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martes, 31 de marzo de 2020

Capítulo 2


Unos días después, Vanessa pensó que, si había algo que no necesitaba, era que la apartaran de su trabajo para asistir a una reunión. Tenía a los mecánicos trabajando en el edificio principal, a los remachadores en el balneario y debía ocuparse de las rencillas que aún existían entre Rodríguez y Swaggart. No era que aquellos asuntos no pudieran seguir adelante sin ella, pero le parecía que podía ocuparse de ellos mejor que nadie. Sin embargo, allí estaba, en el despacho de Tim, esperando que él apareciera.

Nadie tenía que decirle lo justos que andaban para terminar el proyecto. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer para conseguir que el contrato se terminara a su debido tiempo. Todos los momentos de su existencia estaban dedicados a su trabajo.

Se pasaba todos los días sudando en la obra, con las cuadrillas y los supervisores, ocupándose de todos los detalles, por pequeños que estos fueran.

Por las noches, se tumbaba en la cama al atardecer o se ponía a trabajar hasta las tres de la mañana, acicateada por el café y la ambición. El proyecto era mucho más suyo que de Tim Thornway. Se había convertido en algo personal de un modo que no podía explicar. Para ella, era un tributo al hombre que había tenido la suficiente fe en ella como para empujarla y hacer que no se conformara con segundos platos. En cierto modo, aquel era el último trabajo que iba a realizar para Thomas Thornway y quería que fuera perfecto.

No la ayudaba mucho tener un arquitecto que pedía materiales que disparaban los costes y que provocaba retrasos inevitables. A pesar de Zac Efron, de sus lavabos de mármol y de sus azulejos de cerámica, Vanessa iba a conseguir sacar adelante aquel proyecto. Es decir, si no tenía que abandonar constantemente su puesto de trabajo para acudir a reuniones interminables.

Con impaciencia, se dirigió a la ventana. Estaba desperdiciando el tiempo y había pocas cosas que la enojaran más que el desperdicio de cualquier clase. Tras mirar al reloj, decidió que no iba a permanecer allí de brazos cruzados durante mucho tiempo más. Aquel había sido el despacho de Thomas Thornway. Tim había realizado una serie de cambios en la decoración. Había puesto plantas, cuadros y una gruesa alfombra de color salmón. El viejo Thornway había preferido utilizar las alfombras oscuras, para que no se notara el polvo y la suciedad. Sin embargo, al contrario que Thomas, Tim no visitaba con frecuencia las obras ni le pedía a su capataz que se reuniera con él allí.

Vanessa decidió no seguir pensando en el tema. Evidentemente, Tim dirigía la empresa de un modo diferente. Era su negocio y podía hacer lo que quisiera. El hecho de que ella hubiera admirado y apreciado tanto al padre no significaba que tuviera que criticar al hijo.

No podía evitarlo. A Tim le faltaban el empuje y la compasión que habían formado parte de su padre. Con Thomas Thornway, se construía por el amor a la construcción. Con Tim Thornway, siempre se estaba pensando en los beneficios económicos.

Si Thomas estuviera todavía vivo, Vanessa no estaría pensando en dejar la empresa. No sentiría remordimiento alguno cuando llegara la hora de marcharse. Más bien al contrario, solo sentía excitación y nerviosismo. Fuera lo que fuera lo que ocurriera a continuación, lo haría por sí misma.

Reconocía que la idea resultaba tan aterradora como apremiante. Todo era desconocido para ella. Como Zac Efron.

Aquel pensamiento era ridículo. Él no era aterrador ni apremiante. Tampoco era desconocido. Solo era un hombre, algo molesto por cierto, por la frecuencia con la que aparecía por la obra. Era la clase de hombre que sabía que resultaba muy agradable mirarlo y que explotaba aquel sentimiento.

Vanessa había conocido antes a tipos como Zac. De hecho, podía considerarse afortunada por haber caído presa solo una vez de un rostro hermoso y unas palabras agradables. Algunas mujeres no aprendían nunca y volvían a caer una y otra vez en la trampa. Su madre era una de ellas. A Jessie Hudgens le habría bastado mirar una sola vez a un hombre como Zac para lanzarse. Afortunadamente la hija no se parecía nada en eso a su madre. Vanessa no sentía un interés personal por Zac Efron y casi no podía tolerarlo profesionalmente. Cuando él entró en el despacho minutos más tarde, Vanessa se preguntó por qué sus pensamientos y sus sentimientos no parecían concordar.

A los pocos segundos, Tim entró también en el despacho.

Tim: Vanessa, siento haberte tenido esperando -dijo con una sonrisa-. El almuerzo se extendió más de la cuenta.

Ness: Me interesa mucho más saber por qué me has hecho venir de la obra -replicó frunciendo el ceño-.

La hora a la que debería haberse celebrado esa reunión era su hora para comer.

Tim: Pensé que nos hacía falta un cara a cara -comentó tras tomar asiento-.

Inmediatamente, les indicó a Vanessa y a Zac que hicieran lo mismo.

Ness: Has visto los informes.

Tim: Por supuesto. Tan completos como siempre. Esta noche voy a cenar con Barlow padre. Me gustaría darle algo más que datos y cifras.

Ness: Pues puedes darle las objeciones que yo tengo con respecto al diseño interior del edificio -replicó tras mirar brevemente a Zac-.

Tim: Pensaba que ya habíamos solucionado ese tema.

Ness: Tú me has preguntado -repuso encogiéndose de hombros-. Puedes decirle que se debería haber terminado el cableado de la estructura principal para finales de semana. Es un proceso complejo, dado el tamaño y la forma del edificio. Además, va a costarle a su empresa una fortuna.

Zac: Tiene una fortuna. Creo que les interesa más el estilo que ahorrar en la factura de la electricidad.

Tim: Por supuesto -apostilló. Aquel proyecto iba a reportarle muchos beneficios-. He examinado los planos y te puedo asegurar que nuestro cliente recibe solo lo mejor, tanto en materiales como en capacidad profesional.

Ness: Te sugiero que le digas que venga a verlo él mismo.

Tim: Bueno, no creo que…

Zac lo interrumpió.

Zac: Estoy de acuerdo con la señorita Hudgens. Es mejor que venga ahora y diga si hay algo que no le gusta en vez de que lo haga más tarde, cuando todo esté plasmado en hormigón.

Tim frunció el ceño.

Tim: Ya se han aprobado los planos.

Zac: Las cosas siempre tienen un aspecto diferente sobre el papel -observó mientras miraba a Vanessa-. Algunas veces, la gente se sorprende mucho cuando ve el proyecto terminado.

Tim: Naturalmente se lo sugeriré. Vanessa, en tu informe he visto que sugieres extender el descanso para almorzar para que sea de una hora.

Ness: Sí. Quería hablar contigo al respecto. Después de unas semanas en la obra, he visto que hasta que el tiempo nos dé un respiro, los hombres van a necesitar un descanso más largo a mediodía.

Tim: Tienes que comprender lo que supone en términos de tiempo y dinero un aumento de treinta minutos.

Ness: Y tú tienes que comprender que los hombres no pueden trabajar bajo ese sol sin un descanso adecuado. Las tabletas de sal no son suficientes. Tal vez estemos en marzo y tal vez se esté muy bien en el interior de un edificio cuando uno se está tomando un segundo martini, pero allí este calor es asfixiante.

Tim: A esos hombres se les paga para que suden -le recordó-. Creo que estarás de acuerdo conmigo en que será mejor para ellos que tengan los edificios bajo techado para cuando llegue el verano.

Ness: No podrán hacerlo si se desploman por agotamiento o insolación.

Tim: Creo que aún no se me ha informado de que haya ocurrido algo así.

Ness: Todavía no -afirmó tratando de contenerse-. Tim, necesitan más descanso. Trabajar bajo ese calor agota a un hombre. Te debilita, te hace cometer descuidos y entonces vienen las equivocaciones… equivocaciones que pueden resultar muy peligrosas.

Tim: Yo pago a un capataz para que se ocupe de que nadie cometa equivocaciones.

Vanessa se puso de pie. Estaba lista para explotar cuando la voz de Zac se lo impidió.

Zac: ¿Sabes una cosa, Tim? Los hombres suelen extender de todos modos el tiempo que tienen para comer. Si les das treinta minutos más, se sentirán bien, agradecidos. La mayoría no se tomará más. Terminarás consiguiendo que se haga la misma cantidad de trabajo y tendrás el aprecio de tus hombres.

Tim: Tiene sentido -admitió-. Lo tendré en cuenta.

Zac: Hazlo -entonces, se puso de pie-. Yo voy a regresar a la obra con la señorita Hudgens. Así podremos hablar de cómo podemos trabajar más estrechamente juntos. Gracias por el almuerzo, Tim.

Tim: De nada.

Antes de que Vanessa pudiera hablar, Zac la había tomado por el codo y la estaba sacando del despacho. Cuando consiguió zafarse de él, ya estaban delante de los ascensores.

Ness: No necesito que me muestre el camino -le espetó-.

Zac: Bueno, señorita Hudgens, parece que, una vez más, no estamos de acuerdo -entró en el ascensor con Vanessa y apretó el botón del aparcamiento-. En mi opinión, le vendría muy bien algunos consejos sobre cómo manejar a los mentecatos.

Ness: No necesito que… -Rápidamente se interrumpió y miró a Zac. El gesto divertido que vio en sus ojos le hizo esbozar una sonrisa-. Supongo que se refiere a Tim.

Zac: ¿Acaso he dicho yo eso?

Ness: Tengo que asumir que sí, a menos que estuviera hablando sobre sí mismo.

Zac: Elija usted.

Ness: Me lo pone muy difícil.

En aquel momento, el ascensor llegó a la planta en la que se encontraba el aparcamiento. Vanessa extendió la mano para evitar que la puerta se volviera a cerrar y empezó a estudiar a Zac. En sus ojos se adivinaba una aguda inteligencia y una gran seguridad en sí mismo. Ella estuvo a punto de suspirar, pero prefirió salir del ascensor.

Zac: ¿Se ha decidido ya? -le preguntó tras salir él también-.

Ness: Digamos que ya sé cómo ocuparme de usted.

Zac: ¿Cómo será eso?

Los tacones de las botas de ambos resonaban mientras avanzaban entre los coches.

Ness: ¿Ha oído hablar de los postes de tres metros?

Zac: Vaya, no me parece que ese sea un comentario muy amistoso.

Ness: Sí -se detuvo delante de un todoterreno. Tenía muchos arañazos y estaba cubierto de polvo. Tenía los cristales tintados para combatir el duro sol. Sacó las llaves-. ¿Está seguro de que quiere ir a la obra? Podría dejarlo en su hotel.

Zac: Tengo un ligero interés por este proyecto.

Ness: Como usted quiera.

Cuando Zac se sentó en el interior del vehículo, echó hacia atrás el asiento hasta que casi pudo estirar las piernas. Vanessa se sentó detrás del volante y arrancó el motor. La radio y el aire acondicionado se pusieron a funcionar inmediatamente. La música sonaba muy alta, pero ella no se molestó en bajarla. Sobre el salpicadero se veían una serie de imanes decorativos, que a su vez sujetaban trozos de papel en las que había unas notas garabateadas. Por lo que Zac podía distinguir, ella tenía que comprar pan y leche y comprobar cincuenta toneladas de hormigón. ¿Llamar a «mongo»? No. Entornó los ojos y lo intentó de nuevo. A su madre. Tenía que llamar a su madre.

Zac: Bonito coche -comentó cuando el vehículo se detuvo a trompicones en un semáforo-.

Ness: Necesita una puesta a punto, pero no he tenido tiempo de hacerlo.

Zac estudió la mano de Vanessa cuando ella metió la primera marcha y volvió a arrancar. Era larga y esbelta, completamente acorde con el resto de su cuerpo. Llevaba las uñas muy cortas y sin pintar. Tampoco portaba joyas. Zac se podía imaginar a aquellas manos sirviendo delicadas tazas de té… igual que cambiando las bujías del coche.

Ness: Entonces, ¿cómo te ocuparías de Tim?

Zac: ¿Cómo dices?

Había estado perdido en su pequeña fantasía.

Ness: Tim, ¿cómo te ocuparías de él? -reiteró mientras se dirigían hacia el sur de Phoenix-.

Zac: Con sarcasmo no, morenita. Personalmente, no me importa, pero creo que encontrarás que cuando tengas que tratar con Thornway, el aceite tiene más efecto que el vinagre.

Ness: Ese hombre no reconocería el sarcasmo ni aunque lo tuviera delante de las narices.

Zac: Tal vez en nueve de diez ocasiones no, pero es, precisamente, la décima la que podría meterte en un lío. Antes de que lo digas, ya sé que no te importa tener algunos problemas.

Muy a su pesar, Vanessa sonrió. No puso objeción alguna cuando él bajó el volumen de la radio.

Ness: ¿Conoces a esos caballos de desfile que llevan anteojeras para que puedan seguir el camino y no miren a su alrededor ni los asuste la gente que los rodea?

Zac: Sí, y también he visto que Thornway lleva esas anteojeras para que pueda seguir el camino y recoger sus beneficios sin distracción alguna. Tú quieres mejores condiciones de trabajo para los hombres, mejores materiales… Lo que sea. Por eso, tienes que aprender a ser sutil.

Ness: No puedo.

Zac: Claro que puedes. Eres mucho más inteligente que Thornway, morenita, así que estoy seguro de que sabes cómo ser mucho más lista que él.

Ness: Me pone enferma. Cuando lo pienso… Hace que me ponga furiosa y, cuando me enfado, no puedo evitar expresar lo que pienso.

Zac: Lo único que tienes que hacer es utilizar el denominador común. Con Thornway, es el beneficio. Tú quieres que los hombres tengan media hora más para almorzar, por lo que no debes decirle que es para beneficio de los obreros. Lo que tienes que decirle es que conseguirá mayor eficiencia y, por lo tanto, mayores beneficios, pero para él.

Vanessa frunció el ceño durante unos instantes y entonces suspiró.

Ness: Supongo que tengo que darte las gracias por haberlo convencido.

Zac: Muy bien. ¿Qué te parece si cenamos juntos?

Ness: No -replicó tras mirarlo a los ojos-.

Zac: ¿Por qué no?

Ness: Porque eres guapo. -Cuando Zac sonrió, ella le dedicó la más breve de las sonrisas-. Y yo no confío en los hombres guapos.

Zac: Tú también eres muy guapa y yo no te hago sentir culpable por ello.

Ness: Ahí está la diferencia entre tú y yo, Efron.

Su sonrisa se había hecho mucho más amplia.

Zac: Si cenáramos juntos, podríamos encontrar muchas otras.

Ness: ¿Y por qué íbamos a querer encontrar otras?

Zac: Ayuda a pasar el tiempo. ¿Qué te parece si…?

Zac se interrumpió cuando vio que Vanessa daba un volantazo. Ella lanzó una maldición y, tras controlar el coche, lo condujo al arcén de la carretera.

Ness: Hemos pinchado -anunció, muy enfadada-. Hemos pinchado y yo ya voy con retraso…

Con eso, salió del coche tras dar un portazo y se dirigió a la parte trasera del vehículo maldiciendo con una facilidad admirable. Cuando Zac se reunió con ella, ya había sacado la rueda de repuesto.

Zac: Esa no parece estar en mejor estado -comentó tras mirar el neumático-.

Ness: Necesito cambiarlas todas, pero creo que esta aguantará un poco.

Sacó el gato y lo colocó en su sitio sin dejar de lanzar maldiciones. Zac estuvo a punto de ofrecerse para cambiarle la rueda, pero recordó lo mucho que le gustaba verla trabajar. Se enganchó los pulgares en el cinturón y se mantuvo en un segundo plano.

Zac: En el lugar del que yo vengo, los ingenieros ganan mucho dinero. ¿Has pensado alguna vez en comprarte un coche nuevo?

Ness: Este me sirve muy bien -replicó mientras sacaba la rueda que tenía el pinchazo y colocaba la otra-.

Zac: Esta rueda no tiene dibujo alguno.

Ness: Probablemente.

Zac: De probablemente nada. Te aseguro que yo tengo más dibujo en la suela de mis zapatillas deportivas. ¿No sabes que es una locura conducir con unas ruedas tan gastadas como estas? Y el resto no están mucho mejor -añadió, tras examinar las otras tres-.

Ness: He dicho que necesito cambiarlas todas. No he tenido tiempo de hacerlo.

Zac: Pues hazlo.

Zac se había colocado detrás de ella. Vanessa, desde el suelo, lo miró por encima del hombro. Ya está bien.

Zac: Cuando trabajo con alguien que es tan descuidado a nivel personal, tengo que preguntarme si será lo mismo a nivel profesional.

Ness: Yo no cometo errores en mi trabajo -replicó mientras apretaba los tornillos-. Puedes comprobarlo.

Se puso de pie. Se sintió más enfadada que sorprendida cuando él le dio la vuelta para que lo mirara. No le importaba estar cerca de Zac Efron, sino sentirse tan cerca.

Zac: ¿Cuántos errores cometes fuera del trabajo?

Ness: No muchos.

Vanessa sabía que debía apartarse de él. Las señales de alarma no dejaban de iluminarse delante de ella. Estaban frente a frente. Podía ver fácilmente la fina capa de sudor que cubría el rostro de Zac igual que podía ver, tanto si quería como si no, el deseo que se reflejaba en los ojos de él.

Zac: No me gusta discutir con una mujer que tiene una llave inglesa en la mano.

Se la quitó y la colocó sobre el parachoques.

Ness: Esta tarde va a ir un inspector a la obra.

Zac: A las dos y media. Tienes tiempo -afirmó tras hacer girar la muñeca de Vanessa y comprobar la hora que era-.

Ness: No tengo tiempo propio. El tiempo es de Thornway. Si tienes algo que quieras decir, hazlo, pero tengo trabajo que hacer.

Zac: En este momento no se me ocurre nada -dijo sin soltarle la mano. El pulgar acariciaba suavemente la parte interior de la muñeca de Vanessa-. ¿Y a ti?

Ness: No -Trató de alejarse de él, pero Zac tiró con fuerza de la mano e hizo que se chocara violentamente contra su torso-. ¿Cuál es tu problema, Zac?

Zac: No lo sé… Hay un modo de descubrirlo -susurró. Le había colocado la mano que tenía libre sobre el rostro-. ¿Te importa?

Casi sin dejar de hablar, Zac bajó los labios hasta los de ella. Vanessa no estuvo segura de lo que la hizo retirarse en el último momento. Levantó una mano y la apretó con firmeza contra el torso de Zac, a pesar de estar saboreando la calidez del aliento de él sobre sus propios labios.

Ness: Sí -dijo, aunque sabía que era una mentira-.

No le habría importado. De hecho, había estado deseando sentir y saborear la boca de él sobre la suya.

Zac: No tendría que haber preguntado -afirmó después de dar un paso atrás-. La próxima vez no lo haré.

Vanessa comprendió que iba a echarse a temblar en cualquier momento. La aturdió entender que, en cualquier instante, su cuerpo iba a traicionarla y que, una vez más, no sería por ira. Rápidamente, se inclinó sobre el neumático.

Ness: Te sugiero que te busques otra persona con la que jugar, Zac.

Zac: No lo creo.

Le quitó el neumático de las manos y lo guardó en la parte trasera del coche. Antes de que Vanessa pudiera hacerlo, retiró el gato y lo recogió también.

Tratando de tranquilizarse, ella se dirigió hacia la puerta del vehículo. Le sudaban las palmas de las manos. Cuando se acomodó tras el volante, se las secó contra las perneras de los vaqueros e hizo girar la llave del contacto.

Ness: No me pareces la clase de hombre que sigue llamando a una puerta cuando no abre nadie.

Zac: Tienes razón -dijo mientras se acomodaba también en el asiento-. Después de un rato, me limito a abrirla yo solo.

Con una sonrisa, volvió a subir el volumen de la radio.


El inspector había ido temprano. Vanessa se maldijo pero no se torturó demasiado por ello dado que el cableado había pasado la inspección. Paseó por el edificio, que ya estaba cobrando vida, y subió a la segunda y tercera plantas, para supervisar la colocación del aislante. Todo funcionaba como el engranaje de un reloj. Debería haberse sentido más que satisfecha.

Sin embargo, en lo único en lo que podía pensar era que había estado en el arcén de una carretera con los labios de Zac a un centímetro de los suyos.

Cuando estaba sobre una plataforma a seis metros del suelo se recordó que era ingeniero, no una romántica. Desplegó un plano y se puso a estudiar el sistema de refrigeración. Aquello iba a robarle mucho tiempo y energías durante los próximos días. No tenía tiempo ni ganas de volver a pensar lo que habría sentido si hubiera besado a Zac Efron.

Pasión. Pasión y excitación. Ninguna mujer podía observar aquella boca y no ver el daño que podría hacerle a su sistema nervioso. Ya había destrozado el suyo y sin establecer contacto alguno. Probablemente Zac lo sabía. Los hombres como él siempre sabían el efecto que eran capaces de producir en una mujer. No se les podía culpar por ello, pero se podía y debía, evitarlos.

Lanzó otra maldición y enrolló los planos. No pensaría en él ni en lo que habría ocurrido si ella le hubiera dicho «sí» en vez de «no», o si hubiera guardado silencio y se hubiera dejado llevar por el instinto en vez de por el razonamiento.

Además, tenía que empezar a pensar en los ascensores. No faltaba mucho para que tuvieran que instalarlos. Había trabajado muy duro durante mucho tiempo con otro ingeniero en el diseño. Lo que en aquellos momentos solo estaba en papel sería realidad muy pronto, subiendo y bajando por las paredes, cristal reluciente completamente silencioso.

Algunos hombres podían provocar precisamente eso, que el corazón de una mujer subiera y bajara, que el pulso le latiera con fuerza aunque solo ella pudiera oírlo. Por mucho que se esforzara por fingir que no estaba ocurriendo, en el fondo estaría subiendo y bajando tan rápidamente que provocaría un accidente inevitable. Y no había nada que se pudiera hacer al respecto.

Maldito fuera. Maldito fuera por haber dado aquel paso y haberla convertido en una mujer vulnerable. Vanessa no podía olvidar el modo en que había sentido su mano en la de él, el modo en que los ojos de Zac la habían observado. Ya solo podía especular, pero haría bien en recordar que la culpa de todo aquello había sido de Zac Efron.

Bajó la mirada y lo vio en el suelo, hablando con Charlie Gray. Zac señalaba la pared posterior, en la que la falda de la montaña se convertía en parte del edificio, o mejor dicho, en la que el edificio se convertía en parte de la montaña. Allí habría enormes paneles de cristal curvado para formar el techo que amoldarían la línea de las rocas a la de la cúpula. Vanessa ya había decidido que aquella solución sería ostentosa y poco práctica, pero, tal y como se le había dicho, su trabajo era plasmar los planos, no darles su aprobación.

Zac sacudió la cabeza por algo que Gray le dijo y levantó un poco la voz, aunque Vanessa no pudo distinguir lo que decía. Evidentemente, Zac estaba molesto, algo que a ella le gustaba.

Bajó utilizando las escaleras temporales. Tenía que comprobar los progresos del balneario y los trabajos de excavación de las primeras cabañas. Justo en aquel momento, escuchó un grito procedente de un piso superior. Tuvo tiempo suficiente de ver cómo una placa de metal caía hacia ella antes de que alguien la agarrara por la cintura y la apartara a un lado.

La placa aterrizó a pocos centímetros de sus pies, levantando mucho polvo y provocando un fuerte estruendo. Si le hubiera caído encima, en aquellos momentos estaría de camino al hospital.

**: ¿Te encuentras bien? -le preguntó una voz masculina-.

Los brazos aún le rodeaban la cintura y estaba apretada contra el cuerpo fuerte de un hombre. No tuvo que levantar el rostro para saber de quién se trataba.

Ness: Sí -susurró-. Estoy bien. Deja que me…

Zac: ¿Quién diablos es responsable de esto? -gritó sin soltar a Vanessa-.

En aquel momento, dos hombres bajaron rápidamente por la escalera, con los rostros tan pálidos como el de él.

**: Se nos escapó. Dios, señorita Hudgens, ¿se encuentra usted bien? Había una caja eléctrica sobre el suelo, tropecé y la placa se me escapó.

Ness: No me ha dado.

Trató de apartarse de Zac, pero no tuvo fuerzas para hacerlo.

Zac: Subid ahí y aseguraos de que los suelos y las plataformas están libres de objetos. Si hay más descuidos, los responsables serán despedidos.

**: Sí, señor.

El martilleo que se estaba produciendo en los pisos superiores, y que se había interrumpido en seco, se reanudó con más vigor.

Ness: Mira, me encuentro bien -musitó a pesar de que se sentía muy temblorosa-. Yo puedo ocuparme de los hombres.

Zac: Cállate -tuvo que contenerse para no tomarla en brazos-. Estás tan pálida como un cadáver. Siéntate -añadió, tras señalarle una caja-.

Como las piernas de Vanessa parecían de goma, la joven no discutió.

Zac: Toma -dijo antes de ponerle un vaso de agua en la mano-.

Ness: Gracias, pero no tienes por qué molestarte.

Zac: No, claro. Te dejo aquí como si no hubiera ocurrido nada -Aquellas palabras no le habían salido del modo en el que había deseado, pero se sentía furioso y muerto de miedo. Había estado tan cerca… Si no hubiera mirado en aquella dirección…-. Podría haberme quedado inmóvil viendo cómo te aplastaba esa placa, pero me pareció una pena que el hormigón se manchara de sangre.

Ness: No quería decir eso -comentó tras terminarse el agua. Sabía que Zac había evitado que sufriera lesiones muy graves. Le habría gustado darle las gracias y lo habría hecho si él no hubiera mostrado una actitud tan arrogante-. Creo que yo misma me habría podido apartar.

Zac: Muy bien. La próxima vez me ocuparé solo de mis asuntos.

Ness: Hazlo -aplastó el vaso de plástico entre los dedos y lo tiró a un lado. Se levantó, tratando de soportar la sensación de mareo que se había apoderado de ella. A pesar de que los martillos habían reanudado su actividad, sabía que todo el mundo los estaba mirando-. No hay necesidad de montar tanto jaleo.

Zac: No tienes ni idea del jaleo que puedo montar, Hudgens. Si estuviera en tu lugar, haría que el capataz les inculcara a esos hombres algunas nociones sobre seguridad laboral.

Ness: Lo haré. Ahora, si me perdonas, tengo que volver a mi trabajo.

Cuando Zac la agarró por el brazo, sintió la ira que atenazaba sus dedos. Lo agradeció, dado que eso la hacía a ella mucho más fuerte. Lentamente, giro la cabeza para poder mirarlo. Vio que él estaba completamente furioso, mucho más de lo que podrían expresar las palabras. «Es su problema», se dijo Vanessa.

Ness: No pienso repetir que te mantengas apartado de mí, Efron.

Zac esperó un instante hasta que estuvo seguro de que iba a hablar con tranquilidad, a pesar de que, mentalmente, aún podía escuchar el aterrador sonido de la placa de metal chocando contra el suelo.

Zac: Eso es algo sobre lo que podemos ponernos de acuerdo, morenita. No me vuelvas a decir que me mantenga alejado de ti.

La soltó. Después de dudar durante un momento, Vanessa se marchó.

Mientras observaba cómo ella se alejaba, Zac pensó que, aunque Vanessa se lo dijera, no le iba a servir de nada.


1 comentarios:

Lu dijo...

Me encanta!
Vamos a ver cuanto tiempo le dura esta situacion pero por lo que veo, ambos se gustan .


Sube pronto :)

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