topbella

martes, 3 de marzo de 2020

Capítulo 3


Zac: ¡Malditas muletas! -Exclamó tirándolas sobre el asiento trasero del Mercedes-. Gracias por venir a buscarme.

Ness: De nada -dijo mirando al hombre por el retrovisor-.

Zac: ¿Cómo estás, Jessica? -preguntó después, dirigiéndose a la carita que lo miraba entre los asientos-.

Jess: Bien. Gracias -contestó un poco insegura-.

Pero cuando Zac alargó la mano para estrechar la de la niña, Jessica la apretó con fuerza.

Zac: Me alegro mucho de volver a verte.

Jess: Yo también -respondió volviéndose de nuevo.

Zac se dejó caer en el asiento, agotado por el esfuerzo de aparentar que no pasaba nada. Le dolía terriblemente el tobillo y presentía que aquella situación estaba abocada al desastre. Vanessa se pondría furiosa cuando viera la debacle que había en su casa. Y tendría razón.

Tenía que hacer lo que fuera para que no viera el interior de la casa que una vez había sido un hogar y que, tres años después, no era más que un sitio lleno de muebles. Lo que le faltaba era… el corazón.

El pensamiento era tan deprimente que Zac no podía encontrar la energía necesaria para mantener una conversación, pero cuando estaban a punto de llegar a su casa, se obligó a sí mismo a salir de su estupor.

Zac: ¿Te importaría parar en la farmacia de la esquina? Tengo que comprar unas medicinas.

Ness: Muy bien -asintió. Unos minutos después, paraba el coche frente al establecimiento-. Si me das la receta, yo iré por ellas.

Zac: Gracias -sonrió-. Tú irás más rápido.

Cuando Vanessa salió del coche, Jessica se puso de rodillas sobre el asiento y se quedó mirándolo.

Jess: Tío Zac, en realidad no eres mi tío, ¿verdad?

Zac: No, cariño. Pero soy un tío honorífico, igual que tu tía Vanessa. La verdad es que es mejor que ser tus tíos de verdad.

Jess: Como la tía Dolly, ¿no? -suspiró-.

Zac tuvo que esconder una sonrisa y decidió que sería mejor no hablar de aquella vieja bruja.

Zac: Tu padre y yo crecimos juntos y luego nos casamos casi al mismo tiempo. Además, tu madre y tu tía Vanessa también eran amigas.

Jess: Mis padres estaban muy disgustados porque no ibais a visitarlos después de que… Anne muriese.

Zac: Ya, cariño -murmuró. Habría dado cualquier cosa por volver atrás en el tiempo, pero no podía ser. Cien veces había descolgado el teléfono tras la muerte de Anne para hablar con su viejo amigo, para contarle todo el dolor y la amargura que había en su corazón. Pero se había imaginado a los tres, Will, Miley y… Jessica. Sabía que si escuchaba la voz de la niña rompería a llorar. Y nunca había llamado. Después, cuando Vanessa lo abandonó, se apartó deliberadamente de todas las parejas que solían tratar. Había sido un error. Zac se daba cuenta. Se había perdido muchas cosas y ya era demasiado tarde-. Perdimos el contacto -añadió, con la voz rota por la emoción-.

Jess: Porque estabas triste -dijo pensativa. Zac veía en los ojos de la niña una tristeza que conocía bien-. Tío Zac, ¿tú vives solo?

Zac: Sí.

Jess: ¿Y voy a quedarme contigo para siempre?

El corazón del hombre se llenó de compasión.

Zac: Si eso es lo que quieres, cariño… pero no tienes que decidirlo todavía.

Jess: ¿Tú quieres que me quede?

Zac: Sí. Quiero que te quedes. Creo que tardaremos un tiempo en acostumbrarnos el uno al otro, pero estoy seguro de que, al final, todo saldrá bien.

Jess: ¿Y no tendré que volver al internado?

Zac: ¿No te gusta?

Se daba cuenta de que la niña esperaba una respuesta ansiosamente.

Jess: Es mejor que vivir con la tía Dolly, desde luego. Pero no es igual que tener una familia -contestó, volviendo a sentarse de nuevo-. No es igual.

Vanessa tuvo que abrocharse el abrigo cuando volvía al coche. Pero no era tanto por el frío como por la angustia que le producía el aspecto de Zac. El pobre tenía ojeras y estaba pálido. Cuando se dirigía hacia el coche desde la puerta del hospital parecía estar a punto de derrumbarse.

¿Tan nervioso le ponía tener que cuidar de Jessica? No era posible.

Vanessa se preguntaba si tendría un ama de llaves. Probablemente, se decía. Él nunca había podido mantener la enorme casa de Point Grey limpia y arreglada.

Pero Zac sabría cómo resolver el problema. Y si no… bueno, no era asunto suyo. Y no volvería a serlo nunca.

Jess: ¡Luces de Navidad! ¡Son preciosas, tío Zac! -Exclamó cuando llegaron a la entrada de la enorme mansión-. La tía Vanessa todavía no ha decorado su casa.

El corazón de Vanessa dio un vuelco. Ella no había celebrado la Navidad durante los últimos cuatro años.

Ness: Es que voy a estar fuera de la ciudad durante dos semanas -explicó, mientras paraba el coche frente a la puerta-. Me voy de vacaciones pasado mañana.

Zac: ¡Eso no me lo habías dicho! ¿Dónde vas a ir?

Ness: Toronto.

Zac: ¿A Toronto? ¿Por qué no a Hawai, al Caribe, a… a las Bermudas? ¡Por favor, Toronto en invierno no es precisamente un sitio para ir de vacaciones!

Ness: No voy de vacaciones, Zac -dijo mirándolo a través del retrovisor-. He conseguido un ascenso y me traslado allí. Voy a dirigir las oficinas de mi empresa en Toronto -añadió. Los ojos de Zac tenían una expresión tal de sorpresa que Vanessa se sintió como una traidora-. Bueno, Jessica, ya hemos llegado. Espero que te vaya muy bien con tu tío Zac.

Jess: Gracias -dijo abriendo la puerta del coche-. Tía Vanessa…

Ness: Dime, cariño.

Jessica se mordió los labios.

Jess: Tía Vanessa… anoche me metí en tu cama -dijo en voz baja-. Solo quería que lo supieras. Me sentía triste porque echaba de menos a mi mamá.

Vanessa sentía como si alguien hubiera atado una cuerda en su cuello y estuviera apretando. Quería hablar, pero sabía que si lo hacía, rompería a llorar.

Jessica se dirigió hacia la casa con los hombros caídos y Vanessa pensó que nunca había visto una figura tan triste en toda su vida.

Estaba haciendo un esfuerzo para que Zac no se diera cuenta de lo que sentía, esperando su estallido de furia.

Pero lo único que escuchó fue el sonido de las muletas sobre la gravilla y el de la puerta del maletero que Zac cerró bruscamente.

A través de las lágrimas, lo observó mirar las maletas que había dejado en el suelo, como si no supiera cómo demonios iba a cargar con ellas.

Ness: ¡Maldita sea! -murmuró limpiándose las lágrimas. Decidida, salió del Mercedes y tomó una maleta en cada mano-. Yo las llevaré.

Zac: ¡No! -protestó-. ¡Puedo hacerlo yo!

Ness. ¡Sí, claro!

Vanessa se dirigió a paso rápido hacia la casa, donde Jessica estaba esperando.

¿Por qué había protestado Zac ante su oferta de ayuda? ¿Era porque se sentía humillado como hombre o habría algo más?, se preguntaba.

Por fin, Zac abrió la puerta.

Zac: Muy bien. Ya puedes marcharte.

Ness: ¿Dónde quieres que deje las maletas? -preguntó mirando alrededor-. Supongo que en…

Vanessa dejó la frase a medias cuando observó el estado del salón. Durante unos segundos se quedó mirando, sin decir nada.

Después, dejó las maletas en el suelo y caminó como un robot hacia la puerta. Su mirada recorrió el caos, desde la butaca volcada, el cubo de agua, la desagradable mancha de grasa en la pared, los vasos y platos sucios, las botellas y el olor a tabaco rancio que provenía de los ceniceros atestados de colillas.

Y, por fin, se fijó en el sujetador de encaje negro que había en la alfombra, al lado del sofá.

Una fotografía de la escena no iría mal en la portada de alguna revista escandalosa.

¿Y aquel era el ambiente en el que pensaba criar a Jessica?, se preguntaba, furiosa.

Ness: Llama inmediatamente a una empresa de limpieza, Zac -dijo, con una falsa sonrisa-. Voy a enseñarle a Jessica su habitación y después tú y yo vamos a tener una pequeña charla.

Zac estaba apoyado en la pared del vestíbulo, con las páginas amarillas en la mano. Había llamado a todas las empresas de limpieza que aparecían en la guía, pero ninguna parecía dispuesta a hacer el trabajo inmediatamente.

**: ¿Hoy? -Rió una mujer al otro lado de la línea-. ¿La semana antes de Navidad? ¿No sabe que todo el mundo quiere que le limpien la casa en estas fechas? ¿Por qué no busca en las páginas amarillas y…?

Zac: Eso es lo que estoy haciendo -la interrumpió agotado-. De la A a la Z. Usted es mi última esperanza. Por favor, es solo una habitación. ¿Cuánto pueden tardar en limpiarla?

Al otro lado del hilo, hubo un silencio.

**: ¿Solo una habitación?

Zac: Sí, solo una. Mire, acabo de… digamos, heredar una huérfana de ocho años y necesito que la casa esté limpia.

**: ¿En qué calle vive? -preguntó la mujer, suavizando el tono-.

Zac le dio el nombre de la calle y contuvo el aliento.

**: Muy bien. Hoy es su día de suerte. Pero le va a costar un dineral -la mujer fijó un precio y Zac levantó los ojos al cielo-. ¿Le parece bien?

Zac: Sí, sí, lo que usted diga.

**: Miriam, una de nuestras empleadas, está por esa zona. La llamaré y le diré que se pase por su casa.

Zac colgó el teléfono con un suspiro de alivio.

Quizá lograría ablandar a Vanessa si le preparaba una taza de café, se decía. Un café solo y sin azúcar. Como a ella le gustaba. Como siempre le había gustado.

Sí, se decía con una sonrisa de satisfacción, mientras se apoyaba de nuevo en las muletas para ir a la cocina. El sol empezaba a brillar aquella mañana.

Ness: Esta era tu habitación la última vez que viniste a visitarnos -dijo dejando las maletas en el suelo-. ¿Te acuerdas?

Jessica se quedó mirando la habitación pintada de azul, con las cortinas blancas y los muebles de mimbre.

Jess: Sí, me acuerdo. Estaba al lado de la habitación de Anne. Pero la de Anne estaba pintada de color rosa. ¿Sigue siendo rosa?

Ness: No -contestó dirigiéndose a la ventana, desde la que podía ver el jardín, el cenador y la piscina cubierta-. Después de sacar todas sus cosas, pintamos la habitación… no recuerdo el color -murmuró, encogiéndose de hombros-. Color piedra, creo.

Sin vida, gris, como ella misma. Después de la muerte de Anne, había llamado al Ejército de Salvación para donar todos los muebles de la habitación de Anne, ropa y juguetes incluidos.

Vanessa había mirado, sin ver, cómo una furgoneta blanca se llevaba los recuerdos de su hija. Apenas había escuchado la voz de Zac rogándole que no lo hiciera.

Y más tarde, después de arrancar la moqueta rosa, había llamado a los pintores para que cambiaran el color de las paredes y las pintaran de color… piedra.

¿La habría vuelto a pintar Zac después de su separación?, se preguntaba.

Jess: Voy a sacar mis cosas, tía Vanessa.

Vanessa se volvió y vio a Jessica sacar un montón de libros y Barbies de una maleta.

Ness: Te espero abajo, ¿de acuerdo?

Jess: Sí.

Vanessa salió al pasillo y se dirigió a la escalera, pero cuando pasaba por delante de la habitación de Anne, se paró bruscamente. Lo último que deseaba hacer era entrar en aquella habitación, pero algo la impulsó a abrir la puerta.

La habitación estaba vacía. Las paredes eran de color piedra, las ventanas sin cortinas, el suelo de madera donde antes había una moqueta rosa en la que tantas veces había jugado con su hija…

Vanessa se apoyó en la pared, temblando. Las imágenes de su vida pasada eran como dagas que atravesaban su corazón y, por un momento, perdió la noción del tiempo.

Cuando escuchó el timbre despertó de su estupor, como si acabara de volver de un viaje.

Con el corazón acelerado, Vanessa cerró la puerta y siguió caminando por el pasillo.

El timbre volvió a sonar.

Ness: ¡Yo abriré! -dijo, bajando la escalera-.

Cuando abrió la puerta, se encontró frente a una impresionante pelirroja, apoyada lánguidamente en la pared. Llevaba un abrigo de visón falso y cuando vio a Vanessa, sus labios se curvaron en una igualmente falsa sonrisa.

Desde luego, no podía ser la señora de la limpieza, pensó Vanessa cínicamente.

Pero entonces, ¿quién era?

Ness: ¿Sí?

**: Estoy buscando a Zac.

Ness: Ah, entre, por favor. Está por ahí.

La pelirroja entró en la casa llevando con ella una asfixiante nube de perfume y, cuando se abrió el falso visón, reveló una minifalda roja y un par de piernas interminables colocadas sobre los tacones más inverosímiles que Vanessa había visto nunca.

La mirada de la mujer se deslizó por la blusa de color crema y los pantalones clásicos de Vanessa.

**: Usted debe de ser su ama de llaves, ¿no? -Preguntó, mirando alrededor, como distraída-. ¿Le importaría avisar a Zac?

Vanessa estaba a punto de explicarle a aquella fresca que ella no era el ama de llaves de nadie cuando escuchó el sonido inconfundible de las muletas de Zac.

Ness: Señor Efron -dijo, con su tono de voz más suave-, tiene usted una visita.

¿Señor Efron?

Zac frunció el ceño. Aquel tono tan sarcástico le daba mala espina. Pasara lo que pasara, una taza de café no iba a solucionarlo.

Zac: ¿Es la empresa de servicio doméstico? -Cuando vio a la pelirroja, lanzó una maldición en voz baja-. Ah, no, no es… vaya, hola… -empezó a decir, estrujándose el cerebro para recordar-. ¿Alexa?

Alexa sonrió, toda llena de dientes y de labios color fucsia.

Alexa: Zac, cariño, cuando llegué a casa el otro día me di cuenta de que me había dejado algo aquí.

Zac levantó las cejas. ¿Se había dejado algo? En ese momento, vio que Vanessa se daba la vuelta. Era un detalle por su parte dejarlos solos para que pudieran hablar.

Zac: ¿Qué te dejaste? -preguntó acercándose a Alexa-.

Ella abrió la boca para contestar, pero antes de que pudiera hacerlo, Vanessa salió del salón y le dio un golpecito en el hombro.

Ness: ¿Es esto lo que está buscando? -tenía en la mano algo negro, de encaje… Zac tragó saliva, deseando que se lo tragara la tierra. Él no le había quitado el sujetador, de eso estaba seguro. Pero, ¿cómo iba a convencer a Vanessa?-. Vamos a comprobar si es suyo… -dijo, echando un vistazo sobre la prenda-. A ver, talla noventa. ¿Es suyo?

Alexa: Sí. Tengo una buena… delantera. Todo el mundo me lo dice -sonrió la pelirroja, respirando profundamente para mostrar sus encantos. Vanessa la tomó firmemente del brazo y la condujo a la puerta-. Oiga, espere -protestó-. ¿Qué está haciendo? He venido a ver a Zac…

Ness: Pues ya lo ha visto -la interrumpió colgándole el sujetador del brazo-. Así que ahora puede irse.

Alexa: Cariño, haz algo -rogó mirando por encima de su hombro-. ¿Cómo dejas que tu ama de llaves trate así a tus invitados?

Ness: No soy su ama de llaves -replicó sin dejar de empujarla-. ¡Soy su mujer! -añadió venenosamente antes de cerrar la puerta en sus narices-.

Si Jessica no hubiera elegido precisamente aquel momento para bajar al vestíbulo, Zac estaba seguro de que Vanessa lo habría despellejado vivo.

¿Por qué la había molestado tanto la presencia de Alexa?, se preguntaba. Había sido Vanessa quien lo había abandonado. Había sido ella quien le había dicho que tenía que rehacer su vida… ¿Sería posible que, después de tantos años, sintiera celos?

La posibilidad hizo renacer sus esperanzas.

Ness: ¿Ya has deshecho las maletas? -estaba preguntando a la niña-.

Jess: Sí. ¿Quién era esa señora?

Ness: Una amiga de tu tío Zac -contestó lanzando sobre Zac una mirada que parecía querer fulminarlo-.

Jess: ¡Pues parecía Cruella de Vil!

Vanessa soltó una carcajada y Zac rió también, pero su risa se cortó en seco cuando Vanessa le lanzó una mirada de advertencia.

Ness: Se llama Alexa, cariño -dijo, sarcástica-. ¿Verdad que es un nombre muy original? ¡Si todas las amigas de tu tío son como esa Alexa, esta casa debe de ser una fiesta continua!

Zac estaba seguro de que la niña había detectado el sarcasmo, pero aparentó ignorarlo.

Zac: He hecho café -carraspeó-. Vamos a la cocina…

En ese momento, sonó el timbre de nuevo.

Pero aquella vez era Miriam, de la empresa de servicio doméstico.

Zac le mostró el salón, le dio instrucciones y después se dirigió a la cocina. Cuando entró, encontró a Vanessa mirando en la nevera.

Zac: ¿Dónde está Jessica?

Ness: Ha subido a su habitación a buscar un libro -contestó irritada-. La nevera está vacía, Zac.

Él se acercó, cojeando, y miró por encima de su hombro.

Zac: Bueno, hay cerveza y vino blanco, y… queso.

Zac dio un paso atrás cuando Vanessa cerró la puerta de la nevera de un portazo.

Ness: Voy a comprar comida -dijo, furiosa-. Traeré lo suficiente para que podáis comer durante unos días. Pero vas a tener que espabilarte si piensas cuidar de Jessica…

En ese momento, empezó a sonar el teléfono y Zac aprovechó la ocasión para escapar.

Tyler: Señor Efron, soy Tyler Braddock.

Zac: Hola, señor Braddock. Dígame -dijo mirando a Vanessa. Durante unos segundos, estuvo escuchando sin decir nada-. Sí, entiendo… sí. Ya veo que es un problema… sí. Bien, lo pensaré y le daré una respuesta lo más rápidamente posible-añadió, antes de colgar-.

Ness: ¿Qué ocurre?

Zac: Lo que ocurre es que Dolly Srnith se ha enterado de que tú y yo estamos separados y ha solicitado la invalidación del testamento. Quiere que le devuelvan la custodia de Jessica porque, según ella, es su deber cuidar de la niña y hará lo que sea necesario para conseguirlo.

Ness: ¡Pero esa mujer debe tener noventa años!

Zac: Setenta y cinco y está como un roble.

Ness: ¡Oh, Zac! -Murmuró apoyándose en la mesa-. No puedes dejar que vuelva con su tía Dolly. Esa niña necesita alguien que la cuide y que la quiera de verdad, no alguien que lo haga por obligación.

Zac: Ya lo sé, pero no es así como va a verlo un juez. En la disyuntiva de entregar la custodia de una niña a un pariente como Dolly o a un hombre separado, famoso por sus fiestas… -empezó a decir, pasándose la mano por el pelo-. Vanessa, no creo que tenga opción alguna.

Jess: ¿Tío Zac?

Vanessa se dio la vuelta y vio a Jessica en la puerta de la cocina. Su carita de pena le rompía el corazón.

Zac: Cariño… -empezó a decir-.

Jess: He oído lo que has dicho de la tía Dolly -lo interrumpió, intentando controlar las lágrimas-. Quiere que vuelva con ella y tendré que hacerlo, ¿no es verdad?

La expresión de Zac era indescifrable para cualquiera, excepto para Vanessa. Ella sabía que se sentía culpable, pero Zac había aceptado cuidar de la niña, comprometiendo su vida, mientras ella…

Jessica no pudo evitar un sollozo antes de salir corriendo de la cocina. Zac la siguió, apoyado torpemente sobre sus muletas.

Vanessa se quedó inmóvil. Nunca se había sentido tan confusa. No podía soportar la idea de que aquella vieja y fría tía Dolly tuviera la custodia de la niña. Y sabía que, si ella no hacía algo, eso ocurriría sin remedio.

Pero si lo hacía, perdería su puesto en Toronto. Y tendría que irse a vivir con Zac.

Conseguiría otros ascensos, se decía. Y solo tendría que vivir con Zac hasta que le concedieran la custodia. Y quizá un poco más. Hasta que Jessica se sintiera segura y feliz. Hasta que ella, Vanessa, estuviera convencida de que Zac podía efectivamente cuidar de la niña. Entonces podría marcharse.

Si tenía mucho cuidado, podría evitar una relación demasiado profunda con la niña. Si tenía mucho cuidado, evitaría que Jessica se metiera en su corazón.

Podía hacerlo. Y lo haría.

Vanessa respiró profundamente después de haber tomado aquella decisión. Salió de la cocina y encontró a Zac subiendo penosamente la escalera.

Ness: Espera un momento, Zac. Vendré a vivir aquí. Pero solo hasta que consigas la custodia de Jessica. Nada ha cambiado entre nosotros -añadió rápidamente cuando vio el brillo de esperanza en los ojos del hombre-. Dormiremos en habitaciones separadas y viviremos vidas separadas. Estaremos juntos solo en apariencia. ¿De acuerdo?


3 comentarios:

Lu dijo...

Me encanto!
Que lindo que Ness esta cambiando de opinión, ya es un avance que vaya a la casa de Zac.

Sube pronto :)

Maria jose dijo...

Me gusto mucho!!!
Lo que vivieron es dificil pero es bueno ver que esta cambiando
Siguela pronto

Pao dijo...

AAAHHH YA QUIERO SABER QUE MAS PASA <3

Publicar un comentario

Perfil