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sábado, 9 de noviembre de 2019

Capítulo 13


Por segundo día consecutivo, mientras disfrutaba de su café matutino en el patio, CiCi observó a aquel hombre en la estrecha franja de playa que se extendía a sus pies.

Corría un poco, caminaba y volvía a correr, iba y venía durante una media hora y, a continuación, se encaramaba, despacio, a las rocas, donde se sentaba y contemplaba el mar.

Luego, como si antaño hubiera estado en forma y fuerte y se estuviese recuperando de una larga enfermedad, lo repetía todo antes de volver a cruzar la playa en dirección al carril bici que llevaba al pueblo.

Después del primer día, CiCi se había enterado de su nombre a través del agente inmobiliario que le había alquilado un bungaló. Una reserva de tres semanas en octubre, que se prolongaba hasta noviembre, no era algo inaudito en la isla, pero sí poco habitual.

Además, antes de averiguar su nombre, había hecho uso de sus prismáticos para verle bien la cara.

Guapo, pero delgado y demasiado pálido, con barba de varios días.

A ella le gustaban los hombres con algo de barba.

Lo había reconocido -se mantenía al tanto de la actualidad-, pero quería estar segura.

Así que CiCi sabía quién era el hombre, qué le había pasado y se preguntaba qué le pasaría por la cabeza mientras corría, caminaba, se sentaba.

Como quería averiguarlo, al tercer día de la rutina matutina, se maquilló, se ahuecó el pelo, que hacía poco que se había teñido de color ciruela oscuro, se puso unas mallas (seguía teniendo buenas piernas), una camiseta de manga larga y una chaqueta vaquera.

Y después de llenar dos tazas con tapa de café con leche y un toque de chocolate, bajó cuando él estaba sentado en las rocas.

El chico volvió la vista mientras CiCi empezaba a trepar para unirse a él y ganó puntos por levantarse de inmediato para agarrarla de la mano.

Con la mano izquierda, se fijó ella, y no sin una ligera mueca de dolor.
 
Cici: Buenos días -lo saludó al tiempo que le ofrecía una de las tazas-.
 
*: Gracias.
 
Cici: Hace una mañana perfecta para sentarse en las rocas y tomarse un café. Soy CiCi Lennon.
 
Zac: Zac Efron. Admiro su trabajo.
 
Cici: Entonces eres un hombre de buen gusto, además de estar de buen ver. Para serte del todo sincera, te he reconocido. Sé quién eres y qué te ha pasado. Pero no tenemos que hablar de ello.
 
Zac: Se lo agradezco.
 
Qué ojos más bonitos, pensó CiCi. De un azul tranquilo, la intensidad que se ocultaba tras ellos los dotaba de un poco de magia.
 
Cici: ¿Qué te ha traído a nuestra isla, Zac?
 
Zac: Quiero descansar un poco.
 
Cici: Es un buen lugar para descansar, sobre todo en la temporada tranquila.
 
Zac: Había venido unas cuantas veces en verano. Con mi familia cuando era pequeño, y con unos amigos cuando tuve edad para conducir. Pero hacía, madre mía, supongo que unos diez años que no la pisaba.
 
Cici: No ha cambiado mucho.
 
Zac: No, y resulta agradable. -Despacio, con cuidado, se volvió para mirar hacia atrás-. Recuerdo su casa, y que pensé en lo genial que sería vivir allí, con todas esas ventanas, ver el mar a todas horas, poder bajar directamente a esta pequeña playa.
 
Cici: Es genial. El único lugar adecuado para mí, al parecer. ¿Cuál es el tuyo?
 
Zac: Sigo buscándolo. De hecho, me dispararon cuando buscaba en el lugar equivocado. -Esbozó una sonrisa, rápida y fácil-. Así aprenderé. Me acordaba de otra casa de por aquí, y también sigue ahí. Me he acercado a propósito desde el pueblo para ver si aún estaba. Una casa de dos pisos con un pequeño mirador en el tejado. Podría decirse que es laberíntica, como la suya. Supongo que me gustan las casas laberínticas. No tiene tanto cristal, pero sí el suficiente. Revestimiento sellado de cedro un tanto avejentado. En la parte delantera, unos porches enormes en ambas plantas. Terrazas en la parte de atrás. Está como a horcajadas entre el bosque y el mar. Una playita de arena, mucho más pequeña que esta, y luego las rocas.
 
Cici: Esa es la casa de Barbara Ellen Dorchet. Justo al salir del pueblo, y un poco aislada. Los altramuces invaden el jardín en verano. ¿Había una camioneta roja delante?
 
Zac: Sí, y un Mercedes G-Wagen.
 
Cici: Es de su hijo. Ha venido a ayudarla a hacer algunos arreglos antes de que la ponga a la venta.
 
Zac: A la... ¿En serio?
 
CiCi, algo adivina, sonrió y bebió un sorbo de café con leche.
 
Cici: No es muy buen momento, no habrá mucha gente que busque una casa como esa en la isla a finales de otoño o en invierno, cuando esté lista para anunciarla. Pero perdió a su marido el año pasado y no le apetece seguir viviendo sola. Se mudará al sur. Su hijo se instaló en Atlanta hace unos doce años por trabajo. Tiene tres nietos allí, así que es donde quiere estar.
 
Zac: Va a vender la casa -dejó escapar una leve carcajada-. Llevo años buscando la casa ideal, y cuando llegué aquí y vi su casa, y la otra, me di cuenta de que son la razón por la que ninguna otra de las que he visto me ha hecho tilín.
 
Cici: Estabas buscando en el lugar equivocado. -Y añadió-: Deberías hacerle una oferta. No me costará mucho averiguar cuánto quiere por ella.
 
Zac: No tenía pensado... -Se quedó callado, bebió un poco de aquel excelente café con leche-. Esto es muy raro.
 
Cici: Soy fan de lo muy raro. Bueno, vamos, detective Macizo. Voy a prepararte el desayuno.
 
Zac: No tiene que... -Se interrumpió y la miró, el cabello llamativo, los asombrosos ojos-. ¿Suele invitar a hombres extraños a desayunar?
 
Cici: Solo a los que me interesan. Por lo general, te tocaría cocinar a ti, pero como no me he pasado la noche poniendo tu mundo patas arriba, yo haré las tortitas de arándanos.
 
Aquello arrancó una carcajada al muchacho, lo que le dio más puntos.
 
Zac: Sería estúpido si rechazara a una mujer hermosa y tortitas de arándanos al mismo tiempo. No soy estúpido.
 
Cici: Ya me había dado cuenta.
 
Zac: Déjeme ayudarla a bajar.
 
Bajó, protegiéndose el lado derecho, y volvió a esbozar una leve mueca de dolor justo antes de tender la mano izquierda para coger la de CiCi.
 
Cici: ¿Todavía te duele?
 
Zac: Me dan pinchazos, y sigo trabajando la amplitud de movimiento y reforzando los músculos. Hago fisioterapia, ejercicios, y voy y vengo dos veces por semana para las verdaderas sesiones de tortura.
 
Cici: Tienes que hacer yoga. Yo creo firmemente en el yoga, y en la holística. Pero empezaremos por las tortitas. ¿Qué te parecen unos bloody maries?
 
Zac: No se corte con el tabasco.
 
Cici: Oh, eres mi hombre. -Lo agarró de la mano izquierda y entrelazó su brazo con el de él-. Tomando prestada una frase, «Este es el comienzo de una hermosa amistad».
 
El interior de la casa resultó ser tan fascinante como el exterior. El color, la luz. Dios, las vistas.
 
Zac: Se parece a usted.
 
Cici: Vaya, vaya, qué listo eres.
 
Zac: No, lo digo en serio -caminaba de un lado a otro mirándolo todo-. Es audaz, hermosa y creativa. Y... -Se detuvo junto al busto, miraba Surgimiento maravillado-. Uau. Esto es... Uau.
 
Cici: El trabajo de mi nieta Vanessa. Sí, es uau.
 
Zac: Se percibe la victoria, la alegría de la victoria. ¿Es una descripción correcta?
 
Cici: Es una descripción excelente. Ella también estuvo en el centro comercial aquella noche. Mi Vanessa.
 
Zac: Lo sé. -No podía apartar la vista de la escultura, de la cara-. Vanessa Hudgens.
 
Cici: ¿La conoces?
 
Zac: ¿Eh? ¿Qué? Perdón. No. Solo... sigo la pista. Incluso antes de convertirme en policía. Necesitaba seguir la pista a la gente, cuando podía, a la gente que estuvo allí.
 
Cici: Ella también estuvo -acarició suavemente el busto con la mano antes de meterse en la cocina para preparar los cócteles-. Es la cara de la amiga que Vanessa perdió aquella noche, la cara que Vanessa imagina que tendría. Así que sí, victoria.
 
Zac: Fue la primera en llamar a emergencias, su nieta.
 
Cici: Sí que sigues la pista.
 
Zac: La policía que mató a Hobart, la primera que llegó a la escena, se convirtió en mi compañera cuando ascendí a detective. Ella es parte de la razón por la que me hice policía.
 
Cici: ¿No te parece que el mundo es un lugar fascinante, Zac? ¿Cómo cruza, entrelaza, separa, aparta? Ese chico destruyó a esa dulce chica, y era realmente dulce. Él destruyó todo su potencial. Vanessa la recuperó, triunfante, con su talento y el amor que sentía por nuestra Miley. Esa agente de policía responde a la llamada porque el destino la puso justo ahí y evita que ese chaval enfermo se lleve aún más vidas de las que ya se había llevado, y ayudó a Vanessa al comienzo de las terribles secuelas -se acercó, le entregó un bloody mary-. Esa misma agente de policía contacta contigo, y tú te conviertes en agente de policía. Soy algo adivina, y percibo que eres muy buen policía. Entonces la hermana enferma de ese chico enfermo mata e intenta matarte. Y aquí estás, en mi casa, un lugar que admirabas de niño. Creo que estabas predestinado a llegar aquí -entrechocó su copa con la de Zac-. Soy bastante decente como cocinera, pero mis tortitas son excepcionales. Así que prepárate para quedarte con la boca abierta.
 
Zac: Llevo con la boca abierta desde que se ha sentado a mi lado en las rocas.
 
Cici: Me caes bien. Ahora es un hecho absoluto e irreversible. Siéntate mientras mezclo la masa y cuéntamelo todo de tu vida sexual.
 
Zac: En este momento es inexistente.
 
Cici: Eso cambiará. Ejercicio, buena alimentación, yoga, meditación, una ingesta razonable de bebidas para adultos. Pasar una temporada en la isla y, desde luego, pasar tiempo conmigo. Recuperarás tu magnetismo personal.
 
Zac: Hoy es un comienzo estupendo.
 
CiCi sonrió.
 
Cici: Has alquilado el bungaló de Whistler.
 
El bloody mary estaba bien cargado, justo como a él le gustaba.
 
Zac: No se le escapa casi nada.
 
Cici: O nada en absoluto. La ubicación no es mala, pero la de esta casa es mejor. Después de desayunar, vuelve allí y haz las maletas. Puedes quedarte aquí.
 
Zac: Yo...
 
Cici: No te preocupes. No pienso hacerte un señora Robinson. Es tentador, pero esa actividad tienes que recuperarla con calma, no empezar con el crescendo. Hay una suite de invitados encima de mi estudio -continuó-. Solo dejo que se aloje en ella gente muy concreta. Dispondrás de unas vistas maravillosas, tendrás acceso a la playa y disfrutarás de mi increíble compañía. ¿Sabes cocinar?
 
Zac no podía dejar de mirarla. Tenía un tatuaje en forma de brazalete en la muñeca, un cristal morado con forma de lanza alrededor del cuello.
 
Zac: La verdad es que no... en absoluto.
 
Cici: Ah, bueno, tienes otras cualidades. Y además me harías un favor.
 
Zac: ¿Y eso?
 
Cici: Vanessa vive aquí y trabaja aquí la mayor parte del tiempo. Desde que se instaló, me he acostumbrado a que siempre haya alguien más rondando por la casa. Alguien simpático e interesante. Tú encajas. Vanessa se fue a Boston hace unos días y luego se irá a Nueva York. Haz un favor a una mujer solitaria. Prometo no seducirte.
 
Zac: Tal vez quiera que lo haga.
 
Cici: Qué encanto -le dedicó una sonrisa radiante mientras mezclaba la masa-. Pero créeme, Macizo, no serías capaz de soportarlo.
 
Era una fuerza de la naturaleza, decidió Zac. ¿Cómo si no iba a prepararle tortitas de arándanos (buenísimas) y a convencerlo para que se mudara a su habitación de invitados una mujer a la que acababa de conocer?

Una fuerza de la naturaleza, sin duda, ya que él nunca había creído en el amor a primera vista. Y en ese momento era víctima de él.

Deshizo las maletas. No tardó, ya que no se había llevado muchas cosas a la isla. Aún medio aturdido, echó un vistazo a la habitación que CiCi le había ofrecido con la misma facilidad con que cualquier otra persona le hubiera dado indicaciones para llegar a un bar.

Como el resto de la casa, como toda ella, era un estallido de color y estilo. Nada de cosas neutrales y seguras para CiCi Lennon, pensó el policía. Había optado por un púrpura oscuro e intenso en las paredes, y luego las había cubierto de obras de arte. No eran las típicas escenas de playa que cabría esperar, constató, sino estilizados desnudos integrales o casi integrales, masculinos y femeninos.

Lo impactó de manera especial el de una mujer que parecía estar despertando, alzaba una mano hacia el cielo, con una expresión astuta y cómplice en la cara y el florecer de unas alas apenas desplegadas en la espalda.

La cama, enorme y con dosel, era de un bronce resplandeciente y tenía zarcillos de enredaderas tallados en los postes. La colcha era un jardín de flores color púrpura diseminadas sobre un blanco brillante. Estaba atestada de cojines porque, según la experiencia de Zac, las mujeres mantenían una extraña relación de amor con los cojines. Los pies de las lámparas formaban el tipo de árboles que habría esperado ver en algún bosque mágico.

También disponía de una salita de estar con un pequeño sofá tapizado de un verde eléctrico como si se hubiera conectado el color a un enchufe, una mesa sujeta sobre un dragón encabritado -quizá la pareja del que descansaba en un pedestal de piedra y parecía a punto de escupir fuego- y un armario con los pies curvos y caras de seres fantásticos pintadas en los cajones.

Una habitación mágica, pensó mientras observaba con detenimiento el dragón y admiraba los detalles de las escamas, la expresión de poder apenas contenido en los ojos.

Pero, a pesar de todas sus maravillas, la habitación no llegaba ni a la suela de los zapatos, si es que la expresión podía utilizarse en ese caso, a las vistas. La bahía y el océano que se abría tras ella, los barcos, las rocas, el cielo, todos ellos eran elementos tan fundamentales de la habitación como la mágica mezcla de arte y color.

Zac no había ido a la isla en busca de aventuras, sino en busca de un tiempo apartado, un tiempo para pensar, para recargar fuerzas. Pero en una mañana había encontrado la forma de canalizar todo eso.

Primero se aseó. CiCi tampoco había escatimado en el baño, aunque Zac no utilizó los chorros corporales de la ducha, ya que sus costillas seguían resintiéndose.

Le había dicho que bajara a su estudio en cuanto se instalara, así que bajó los escalones pintados de color cayena y se dirigió a la puerta lateral del mismo color y flanqueada por gárgolas sonrientes.

Cuando llamó con los nudillos, CiCi gritó «Entra». Y entonces Zac entró en otro país de las maravillas.

Olía a pintura, aguarrás e incienso, con un ligero toque a marihuana. No era de extrañar, ya que sostenía un pincel en una mano y un porro en la otra. Llevaba un delantal de carnicero salpicado de pintura y aquel pelo increíble -más o menos del mismo color que las paredes de la habitación de invitados- recogido en un moño con lo que parecían unos palillos chinos con piedras preciosas.

Había materiales y utensilios de arte apilados en altas estanterías rojas. Sobre una larga mesa de trabajo, tan salpicada de pintura como el delantal, había aún más.

Los lienzos estaban apoyados y colgados por todas partes.

Lo cierto era que él no sabía mucho de arte, pero reconocía lo espectacular cuando se daba de bruces con ello.
 
Zac: Hala. Es como... Nada que hubiera visto antes.
 
Cici: Justo como me gusta. ¿Qué te ha parecido la habitación?
 
Zac: Es mágica.
 
CiCi, al oírlo, le dedicó una sonrisa resplandeciente de aprobación.
 
Cici: Tienes toda la razón del mundo.
 
Zac: Gracias no expresa ni por asomo lo que quiero decir. Me siento como si... Iba a decir que como si hubiera entrado en las páginas de un libro muy guay, pero... ¿Cómo lo diría? Como si hubiera entrado en una de estas pinturas.
 
Cici: Vamos a pasárnoslo muy bien aquí.
 
CiCi le tendió el porro y le arrancó una media sonrisa y un gesto de negación con la cabeza.
 
Zac: CiCi, soy policía.
 
Cici: Zac, soy una vieja hippie.
 
Zac: No tienes ni un puñetero pelo de vieja. -Se acercó a un cuadro y se quedó boquiabierto-. Esto es...
 
Cici: Los Stones, alrededor de 1971. Es solo una réplica. Mick compró el original. No es fácil decirle que no a Mick.
 
Zac: Apuesto a que sí. Ahora estoy a un solo grado de los Stones, joder.
 
Cici: ¿Eres fan de los Stones?
 
Zac: Sin duda. Conozco algunas de estas portadas de discos -añadió mientras seguía deambulando por el estudio-. Y de estos pósteres. ¡Yo tenía este póster de Janis Joplin!
 
Intrigada, CiCi dio una calada al porro.
 
Cici: Un poco anterior a ti, diría yo.
 
Zac: Joplin es atemporal.
 
Cici: Estamos hechos el uno para el otro -sentenció, que lo observaba mientras admiraba su trabajo y se frotaba el costado derecho con la parte interna de la mano-. ¿Es ahí donde recibiste el disparo? 
 
Zac dejó caer la mano.
 
Zac: Uno de ellos. Las costillas van curándose, pero todavía duelen de cojones.
 
Cici: ¿Tienes medicamentos?
 
Zac: Por ahora no los estoy tomando.
 
CiCi volvió a menear el porro.
 
Cici: Es orgánico.
 
Zac: Tal vez, pero el par de veces que lo probé en la universidad, después del viaje y el hambre canina, llegó una jaqueca que era como tener un taladro en la cabeza.
 
Cici: Es una pena. A mí me encantaban las drogas y las consumía todas. Y cuando digo todas quiero decir todas. No lo sabes hasta que lo pruebas, ¿no?
 
Zac: Sé que si salto al océano desde un acantilado voy a morir.
 
CiCi sonrió tras una leve neblina de humo.
 
Cici: ¿Y si una sirena te sacara y te cuidara hasta que recuperaras la salud?
 
Zac se echó a reír.
 
Zac: Ahí me has pillado.
 
Cici: Por si estás preocupado por el rollo de ser policía, mis drogas preferidas durante la última década o así han sido la hierba (dispongo de receta médica) y el alcohol. No tengo ningún alijo de sustancias ilegales por ahí.
 
Zac: Es bueno saberlo. Te dejaré volver al trabajo.
 
Cici: Antes de irte, dime qué opinas -señaló el lienzo del caballete que tenía delante-.
 
Zac se acercó, y el corazón le palpitó tres veces con fuerza.

La mujer estaba de pie en una especie de claro lleno de flores, mariposas y rayos de sol. Lo miraba con la cabeza vuelta por encima del hombro izquierdo, media sonrisa dibujada en los labios y en los ojos dorados.

Una enredadera sinuosa crecía desde el centro de su espalda y extendía las ramas sobre sus omóplatos.

La luz y el color la saturaban, pero era la expresión de sus ojos lo que lo hizo desear entrar en el lienzo e irse con ella.

A donde fuera.
 
Zac: Es... preciosa no es un adjetivo lo bastante fuerte. ¿Cautivadora?
 
Cici: Buena palabra.
 
Zac: Te preguntas a quién está esperando, a quién está mirando y por qué demonios tarda tanto esa persona. Porque ¿quién en su sano juicio no querría recorrer ese camino con ella?
 
Cici: ¿Sin importar adónde lleve?
 
Zac: Eso da igual. ¿Quién es?
 
Cici: ¿En este retrato? La tentación. En la realidad, mi nieta. Vanessa.
 
Zac: Tengo una foto suya en mis archivos, pero... -No había caído en la cuenta, no con tanta claridad-. Se parece a ti. Tiene tus ojos.
 
Cici: Es un buen cumplido, para los dos. Esa es Natalie, mi nieta menor.
 
Señaló otro lienzo.

Se fijo en que aquel tenía colores más suaves, casi pasteles, que complementaban un tipo de belleza diferente, un tipo de temperamento diferente. Princesa de cuento de hadas, decidió, con aquella tiara de piedras preciosas sobre el halo de cabello dorado. Los ojos eran de un azul tranquilo en un rostro encantador que irradiaba felicidad en lugar de poder, y la complexión esbelta envuelta en una larga túnica blanca lo bastante fina para insinuar el cuerpo que se ocultaba debajo.
 
Zac: Es adorable, y está mirando a alguien que la hace feliz.
 
Cici: Muy bien. Se trata de Harry el Guapo, su prometido. Voy a regalar el cuadro a Harry por Navidad. Si hubiera hecho un desnudo, ella jamás le habría dejado colgarlo, así que he cedido.
 
Zac: Las quieres mucho. Se nota.
 
Cici: Mis mayores tesoros. Voy a pedirte que poses para mí.
 
Zac: Ah, bueno, eh...
 
Cici: Te lo simplificaré. Es difícil decirle que no a Mick. Es igual de difícil decirle que no a CiCi.
 
Zac: Apuesto a que sí. -Dio un paso atrás-. Ya dejo de molestarte.
 
Cici: ¿Qué me dices de unos cócteles a las cinco?
 
Zac: Te digo que allí estaré.
 

CiCi no volvió a sacar el tema del posado en los dos días siguientes, un alivio. Cuando Zac regresó, agotado, de la fisioterapia, ella tenía a su acupunturista esperando. El joven se resistió -eran agujas, por el amor de Dios-, pero ella no lo había engañado.

Era difícil decir que no a CiCi.

Zac concluyó que se había quedado dormido durante la acupuntura porque la fisioterapia lo dejaba agotado y no por aquella cosa rara de las agujas y las velas de aromaterapia.

CiCi lo arrastró a hacer yoga al atardecer en la playa con un grupo de personas. Se sintió estúpido, incómodo, rígido... y estuvo a punto de quedarse frito durante la postura savasana.

No podía negar que se sentía más fuerte y con la mente más despejada después de la primera semana, pero para eso había ido a la isla. No discutió cuando llegó la siguiente sesión de acupuntura, y menos después de que ni su fisioterapeuta ni su amada Tinette la calificaran de chorrada, que era lo que él esperaba.

Cuando CiCi lo convenció para salir a dar un paseo en bicicleta, las costillas y el hombro lo maldijeron, aunque no con la fuerza de antes.

Hacía tiempo que el otoño estaba en su apogeo, pero a Zac le gustaba el aire a Halloween de los árboles desnudos, cómo se movían con el viento. Veía calabazas en los jardines, y algunas ya talladas en los porches. El viento transportaba ese aroma acre que desprende la tierra antes de echarse a dormir para el invierno.

CiCi detuvo la bicicleta delante de la otra casa que él había admirado de niño.

Las líneas de aquellos tejados, reflexionó, y la caprichosa moldura exterior, las cristaleras que daban paso a las terracitas extrañas, y aquellos porches dobles. Todo coronado por el encanto ridículo de un mirador.
 
Cici: El gris plateado le va bien. Y cuando los altramuces y el resto del jardín florecen, es el telón de fondo perfecto. Yo pintaría esos porches de color orquídea.
 
Zac: ¿Orquídea?
 
Cici: Bueno, es mi opinión. Cody los ha pintado de gris oscuro, igual que la moldura exterior, porque es más fácil de vender. No los culpo. Bueno, nos están esperando.
 
Zac: Ah, ¿sí?
 
Cici: Ayer llamé a Barbara Ellen.
 
Zac estudió la casa, se moría de ganas de verla. Negó con la cabeza.
 
Zac: CiCi, no puedo comprarme una casa en la isla. Los policías tienen que vivir donde trabajan.
 
Cici: Pero quieres verla, ¿no?
 
Zac: Sí, tengo muchas ganas. Es solo que no quiero causarles molestias.
 
Cici: Cody lleva semanas con su madre pisándole los talones. A ambos les irá bien distraerse.
 
En cuanto aparcaron las bicicletas, CiCi le agarró de la mano y lo llevó casi a rastras por el camino de baldosas.

Cruzó el porche que debería estar pintado de color orquídea, llamó a la puerta... y a continuación la abrió y entró.
 
Cici: ¡Barbara Ellen, Cody! Soy CiCi con mi amigo -gritó por encima del ruido de los martillazos que llegaba desde la escalera situada a la derecha del salón-.
 
El salón contaba con una chimenea de leña y con unos suelos de lamas anchas que imaginó que eran los originales, recién lijados y sellados. Se abría directamente a la cocina, una habitación que también debían de haberse esforzado mucho en modernizar. Una península, una isla para cocinar, encimeras -también habían elegido el gris para el granito- y, sin duda, armarios nuevos, todo en un blanco limpio y sencillo.

Zac no sabía por qué nadie que no fuera apasionado de la cocina necesitaba una cocina con seis fuegos o un horno doble, pero el aspecto era impresionante.
 
Cici: Adelante, date una vuelta. Volveré a llamarlos.
 
No pudo contenerse y se dirigió hacia la cocina, se fijó en la puerta doble de estilo granero, deslizó uno de los lados y la abrió. Estaba claro que no podía comprarse aquella casa, se recordó. No solo por las razones obvias, sino porque no era digno de una cocina con una despensa tan grande como para almacenar suministros suficientes para soportar una invasión alienígena.

¿Por qué habían puesto aquellas lámparas de bombillas desnudas sobre la península? Sentía verdadera debilidad por esas lámparas.

Se dio la vuelta al oír que alguien bajaba las escaleras sin parar de hablar.
 
Barbara: ¡CiCi! No te oía con tanto ruido. Cody está rehaciendo el armario de uno de los dormitorios. No sé qué haría sin él.
 
Era una mujer diminuta, y a Zac le recordó a un pájaro afanoso cuando dio un abrazo a CiCi y siguió hablando.
 
Barbara: Esta vez se quedará un mes entero. Y volverá en invierno para terminar, si es necesario, de forma que podamos poner la casa en venta en primavera. Todo el mundo dice que la primavera es la mejor época, aunque yo estaba decidida a sacarla al mercado antes de principios de año. Cuando Cody se vaya, me iré con él a su casa para empezar a buscar un sitio pequeño, tal vez un piso. No lo sé, solo sé que no quiero pasar aquí otro invierno sola.
 
Cici: Te echaremos de menos, Barbara Ellen. Ven a conocer a mi Zac.
 
Barbara: ¡Oh, claro, por supuesto! ¿Cómo estás? CiCi me ha hablado mucho de ti. -Puso su minúscula mano en la de Zac, alzó sus ojos marrones oscuros por encima de las gafas polvorientas y le sonrió-. Eres policía. Mi tío Albert era policía en Brooklyn, Nueva York. CiCi me ha dicho que recuerdas mi casa de cuando venías a la isla de niño.
 
Zac: Sí, señora.
 
Barbara: Bueno, ahora es muy distinta. Cody ha trabajado como una mula.
 
Zac: Está fantástica.
 
Barbara: Apenas la reconozco. Ya no es mi casa. Pero debo decir que la cocina es una delicia. Os traeré té y galletas.
 
Cici: No te molestes -le dio unas palmaditas en la mano-. Cody ha hecho un aseo de cortesía precioso bajo las escaleras, ¿no?
 
Barbara: Sí. Es muy manitas. Menos mal que lo tengo a él.
 
Sin dejar de cantar las alabanzas de Cody, Barbara Ellen -animada por CiCi- presumió de planta baja. Zac tuvo que plantar cara a las vistas del bosque, del mar. Con CiCi a la cabeza, subieron a la primera planta.

Cuatro puñeteros dormitorios, entre ellos una suite principal recién reformada. Chimenea de gas, vistas de escándalo, un baño adjunto casi tan grande como el dormitorio de su viejo estercolero.

Todo lo que había en aquella casa tiraba de él hacia la isla y lo empujaba contra su realidad. Conoció a Cody el manitas, charlaron un poco sobre construcción antes de que CiCi le hiciera gestos con la mano.
 
Cici: Sube al mirador.
 
Barbara: ¡Ah, sí, claro! Es la joya de la casa. Yo ya no subo. No me fío de esas escaleras tan estrechas, pero deberías subir a admirarlo.
 
Estrechas, sí, pero recias. Obra de Cody también, pensó Zac.

Entonces salió a la terraza redonda y ya no pudo pensar en absoluto.

Lo veía todo. El mar, los bosques, el pueblo, la increíble casa de CiCi hacia el oeste, el faro de fantasía hacia el este. El mundo, con todos sus colores y su belleza, se desplegaba para él como uno de los cuadros de CiCi.

Podría ser suya.

Ni una sola vez, se dijo, en ninguna de las casas que había recorrido, estudiado, considerado, había sentido no que pudiera ser suya o que debería ser suya, sino que ya lo era.
 
Zac: Joder, joder, joder. -Cuando, sin darse cuenta, se pasó una mano por el pelo, el hombro se le resintió-. Es una locura. Estoy loco. -Se frotó el hombro con aire distraído-. O quizá no. Mierda. Una inversión. ¿Qué tal así? La alquilo durante la temporada alta, la uso los fines de semana largos, en vacaciones fuera de temporada. ¿Qué hay de malo en eso? No puedo hacerlo. No puedo -murmuró mientras daba otro paseo en torno a la barandilla del mirador-. No puedo.

Cuando bajó, oyó que CiCi preguntaba a Cody lo que tenía pensado preguntar él.
 
Cody: Bueno, pues una vez que hayamos tirado abajo y rehecho el último baño de aquí arriba, que hayamos reformado el último dormitorio y que retoquemos algunos detalles más aquí y allá y algo de esto y aquello... Si le sumamos a todo una buena mano de pintura y un poco más de jardinería...
 
Dijo un precio que hizo que Zac se estremeciera. No porque estuviera fuera de su alcance, sino porque no estaba tan lejos de su alcance.
 
Barbara: Por supuesto -añadió con un atisbo de sonrisa dirigida a Zac-, si alguien la quisiera antes de que la pusiéramos a la venta, si nos ahorrara esos trámites, las comisiones, ajustaríamos el precio. ¿No, Cody?
 
Cody: Un poco, claro. Pero aún nos queda trabajo.
 
Zac: ¿Y si no lo hicieras? -se oyó preguntar, que supo que acababa de atarse una piedra a la pierna-. Es decir, si no tiraras el baño abajo, ni sumaras la jardinería, la pintura, el dormitorio. ¿Y si, digamos, terminaras lo que estás haciendo con el armario y ya no hicieras nada más?
 
Cody: Vaya -se sorbió la nariz y se frotó la barbilla-. Eso sería bastante distinto, ¿no?
 
Cuando Cody le dio otra cifra aproximada, Zac sintió el peso de la segunda piedra, por si no le bastaba con una.

No se comprometió, no se lo permitió a sí mismo. Tenía que hacer números, pensar bien qué significaría aquello para su vida. Si lo hacía, no podría permitirse una casa en Portland. Pero... no quería una casa en Portland.
 
Cici: La quieres -dijo cuando volvían a casa en bicicleta-.
 
Zac: Quiero muchas cosas que no puedo tener. Como a ti.
 
Cici: ¿Y si pudieras?
 
Zac: ¿Tenerte? Pedalea más rápido.
 
CiCi soltó una de sus gloriosas carcajadas.
 
Cici: Estoy loca por ti, Macizo. Antes has dicho, y estoy de acuerdo, que un policía vive donde trabaja.
 
Zac: Sí, es un escollo importante.
 
Cici: ¿Y si pudieras hacerlo? Me refiero a vivir y trabajar en la isla. El jefe Wickett está a punto de jubilarse. Aún no lo ha comunicado de manera oficial, pero a mí ya me lo ha dicho. Aguantará hasta febrero, tal vez marzo, así que se lo notificará al ayuntamiento el mes que viene. Para darles tiempo de buscarle un sustituto.



1 comentarios:

Caromi dijo...

Awww Zac, tiene que aceptar, sería el mejor
Además que si se queda en la. Isla tarde o temprano conocerá a Ness xD
Aunque ahora está ligandose a la abuela xD

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