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lunes, 2 de diciembre de 2019

Capítulo 23


Susan recuperó la conciencia y gimió. Una resaca terrible, pensó, grogui y mareada. Le dolía muchísimo la cabeza, le palpitaban los ojos, tenía papel de lija en la garganta y el estómago revuelto.

¿Cuántas copas se había...?

Y entonces lo recordó.

Sobresaltada, acabó de despertarse de golpe, y la luz se le clavó en los ojos como un picahielo. Cuando intentó levantar las manos para protegérselos, sintió la mordedura de las bridas.

Emitió un grito salvaje, enloquecido.

Patricia: Vaya, sí que te despiertas de mal humor -apareció en su campo de visión sorbiendo café de una taza-. Es probable que te encuentres bastante mal, y gritar solo conseguirá que te sientas peor. No va a oírte nadie, así que hazte un favor y no grites.
 
Susan: ¿Dónde estamos? ¿Por qué me haces esto? Dios, no me mates.
 
Patricia: Dónde estamos: en las profundidades de los bosques del norte. Ya te dije por qué: quiero contar mi historia. Si fuera a matarte, ya estarías muerta. Relájate. -Le ofreció un vaso con una pajita-. Es solo agua. Te necesito despierta y lista para la acción. Siento lo de la aguja en el cuello, pero no estaba segura de que pudiera confiar en ti. Es mejor así, para las dos.

A Susan le temblaba todo el cuerpo mientras miraba a Patricia a los ojos. Su vejiga amenazaba con liberarse.
 
Susan: No tienes por qué hacer esto. Te dije que no llamaría a la policía.
 
Patricia: Sí, esa parte me la creí. Quieres la historia, así que no empezarías por llamar a la policía. Pero sigue siendo mejor así. -Tras poner los ojos en blanco, se llevó la pajita a los labios y bebió un poco de agua-. ¿Ves? Solo H-dos-O.
 
Desesperada, Susan aceptó el vaso y lo vació.
 
Patricia: No puedo hacerte un cortado... Es como te gusta el café, ¿no? Aunque apuesto a que te sentaría bien un café, para poner el cerebro en marcha.
 
Susan: Sí. Por favor.
 
Patricia: Establezcamos antes algunas reglas básicas.
 
Susan: Lo siento, pero primero necesito ir al baño.
 
Patricia: Comprensible, pero aguanta un poco, Susan. Será mejor que escuches las reglas antes para evitar discusiones. Te quitaré las bridas para que puedas usar el lavabo -señaló-. Le he retirado la puerta. Oye, las dos somos chicas, ¿no? Luego volverás y te sentarás. Te pondré de nuevo las bridas de la mano izquierda y los tobillos, pero te dejaré la mano derecha libre para que puedas tomarte el café y comerte una barrita de yogur y conservar las fuerzas. Si intentas algo, empezaré por romperte los dedos. No te mataré, nos necesitamos mutuamente, pero te haré daño.
 
Susan: Entendido.
 
Patricia: Genial. -Cuando sacó unas tijeras de podar con las puntas largas y afiladas, Susan se encogió de miedo-. Para cortar el plástico. Tengo muchas más bridas. -Las seccionó, se apartó y desenfundó la pistola que llevaba en el cinturón-. Ve a hacer pis.

A Susan le fallaron las piernas cuando se levantó.
 
Patricia: El sedante... Todavía estás un poco inestable. Tómate el tiempo que necesites. Tenemos de sobra.
 
Susan: Habrá gente buscándome.
 
Patricia: Puede ser. He enviado un mensaje de texto a tu ayudante desde tu móvil avisándola de que habías recibido un soplo importante y estarías un par de días fuera de la ciudad. Pero puede que no cuele durante mucho tiempo.
 
Susan: Un par de días.
 
Susan intentó asimilar todos los detalles posibles; se dio cuenta de que estaban en una cabaña con las persianas bajadas. Muebles rústicos y bastos. No se oía el ruido del tráfico. No se oía ningún tipo de ruido.
 
Patricia: No necesitaremos más tiempo. Entonces tendrás tu gran historia.
 
Susan: Y me dejarás ir.
 
Ignorando la vergüenza, Susan se levantó la falda e hizo lo que tenía que hacer.
 
Patricia: ¿Y por qué no iba a dejarte ir? Ese es el trato. Yo te cuento mi historia, y tú la sacas a la luz. La quiero a la luz. Quiero que la gente me escuche.
 
Susan: ¿Piensas entregarte?
 
Patricia: Bueno, en eso sí que mentí -sonrió-. Y en lo de suicidarme. Pero mira. -Hizo un gesto con la mano-. Tengo un trípode, una cámara de vídeo profesional, las luces, todo. Considéralo nuestro estudio de exteriores. Nos sentaremos aquí. Tú puedes hacerme preguntas y yo hablaré. Lo explicaré todo. Eso es lo que quiero, y lo que quieres tú.
 
Con el rabillo del ojo, Susan atisbó su bolso. Dentro del cual había un arma.
 
Susan: Habría mantenido la confidencialidad de todo esto. No tienes por qué atarme a la silla.
 
Patricia: Piénsalo de esta forma: algunas cosas que voy a contarte son, bueno, digamos gráficas. Podrías ofenderte o asustarte. Podrías pensar: ¡Oh, no! Va a matarme a mí también, e intentar huir o tirar algo. Como ahora mismo, que te estás preguntando si podrías coger la monísima pistola rosa que tenías en el bolso. ¿Y entonces? Ay. Dedos rotos -se llevó las manos a la espalda y acto seguido sacó el arma que se había metido en la parte trasera del cinturón. La sostuvo en alto-. Tendrías todo el sacrificio y ningún beneficio. Te lo estoy ahorrando -sonrió, toda ella encanto. Después enseñó los dientes-. Siéntate de una puta vez o en lugar de romperte un dedo te dispararé en el pie con tu pistola de princesita.

Susan: Voy a colaborar -mantuvo la mirada clavada en los ojos de Hobart y la voz tranquila, y volvió a la silla-. Quiero escuchar tu historia.
 
Patricia: La escucharás.
 
Patricia enfundó su propia pistola, una Sig para todo uso, y mantuvo la Glock de Susan apuntando a la periodista. El rosa empezaba a gustarle.

Cogió unas bridas y las lanzó al regazo de Susan.
 
Patricia: Átate los tobillos a las patas de la silla, y luego la mano izquierda al apoyabrazos izquierdo. Nos tomaremos un café, comeremos algo y hablaremos acerca de cómo vamos a organizarnos. Se te ha emborronado el maquillaje y tienes el pelo hecho un desastre. Pero no te preocupes, yo te arreglo. Se me dan bien la peluquería y el maquillaje, créeme.
 

Mientras Patricia preparaba café, Zac se ocupaba del incidente de la pintura, calmaba a los comerciantes y solucionaba las cosas con el pintor torpe (recién salido de la adolescencia y aterrorizado por si perdía el empleo o lo arrestaban).

En el paseo de regreso en compañía de su ayudante canino, Barney hizo ademán de acuclillarse en la acera.
 
Zac: ¡Ni se te ocurra! -A pesar del peligro que corrían sus pantalones vaqueros, alzó al perro en brazos y aceleró el paso. Barney temblaba y le lamía la barbilla con nerviosismo-. Aguántate eso dentro. Aguántalo. -Entró a toda prisa en la comisaría, lo que hizo que Donna y los ayudantes humanos se sobresaltaran-. Necesito una bolsa de pruebas. ¡Rápido!

Matty le acercó una de inmediato.
 
Cecil: ¿Qué pasa?
 
Zac: Ordenanza municipal 38-B.
 
Matty puso los ojos en blanco cuando Zac volvió a salir corriendo.
 
Matty: Hay que recoger las cacas -le aclaró a Cecil-.
 
Zac dejó a Barney en el césped detrás de la comisaría.
 
Zac: Ya puedes soltarla.
 
Como el perro parecía ansioso y desconcertado, Zac lo paseó de un lado a otro por la hierba.
 
Zac: Está cabreada. No consiguió matarme y, peor aún, le hice un agujero en alguna parte del cuerpo. Y por eso tuvo que huir. Pegó un tiro a su propia abuela que la derribó del andador. Imagínate.
 
Barney olfateó el césped con suspicacia.
 
Zac: Así que no heredó la mansión. Debe de valer un millón y pico, sin exagerar. ¿Y todo lo que contiene? Aumentará bastante el pico. Además, le congelaron las cuentas. Ya las había esquilmado bastante, pero había mucho más. Sí, le salí caro, y eso le toca esas narices de psicópata que tiene. Psicópata -repitió mientras miraba las tiendas y los restaurantes, algunos situados bajo apartamentos que Zac sabía que los dueños alquilaban a los trabajadores de temporada-. Esa es gran parte del motivo. Siempre se había salido con la suya antes de que llegara yo. Su hermano le fastidió las cosas, pero era su hermano, y la sangre tira, ¿verdad? Pero antes de que llegara yo había acabado con todos sus objetivos. Cien por cien de éxito, y apenas había empezado. -Mientras le daba vueltas en la cabeza a todo eso, dejó de caminar-. No solo le jorobé las estadísticas, ¿verdad? Le costé una puñetera fortuna que ella, en su cerebro psicópata, creía que se había ganado. Fue como si se la hubiera robado. Y la herí. La hice sangrar. Ha estado entrando en barrena desde entonces, eso es lo que está pasando.
 
Volvió a pensar en la expresión del rostro de Hobart cuando él le disparó: sorpresa y miedo. También pensó en cómo sonó su voz cuando le gritó y echó a correr.

Tanto agravio y lágrimas como furia y miedo.
 
Zac: Siempre he sabido que estaría cabreada y que querría volver a intentar matarme. Pero ¿enviar una tarjeta? Quiere asegurarse de que no me olvido de ella. Quiere que sienta lo que sintió ella, esa sorpresa, ese miedo. Pero es un error. Y una vez que cometes un error, es más fácil cometer el siguiente.
 
Barney lloriqueó y tiró de la correa.
 
Zac: O en la hierba o nada. La echó al correo antes de marcharse de Florida. La envió justo después de matar a alguien, en un momento en el que se sentía orgullosa de sí misma. Pondrá rumbo al norte, eso es lo que opino. Puede que no vuelva a subir hasta Canadá, pero vendrá hacia aquí. -Bajó la vista hacia el perro-. Estaremos preparados.
 
A modo de respuesta, y con cara de arrepentimiento, el perro se acuclilló.
 
Zac: Ahora sí, así se hace. -Cuando terminó, acarició a Barney durante un buen rato-. Parece que ambos hemos solucionado las cosas. Buen chico, has hecho un buen trabajo. Lástima que no pueda enseñarte a limpiar lo que ensucias, pero para eso están los compañeros. -Una vez dentro, pese a haber utilizado la bolsa, se lavó las manos y luego salió a la sala común-. Donna, llama a Nick y a Leon y diles que vengan.

Donna: ¿Para qué?
 
Zac: Porque necesito hablar con todos. -Entró en su despacho en busca del expediente que guardaba allí por si acaso. Sacó la foto de Patricia Hobart-. Cecil, necesito que hagas copias de esto... a todo color.

Cecil: ¿Cuántas?
 
Zac: Empezaremos por cincuenta.
 
Cecil: ¿Cincuenta? -parpadeó-. Tardaré un buen rato.
 
Zac: Entonces será mejor que empieces ya. Donna, van a venir los federales. Sé lo que opinas al respecto, pero te agradecería que prepararas una cafetera cuando lleguen.
 
Donna: Haré una excepción. Leon y Nick están de camino.
 
Zac: Muy bien. Coge los avisos que vayan llegando, pero todo lo que no sea urgente se aplaza hasta después de la reunión. -Se sentó frente a Matty-. Dame tu opinión sobre los ayudantes de temporada, sobre quién puede hacerse cargo de problemas que vayan más allá de carrocerías abolladas y pintura derramada.
 
Matty: Has leído sus expedientes y has hablado con varios de ellos.
 
Zac: Así es, y tengo mi opinión al respecto. Ahora quiero la tuya.
 
Matty frunció el ceño, pero se la dio. Zac asintió con la cabeza, y luego se puso de pie justo en el momento en que entraba Leon.
 
Leon: ¿Hay algún problema, jefe?
 
Zac: Aún no. Siéntate, Leon. -Fue a coger una de las fotos que había impreso Cecil y, en cuanto Nick entró por la puerta, la clavó en el tablón principal-. Siéntate, Nick. Cecil, para un momento, ya terminarás de imprimir después de la reunión. Quiero que todo el mundo se fije bien en esta foto. Os entregaré copias a todos, y también las distribuiremos por el pueblo, en las agencias de alquiler, entre el personal del ferri, etcétera. Esta es Patricia Hobart, veintisiete años. Hasta ahora ha matado a diez personas, que sepamos. Y a eso hay que sumarle un intento contra mí. -Aunque se imaginaba que ya conocían la historia, al menos la mayoría de los detalles, la repasó de todos modos. Quería que la tuvieran fresca y que la escucharan de su boca-. Hoy me ha enviado esto. -Sacó del expediente una bolsa de pruebas que contenía la tarjeta, el sobre y el mechón de pelo-. Se lo entregaré todo al FBI cuando lleguen.
 
Matty: Pues menuda mierda -refunfuñó-. Llevan casi un puñetero año detrás de ella y no tienen nada.
 
Zac: No sabemos ni lo que tienen ni lo cerca que están, porque no nos lo dicen. Así son las cosas. -Dejó el expediente a un lado y abrió otro-. Este es mi expediente, nuestro expediente, con una copia de la tarjeta, el sobre y un par de muestras del pelo que voy a mandar analizar. Tengo contactos. Vamos a cooperar al máximo con el FBI, pero eso no quiere decir que nos quedemos de brazos cruzados. Hobart vendrá a la isla tarde o temprano. Vanessa Hudgens también estuvo en aquel centro comercial. Es otro de sus objetivos y, dado que fue la primera en llamar al nueve uno uno, considero que uno de los principales. A partir de hoy, patrullaremos de manera regular junto a la casa de CiCi. Nos sentaremos en el muelle para ver quién baja del ferri. Incorporaré ya a dos de los ayudantes de verano para que nos echen una mano con todo esto.
 
Matty: Hobart usa disfraces.
 
Zac: En efecto, y se le dan bien. Así que meteos esa foto suya en la cabeza. No dejéis que os despisten el color del pelo, el peinado, el color de los ojos, las gafas o los cambios sutiles en la estructura facial o corporal. Estará sola. Tendrá que alquilar una casa, dedicar un tiempo a estudiar las rutinas. Irá armada y, sin duda, es muy peligrosa. Tenéis que poner a los isleños sobre aviso y dejarles clarísimo que no deben acercarse ni enfrentarse a ella. Si fuera a comprar al mercado, que le cobren, le deseen un buen día y luego que se pongan en contacto con nosotros. No quiere hacer daño a nadie que no seamos Vanessa o yo, pero eso no la detendrá si se siente acorralada. Esto es una isla. Cuando venga, no tendrá escapatoria. Es nuestra isla. La conocemos mejor que ella. Es una mujer paciente, podría aparecer la semana que viene o esperar otros dos años. -Aunque él no creía que fuese a tardar mucho. No creía que pudiera-. Ninguno de nosotros puede dormirse en los laureles, porque Hobart vendrá. -Se interrumpió cuando se abrió la puerta y Xavier entró... acompañado de una agente-. Donna, te agradecería mucho que prepararas ese café.

Donna: Por supuesto, jefe.
 
Lanzó una mirada furibunda a Xavier mientras se dirigía a la sala de descanso.
 
Zac: Agentes -señaló su despacho-.
 
La agente llevaba un traje negro, camisa blanca y zapatos cómodos. Zac calculó que tendría poco más de cuarenta años. Era atlética, tenía el pelo castaño oscuro y bastante corto -cómodo, como los zapatos- y llevaba un toque mínimo de maquillaje en un rostro atractivo de ojos marrones y serios.
Zac se dijo que seguramente era tan imbécil como Xavier... Hasta que sonrió al perro.
 
**: Qué cara tan dulce.
 
Zac: Es tímido con la gente -explicó cuando Barney se escondió bajo su escritorio-. Lo abandonaron en la isla... después de maltratarlo.
 
**: Vaya, lo lamento. Mi hermana adoptó a un cruce en circunstancias similares. Ahora es la mejor perra del mundo.
 
Xavier: No estamos aquí para intercambiar historias sobre perros.
 
La mujer miró a Xavier con fijeza durante un momento y después tendió la mano a Zac.
 
Tess: Agente especial Tess Jacoby, jefe.
 
Zac: Gracias por venir. -Como la mujer ya le caía mucho mejor que Xavier, le ofreció a ella la bolsa de pruebas-. Ha llegado en el correo de esta mañana.
 
Jacoby se puso unos guantes y abrió la bolsa.
 
Tess: Las fotos que nos ha enviado eran muy claras.
 
Xavier: Y este contacto, la amenaza que contiene, hace aún más imperativo que se aparte del caso.
 
Zac apenas miró a Xavier.
 
Zac: Como eso no va a suceder, y no tiene sentido repasar los mismos motivos que ayer, probemos lo siguiente: he informado a mis ayudantes.
 
Xavier: Lo último que necesitamos es a un grupo de paletos armados disparando a las sombras.
 
Zac se puso de pie despacio. Jacoby se disponía a hablar, pero él se le adelantó.
 
Zac: Si quiere dedicarme críticas gratuitas, adelante. Pero tenga cuidado con lo que dice de mis agentes. Hoy le he invitado a venir aquí. Puedo retirarle la invitación con la misma facilidad.
 
Xavier: Esta es una investigación del FBI.
 
Tess: Agente especial Xavier, ¿por qué no sale a dar un paseo? -Esta vez la mirada de Jacoby fue más larga, más dura-. Váyase a dar un paseo.
 
El hombre salió dando zancadas y, una vez más, cerró la comisaría de un portazo.
 
Zac: ¿Ahora está usted al cargo?
 
Tess: En efecto. Me asignaron a esta investigación hace tan solo una semana. Xavier no está muy contento que digamos, lo cual tal vez explique su comportamiento de ayer. Me lo imaginé por el informe que me pasó. Le pido disculpas.
 
Zac: No es necesario.
 
Donna entró con el café: la cafetera, tazas y demás en una bandeja. Zac ni siquiera sabía que tuvieran una bandeja.
 
Zac: Gracias, Donna.
 
Tess: Sí, gracias -dijo Jacoby, que añadió un chorrito de leche a su café y se sentó-. Hablemos.
 
Pasó treinta minutos con ella y, cuando volvieron a estrecharse la mano, se sentía mejor respecto a la situación.

En cuanto Jacoby se fue, Zac terminó de informar a su equipo y aceptó y contestó preguntas.
 
Zac: La agente especial Jacoby, ahora a cargo de la investigación de Hobart...
 
Leon: ¿Han echado a ese gilipollas?
 
Zac: Sigue en la investigación, pero ya no es el agente especial al cargo.
 
Matty: Al menos hay alguien en el FBI que no es del todo imbécil.
 
Zac: Me ha parecido que Jacoby tampoco tiene un pelo de idiota, así que diría que hay más de uno. Me ha informado de que están siguiendo una pista en Tennessee. Memphis. Si da resultado, tal vez podamos olvidarnos de esto. Pero hasta entonces quiero esas rondas de vigilancia y un ojo en el ferri. Mi compañero y yo entraremos en la rotación.
 
Matty: ¿Compañero?
 
Zac acarició la cabeza del perro.
 
Zac: Ayudante Barney. Ahora es uno de nosotros.
 

En la cabaña, con las noticias de la Fox en el portátil por si ocurría algo de lo que necesitara enterarse, Patricia retocaba el maquillaje a Susan.
 
Patricia: Te cuidas la piel -comentó mientras aplicaba la base-. Yo también. Mi madre se abandonó por completo. Se descuidó muchísimo, sobre todo después de que mataran a JJ. Aunque la verdad es que antes tampoco se arreglaba. No culparía al viejo por ir poniéndole los cuernos por ahí ni por soltarle una bofetada de vez en cuando, pero era un completo gilipollas. Utilizaré una paleta neutral para los ojos. Algo con clase, profesional. Ciérralos.

Charla, se ordenó Susan. Conecta con ella.
 
Susan: ¿A ti también te pegaba?
 
Patricia: No me hacía ni caso, así que ni se molestaba. Engordé, eso también es culpa de mi madre. Siempre me sobornaba con dulces y galletas, y me dejaba comer bolsas de patatas fritas. Mi padre me llamaba Cubo de Manteca, Cubo, para abreviar.
 
Susan: Qué cruel.
 
Patricia: Ya te he dicho que era un gilipollas. Me acosaban en el colegio, ¿lo sabías?
 
Tuvo que apartarse para no estropear su trabajo. Susan abrió los ojos de golpe.
 
Patricia: Pero me estoy adelantando. Cierra los ojos, mantenlos cerrados hasta que te avise.
 
Cerró los ojos y los mantuvo cerrados. Escuchó. Captaba la locura, joder que si la captaba. Y el resentimiento, y cosas peores. Dios mío, lo peor era la gélida templanza con la que decía que había hecho un favor a su madre al matarla.
 
Susan: Pero... la policía lo consideró un accidente.
 
Patricia: Porque soy así de buena, chica. Esa vieja bruja loca y llorona me lo puso fácil, pero hay que ser buena. Abre los ojos.
 
Susan los abrió e intentó enmascarar el miedo.
 
Patricia: Toma ya, qué buena soy. Ciérralos de nuevo. ¿Sabes? He aprendido un montón sobre maquillaje y peluquería, cuidados de la piel y todo eso, en internet. En YouTube, porque mi madre no me enseñó nada sobre nada. Tengo un coeficiente intelectual de ciento sesenta y cuatro, y seguro que no lo heredé ni de ella ni de mi querido papaíto. Abre -dijo, y comenzó a difuminarle el delineador-. Estás acostumbrada a que te maquillen.
 
Susan: Sí.
 
Patricia: Yo me maquillo sola. Lo hago todo yo misma porque soy inteligente. JJ no era tonto, pero tampoco era muy listo. Yo le hacía parte de los deberes y de los trabajos, incluso después de que los gilipollas de nuestros padres nos separaran. No deberían haberlo hecho.
 
Susan: No, no deberían. Eso también fue cruel y egoísta.
 
Patricia: ¡Tienes toda la razón! Fue JJ quien me enseñó a disparar, porque el viejo no quería perder el tiempo conmigo. Mira hacia abajo mientras te maquillo las pestañas. ¡No tanto!
 
Susan: Lo siento.
 
Patricia: Se le daban bien las armas, pero también lo superé en eso. A él no le importaba. JJ estaba orgulloso de mí, me quería. Era el único que me quería. Y lo mataron.
 
Susan: Debes de echarlo de menos.
 
Patricia: Está muerto, ¿qué sentido tendría? Él sabía que yo era lista, pero no me hizo caso, se volvió loco y le salió el tiro por la culata. ¿Lo pillas? Armas, el tiro por la culata...
 
Mientras intentaba descifrar la mirada que se clavaba en la suya, Susan dejó que se le curvaran un poco los labios, solo un poco.
 
Susan: Esa ha sido buena.
 
Patricia: Puedo ser graciosa cuando quiero. No tengo ocasión de hablar mucho con la gente, y nunca siendo yo misma. Siempre tengo que hablar con imbéciles cuando acecho a un objetivo, pero esa no soy yo. En ese momento yo estoy dentro, escondida, y solo muestro el exterior que ellos esperan. Tienes suerte, porque tú estás viendo el interior.
 
Susan: Te ha resultado difícil, lo de mantenerte escondida.
 
Patricia: Tuve que hacerlo durante años, ¡años enteros!, en ese mausoleo de las momias lloronas que eran mis abuelos. «Oh, yo me encargo, abuela.» «No te preocupes por eso, abuelo, yo lo limpiaré.» No había manera de que se murieran y me dejaran en paz. Nadie habría soportado sus mierdas tanto tiempo como yo. Los ojos te han quedado bien. -Estudió su neceser, eligió un colorete, una brocha-. Decían cosas terribles de JJ, sobre todo después de que muriera. Cosas terribles, y yo tenía que aguantarme las ganas de rebanarles el cuello. Puede que mi hermano no fuera muy listo, puede que no me hiciera caso, pero ellos no deberían haber dicho aquellas cosas terribles de él.
 
Susan: Era su nieto, sangre de su sangre.
 
Patricia: Decían que era un enfermo, deficiente, incluso que era malvado. Bueno, pagaron por ello, ¿no? No lo suficiente, pero pagaron. JJ no me hizo caso, eso es lo que pasó.
 
Susan: Tú intentaste impedírselo.
 
Patricia se apartó un poco, estudió el colorete y lo aprobó.
 
Patricia: Vamos a quitarte los brillos -dijo, y cogió unos polvos translúcidos- Se lo habría impedido si hubiera sabido que había adelantado la cronología. Todavía me faltaban algunos detalles por pulir y ¿qué hace él?, da el golpe en julio, cuando todo el mundo está de vacaciones o lo que sea. Se suponía que debía ser en diciembre, con las multitudes navideñas. Se habría cargado al doble. Y además para entonces yo ya habría determinado la ruta de escape.
 
Susan: ¿Te habrías encargado tú?
 
Patricia movió la cabeza a uno y otro lado, levantó la de Susan poniéndole las yemas de los dedos debajo de la barbilla.
 
Patricia: Has quedado bien. Una profesional con clase, como te prometí. ¿Quieres un refresco frío?
 
Susan: Sí, por favor. Gracias.
 
Hobart se levantó, se acercó a la cocina.
 
Patricia: Tengo Coca-Cola Light, agua y zumo.
 
Susan: Una Coca-Cola Light me sentaría genial, gracias. Un chute de cafeína antes de empezar a grabar.
 
Patricia: Bien pensado -quitó el tapón a la botella y sirvió un poco en dos vasos de plástico con hielo-. Bueno, ¿de qué estábamos hablando? -Volvió, le pasó un vaso a Susan-. Ah, sí. De JJ. ¿No te he dicho ya que no era muy listo? ¿No pensarás que todo eso se les ocurrió a él y a esos dos idiotas amigos suyos? Lo del DownEast fue idea mía, era mi plan, y habría funcionado si hubieran esperado a que yo ajustara los detalles.
 
Susan: ¿Tú... planeaste el ataque?
 
Patricia: Lo pensé, lo planeé, le robé al abuelo Cabeza de Chorlito la tarjeta de crédito el tiempo suficiente para comprar los chalecos, los cascos. -Se dio unos golpecitos con el dedo en la sien-. Hasta ahora he dejado que concedieran a JJ el mérito de ser el cerebro. Pero tú y yo vamos a cambiar eso. Bueno... -levantó su vaso y bebió-, ya estás lista. Salvo por los labios; te los pintaré justo antes de empezar. Ahora voy a maquillarme yo y a ponerme mi ropa para las cámaras. Tardaré un rato, porque quiero estar guapa, pero luego empezaremos la fiesta. Piensa buenas preguntas, Susan. Cuento contigo.


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