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lunes, 18 de noviembre de 2019

Capítulo 16


Zac empezó la verdadera formación para el puesto de jefe de policía en enero. Sabía ser policía, ser investigador, interrogar a un sospechoso, a un testigo, a una víctima. Sabía construir un caso. Conocía las exigencias y las razones de los trámites, del papeleo. Comprendía el valor de las relaciones y las conexiones en la comunidad.

Sin embargo, no tenía tanta confianza en sus habilidades como administrador y jefe, ni con la política y, más en concreto, con la política de la isla. Y tenía clarísimo que llegaba al puesto como un forastero.

Hacía todo lo posible para contrarrestar el estatus de forastero. Caminaba o iba en bicicleta hasta el pueblo todas las mañanas, tomaba café y probaba la carta de desayunos del Sunrise Café, abierto todo el año de seis de la mañana a diez de la noche. Charlaba con camareras, tenderos, se compró su primera pala para la nieve en la ferretería del pueblo y, cuando en enero medio metro de blanco cubrió la isla, volvió e invirtió en un quitanieves.

Por sugerencia de CiCi, contrató a Jasper Mink para que se encargara de hacer los arreglos que habían quedado pendientes en la casa y que eran realmente necesarios.

Enseguida trabó amistad con aquel albañil que se parecía a Willie Nelson y llevaba camisetas de Def Leppard debajo de la camisa de franela.

Compraba en el mercado del pueblo, calentaba un taburete en Drink Up -el único bar que abría en invierno- y, en general, trataba de hacerse visible y accesible.

Aprendió cuál era el ritmo de la isla en invierno: lento, obsesionado con el clima, autosuficiente y orgulloso de serlo. Puso gran empeño en hablar con los bomberos voluntarios, los médicos de la zona... y lo enredaron para que se hiciera un chequeo.

Y en el dentista le pasó justo lo mismo.

Y como la política tenía que formar parte de su puesto, Zac asistió a su primera reunión en el ayuntamiento, escuchó quejas sobre el corte de electricidad en la parte sur de la isla durante la última tormenta, inquietudes sobre la erosión en el extremo norte. Le llamó la atención la desagradable discusión acerca del reciclaje obligatorio y aquellos -identificados en voz alta por sus nombres- que ignoraban la ordenanza de manera sistemática.

No esperaba tener que hacer nada especial, aparte de escuchar y tomar nota, así que, cuando la alcaldesa pronunció su nombre, sintió que se le encogía el estómago.
 
**: Ponte de pie, Zac, para que la gente pueda verte. La mayoría de ustedes saben, o deberían saber, que Zac ocupará el cargo de jefe de policía cuando Sam Wickett se retire dentro de un par de meses. Sube aquí, Zac, preséntate. Habla un poco sobre ti a la gente y explica por qué estás aquí.
 
Mierda, pensó, mierda, mierda, mierda. Advirtió el brillo en los ojos de Hildy. Era una alcaldesa perspicaz, conocía a su gente, sabía de política y no soportaba a los tontos.

Más le valía no hacer el ridículo en el ayuntamiento.

Se dirigió hacia la parte delantera de la sala, escudriñó las escasas decenas de caras de los que se habían tomado la molestia de asistir.
 
Zac: Soy Zac Efron, exdetective del departamento de policía de Portland.
 
*: ¿Por qué «ex»? -gritó alguien-. ¿Te despidieron?
 
Zac: No, señora. No creo que ni la alcaldesa Intz ni el ayuntamiento me hubieran ofrecido el trabajo si me hubieran despedido. Supongo que la mejor manera de explicarlo es que, como mucha gente de Portland a la que conozco, pasé un tiempo en la isla durante el verano. Me gustó esto.
 
***: El verano es una cosa -gritó otra persona-. El invierno es otra.
 
Zac: Ya me he dado cuenta. -Añadió una sonrisa a la réplica-. Le he comprado un quitanieves a Cyrus, el de Ferretería y Pinturas La Isla, y he aprendido a usarlo. Me compré una casa en la isla el otoño pasado, cuando pasé aquí un par de semanas, porque la recordaba de cuando era niño, y porque cuando volví a verla, cuando entré en ella, supe que era la definitiva. Llevaba tiempo buscando un hogar, y lo encontré en la isla, en esa casa.
 
*: La casa Dorchet es mucha casa para un hombre soltero.
 
Una mujer con el pelo gris acero recogido en una trenza lo miró con bastante incredulidad mientras continuaba tejiendo algo con una lana de color verde brillante.
 
Zac: Sí, señora. No paro de añadir muebles para que no se oiga el eco. Muchos de ustedes no me conocen, pero ya me estoy moviendo por aquí. El jefe Wickett me está enseñando cómo funciona todo y, cuando se vaya, continuaré con su política de puertas abiertas. Haré todo lo que pueda por ustedes. Ahora este es mi hogar. Ustedes son mis vecinos. Como jefe de policía, me he comprometido a servirlos y protegerlos, a ustedes y a esta isla. Y eso es lo que voy a hacer.
 
Hizo ademán de volver a su asiento, pero se detuvo cuando un tipo regordete y con barba grisácea se puso de pie en la primera fila.
 
#: Has intimado con CiCi Lennon, ¿no?
 
Zac: Si lo dice en un sentido romántico, solo puedo decirle una cosa: ojalá.
 
La respuesta provocó algunas risas y proporcionó a Zac tiempo suficiente para repasar sus archivos mentales e identificar al hombre que le había formulado la pregunta. John Pryor, recordó. Pasaba todo el año en la isla, era fontanero, propietario junto con su hermano de un par de alojamientos de temporada.
 
John: Me parece que no te habrían dado este trabajo si CiCi no hubiera presionado.
 
Hildy: Oiga, un minuto -comenzó a decir, pero Zac levantó la mano-.
 
Zac: No pasa nada, alcaldesa. Es una pregunta bastante justa. Es cierto que si CiCi no me lo hubiera dicho, no habría sabido que el puesto estaba vacante ni que la casa estaba en venta. Le agradezco que lo hiciera, porque así pude probar suerte en ambas cosas.
 
John: Te dispararon en Portland. Tal vez pienses que ser jefe de policía aquí resulta más fácil y seguro.
 
Se elevaron murmullos, casi todos de desaprobación, y la expresión de Pryor no hizo sino endurecerse.
 
Zac: No tiene nada que ver con que esto sea más fácil y seguro para mí, John. Tiene que ver con cumplir con mi deber, con encargarme de que las cosas sean fáciles y seguras para la gente que vive aquí, para la gente que viene a llenar los hoteles y los hostales durante la temporada de verano. Tú y tu hermano, se llama Mark, ¿no?, sois dueños de uno de esos hostales. Es un sitio bonito -agregó-. Si tenéis algún problema a partir de marzo, llamadme. Mientras tanto, si quieres hacerme alguna otra pregunta, podemos ir al Drink Up después de la reunión. Te invito a una cerveza.
 
Pryor no aceptó la cerveza, pero sí lo hicieron otros a lo largo del mes de enero, entre ellos cuatro de los ayudantes de Zac que trabajaban en la isla todo el año, la de la centralita y dos de los tres asistentes que solo trabajaban de junio a septiembre. El tercero pasaba seis semanas en Santa Lucía todos los inviernos.

Solo hubo una cerveza complicada, la que compartió con su única ayudante femenina. Matty Stevenson había servido cuatro años en el ejército y había trabajado tres años en el departamento de policía de Boston antes de regresar a la isla, donde había nacido. Había dedicado otros dieciocho meses a trabajar como cuidadora a tiempo completo de su madre, viuda, cuando a esta le diagnosticaron cáncer de mama, y después se convirtió en la primera mujer ayudante a tiempo completo de las fuerzas policiales de la isla. Llevaba nueve años en el puesto.

Su madre, que había superado el cáncer hacía nueve años, era la dueña y dependienta de una tienda de regalos de temporada en la isla.

Matty se sentó frente a él en un reservado; tenía el pelo corto, liso, rubio ceniciento y los ojos azules y duros. Llevaba una camisa de franela, unos pantalones de lana marrón y botas Wolverine.

Zac la había investigado, que era tanto como decir que había hablado con la gente y había leído su expediente. Así que sabía que, después de un matrimonio y divorcio feos, Matty había «hecho buenas migas» o «comenzado a ver» a John Pryor, soltero de toda la vida.

No le hizo falta ninguna investigación para darse cuenta de que Matty no estaba particularmente contenta con el nuevo jefe entrante.

Decidió hablar con claridad y sin rodeos.
 
Zac: Estás cabreada porque me han dado el puesto de jefe.
 
Matty: Te han traído de fuera. Llevo casi diez años en la policía de la isla. Ni siquiera me han preguntado si me interesaba el puesto.
 
Zac: Te lo estoy preguntando yo.
 
Matty: Ahora ya importa una mierda.
 
Zac: Te lo estoy preguntando yo. Aún no soy jefe.
 
Matty: Ya has firmado el contrato.
 
Zac: Sí. Sigo preguntándotelo. Tienes cuatro años de experiencia militar, unos cuantos más en la policía y llevas mucho tiempo en la isla. Es probable que estés más cualificada que yo.

Se recostó contra el asiento y cruzó los brazos sobre el pecho.
 
Matty: Estoy más cualificada.
 
Zac: ¿Por qué crees que no te han ofrecido el puesto?
 
Matty: Eres un hombre. Has recibido un par de disparos. Eres uno de los héroes del DownEast.
 
Zac se encogió de hombros.
 
Zac: Todo eso es cierto, salvo que la palabra «héroe» resulta ridícula para referirse a lo que pasó aquella noche. Tú has servido en Irak. Te concedieron el Corazón Púrpura. «Heroína» no resulta ridículo en ese caso. Soy un hombre. ¿Me estás diciendo que crees que te han pasado por alto porque tú no lo eres?
 
Matty abrió la boca. La cerró. Cogió la cerveza y bebió.
 
Matty: Me gustaría decir que sí. Me gustaría decirlo porque ni siquiera nos avisaron. Él ni siquiera nos comentó que planeaba retirarse hasta que el trato estaba cerrado. Fui a hablar con Hildy, se lo dije sin rodeos. Salí con su hermano cuando íbamos al instituto, maldita sea. -Bebió de nuevo-. Pero no puedo decir que sí porque no soy una mentirosa.
 
Zac: Entonces ¿por qué?
 
Matty: Ya sabes por qué.
 
Zac: No estoy en tu cabeza.
 
Matty: Tengo mal genio. Me expedientaron varias veces: en el ejército, en Boston y también aquí. No ha vuelto a ocurrir en los últimos dos años. No ha vuelto a ocurrir desde que me deshice del gilipollas con el que fui tan estúpida como para casarme. Ahora medito todas las puñeteras mañanas.
 
Zac contuvo una sonrisa y se limitó a asentir.
 
Zac: ¿Funciona?
 
Entonces fue Matty quien se encogió de hombros.
 
Matty. La mayoría de las veces.
 
Zac: Es bueno saberlo. A mí me da igual que lleves falda o pantalón.
 
Matty esbozó una sonrisa burlona.
 
Matty: Hace años que no me pongo una falda.
 
Zac: Me da igual. Aparte del jefe, que se va, llevas más tiempo trabajando como policía que cualquiera de los otros ayudantes. Necesitaré que estés de mi parte, y necesitaré que me des una oportunidad antes de que me encasilles como a un idiota de fuera de la isla.
 
Matty: ¿Y si llego a esa conclusión después de darte una oportunidad?
 
Zac: Entonces no duraré mucho como jefe.
 
Ella se lo pensó.
 
Matty: Me parece justo.
 
Zac: De acuerdo. Una cosa más. Si necesito un fontanero y llamo a John Pryor, ¿me hará alguna jugarreta?
 
Esta vez Matty soltó una carcajada.
 
Matty: No debería haberte fastidiado en la reunión.
 
Zac: No fue tanto fastidio.
 
Matty: No importa, no debería haberlo hecho. Nos hizo quedar a los dos como unos idiotas. Y meter a CiCi en medio lo hizo parecer todavía más idiota. La respuesta es no. Está demasiado orgulloso de su trabajo.
 
Zac: También es bueno saberlo.
 
 
Pensando en CiCi, se acercó a su casa en su siguiente día libre. No contestó a la puerta, así que Zac dio la vuelta, como hacía a menudo, hasta su estudio.

Vio las obras a través del cristal, pero no a la artista.

Sintió una ligera punzada de preocupación, y se dijo que no era más que el policía que llevaba dentro, que siempre se ponía en el peor de los casos; aun así, rodeó de nuevo la casa hacia el patio. Probaría con la puerta, pensó, entraría y la llamaría.

Entonces divisó a la mujer sentada en las rocas de la playa nevada.

Bajó disfrutando del azote del viento, del estruendo del mar y de su color. Era de un azul invierno tan duro como el cielo que se extendía sobre él.

Ella lo oyó y volvió la cabeza. Esa cara, pensó Zac. Ese golpe instantáneo en el pecho que me deja sin respiración.

Trepó y se sentó al lado de Vanessa.
 
Zac: Menudas vistas.
 
Ness: Mis favoritas.
 
Zac: Sí, también son mis preferidas.
 
Vanessa llevaba enrollada al cuello una bufanda de media docena de colores llamativos y un gorro de un azul intenso.

Tenía un aspecto vivaz, pensó Zac; estaba sencillamente increíble.
 
Ness: CiCi no está -lo informó-. Se ha ido un par de días a un spa con un amigo. Una decisión impulsiva, no lo tenían planeado.
 
Zac: Me ha extrañado que no abriera la puerta. Su coche está delante, y el tuyo.
 
Ness: La he llevado al ferri esta mañana. Su amigo la ha recogido al final del trayecto.
 
Zac: Un amigo, ¿no? -se golpeó el pecho-. Me ha roto el corazón.
 
Ness: Son amigos desde hace décadas. Y es gay.
 
Zac: Y renace la esperanza. -Guardó silencio un instante y disfrutó de la sonrisa de Vanessa-. ¿Te molesto?
 
Ness: No. Me he enterado de lo de la reunión de la otra noche. Al parecer, te defendiste bien.
 
Zac: La gente necesita tiempo para acostumbrarse a mí, para valorar si se me da fatal el trabajo o no.
 
Ness: No creo que se te dé fatal.
 
Zac: Se me dará bien, pero la gente necesita juzgarlo por sí misma.
 
Ness: A la mayoría de los isleños les caes bien. Eso tengo entendido.
 
Zac: Soy un tipo que cae bien. -Le dedicó una sonrisa para demostrárselo-. Puede que incluso llegue a ser afable. ¿Tú qué dices?
 
Ella se concentró de nuevo en el mar.
 
Ness: No creo que se me dé bien ser afable.
 
Zac: No, sobre mí. Hablemos de mí. ¿Soy un tipo que cae bien?
 
Vanessa se volvió hacia Zac y se lo quedó mirando con aquellos ojos de tigresa.
 
Ness: Es probable. La verdad es que no te conozco mucho.
 
Zac: Podría invitarte a cenar. Es noche de pastel de carne en el Sunrise, o podemos ir al Mama’s Pizza.
 
Ella negó con la cabeza.
 
Ness: Estoy descansando un rato, pero tengo pensado trabajar esta noche. -Aspiró una buena bocanada del viento que los azotaba-. El frío me está calando los huesos.
 
Cuando Vanessa se levantó, Zac bajó de las rocas y le tendió una mano.
 
Zac: Es por el pastel de carne, ¿verdad? -dijo, y aquello la hizo reír-.
 
Ness: Influye, pero de verdad que tengo pensado trabajar. Necesitaba un poco de aire. Un poco de... aireación mental.
 
Zac: De acuerdo, siempre y cuando el problema no sea que te he invitado a salir.
 
Esta vez Vanessa ladeó la cabeza, lo medio recorrió con la mirada.
 
Ness: No sé si es un problema o no, porque la verdad es que no te conozco. Y porque hace unos meses que opté por no salir con los de tu género.
 
Zac: Anda, yo también decidí no salir con las del tuyo. Apuesto a que ya nos toca.
 
Ness: ¿Por qué?
 
Zac: Porque -dijo mientras recorrían el basto camino que ambos habían abierto en los montones de nieve- en algún momento hay que romper el ayuno.

Ness: No, que por qué estás haciendo ayuno.
 
Zac: Ah. -Llegó a la conclusión de que, si seguía hablando con él, no estaba deseando quitárselo de encima (del todo)-. Bueno, me dispararon, tenía que rumiarlo y lloriquear un poco al respecto, así que me vine aquí, conocí a la impresionante CiCi, cambié mi vida. No he tenido mucho tiempo para compartir pasteles de carne con mujeres en este tiempo. ¿Y tú?
 
Ness: No estoy muy segura. Falta de interés. Puede que tenga algo que ver con la ZRV.
 
Zac: ¿La ZRV?
 
Ness: La Zona de Rumia de Vanessa. A veces vivo en ella. Pero diría que sobre todo ha sido por falta de interés.
 
Zac: Aparte de afable también puedo ser interesante -empezó a subir los escalones de la playa con ella-. Podría quitar la nieve de aquí.
 
Ness: Esa afabilidad... Te lo agradezco, pero de todas formas esta noche caerán unos cuantos centímetros más.
 
Zac: ¿Tienes todo lo necesario por si cae más? Comida, bebida... Lo siento -dijo cuando le pitó el teléfono-. Tengo que pasar por el... -Guardó silencio, leyó el mensaje de texto-. Eh, tengo que acercarme al mercado de todos modos, así que...
 
Ness: ¿Qué ha pasado? Se me dan bien las caras -dijo cuando llegaron al patio-. Te sale muy bien lo de poner cara de póquer, o puede que sea cara de poli, pero te ha fallado un segundo. ¿Tu familia está bien?
 
Zac: Sí. No es nada de eso.
 
Ness: Se me dan bien las caras. Deberías entrar, tomarte un café -cruzó el patio y abrió la puerta-. CiCi insistiría, y se llevaría una decepción si yo no lo hiciera.
 
Zac: Me sentará bien un café.

Se sacudió las botas, entró en la casa, sintió el calor.

Vanessa primero encendió el fuego, luego se quitó el abrigo, el sombrero, la bufanda, los guantes y se dirigió a la cafetera.
 
Ness: ¿Normal o elaborado?
 
Zac: Solo.
 
Ness: Un hombre varonil -mantuvo el tono ligero-. Yo suelo tomar café con leche. Trabajé en una cafetería de mierda cuando llegué a Nueva York. Pero hacíamos un café con leche excelente.
 
Zac: Te disgusté la noche de la fiesta. Tu amiga me dijo que no, pero...
 
Ness: Ash tenía razón, como siempre. No me disgustaste. Estaba pensando en algo, y tú me hiciste pensar aún más. Fui brusca, pero porque estaba metida en mi cabeza.
 
Zac: ¿La ZRV?
 
Se le curvaron los labios y se encogió de hombros.
 
Ness: Puede que justo al otro lado de la frontera. -Mientras espumaba la leche para su café, lo miró por encima del hombro. No se había quitado el abrigo-. El teléfono. Tiene algo que ver con aquello. Con lo del DownEast.

Zac: ¿Eres algo adivina, como CiCi?
 
Ness: No. Es una suposición lógica. Deberías contármelo. -Se dio la vuelta para terminar los cafés-. No hace mucho tiempo me habría asegurado de que no lo hicieras. De que no pudieras. Ahora me gustaría que me lo explicaras.
 
Zac se quitó el abrigo, pero no dijo nada cuando le sirvió el café.
 
Ness: Sentémonos -señaló el sofá situado frente al fuego-. Eres la primera persona a la que invito a entrar en casa y le preparo café desde hace... No recuerdo haberlo hecho nunca. Me pregunto por qué será. No creo que sea cosa de tu famosa afabilidad.
 
Zac: No quiero que sea por el trauma compartido.
 
Ness: Pero en parte tiene que ser por eso, ¿no? Si no han experimentado lo mismo que nosotros, nadie puede saber lo que es. Durante años lo he bloqueado. No ves si no miras, no oyes si no escuchas. ¿Quieres saber por qué empecé a mirar y escuchar de nuevo?
 
Zac: Sí.
 
Vanessa cambió de postura y se sentó con las piernas cruzadas en el sofá.
 
Ness: Me encontré con mi archienemiga del instituto. Era rubia, guapa y tenía pecho. Yo era morena, desgarbada y del montón.

Zac: Tú nunca has sido del montón.
 
Ness: Eso es lo que vi en el espejo del baño aquella noche. Pensé: ¿Por qué no puedo ser guapa, como Tiffany? Ella había entrado en el cine con el chico que acababa de dejarme por ella porque yo no estaba preparada para acostarme con él. Desengaño, humillación, y con la intensidad que solo puede sentirse a esa edad. Tremendo. Entonces sucedió. El chico que me había dejado estaba muerto. A Tiffany le dispararon en aquella cara joven y preciosa. Ahora, años después, se enfrenta a mí... en otro baño, ironías del destino. Me dijo cosas muy feas y, por alguna razón, esos pocos minutos de fealdad me hicieron empezar a mirar y a escuchar. No por ella. Por mí.
 
Zac: Yo era incapaz de dejar de mirar y escuchar. No creo que fuera una obsesión, pero sí lo convertí en una misión. Seguía todas las historias, reunía archivos. Nunca me cuadró del todo, era como si no estuviera completo. Apenas sumaban un cerebro entre los tres, y el único que tenía algo de cerebro ¿por qué no fue a por la chica a la que culpaba de fastidiarle la vida? Tenía que haber algo más, y yo quería saber qué era.
 
Ness: Y tenías razón. Ese «más» resultó ser Patricia Hobart.
 
Zac: Sí. Todo cobró sentido, encajó de una manera enfermiza y retorcida, una vez que registramos... registraron -se corrigió- lo que tuvo que dejar atrás cuando huyó a toda velocidad. Patricia tenía unos quince años en el momento del tiroteo del DownEast. Ya era una psicópata, e inteligente. Muy inteligente para tener quince años. Lo bastante inteligente para ocultar su naturaleza. Pero antes de que me disparara, antes de que las cosas cobraran ese sentido enfermizo y retorcido, yo lo seguía todo. Y Sarah también. Una de las formas en que lo hacíamos era recibiendo alertas cada vez que muere alguien que estuvo allí aquella noche. Por cualquier razón.
 
Entonces Vanessa entendió la expresión de la cara de Zac durante aquel breve instante.
 
Ness: ¿Quién ha muerto?
 
Zac: Era un guardia de seguridad del centro comercial. Le pegaron un par de tiros aquella noche. Volvió al trabajo cuando se recuperó. Muy buen tipo.
 
Ness: ¿Lo ha...? ¿Lo ha matado ella?
 
Zac: Diría que sí. No hay pruebas, todavía no. Y es una buena asesina -agregó al levantarse para caminar de un lado a otro-. Muy buena. Ha estado desaparecida desde que me disparó. Ni una puñetera pista. Ahora Robert Kofax está muerto porque ella le echó veneno en la bebida en una playa de las Bermudas.
 
Ness: ¿De las Bermudas?
 
Zac: No sé qué hacía Kofax allí. Lo averiguaré. Acabo de recibir la alerta: su nombre y CDM, causa de la muerte. Hobart ha encontrado la manera de matarlo -continuó-, porque esa es su misión.
 
Ness: ¿Está matando a los supervivientes? No tiene sentido.
 
Zac: Está terminando lo que empezó... Porque entre lo que dejó atrás hay pruebas suficientes para demostrar que lo empezó ella. Ella lo planeó, pero no había acabado de hacerlo y su hermano se impacientó. O esa es mi teoría, al menos.
 
Vanessa perdió parte del color que el frío le había insuflado en las mejillas.
 
Ness: Ash es una de las supervivientes. Mi madre, mi hermana. Yo. Tú.
 
Zac: Ash recibió cierta atención de la prensa, pero no concedió ninguna entrevista, igual que tú. Tu familia no salió mucho en los medios. Creo que va detrás de los que han aparecido con frecuencia en la prensa. Pero tú y yo... llamamos a emergencias. Hicimos la primera y la segunda llamada. Deberías tener cuidado, y ten por seguro que yo no bajaré la guardia.
 
La ansiedad revolvió el estómago de Vanessa.
 
Ness: La isla se pone hasta la bandera en verano. Excursionistas, veraneantes, trabajadores de temporada.
 
Zac: Voy a ser el jefe de policía. Todos los policías y miembros de los servicios de primera respuesta tendrán su foto. La pegaré en todas las tiendas, restaurantes y hoteles. En el ferri. No estoy diciendo que no vaya a intentar llegar aquí, pero creo que, por ahora, va tras objetivos más fáciles. Y si intenta venir, será para acabar conmigo primero. Yo le pegué un tiro a esa pécora.
 
En ese momento no parecía afable, pensó Vanessa. Parecía duro, fuerte y muy muy capaz.
 
Ness: Creo que me apetece algo más fuerte que el café -se levantó-. ¿Y a ti?
 
Zac: No te diré que no.
 
La joven se decantó por el vino, un tinto con mucho cuerpo, y sirvió dos copas generosas.
 
Zac: Ahora no solo te he disgustado, sino que también te he asustado.
 
Ness: No lo creo. No sé muy bien cómo me siento. Inquieta, desde luego. No soy valiente. No fui valiente aquella noche.
 
Zac: En eso te equivocas. No saliste corriendo y gritando, y no tendrías de qué avergonzarte si lo hubieras hecho. Pero, en cualquier caso, hiciste lo más inteligente. Te escondiste y pediste ayuda. He oído la llamada al nueve uno uno. No perdiste los nervios. Eso es valentía.
 
Ness: No me sentí valiente en aquel momento, y no he vuelto a sentirme valiente desde entonces. Pero... Sube a mi estudio. Quiero enseñarte una cosa.
 
Zac: ¿Tu desnudo?
 
Ella sonrió, se sintió menos nerviosa.
 
Ness: Ni por asomo.
 
Zac: Nunca acierto con las artistas guapas de esta casa. Tengo que cambiar de táctica. -No obstante, subió con ella-. Puedo hacer que una agente pase esta noche aquí si estás preocupada.

Ness: No, pero gracias. Siempre me he sentido a salvo en esta casa. Esa mujer no volverá a convertirme en víctima. Conozco a sus víctimas.
 
En el estudio, Zac vio decenas y decenas de bocetos clavados en tablones.

Él también las conocía.

Conocía las caras, las pocas que ella había creado con arcilla.
 
Ness: Empecé con ella. Tiffany -levantó el pequeño busto-. La hice antes. -Giró el busto-. Y después. Pensé que sería como una especie de purga para mí. Pero resultó no ser así. Y tú eres una de las razones.
 
Él la observaba fascinado.
 
Zac: Ah, ¿sí?
 
Ness: La noche de la fiesta había hablado con Ash aquí arriba, le había enseñado estas dos caras. Después hablé contigo. Más bien, te escuché. Y desde entonces... Tiffany sobrevivió -volvió a posar el busto-. Pero no siente agradecimiento por ello. Yo tampoco lo había mostrado, no de verdad. Darme cuenta de eso fue un golpe. Yo sobreviví y, en lugar de estar agradecida, me dediqué a fingir que nunca había ocurrido. ¿Qué dice eso de los que murieron? ¿Estaba diciendo que nunca existieron? -Dio un trago largo-. «Prueba de vida», dijiste aquella noche sobre Surgimiento. Sobre Miley. Me impactó, diste en el puñetero clavo. Así que, a mi manera, supongo, estoy dándoles a todos una prueba de vida.

Entonces Zac la miró a la cara, no solo porque eso hacía que se le acelerara el corazón, no solo porque le disparaba el pulso, sino porque sentía una especie de temor reverencial y respeto.
 
Zac: Eso es ser valiente.
 
Vanessa cerró los ojos un momento.

Ness: Dios. Eso espero.
 
Zac se acercó a la estantería y levantó uno de los bustos con sumo cuidado.
 
Zac: La conocía. Britt, Brittany Snow. Joder, qué guapa era. Estaba colado por ella.
 
Ness: Vaya. Estabas enamorado.
 
Zac: No, pero me gustaba mucho. -Pensó en el quiosco, la sangre, el cadáver. Y observó la cara, joven, encantadora, casi coqueta-. Hablo con su madre un par de veces al año. Esto significará mucho para la madre de Britt.
 
Ness: Quiero crear un monumento conmemorativo con todas sus caras. La gente no debería olvidar quiénes eran, qué les pasó. Podrías colaborar.
 
Zac: ¿Cómo?
 
Ness: Quiero incluir a las personas que han muerto desde entonces, por culpa de aquella noche o por culpa de Patricia Hobart. Podrías ayudarme.
 
Zac: Sí. -Devolvió el busto en la estantería-. Te ayudaré. ¿Qué harás con él cuando termines?
 
Ness: Me llevará meses... Incluso más. Tendré que tomarme un descanso o no veré ni oiré con claridad. Pero ahí espero que mi padre pueda echarme una mano. Es abogado y tiene muchos contactos. Y, por supuesto, también está CiCi. Me gustaría hacer moldes, fundirlos en bronce y colocar el monumento en un parque.
 
Zac: Quizá yo también pueda ayudarte con eso.
 
Ness: ¿Cómo?
 
Zac: Hablo con algunos familiares y supervivientes de vez en cuando. Como la madre de Britt, por ejemplo. Quizá entre todos podamos ayudarte a poner las cosas en marcha cuando estés preparada.
 
Ella asintió, despacio.
 
Ness: ¿Una petición por parte de supervivientes y seres queridos? Difícil de rechazar. Es posible que algunos no quieran esto.
 
Zac: Se equivocarían, así que...
 
Zac dejó su copa, se acercó a ella. Le tomó la cara entre las manos y vio los cálculos que estaban haciendo aquellos preciosos ojos. La besó, con suavidad, despacio. Sin exigencias, sin presión. Y sintió, albergó la esperanza de sentir, que ella cedía solo un poco antes de que él se apartara de nuevo.
 
Zac: Cambio de táctica.
 
Ness: Ha sido interesante.
 
Zac: Te lo dije. Me voy, a por mi triste y solitario pastel de carne. Ya nos veremos por ahí.
 
Ness: No salgo mucho por ahí -contestó cuando él ya se marchaba-.
 
Zac: No pasa nada. Yo sí. -Se detuvo en la puerta y se volvió solo un momento-. Tengo que decirte una cosa más. Eres la mujer más guapa que he visto en mi puñetera vida.
 
Vanessa se echó a reír, le había hecho verdadera gracia.
 
Ness: Ni de lejos.
 
Zac: Te equivocas otra vez. Nadie sabe mejor que yo lo que he visto en mi vida. CiCi tiene mi número apuntado en alguna parte. Si necesitas algo, llámame.
 
Vanessa frunció el ceño cuando Zac salió, y así siguió mientras oía las pisadas de sus botas en las escaleras. Bebió más vino; luego vertió en su copa lo que había quedado en la de él y bebió un poco más.

Sí que era interesante, pensó. Y mostraba y ocultaba la afabilidad con una facilidad pasmosa. Le daba la sensación de que podía ser peligroso, y eso lo hacía aún más interesante.

Además, sabía besar de esa manera que no hacía sino dar un empujoncito a la puerta, abrirla solo una rendija.

Tendría que pensar en ello.

Y sobre todo, Zac había mirado su obra y había visto lo que ella necesitaba darle, lo que necesitaba sacar de ella.

Y lo había entendido.


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