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martes, 28 de abril de 2020

Capítulo 3


Mae: Te dije que esa chica no servía.

Ness: Lo sé, Mae.

Mae: Te dije que cometías un error al aceptarla como lo hiciste.

Ness: Sí, Mae -contuvo un suspiro-. Me lo dijiste.

Con un gruñido satisfecho, Mae terminó de limpiar su ojito derecho, la cocina de ocho fuegos. Vanessa podía dirigir la posada, pero Mae tenía su propia idea acerca de quién estaba al mando.

Mae: Eres demasiado blanda, Vanessa.

Ness: Creía que habías dicho que era obstinada.

Mae: Eso también -como quería a su joven jefa, sirvió un vaso de leche y cortó una porción generosa de la tarta de chocolate doble. Dejó ambas cosas en la mesa-. Ahora come esto. De niña, mis tartas siempre hacían que te sintieras mejor.

Se sentó y pasó un dedo por la capa de chocolate.

Ness: Le habría dado algunos días libres.

Mae: Lo sé -le frotó la espalda-. Ése es el problema contigo. Eres demasiado bondadosa.

Ness: Odio que me tomen por tonta -ceñuda, se llevó a la boca un bocado enorme de tarta-. ¿Crees que conseguirá otro trabajo? Sé que tiene que pagar un alquiler.

Mae: Las personas como Mary Alice siempre aterrizan de pie. No me sorprendería que se fuera a vivir con ese chico, Perkin, así que no te preocupes por ella. ¿Acaso no te dije que no duraría ni seis meses?

Se llevó más tarta a la boca.

Ness: Me lo dijiste.

Mae: Y ahora, ¿qué me dices de ese hombre que has traído a casa?

Ness: Zac Efron -bebió un trago de leche-.

Mae: Nombre estrafalario -miró en torno a la cocina, sorprendida y un poco decepcionada de que no quedara nada por hacer-. ¿Qué sabes de él?

Ness: Necesitaba un trabajo.

Mae se pasó las manos enrojecidas por el mandil.

Mae: Creo que hay un montón de carteristas, ladrones de gatos y asesinos en masa que necesitan trabajo.

Ness: No es un asesino en masa -afirmó-.

Pensó que era mejor que se reservara el juicio acerca de las otras ocupaciones.

Mae: Puede, puede que no.

Ness: Es una persona que va de un lugar a otro -se encogió de hombros y se llevó otro trozo de tarta a la boca-. Pero yo no diría que sin rumbo. Sabe a donde va. En cualquier caso, con George disfrutando en Hawai, necesitaba a alguien. Hace bien el trabajo, Mae.

Mae había llegado a la misma conclusión después de realizar una breve visita al ala oeste. Pero tenía otras cosas en mente.

Mae: Te mira.

Vanessa pasó un dedo por el vaso, ganando tiempo.

Ness: Todo el mundo me mira. Siempre estoy aquí.

Mae: No te hagas la tonta conmigo, jovencita. Yo te eché talco en el trasero.

Ness: Qué tendrá que ver eso con lo que estamos hablando -respondió con una sonrisa-. Bueno, me mira -movió otra vez los hombros-. Yo le devuelvo la mirada -cuando Mae enarcó las cejas, Vanessa sonrió-. ¿No me estás diciendo siempre que necesito un hombre en mi vida?

Mae: Hay hombres y hombres -afirmó con sabiduría-. Éste no está mal a la vista, y no le da miedo trabajar. Pero tiene una veta dura en él. Ese hombre ha visto mundo, pequeña, de eso no hay ninguna duda.

Ness: Supongo que prefieres que pase mi tiempo con Jimmy Loggerman.

Mae: Gusano aburrido.

Después de una carcajada, Vanessa apoyó la barbilla en las manos.

Ness: Tenías razón, Mae. Me siento mejor.

Complacida, Mae se quitó el mandil. No dudaba de que Vanessa era una chica sensata, pero tenía intención de vigilar a Zac.

Mae: Bien. No comas más tarta, o permanecerás despierta toda la noche con dolor de barriga.

Ness: Sí, señora.

Mae: Y deja ordenada mi cocina -añadió al ponerse un abrigo marrón-.

Ness: Sí, señora. Buenas noches, Mae.

Suspiró cuando la puerta se cerró. La marcha de Mae por lo general señalaba el final del día. Los huéspedes estarían en sus camas o terminando una partida tardía de cartas. Con la excepción de una emergencia, ya no había nada que hacer hasta el amanecer.

Nada salvo pensar.

Últimamente le había dado vueltas a la idea de incorporar un jacuzzi, que pudiera atraer a más clientes. En el invierno, los huéspedes podrían llegar de una larga caminata para darse un baño caliente y borboteante y rematar el día con una copa frente a la chimenea.

Luego estaba la idea de incorporar una tienda de regalos, donde vender el arte y la artesanía de los artistas locales. Nada demasiado complicado. Quería mantener las cosas sencillas, con el espíritu de la posada.

Se preguntó si Zac se quedaría el tiempo suficiente para realizar las obras. No era inteligente pensar en él en relación con cualquiera de sus planes.

Probablemente, no fuera inteligente pensar en él de ninguna manera. Los hombres como Zac no se quedaban mucho tiempo en ningún lugar.

Pero parecía que le era imposible dejar de pensar en él. Casi desde el primer momento había sentido algo. Una cosa era la atracción. Después de todo, se trataba de un hombre atractivo, de un modo duro y peligroso. Pero había más. Jugó con el resto de la tarta, deseando poder localizar qué era. Quizá, sencillamente, se debiera a que no se parecían en nada. Zac era taciturno, suspicaz, solitario.

Sin embargo… ¿era su imaginación o una parte de él estaba a la espera, deseando abrirse? Él necesitaba a alguien, aunque probablemente no fuera consciente de ello.

Mae tenía razón. Siempre había sentido debilidad por los seres perdidos, con historias desdichadas. Pero eso era distinto. Cerró los ojos un momento, deseando poder explicarse por qué era tan diferente.

Jamás había experimentado nada como las sensaciones que la habían golpeado desde la aparición de Zac. Era más que físico. Ya podía admitirlo. Pero seguía sin tener sentido. Aunque jamás había considerado que los sentimientos necesitaran tener sentido.

Sería mejor, mucho mejor, para ambos mantener la relación breve que habían iniciado en un ámbito puramente laboral. Amistosa pero cautelosa.  Era una pena que le costara tanto combinar esas dos cosas.

La observó jugar con las migas de la tarta en el plato. Tenía el pelo suelto y revuelto, como si hubiera deshecho la trenza para pasar dedos impacientes por él. Los pies descalzos estaban cruzados a la altura de los tobillos, apoyados en la silla que tenía enfrente.

Relajada. Zac no estaba seguro de haberla visto en algún momento tan relajada. Era un marcado contraste con la energía agitada que la impulsaba durante el día.

Deseó que hubiera estado en su habitación, dormida. Había querido evitar encontrarse con ella. Eso era personal. La necesitaba fuera de su camino para inspeccionar el despacho que había junto al recibidor. Eso era profesional.

Sabía que debería retroceder y mantenerse fuera de la vista hasta que ella se retirara a dormir.

Se la veía tan cómoda, como si estuviera esperando que apareciera y se sentara a su lado para mantener una conversación trivial.

Era una locura. No quería que ninguna mujer lo esperara, y menos ella.

Pero no se escondió en las sombras del comedor, aunque podría haberlo hecho. Salió a la luz, hacia ella.

Zac: Creía que la gente se acostaba pronto en el campo.

Se sobresaltó, aunque se recobró con rapidez. Casi estaba acostumbrada al modo silencioso en que él se movía.

Ness: Mae me dio tarta de chocolate y una charla. ¿Quieres un poco?

Zac: No.

Ness: Menos mal. De lo contrario, yo habría repetido y me habría puesto mala. No tengo poder de voluntad. ¿Una cerveza?

Zac: Sí. Gracias.

Se levantó con pereza, fue a la nevera y recitó una serie de marcas. Él eligió una y la observó servírsela en una jarra. La aceptó cuando se la ofreció, sin quitarle la vista de encima.

Ness: ¿Por qué me miras de esa manera? -murmuró-.

Él se contuvo, luego bebió un trago largo.

Zac: Tienes una cara preciosa.

Vanessa enarco una ceja cuando Zac se sentó y sacó un cigarrillo.

Después de recoger un cenicero de un cajón, se sentó al lado de él.

Ness: Me gusta aceptar cumplidos siempre que los recibo, pero no creo que ése sea el motivo.

Zac: Es suficiente motivo para que un hombre mire a una mujer -bebió otro trago-. Has tenido una noche ajetreada.

Ness: Lo bastante como para tener que contratar pronto a otra camarera. No tuve oportunidad de darte las gracias por ayudarme con la gente que vino a cenar.

Zac: No hay problema. ¿Has perdido el dolor de cabeza?

Alzó la vista, pero no vio ninguna burla en su expresión.

Ness: Sí, gracias. Enfurecerme contigo hizo que me olvidara de Mary Alice, y el resto lo consiguió la tarta de chocolate de Mae -pensó en preparar algo de té, pero decidió que le daba mucha pereza-. ¿Qué tal ha sido tu día?

Le sonrió en un ofrecimiento relajado de amistad que le costó rechazar e imposible aceptar.

Zac: Bien. La señorita Millie dijo que la puerta de su habitación se atascaba, así que fingí que la lijaba.

Ness: Alegrándole el día.

Él no pudo evitar sonreír.

Zac: Me parece que nunca antes me habían comido de esa manera con la mirada.

Ness: Oh, supongo que sí -ladeó la cabeza-. Pero, con disculpas a tu ego, en el caso de la señorita Millie es más una cuestión de miopía que de lujuria. Es demasiado coqueta para llevar gafas delante de cualquier hombre de más de veinte años.

Zac: Prefiero seguir pensando que me desea. Me ha comentado que lleva viniendo aquí desde el año cincuenta y dos -lo sorprendía que alguien pudiera regresar una y otra vez al mismo lugar-.

Ness: La señorita Lucy y ella ya forman parte del entorno. De pequeña, creía que estábamos emparentadas.

Zac: ¿Llevas mucho tiempo dirigiendo este lugar?

Ness: Con ciertos períodos de inactividad, mis veintisiete años de vida -sonrió y ladeó la silla hacia atrás-. No querrás oír la historia de mi vida, ¿verdad, Zac?

Él soltó una bocanada de humo.

Zac: No tengo nada que hacer -y quería oír su versión de lo que había leído en su historial-.

Ness: De acuerdo. Nací aquí. Mi madre se enamoró un poco más tarde en la vida que la mayoría. Tenía casi cuarenta años cuando me tuvo, y era frágil. Hubo complicaciones. Al morir, mi abuelo me crió, de modo que crecí aquí en la posada, salvo durante los períodos de tiempo en que estuve ingresada en un internado. Me encantaba este lugar -miró en torno de la cocina-. En el colegio, lo añoraba, y también al abuelo. Incluso en la universidad lo echaba tanto de menos, que venía a casa todos los fines de semana. Pero él quería que viera otras cosas antes de asentarme aquí. Iba a viajar un poco, conseguir ideas nuevas para la posada. Ver Nueva York, Nueva Orleáns, Venecia. No sé… -calló con melancolía-.

Zac: ¿Por qué no lo hiciste?

Ness: Mi abuelo enfermó. Yo estaba en mi último año de universidad cuando descubrí lo enfermo que se encontraba. Quise dejarlo, venir a casa, pero la idea lo desasosegó tanto, que pensé que lo mejor era graduarme. Aguantó tres años más, pero fue… difícil -no quería hablar de las lágrimas y el terror, ni del agotamiento de dirigir la posada al tiempo que cuidaba de una persona casi inválida-. Era el hombre más valiente y amable que jamás he conocido. Formaba tanta parte de este lugar, que aún hay veces en las que espero entrar en una habitación y verlo comprobar si hay polvo en los muebles.

Él guardó silencio un momento, pensando tanto en lo mucho que había dejado fuera como en lo que le había contado. Sabía que su padre figuraba como «desconocido»… un obstáculo difícil en cualquier parte, pero mucho más en una ciudad pequeña. En los últimos seis meses de vida de su abuelo, los gastos médicos habían estado a punto de llevarse por delante la posada. Pero ella no habló de esas cosas; ni tampoco detectó señal alguna de amargura.

Zac: ¿Piensas alguna vez en vender el lugar, en seguir adelante?

Ness: No. Oh, de vez en cuando pienso en Venecia. Hay docenas de lugares a los que me gustaría ir, siempre y cuando pueda regresar a la posada -se levantó para ir a buscarle otra cerveza-. Cuando diriges un lugar como éste, llegas a conocer gente de todas partes. Siempre hay una historia de un lugar nuevo.

Zac: ¿Viajes indirectos?

Le dolió, tal vez porque se acercaba mucho a lo que ella misma pensaba.

Ness: Quizá -le dejó la botella junto al brazo, luego llevó sus platos al fregadero-. Algunos estamos predestinados para ser aburridos.

Zac: Yo no he dicho que fueras aburrida.

Ness: ¿No? Bueno, supongo que lo soy para alguien que recoge sus cosas y se marcha siempre que lo desea y adonde le place. Simple, asentada e ingenua.

Zac: Pones palabras en mi boca.

Ness: Es fácil, ya que rara vez las pones tú. Apaga las luces al irte.

La tomó por el brazo cuando pasó a su lado, en un movimiento reflejo que lamentó casi antes de terminarlo. Pero estaba hecho, y la mirada malhumorada y desafiante que le lanzó ella inició una reacción en cadena que le recorrió todo el sistema. Había cosas que podría hacer con ella, cosas que anhelaba hacer, que ninguno de los dos olvidaría jamás.

Zac: ¿Por qué estás enfadada?

Ness: No lo sé. Da la impresión de que no consigo hablar más de diez minutos contigo sin ponerme con los nervios de punta. Como por lo general me llevo bien con todo el mundo, supongo que es tu culpa.

Zac: Probablemente tengas razón.

Se calmó un poco. No era culpa de él que no llegara a cumplir sus sueños de viajar.

Ness: Llevas aquí poco menos de cuarenta y ocho horas y ya casi me he peleado contigo tres veces. Para mí eso es un récord.

Zac: Yo no llevo la cuenta.

Ness: Oh, creo que sí. Dudo que olvides algo. ¿Has sido poli?

Tuvo que realizar un esfuerzo deliberado para mantener la expresión y no tensar los dedos.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Dijiste que no eras un artista. Ésa fue mi primera conjetura -se relajó, aunque aún no le había soltado el brazo. La furia era algo que disfrutaba sólo en ráfagas breves y veloces-. Es el modo en que miras a la gente, como si archivaras descripciones y cualquier marca distintiva. Y a veces cuando estoy contigo, siento como si debiera prepararme para un interrogatorio. ¿Eres escritor, entonces? Cuando estás en el negocio de la hostelería, te vuelves buena en adivinar las profesiones de las personas.

Zac: Esta vez te equivocas.

Ness: Bueno, ¿qué eres, entonces?

Zac: Ahora mismo, soy un manitas.

Ella se encogió de hombros.

Ness: Otra de las características de las personas que trabajan en la hostelería es respetar la intimidad, pero si resultas ser un asesino en masa, Mae jamás me permitirá olvidarlo.

Zac: Por lo general, sólo mato a una persona por vez.

Ness: Es una buena noticia -ignoró la ansiedad súbitamente muy real de que decía la verdad-. Me sigues sujetando el brazo.

Zac: Lo sé.

Ness: ¿Debería pedirte que me soltaras?

Zac: Yo no me molestaría.

Respiró hondo.

Ness: De acuerdo. ¿Qué quieres, Zac?

Zac: Quitarnos esto de en medio. Para los dos.

Se puso de pie. El paso hacia atrás que dio ella fue instintivo.

Ness: No creo que sea una buena idea.

Zac: Yo tampoco -con la mano libre, le alzó el pelo. Era suave, espeso y pleno, dándole la sensación de que perdía los dedos en él-. Pero preferiría lamentar algo que hice que algo que no hice.

Ness: Yo preferiría no lamentarlo.

Zac: Es demasiado tarde -la pegó a él-. De un modo u otro, los dos tendremos mucho que lamentar.

Se mostró deliberadamente rudo. Sabía cómo ser gentil, aunque rara vez llevaba ese conocimiento a la práctica. Con ella podría haberlo sido. Quizá debido a que lo sabía, descartó cualquier deseo de ternura. Quería asustarla, cerciorarse de que cuando la soltara, huiría de él, porque lo que más anhelaba era que así fuera.

Tenía un sabor celestial. Jamás había creído en el cielo, pero el sabor estaba en sus labios, puros, dulces y prometedores. Su mano había ido al pecho de él en un gesto automático de defensa. Sin embargo, no se oponía, como había tenido la certeza de que sucedería. Salió al encuentro del beso duro y casi brutal con pasión entrelazada con confianza.

La mente de Zac se vació. Era una experiencia aterradora para un hombre que mantenía los pensamientos bajo un control tan riguroso. Entonces se llenó con ella, con su aroma, su contacto, su sabor.

Se separó… por su propio bien. Era y siempre había sido un superviviente. Respiraba de forma entrecortada. Tenía una mano aún cerrada sobre el pelo de ella y con la otra le sujetaba con firmeza el brazo. No podía soltarla. La miró y en los ojos vio su propio reflejo.

La maldijo en una última y rápida negación… antes de volver a aplastarle la boca con los labios. Se dijo que no iba al cielo. Sino al infierno.

Ella quería aplacarlo, pero él jamás le dio la oportunidad. Igual que antes, la envió a un lugar más ardiente y sin aire, donde sólo había espacio para la sensación

Tenía la espalda pegada contra la superficie lisa y fresca de la nevera, atrapada allí por las líneas firmes y tensas del cuerpo de él. De haber sido posible, lo habría acercado más.

Desesperada, le mordisqueó el labio inferior y sintió una nueva oleada de excitación al oírlo gemir y profundizar un beso ya insondable.

Quería ser tocada. Intentó murmurar esa necesidad apremiante y nueva sobre su boca, pero sólo logró gemir. El cuerpo le palpitaba. La simple expectación al pensar en sus manos recorriéndola toda le producía escalofríos.

Durante un momento, sus corazones latieron el uno contra el otro al mismo ritmo salvaje.

Zac se apartó, consciente de que se había acercado peligrosamente a una línea que no se atrevía a cruzar. Apenas podía respirar, mucho menos pensar. Hasta tener la seguridad de que sería capaz de hacer ambas cosas, permaneció en silencio.

Zac: Vete a la cama, Vanessa.

No se movió, convencida de que si daba un paso, las piernas le cederían. Sentía el calor que emanaba del cuerpo de él. Pero lo miró a los ojos y supo que ya estaba más allá de su alcance.

Ness: ¿Así de simple?

Pudo captar el dolor en su voz y deseó convencerse de que ella se lo había buscado. Fue a recoger la cerveza, pero cambió de parecer al ver que tenía la mano poco firme. Sólo había clara una cosa. Tenía que deshacerse de ella, rápidamente, antes de volver a tocarla.

Zac: No eres el tipo de mujer con quien tener un sexo rápido en el suelo de la cocina -el color que la pasión había llevado a las mejillas de ella se desvaneció-.

Ness: No. Al menos, nunca lo he sido -después de respirar hondo, dio un paso al frente. Creía en enfrentarse a  los hechos, incluso a  los que eran desagradables-. ¿Es todo lo que esto habría sido, Zac?

Él cerró las manos con fuerza.

Zac: Sí -corroboró-. ¿Qué otra cosa podía ser?

Ness: Comprendo -no apartó los ojos de los suyos, deseando poder odiarlo-. Lo siento por ti.

Zac: No lo sientas.

Ness: Estás al mando de tus sentimientos, Zac, no de los míos. Y lo siento por ti. Algunas personas pierden una pierna, un ojo o una mano. Se enfrentan a esa pérdida o se amargan. No veo qué parte te falta a ti, pero es igual de trágica -no contestó y tampoco había esperado que lo hiciera-. No te olvides de las luces.

Esperó hasta que se marchó antes de buscar una cerilla. Necesitaba tiempo para ganar el control de su cabeza, y de sus manos, antes de ir a inspeccionar el despacho. Lo que lo preocupaba era que iba a necesitar mucho más tiempo para ganar el control de su corazón.

Casi dos horas y media más tarde, caminó dos kilómetros para utilizar el teléfono público de la gasolinera más cercana. Se había alzado un poco de viento que transmitía el sabor de la lluvia. Esperó que aguantara hasta haber regresado a la posada.

Realizó la llamada y esperó que se estableciera la conexión.

**: Conby.

Zac: Efron.

Conby: Llamas tarde.

Ni se molestó en comprobar el reloj. Sabía que eran casi las tres de la mañana en la Costa Este.

Zac: ¿Te he despertado?

Conby: ¿He de dar por hecho que te has establecido?

Zac: Sí. Amañar la lotería del manitas despejó el camino. Arreglar el pinchazo me brindó la oportunidad. La señorita Hudgens es… confiada.

Conby: Eso quiere que creamos. Confiada no significa que no sea ambiciosa. ¿Qué tienes?

Zac: Sus habitaciones están limpias -encendió una cerilla y la acercó al extremo de un cigarrillo-. Ahora hay un grupo turístico, en su mayor parte canadiense. Unos pocos cambiaron dinero. Nada superior a cien dólares.

La pausa fue muy breve.

Conby: Eso apenas es suficiente para hacer que el negocio valga la pena.

Zac: Conseguí una lista en el despacho. Los nombres y las direcciones de los huéspedes registrados.

Otra pausa, más larga, y un sonido crujiente que le indicó que su contacto buscaba material para escribir.

Conby: Dámela.

Leyó los nombres de la copia que había hecho.

Zac: Block es el guía turístico. Es el habitual, viene una vez a la semana para una estancia de una o dos noches, dependiendo del paquete.

Conby: Vision Tours.

Zac: Exacto.

Conby: Tenemos a un hombre allí. Tú concéntrate en Hudgens y en su personal. Es imposible que lo consigan sin tener a alguien dentro. Ella es la respuesta obvia.

Zac: No encaja.

Conby: ¿Perdona?

Zac aplastó el cigarrillo con el tacón de su bota.

Zac: He dicho que no encaja. La he observado. He repasado su contabilidad personal, maldita sea. Tiene menos de tres mil dólares de efectivo disponible. Todo lo demás lo invierte en el lugar, desde la compra de sábanas nuevas hasta jabones.

Conby: Comprendo -otra pausa-. Supongo que nuestra señorita Hudgens no ha oído hablar de cuentas en bancos suizos.

Zac: He dicho que no es ese tipo, Conby. Es el enfoque equivocado.

Conby: Yo me ocuparé de los enfoques, Efron. Tú ocúpate de hacer tu trabajo. No debería tener que recordarte que nos ha llevado casi un año estar cerca de poder desmontar esta operación. La Agencia quiere que la completemos con rapidez, y eso es lo que espero de ti. Si te plantea un problema personal, será mejor que me lo comuniques ahora.

Zac: No -sabía que los problemas personales no estaban permitidos-. Si quieres perder el tiempo y el dinero de los contribuyentes, a mí me da igual. Ya te llamaré.

Conby: Hazlo.

Colgó. Lo hizo sentirse un poco mejor saber que Conby iba a perder una noche de sueño. Aunque los tipos como él rara vez descansaban. Despertaría a un pobre funcionario a las seis y le pediría que pasara la lista por el ordenador. Se bebería un café, miraría la tele y esperaría los resultados en su cómoda casa de los suburbios de Washington.

El trabajo duro quedaba para otros.

Mientras emprendía el largo regreso hasta la posada, se recordó que ésas eran las reglas del juego. Pero últimamente empezaba a cansarse de las reglas.


Vanessa lo oyó llegar. Con curiosidad, miró el reloj después de oír que la puerta de abajo se cerraba. Era la una pasada y la lluvia había comenzado casi treinta minutos antes con un siseo apagado que prometía ganar fuerza a lo largo de la noche.

Se preguntó dónde habría estado.

Cerró los ojos y se dijo que no era asunto suyo. El problema era que siempre sentía demasiado. Pero ésa era una ocasión en que no podía permitirse ese lujo.

Algo le había pasado cuando la había besado. Algo estimulante, que había llegado a lo más hondo de ella y abierto posibilidades inagotables. Movió la cabeza y pensó que no eran posibilidades, sino fantasías. Si era inteligente, aceptaría ese momento de excitación y dejaría de querer más.

Su madre se había entregado a una persona sin rumbo y le había entregado el corazón, la confianza y el cuerpo. Había terminado embarazada y sola. Sabía que lo había añorado durante meses. Había muerto en el mismo hospital en el que había dado a luz, unos días más tarde. Traicionada, rechazada y avergonzada.

Vanessa sólo había descubierto la extensión de esa vergüenza cuando falleció su abuelo. Este había guardado el diario que había escrito su madre. Ella lo había quemado, no por vergüenza, sino por compasión. Siempre consideraría a su madre una mujer trágica que había buscado el amor sin encontrarlo jamás.

Pero mientras permanecía despierta escuchando el ruido de la lluvia, se recordó que no era su madre. Era mucho, mucho menos frágil. Había sido bautizada en honor del amor y había sentido su calor toda la vida.

Y en ese momento en su vida había entrado una persona sin rumbo.

Recordó que le había hablado de remordimientos. Temía que fuera lo que fuera lo que sucediera, o no, entre ellos, iba a arrepentirse.


1 comentarios:

Lu dijo...

Tengo muchas dudas sobre esta novela pero me encanta, ya quiero leer el siguiente cap.


Sube pronto :)

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