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sábado, 30 de noviembre de 2019

Capítulo 22


Cuando Patricia decidió que quería documentar su historia, en plan profesional, solo encontró a una persona que estuviera a la altura. A ver, Susan McMullen había estado allí, en el DownEast, y había entrado en racha con los vídeos que había grabado de aquel idiota de Paulson.

¿Quién mejor?

Además, Patricia sentía que Susan la había tratado con cierto respeto cuando concedió aquella entrevista de aniversario. Incluso le gustaban el aspecto y la voz de Susan; aunque, por supuesto, ella adoptara esa expresión de pobrecita de mí, soy tímida y estoy triste.

Eso sería diferente. Eso sería real. Y en el momento en que llegara a la televisión por cable y a internet, la gente por fin sabría quién era el puñetero cerebro, quién había sufrido las puñeteras injusticias.

Patricia incluso redactó una especie de guion y ensayó. Al hacerlo, quedó tan impresionada por sus propias habilidades que decidió que, cuando se diera a la buena vida en Florida, escribiría un guion sobre su vida y milagros.

Cuando lo tuvo preparado, cuando lo tuvo todo en su sitio, cuando pensó que todo era perfecto, estableció contacto.
 
Susan: Hola, soy Susan.
 
Patricia: No cuelgue -susurró con voz temblorosa-. No llame a la policía.
 
Susan: ¿Quién es?
 
Patricia: Por favor, tengo que hablar con alguien. ¡Tengo mucho miedo!
 
Susan: Si quiere hablar conmigo, necesito que me dé un nombre.
 
Patricia: Soy... soy Patricia. Patricia Hobart. ¡Por favor, no llame a la policía!
 
Susan: ¿Patricia Hobart? -Tono de duda-. Demuéstramelo.
 
Patricia: Usted entró en... lo llamó la habitación verde, antes de que me sacaran para el reportaje del último aniversario. Se sentó conmigo y me dijo que si alguna vez recordaba algo de mi hermano, cualquier cosa que no le hubiera dicho a la policía, llamara a este número. Que podía contárselo a usted.
 
Susan: Y aquí estoy, Patricia. -El entusiasmo ya era evidente-. Me alegro de que me hayas llamado.
 
Patricia oyó crujidos, imaginó a McMullen cogiendo una grabadora, un cuaderno. Y sonrió.
 
Patricia: ¡No sé qué hacer!
 
Susan: Dime dónde estás. Te está buscando el FBI. Y muchos policías.
 
Patricia: Las cosas no son como ellos dicen, para nada, para nada. No sé qué está pasando. No lo entiendo. Aunque he conseguido escapar, vivo asustada. Voy a entregarme, pero antes necesito hablar con alguien. Necesito hablar con alguien que me escuche y diga la verdad. -Añadió unos sollozos entrecortados-. No sabe..., no sabe lo que me hicieron.
 
Susan: ¿Quiénes?
 
Patricia: Mis abuelos. Dios, necesito contárselo a alguien. No puedo seguir huyendo, pero nadie me creerá.
 
Susan: Puedes contármelo a mí. Yo te creo. ¿Qué te hicieron?
 
Patricia: No, no, así no. En persona. Necesito que lo grabe todo para que, bueno, quede constancia. No puede decírselo a nadie o me matarán. Lo sé. Quizá debería suicidarme y terminar con todo.
 
Susan: No lo hagas, Patricia. Tienes que contar tu historia. Te ayudaré.
 
Patricia sonrió, permitió que un dejo de esperanza le permeara la voz temblorosa.
 
Patricia: ¿Me ayudará?
 
Susan: Claro. ¿Por qué no me dices dónde estás?
 
Patricia: Estoy... ¡Llamará a la policía!
 
Susan: No, no, no lo haré. Has dicho que vas a entregarte, pero que primero quieres contar tu historia. Quieres que yo me ocupe de que la gente oiga tu historia. No llamaré a la policía.
 
Una voz débil, pensó Patricia, con solo un ligero toque de esperanza desesperada.
 
Patricia: ¿Lo jura?
 
Susan: Patricia, soy periodista. Solo quiero la verdad, solo quiero tu historia. Jamás te traicionaría. De hecho, cuando estés preparada, conozco a un abogado que te ayudará. Lo dispondremos todo para que te entregues de manera que nadie te haga daño.
 
Patricia estudió la petaca de whisky de la que había bebido mientras McMullen hablaba.
 
Patricia: ¿Haría eso por mí?
 
Susan: Dime dónde estás e iré a reunirme contigo. Hablaremos.
 
Patricia: Si se lo dice a la policía, y vienen, me suicido. Te... Tengo pastillas.
 
Susan: No te tomes ninguna pastilla. No los llamaré. ¿Dónde estás? Iré ahora mismo.
 
Patricia: ¿Ahora mismo?
 
Susan: Sí, ahora mismo.
 
Patricia: Estoy en el Motel Traveler’s Best, en la autopista noventa y ocho, justo antes de la salida de Portland. Por favor, ayúdeme, señorita McMullen. No tengo a nadie más.
 
Susan: No te muevas, Patricia. Estaré allí en cuarenta minutos.
 
Patricia: Alguien tiene que escucharme -sollozó de nuevo-. Usted es la única.
 
Colgó y brindó consigo misma en el espejo con aquel whisky al que había cogido el gusto.

Susan se cambió a toda prisa para ponerse un traje digno de la cámara. Si las cosas salían bien, tendría a esa loca en su estudio al cabo de dos horas. La mayor exclusiva de todas, y le llovía del cielo.

En cuanto la tuviera hilvanada, llamaría al FBI. Primero la madre de todas las exclusivas, y luego se convertiría en la intrépida reportera que acabó con Patricia Jane Hobart.

Comprobó la hora mientras cogía el portátil; empezaría con una conexión digital remota. Casi medianoche. Recortaría esos cuarenta minutos si se daba prisa.

Metió en una bolsa la grabadora, por si Patricia se mostraba cohibida al principio, una cámara de fotos, el móvil y un neceser con maquillaje. Revisó su pistola, que tenía la culata rosa fucsia, y se plantó en el garaje en cinco minutos clavados.

Emily Devlon podría haberla avisado de que Patricia era bastante hábil con las puertas de garaje, pero las muertas no hablan.

Susan se sentó al volante.

Sus ojos se abrieron como platos en el espejo retrovisor cuando Patricia se incorporó en el asiento trasero. Estaba intentando echar mano al bolso y la pistola cuando le clavó la jeringuilla en el cuello.
 
Patricia: Buenas noches.
 
Cuando Susan se desplomó, Patricia salió y abrió el maletero. Sacó a Susan del coche, le ató las muñecas y los tobillos con bridas de plástico, y le puso una mordaza solo por si se le pasaba el efecto del sedante y armaba un escándalo.

Con un poco de esfuerzo, la arrastró hasta el maletero, la levantó y la metió dentro.
 
Patricia: Échate una buena siesta. Tenemos un largo camino por delante.
 
Cerró el maletero.
 

Vanessa no se lo dijo; no estaba preparada. Y en cualquier caso, el momento no parecía el más oportuno para una declaración de amor.

Sabía que Zac se quedaría con el perro. Si no estaba ya prendado de él, se veía que, como le había ocurrido a ella, era inevitable y cada vez estaba más cerca.

Como Zac ya había hecho una muy buena obra del día, ella hizo la suya y preparó un sencillo plato de pasta para cenar. No mencionó que le había enseñado a cocinarlo un violonchelista italiano.

Zac le explicó el miedo que el perro tenía a la gente y por qué, y Vanessa lo pasó por alto estratégicamente.

Zac alimentó al animal, que comió como si llevara semanas hambriento. A Vanessa se le rompió el corazón al preguntarse si en verdad sería así.

Para cuando terminó de preparar la cena, el perro había dejado de esconderse detrás de Zac y estaba acurrucado debajo de la mesa, dormido junto a su cuenco vacío.
 
Ness: Hay que ponerle nombre.
 
Zac negó con la cabeza mientras se sentaban a cenar a una mesa extensible de madera reciclada que le había comprado a un amigo de CiCi.
 
Zac: Si se va a otra casa, le pondrán otro nombre, y eso no hará sino confundirlo todavía más. Vaya, esto está muy bueno -dijo después de probar la pasta-. Me ocultas cosas. ¿Sabes cocinar?
 
Vanessa hizo un gesto de negación.
 
Ness: Hay un par de cosas que me salen bien y unas cuantas que me quedan bastante comestibles. Eso es supervivencia, no cocinar.
 
Zac: Según mis estándares, es cocinar. Gracias. ¿Cómo te han ido hoy las cosas?
 
Ness: Bien, pero me he dado cuenta de que necesito tomarme un descanso de mi... misión. Un cambio de ritmo. Necesito hacerte esos bocetos.
 
Zac: ¿Qué tal si me pongo un taparrabos? Podría ponerme un taparrabos.
 
Ness: ¿Tienes uno?
 
Zac: No, pero podría improvisar. Lo del desnudo...
 
Ness: Te he visto desnudo.
 
Zac: Verme desnudo es distinto a estudiarme desnudo y dibujarme desnudo. Tú te quedas al otro lado, vestida.
 
Ness: He estado a ambos lados.
 
Zac: ¿Qué?
 
Zac dejó de comer.
 
Ness: En Nueva York complementaba mis ingresos posando como modelo.
 
Zac: ¿Desnuda?
 
Ness: Estudios de figura. -La reacción de Zac le hizo gracia, aunque no la sorprendió; pinchó un fideo-. Es arte, Zac, no voyerismo.
 
Zac: Te garantizo que algunos chicos, y seguro que algunas chicas, estaban allí practicando el voyerismo.
 
Ella se echó a reír.
 
Ness: En cualquier caso me pagaban -zanjó-. Bueno, esta noche es perfecta. He traído mi cuaderno de bocetos. Puedes considerarlo un pago por la cena... y por lo que te daré después de la sesión.
 
Zac: ¿Me estás sobornando con favores sexuales? Eso... funcionará a la perfección.
 
Ness: Eso creía yo. No me has contado lo de que el FBI ha ido a hacerte una visita.
 
Zac: Radio macuto.
 
Ness: Está a tope de chismes. ¿No me lo has dicho porque pensabas que me afectaría?
 
Zac: No ha sido para tanto.
 
A ella le habían contado otra cosa, pero quería escuchar su versión.
 
Ness: Pues cuéntame cómo ha sido y confía en que sea capaz de gestionarlo.
 
Zac cogió la copa de vino que Vanessa había insistido en que iba mejor con la pasta que la cerveza. No podía decir que se equivocara.
 
Zac: No tiene que ver con que pudiera afectarte o no. Creo que tiene más que ver con no traerme el trabajo a casa.
 
Con las cejas enarcadas, Vanessa se agachó y miró con toda la intención al perro que dormía debajo de la mesa.
 
Zac: Vale, me has pillado.
 
Ness: Lo cual demuestra que tu trabajo nunca termina del todo, y el mío tampoco. ¿Y bien?
 
Zac: Al agente especial Caraculo no le ha gustado que un funcionario con un chollo de puesto en una isla de mierda perdida en mitad de la nada le haya pisado el terreno.
 
Ness: ¿Ha dicho que tu puesto es un chollo?
 
Zac: Sí -rompió a reír y luego comió más pasta-. Así de estirado es.
 
Ness: Ah. Y considera que esta es una isla de mierda perdida en mitad de la nada.
 
Zac: En cierto modo es verdad. A mí me gusta servir y proteger nuestra isla de mierda. Pero no me gusta que entre en mi despacho para intentar intimidarme. -Ya le había contado lo esencial, así que se encogió de hombros y añadió-: Básicamente lo he mandado a la mierda y se ha ido.
 
Ness: ¿No le importaba que hubiera muerto una mujer?
 
Zac: Tengo que creer que le importaba y que le importa, y que esa es una de las razones por las que ha decidido venir a por mí. Ha lanzado el golpe y ha fallado. Mira, la mayoría de los agentes del FBI con los que me he cruzado son personas entregadas, que quieren atrapar a los malos y que están dispuestas a cooperar con los funcionarios locales, a integrarlos en las investigaciones cuando tiene sentido hacerlo. Pero este tipo... se toma el «especial» de «agente especial» de manera literal. Se cree mejor que los policías.
 
Ness: No me cae bien.
 
Zac: Eh, a mí tampoco. Es imbécil de remate. Pero eso no significa que no sea bueno en su trabajo.
 
Ness: Entonces ¿por qué no ha atrapado a Hobart?
 
Zac: Porque ella es muy astuta. Inteligente, astuta y más lista que el hambre. Tiene talento, voluntad y un montón de dinero. No se me ocurriría machacar al agente especial Caraculo por no haberla pillado todavía. -Sacudió un hombro-. Lo he hecho porque es tan prepotente y territorial que se pasa por el forro la información y la ayuda de las fuentes externas... Sobre todo, a saber por qué, la que le ofrezco yo.
 
Ness: CiCi conoce a gente. Apuesto a que conoce a gente que conoce al jefe del FBI o a gente que conoce a gente que lo conoce.
 
Zac: No vayas por ahí. -Le dio unas palmaditas suaves en la mano-. Yo lo soluciono, y si resulta que no lo consigo... -Remató el vino-. Entonces podemos retomar la idea de recurrir al increíble poder de CiCi.
 
Se levantó para recoger los platos. El perro lo imitó de inmediato y, con tantas prisas, se golpeó la cabeza contra la pata de una silla.
 
Zac: Madre mía, relájate un poco. Tengo que darle otra pastilla y volver a aplicarle la pomada en los oídos. Lo de la pastilla es fácil. Se mete dentro de una especie de funda de distintos sabores. Lo de los oídos podría ponerse feo.
 
Ness: Seguro que es un perro muy bueno -se dio la vuelta en la silla al ver que el perro seguía a Zac hasta el fregadero-. Seguro que es muy valiente.
 
Pegado a la pierna de Zac, el perro la observaba.
 
Ness: Eres guapísimo, y tienes unos ojos muy tiernos. -Mientras hablaba, fue agachándose hasta sentarse en el suelo-. ¿Cómo es posible que se hayan portado tan mal contigo? Pero ahora ya irá todo bien. Has ido a parar a un enorme cuenco de comida para perros.
 
El animal dio un paso cauteloso hacia ella y volvió a retroceder, pero ella siguió hablando.
 
Ness: Y anda que no has sido listo al encontrar a Zac. Se quedará contigo. Él dice que no, pero se quedará contigo.
 
Otro paso cauteloso, luego otro más.

Quieto y en silencio para no distraerlo, Zac contemplaba la escena pensando que el perro parecía medio hipnotizado. El animal pegó la barriga al suelo y se acercó a la mano que Vanessa le había tendido. La olfateó, probó a lamerla.

Se encogió cuando ella levantó la mano, tembló cuando se la puso en la cabeza.
 
Ness: Ya está. Ya no va a pegarte nadie.
 
El perro se acercó más, con la mirada clavada en la cara de Vanessa mientras ella lo acariciaba.
 
Ness: Noto las cicatrices -murmuró-. Tiene corazón y fortaleza. Su alma debe de ser muy pura si aún es capaz de confiar en los humanos. No han conseguido volverlo malo. No tiene ninguna maldad -se agachó y besó al perro en el hocico-. Bienvenido a casa, forastero.

Zac sacó una de las pastillas y la metió en la funda. Y aceptó que tenía perro.
 

El lado negativo apareció cuando sacó al perro a pasear. Con el tiempo, pensó, el perro se familiarizaría con el terreno y saldría por su cuenta. Pero de momento lo llevaría a pasear al bosque.

Si los osos cagan en el bosque, los perros también.

Como el perro no imitaba a los osos, Zac supuso que aún no había ingerido suficiente comida como para expulsarla.

Hasta que llegaron al sendero de pizarra, momento en que el perro se acuclilló y se alivió.
 
Zac: Joder, ¿qué tiene de malo el bosque? Ahora tendré que limpiarlo con la pala.
 
Cuando la cogió, el perro se encogió y se echó a temblar.
 
Zac: Madre mía, tranquilo, no es para ti.
 
Se dio cuenta de que le ardía la sangre solo de pensar en que alguien pudiera golpear a un pobre perro con una pala.

Cuando volvieron a entrar, cogió una de las galletas para perros, se agachó y se la ofreció.
 
Zac: No es una recompensa por cagarte en el sendero, porque, tío, eso es de muy mala educación. Es solo porque sí. Bueno, ahora tengo que subir y desnudarme, y no para pasármelo bien y acostarme con ella. Ya me muero de vergüenza.
 
Empezó a subir las escaleras con el perro a su lado. Volvió la vista atrás cuando llegó arriba y oyó un gemido.
 
Zac: ¿Cómo has hecho eso? -Desconcertado, bajó la mitad de la escalera, hasta donde el perro se había quedado atascado al meter la cabeza entre los barrotes de la barandilla-. ¿Cómo se te ha ocurrido meter la cabeza ahí? Espera. Deja de retorcerte.
 
Consiguió ladearle la cabeza, tirar del cuerpo, volver a recolocarle la cabeza y, por fin, liberársela.
 
Zac: No vuelvas a hacer eso.
 
Esta vez el perro lo siguió pisándole los talones hasta el dormitorio.

Vanessa estaba sentada en el sillón, junto al fuego, haciendo bocetos arbitrarios en su cuaderno. Bocetos de posiciones de un cuerpo; de posiciones de un cuerpo desnudo. ¿Era el cuerpo desnudo de Zac?

Por si eso no fuera lo bastante incómodo, Zac miró la cama. Dio un paso hacia ella.

Zac: Eso es una espada. Hay una espada en la cama.
 
Ness: Te dije que te quería sosteniendo una espada.
 
Zac: Tienes una espada.
 
Ness: Se la he pedido prestada a CiCi.
 
Zac: CiCi tiene una espada.
 
La cogió (era pesada), estudió la larga funda tallada.

Parecía antigua, pensó. No era una espada llena de joyas y elegante, sino antigua y... usada en batalla.
 
Zac: Qué barbaridad.
 
La desenvainó y su brillo y la pureza de sus líneas lo asombraron.

La han usado en alguna batalla, pensó de nuevo, al detectar varias muescas. Acero contra acero.
 
Zac: Menuda pasada. ¿Por qué tiene CiCi una espada?
 
Ness: Se la regalaron. No sé qué embajador. O a lo mejor fue Steven Tyler. También tiene una catana, y he pensado en traerla, pero tú eres estadounidense de los pies a la cabeza y una catana sería demasiado exótica.
 
Zac: Tiene una catana y una... ¿Esto es un sable?
 
Ness: No tengo ni idea. Desnúdate, jefe.
 
Aún con la espada entre las manos, lanzando una estocada lenta hacia la derecha y otra hacia la izquierda, porque era imposible no hacerlo, Zac la miró con el ceño fruncido.
 
Zac: Un hombre tendría que estar loco para blandir una espada estando desnudo.
 
Ness: Los celtas lo hacían.
 
Zac: Pero primero se volvieron locos.
 
Ness: Desnúdate -repitió sin piedad-. Ahí tienes una botella de vino por si necesitas valor.
 
Zac: Tal vez primero deberías darme detalles sobre los favores sexuales.
 
Ness: Entonces no sería una sorpresa, ¿verdad? No seas tímido. Repito, ya te he visto desnudo.
 
Zac: El perro no -replicó, pero soltó la espada para desvestirse y acabar de una vez-.
 
Ness: Ha sido todo un detalle comprarle un perrito de peluche al perro.
 
Zac: No he sido yo. Ha sido Donna. Ningún perro mío jugará con muñecos.
 
Ness: ¿No? Pues será mejor que se lo digas a él.
 
Ya sin camisa y con las manos en el botón de los vaqueros, Zac levantó la vista y descubrió al perro hecho un ovillo y con una pata sobre el muñeco de peluche cuya cara lamía con cariño.
 
Zac: Acaba de llegar y ya me está avergonzando.

Resopló con fuerza y se desnudó del todo.
 
Ness: Acércate más al fuego, la luz es bonita. Con la espada. Ponte mirando hacia la izquierda pero vuelto hacia mí desde la cintura. Vamos a probar a hacer un par en los que sujetes la espada por la empuñadura, con la punta hacia abajo. Puedes hablar.
 
Zac: No tengo palabras.
 
Ness: La isla está empezando a prepararse para la temporada.
 
De cháchara en pelotas. De cháchara en pelotas con una espada. Madre mía. Pero lo intentó.
 
Zac: Sí, hay mucha gente haciendo limpieza de primavera y dando manos de pintura.
 
Vanessa dirigió una conversación casual entreverada de instrucciones de que se girara o cambiase de postura.
 
Ness: Quiero que levantes la espada sobre el hombro izquierdo, como si fueras a asestar una estocada. Aguántala ahí un minuto.
 
Buenos dorsales, pensó ella, bíceps fuertes, un torso esbelto. La cicatriz que se abultaba sobre el músculo oblicuo derecho del abdomen, el dorsal y el deltoides añadía una prueba tangible de violencia.
 
Ness: Bájala un momento, sacúdela -se levantó, le sirvió un poco de vino-. Relájate.

Zac: ¿Hemos terminado?
 
Ness: Aún no. Quiero que vuelvas la cabeza, mira hacia la puerta. Imagina a tu enemigo en ella, cargando contra ti.
 
Zac: ¿Puede ser Darth Vader?
 
Ness: ¿No sería mejor Kylo Ren? Él mató a Han Solo, Vader fue incapaz.
 
Zac: Es importante que sepas todo eso. -Le tendió de nuevo la copa de vino-. Pero nadie supera a Vader en fuerza oscura.
 
Ness: Pues entonces Darth Vader, no se hable más -cogió la copa, la posó y volvió a su sillón-. Quiero que respires un par de veces y luego mires hacia la puerta. Ahí ves a Vader. Luego clava la vista en él y no la apartes, levanta la espada y aguanta esa postura. Mantén la mirada, la pose. Quiero que estés tenso, preparado para asestar el primer golpe. ¿Entendido?
 
Zac: Sí, sí.
 
Ness: Que sea auténtico. Créetelo, y parecerá auténtico. Cuando quieras.
 
Zac intentó obligarse a oír la espeluznante respiración de Vader y, cuando la tuvo en la cabeza, miró y alzó la espada.
 
Ness: Aguanta, aguanta así.
 
Perfecto, pensó Vanessa. El ángulo, los músculos de los glúteos, los tendones, los cuádriceps. La ondulación a lo largo de los hombros y los brazos. La tensión de la mandíbula y la espalda.
 
Ness: Lo tengo. Lo tengo -murmuró mientras lo plasmaba en el papel-. Tú solo mantén la pose. -Cogió el móvil e hizo tres fotos rápidas para respaldar el esbozo-. Ya está. Has derrotado al Imperio. Relájate.

Zac bajó la espada, destensó los hombros.
 
Zac: ¿Hemos terminado?
 
Ness: Tengo lo que necesito. Eres un modelo excelente.
 
Zac: Déjame ver.
 
Ness: No, no.
 
Vanessa cerró el cuaderno de bocetos de un manotazo.
 
Zac: Venga ya.
 
Ness: Quiero que veas la pieza terminada. Además... -se levantó y caminó hacia él-, ahora que hemos terminado la sesión, me estoy dando cuenta de que tengo a un hombre desnudo solo para mí.
 
Lo besó en la boca, le dio un mordisco juguetón en el labio inferior.
 
Zac: Cuidado con la espada.
 
Tras acariciarle el pecho y el vientre con una mano, Vanessa le preguntó:
 
Ness: ¿Con cuál de las dos?
 
Zac: Ja, ja.
 
Ness: Suelta la de metal. Esta noche hay luna llena. Para cuando termine contigo, le estarás aullando como un lobo.
 
Para cuando Vanessa terminó con él, Zac había decidido que si aquella era la escala salarial, a lo mejor se dedicaba a posar desnudo profesionalmente.
 

Se despertó grogui, desesperado por un café, y se acordó del perro cuando tropezó con él.
 
Zac: Lo siento. Yo me encargo -dijo cuando Vanessa murmuró algo-.
 
Zac se puso algo de ropa y sacó al perro por la puerta de la cocina, no sin antes coger una Coca-Cola, que era más rápido que hacerse un café.

Habría dado igual que no se diera tanta prisa, porque el perro se hizo caca en el patio antes de que pudiera llevarlo hacia el bosque.

Después de limpiarlo, volvió a entrar en casa, le puso la comida al idiota del perro y preparó café. Se lo tomó mientras el perro vaciaba el cuenco. Repitió la rutina del día anterior para administrarle el medicamento y subió a ducharse.

Se detuvo a medio camino cuando vio que al perro, una vez más, se le había quedado la cabeza atascada entre los barrotes.
 
Zac: Pero ¿qué problema tienes? ¿Es que eres tonto del culo?
 
Repitió las maniobras de colocación y recolocación de la cabeza e hizo subir al perro justo a tiempo para ver a Vanessa saliendo de la cama.
 
Zac: Le he puesto nombre al perro.
 
Ness: ¿Cómo se llama?
 
Zac: Tonto del Culo.
 
Ness: No vas a llamar a este perro tan bonito Tonto del Culo.
 
Zac: Le queda bien, y los nombres tienen que quedar bien. Podemos dejarlo en TC para abreviar.
 
Ness: Piénsatelo bien.
 
Zac: Se ha cagado y meado por todo el patio, y se le ha vuelto a quedar la cabeza atascada en la barandilla. ¿Cómo quieres que no lo llame Tonto del Culo?
 
Mientras Zac hablaba, el perro lo miraba fijamente con los ojos llenos de amor.
 
Ness: Al menos ha esperado hasta estar fuera. Deberías ponerle un nombre bonito. Como Chauncy.
 
Zac: Chauncy es un... -Se interrumpió antes de decir «nombre de mariquita»-. Nunca tendría un perro llamado Chauncy -se corrigió-. Necesito más café. Necesito una ducha. A la ducha, y tú te vienes conmigo. -Agarró a Vanessa de la mano-. Tú no -le dijo al perro-.
 
El sexo en la ducha lo puso de mejor humor.
 
 
Tras vestirse y tomarse su primera taza de café, Vanessa cogió su abrigo.
 
Ness: Tráete a Herman esta noche a casa de CiCi.
 
Zac: No voy a llamarlo Herman. Pero lo llevaré.
 
Ness: Vale. Pues luego te veo. -Besó a Zac-. Y a ti también, Raphael. -Besó al perro en el hocico-.
 
Zac: Tampoco va a llamarse Raphael.
 
Zac cogió las cosas del perro: las pastillas, las fundas, la comida, los juguetes para masticar y un par de galletas.
 
Zac: Nos vamos a trabajar. Ya es hora de que empieces a ganarte el sustento. -Salió con el perro y se detuvo al ver que empezaban a brotar cosas del suelo-. ¿Qué te parece? Ha llegado la primavera. Si me escarbas todo eso, te quedas sin galletas. Sube al coche.
 
El perro obedeció encantado y no tardó ni un segundo en chocarse de cabeza contra la ventanilla cerrada.
 
Zac: Ves, Tonto del Culo. Eres lo que eres. -A pesar del frío, bajó la ventanilla-. Supongo que si voy a llevarte al trabajo todos los días tendré que nombrarte ayudante. Eso te convierte en ayudante canino. ¿Lo entiendes?
 
El perro se limitó a sacar la cabeza por la ventanilla abierta.
 
Zac: ¿Es eso? Mis asombrosas habilidades detectivescas me llevan a la conclusión de que crees que los puñeteros barrotes de la barandilla son una ventana y que el viento va a sacudirte las orejas. Pues eso te convierte en un ayudante muy tonto.
 
Zac negó con la cabeza, salió marcha atrás del camino de entrada y giró hacia el pueblo. Tuvo un golpe de inspiración.
 
Zac: Un ayudante tonto pero adorable. Barney Fife, como el de El show de Andy Griffith, ¿no? Eso es. Te llamas Barney. Arreglado.
 
Daba la sensación de que a Barney le parecía todo bien siempre y cuando pudiera llevar la lengua colgando y las orejas al viento.

Zac abrió la comisaría y se dirigió a su despacho. Llenó el cuenco de agua de Barney y le dio uno de los palitos de masticar.
 
Zac: No hagas que me arrepienta de esto.
 
Fue a por una taza de café y oyó a Donna, que casi siempre llegaba la primera, entrar cuando él ya volvía a su escritorio para encender el ordenador.
 
Donna: ¿Piensas traer a ese perro todos los días?
 
Zac: He nombrado ayudante a Barney.
 
Donna: ¿Barney? -Puso los brazos en jarras-. ¿Como el dinosaurio morado de los dibujos?
 
Zac: No. Como Barney Fife. El ayudante Barney Fife.
 
Donna: ¿Esa serie no era anterior a tu época?
 
Zac: Es un clásico.
 
Donna: Eso no te lo discuto. Puedes dejar de mirarme con esa cara de susto -le dijo a Barney-. He recogido el correo al entrar.
 
Donna se acercó y dejó caer un montón de papeles encima de su escritorio.

El perro y ella intercambiaron otra mirada antes de que la mujer saliera.

Cuando Zac empezó a abrir el correo, le sonó el móvil. Era Suzanna Dorsey, una llamada de seguimiento. Le dio la información que le pedía y luego escuchó la respuesta de la mujer cuando le preguntó por el empeño del perro en hacer sus necesidades en los senderos y los patios.
 
Suzanna: Teniendo en cuenta el resto de la historia, yo diría que estuvo encerrado en una jaula la mayor parte del tiempo. Con suelo de hormigón. Solo conoce las superficies duras, pobrecito. Aprenderá, Zac, pero puede que tarde un tiempo.
 
Zac: Dejaré la pala a mano.
 
Cuando colgó, bajó la vista hacia Barney. Barney se la devolvió, se arrastró un poco más hacia él con aquella expresión de adoración confiada en la cara.
 
Zac: Trabajaremos en ello -le rascó la cabeza y volvió a centrarse en el correo-.
 
La carta enviada a su nombre a la dirección de la comisaría, con matasellos de Coral Gables, Florida, lo dejó petrificado.

Se puso un par de guantes de los de analizar escenas del crimen y sacó su navaja para abrir la solapa con cuidado. Extrajo la tarjeta de felicitación.
 
“¡¡¡FELICIDADES!!!” 

Las letras brillantes destellaban sobre coloridos estallidos de fuegos artificiales. La abrió con la punta de un dedo enguantado y leyó la leyenda impresa dentro.
 
“¡CELEBRÉMOSLO!” 

Había dibujado calaveras y huesos cruzados alrededor de las palabras, y luego había añadido un mensaje manuscrito.
 
“¡Has sobrevivido! Disfrútalo mientras puedas. No hemos terminado, pero tú lo estarás cuando vaya a por ti. 

Besos, 
Patricia 

P. D. Te envío un pequeño recuerdo del gran estado de Florida.” 

Cogió la bolsita de plástico sellada y estudió el mechón de pelo que contenía.

Sería, no le cabía duda, de Emily Devlon.
 
Zac: Muy bien, zorra, adelante. Has dejado que se convierta en algo personal, y eso es un error.
 
Cecil: Hola, jefe, se... -se interrumpió al ver el brillo gélido de los ojos de Zac-. Ah, puedo volver luego.
 
Zac: ¿Qué necesitas?
 
Cecil: Pensé que debía informarte de que en el Beach Shack estaban pintando y se les ha caído un bidón de pintura entero desde la escalera. Han salpicado un poco la tienda Joyas del Mar y a su dueña, Cheryl Riggs, que había salido a limpiar el escaparate. Está muy enfadada, jefe.
 
Zac: ¿Puedes ocuparte?
 
Cecil: Sí, bueno, venía de camino al trabajo cuando ha ocurrido, así que he hecho todo lo que he podido. También hay pintura por toda la acera. Pero la señorita Riggs quiere que vayas tú.
 
Zac: Dile que iré, pero antes tengo que ocuparme de algo.
 
Cecil: De acuerdo.
 
Zac: Hazlo en persona, Cecil. Bloquea la acera para que la gente no termine pisando la pintura fresca. Y que Donna se ponga en contacto con los de mantenimiento del pueblo para que limpien a fondo la acera.
 
Cecil: Sí, señor, jefe.
 
Zac: Y cierra la puerta, Cecil.
 
Había que encargarse de la pintura derramada y de los comerciantes enfadados, pensó Zac. Pero tendrían que esperar.

Con el móvil, sacó fotos de ambos lados del sobre y del frente, del interior y del reverso de la tarjeta. Y otra del mechón de pelo.

Luego sacó la tarjeta de visita de Xavier de su cajón e hizo la llamada.

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