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domingo, 1 de marzo de 2020

Capítulo 2


Vanessa entró en el servicio de señoras y se acercó, temblorosa, al lavabo para mojarse la cara.

El dolor la hacía sentir deseos de gritar. Era terrible. Primero, ver a Zac, y después enterarse de la muerte de Will y Miley.

Y el golpe final, el golpe que la había hecho apretar los dientes para no derramar lágrimas era Jessica.

Will y Miley no habían cambiado el testamento que redactaron ocho años atrás.

El testamento que los designaba a Zac y a ella como guardianes de la pequeña.

El destino era increíblemente cruel.

Pero más cruel que el destino había sido la expresión en los ojos de Zac al enterarse de la noticia. Vanessa siempre había podido leer en ellos como si fueran un libro abierto. Y lo que había visto en sus ojos la había hecho sentir un escalofrío. Zac veía a Jessica como una especie de milagro que había llegado a sus vidas para unirlos de nuevo.

Pero eso no iba a ocurrir.

Nunca dejaría que Jessica entrase en su vida.

No quería volver a sufrir como había sufrido cuando perdió a Anne. No pensaba arriesgarse a que se le partiera el corazón de nuevo.

Era una mujer cobarde y esa era su debilidad y su vergüenza. Pero también la única manera que conocía de sobrevivir.

Con manos temblorosas, tomó una servilleta de papel y se miró en el espejo. Estaba pálida como una muerta. Vanessa se pasó la servilleta húmeda por la cara y sacó la bolsita de maquillaje del bolso.

Solo cuando consiguió que su cara no mostrase lo que sentía por dentro, salió del cuarto de baño.

Zac seguiría en el despacho del abogado, pensaba mientras caminaba hacia el ascensor. Habría muchas cosas que discutir y papeles que firmar.

Pero cuando llegó al aparcamiento, Zac estaba apoyado en su coche, esperándola.

Ness: ¿Cómo sabías que era mi coche?

Zac: Porque te vi llegar en él. Vanessa, tenemos que hablar. Hay una cafetería en la esquina.

Ness: No tenemos nada que…

Zac le puso la mano en la espalda y la empujó suavemente. Vanessa se daba cuenta de que la obligaría si hiciera falta y decidió no protestar.

Una vez en la cafetería, Zac pidió dos capuchinos y se mantuvo en silencio hasta que el camarero los dejó sobre la mesa.

Zac: Vanessa, no puedes seguir huyendo.

Ness: ¿Quién dice que estoy huyendo?

Zac: Yo. Estás huyendo de la responsabilidad. Los dos estuvimos de acuerdo en que Will y Miley nos designaran como guardianes de Jessica en caso de que les ocurriera algo. Y nosotros hicimos lo mismo.

Ness: Will y Miley sabían que nos habíamos separado. Era su responsabilidad cambiar el testamento.

Zac: Supongo que sí. Pero, obviamente, no lo hicieron. ¿Has cambiado tú el tuyo?

Ness: No, pero eso es diferente.

Zac: ¿Por qué?

Vanessa se quedó mirando el contenido de su taza de café.

Ness: No me hagas esto, Zac.

Zac: ¿Por qué es diferente? -repitió la pregunta. Vanessa no contestó-. ¿Porque nuestra hija ha muerto?

Ella lo miró entonces y, por un segundo, Zac creyó ver en sus ojos el brillo de una lágrima. Pero, antes de que pudiera reaccionar, Vanessa tomó su bolso y salió de la cafetería a toda prisa.

Zac la alcanzó cuando estaba a punto de entrar en el Mercedes.

Zac: No he terminado -dijo, tomándola del brazo-.

Ness: ¡Suéltame! -exclamó-.

Sus ojos tenían el brillo aterrorizado de un cervatillo en una trampa.

Zac: Deberías haber esperado a escuchar lo que Tyler Braddock tenía que decir.

Ness: No estoy interesada en…

Zac: Dolly Smith envió a Jessica a un internado dos semanas después del incendio -la interrumpió-. ¡Dos semanas después de haber perdido a sus padres, por amor de Dios! ¡Cuando necesitaba amor y cariño más que nada en el mundo! Vanessa, tu padre te envió a un internado cuando murió tu madre…

Ness: Eso es historia, Zac.

Zac: Sí, historia. Pero se está repitiendo y nosotros, tú y yo juntos, podemos evitarlo. Esa pobre niña estará sufriendo horrores. Ha perdido a sus padres y la han metido en un internado que…

Ness: ¡No es mi responsabilidad, Zac!

Él dio un paso atrás. Los ojos de Vanessa brillaban, pero no con un brillo de miedo, y tenía la barbilla orgullosamente levantada. Zac apenas podía reconocer a la mujer a la que una vez había amado con ternura y pasión.

La mujer que había concebido a su hija.

Zac: Tienes razón -suspiró-. Jessica no es tu responsabilidad. Will y Miley deberían haber cambiado su testamento -añadió en voz baja-. Pero Will era mi mejor amigo y no pienso defraudarlo. He arreglado con Braddock que Jessica venga a pasar las vacaciones de Navidad conmigo. Llegará a Vancouver mañana por la tarde y estará aquí dos semanas. Un período de prueba, como si dijéramos. Si le gusta vivir conmigo y desea quedarse, solicitaré su custodia permanente.

Ness: ¿No será un obstáculo para tu vida social? -preguntó con tono sarcástico-. Todas esas fiestas que haces en casa… se han convertido en noticia para las columnas de sociedad.

Zac: Mi vida ha estado vacía desde que te fuiste. -Vanessa apretó los labios, pero no dijo nada-. Y supongo que la vida de Jessica también estará muy vacía en este momento. Quizá podamos ayudarnos el uno al otro.

La tensión entre ellos era tan fuerte que ninguno de los dos se atrevía a moverse.

Entonces, tomándolo completamente por sorpresa, Vanessa levantó la mano y acarició suavemente la cara del hombre.

Ness: Eres un buen hombre, Zac -susurró-. Te deseo lo mejor.

Él cubrió aquella mano con la suya.

Zac: Vanessa, ¿no quieres…?

Ella se apartó bruscamente y, un segundo más tarde, entraba en el Mercedes y salía del aparcamiento. Y de su vida.

De nuevo.

Dejándolo solo, con los hombros caídos y la mirada perdida. Más solo y más desesperado que el día que ella lo había abandonado por primera vez.


Aquella noche, Vanessa tuvo pesadillas.

Unas pesadillas dominadas al principio por la malvada cara y las perversas palabras de Dolly Smith. Palabras dirigidas a una Jessica llorosa, que corría para esconderse…

Después el sueño cambiaba. No era Jessica quien corría, sino ella misma cuando tenía siete años, perdida en la maraña de pasillos del colegio St. Elizabeth, aterrorizada, buscando desesperadamente a una madre que no podía encontrar.

Vanessa se despertó en ese momento, con el camisón de seda empapado en sudor. Estaba temblando. Apartó las sábanas y se levantó para abrir la ventana. El cielo estaba limpio de nubes y Vanessa se llenó los pulmones del aire fresco de la mañana.

Aquella tarde, Zac iría al aeropuerto para buscar a Jessica. Zac.

Si su corazón no estuviera roto, se habría roto cuando acarició la mejilla del hombre y vio la tristeza en sus ojos.

Justo cuando estaba empezando a mirar hacia el futuro, justo cuando su carrera empezaba a despegar, Zac había aparecido de nuevo en su vida, amenazando destruir con su presencia el precario equilibrio que Vanessa había logrado a fuerza de trabajo.

Afortunadamente, ella se marcharía a Toronto unos días más tarde.

¡Estás huyendo!, las palabras de Zac se repetían en su cerebro. ¡Estás huyendo, huyendo!

Pasándose la mano por la frente, Vanessa intentaba borrar aquellas palabras. No estaba huyendo. Estaba cambiando de vida.

Era diferente.


Zac: ¡Por favor, señora Potter, se lo ruego, no se marche! ¿Cómo puedo traer a una niña a esta casa? -imploraba señalando con el brazo a su alrededor-.

La mirada airada de la señora Potter recorrió el caos. Botellas vacías, vasos sucios, ceniceros llenos de colillas, platos con restos de comida y la moqueta llena de manchas.

Potter: ¡Señor Efron, le dije la semana pasada que me marcharía si seguía organizando fiestas! ¡Por el mismo dinero que usted me paga puedo limpiar la casa de una familia decente donde lo peor que se puede encontrar debajo del sofá es la envoltura de una chocolatina!

Zac se puso la mano en el corazón y sonrió con su sonrisa más cautivadora.

Zac: No más fiestas, señora Potter, lo juro. Y un aumento de sueldo ahora mismo.

Potter: Señor Efron, usted necesita ayuda -dijo la mujer, quitándose el mandil de flores-.

Zac: ¡Pues ayúdeme!

Potter: No estoy hablando de limpiar su casa. Estoy hablando de su alma -replicó mirando a Zac con santa indignación-. No va a encontrar lo que busca en esas fiestas, señor Efron.

Zac: Pero si a mí no me gustan…

Potter: Entonces, ¿por qué las organiza? -preguntó, mirando la pared con gesto de desagrado-.

Siguiendo la dirección de su mirada, Zac observó una mancha de grasa sobre la chimenea.

¿Por qué las organiza? La pregunta de la señora Potter se repetía en su cerebro. Para llenar el hueco que hay en mi corazón, podría haber contestado. Pero no lo hizo.

Potter: Adiós, señor Efron -dijo tomando su bolso del sofá-.

Pero, al hacerlo, movió uno de los cojines y lanzó una exclamación de horror. Debajo del cojín había un sujetador de encaje negro. Zac no tenía ni idea de cómo había llegado allí.

La señora Potter se volvió hacia él y tiró el sujetador al suelo como si le quemara en las manos.

Zac se quedó inmóvil hasta que escuchó el portazo y después, suspirando, miró el reloj. Si se daba prisa, podría arreglar un poco aquel desastre antes de salir hacia el aeropuerto.

Pasándose una mano por el pelo, se preguntaba por dónde debía empezar. La mancha de grasa en la pared, se dijo. Era lo más fácil.

Zac llenó un cubo de agua caliente y buscó en los armarios de la cocina hasta que encontró una esponja.

Después, colocó una silla frente a la chimenea y, estirando el brazo al máximo, se dispuso a limpiar la pecaminosa mancha. Un centímetro más arriba y habría tenido que buscar una escalera, pensaba, maldiciendo en voz baja.


Vanessa estaba lavando un racimo de uvas en la cocina cuando sonó el teléfono. Con expresión de fastidio, cerró el grifo, se secó las manos con un primoroso paño bordado y tomó el auricular.

Ness: ¿Dígame?

Zac: ¡Gracias a Dios estás en casa!

Ness: Zac -murmuró apoyándose en la pared-. Estás perdiendo el tiempo. No pienso…

Zac: Vanessa, necesito ayuda…

Ness: Lo siento, pero no puedo -lo interrumpió-. ¿Desde dónde llamas? Hay mucho ruido.

Zac: Desde el hospital -contestó después de una pausa-.

Ness: ¿Qué?

Zac: Estoy en el hospital de Vancouver.

Ness: Zac, ¿qué ha pasado?

Zac: Me he roto un tobillo. Nada serio, pero no me dejan salir de aquí hasta que me hayan escayolado. ¡Y no tengo ni idea de cuándo van a terminar porque los pasillos están llenos de gente! Vanessa, Jessica llegará al aeropuerto dentro de una hora y no voy a poder ir a buscarla. Sé lo que te estoy pidiendo, pero…

Vanessa se quedó mirando por la ventana, sin decir nada. Tenía un nudo en la garganta.

Ness: Tiene que haber alguien a quien puedas…

Zac: ¡Las autoridades del aeropuerto no van a darle a la niña al primero que llegue, Vanessa!

Ness: ¿No puedes llamar al aeropuerto para contarles lo que ha pasado? -preguntó insegura-.

Zac: ¿Y crees que van a aceptar la palabra de cualquiera por teléfono? ¡Vanessa, estamos hablando de una niña de ocho años! Mira, nosotros somos sus guardianes y nuestros nombres están en la declaración que Jessica lleva con ella. Uno de los dos tiene que ir a buscarla. Si no es así…

Después de unos segundos, Vanessa se rindió.

Ness: No tengo alternativa, ¿verdad?

Zac: Gracias a Dios, cariño.

Vanessa sintió que se le ponía la piel de gallina. Cariño. Nadie la llamaba así.

Solo Zac.

Ness: Iré a buscar a Jessica y la traeré a mi casa -dijo con su tono más profesional-. Pero llámame en cuanto salgas del hospital. La dejaré en tu casa y, después de eso, no quiero saber nada más.

Zac: Parece que estás hablando de un paquete.

Ness: Dame el número de vuelo, por favor.

Zac apenas podía escuchar su propia voz entre el barullo de voces del hospital.

Zac: ¿Me has oído?

Ness: Sí. Nos vemos luego. Y Zac…

Zac: ¿Sí?

Ness: Sé que odias los hospitales. ¡Animo!

Cuando colgó el auricular, Vanessa se dio cuenta de que estaba acalorada y salió al balcón para calmarse, pero el frío la obligó a cruzar los brazos sobre el pecho. Vanessa respiró con fuerza. El tiempo iba a cambiar. Podía olerlo. El cielo estaba lleno de nubes grises y, diez pisos más abajo, las últimas hojas de otoño eran barridas por el viento.

Jessica.

En algún armario debía conservar fotografías de la niña. Pero no necesitaba ninguna fotografía para reconocer a la hija de Will y Miley Smith.

Jessica sería delgada, con el cabello rubio y enormes ojos verdes. La viva imagen de su madre hasta en las graciosas pecas sobre la nariz.

Anne, sin embargo, había sido igual que su padre. La viva imagen de Zac.

Vanessa sintió un escalofrío y apartó las manos de la barandilla de hierro del balcón. Por fin, miró su reloj y entró de nuevo en la casa.

Era hora de salir hacia el aeropuerto.


Zac apretó los dientes mientras el doctor manipulaba su dolorido tobillo. El último sitio en el que deseaba estar en aquel momento era en la camilla de un hospital, con una bata de color verde como única indumentaria.

**: ¿Qué ha pasado? -Preguntó el médico-. ¿Un accidente deportivo?

Zac tomó aire cuando el dolor llegó a su rodilla. Termina de una vez, pensaba.

Zac: Me caí de una silla -contestó, mirando al hombre de la bata blanca-.

La impasible expresión del médico no se modificó.

**: No deja de asombrarme la cantidad de gente que…

Zac: ¡Ay!

**: ¿Le he hecho daño?

Zac: Pues sí.

**: Ya -murmuró el médico, escribiendo algo en el informe-. Tendremos que hacer una radiografía -añadió, dirigiéndose a la enfermera-.

Zac se quedó mirando al techo. ¡Qué momento tan oportuno para romperse un tobillo!

Irritado, se pasó la mano por el pelo, pensando en Jessica.

Por lo que recordaba, era una niña simpática y alegre. Pero, en aquel momento, debía sentirse sola, perdida y necesitada de consuelo. Como se había sentido él cuando Anne murió. Como seguía sintiéndose.

Zac cerró los ojos un momento. Se había acostumbrado al dolor. Era parte de él.

Al principio, había sido terrible. En aquellos días oscuros había luchado con todas sus fuerzas, pero cada día era un infierno. Quería ser fuerte para Vanessa y había intentado ocultar su propia pena para consolarla.

Pero Vanessa no quería consuelo.

Zac se había dejado llevar por el dolor solo cuando Vanessa lo abandonó. Entonces había llorado y renegado del Dios cruel que se había llevado a su hija… y entonces habían empezado las fiestas. Se había lanzado de cabeza a una vida frenética, como si aquello pudiera hacerle olvidar su pena. Pero no había funcionado, tenía que admitirlo. Y a la pena había añadido la rabia contra Vanessa por no haberlo dejado consolarla y por no haber sabido consolarlo a él.

Aquel día había tenido que delegar en su mujer para que fuera a buscar a una niña sola y perdida al aeropuerto. No tenía otra opción. Pero si Jessica buscaba consuelo en Vanessa, ¿sería ella capaz de dárselo o, hundida en su propio dolor, rechazaría a Jessica como lo había rechazado a él?


**: Señor y señora Efron, diríjanse a la puerta 79. Señor y señora Efron…

Cuando Vanessa escuchó el anuncio por el altavoz, se levantó de su asiento y corrió hacia la puerta.

Ness: Soy la señora Efron -le dijo a una azafata-.

**: Ah, sí. Ha venido a buscar a Jessica Smith, ¿verdad?

Ness: Eso es.

**: ¿Puede enseñarme su tarjeta de identidad?

Ness. Claro.

La azafata comprobó concienzudamente la documentación antes de devolvérsela.

**: Gracias. Tiene que firmar estos papeles -dijo la joven, dándole un formulario-. Me temo que la niña se ha puesto enferma durante el vuelo, pero ya se encuentra mejor. Ah, ahí está -sonrió la azafata, mirando por encima de su hombro-.

Cuando Vanessa se volvió y vio a la niña que se dirigía hacia ella de la mano de una azafata, tuvo la extraña sensación de que el mundo se había detenido.

Jessica llevaba una chaquetita verde, vaqueros y una mochila. Las suelas de goma de sus zapatillas de tenis chirriaban un poco sobre las baldosas. Cuando estuvo a su lado, Vanessa vio que estaba tan pálida que las pecas de su cara resaltaban como manchitas de chocolate. La niña la miraba nerviosa, confusa.

Pobrecita, pensaba Vanessa. Parecía aterrorizada.

Ness: Hola, Jessica -sonrió. La niña alargó los brazos hacia ella y… Vanessa se quedó inmóvil. Era como una de sus pesadillas, en las que quería correr y sus pies no se movían del suelo. Abrázala, le decía una voz en su interior. Abrázala… por fin pudo salir de aquel marasmo, pero se dio cuenta de que era demasiado tarde. Jessica había bajado los brazos y sujetaba la mochila con fuerza, como si tuviera que agarrarse a algo-. Jessica…

Jess: Hola, tía Vanessa -dijo apartando la mirada-. Gracias por venir a buscarme.

En el viaje desde el aeropuerto, Vanessa intentaba encontrar temas de conversación, pero no se le ocurría nada que pudiera romper el hielo. No podía preguntarle a la niña por sus padres y tampoco quería hablar de su tía Dolly. Al final, decidió que lo más seguro era preguntarle por el colegio.
Jessica se encogió de hombros.

Jess: No está mal -dijo, mirando por la ventanilla-. Y si no me gusta, la directora me dijo que podía pasar las vacaciones en su casa, como hace con otras chicas cuando sus padres se van al extranjero.

Quería hacerla creer que le daba igual donde pasase las navidades, pero Vanessa se dio cuenta de que no era así.

Ness: Tu tío Zac está muy ilusionado con estas dos semanas que vais a pasar juntos -murmuró, mientras giraba el Mercedes hacia la calle Granville-. Seguro que lo vas a pasar muy bien con él.

Por el rabillo del ojo, vio que la niña volvía la cabeza.

Jess: ¿Tú no vas a estar con nosotros?

Ness: No. Tú tío Zac y yo estamos… bueno, ya no estamos casados. No vivimos juntos. Yo tengo un dúplex aquí al lado y él vive en Lindenlea, en nuestra vieja casa.

Jess: ¿El tío Zac se ha quedado con la casa?

Ness: Sí… es que fui yo quien se marchó. Además, yo no quería la casa.

Demasiados recuerdos.

Jess: ¿Vives sola?

Ness: Sí.

Jess: ¿Tienes novio?

Ness: No.

Jess: ¿Y el tío Zac vive solo?

Vanessa no estaba segura de cuál era la respuesta. Pero se había torturado suficiente pensando en ello.

Ness: Tendrás que preguntárselo a él.

Jess: ¿Dónde está? ¿Por qué no ha ido a buscarme?

Ness: Porque se ha roto un tobillo esta mañana. Está en el hospital. En cuanto salga, me llamará y te llevaré a su casa.

Jess: Me acuerdo del tío Zac. Era muy gracioso.

Ness: Sí -murmuró entrando en el garaje-. Muy, muy gracioso.


Zac no llamó hasta pasadas varias horas.

Ness: ¿Dónde estás?

Zac: Sigo en el hospital. ¿Cómo está Jessica?

Ness: Bien. Se puso mala en el avión, pero ahora está mejor. Está viendo la tele. ¿Cuándo puedo ir a llevarla a tu casa?

Zac: Me temo que hay un cambio de planes. Quieren que me quede aquí esta noche. Cuando me caí…

Ness: No me has contado qué te pasó. ¿Cómo te caíste?

Zac: Me caí de una silla en el salón. Y me di un golpe en la cabeza contra la mesa de café -contestó rápidamente, como si no quisiera seguir hablando del asunto-. Bueno, el caso es que tengo una leve contusión y el médico quiere vigilarme esta noche. Si todo va bien, mañana por la mañana saldré de aquí.

 Ness: ¿Eso quiere decir…?

Zac: Que Jessica tendrá que dormir en tu casa esta noche.

Ness: Zac, ese no era el trato. No pienso…

Un ruido hizo que Vanessa volviera la cabeza. Jessica estaba en la puerta de la cocina.

Zac: ¿Vanessa? -la voz parecía llegar desde muy lejos-. ¿Estás ahí?

Ness: Sí -contestó sin dejar de mirar a la niña-. De acuerdo. Llámame por la mañana… espero que hayas salido del hospital para entonces.

Zac: Gracias, Vanessa, te debo una.

Ness: Más de una, Zac -dijo antes de colgar-.

Jess: ¿Voy a dormir aquí esta noche?

Ness: Sí -sonrió-.

Jess: ¿Dónde? Solo tienes un dormitorio.

Ness: Hay un sofá-cama en el salón. Y creo que es muy cómodo.

Jess: ¿Puedo bañarme antes de irme a la cama, tía Vanessa?

Ness: Claro que sí. ¿Necesitas ayuda? -preguntó mientras se dirigían al salón-.

Jess: No -contestó abriendo una de sus maletas-. Soy muy autosuficiente. Es una de las cosas que nos enseñan en el colegio.

Jessica entró en el salón cuando Vanessa estaba terminando de preparar la cama. Parecía un ángel con aquel camisón de florecitas.

Jess: He limpiado un poco la bañera, tía Vanessa -dijo colocando su ropa doblada sobre una silla-.

Ness: ¿Te has lavado los dientes? -preguntó automáticamente-.

Jessica se acercó a ella y le enseñó unos dientes blanquísimos.

Vanessa se quedó inmóvil. Era el mismo gesto simpático que hacía su hija Anne todas las noches antes de irse a dormir.

Ness: ¡Blanquísimos! -murmuró, intentando disimular-. Más blancos que la nieve. Vamos, métete en la cama.

Jessica se metió en la cama y Vanessa la arropó hasta la barbilla.

Jess: Supongo que no…

Ness: ¿Eh?

Jess: No, nada, tía Vanessa. Buenas noches.

Vanessa dudó un segundo, pero Jessica había cerrado los ojos.

Ness: Buenas noches, Jessica -dijo, inclinándose para besarla en la frente. El suave tacto de su piel y el olor a jabón la hicieron cerrar los ojos durante un segundo, asaltada por los recuerdos-. Que sueñes con los angelitos.

Cuando salió del salón, dejó la puerta entornada y se apoyó en la pared.

No era justo. No era justo que Zac se hubiera roto el tobillo, no era justo que estuviera en el hospital, no era justo que ella tuviera que soportar el dolor lacerante de tener una niña en su vida de nuevo.

Pero solo era por una noche. Seguro que podría soportarlo.


Un ruido la despertó en mitad de la noche. Vanessa se quedó inmóvil, alerta… alguien estaba abriendo la puerta de su dormitorio.

No se atrevía a respirar, ni siquiera a abrir los ojos. Su corazón latía acelerado y estaba a punto de ponerse a gritar.

Entonces, en la semioscuridad, vio una figura que se dirigía hacia su cama. Una figura pequeña. Con un camisón blanco.

Jessica.

Vanessa casi soltó una carcajada.

Estaba a punto de preguntarle a la niña si se encontraba mal cuando sintió que levantaba el edredón con mucho cuidado. Después, el colchón se hundió tan suavemente a su lado que no se habría dado cuenta si hubiera estado dormida. Un cuerpecito cálido se apretó contra ella.

Vanessa escuchó un suspiro de contento y, treinta segundos más tarde, la respiración de Jessica se había hecho rítmica y profunda. Se había quedado dormida.


A la mañana siguiente cuando Vanessa se despertó, estaba sola en la cama.

Y si no hubiera encontrado un pelo rubio sobre la almohada, habría pensado que aquel episodio no había sido más que un sueño.


Zac llamó por teléfono a las nueve y media.

Zac: Me han dicho que puedo marcharme. Voy a tomar un taxi y estaré allí dentro de…

Ness: Olvídate del taxi. Te recogeré en la puerta del hospital en media hora y te llevaré a casa.

Zac: No, no quiero…

Vanessa colgó el teléfono. No quería que Zac fuera a su apartamento. Aquel hombre tenía un talento increíble para salirse con la suya y, una vez allí, sería imposible sacarlo. Y tenía que hacerle entender que lo que había habido entre ellos en el pasado había terminado.

Tenía que convencerlo de una vez por todas. No por ella, sino por él.




Gracias por leer y comentar 😊

Os quería recordar que publiqué hace poco en mi otro blog. No lo hago muy a menudo😅, pero voy publicando. Y si no sabíais que tengo otro blog, ya lo sabéis.


2 comentarios:

Lu dijo...

Me encanto este capi!
Espero que Ness no sea tan fría con la pobre Jessica, ya que las dos sufrieron mucho.

Sube pronto :)

Pao dijo...

Sigue la nove! esta super linda

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