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jueves, 30 de abril de 2020

Capítulo 4


Pasó la mayor parte de su tiempo encerrado en el ala oeste. Trabajar lo ayudaba a pensar. Aunque en varias ocasiones oyó entrar y salir a Vanessa, ninguno buscó la compañía del otro. Comprendía que podía ser más objetivo cuando no estaba cerca de ella.

Vanessa Hudgens no delegaba en la dirección de la posada. Fuera lo que fuera lo que hubiera en ella o pasara por ella, se hallaba directamente bajo su escrutinio. Lógicamente, eso significaba que se hallaba involucrada por completo, y quizá incluso al mando, de la operación que él había ido a desmantelar.

Y, sin embargo… lo que le había dicho a Conby la noche anterior seguía siendo verdad. No encajaba.

La mujer trabajaba casi veinticuatro horas al día para lograr que la posada fuera un éxito. La había visto hacer de todo, desde plantar geranios hasta recoger leña. Y a menos que fuera un actriz sobresaliente, disfrutaba con todo.

No parecía el tipo de mujer que quisiera ganar dinero de forma fácil. Ni la clase de mujer que anhelaba todas las cosas que podía comprar el dinero fácil. Pero eso se lo decía el instinto, no los hechos contrastados.

El problema radicaba en que Conby sólo aceptaba hechos. Mientras que él siempre había confiado mucho en el instinto. Su trabajo era demostrar la culpabilidad de ella, no que fuera inocente. No obstante, en menos de dos días había modificado sus prioridades.

No sólo se reducía a una cuestión de encontrarla atractiva. Eso le había pasado con otras mujeres y no había tenido ningún reparo en derribarlas. Se trataba de justicia. Una de las pocas cosas en las que creía sin reserva era en la justicia.

Con Vanessa, necesitaba estar seguro de que sus conclusiones sobre ella se basaban en más que las emociones que le provocaba. Los sentimientos y el instinto eran algo diferente. Si un hombre en su posición se permitía dejarse arrastrar por los sentimientos, no le resultaba de utilidad a nadie.

Entonces, ¿qué era? Sin importar lo mucho que lo meditara, no podía localizar una razón específica por la que estuviera seguro de su inocencia. Porque era el conjunto. Ella, la posada, la atmósfera que la rodeaba. Hacía que deseara creer en que esas personas, esos lugares, existieran. Y que existieran inmaculados.

Se estaba ablandando. Una mujer bonita, unos preciosos ojos grandes, y empezaba a pensar en cuentos de hadas. Disgustado, llevó las brochas y los cubos de pintura al fregadero para limpiarlos. Iba a tomarse un descanso, del trabajo y de sus propias divagaciones.

En la sala de estar, Vanessa pensaba con igual renuencia en él mientras depositaba un montón de discos entre las señoritas Millie y Lucy.

Lucy: Qué idea encantadora -se acomodó las gafas para leer las etiquetas-. Un baile a la antigua usanza -desde una de las unidades del ala este, les llegó el llanto implacable de un crío-. Estoy segura de que esto mantendrá entretenidos a todos.

Millie: Los jóvenes no saben qué hacer en un día de lluvia. Los crispa. Oh, mirad-alzó un disco de cuarenta y cinco revoluciones por minuto-. Rosemary Clooney. ¿No es adorable?

Ness: Elegid vuestros favoritos -miró en torno de la habitación con expresión distraída. ¿Cómo iba a poder prepararse para una fiesta cuando sólo era capaz de pensar en Zac?-. Dependo de vosotras.

La larga mesa del bufé se había despejado para acomodar los refrescos. Si podía contar con Mae, quien jamás le había fallado, no tardarían en llegar desde la cocina.

Se preguntó si asistiría Zac. ¿Oiría la música y entraría en silencio en la habitación? ¿La miraría hasta que el corazón empezara a martillearle y olvidara que había algo o alguien más que él?

Llegó a la conclusión de que se estaba volviendo loca. Miró la hora. Eran las tres menos cuarto. Se le había transmitido la noticia a todos los huéspedes y, con un poco de suerte, estaría preparada para ellos en cuanto comenzaran a llegar. Las damas se habían enfrascado en una discusión sobre Perry Como. Las dejó y comenzó a empujar el sofá.

Zac: ¿Qué haces?

Soltó un chillido y para sus adentros maldijo a Zac.

Ness: Como sigas moviéndote a hurtadillas, me va a dar algo.

Zac: No me movía a hurtadillas. Estabas tan ocupada en bufar y resoplar, que no me oíste.

Ness: No bufaba ni resoplaba -se apartó el pelo sobre el hombro y lo miró con ojos centelleantes-. Pero estoy ocupada, así que si te apartas de mi camino…-agitó una mano y él se la atrapó, sin soltarla-.

Zac: Te he preguntado qué haces.

Tiró, luego tiró con más fuerza, luchando por controlar su humor. Si quería pelea, estaba dispuesta a complacerlo.

Ness: Tejo una colcha. ¿Tú qué crees que estoy haciendo? Muevo el sofá.

Zac: No, no lo estás haciendo.

Ness: ¿Perdona?

Zac: Digo que no mueves el sofá. Es demasiado pesado.

Ness: Gracias por tu opinión, pero ya lo he movido otras veces -bajó la voz al notar las miradas interesadas que les lanzaban las señoritas-. Y si te apartas de mi camino, lo moveré otra vez.

Permaneció donde estaba, bloqueándole el paso.

Zac: Tienes la necesidad de hacerlo todo por ti misma, ¿verdad?

Ness: ¿Eso qué significa?

Zac: ¿Dónde está tu ayudante?

Ness: El ordenador ha tenido un fallo. Como Bob está mejor preparado para ocuparse de eso, yo me dedico a mover lo muebles. Y ahora…

Zac: ¿Dónde lo quieres?

Ness: No te he pedido que… -pero él ya se había puesto al otro extremo del sofá-.

Zac: He dicho dónde lo quieres.

Ness: Contra la pared lateral -alzó su extremo y trató de no mostrarse agradecida-.

Zac: ¿Qué más?

Se alisó la falda del vestido.

Ness: Ya te he dado una lista de tareas.

Enganchó un dedo pulgar en el bolsillo mientras permanecían plantados a cada lado del sofá. Tuvo ganas de poner la mano sobre la cara enfadada de ella y darle un buen empujón.

Zac: Las he terminado.

Ness: ¿El grifo de la cabaña cuatro?

Zac: Necesitaba una goma nueva.

Ness: ¿La ventana de la dos?

Zac: Un poco de lija.

Se estaba quedando sin opciones.

Ness: ¿La pintura?

Zac: La primera capa se está secando -ladeó la cabeza-. ¿Quieres ir a comprobarlo?

Suspiró. Costaba permanecer irritada cuando había hecho todo lo que le había pedido.

Ness: Eres eficiente, ¿verdad, Efron?

Zac: Así es.

Empezó a respirar otra vez, consciente de repente de que había contenido el aliento ante la inspección a que la había sometido él. Se recordó que no tenía tiempo para dejar que la distrajera.

Zac: Se te ve un poco cansada.

Ness: Estoy demasiado ocupada para sentirme cansada -aliviada, llamó a una camarera que subía los escalones cargada con una bandeja llena-. Déjala en el bufé, Lori.

Lori: La segunda tanda viene justo detrás de mí.

Ness: Estupendo. Sólo necesito… -calló cuando los primeros huéspedes mojados atravesaron la puerta de atrás. Rendida, se volvió hacia Zac. Si pensaba mantenerse en su camino, bien podía ser útil-. Te agradecería si enrollaras la alfombra y la guardaras en el ala oeste. Luego serás bienvenido a disfrutar de la velada.

Zac: Gracias. Puede que lo haga.

Vanessa recibió a los huéspedes, colgó sus chaquetas, les ofreció refrescos y puso música casi antes de que Zac pudiera llevarse la alfombra. En quince minutos, había logrado que el grupo se mezclara.

Mientras la observaba, pensó que estaba hecha para eso. Estaba hecha para ser el centro de las cosas, para hacer que las personas se sintieran bien. Sin embargo, su lugar siempre había estado en los laterales.

Millie: Oh, señor Efron -oliendo a lilas, le ofreció una taza y un plato-. Tiene que beber un poco de té. No hay nada como el té para desterrar la melancolía en un día lluvioso.

Sonrió. Si hasta ella, con sus ojos nublados, podía ver que se hallaba taciturno, debía ir con cuidado.

Zac: Gracias.

Millie: Me encantan las fiestas -comentó con melancolía al ver a unas parejas bailar al son de una melodía de Clooney-. De joven, casi nunca pensaba en otra cosa. Conocí a mi marido en una fiesta como ésta. Eso fue hace casi cincuenta años. Bailamos durante horas.

Jamás se habría considerado galante, pero era difícil resistirse a esa mujer.

Zac: ¿Le gustaría bailar ahora?

Un leve rubor invadió sus mejillas.

Millie: Me encantaría, señor Efron.

Vanessa observó a Zac sacar a bailar a la señorita Millie. El corazón se le suavizó. Intentó endurecerlo otra vez, pero le resultó una causa perdida. Pensó que resultaba muy dulce, en especial cuando él era cualquier cosa menos un hombre dulce. Dudaba de que los tés y las damas soñadoras y mayores fueran el estilo de Zac. Suspiró y condujo a un grupo de niños a la sala del televisor, donde les puso un vídeo de Disney.

Zac la vio marcharse. Y la vio regresar.

Millie: Ha sido maravilloso -le dijo cuando paró la música-.

Zac: ¿Qué? -de inmediato recuperó la concentración-. El placer ha sido mío -y le alegró el día dándole un beso en la mano-.

Cuando ella regresó suspirando junto a su hermana, la había olvidado y sólo pensaba en Vanessa.

Ella reía cuando un hombre mayor la sacó a bailar. La música había cambiado. En ese momento era algo más vivo, enérgico y con sabor latino. Un mambo. O un merengue. No sabría reconocer la diferencia. Al parecer, ella sí la conocía. Siguió la música complicada y estrafalaria como si la hubiera bailado toda la vida.

La falda se abrió, se enroscó en torno a sus piernas y volvió a extenderse cuando giró. Rió, con el rostro próximo al de su pareja a medida que coordinaban los pasos. El primer aguijonazo de celos lo enfureció e hizo que se sintiera como un tonto. El hombre con el que bailaba era lo bastante mayor como para ser su padre.

Cuando la música terminó, había logrado suprimir esa incómoda emoción, aunque otra había surgido para ocupar su lugar. El deseo. La deseaba, quería tomarla de la mano y llevársela lejos de allí, a un lugar oscuro y tranquilo donde sólo pudieran oír la lluvia. Quería ver cómo abría mucho los ojos y se descentraban tal como había sucedido cuando la besó. Quería experimentar la sensación increíble de la boca al suavizarse y encenderse bajo la suya.

Bob: Es toda una lección mirarla, ¿verdad?

Zac giró la cabeza cuando Bob se acercó para tomar un sandwich de la bandeja.

Zac: ¿Qué?

Bob: Vanessa. Mirarla bailar es toda una lección -se llevó el diminuto sandwich a la boca-. En una ocasión, intentó enseñarme, con la esperanza de que pudiera sacar a bailar a las damas en ocasiones como ésta. El problema es que no sólo tengo dos pies izquierdos, sino también dos piernas izquierdas -se encogió de hombros con alegría y tomó otro canapé-.

Zac: ¿Has conseguido arreglar el ordenador?

Bob: Sí. No eran más que unos fallos menores. Pero no soy capaz de enseñarle nada a Vanessa sobre circuitos impresos y software, como ella no puede enseñarme nada sobre samba. ¿Cómo va el trabajo?

Zac: Bastante bien -miró a Bob servirse una taza de té y añadirle tres terrones de azúcar-. Acabaré en unas dos o tres semanas.

Bob: Ya encontrará algo más para que hagas -miró hacia donde Vanessa y una nueva pareja bailaban un foxtrot-. Siempre tiene una idea nueva para este lugar. Últimamente, le está dando vueltas a añadir un solario y a poner un jacuzzi.

Zac encendió un cigarrillo. En ese momento miraba a los huéspedes y tomaba notas mentales para pasarle a Conby. Había dos hombres que parecían estar solos, aunque charlaban con otros miembros del grupo turístico. Block se hallaba junto a las puertas, con un plato lleno de sandwiches que despachaba con asombrosa facilidad, al tiempo que sonreía a nadie en particular.

Zac: La posada debe de estar funcionando bien.

Bob. Es estable. Hace un par de años, la situación estaba un poco delicada, pero Vanessa siempre encuentra un modo de mantener el barco a flote. Para ella no hay nada más importante.

Zac guardó silencio un momento.

Zac: No sé mucho sobre el negocio de la hostelería, pero da la impresión de que ella sabe lo que hace.

Bob: Desde luego -eligió un trozo de tarta con una crema rosada-. Vanessa es la posada.

Zac: ¿Llevas mucho tiempo trabajando para ella?

Bob: Unos dos años y medio. En realidad, no podía permitirse mi sueldo, pero quería cambiar cosas, modernizar la contabilidad. Insuflarle nueva vida al lugar. Y fue exactamente lo que hizo.

Zac: Eso parece.

Bob: Así que eres del este -hizo una pausa, pero continuó cuando Zac no realizó ningún comentario-. ¿Cuánto tiempo planeas quedarte?

Zac: El tiempo que haga falta.

Bob: ¿El tiempo que haga falta para qué? -bebió un sorbo de té-.

Zac: Terminar el trabajo -miró con indiferencia hacia el ala oeste-. Me gusta acabar lo que empiezo.

Bob: Sí. Bueno… -distribuyó varios canapés en un plato-. Me voy a ofrecérselos a las damas con la esperanza de que dejen que me los coma yo.

Lo vio pasar junto a Block e intercambiar unas palabras rápidas con él antes de cruzar la habitación. Con el deseo de disponer de tiempo para pensar, se escabulló de regreso al ala oeste.

Aún llovía cuando volvió unas horas más tarde. La música sonaba, una balada lenta y melódica de los años cincuenta. La habitación tenía una luz más tenue en ese momento, iluminada únicamente por el fuego de la chimenea y una lámpara con un globo de cristal. También estaba vacía, con la excepción de Vanessa, ocupada en recoger mientras tarareaba al son de la música.

Zac: ¿Se acabó la fiesta?

Ella alzó la vista, luego volvió a dedicarse a recoger tazas y platos.

Ness: Sí. No te quedaste mucho tiempo.

Zac: Tenía trabajo que hacer.

Como no quería dejar de moverse, se dedicó a vaciar ceniceros. Ya se había aferrado demasiado a su sentimiento de culpabilidad.

Ness: Esta mañana estaba cansada, pero eso no es excusa para haber sido grosera contigo. Lamento si te di la impresión de que no podías divertirte unas horas.

No quería aceptar una disculpa que sabía que no merecía.

Zac: Disfruto con el trabajo.

Eso hizo que se sintiera peor.

Ness: A pesar de ello, por lo general no voy por ahí ladrando órdenes. Estaba enfadada contigo.

Zac: ¿Ya no?

Alzó la vista y lo miró con ojos claros y directos.

Ness: Lo estoy. Pero ése es mi problema. Si te ayuda en algo, estoy igual de enfadada conmigo misma por comportarme como una niña porque anoche no permitiste que la situación se descontrolara.

Incómodo, se sirvió una copa de vino.

Zac: No te comportaste como una niña.

Ness: Entonces, como una mujer desdeñada, o algo igualmente dramático. Intenta no contradecirme cuando me estoy disculpando.

A pesar de sus mejores esfuerzos, no pudo evitar que los labios se le curvaran en una leve sonrisa mientras bebía. Como no anduviera con cuidado, podía llegar a descubrir que estaba loco por ella.

Zac: De acuerdo. ¿Hay más?

Ness: Un poco -tomó uno de los escasos canapés que quedaban, pareció debatir consigo misma y se lo llevó a la boca-. No debería permitir que mis sentimientos personales interfieran con la dirección de la posada. El problema es que casi todo lo que pienso o siento se relaciona con la posada.

Zac: Ninguno de los dos pensaba en la posada anoche. Tal vez ése es el problema.

Ness: Tal vez.

Zac: ¿Quieres que vuelva a poner el sofá en su sitio?

Ness: Sí -«todo sigue igual», se dijo mientras iba a levantar su extremo. En cuanto estuvo en su sitio, rodeó el sofá para ahuecar los cojines-. Te vi bailar con la señorita Millie. Eso la entusiasmó.

Zac: Me cae bien.

Ness: Creo que así es -convino despacio; luego se irguió y lo estudió-. No eres el tipo de hombre que brinda con facilidad su simpatía.

Zac: No.

Quiso acercarse a él, alzar una mano a su mejilla. «Es ridículo», se dijo. Sin contar la disculpa, seguía enfadada con él por lo sucedido la noche anterior.

Ness: ¿Tan dura ha sido la vida? -murmuró-.

Zac: No.

Con una risa leve, ella movió la cabeza.

Ness: Aunque tampoco me lo reconocerías si lo hubiera sido. He de aprender a no hacerte preguntas. ¿Por qué no establecemos una tregua, Zac? La vida es demasiado corta para los resentimientos.

Zac: No tengo ningún resentimiento hacia ti, Vanessa.

Ella sonrió un poco.

Ness: Es tentador, pero no voy a preguntarte qué clase de sentimientos albergas hacia mí.

Zac: No sería capaz de decírtelos, ya que aún no he logrado desentrañarlos -lo sorprendió oír sus propias palabras-.

Después de vaciar la copa de vino, la dejó a un lado.

Ness: Bueno -desconcertada, se echó el pelo atrás con las dos manos-. Es lo primero que me has dicho que realmente puedo comprender. Parece que estamos en el mismo barco. ¿Doy por sentado que tenemos una tregua?

Zac: Claro.

Miró atrás cuando otro disco cayó sobre el plato.

Ness: Ésta es una de mis favoritas. Smoke Gets In Your Eyes -sonreía otra vez al mirarlo-. No me has invitado a bailar.

Zac: No.

Ness: La señorita Millie afirma que eres muy bueno -extendió una mano en un gesto que era tanto un ofrecimiento de paz como una invitación-.

Incapaz de resistir, la tomó en la suya. Sus ojos permanecieron bloqueados el uno en el otro mientras la atraía despacio hacia él.


1 comentarios:

Lu dijo...

Me encanta!
Veremos como siguen ellos dos


Sube pronto :)

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