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viernes, 24 de abril de 2020

Capítulo 1


Todo lo que necesitaba estaba en la mochila que llevaba a los hombros.

Incluido su 38. Si las cosas salían bien, no tendría que utilizarlo.

Zac sacó un cigarrillo de la cajetilla arrugada que llevaba en el bolsillo delantero y le dio la espalda al viento para encenderlo. Un niño de unos ocho años corrió a lo largo de la barandilla del ferry, alegremente ajeno a los gritos de su madre. Sintió una oleada de empatía por el pequeño. Desde luego, hacía frío, pero era una vista magnífica. Sentado en la sala protegida por cristales se estaría más cobijado, pero eso le quitaría algo a la experiencia.

Una mujer rubia con las mejillas rosadas y una nariz cada vez más roja sujetó al muchacho. Los oyó gruñirse mutuamente mientras ella tiraba del pequeño hacia el interior. Pensó que las familias rara vez coincidían en algo. Se apoyó en la barandilla y siguió fumando mientras el ferry atravesaba la aglomeración de islas del Estrecho de Puget.

Habían dejado atrás el horizonte de Seattle, aunque las montañas de Washington aún se elevaban altas para asombrar e impresionar al observador. Prefería la ciudad, con su ritmo, sus multitudes, su energía. Su anonimato. Siempre la había preferido. Le resultaba imposible entender de dónde había salido esa insatisfacción inquieta o por qué lo atribulaba tanto.

El trabajo. Durante el último año, le había echado la culpa al trabajo. La presión era algo que siempre había aceptado, incluso buscado. Siempre había creído que la vida sin ella sería aburrida y sin sentido. Pero últimamente no había sido suficiente. Iba de un sitio a otro, llevando poco y dejando menos.

«Hora de largarse», pensó mientras veía pasar un barco pesquero. Hora de seguir adelante. «¿Y hacer qué?». Podía trabajar para sí mismo. En alguna ocasión ya había jugado con esa idea. Podía viajar. Ya había dado la vuelta al mundo, aunque quizá fuera diferente como turista.

Nadie le prestaba mucha atención, aunque algunas mujeres lo miraban dos veces.

Superaba un poco la altura media, con la complexión tensa y sólida de un boxeador de peso ligero. La cazadora holgada y los vaqueros gastados escondían unos músculos bien tonificados. No llevaba gorro y el tupido pelo castaño volaba libremente lejos de su cara bronceada y de mejillas hundidas. Estaba sin afeitar.

Los ojos, de un azul pálido y limpio, podrían haber suavizado la apariencia de indiferencia, pero eran intensos, directos y, en ese momento, aburridos.

Prometía ser un encargo, lento, rutinario.

Oyó el anuncio de que iban a atracar y recogió la mochila. Rutinario o no, era su trabajo. Lo ejecutaría, redactaría el informe y luego se tomaría unas semanas para descubrir qué quería hacer con el resto de su vida.

Desembarcó entre el ruido de otros pasajeros. En ese momento, una fragancia a flores dulces y silvestres competía con el olor más oscuro del agua. Las flores crecían en esplendor libre y romántico, muchos capullos tan grandes como su puño. Una parte de él apreció el color y el encanto que ofrecían, pero rara vez se tomaba el tiempo de detenerse a olerlas.

Los coches bajaron por la rampa y se dirigieron o bien a casa o bien a un día de turismo.

Sacó otro cigarrillo, lo encendió y echó un vistazo casual a su alrededor… los jardines bonitos y coloridos, los encantadores hotel y restaurante blancos, los letreros que ofrecían información sobre los ferrys y el aparcamiento. Ya todo era cuestión de sincronización. Prescindió de la cafetería con terraza, aunque le habría encantado tomar una taza de café, y enfiló hacia la zona del aparcamiento.

No tardó en ver la furgoneta, el modelo pintado de blanco y azul con el lema Whale Watch Inn en el costado. Su trabajo radicaba en conseguir entrar en el vehículo y en la posada. Si la otra parte había cuidado los detalles, sería algo rutinario. Si no, ya encontraría un modo distinto.

Demorándose, se agachó para atarse un zapato. En ese momento no quedaba más que media docena de vehículos en el aparcamiento, incluida la furgoneta. Se tomó otro momento para abrirse la cazadora cuando vio a la mujer.

Tenía el pelo recogido en una trenza, no suelto como aparecía en la foto del expediente. A la luz del sol, parecía ser de un negro más claro y rico. Llevaba gafas oscuras de montura grande que le ocultaban la mitad del rostro, pero sabía que no se equivocaba. Podía ver la delicada línea de la mandíbula, la nariz pequeña y recta, la boca fina y bonita.

La información era exacta. Medía un metro cincuenta y seis, cuarenta y cinco kilos, con una complexión pequeña y atlética. Vestía de forma casual… vaqueros, jersey amplio de color crema sobre una camisa marrón chocolate. Esta hacía juego con sus ojos. Los vaqueros estaban metidos en unas botas de ante que llegaban hasta los tobillos, y de sus orejas colgaban unos finos pendientes de cristal.

Caminaba con determinación, las llaves oscilando de una mano y un bolso grande de lona colgando del hombro. No había ninguna coquetería en su andar, aunque un hombre lo notaría. Pasos largos y elásticos, un contoneo sutil de las caderas, la cabeza alta, los ojos al frente.

Zac tiró el cigarrillo.

Esperó hasta que llegó a la furgoneta antes de ir tras ella.


Vanessa dejó de tararear el final de la Novena de Beethoven, miró la rueda delantera derecha y maldijo. Como no creía que nadie estuviera mirando, le propinó una patada, luego fue a la parte posterior de la furgoneta para sacar el gato.

**: ¿Tienes algún problema?

Se sobresaltó y a punto estuvo de dejar caer el gato sobre su pie; giró en redondo.

«Un cliente duro», ése fue el primer pensamiento de Vanessa al mirar a Zac. Tenía los ojos entrecerrados por el sol. Una mano se cerraba en torno a la correa de su mochila y la otra estaba metida en su bolsillo. Se llevó la mano al corazón, se cercioró de que aún latía y sonrió.

Ness: Sí. Una rueda pinchada. Acabo de dejar a una familia de cuatro en el ferry, dos de cuyos miembros tenían menos de seis años y eran candidatos al reformatorio. Tengo los nervios crispados, la tubería rota en la habitación seis y mi fontanero ha ganado la lotería. ¿Y tú?

El expediente no había mencionado que tenía una voz rica y oscura, como el café con leche que se bebe en Nueva Orleáns. Con la cabeza indicó la rueda.

Zac: ¿Quieres que la cambie?

Vanessa podría haberlo hecho, pero no era de las que rechazara ayuda cuando se la ofrecían. Además, seguro que él la cambiaría más deprisa, y tenía el aspecto de alguien a quien le irían bien los cinco dólares que pensaba darle.

Ness: Gracias -le entregó el gato, luego sacó un caramelo de limón del bolso. La rueda se comería el tiempo que tenía destinado para el almuerzo-. ¿Acabas de llegar en el ferry?

Zac: Sí -no era muy conversador, pero empleó la cordialidad de ella con la misma habilidad que usaba el gato-. He estado viajando un poco. Pensé en estar cierto tiempo en las Oreas, ver si logro divisar algunas ballenas.

Ness: Has venido al lugar adecuado. Ayer vi a un grupo desde mi ventana -se apoyó en la furgoneta para disfrutar de la luz del sol. Mientras él trabajaba, le observó las manos. Fuertes, competentes, rápidas. Apreciaba que alguien pudiera ejecutar bien un trabajo sencillo-. ¿Estás de vacaciones?

Zac: Viajando. Acepto trabajos variados aquí y allá. ¿Sabes de alguien que busque ayuda?

Ness: Es posible -con los labios fruncidos, lo analizó mientras extraía la rueda. Se irguió y mantuvo una mano en la llanta-. ¿Qué clase de trabajo?

Zac: Lo que sea. ¿Dónde tienes la de repuesto?

Ness: ¿De repuesto? -mirarlo a los ojos más de diez segundos era como verse hipnotizada-.

Zac: La rueda -las comisuras de los labios se alzaron en una sonrisa renuente-. Necesitas una que no esté pinchada.

Ness: Claro. La de repuesto -movió la cabeza ante su propia tontería y fue a buscarla-. Está en la parte de atrás giró y tropezó con él-. Lo siento.

Apoyó una mano en su brazo para estabilizarla. Permanecieron un momento bajo la luz del sol, ceñudos.

Zac: No pasa nada. Yo la sacaré.

Cuando subió a la furgoneta, Vanessa soltó un suspiro prolongado. Tenía los nervios más a flor de piel de lo que habría imaginado.

Ness: Oh, cuidado con… -hizo una mueca cuando él se puso en cuclillas y se quitó el resto de una piruleta de la rodilla. Soltó una risa espontánea-. Lo siento. Un recuerdo de la Isla Oreas de Jimmy «El Destructor» MacCarthy, un bandido de cinco años.

Zac: Preferiría tener una camiseta.

Ness: Sí, ¿quién no? -le quitó el caramelo pegajoso, lo envolvió en un pañuelo de papel y lo guardó en el bolso-. Somos un establecimiento familiar -explicó mientras bajaba con la rueda de repuesto-. Casi todo el mundo disfruta teniendo niños alrededor, pero de vez en cuando recibes una pareja como Jimmy y Judy, los demonios gemelos de Walla Walla, y por la cabeza se te pasa convertir el lugar en una estación de servicio. ¿Te gustan los niños?

Alzó la cabeza mientras encajaba la rueda en su sitio.

Zac: A distancia segura.

Ella rió.

Ness: ¿De dónde eres?

Zac: St. Louis -podría haber elegido una docena de lugares. No habría sabido explicar por qué había elegido la verdad-. Pero no voy allí a menudo.

Ness: ¿Familia?

Zac: No.

El modo en que lo dijo hizo que ella contuviera su curiosidad innata. No quería invadir la intimidad de nadie.

Ness: Yo nací aquí mismo, en Oreas. Cada año me digo que voy a tomarme seis meses para viajar. A cualquier parte -se encogió de hombros-. Nunca lo consigo. De todos modos, éste es un lugar hermoso. Si no te limita una fecha, puede que te descubras quedándote más tiempo del planeado.

Zac: Es posible -se puso de pie para guardar el gato-. Si puedo encontrar trabajo y un lugar donde quedarme.

Vanessa no lo consideró un impulso. Lo había estudiado, evaluado y analizado durante casi quince minutos. Casi todas las entrevistas de trabajo apenas tardaban un poco más. Tenía una espalda fuerte y unos ojos inteligentes, aunque desconcertantes, y si el estado de la mochila y de los zapatos que llevaba servía para indicar algo, era evidente que la suerte no le sonreía. Tal como daba a entender su nombre, le habían enseñado a echarle una mano a la gente. Y si al mismo tiempo con ello solucionaba uno de sus problemas más inmediatos y acuciantes…

Ness: ¿Se te dan bien las manualidades?

La miró sin poder evitar que su mente se desviara.

Zac: Sí. Bastante bien.

Las cejas de ella, junto con su tensión, subieron un poco al ver la rápida inspección a la que la sometió.

Ness: Me refiero con las herramientas. Martillo, sierra, destornillador. ¿Puedes realizar reparaciones de carpintería domésticas?

Zac: Claro -iba a ser fácil, casi demasiado-.

Se preguntó por qué sentía el leve y desacostumbrado tirón de culpabilidad.

Ness: Como ya he dicho, mi fontanero ganó mucho dinero en la lotería. Se ha ido a Hawai a estudiar biquinis y comer bajo el sol. Le desearía lo mejor, salvo por el hecho de que nos hallábamos en pleno proceso de restaurar el ala oeste de la posada -señaló el logotipo en la furgoneta-. Si se te dan bien las herramientas, puedo ofrecerte comida y alojamiento y cinco dólares la hora.

Zac: Suena como que hemos solucionado nuestros respectivos problemas.

Ness: Estupendo -le ofreció la mano-. Me llamo Vanessa Hudgens.

Zac: Efron -se la estrechó-. Zac Efron.

Ness: De acuerdo, Zac -abrió la puerta-. Sube a bordo.

Mientras ocupaba el asiento del pasajero, pensó que no parecía ingenua. Aunque él bien sabía, y mejor que la mayoría, que las apariencias sí engañaban. Estaba exactamente donde quería estar, y no había tenido que recurrir a ninguna estratagema. Encendió un cigarrillo cuando ella salió del aparcamiento.

Ness: Mi abuelo construyó la posada en 1938 -dijo bajando la ventanilla-. Con el paso de los años la fue agrandando, pero en realidad sigue siendo una posada. Espero que andes buscando un lugar remoto.

Zac: Me agrada.

Ness: A mí también. Casi siempre -con una sonrisa para sus adentros, pensó que no era un tipo hablador. Aunque estaba bien, ya que ella podía hablar por los dos-. La temporada aún no ha empezado, de modo que todavía no estamos llenos -apoyó el codo en la ventanilla y con alegría se encargó del peso de la conversación-. Deberías disponer de mucho tiempo libre. La vista desde Mount Constitution es realmente espectacular. O si lo prefieres, las rutas de senderismo son magníficas.

Zac: Pensé que podría pasar algo de tiempo en B. C.

Ness: Eso es fácil. Toma el ferry a Sydney. Nos va bastante bien con los grupos de excursionistas.

Zac: ¿Nos?

Ness: A la posada. El abuelo construyó media docena de cabañas en los sesenta. Ofrecemos una tarifa especial a los grupos. Pueden alquilar las cabañas con desayuno y cena incluidos. Son un poco rústicas, pero a los turistas les encantan. Recibimos un grupo más o menos una vez por semana. Durante la temporada podemos triplicarlo.

Entró en un camino estrecho y sinuoso y mantuvo la velocidad a noventa.

Zac ya conocía las respuestas, pero sabía que podía parecer extraño que no formulara las preguntas.

Zac: ¿Tú diriges la posada?

Ness: Sí. He trabajado allí de forma interrumpida desde que tengo memoria. Cuando mi abuelo murió hace un par de años, yo me encargué de todo -hizo una pausa. Aún dolía; suponía que siempre lo haría-. A él le encantaba. No sólo el lugar, sino la idea de conocer a personas nuevas cada día, de ayudarlas a que se sintieran cómodas, de averiguar cosas de ellas.

Zac: Supongo que marcha bien.

Ness: Nos arreglamos -se encogió de hombros. Giraron por un recodo donde el bosque cedía paso a una amplia extensión de agua azul. La curva de la isla se veía con claridad y resultaba un marcado contraste con su verde y marrón profundos. En las colinas de atrás, se veían unas pocas casas-. Hay vistas similares por toda la isla. Incluso cuando vives aquí, te deslumbran.

Zac: Y el paisaje es bueno para el negocio.

Ella frunció un poco el ceño.

Ness: No le hace daño -lo miró-. ¿De verdad estás interesado en ver ballenas?

Zac: Parecía una buena idea ya que estaba aquí.

Detuvo la furgoneta y señaló hacia los riscos.

Ness: Si tienes paciencia y unos buenos prismáticos, ahí arriba es una buena apuesta. Como ya he dicho, las hemos avistado desde la posada. No obstante, si quieres verlas de cerca, lo mejor es desde un bote -cuando él no dijo nada, arrancó otra vez el vehículo-.

Se dio cuenta de que la ponía nerviosa. No daba la impresión de mirar el agua o el bosque, sino a ella.

Zac miró las manos de ella. Fuertes, competentes, pragmáticas, aunque los dedos comenzaban a martillear con cierto nerviosismo sobre el volante. Se acercó otro coche. Sin aminorar, Vanessa alzó una mano en saludo.

Ness: Ésa era Lori, una de nuestras camareras. Hace un turno temprano para poder estar en casa cuando vuelven sus hijos del colegio. Por lo general funcionamos con un personal compuesto de diez personas, a las que se suman cinco o seis más a tiempo parcial durante el verano.

Rodearon la siguiente curva y la posada apareció a la vista. Era exactamente tal como había esperado, y, al mismo tiempo, resultaba mucho más atractiva que en las fotos que le habían mostrado. Era de tablillas blancas con unos adornos azules alrededor de las ventanas arqueadas y ovaladas. Había torrecillas llamativas, paseos estrechos y un porche amplio. Una extensión de césped conducía directamente al agua, donde sobresalía un embarcadero angosto y desvencijado. Atracado allí había una pequeña lancha motora que se mecía con suavidad en la corriente.

La rueda de un molino giraba en un estanque somero en el costado de la posada y golpeaba el agua musicalmente. Al oeste, donde los árboles comenzaban a espesarse, pudo distinguir las cabañas de las que había hablado ella. Por doquier había flores.

Ness: En la parte de atrás hay un estanque más profundo -rodeó el costado y se detuvo en un pequeño aparcamiento de gravilla que ya estaba lleno a medias-. Allí mantenemos las truchas. El sendero te lleva hasta las cabañas una, dos y tres. Luego se bifurca hasta las cuatro, cinco y seis -bajó y aguardó que él se situara a su lado-. Casi todos emplean la entrada de atrás. Si quieres, luego puedo enseñarte la propiedad, pero primero te acomodaremos.

Zac: Es un lugar bonito -comentó casi sin pensar, y fue sincero-.

Había dos mecedoras en el porche trasero y un sillón de madera que necesitaba que le repasaran la pintura blanca. Se volvió para estudiar la vista que un invitado pasaría por alto desde el asiento vacío. En parte bosque y en parte agua, era muy atractiva. Apacible. Acogedora. Pensó en la pistola que llevaba en la mochila. Volvió a pensar que las apariencias engañaban.

Vanessa lo observó con el ceño levemente fruncido. No parecía mirar, sino absorber. Habría jurado que, si seis meses más tarde alguien le pedía que describiera la posada, sería capaz de hacerlo hasta la última piña.

Entonces se volvió hacia ella, y la sensación permaneció más personal e intensa en ese momento.

Ness: ¿Eres artista? -preguntó de repente-.

Zac: No -sonrió y el cambio en su cara fue veloz y agradable-. ¿Por qué?

Ness: Me lo preguntaba -decidió que había que tener cuidado con esa sonrisa-.

Las puertas dobles de cristal se abrieron para dar a una sala grande y aireada que olía a lavanda y a humo de madera. Había dos sofás y dos sillones grandes y mullidos cerca de una enorme chimenea de piedra donde crepitaban unos leños. Por toda la sala había antigüedades. A una mesa cerca de ellos, dos mujeres jugaban una partida de Scrabble.

Ness: ¿Quién gana hoy?

Las dos alzaron la cara y exhibieron unas sonrisas radiantes.

**: Estamos parejas -la mujer de la derecha se arregló el pelo al ver a Zac. Era lo bastante mayor como para ser su abuela, pero se puso las gafas e irguió los hombros-. No sabía que pensaras traer a otro huésped, querida.

Ness: Yo tampoco -se acercó para añadir otro tronco a la chimenea-. Zac Efron, la señorita Lucy y la señorita Millie.

El volvió a exhibir su sonrisa.

Zac: Señoritas.

Lucy: Efron -se puso las gafas para echar un mejor vistazo-. ¿No conocíamos a un Efron, Millie?

Millie: No que yo recuerde -siempre dispuesta a coquetear, siguió sonriéndole a Zac, aunque para ella apenas era más que un borrón miope-. ¿Ha estado con anterioridad en la posada, señor Efron?

Zac: No, señora. Es mi primera visita a las San Juan.

Millie: Le espera una grata sorpresa -suspiró-.

Se dijo que era una pena lo que hacían los años. Parecía ayer que los jóvenes atractivos le habían besado la mano e invitado a dar un paseo. En la actualidad la llamaban señora. Con melancolía, regresó al juego.

Ness: Llevan viniendo a la posada desde antes de lo que puede recordar mi memoria -le dijo a Zac mientras lo conducía por el vestíbulo-. Son encantadoras -sacó un juego de llaves y abrió una puerta-. Por aquí se va al ala oeste -con paso vivo, avanzó por otro pasillo-. Como puedes ver, las obras estaban bien avanzadas antes de que George ganara la lotería -señaló las tablas de madera apiladas contra la pared recién pintada-. Aún no se han terminado las puertas y los accesorios originales están en esa caja.

Después de quitarse las gafas de sol, las metió en el bolso. El la miró a los ojos mientras Vanessa examinaba la obra de George.

Zac: ¿Cuántas habitaciones hay?

Ness: En este ala hay dos individuales, una doble y una suite familiar, todas en diversas fases de desorden -rodeó una puerta apoyada contra una pared y entró en una habitación-. Puedes ocupar ésta. Es la más próxima a estar terminada en esta sección.

Era una habitación pequeña y luminosa. Tenía la ventana con un cristal tintado y daba a la rueda de molino. La cama estaba desnuda y el suelo necesitado de pulir. Un papel evidentemente nuevo cubría todas las paredes desde el techo hasta un carril de madera. Debajo se veía simple escayola.

Ness: Ahora no parece gran cosa.

Zac: Está bien -había estado en lugares que hacían que esa habitación pareciera una suite del Waldorf-.

De forma automática, ella fue a comprobar el armario y el cuarto de baño adjunto, tomando nota mental de lo que hacía falta.

Ness: Puedes empezar por aquí, si logras estar más cómodo. No tengo preferencias. George trabajaba de acuerdo con su propio sistema. Yo jamás lo entendí, pero, por lo general, acababa las cosas.

Dedicó los siguientes treinta minutos a mostrarle el ala y a explicarle exactamente qué quería. Zac escuchó, hizo pocos comentarios y estudió la disposición de la zona. Sabía por los planos que había estudiado que el trazado de esa zona era igual que el del ala este. Dispondría de acceso fácil a la planta principal y al resto de la posada.

Mientras miraba las paredes a medio terminar, pensó que le esperaba trabajo. Lo consideró una pequeña bonificación. Disfrutaba trabajando con las manos, algo a lo que apenas había podido dedicarse en el pasado.

Ella se mostró muy precisa en sus instrucciones. Era una mujer que sabía lo que quería y que pensaba conseguir. Le gustaba eso. No le cabía ninguna duda de que era buena en lo que hacía, ya fuera dirigir una posada… u otra cosa.

Zac: ¿Qué hay ahí arriba? -señaló unas escaleras al final del pasillo-.

Ness: Mis habitaciones. Nos ocuparemos de ellas una vez que hayamos terminado con las de los huéspedes -movió las llaves, mientras sus pensamientos seguían una docena de direcciones-. Y bien, ¿qué te parece?

Zac: ¿Qué?

Ness: El trabajo.

Zac: ¿Tienes herramientas?

Ness: En el cobertizo del otro lado del aparcamiento.

Zac: Podré hacerlo.

Ness: Sí -le lanzó las llaves. Estaba segura de que podría. Se hallaban en la sala de estar octogonal de la suite familiar. Estaba vacía salvo por el material y las lonas de protección. Y silenciosa. De pronto notó que se encontraban muy próximos y que no podía oír ni un sonido. Sintiéndose tonta, sacó una llave de la anilla-. La necesitarás.

Zac: Gracias -la guardó en el bolsillo-.

Vanessa respiró hondo y se preguntó por qué sentía como si acabara de dar un largo paso con los ojos cerrados.

Ness: ¿Has comido?

Zac: No.

Ness: Te acompañaré a la cocina. Mae te preparará algo.

Salió, quizá con demasiada precipitación. Quería escapar de la sensación de que estaba completamente a solas con él. Y desvalida. Movió los hombros. «Un pensamiento estúpido», se dijo. Jamás había estado desvalida. No obstante, experimentó una oleada de alivio al cerrar la puerta a su espalda.

Lo llevó abajo, por el recibidor vacío y al gran comedor decorado con tonos pastel. En cada mesa había pequeños jarrones con flores frescas. Unos amplios ventanales daban a la vista del agua y en la pared del sur había empotrado un acuario.

Se detuvo allí un momento y observó la habitación hasta quedar satisfecha de que las mesas se hallaran preparadas para la cena. Luego empujó una puerta de vaivén para entrar en la cocina.

*: Y yo digo que necesita más albahaca.

**: Y yo digo que no.

Ness: Hagas lo que hagas -murmuró-, no te muestres de acuerdo con ninguna de las dos. Señoras -recurrió a su mejor sonrisa-. Os he traído a un hombre hambriento.

La mujer que vigilaba la olla alzó una cuchara goteante. La mejor manera de describirla era ancha… cara, caderas, manos. Inspeccionó a Zac con rapidez y ojos entrecerrados.

*: Siéntate, entonces -le dijo, indicando con el dedo pulgar una larga mesa de madera-.

Ness: Mae Jenkins, Zac Efron.

Zac: Señora.

Ness: Y Dolores Rumsey.

La otra mujer sostenía un frasco con hierbas. Era estrecha como Mae ancha. Después de ofrecerle a Zac un gesto de asentimiento, comenzó a deslizarse hacia la olla.

Mae: Mantente alejada de eso -ordenó-, y ofrécele al hombre un poco de pollo frito.

Musitando, Dolores se alejó en busca de un plato.

Ness: Zac va a reanudar las restauraciones donde las dejó George. Se alojará en el ala oeste.

Mae: No eres de por aquí -volvió a mirarlo-.

Zac: No.

Con un bufido, le sirvió una taza de café.

Mae: Parece que no te sentarían mal un par de buenas comidas.

Ness: Aquí las recibirás -intervino interpretando su papel de apaciguadora-.

Sólo hizo una leve mueca cuando Dolores plantó un plato de pollo frío y de ensalada de patata delante de Zac.

Dolores: Necesita más eneldo -lo miró con ojos centelleantes, como si lo retara a estar en desacuerdo-. No quiere escucharme.

Zac dedujo que su mejor opción era sonreírle y mantener la boca llena.

Antes de que Mae pudiera responder, la puerta volvió a abrirse.

**: ¿Puede un hombre conseguir una taza de café aquí? -el hombre se detuvo y miró con curiosidad a Zac-.

Ness: Bob Mullins, Zac Efron. Lo contraté para terminar el ala oeste. Bob es uno de mis varios manos derechas.

Bob: Bienvenido a bordo -se acercó a la cocina para servirse una taza de café, añadiéndole tres terrones de azúcar mientras Mae chasqueaba la lengua-.

El dulce no parecía surtir efecto en él. Era alto, quizá un metro ochenta y cinco, y no podía pesar más de setenta y cinco kilos. Llevaba corto el pelo castaño claro alrededor de las orejas y peinado hacia atrás de su frente alta.

Bob: ¿Vienes del este? -preguntó entre sorbos de café-.

Zac: Del este de aquí.

Ness: ¿Has aclarado el asunto de esa factura con el frutero?

Bob: Todo solucionado. Recibiste un par de llamadas mientras estabas fuera. Y hay unos papeles que necesitan tu firma.

Ness: Les echaré un vistazo -comprobó el reloj-. Bueno -miró a Zac-. Estaré en el despacho próximo al vestíbulo si necesitas saber algo.

Zac: Me las arreglaré.

Ness: De acuerdo -lo estudió otro momento. No terminaba de entender cómo podía estar en una habitación con otras cuatro personas y parecer tan solo-. Nos vemos luego.

Zac hizo un recorrido largo e informal de la posada antes de comenzar a trasladar herramientas al ala oeste. Los pájaros trinaban en los árboles y llegaba el sonido lejano de una lancha motora. Oyó llorar a un bebé y las notas de una sonata de Mozart al piano.

Si él mismo no hubiera repasado los datos, habría jurado que se encontraba en el lugar equivocado.

Eligió la suite familiar y se puso manos a la obra, preguntándose cuánto tardaría en poder entrar en las habitaciones de Vanessa.

Había algo reconfortante en trabajar con las manos. Pasaron dos horas y se relajó un poco. Un vistazo al reloj le hizo decidir realizar otro viaje innecesario al cobertizo. Vanessa había mencionado que el vino se servía a las cinco en lo que ella llamaba la sala de las tertulias. No le iría mal echarle otro vistazo más detenido a los huéspedes del hotel.

Emprendió la marcha, pero se detuvo en el umbral de su cuarto. Había oído algo, un movimiento. Con cautela, entró e inspeccionó la habitación vacía.

Tarareando, Vanessa salió del cuarto de baño, donde acababa de dejar unas toallas limpias. Desplegó una sábana y comenzó a hacer la cama.

Zac: ¿Qué haces?

Conteniendo un grito, trastabilló hacia atrás, luego se sentó en la cama para recuperar el aliento.

Ness: Dios mío, Zac, no hagas eso.

La observó con ojos entrecerrados.

Zac: Te pregunté qué hacías.

Ness: Debería de ser obvio -palmeó el juego de sábanas-.

Zac: ¿También te encargas de las tareas domésticas?

Ness: De vez en cuando -recobrada, se puso de pie y alisó la sábana bajera sobre la cama-. Hay jabón y toallas en el cuarto de baño -lo informó, y luego ladeó la cabeza-. Parece que podrías usarlos -desplegó la encimera con un movimiento diestro-. ¿Has estado ocupado?

Zac: Ése fue el trato.

Con un murmullo de asentimiento, ella metió las esquinas de la sábana en el pie de la cama tal como Zac recordaba que había hecho su abuela.

Ness: Te he dejado una manta y una almohada adicionales en el armario.

La observó ir de un extremo a otro. No recordaba la última vez que había visto hacer una cama a alguien. Agitaba pensamientos que no podía permitirse el lujo de tener.

Zac: ¿Paras alguna vez?

Ness: Se sabe que lo he hecho -extendió una colcha blanca-.  Mañana esperamos a un grupo, de modo que todos están ocupados.

Zac: ¿Mañana?

Ness: Mmm. En el primer ferry procedente de Sydney -satisfecha, ahuecó las almohadas-. ¿Has…?

Calló al volverse y prácticamente caer contra él.  Instintivamente, las manos de Zac se dirigieron a sus caderas mientras ella apoyaba las suyas en los hombros de él. Un abrazo… no planeado, no deseado y de una intimidad perturbadora.

Se dio cuenta de que era esbelta bajo el jersey grueso y largo, incluso más de lo que podría esperar un hombre. Y sus ojos eran más bonitos de lo que tenían derecho a ser, más grandes y suaves. Olía como la posada, con esa mezcla acogedora de lavanda y humo de leños. Atraído, no la soltó, aunque supo que debería hacerlo.

Zac: ¿He qué? -extendió los dedos sobre sus caderas y la atrajo un poco más-.

Vio la confusión en los ojos; la reacción lo llamó.

Ella había olvidado todo. Sólo podía mirarlo fijamente, casi aturdida por las sensaciones que la atravesaban. De forma involuntaria, los dedos se cerraron sobre la camisa de él. Recibió la impresión de fuerza, una fuerza despiadada con el potencial para la violencia. El hecho de que la excitara la dejó sin habla.

Zac: ¿Quieres algo? -murmuró-.

Ness: ¿Qué?

Pensó en besarla, en pegar la boca con fuerza sobre la suya y zambullirse en ella. Disfrutaría del sabor, de la pasión momentánea.

Zac: He preguntado si querías algo -despacio, subió las manos hasta su cintura por debajo del jersey-.

La conmoción del calor, la presión de los dedos, la devolvieron a la realidad.

Ness: No -comenzó a retroceder, se encontró inmovilizada y luchó contra el pánico creciente. Antes de que pudiera volver a hablar, él la había soltado. Decepción. Pensó que era una reacción extraña echar de menos quemarse-. Iba a… -respiró hondo y esperó a que los nervios dispersos se asentaran-. Iba a preguntarte si habías encontrado todo lo que necesitabas.

Zac: Eso parece -respondió, sin dejar de mirarla-.

Ella juntó los labios para humedecerlos.

Ness: Bien. Tengo mucho que hacer, así que dejaré que vuelvas a tus tareas.

La sujetó por el brazo antes de que pudiera alejarse. Quizá no fuera lo más inteligente, pero quería volver a tocarla.

Zac: Gracias por las toallas.

Ness: Claro.

La observó marcharse a toda velocidad. Pensativo, sacó un cigarrillo. No recordaba que alguna vez lo hubieran desconcertado con tanta facilidad. Desde luego, no una mujer que no había hecho otra cosa que mirarlo. No obstante, tenía por costumbre caer de pie.

Quizá fuera ventajoso intimar con ella, jugar con la reacción que percibía que provocaba en Vanessa. Sin prestar atención a una oleada de disgusto consigo mismo, encendió una cerilla.

Tenía que hacer un trabajo. No podía permitirse el lujo de pensar en Vanessa Hudgens como en algo que no fuera un medio para alcanzar un fin.

Aspiró una bocanada y maldijo el dolor apagado en su estómago.


1 comentarios:

Lu dijo...

Ya me encanto!
Pero creo que Ness no va a estar muy contenta cuando descubra la verdad...


Sube pronto :)

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