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miércoles, 8 de abril de 2020

Capítulo 6


Eran casi las cinco cuando Vanessa se detuvo al lado del tráiler para echarse un poco de agua fría sobre el rostro. Después de la escena que había protagonizado con Zac, parecía que todo lo que podía ir mal lo había hecho. Algunos de los ascensores habían resultado defectuosos y había habido otra pelea entre Rodríguez y Swaggart. A uno de los carpinteros se le había metido una astilla en el ojo y Tim se había pasado por la obra para quejarse del presupuesto.

Mientras se secaba el rostro con la toalla, Vanessa pensó que todo había comenzado con la visita de su madre. No era justo echarle la culpa a Jessie, pero, sin importar dónde ni cuándo, era la clase de mujer que arrastraba complicaciones y que luego esperaba que los demás se ocuparan de ella.

Tal vez no estaba bien lamentarse de que su madre y Barlow se hubieran caído tan bien, pero la historia parecía tener la costumbre de repetirse continuamente. Lo último que Vanessa quería era la posibilidad de un romance entre el dueño del proyecto y su madre.

Recogió un montón de expedientes para llevárselos a casa y decidió que era mejor preocuparse por su madre. Era mucho mejor pensar en la variada y colorida vida amorosa de Jessie que en la suya propia.

Se recordó que no tenía vida amorosa. Ni la quería. Sus planes, tanto profesionales como personales, estaban ya completamente organizados. No iba a dejar que un arquitecto de Florida se los estropeara.

¿En qué diablos estaba pensando él?

En cuanto aquel pensamiento se le pasó por la cabeza, hizo un gesto de tristeza y abrió la puerta de una patada. Sabía muy bien lo que Zac había estado pensando, porque ella había estado pensando exactamente en lo mismo. Cohetes explotando, volcanes en erupción, tornados girando en el cielo… Resultaba difícil pensar en nada que no fuera poder y caos cuando estaba en brazos de Zac.

¿Le ocurriría eso también a él? ¿Perdería parte de sí mismo cuando los dos estaban juntos? ¿Se desvanecería todo y todos como si no tuviera ninguna importancia?

«Por supuesto que no». Cerró la puerta del tráiler y apoyó la frente contra un lateral. Zac solo era otro hombre guapo con una lengua y unas manos hábiles. El mundo estaba lleno de ellos. Dios sabía que su madre había convertido en ciencia la búsqueda y el descubrimiento de estos hombres.

Una vez más, Vanessa pensó que no era justa. La vida de su madre solo le pertenecía a ella. Mientras se dirigía al coche con los expedientes, admitió que tampoco era justo para Zac. Él había iniciado el beso, pero ella no había hecho nada para detenerlo. Eso hacía que su propio comportamiento fuera tan escandaloso y poco profesional como el de él.

Sí. Debería haberlo parado. Se había preguntado una docena de veces por qué no lo había hecho. No había sido la sorpresa ni la lujuria, aunque hubiera preferido echarle la culpa a alguna de las dos cosas. Había sido… Durante un instante había sido como si algo maravilloso y completamente inesperado hubiera ocurrido. Había habido mucho más que necesidad, mucho más que pasión, mucho más que deseo.

Había habido una explosión en la que algo parecía haberse soltado dentro de ella.

Había estado a punto de creer que se había enamorado.

Por supuesto, aquello era una tontería. Se metió la mano en el bolsillo para sacar las llaves del coche. Era demasiado equilibrada para volver a hacerlo. Sin embargo, fuera una o no tontería, la idea le estaba haciendo vivir algunos momentos malos.

Decidió que no pensaría al respecto. Tenía otros muchos problemas en los que pensar y algunos estaban en los expedientes que llevaba en las manos. Con esfuerzo y concentración, podía realizar cálculos, resolver ecuaciones y encontrar soluciones. Hacer lo mismo con Zac estaba más allá de su capacidad, por lo que se olvidaría de ello y se ahorraría el dolor de cabeza.

Al escuchar el motor de un coche giró la cabeza. Vivió otro mal momento cuando reconoció el deportivo que Zac había alquilado. Se detuvo a su lado justo cuando ella abría la puerta de su propio automóvil.

Zac había estado pensando mucho aquella tarde y había tomado sus propias decisiones. Antes de que entrara en su coche, él salió y la agarró del brazo.

Zac: Vamos.

Ness: Estaba a punto de hacerlo.

Zac: Iremos en mi coche.

Ness: Vete en el tuyo.

Zac le quitó las llaves y los expedientes. Se metió las primeras en el bolsillo y colocó los segundos en el asiento trasero del descapotable.

Zac: Entra.

Ness: ¿Qué es lo que crees que estás haciendo? Si crees que voy a ir contigo a alguna parte, necesitas que te operen del cerebro.

Zac: Siempre lo hacemos del modo más difícil, ¿verdad?

Entonces, la tomó en brazos.

Ness: Estás loco.

Estuvo a punto de darle un codazo en las costillas antes de que él la dejara en el asiento del copiloto. Completamente furiosa, trató de abrir la puerta, pero él se lo impidió. Entonces, se inclinó sobre ella y le dijo con voz muy suave:

Zac: Si sales de este coche haré que te arrepientas, Hudgens.

Ness: Dame las llaves.

Zac: Ni hablar.

Ness: Muy bien. En ese caso, iré andando hasta la carretera y haré autostop.

Zac: No te hace falta porque ya tienes quien te lleve.

Cuando Zac se dispuso a ir hacia su puerta, Vanessa abrió la suya y se dispuso a descender. Acababa de poner los pies en el suelo cuando él la obligó de nuevo a entrar en el descapotable.

Ness: No me das miedo, Efron.

Zac: Debería dártelo. Ya se ha terminado la jornada laboral y tenemos asuntos propios, Vanessa -con un fluido movimiento, le colocó el cinturón de seguridad-. Yo me lo dejaría puesto. El paseo podría tener bastantes baches.

Cuando ella consiguió desabrochárselo, Zac ya se había colocado tras el volante. Sin decir ni una palabra, volvió a ajustarle el cinturón e hizo avanzar el coche a toda velocidad por la carretera.

Ness: ¿Qué estás tratando de demostrar?

Zac: Todavía no estoy seguro -respondió, mientras se dirigían hacia la carretera principal-, pero vamos a ir a un lugar tranquilo hasta que lo averigüe. Tal y como yo lo veo, nuestro primer plan no ha funcionado, por lo que tendremos que volver a la pizarra para diseñar otro.

El lugar tranquilo al que él se había referido resultó ser su hotel. La reacción de Vanessa fue salir del coche con un portazo y echar a correr por el aparcamiento. Zac la atrapó y se la echó encima del hombro. Los insultos que ella le dedicó los siguieron como una estela hasta que llegaron a la suite de Zac.

Él abrió la puerta y la cerró cuando los dos estuvieron en el interior. Antes de soltar a Vanessa sobre una silla, tomó la precaución de echar el pestillo.

Zac: ¿Te apetece algo de beber? -Ella se limitó a responderle con una mirada de desprecio-. Pues a mí sí -añadió. Se dirigió al bar y abrió una botella de vino-. Esta vez tomaremos un Chardonnay. Te gustará.

Ness: ¿Sabes lo que me gustaría? -replicó mientras se levantaba muy lentamente de la silla-. Verte colgado de los pulgares sobre una fogata. Una fogata enorme, Efron, y un poco de brisa para que se llevara el humo y que este no te hiciera perder el conocimiento -concluyó, al llegar al bar-.

Zac: ¿Por qué no pruebas el vino en vez de todo eso? -Vanessa agarró rápidamente una copa, pero él fue más rápido. Le cubrió los dedos con los suyos-. Morenita, si me lo echas por la cabeza, me voy a enfadar mucho.

Vanessa se zafó de él y, tras levantar la copa, la vació de un solo trago.

Ness: Gracias por la invitación.

Entonces, se dirigió hacia la puerta. Zac llegó antes de que ella pudiera abrirla.

Zac: Así nunca aprenderás a apreciar el buen vino -la agarró y la volvió a sentar sobre la silla-. No te muevas más. Podemos hablar de esto o puedo dejarme llevar por mis instintos más primitivos. Depende de ti.

Ness: No tenemos nada de lo que hablar.

Zac: Muy bien.

La levantó de la silla con la misma celeridad con que la había sentado en ella. Vanessa consiguió emitir un gemido de protesta antes de que él la tomara entre sus brazos. La besó como si tuviera la intención de seguir besándola durante toda la eternidad. Le enredó una mano en el cabello mientras que la otra vagaba con toda libertad. Acariciaba el cuerpo de Vanessa posesivamente, descubriendo así su esbeltez, su suavidad… Nunca antes la había tocado de aquella manera y el resultado los dejó atónitos a ambos.

Vanessa estaba tan viva… Zac sentía el pulso de la joven latiéndole en las yemas de los dedos. Una energía acicateada por la pasión atravesó todo el cuerpo de ella, dejándolo a él atónito y desesperado. No había ninguna otra mujer que pudiera provocar aquella combinación de necesidades y sensaciones dentro de él. Nadie lo había hecho sentirse nunca de aquella manera. Vanessa se sentía aterrorizada y encantada a la vez. Resultaba fácil, casi demasiado, olvidarse de las reglas que había creado para su relación. En aquellos momentos, su cuerpo estaba experimentando docenas de sensaciones donde él la tocaba. Con un murmullo de confuso placer, se inclinó sobre él y le ofreció más.

A sus espaldas, el teléfono empezó a sonar. No le prestaron ninguna atención, se limitaron solo a escuchar los latidos de sus corazones.

Zac se apartó brevemente de ella para enterrar el rostro en el cabello de Vanessa y recuperar el aliento. Aquello también le ocurría por primera vez. Ninguna mujer lo había dejado nunca sin aliento. Le miró el rostro. Tenía los ojos grandes, marrón chocolate. Decidió que parecía tan asombrada como él. Si se dejaban llevar por los impulsos, los débiles cimientos sobre los que se asentaban terminarían por derrumbarse.

Zac: Es mejor que hablemos.

Ness: Muy bien.

Tomó asiento en una silla.

Zac regresó al bar y le sirvió un poco más de vino en la copa. A continuación, se la entregó, tomó la suya y se sentó frente a ella. Estuvieron mirándose unos segundos sin intercambiar palabra. Fue Vanessa quien rompió el silencio.

Ness: Querías hablar.

Zac: Sí. De eso se trataba -admitió con una sonrisa-.

Al menos, sirvió para aliviar parte de la tensión.

Ness: No me gusta que me traigas aquí de esta manera.

Zac: ¿Habrías venido si te lo hubiera pedido?

Ness: No, pero eso no te da derecho a convertirte en un hombre de las cavernas y traerme aquí prácticamente a rastras por el pelo.

Zac: Te aseguro que no es mi estilo. ¿Quieres que me disculpe?

Ness: Creo que ya nos hemos disculpado con bastante frecuencia. Querías hablar. Bien. Dado que ya estoy aquí, habla.

Zac: Está bien. Creo que es justo decir que los planes que tan cuidadosamente habíamos trazado para mantener nuestra relación en un plano impersonal han fracasado.

Ness: Tienes razón -admitió mirando el vino que tenía en la copa con gesto pensativo-.

Zac: Entonces, ¿qué vamos a hacer ahora?

Ness: Parece que eres tú el que tiene todas las respuestas -replicó tras levantar de nuevo la mirada-.

Zac: Vanessa… A ti te gustaría mantener las cosas muy sencillas -dijo tras tomar un sorbo de vino-.

Ness: Así es. No creo que ninguno de los dos tengamos tiempo para complicaciones en este momento de nuestras vidas.

Complicaciones. Zac estuvo a punto de levantarse de la silla y tomarla de nuevo entre sus brazos para demostrarle lo complicadas que estaban ya las cosas. Presentaba un aspecto tan compuesto…

Zac: En ese caso, nos centraremos en los hechos. Número uno, te deseo. Número dos, tú también me deseas a mí. Ahora, si combinamos esos dos factores y añadimos la información de que no somos unos niños, sino adultos responsables lo suficientemente inteligentes como para abordar intelectual y emocionalmente una relación, creo que deberíamos encontrar una respuesta muy sencilla.

Vanessa no quería ser ninguna intelectual. Le había bastado relato que Zac había hecho de la situación para darse cuenta de que solo deseaba abrir los brazos y el corazón para acogerlo dentro. Al diablo con los hechos, los planes y las respuestas sencillas.

Aquello sería lo que diría su madre. Se dijo que, lo que funcionaba para Jessie, seguramente no iba funcionar para ella. Tomó un sorbo de vino y miró a Zac por encima del borde de la copa. Parecía tan relajado, tan a gusto… No era capaz de ver la tensión que le hacía vibrar los músculos. Vanessa solo veía la ligera sonrisa que se le dibujaba en los ojos y el modo tan relajado en el que estaba tumbado en la silla.

Zac: ¿Quieres que te lo vuelva a repetir, morenita?

Ness: No. Te daré una respuesta muy sencilla. Tenemos una aventura.

A Zac no le gustó el modo tan frío en el que ella lo dijo, como si no significara nada. Sin embargo, ¿no era aquello precisamente lo que quería? Estar con ella. A pesar de todo, le dolía y eso lo sorprendió.

Zac: ¿Cuándo quieres empezar?

La breve respuesta de Zac hizo que Vanessa se clavara las uñas en las palmas de las manos. Había abierto la puerta.

Ness: Creo que sería mejor que primero nos entendiéramos el uno al otro. Que no dejemos que nuestra vida personal interfiera con el trabajo. Es importante que nos metamos en esto sabiendo que no hay ataduras, ni lamentos ni peticiones a largo plazo. Dentro de unas pocas semanas, tú regresarás a Florida y te quedarás allí. A ninguno de los dos nos servirá de nada fingir que no va ser así o comportarnos como si lo que estamos empezando no fuera a terminar.

Zac: Está muy claro -estaba completamente atónito por su frialdad-. Evidentemente, has pasado por esto antes.

Vanessa no respondió. No tenía que hacerlo. Antes de que consiguiera bajar los ojos, Zac vio que se reflejaba en ellos una expresión de profunda tristeza.

Zac: ¿Qué pasa? -se levantó y fue a arrodillarse al lado de ella-. ¿Quién te rompió el corazón, morenita?

Ness: Me alegra ver que esto te divierte tanto…

Zac: Te aseguro que no es así. No espero ser el primer hombre en tu vida, pero siento mucho que alguien te haya hecho daño. ¿Tan malo fue?

Lo último que Vanessa había esperado encontrar en Zac era sensibilidad. Esto hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.

Ness: No quiero hablar al respecto.

Zac: Muy bien. -Había decidido que podía esperar-. A ver qué te parece esto. Vamos a cenar juntos.

Vanessa parpadeó para evitar las lágrimas y esbozó una sonrisa.

Ness: No estoy vestida para ir a cenar -comentó, indicando la ropa de trabajo que aún llevaba puesta-.

Zac: ¿Y quién ha dicho nada de salir? ¿No dijiste que te gustaban los hoteles porque podías llamar al servicio de habitaciones para pedir la comida y cenar en la cama? -preguntó antes de besarle dulcemente los labios-.

Ness: Sí…

Zac: Te dejaré que utilices mi ducha y que tires las toallas sobre el suelo.

Vanessa sonrió de nuevo. Todo iba a salir bien. Casi podía creerlo.

Ness: Me parece un buen trato.

Zac: Te aseguro que no encontrarás otro mejor -la agarró de la mano y la hizo ponerse de pie-. No has mencionado nada sobre las promesas.

Ness: Supongo que se me ha pasado por alto.

Zac: Entonces, yo te haré una.

Ness: Zac…

Él volvió a rozarle brevemente los labios. Fue precisamente tanta dulzura lo que interrumpió las palabras de Vanessa.

Zac: Solo una. Yo no te haré daño, Vanessa.

Ella supo que lo decía completamente en serio. El corazón que tanto se había esforzado por proteger quedó perdido irrevocablemente. Zac seguramente le haría daño, aunque se esforzara en que no fuera así. Ella nunca se lo diría.

Aquella vez, cuando el teléfono volvió a sonar, Zac extendió la mano y tomó el auricular.

Zac: Efron. -Escuchó durante un instante mientras rozaba suavemente la sien de Vanessa con los labios-. Lefkowitz, ¿te ha dicho alguien alguna vez que eres un verdadero incordio? -añadió. De mala gana, soltó a Vanessa y dedicó toda su atención al teléfono-. Se te puso al mando porque se consideró que podrías ocuparte de complicaciones como esa. Dame el número y yo me haré cargo a partir de ahora. Si modificas esos planos, te partiré los dedos. ¿Está claro? Bien. Tomaré el primer avión que salga hacia allí.

Cuando colgó, Vanessa le ofreció su copa de vino.

Ness: Eres muy diplomático, Efron.

Zac: El tacto y la diplomacia se los dejo a mi socio, Liam.

Ness: Menos mal. ¿Tienes que marcharte? -preguntó, tratando de imprimir a su voz un tono casual-.

Zac: Sí. A San Diego. No entiendo por qué creímos que un imbécil como Lefkowitz podría ocuparse de un trabajo. Ese hombre da un nuevo sentido a la palabra «ineptitud». Un ingeniero muy listo, le ha dicho que tiene que hacer cambios en el diseño y ahora, uno de los proveedores, no hace más que ponerle pegas, pero él no tiene el empuje necesario para estrellarle la cabeza a los dos y seguir adelante con el proyecto.

Ness: ¿Es uno de tus diseños?

Zac: Principalmente. ¿Por qué no me acompañas, Hudgens? Así podrás indicar todas las razones por las que el ingeniero tiene razón y yo me he equivocado. Además, así podré mostrarte el océano.

Resultaba una idea muy tentadora, tanto que Vanessa estuvo a punto de aceptar.

Entonces, recordó que tenía un trabajo del que ocuparse.

Ness: No puedo. No podemos abandonar el proyecto los dos a la vez. ¿Cuánto tiempo vas a estar fuera? -preguntó, tratando de mostrar que no le importaba-.

Zac: Un día o dos… a menos que asesine a Lefkowitz y tenga que ir a juicio. ¿Va contra las reglas que me eches de menos? -quiso saber, tras estrecharla suavemente contra su cuerpo-.

Ness: Trataré de ver si es posible…

La besó hasta que los dos se quedaron sin aliento. Zac se imaginó que se metía en la cama con ella, pero, al igual que Vanessa, comprendía la responsabilidad demasiado bien.

Zac: Tengo que echar unas cuantas cosas en una maleta e irme al aeropuerto. Te llevaré a tu coche.

Ness: Claro.

Cuando Vanessa se apartó de él, no le quitó las manos de los hombros. Pensó lo extraño que resultaba que nunca en toda su vida hubiera lamentado tener que tomar un avión para marcharse a otro lugar. De algún modo, en los últimos minutos, parecía haber echado raíces.

Zac: Te debo una ducha… y un servicio de habitaciones.

Vanessa se recordó que Zac no se marchaba a la guerra, que solo era un viaje de negocios, y que ya llegaría el momento en que tomara otro avión para salir definitivamente de su vida. Este no era el caso.

Ness: Ya haremos cuentas cuando regreses.


Había tardado tres días en solucionar el problema y estaba furioso. En aquel momento, esperaba en la habitación de otro hotel, con la maleta hecha, a que llegara el momento de ir al aeropuerto para tomar su avión. En el bolsillo, tenía algo que había comprado para Vanessa. Un collar. Lo sacó observándolo atentamente.

Había sido un capricho. Lo había visto en el escaparate de una joyería cuando se dirigía a una cita de negocios. No eran los fríos diamantes blancos, sino unos con un suave color verde azulado como el mar. En el momento en el que vio aquel collar, pensó en ella.

Cerró la tapa de la caja y se la volvió a meter en el bolsillo. Suponía que aquel no era el tipo de regalo que intercambiaban dos personas que estaban inmersas en una aventura casual. El problema para Zac, tal vez para ambos, era que lo que sentía por Vanessa no era nada casual.

No había estado enamorado antes, pero reconocía los síntomas. Sabía que ella no deseaba oírlo y no se lo iba a decir. A lo mejor se le pasaba. Conocía gente que se enamoraba y se desenamoraba como si nada. Sin embargo, eso no era para él. Si era un sentimiento verdadero, tenía la intención de hacerlo durar. Él no diseñaba nada sin asegurarse de que el edificio resistiría la prueba del tiempo. ¿Cómo iba a hacer menos con su propia vida?

Miró el reloj y se dio cuenta de que le faltaban más de dos horas para tomar el avión. Se tumbó en la cama, agarró el teléfono y llamó a Vanessa. Cuando le pareció que ella iba a contestar, abrió la boca para hablar. Una voz grabada le resonó en los oídos.

Ness: Este es el contestador de Vanessa Hudgens. Siento no poder hablar contigo, pero si dejas un mensaje, te llamaré lo antes posible. Gracias.

Zac miró el reloj. Se estaba preguntando por qué demonios no estaba en casa cuando el pitido del contestador lo devolvió a la realidad.

Zac: Hola. Me gusta tu voz grabada, morenita, pero prefiero hablar contigo en persona. Escucha, si llegas a casa antes de las siete, llámame aquí al hotel. Yo… odio estos malditos aparatos. Espero que no te enfades, pero te he echado de menos. Mucho. Llega pronto a casa, ¿de acuerdo?

Colgó e inmediatamente marcó otro número. La voz que respondió era muy femenina y real.

Zac: Hola, Miley. Soy Zac.

Miley: ¡Zac! ¿Me has conseguido la información que quería sobre Monument Valley?

Zac: Yo también me alegro de hablar contigo, Miley.

Miley: Lo siento -comentó entre risas-. ¿Cómo estás? Me alegro mucho de hablar contigo.

Zac: Gracias. Por cierto, te he enviado unos cinco kilos de panfletos, fotografías, libros e información variada sobre Arizona.

Miley: Te debo la vida. Estoy terminando de revisar mi novela y necesitaba algo más de información. Te lo agradezco mucho.

Zac: No hay de qué. Me gusta mantener una relación muy estrecha con una famosa novelista.

Miley: Todavía no soy famosa, pero dame unos meses. ¿Cómo te va por Arizona?

Zac: Bien, pero en estos momentos estoy en San Diego.

Miley: ¿En San Diego? Ah, sí, se me había olvidado. Por cierto, Zac, me pregunto si me podrías…

Zac: Dame un respiro, Miles. ¿Se te nota ya la barriguita?

Miley: Más o menos. Liam me acompañó al médico la semana pasada para la ecografía y escuchó el latido del corazón del bebé. Desde entonces, no ha sido el mismo hombre.

Zac: ¿Está ahí?

Miley: Acaba de marcharse. Yo quería un poco de eneldo fresco para la cena. Cree que el hecho de que yo salga a comprar podría cansar al bebé, así que por eso ha ido él.

Zac: Liam no sabría distinguir el eneldo de un diente de león.

Miley: Lo sé… ¿No te parece por eso más maravilloso? Por cierto, ¿cuándo vas a regresar a Florida?

Zac: No lo sé… Estoy considerando quedarme aquí hasta que haya terminado el proyecto.

Miley: ¿De verdad? -Entonces, hizo una pequeña pausa-. Zac, me parece detectar que ese deseo tiene otro motivo aparte del control creativo.

Zac: Bueno… Hay una mujer.

Miley: ¡No! ¿Solo una?

Zac: Sí, solo una -contestó, con una sonrisa-.

Miley: Parece algo serio.

Zac: Podría serlo.

Miley: ¿Cuándo me la vas a presentar? Ya sabes, para someterla al tercer grado y hacerla pedazos. ¿Es también arquitecto? Espera un momento. Ya lo sé. Es una estudiante que trabaja como camarera en un bar de cócteles.

Zac: No. Es ingeniero.

Miley: ¿Estás bromeando? -repuso completamente atónita-. Tú odias a los ingenieros todavía más que Liam. Dios Santo. Eso debe de ser amor.

Zac: O eso o he sufrido una insolación. Escucha, Miley. Quería que Liam supiera que ya he solucionado las cosas aquí y que regreso a Phoenix.

Miley: Se lo diré. Zac, ¿eres feliz?

Él se lo pensó durante un momento. Descubrió que no se podía responder tan solo«sí» o «no» a una pregunta tan compleja.

Zac: Eso depende de la ingeniero. Seré sincero contigo. Estoy loco por ella, pero se está haciendo de rogar.

Miley: Si te hace sufrir, voy y le rompo la regla de cálculo.

Zac: Gracias. Creo que con eso será más que suficiente. Me mantendré en contacto.

Miley: Hazlo. Zac… Buena suerte.


Eran casi las nueve cuando Vanessa llegó a su casa. Había tenido una larga charla con su madre durante la cena que habían compartido. Las conversaciones con Jessie siempre le dejaban presa de dos sentimientos. Uno de simple y pura diversión ya que Jessie era una mujer muy divertida. El otro era de preocupación. Su madre era un espíritu libre, una mujer que iba de hombre en hombre sin preocupaciones. Su última pareja era W. W. Barlow, o, como su madre lo llamaba, Willie. Jessie no había dejado de hablar de él en toda la cena, sobre lo dulce, lo atento y lo mono que era. Vanessa conocía muy bien las señales. Jessie Hudgens Milton Peters estaba preparada para otra aventura.

Dejó el bolso y se quitó los zapatos a medida que iba avanzando por el salón.

¿Cómo se suponía que iba a poder mantener la profesionalidad en su trabajo si su madre estaba teniendo una aventura con el dueño? Se echó a reír. ¿Cómo se suponía que iba a poder mantenerla si ella misma estaba teniendo una con el arquitecto? Su vida se había complicado mucho en muy poco tiempo.

Sabía que podría echarse atrás. Siempre se le había dado bien zafarse de situaciones complicadas. El problema era que estaba casi segura de que estaba enamorada de él. Eso convertía su relación en una crisis. Había pensado que había estado una vez enamorada, pero…

No había «peros». Solo porque ahora fuera más intenso que nunca, y no podía pasar más de cinco minutos sin pensar en él, no hacía la situación diferente de lo que había ocurrido años antes, a excepción de que era más madura, más lista y estaba mejor preparada.

Nadie iba a volver a hacerle lo que había hecho Austin Butler. Nunca más iba a volver a sentirse tan pequeña o tan inútil. Si el amor era una crisis, podría enfrentarse a ella del mismo modo en que lo hacía con una de trabajo. Tranquila y eficazmente. Sería diferente con Zac, porque había establecido unas reglas y, además, él era completamente diferente a Austin. De eso estaba segura. No era superficial e insensible, como había sido Austin. Obstinado tal vez. Ciertamente desesperante, pero no había crueldad ni falta de sinceridad en él.

Vanessa decidió que no podía seguir pensando en él. Se pondría muy triste solo porque no estaba a su lado. Lo que necesitaba era una buena taza de café y una hora en su mesa de trabajo.

Se cambió de ropa y se sentó con el café caliente en la mano y la mente abierta para las ideas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la luz del contestador estaba parpadeando.

Apretó el botón. La primera llamada era de una compañera de la universidad con la que no había hablado desde hacía semanas. La segunda era de la secretaria de Tim para recordarle que tenían una reunión el lunes por la mañana. Estaba a punto de anotarla en su agenda cuando escuchó la voz de Zac y se olvidó de todo lo demás…

Zac: …si llegas antes de las siete…

Vanessa miró el reloj y suspiró. Era mucho más tarde. Si llamaba al hotel no conseguiría hablar con él. Atentamente, escuchó su voz.

Zac: …te he echado de menos. Mucho.

Muy contenta, rebobinó la cinta y volvió a escuchar el mensaje entero. Después, lo hizo una segunda y una tercera vez.

Durante la siguiente hora, estuvo trabajando un poco y soñando mucho. El café se le quedó frío. Realizó algunos cálculos y planeó cómo podría darle a Zac la bienvenida a casa. Tendría que salir y comprar algo maravilloso. Al día siguiente era sábado, y seguramente él llegaría a Phoenix por la tarde o, como muy tarde, el domingo por la mañana. Eso significaba horas, tal vez un día entero, sin verse agobiada por el trabajo.

Decidió que, a primera hora de la mañana, iría a una boutique y se compraría una gloriosa creación de seda y encaje. Algo sexy, suave e irresistible. También se haría una limpieza de cutis. No solo eso. El tratamiento sería completo. Cabello, uñas, piel… Todo. Cuando Zac llegara, tendría un aspecto fantástico. Se compraría algo de seda negra. Un minúsculo picardías. También necesitaría vino. No recordaba los que él le había recomendado, por lo que tendría que comprar lo que le dijera el dependiente. Además, compraría flores y velas. Tendría que limpiar y recoger el dormitorio. Cuando llamaron a la puerta, metió un montón de ropa en el armario y cerró la puerta.

Ness: Ya voy. ¿Quién es?

Zac: Tienes tres oportunidades para adivinarlo.

Ness: ¿Zac?

Zac: A la primera -replicó mientras ella abría rápidamente la puerta, mirándolo fijamente-.

Zac sonrió.

Llevaba el cabello recogido con un cordón de zapato roto. El maquillaje que se había aplicado para la cena con su madre había desaparecido hacía mucho tiempo. Tenía la bata medio abierta y esta dejaba al descubierto una enorme sudadera que casi no le cubría los muslos.

Zac: Hola, morenita. ¿Quieres que nos echemos unas canastas?


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