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viernes, 28 de febrero de 2020

Capítulo 1


**: ¡Chico, menuda fiesta!

Zac Efron hizo un esfuerzo para sonreír al alegre invitado que lo saludaba levantando su vaso de whisky.

Zac: Gracias. Me alegro de que lo estés pasando bien.

Todo el mundo parecía disfrutar de aquella ruidosa fiesta. Todo el mundo excepto el anfitrión. Zac estaba aburrido y deseaba que sus invitados se fueran a casa.

Especialmente la voluptuosa pelirroja que, diez minutos antes, se había pegado a él como si fuera un pulpo. Zac hizo otro esfuerzo para despegarse de los tentáculos de… ¿cómo se llamaba? ¿Melissa, Clarissa, Alexa?

Zac: Cariño. Tendrás que perdonarme, pero creo que está sonando el teléfono -murmuró, intentando zafarse. Sin hacerle caso, la pelirroja deslizó las manos por debajo de la cinturilla de su pantalón y, con el mayor descaro, le sacó los faldones de la camisa-. Perdona, Melissa -insistió apartándola-. Tengo que atender el teléfono… podría ser una llamada importante, algo de mi empresa.

Alexa: ¡Me llamo Alexa! -dijo cuando él le dio la espalda-.

Zac levantó los ojos al cielo y entró en su despacho, cerrando la puerta tras él. Había mentido, por supuesto. No había sonado ningún teléfono. Además, Jerry Macinaw, el gerente de la compañía electrónica Efron nunca llamaba a su jefe a casa.

Pero alguien había dejado un mensaje en el contestador porque la lucecita roja estaba encendida.

Donna: Señor Efron, mi nombre es Donna. Son las cinco y media, jueves, diecisiete de diciembre. Llamo de parte de Tyler Braddock del bufete de abogados Braddock y Black. El señor Braddock querría entrevistarse con usted mañana a las once en su despacho para un asunto urgente. ¿Podría dejarnos un mensaje confirmando que puede asistir? Muchas gracias.

Después de eso, la mujer daba un número de teléfono y las instrucciones para llegar a las oficinas de Braddock y Black.

¿Tyler Braddock? Nunca había oído hablar de aquel hombre.

Zac se pasó una mano por el cabello castaño mientras con la otra marcaba un número de teléfono.


Los ojos chocolate de Vanessa Efron brillaban de satisfacción mientras entraba en el lujoso vestíbulo de su apartamento.

Una hora antes le habían ofrecido un ascenso en la empresa. Además, su jefe, Jack Perrini, de Seguros Perrini, le había dado dos semanas de vacaciones para pensarse la oferta. ¡Como si necesitara pensárselo! Pero él había insistido.

Jack: No has tomado vacaciones en tres años -le había dicho-. Y, después de Navidad, serás la nueva directora de nuestras oficinas en Toronto.

Vanessa Efron no había tenido el ascenso asegurado hasta el último minuto porque el puesto se barajaba entre ella y Ángela Marwick. Aunque los porcentajes de venta de la otra candidata eran tan buenos como los suyos, Ángela tenía un hijo de dos años y Jack Perrini había planteado en el Consejo de Administración que sería mejor contar para ese puesto con una mujer que pudiera dedicarle a la empresa todas las horas del día.

Y Vanessa había sido la elegida.

Vanessa se quitó el abrigo y entró alegremente en la cocina para sacar de la nevera una botella de champán que había comprado especialmente para la ocasión.

Ness: ¡Por el éxito! -brindó, mirando el espumoso líquido que burbujeaba en su copa de cristal-.

El brindis sonaba hueco en aquella solitaria cocina de paredes blancas.

Vanessa apartó aquel pensamiento de su cabeza y, con la copa en la mano, empezó a pasear por el apartamento, disfrutando de la paz y el silencio que se respiraban, admirando la sofisticada decoración, disfrutando de la vista panorámica de Vancouver.

Cuando volvía a la cocina, observó que la lucecita del contestador estaba encendida y pulsó el botón.

Donna: Señorita Efron, mi nombre es Donna. Son las cinco y media, jueves, diecisiete de diciembre. Llamo de parte de Tyler Braddock del bufete de abogados Braddock y Black. El señor Braddock querría entrevistarse con usted mañana a las once en su despacho para un asunto urgente. ¿Podría dejarnos un mensaje confirmando que puede asistir? Muchas gracias.

Después de eso, la mujer daba un número de teléfono y las instrucciones para llegar a las oficinas de Braddock y Black.

Tyler Braddock. Nunca había oído hablar de aquel hombre.

Vanessa se pasó una mano por el cabello negro mientras con la otra marcaba un número de teléfono.


A las once menos cinco del viernes, dieciocho de diciembre, Zac Efron llegaba con su Porsche metalizado al aparcamiento de las oficinas de Braddock y Black. A su izquierda, un Mercedes blanco que había aparcado diez segundos antes que él.

Mientras apagaba el motor, la conductora del Mercedes salía del coche y se dirigía con paso seguro a la puerta del edificio.

Zac solo tuvo oportunidad de ver un cabello negro ébano sujeto severamente en un moño, un abrigo negro y unas medias de color claro antes de salir del coche y dirigirse con tranquilidad hacia las oficinas, disfrutando del aire helado que golpeaba su cara.

El vestíbulo del edificio estaba desierto. Zac se dirigió hacia el grupo de ascensores y, cuando volvió la cabeza, vio la espalda de la morena desaparecer en el servicio de señoras.

Probablemente para comprobar que no se le había movido un pelo de su sitio, pensó. Por su arrogante forma de caminar podía imaginar que era una estirada. Y no había nada que molestase más a Zac que una mujer estirada.

Impaciente, esperaba que algún ascensor se dignase a bajar y, cuando por fin se abrieron las puertas frente a él, Zac entró y pulsó el botón del piso diecinueve.

Las puertas se estaban cerrando cuando escuchó el ruido de unos tacones por el pasillo.

**: ¡Espere! -escuchó la voz de una mujer-.

Zac obedeció y pulsó el botón de apertura de puertas. La morena entró en el ascensor como una exhalación, murmurando unas palabras de agradecimiento.

Zac: ¿A qué piso va? -preguntó sin mirarla-.

**: Al diecinueve.

De modo que iban al mismo piso. ¿Sería abogada? ¿Trabajaría para Braddock y Black?, se preguntaba Zac.

El perfume femenino flotaba en el ascensor. El aroma era sofisticado y caro.

Muy adecuado para una mujer como aquella.

De repente, Zac sintió la tentación de mirarla. Pero se resistió. La morena no era su tipo, lo sabía por el perfume. Demasiado fría, demasiado distante… a él le gustaban las mujeres más apasionadas, más románticas.

Metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta, se apoyó en la pared del ascensor y mantuvo la mirada fija en el panel de botones… cinco, seis, siete…

Vanessa miraba la espalda de su marido. Su antiguo marido, se corrigió a sí misma.

Habían pasado más de tres años desde que ella lo había abandonado. Más de tres años sin verlo. ¿Qué perverso giro del destino los había juntado en aquel momento?, se preguntaba.

Zac no se había dado cuenta de que era ella. Aún. Pero la vería cuando se abrieran las puertas del ascensor.

Vanessa intentaba apartar la mirada del hombre, pero sus ojos parecían clavados en los rasgos que tan bien recordaba, desde el cabello castaño hasta las anchas espaldas, las largas y poderosas piernas o los zapatos del número cuarenta y dos. La chaqueta de cuero negro era nueva, los vaqueros, usados, y los zapatos de ante, impecables. El paquete completo era la fantasía de cualquier mujer.

Él estaba silbando bajito, un hábito por el que ella lo había regañado muchas veces. Los recuerdos llenaban su corazón, pero Vanessa intentaba alejarlos.

En ese momento, se abrieron las puertas del ascensor.

Con las piernas temblorosas, Vanessa se adelantó intentando ocultar la cara. Cuando vivían juntos, nunca se recogía el pelo en un sofisticado moño, ni vestía de forma tan elegante. Con un poco de suerte, podría…

Zac: ¿Vanessa?

Tenía que escapar. Pero aquel, obviamente, no iba a ser su día de suerte.

Las puertas del ascensor se cerraron mientras ellos se miraban en medio del lujoso pasillo.

Ness: Zac. Qué sorpresa…

Vanessa intentaba disimular su turbación. Zac había cambiado. Las arrugas que se habían formado alrededor de su boca la impresionaron tanto como la mirada vacía de sus ojos azules… esos ojos que empezaron a brillar de repente.

Zac: No te hubiera conocido aunque hubieras pasado a mi lado en la calle. Has cambiado mucho, Vanessa.

Ness: El tiempo hace esas cosas -murmuró mirando su reloj-. Perdona, pero tengo que irme…

Zac: ¿Tienes tiempo para tomar un café?

Ness: Lo siento, pero tengo una cita a las once.

Vanessa se volvió y empezó a caminar por el pasillo, rezando para que Zac no fuera en la misma dirección.

Sus tacones no hacían ningún ruido sobre la espesa moqueta, pero tampoco lo habían hecho las pisadas del hombre y no se dio cuenta de que estaba tras ella hasta que Zac se adelantó para abrir una puerta en cuya placa podía leerse Braddock y Black, Abogados.

Zac: Permíteme -sonrió-.

Ness: Gracias -dijo secamente-.

Zac: ¿Qué tal si tomamos un café después de…?

Ness: Me gustaría que dejaras de seguirme -lo interrumpió, dirigiéndose hacia la recepcionista-. Buenos días, soy Vanessa Efron. Tengo una cita a las once con Tyler Braddock.

**: Siéntese, por favor -dijo la joven-. Le diré al señor Braddock que está aquí.

Vanessa se dio la vuelta y su corazón dio un vuelco al ver que Zac seguía allí.

Decidida a ignorarlo, se sentó en uno de los sofás, pero su nerviosismo aumentó cuando él se sentó a su lado. Podía oler su colonia, la misma que siempre había usado.

Sus sentidos se pusieron alerta. Le hubiera gustado dejarse caer en sus brazos.

Ness: Zac… -empezó a decir, quitándose uno de sus guantes de piel- no tenemos nada que decirnos. Por favor, vete. A menos que quieras provocar una escena.

Zac: La Vanessa que yo conocía no hacía escenas.

Ness: La Vanessa que tú conocías ya no existe -replicó quitándose el otro guante y guardando los dos en el elegante bolso negro-. Han pasado más de tres años, Zac. La gente cambia.

Zac: Sí -murmuró-. Supongo que sí. Olvídate del café… no ha sido buena idea.

Vanessa esperaba que se levantase, pero en lugar de hacerlo, Zac cruzó las piernas y se quedó mirando un cuadro que había en la pared. Cuando iba a protestar de nuevo, un hombre alto y calvo con traje de rayas salió de su despacho y se dirigió hacia ellos.

**: ¿Los señores Efron? -saludó. Los dos se levantaron a la vez-. Buenos días. Vengan conmigo, por favor.

Vanessa se quedó perpleja. ¿El señor Braddock también quería ver a Zac? ¿Qué estaba pasando allí?, se preguntaba. Los dos juntos, en el despacho de un abogado…

Zac quería el divorcio.

La respuesta fue un golpe tan violento que casi la hizo perder el equilibrio. Por supuesto, tenía que ser eso. ¿Cómo podía haber sido tan tonta? Zac quería ser libre y había preparado aquella reunión para pedir legalmente el divorcio.

Vanessa se sentía enferma mientras el abogado tomaba amablemente su abrigo y la chaqueta de Zac y los colgaba en un perchero detrás de la puerta. Zac había conocido a alguien, se había enamorado…

Y había planeado volver a casarse.

Ella siempre había sabido, en un rincón secreto de su corazón, que aquello ocurriría tarde o temprano.

Pero no estaba preparada.

Nunca estaría preparada para eso.

La oficina de Tyler Braddock tenía una vista fabulosa de la bahía de Vancouver. En otra ocasión, Zac habría hecho algún comentario, pero en aquel momento solo podía pensar en la repentina palidez de Vanessa.

Sentado frente al escritorio de Braddock, se preguntaba qué hacían en el despacho de un abogado los dos juntos.

Tyler: Deben estar preguntándose por qué los he llamado -empezó a decir el hombre-. Déjenme explicarles. Un bufete de abogados de Los Ángeles se ha puesto en contacto conmigo para tratar de un asunto… digamos, peculiar -siguió diciendo, mientras tomaba unos papeles-. Ustedes eran amigos de los difuntos Will y Miley Smith, ¿no es así?

¿Los difuntos Will y Miley Smith?

Zac: Will y Miley han… -empezó a decir perplejo-.

Tyler: ¿No lo sabían? Lo siento -se disculpó el abogado-. El señor y la señora Smith murieron en el incendio de su casa hace tres meses.

Zac se volvió en la silla para mirar a Vanessa.

Zac: ¿Tú lo sabías?

Ella negó con la cabeza y Zac la vio tragar saliva como si tuviera un nudo en la garganta. Pero no había ni una lágrima en sus ojos. Una chica fuerte, pensó Zac amargamente. Nada podía hacer mella en el bloque de hielo que tenía por corazón.

Zac creía haber superado las emociones que eso le provocaba, pero se daba cuenta de que no era así.

Eran el fuego y el hielo. Él, el fuego. Ella, el hielo.

Le habría gustado ver que una diminuta fisura rompía la fría e impertérrita fachada de Vanessa.

Le hubiera gustado golpear la mesa con el puño. Le hubiera gustado ponerse a llorar.

Zac se levantó de la silla y se dirigió a la ventana.

Pero no podía ver lo que había frente a él, solo veía el pasado.

Will y Miley, una vez sus mejores amigos, se habían casado el mismo verano que Vanessa y él.

Jessica, la hija de Will y Miley, había nacido el mismo mes y en el mismo hospital que…

Temblando, Zac cerró los ojos para evitar las lágrimas. Tenía que controlarse. Contó hasta diez. Hasta veinte. Y se volvió.

Zac: ¿Y su hija? ¿Ella también…?

Tyler: Esa es la razón por la que están aquí -dijo Braddock, haciéndole un gesto para que se sentara de nuevo-. A la niña no le ha ocurrido nada. La noche del incendio estaba durmiendo en casa de una compañera del colegio.

Zac: ¡Gracias a Dios! -exclamó con vehemencia-.

Tyler: Desde la muerte de sus padres, ha estado viviendo con su pariente más cercano… -el hombre volvió a mirar los papeles-, su tía Dolly Smith.

Zac: ¿Dolly? -repitió incrédulo-.

Tyler: ¿La conoce?

Zac: ¡Y cómo! Dolly es una vieja bruja que…

Ness: Señor Braddock, -lo interrumpió- la noticia de la muerte de Will y Miley Smith es… terrible, pero no entiendo por qué me ha pedido que venga a esta reunión. Hace años que yo no mantenía relaciones con esa familia.

Tyler: Estoy llegando a ese punto, señora Efron. Están aquí por el testamento -dijo el abogado, quitándose las gafas-. Se encontró hace unos días en la caja de seguridad de un banco de Vancouver.

Zac: Will y Miley vivieron aquí muchos años antes de irse a California. Supongo que la razón por la que estamos aquí es que Will y Miley nos legaron algún recuerdo.

Tyler: ¿Un recuerdo? -Sonrió el abogado-. Bueno, puede llamarlo así. Un recuerdo pequeño. Sí, tiene gracia -rió Braddock, como si fuera una broma privada-.

Ness: Señor Braddock… -dijo mirando su reloj-.

Tyler: Sí, perdóneme -se disculpó el hombre-. Voy a leerles el párrafo que les atañe: «Nosotros, Will y Miley Smith, declaramos por el presente documento que, en caso de muerte de los dos, la guarda y custodia de nuestra hija, Jessica, deberá recaer en nuestros queridos amigos Zac y Vanessa Efron».

Por un momento, Zac pensó que había oído mal. Y, cuando se dio cuenta de que no era así, se sintió mareado.

Las circunstancias de la vida habían hecho que perdiera el contacto con Will y Miley, pero nunca había dejado de sentir cariño por ellos. Y, en aquel momento, después de la trágica noticia, lo único importante era Jessica.

En un rincón de su corazón, un rincón que había creído muerto, sintió que renacía la esperanza.

Zac se volvió hacia Vanessa con una débil sonrisa en los labios. Una sonrisa que desapareció al ver la expresión helada de ella.

Ness: Señor Braddock, ese testamento fue escrito hace ocho años -dijo apretando el bolso con fuerza-. Cuando Zac y yo estábamos casados…

Zac: Seguimos casados, Vanessa.

Ness: ¡Solo de nombre! Llevamos más de tres años separados. De hecho, cuando me di cuenta de que veníamos a la misma reunión, pensé que querías pedir el divorcio -lo corrigió-. En cualquier caso, no hay sitio en mi vida para un hijo -añadió, levantándose de la silla-. Si decides aceptar la custodia de Jessica, tendrás que hacerlo solo.

Zac se levantó, pero cuando Vanessa tomó el abrigo de la percha y salió del despacho, no la siguió.

Había dicho que no había sitio en su vida para un hijo.

Podría haber dicho también que no había sitio en su vida para el amor, porque eso era en realidad lo que había querido decir.

Zac se preguntaba por qué había permitido, siquiera por un momento, que dentro de él renaciera la esperanza. Por qué había pensado, siquiera por un momento, que podría calentar el corazón helado de Vanessa.

La puerta se cerró tras ella y Tyler Braddock se aclaró la garganta.

Tyler: ¿Señor Efron?

Zac se volvió con un gesto de disculpa.

Zac: Señor Braddock, tiene que entender…

Tyler: Oh, lo entiendo, lo entiendo -se apresuró a decir el hombre-. En esta situación, es difícil para usted y su… esposa compartir la custodia de Jessica Smith. Y entiendo, por la actitud de la señora Efron, que a ella no le gustan los niños.

Zac: En eso se equivoca -dijo sintiendo como si le ahogara la pena-. Le encantan los niños.

Tyler: Entonces, ¿por qué…?

Zac: Tuvimos una hija, señor Braddock. Murió cuando tenía cuatro años y mi mujer nunca ha podido recuperarse.


2 comentarios:

Lu dijo...

Wowww, que inicio de nove!
Ya me encanta, me gustaría saber qué pasó con la hijita de Ness y porque sé separaron ellos.


Sube pronto :)

Maria jose dijo...

Woww me quede sin palabras
Que novela tan woww
Estoy muy interesada en saber mas dd ella
Siguela pronto
Saludos

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