. Quizá
era algo loco e irracional. Resultaba mucho más fácil cuando se era joven, la
decisión clara, las consecuencias todavía desconocidas.
Zac volvió a guardar el anillo en
la bolsita de terciopelo y subió a su dormitorio. Cuando se miró al espejo de
la cómoda, comprobó que tenía cara de sueño y el pelo aún revuelto por los
dedos de Vanessa. Pero también vio algo que no había visto antes: una paz y una
calma nuevas, como si finalmente hubiera encontrado lo que buscaba.
Si pudiera hacer que durase para
siempre…
David: ¡Vanessa, Vanessa! ¿Estás
ahí?
Ella abrió los ojos y alargó la
mano para tocar el sitio donde había dormido Zac. Pero estaba vacío. Se había
marchado al amanecer…
Vanessa sonrió, recordando. Se
sentía relajada, saciada… miró entonces por debajo de la sábana. Y muy perversa.
Nunca antes había dormido desnuda.
David: Vanessa, soy yo, David. ¿Puedo
entrar?
Ella se sentó en la cama al recordar
que Zac no podría haber cerrado la puerta por fuera.
Ness: ¡Espera un momento! -gritó,
buscando su ropa-.
A toda prisa, se puso el jersey del
día anterior y los pantalones del pijama. Había juguetes tirados por el suelo
y, con la precisión de un jugador de fútbol, los pateó debajo de la cama.
El picaporte empezó a girar.
David: ¿Estás despierta? ¿Puedo
entrar?
Vanessa corrió para tomar un robot
y esconderlo debajo del jersey. Un segundo después, David entraba en la habitación
como una tromba. En la mano llevaba un ramo de flores.
David: ¡Mira, te han mandado
flores! ¡Acaban de llegar! Y no son de plástico, son de verdad. Creo que son
rosas.
Ness: Zac -murmuró-.
Qué maravillosa forma de empezar el
día… Entonces oyó un pitido saliendo por debajo de su jersey… el robot, el robot
se había encendido.
David: ¿Qué es eso?
Ness: Nada, mi estómago. Es que
tengo hambre.
El niño hizo una mueca.
David: Mi estómago no hace ese
ruido.
Zac: ¡Buenos días!
Ambos levantaron la mirada al oír
la voz de Zac en la puerta. Llevaba la ropa de trabajo y tenía nieve en el pelo.
David: ¡Papá, mira, a Vanessa le
han mandado flores!
Sus ojos se encontraron y, al hacerlo,
renacieron los recuerdos de la noche anterior. El deseo, la necesidad de
tocarse, la rendición final por parte de los dos. Vanessa se puso colorada. Y
se preguntó cuándo volverían a compartir cama. ¿Dormiría con ella por la noche
o robarían algunas horas durante el día?
Ness: Gracias -murmuró, sonriendo-.
Zac: Yo no te he enviado las flores.
Ella parpadeó, sorprendida.
Ness: ¿No has sido tú? Entonces…
¿quién me ha enviado dos docenas de rosas?
Zac: A lo mejor hay una tarjeta -sugirió-.
David miró entre las flores y sacó
un sobrecito.
David: ¡Mira, aquí está! ¿Quieres
que la lea?
Ness: Si sabes hacerlo.
David: Claro que sé. Soy el mejor
de mi clase -murmuró el niño, ofendido-. Aquí dice… Feliz Navidad. Llámame.
Te quiero, Austin. ¿Quién es Austin?
Vanessa le quitó la tarjeta de las
manos.
Ness: ¿Austin? -repitió-. Pero no
lo entiendo…
¿Habría cambiado de opinión?
¿Habría dejado a su prometida, la hija del millonario?
David: ¿Quién es Austin?
Zac: David, ve a ayudar a tu abuelo
en el establo. Está en el box de Jade.
David: Pero…
Zac: Haz lo que digo -lo interrumpió
muy serio-.
El niño salió de la habitación, suspirando.
Zac no se movió y no dijo una palabra, como si esperase una explicación.
Pero Vanessa no podía dársela. No
sabía por qué Austin le enviaba flores… especialmente en aquel momento. A menos
que quisiera volver con ella.
Ness: Esto no tiene sentido -murmuró-.
Zac: Flores de tu prometido. Qué
raro, ¿no?
Ness: No estoy prometida, Zac -suspiró-.
Austin me pidió que me casara con él y le dije que lo pensaría. Estuve casi un
año pensándolo y hace poco me enteré de que se había prometido con otra mujer.
Zac: Entonces, cuando me dijiste
que estabas prometida…
Ness: Era una pequeña exageración -sonrió-.
Bueno, una mentira. Pero tenía mis razones.
Zac: Pues evidentemente tu «casi»
prometido ha cambiado de opinión.
Ness: No puede ser. Se supone que
va a casarse en junio. No he hablado con él en nueve meses. ¡Ni siquiera sabe
que estoy aquí!
Zac: ¿Estás enamorada de él?
Ness: ¡No! -exclamó-. ¿Tú crees que
habría hecho el amor contigo si estuviese enamorada de otro hombre?
Zac: No te conozco lo suficiente
como para saber lo que harías o dejarías de hacer.
Ness: Austin no puede creer que voy
a casarme con él. Aunque, en realidad, nunca le di una respuesta… ¿Podría haber
interpretado eso como un sí?
Zac: Yo lo interpretaría como un
clarísimo no, desde luego. ¿Sabes una cosa? Cuando me dijiste que estabas prometida,
pensé que no era verdad. Que solo lo decías para preservar tu virtud.
Vanessa miró la tarjeta, perpleja.
Ness: Pues ya sabemos lo que me ha
durado la virtud contigo.
Zac tiró las flores al suelo y tomó
su cara entre las manos.
Zac: Olvida a ese hombre. Lleva un
año fuera de tu vida. Lo que hay entre nosotros es real, es auténtico… Vanessa,
quiero que te quedes aquí. No solo para las navidades, sino para siempre.
Ness: ¿Qué dices?
Zac: Yo te necesito, David te
necesita. Y quiero que te quedes.
Ness: ¿Quieres que me quede? Pero…
pensé que…
Zac: Sé que no he dejado muy claro
cuáles eran mis sentimientos, pero te quiero, Vanessa. Y quiero que seas parte
de mi vida.
Ella no sabía qué decir. Aunque
había soñado con oír aquella frase, nunca pensó que sería algo más que un
sueño. En realidad, se había convencido a sí misma de que era imposible. Pero Zac
no le había pedido que se casara con él. Solo le había dicho que se quedase en
Stony Creek.
Se habían conocido solo dos semanas
antes, era lógico que no hablase de matrimonio. Pero, ¿podía abandonar su vida
y su trabajo en Nueva York por la mera posibilidad de vivir con él? ¿Podría ser
su amante y la madre de David sin saber qué sería de su futuro?
Aunque se llevaba muy bien con el
niño, la responsabilidad de ser su madre… ¿Y si no sabía hacerlo? ¿Y si cometía
errores y le destrozaba la vida? Su padre nunca se lo perdonaría.
Y Zac… Aunque estaba enamorada de
él, apenas lo conocía. ¿Y si sus sentimientos se enfriaban? ¿Y si se daba
cuenta de que había cometido un error y le pedía que se marchase? ¿Podría
soportar el dolor de dejar a Zac y David después de ser parte de la familia?
Zac: ¿No vas a responder?
Ness: Esta no es una proposición de
matrimonio, ¿verdad?
Él apretó los labios.
Zac: Ya sabes que lo del matrimonio
no se me da bien.
Vanessa arrugó el ceño.
Ness: Yo… tendré que pensarlo.
Zac: ¿Igual que pensaste la
proposición de ese otro hombre? ¿Vas a hacerme esperar durante un año? Yo no pienso
cruzarme de brazos, Vanessa. Quiero una respuesta ahora mismo.
Ella respiró profundamente.
Ness: No puedo darte una respuesta
ahora mismo. Hay que tomar en cuenta muchas cosas.
Zac: ¿Lo de anoche no significó
nada para ti?
Ness: Claro que sí. Lo de anoche fue
maravilloso, Zac. Nunca había sentido una pasión así, pero no puedo cambiar
toda mi vida por una sola noche de pasión. Soy una persona muy práctica. Si me
conocieras, lo entenderías -suspiró tomando una rosa del suelo-. Además, aunque
quisiera aceptar ahora mismo, no puedo hacerlo. Tengo que volver a Nueva York
para hablar con Austin. Hasta que lo haga, no podré darte una respuesta.
Zac la miró enfadado.
Zac: Debería haberlo sabido.
Debería haber confiado en mi instinto -murmuró, abriendo la puerta-. Cuando
tengas una respuesta, házmelo saber. No quiero estar un año esperando.
Vanessa se levantó de la cama, pero
él ya había salido de la habitación. Entonces miró las rosas. ¿Cómo podía
haberle hecho eso Austin? Por fin se enamoraba de un hombre, un hombre que le
había pedido que formase parte de su vida y, de repente…
Pero tenía que volver a Nueva York
para decirle lo que debería haberle dicho un año antes. No se casaría con Austin.
Si se casaba con alguien, sería con Zac Efron. El único problema era que él no
se lo había pedido.
Pero, ¿por qué quería volver a
Nueva York? No tenía por qué darle una respuesta. Había pasado un año y, según Ash,
él había encontrado a otra mujer. La hija de un millonario, ni más ni menos.
Y lo único que la esperaba en la
ciudad era un trabajo que había empezado a odiar y un negocio que apenas se
mantenía a flote.
Vanessa suspiró. Quizá solo necesitaba
una excusa, unos días para pensar. Pero Zac era el hombre de su vida, el hombre
del que estaba enamorada, el hombre con el que quería pasar el resto de sus
días.
Cerrando los ojos, intentó calmar
el caos de su cabeza. Había soñado con eso y, cuando era capaz de tocarlo con
las manos… no podía creer que fuese real.
Agitada, se dejó caer sobre la cama
y pensó en la noche anterior, sintiendo un escalofrío al recordar los
sentimientos que habían compartido. Sentimientos profundos. Sentimientos que
podrían durar una vida entera si se daba una oportunidad a sí misma.
Pero, ¿podía basar su futuro en una
pasión abrumadora, en un amor desesperado? ¿O tenía que haber algo más?
Vanessa miró la cocina por última
vez, un sitio que le resultaba tan familiar como la palma de su mano. Había
colocado cada cosa a su gusto y era «su» cocina. Aunque seguramente pronto
volvería a ser un caos.
Había terminado de hacer los preparativos
para la cena de Nochebuena y la comida de Navidad, ocupando su cabeza con
recetas en lugar de lamentos.
Ness: El asado Wellington con
patatitas francesas es un poco complicado -le dijo a Alex-. Pero solo tienes que
calentarlo en el horno a 125 grados y cortarlo luego rápidamente, antes de que
se ponga duro.
El hombre no parecía muy
convencido.
Alex: No sé…
Ness: No te preocupes, esto es lo
más difícil. El pavo de Navidad será coser y cantar. Solo tienes que rellenarlo…
el relleno está guardado en la nevera, en un bol de color verde, y meterlo en
el horno.
Alex: Espero poder hacerlo.
Ness: Aquí están las instrucciones -dijo
entonces, dándole un papel-. No olvides cambiar las velas. Rojas por la noche,
blancas para la comida.
Alex: ¿Eso es importante?
Ness: Mucho. He planchado todos los
manteles y las servilletas… el que tiene el estampado con la flor de pascua es
para esta noche, el de color crema para mañana. La verdad, podría poner la mesa
ahora mismo y así no tendrías que hacerlo tú.
Alex: ¿Y por qué no te quedas? Yo
nunca he metido un asado Burlington en el horno y nunca sé si la carne está
dura o blanda.
Ness: Wellington
-lo corrigió-. Y no
puedo quedarme, Alex. Tengo que volver a Nueva York.
Alex: Te ha pedido que te quedes,
¿verdad?
Ness: Prefiero no hablar de ello. Ahora
mismo estoy un poco confusa y cuanto más lo pienso, más confusa estoy. Necesito
un poco de tiempo… esta es una decisión muy importante.
Alex: Pues él no está mejor. Ha
limpiado tan bien los establos, que podríamos celebrar la comida de Navidad en
el suelo.
Evidentemente estaba enfadado
porque no le había dado una respuesta, pero nada la haría cambiar de opinión.
Siempre se había tomado su tiempo para decidir las cosas y no pensaba mudarse a
Schuyler Falls por una noche de pasión, por muy maravillosa que hubiera sido.
Tenía que considerar todas las
opciones, todos los detalles hasta que supiera que esa unión sería perfecta.
Por supuesto, no existía la perfección en las parejas, pero…
Ness: Bueno, mi maleta está en la
puerta y el tren sale en media hora. Tengo que irme, Alex -suspiró-. No te
preocupes, todo saldrá bien. Y el asado Wellington estará riquísimo. Voy a despedirme
de David. ¿Sabes dónde está?
Alex: Esperando en el porche. Despídete
de él mientras yo subo tus cosas a la furgoneta.
Vanessa encontró a David sentado en
los escalones del porche, con Thurston a su lado. No la miraba y se dio
cuenta de que estaba a punto de llorar.
Ness: Lo hemos pasado bien, ¿verdad?
-murmuró, poniéndole un brazo sobre los hombros-. Has conseguido las navidades
que querías, ¿no?
David: Serían mejores si te
quedases. Podrías ser mi mamá… si quisieras.
Ness: No sé lo que me deparará el futuro,
David. Quizá algún día sea tu mamá. O quizá tu padre conozca a una mujer
maravillosa que te hará muy feliz. Pero eso no significa que yo vaya a dejar de
quererte.
David: Sí, ya -murmuró incrédulo-.
Eso es lo que dijo mi madre cuando se fue.
A Vanessa se le encogió el corazón.
¿Por qué aquel niño tenía que sufrir por sus indecisiones? ¿Por qué no podían
ser una familia feliz?
Ness: Imagina que soy un ángel de
verdad y que estaré mirándote desde Nueva York.
David sacó entonces una caja del
bolsillo.
David: Es mi regalo de Navidad. Te
había comprado sales de baño, pero luego pensé que esto te gustaría más.
Vanessa abrió la cajita de plástico.
Dentro había una cadena de la que colgaba un penique aplastado, tan fino como
el papel.
Ness: Es precioso. Muchísimas
gracias.
David: Es mi penique de la suerte. Yo
y Kenny y Raymond los ponemos sobre las vías del tren para que los aplasten las
ruedas. Tenía este penique en el bolsillo cuando fui a ver a Santa Claus,
cuando le pedí que vinieras. Pero quiero que te lo quedes tú. Para que te dé
suerte.
Ella se puso el colgante con el corazón
encogido.
Ness: Gracias, cariño. Es el regalo
más bonito que me han hecho nunca.
David le echó los brazos al cuello.
David: Es para el mejor ángel de
Navidad del mundo.
Por fin la soltó y se metió
corriendo en la casa.
Conteniendo las lágrimas, Vanessa
acarició el penique aplastado. Alex la esperaba en la furgoneta y, mientras iba
hacia ella, esperó que Zac apareciese milagrosamente y la tomase en sus brazos
para no dejarla ir. Eso era lo que quería, ¿no? No estaba preparada para tomar
una decisión, pero no quería marcharse. Con doscientos kilómetros entre ellos,
temía que la atracción se enfriase, que la pasión que habían compartido
desapareciera. Temía no volver nunca a Stony Creek.
Cuando abría la puerta de la furgoneta,
se volvió y… vio a Zac en el porche, con el pelo despeinado por el viento. Y
casi tuvo que llevarse una mano al corazón, como la primera vez que lo vio.
Zac: Supongo que esto es un adiós.
Ness: Supongo que sí, por el
momento.
Zac: ¿Vas a volver con él?
Ness: No. No estoy enamorada de él
y voy a decírselo.
Zac: ¿Y después? ¿Volverás para
darme una respuesta?
Ness: Te prometo que lo haré. -Después,
sin pensar, por instinto, corrió hacia el porche y le dio un beso en los labios-.
Feliz Navidad, Zac.
Zac: Feliz Navidad, Vanessa.
Lo observó por la ventanilla de la
furgoneta mientras se alejaba por el camino. Antes de que la casa desapareciera
de su vista, él levantó una mano para decirle adiós.
Ness: Volveré -murmuró con un nudo
en la garganta-. Te lo prometo.
Pero no estaba segura del todo.
Aquello había sido un encargo profesional, un trabajo para no terminar en
números rojos como todos los años. No debería haberse enamorado.
2 comentarios:
Maldito Austin!!
Todo iba de maravillas, para que aparecio? No hacia falta!!
Sube pronto :)
Austin siempre fregandola, toda la vida
Ya quiero leer el siguiente capítulo!!
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