topbella

jueves, 2 de abril de 2020

Capítulo 3


Tenía otras cosas en las que pensar. Zac dejó que el agua caliente de la ducha le cayera sobre la cabeza y se recordó una vez más que Vanessa Hudgens no era problema suyo. Aunque, indudablemente era un problema, no era suyo.

Lo mejor era evitar a las mujeres tan complicadas como ella, particularmente cuando tenían un aspecto muy femenino que contrastaba con un temperamento demasiado vivo. El proyecto Barlow ya le estaba dando suficientes quebraderos de cabeza. No necesitaba añadirla a ella a la lista.

No obstante, resultaba tan fácil mirarla… Zac sonrió y apagó el grifo de la ducha. Fácil de mirar no significaba fácil de manejar. Normalmente, le gustaban los desafíos, pero, en aquellos momentos, tenía demasiado entre manos. Dado que su socio se había casado y estaba esperando su primer hijo, Zac tenía que hacer todo lo posible para sacarlo adelante. Con una empresa floreciente, aquello significaba trabajar más de doce horas al día. Además de supervisar la construcción del complejo turístico, tenía que hacer y recibir innumerables llamadas telefónicas y tomar incontables decisiones.

No le importaba la responsabilidad ni las largas jornadas de trabajo, al contrario, se sentía agradecido por ellas. No hacía falta mucho para recordarle el niño que había crecido en una granja embarrada entre Georgia y Florida. Aquel niño siempre había deseado mucho más y el hombre en el que se había convertido había luchado mucho por conseguirlo.

Se enrolló una toalla a la cintura y salió de la ducha. Tenía un cuerpo esbelto y el torso bronceado. Seguía trabajando en el exterior, aunque ya solo lo hacía por decisión propia y no por necesidad. Había una casa junto a un lago de Florida que estaba a medio construir. Estaba decidido a terminarla él mismo, ya que no por falta de fondos, sino más bien por cuestión de orgullo.

Tenía mucho dinero y nunca había negado que disfrutaba de los beneficios que le proporcionaba. Sin embargo, había crecido trabajando con las manos y le resultaba imposible terminar con aquel hábito. Se corrigió. No quería terminar con aquel hábito. Había veces en las que nada le gustaba más que sentir el tacto de un martillo o un trozo de madera.

Se pasó los dedos por el cabello mojado. Estaban cubiertos de callos, tal y como lo habían estado desde la infancia.

Entró en el dormitorio de su suite, que era casi tan grande como la casa en la que había crecido.

Se había acostumbrado al espacio, a los pequeños lujos, pero no los daba por sentado. Al crecer en medio de una extrema pobreza, había aprendido a apreciar lo bueno de la vida, la buena comida y el buen vino. Tal vez los apreciaba más que alguien que había nacido formando parte de esa buena vida, pero prefería no pensarlo.

El trabajo, el talento y la ambición eran las claves a las que debía añadirse un poco de buena suerte. Zac recordaba que la suerte podía cambiar, así que nunca evitaba el trabajo.

Había recorrido un largo camino desde que pasó de escarbar en el barro a ganarse la vida. En aquellos momentos podía soñar, imaginar y crear, mientras no olvidara que hacer realidad los sueños suponía ensuciarse las manos. Era capaz de colocar ladrillos o mezclar cemento si era necesario. Durante los años que pasó en la universidad había estado trabajando como peón. Aquellos años le había dado no solo una visión muy práctica sobre la construcción de edificios sino también un profundo respeto por los hombres que sudaban para crearlos.

Esto lo hizo pensar en Vanessa. Ella comprendía perfectamente a los obreros de la construcción. Zac sabía muy bien que muchas de las personas que trabajaban dibujando planos se olvidaban de los hombres que clavaban los clavos y levantaban las paredes de ladrillo. Vanessa no. Con aire pensativo, se puso un albornoz pensando que iba a llamar al servicio de habitaciones para comer en la suite. Vanessa Hudgens. Habría hecho cualquier cosa para conseguir treinta minutos más para los hombres. También era capaz de interponerse entre dos obreros para evitar que se pelearan o de verter cerveza sobre la cabeza de un empleado insubordinado. Ese recuerdo lo hizo sonreír. No se bebía en el trabajo. Vanessa Hudgens decía muy en serio todo lo que proclamaba.

A Zac le gustaba eso. Prefería la franqueza a la sutileza, tanto en el trabajo como en su vida personal. Vanessa no era la clase de mujer que se dejara llevar por los juegos de seducción o por las indirectas. Decía «sí» o «no» tal y como lo sentía.

Igual que había hecho sobre el arcén de aquella carretera… Le había dicho «no», aunque a él le parecía que le había querido decir «sí». Resultaría muy interesante descubrir las razones de aquella contradicción. Era una pena que solo pudiera encajar a Vanessa en su vida profesional. Se habrían podido divertir mucho los dos juntos. El problema era que ella estaba demasiado tensa como para relajarse y dejarse llevar. Tal vez sería más justo decir que ella era demasiado sincera como para tomarse la intimidad de un modo tan casual. No podía culparla, y eso suponía una razón más para que mantuvieran su relación exclusivamente a nivel profesional.

Había demasiada fricción. La fricción normalmente llevaba a las chispas y las chispas al fuego. En aquel momento, Zac no tenía tiempo para apagar fuegos.

Miró el reloj que tenía sobre la mesilla de noche y calculó la hora que sería en el este. Era demasiado tarde para llamar por teléfono. Eso significaba que tendría que levantarse a las cinco para poder hacer todas las llamadas necesarias entre las seis y las siete de la mañana.

Se encogió de hombros y decidió que lo que sí podía hacer era llamar al servicio de habitaciones para que le llevaran algo de cenar y poder acostarse temprano. Acababa de tomar el teléfono cuando sonó el timbre de su puerta.

Si había alguien que nunca habría esperado que se presentara allí, esa era Vanessa.

Tenía una bolsa de supermercado sobre una cadera. Llevaba el cabello suelto y este se le rizaba vivamente sobre los hombros. Esa fue la primera vez que Zac la vio sin trenza y sin horquillas. Aún iba vestida con unos vaqueros y una camiseta, pero había cambiado las botas de trabajo por unas zapatillas deportivas. La siguiente sorpresa era que estaba sonriendo.

Ness: Hola.

Era ridículo, pero nunca se había sentido tan nerviosa en toda su vida.

Zac: Hola. ¿Pasabas por aquí? -preguntó tras apoyarse sobre el marco de la puerta-.

Ness: No exactamente. ¿Puedo entrar?

Zac: Claro.

Se hizo a un lado para franquearle el paso.

A sus espaldas, Vanessa escuchó que la puerta se cerraba. El corazón se le sobresaltó.

Ness: Es muy bonito -comentó, mientras observaba el salón de la suite. Tras unos instantes, se armó de valor y se dio la vuelta-. Quería disculparme.

Zac: ¿Por qué?

Vanessa apretó los dientes. Durante el camino, se había preparado para la posibilidad de que él no se lo pusiera fácil.

Ness: Por haber sido grosera y desagradecida esta tarde.

Zac: ¿Solo esta tarde?

Le resultó muy difícil tragar el veneno que la inundó por dentro, pero sabía que debía disculparse.

Ness: Sí. Estamos hablando de un momento determinado. Tú me ayudaste esta tarde y yo me mostré desagradecida y grosera. Me equivoqué y, cuando es así, me gusta pensar que sé admitirlo -añadió. Sin decir nada más, se acercó al mostrador que separaba el salón de la cocina americana-. Te he traído unas cervezas.

Zac: ¿Para que me las beba o para que me las eche por la cabeza? -preguntó al ver que Vanessa sacaba un pack de seis botellas-.

Ness: Eso depende de ti. -Sin poder evitarlo, esbozó una sonrisa. Los labios se le suavizaron como por arte de magia. Zac sintió que el corazón se le detenía-. No sabía si habías cenado, así que te he traído una hamburguesa y unas patatas fritas.

Zac: ¿Me has traído la cena?

Ness: Solo es una hamburguesa -dijo encogiéndose de hombros-.

Vanessa sacó la hamburguesa y el platillo de plástico que contenía las patatas fritas.

Por mucho que le doliera, iba a pronunciar las palabras.

Ness: Aquí tienes -añadió-. Quería darte las gracias por haber actuado tan rápidamente esta tarde. No sé si habría conseguido apartarme a tiempo, pero no estamos hablando de eso. El hecho es que tú te aseguraste de que yo no resultara herida y yo no te di las gracias en su momento. Supongo que estaba más asustada de lo que quería admitir.

Zac se acercó a ella. Vanessa tenía en las manos la bolsa vacía y no hacía más que doblarla y desdoblarla. Aquel gesto le demostró, más que las palabras, lo mucho que le había costado ir hasta el hotel. Le quitó la bolsa de las manos y la dejó sobre el mostrador.

Zac: Podrías haber escrito todo esto en una nota y habérmela metido por debajo de la puerta, pero supongo que ese no es tu estilo. -Resistió la necesidad de tocarle el cabello, sabiendo que sería una equivocación para ambos. Pero si lo hacía solo querría tocarla todavía más y Vanessa parecía estar lista para salir corriendo a la primera de cambio. Por eso, decidió tomar una botella de cerveza-. ¿Te apetece una?

Vanessa dudó durante un instante. Parecía que, después de todo, Zac iba a ponérselo fácil.

Ness: Claro.

Zac: ¿Quieres media hamburguesa?

Ness: Creo que podría comérmela de un bocado -comentó más relajada y sonriente-.

Acababan de negociar una tregua. Compartieron la hamburguesa y las cervezas en la terraza. Allí había un pequeño jacuzzi incrustado en el suelo y unas flores rojas y naranjas que subían por las paredes envolviéndolos en su suave fragancia. El sol estaba poniéndose y el aire se había vuelto más fresco.

Ness: Todas las comodidades del hogar.

Zac: No del todo -respondió pensando en su casa, en la que todo estaba sin terminar-, pero es lo más cercano.

Ness: ¿Viajas mucho?

Zac: Lo suficiente. ¿Y tú?

Ness: En realidad no. Bueno, suelo hacerlo por el Estado y he ido a Utah en un par de ocasiones. Me gustan los hoteles.

Zac: ¿De verdad?

Ness: Sí. Me gusta poder darme una ducha y salir y regresar para ver que ya han cambiado las toallas, llamar al servicio de habitaciones y cenar en la cama. Ese tipo de cosas. Seguro que a ti también te gustan. No me pareces el tipo de persona que pudiera seguir haciendo algo con lo que no disfrutara.

Zac: No me importa viajar, pero me gusta saber que tengo un lugar al que poder regresar. Eso es todo.

Vanessa lo entendía perfectamente, aunque le sorprendió que él sintiera aquella necesidad.

Ness: ¿Has vivido siempre en Florida?

Zac: Sí. No puedo decir que me guste mucho la nieve o el tiempo gélido del norte. Me gusta el sol.

Ness: A mí también. Aquí solo llueve un par de veces al año. En realidad, la lluvia es un acontecimiento. Sin embargo, he de reconocer que me gustaría ver el océano.

Zac: ¿Cuál de ellos?

Ness: El que sea.

Zac: Para llegar a la costa oeste basta un vuelo muy corto.

Ness: Lo sé, pero siempre me imaginé que necesitaba una razón mucho más importante para realizar el viaje.

Zac: ¿Vacaciones?

Ness: Durante los últimos años, he estado trabajando muy duro. Tal vez esta sea la época de la liberación femenina, pero aún quedan barreras que derribar cuando eres ingeniero y mujer a la vez.

Zac: ¿Por qué decidiste hacerte ingeniero?

Ness: Siempre me gustó saber cómo funcionan las cosas… o lo que las hace funcionar mejor. Se me daban bien los números y me gusta la lógica que tienen. Si los pones juntos y aplicas la fórmula adecuada, siempre vas a conseguir la respuesta correcta.

Zac: La respuesta correcta no es siempre la mejor.

Ness: Eso es lo que piensa un artista. Precisamente por eso, un arquitecto necesita un buen ingeniero para que le haga seguir el camino adecuado.

Zac tomó un trago de cerveza y le dedicó una sonrisa.

Zac: ¿Es eso lo que tú estás haciendo, morenita? ¿Me estás haciendo seguir el camino adecuado?

Ness: No me resulta fácil, como por ejemplo con el diseño del balneario.

Zac: Ya sabía yo que sacarías ese tema.

Relajada por la agradable comida, Vanessa ignoró el sarcasmo que había en su voz.

Ness: La cascada de la pared este. Pasaremos por alto el hecho de que es un detalle muy poco práctico.

Zac: ¿Tienes algo en contra de las cascadas?

Ness: Estamos en el desierto, Efron.

Zac: ¿Has oído hablar alguna vez de los oasis?

Vanessa suspiró, decidida a ser paciente. La noche era muy agradable, la comida había sido muy buena y la compañía era mucho más agradable de lo que había imaginado.

Ness: Te concederé ese pequeño capricho.

Zac: Gracias a Dios.

Ness: Pero, si lo hubieras puesto en la pared oeste, tal y como yo te sugerí…

Zac: En la pared oeste no aporta nada. Allí se necesitan ventanas para que dejen entrar la luz de la tarde y las puestas de sol. Además, las vistas son mejores por el oeste.

Ness: Yo hablo de la logística. Piensa en la fontanería.

Zac: Eso te lo dejo a ti. Eres tú la que tiene que pensar en la fontanería. Yo pensaré en la estética y nos llevaremos muy bien.

Ness: Zac, lo que quiero decir es que este proyecto hubiera podido resultar la mitad de difícil con unos cuantos ajustes sin importancia.

Zac: Si te asusta el trabajo duro, deberías haber elegido otra profesión.

Vanessa levantó la mirada y lo observó con los ojos entornados y llenos de ira.

Ness: No me asusta el trabajo duro y se me da muy bien lo que hago. Son las personas como tú, las que vienen con unos egos desorbitados y se niegan a hacer cambios, las que hacen que las cosas sean imposibles.

Zac: No es mi ego desorbitado lo que me impide realizar cambios -dijo tratando de mantener la tranquilidad-. Si los hiciera, no estaría llevando a cabo el trabajo para el que se me contrató.

Ness: Tú lo llamas integridad profesional. Yo lo denomino ego.

Zac: Y te equivocas -replicó con engañosa tranquilidad-. Una vez más.

Ness: ¿Me estás diciendo que cambiar esa estúpida cascada del este al oeste, hubiera puesto en un compromiso a tu integridad?

Zac: Sí.

Ness: Ese es el comentario más ridículo que he escuchado en toda mi vida, pero es típico -se levantó y empezó a pasear arriba y abajo por la terraza-. Dios sabe que es típico. Algunas veces creo que los arquitectos se preocupan más por el color de la pintura que por los puntos de apoyo.

Zac: Tienes la mala costumbre de generalizar, morenita.

Ness: No me llames morenita -musitó-. Estaré encantada cuando este proyecto haya terminado y esté sola. Entonces, podré escoger al arquitecto con el que quiero trabajar.

Zac: Buena suerte. Tal vez te resulte difícil encontrar a uno que esté dispuesto a soportar tus rabietas y tus tonterías.

Vanessa se dio la vuelta. Tenía muy mal genio. No iba a negarlo ni a disculparse por ello, pero, en cuanto al resto…

Ness: Yo no tengo tonterías. No creo que sea una tontería realizar una sugerencia que ahorraría un montón de metros de tuberías. Solo un arquitecto egocéntrico y testarudo como tú lo vería de ese modo.

Zac: Tienes un grave problema, señorita Hudgens -dijo, disfrutando del modo en el que ella se tensaba al escuchar el modo en el que pronunciaba la palabra «señorita»-. Tienes una mala opinión de la gente de mi profesión, pero, mientras sigas con la tuya, tendrás que aguantarte con nosotros.

Ness: No todos los arquitectos son unos idiotas. En Arizona hay arquitectos excelentes.

Zac: Entonces, eso significa que son solo los arquitectos del este los que no son de tu agrado.

Ness: Para empezar, no tengo ni idea de por qué Tim creyó que tenía que contratar a un estudio de otro estado, pero, dado que lo hizo, voy a hacer todo lo posible por trabajar contigo.

Zac: Eso debería incluir mejorar tus modales -dejó la cerveza sobre la mesa y se puso de pie. Tenía el rostro cubierto por las sombras, pero Vanessa estaba segura de que estaba muy enfadado-. Si tienes más quejas, ¿por qué no me las dices ahora que estamos a solas?

Ness: Muy bien. Lo haré. Me enfureció que no te molestaras en acudir a ninguna de las reuniones preliminares. Yo estaba en contra de contratar a un estudio del este, pero Tim no quiso escucharme. El hecho de que no estuvieras complicó aún más las cosas. Mientras tanto, yo tengo que ocuparme de Gray, que no hace más que morderse las uñas y siempre está buscando códigos o revolviendo papeles. Entonces, te presentas, comportándote como el gallo del corral, negándote a modificar ni una sola línea de tu maravilloso proyecto.

Zac dio un paso al frente. Salió de las sombras, y Vanessa notó, inmediatamente, que estaba muy enfadado. Era mala suerte que el mal genio lo hiciera aún más atractivo.

Zac: En primer lugar, tuve una muy buena razón para no asistir a las reuniones preliminares. Razones personales de peso que no tengo porqué discutir contigo. El que tu jefe contratara a mi estudio, a pesar de tus objeciones, es problema tuyo, no mío.

Ness: Prefiero pensar que fue una equivocación de Thornway y no mía.

Zac: Bien. En cuanto a Gray, tal vez sea muy joven y resulte algo pesado, pero también trabaja muy duro.

De repente, Vanessa se sintió muy avergonzada. Se metió las manos en los bolsillos.

Ness: No era mi intención…

Zac: Olvídalo -dijo mientras su último paso lo dejó tan peligrosamente cerca de Vanessa, que sus cuerpos casi se rozaron-. Y yo no me contoneo como si fuera el gallo del corral.

Vanessa sintió unas ridículas ganas de echarse a reír, pero algo que vio en los ojos de Zac le advirtió que era lo más peligroso que podía hacer. En vez de eso, tragó saliva y levantó ambas cejas.

Ness: ¿Quieres decir que no lo haces a propósito?

Zac: No, simplemente digo que no lo hago. Tú, por otro lado, te pones el casco y esas botas con punta de acero y te dedicas a pasearte por toda la obra tratando de demostrar lo dura que eres.

Ness: Yo no tengo que demostrarle nada a nadie. Simplemente realizo mi trabajo.

Zac: En ese caso, es mejor que cada uno hagamos el nuestro.

Ness: Muy bien. Hasta mañana.

Vanessa empezó a darse la vuelta para dirigirse hacia la puerta, pero Zac la agarró por el brazo. Él no sabía qué lo había empujado a hacerlo, a detenerla cuando, que ella se marchara habría sido lo mejor para ambos. Sin embargo, ya era demasiado tarde. Ya la había cogido del brazo. Sus rostros estaban muy cerca y sus cuerpos el uno frente al otro.

La fricción entre ellos había hecho saltar la chispa… no, más bien docenas de chispas. A Zac le pareció sentir cómo le abrasaban la piel. El calor que emanaba de ellas era rápido y peligroso, pero controlable. Si él las avivaba, arderían y entonces…

«Al diablo», pensó mientras cubría la boca de Vanessa con la suya.

Ella estaba preparada. El deseo había sido evidente desde el primer momento. Era lo bastante sincera como para admitir que el deseo había existido desde el principio. Sin embargo, a pesar de estar lista, no le sirvió de nada.

Debería haber sabido controlar su reacción, algo que siempre había sido capaz de hacer. Se había aferrado a él, pero no podía recordar haber extendido las manos. Su cuerpo se apretaba contra el de Zac sin que ella pudiera acordarse de haberse movido. Cuando separó los labios, fue tanto para pedir como para invitarlo. La brusca respuesta de Zac fue exactamente lo que ella deseaba.

Él la estrechó contra su cuerpo, sorprendido de que la necesidad pudiera enardecerse tan rápidamente. Otra sorpresa. Lo que se encendió entre ellos provenía de ambos. Vanessa no había protestado ni se había resistido, sino que había respondido con la misma fuerza y pasión que él estaba empleando. Sin poder evitarlo, le agarró el cabello entre las manos y la tomó tan posesivamente como le pedía su propia necesidad.

Le mordisqueó los labios. El profundo y gutural gemido que ella exhaló resultó tan estimulante como el modo en el que acariciaba la lengua de Zac con la suya. Él se concedió libertad plena para recorrerle el cuerpo con las manos, para probar, atormentar y poseer. El cuerpo de ella temblaba contra el suyo y se apretaba contra él. Vanessa sabía que debía detenerse y pensar, pero no le resultaba posible. El pulso le latía en las venas y sus músculos parecían estar hechos de agua. ¿Cómo iba a poder pensar cuando el sabor de Zac se extendía por todo su cuerpo, llenándola plenamente? Cuando se separaron, estaban sin aliento. Vanessa estaba tan dispuesta como él cuando se unieron para un último largo y apasionado beso. Al volver a separarse, permanecieron muy cerca. Él tenía las manos apoyadas sobre los hombros de Vanessa. Ella sobre los brazos de Zac. La ira había desaparecido para dar paso a la pasión.

Zac: ¿Qué vamos a hacer sobre esto?

Vanessa solo pudo sacudir la cabeza. Era demasiado pronto para pensar y demasiado tarde para no hacerlo.

Zac: ¿Por qué no te sientas?

Ness: No -contestó antes de que Zac pudiera conducirla a una silla-. No quiero sentarme. Tengo que marcharme.

Zac: Todavía no. Tenemos que resolver esto, Vanessa.

Ness: Nada de esto debería haber ocurrido.

Zac: No se trata de eso.

Ness: Yo creo que se trata precisamente de eso. -La frustración la llevó a mesarse el cabello con los dedos-. No debería haber ocurrido, pero lo ha hecho. Ahora todo ha terminado. Creo que los dos somos lo suficientemente sensatos y demasiado profesionales como para dejar que esto se interponga en nuestra relación laboral.

Zac: ¿De verdad? -Tendría que haberse imaginado que ella trataría el asunto como si fuera un pedido de hormigón equivocado-. Tal vez tengas razón. Tal vez, pero serías una idiota si piensas que no volverá a ocurrir.

Ness: Si ocurre, simplemente nos ocuparemos de ello… separadamente de nuestra relación profesional.

Zac: En eso estamos de acuerdo. Lo que ha ocurrido ahora no tiene nada que ver con nuestra relación profesional, pero eso no va a evitar que te desee durante el horario laboral.

Vanessa sintió un escalofrío por la espalda.

Ness: Mira, Zac, esto ha sido un… algo momentáneo. Tal vez nos sentíamos atraídos, pero…

Zac: ¿Tal vez?

Ness: Está bien. Mira, tengo que pensar en mi futuro. Los dos sabemos que no hay nada más difícil ni más incómodo que relacionarse sentimentalmente con un compañero de trabajo.

Zac: La vida es muy dura. Mira, morenita, me gustaría dejar algo muy claro. Te he besado y tú me has besado a mí. Y me ha gustado. Voy a querer besarte otra vez y muchas más. Lo que no voy a hacer es esperar a que a ti te resulte conveniente.

Ness: ¿Acaso tienes que tomar tú todas las decisiones? ¿Dar todos los pasos?

Zac: Muy bien.

Ness: No, no está muy bien -replicó absolutamente furiosa-. Eres un canalla arrogante. Te he besado porque quería hacerlo, porque me apetecía. Si te vuelvo a besar, será por las mismas razones, no porque tú hayas decidido que ese es el momento y el lugar. Si me acuesto contigo, será por las mismas razones. ¿Me has comprendido?

Vanessa era maravillosa. Molesta, pero maravillosa. Consiguió no volver a tomarla entre sus brazos. Se limitó a sonreír. Cuando una mujer era tan explícita, no se podía discutir.

Zac: Perfectamente… Me alegro de que te haya gustado -añadió mientras le colocaba un mechón detrás de la oreja-.

El sonido que a ella se le escapó entre los dientes parecía indicar cualquier cosa menos complacencia. Aquello solo provocó que la sonrisa de Zac fuera mucho más amplia. En vez de darle un puñetazo en el rostro, Vanessa se limitó a apartarle la mano y se dirigió a la puerta.

Zac: Vanessa.

Ness: ¿Qué? -repuso tras abrirla de par en par-.

Zac: Gracias por la cena.

Cerró de un portazo. Entonces, fue cuando Zac se echó a reír. Diez segundos más tarde, oyó cómo se cerraba la puerta principal de la suite. Siguiendo un impulso, se despojó del albornoz y, tras poner el temporizador del jacuzzi, se introdujo en las cálidas y burbujeantes aguas. Esperaba que así pudiera deshacerse de los dolores que ella le había dejado y aclarar su la mente lo suficiente como para poder pensar.


2 comentarios:

Lu dijo...

Wow... creo que se gustan demasiado pero tambien les gusta discutir, creo que ambos quieren tener la razon en todo.

Me encanta esta nove

Sube pronto :)

Caromi dijo...

Si así se odian, no me imagino como será cuando se quieran xD
Esta muy bueno, ya quiero saber como sigue
Publica pronto por favor

Publicar un comentario

Perfil