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viernes, 15 de noviembre de 2019

Capítulo 15


Vanessa no lograba olvidar la cara de Tiffany, ni la de antes ni la de ahora.

No lograba olvidar la arrogancia de entonces ni la ira de ahora. La atormentaban aquellas dos caras de la misma moneda: la arrogancia de la joven que tenía su propia belleza en alta estima y la ira de la mujer que creía haberla perdido.

Mientras trabajaba, aquellas caras daban vueltas en su cabeza.

No había vuelto a entrar en el centro comercial DownEast ni en ningún otro. No había vuelto a ir al cine. Había hecho todo lo posible por desterrar de su pensamiento aquella noche y todo lo que la rodeaba. Por desterrarla de su vida.

Y en ese momento, con aquel único encuentro, con aquellas dos caras jugueteando en su cabeza, aquella noche y todo lo que la rodeaba la habían invadido.

Como era incapaz de apartarlo de su mente, lo convirtió en un proyecto. Dibujó de memoria la cara de Tiffany a los dieciséis años: los rasgos bien equilibrados, la belleza segura y floreciente, el peinado perfecto.

Luego dibujó el ahora, la mujer que se había enfrentado a ella en el club: las cicatrices, la leve caída del ojo izquierdo, el labio levantado, la oreja izquierda reconstruida.

Tenía defectos, se dijo mientras estudiaba las dos caras, defectos visibles. Pero ni mucho menos era monstruosa. De hecho, como artista, Vanessa encontraba la segunda cara más interesante.

Pero... ¿y si la ira la provocaba el hecho de que recordaba aquella noche cada vez que se miraba en el espejo? La asaltaba de nuevo el horror. En lugar de poder apartarlo y seguir adelante, los resultados de aquella única noche vivían en la cara del espejo.

¿No se necesitarían una fuerza y una determinación muy particulares para enfrentarse a algo así y seguir adelante?

¿Cómo podía criticarla? ¿Cómo podía despreciar esa furia y ese resentimiento cuando ella se había negado a enfrentarse a los suyos? Se había limitado a aislarlos.

Se levantó y se acercó a la ventana. Fuera la nieve caía con suavidad de un cielo gris y malhumorado y se acumulaba en blandos montículos sobre las rocas. El mar se confundía con el cielo, y el invierno lo bloqueaba todo menos ese mar, ese cielo.

La paz y la tranquilidad, la soledad del invierno en la isla, se extendían ante ella.

El caos y la fealdad de aquella lejana noche de verano la acechaban detrás.

Oyó la voz de Tiffany en su cabeza.

«Tú saliste sin un solo rasguño.»

Ness: No. No, no es cierto. Así que...
 
Respiró hondo y se dio la vuelta.

Escogió los utensilios y la arcilla.

A media escala, pensó mientras extendía un lienzo y empezaba a estirar la arcilla para formar un rectángulo. Podía parar cuando quisiera, se dijo a sí misma. O cambiar de plan. Pero si quería sacarse esas caras de la cabeza, tal vez necesitara convertirlas en realidad.

Recortó los bordes del bloque de arcilla y luego la enrolló y la transformó en un cilindro. Una vez en posición vertical, alisó las paredes con las manos. Cortó los ángulos, marcó, superpuso, unió, comprimió las junturas, creó el vacío.

Lo práctico, lo técnico, era lo primero, sentaba las bases.

Trazó el contorno de la cara con una punta redondeada y comprobó las proporciones. Comenzó a darle forma con las manos. Para las cuencas de los ojos, la frente y la nariz, añadió arcilla; la presionó desde el interior del cilindro para crear las mejillas, los pómulos y el mentón.

Lo veía tal como lo sentían sus manos. Un rostro femenino... uno cualquiera todavía.

Depresiones, hendiduras, montículos.

Sin dejar de pensar en el antes, en el ahora, en la arrogancia, en el resentimiento, dio la vuelta a la arcilla para hacer lo mismo en el lado opuesto.

Los dos lados, pensó, de una vida.

A continuación la bóveda de la cabeza; dobló los bordes, comprimió, añadió una hendidura hasta dejar una abertura con el ancho justo de su mano.

Estudió la obra -sí, simple, básica, tosca- y dejó que la arcilla se endureciera un poco antes de practicar un corte en forma de balón de fútbol a cada lado. La transición del cuello al cráneo.

Volvió al frente y se tomó su tiempo para crear la barbilla y el cuello. Repitió el proceso en la parte de atrás, donde agregó los sutiles cambios de las lesiones y los años.

Se levantó de nuevo y rodeó la mesa de trabajo mientras analizaba las rudimentarias caras, los bocetos.

Se sentó y se lanzó a usar el pulgar para reducir la depresión de la cuenca del ojo izquierdo.
 
Ness: Allá voy -murmuró, y empezó a estirar una pequeña bola de arcilla-. No sé qué intento demostrar, pero allá voy.
 
Los ojos, las comisuras, los párpados... los estructuró con los dedos y los utensilios.

Como solía hacer, fue saltando de un rasgo a otro; bosquejaba los ojos, pasaba a la nariz, la barbilla, las orejas y volvía a empezar. Iba cambiando, según se lo exigían la cabeza y las manos, de una cara a la otra.

La boca, perfecta en el antes y con ese toque petulante. En el ahora, la comisura levantada... No era una sonrisa, pensó; añadía arcilla y la marcaba con un utensilio de borde cuadrado, la apretaba con el pulgar, con los dedos. Tenía defectos, sí, los tenía, pero lo que endurecía aquellos labios era el resentimiento.

La nieve caía mientras ella trabajaba en silencio. Esta vez sin música, sin ambiente. Solo la arcilla que cedía bajo sus manos, que construía, formaba.

Lo sintió, tan real como la vida misma, incluso antes de regresar a los ojos. La anatomía, por supuesto, con los pliegues, las bolsas bajo los ojos, las arrugas; pero siempre era la vida que contenían, las expresiones que abrían las ventanas. Los pensamientos y los sentimientos de un único momento, o de toda una vida, podían surgir a través de los ojos.

Y allí, en el rostro de una adolescente encantadora, los ojos resplandecían con una seguridad... rayana en la arrogancia. Los ojos reflejaban no solo el horror y el miedo de una noche, sino sus consecuencias en la cara, la mente y el corazón de una mujer que había sobrevivido a ella.
 

Y mientras Vanessa trabajaba, Patricia Hobart hacía lo propio.

La nieve también caía al otro lado de su ventana cuando se puso a estudiar a otra persona que había sobrevivido.

Ya estaba harta de Toronto, quería cambiar de aires, de lugar. Bob Kofax le ofrecía la oportunidad de hacerlo.

Aquella gran noche, Bob era uno de los guardias de seguridad del centro comercial y había sobrevivido a dos heridas de bala. Su historia, su supervivencia, le había granjeado más atención en los medios de comunicación de la que Patricia consideraba apropiada. Y por si fuera poco, Bob continuaba, en opinión de Hobart, alimentándose de la desgracia de su hermano, pues seguía trabajando en el centro comercial.

¡Menuda afrenta!

Al parecer Bob consideraba que el hecho de que hubiera sobrevivido era un mensaje de un poder superior, un mensaje que le decía que debía aprovechar al máximo el regalo de la vida, ayudar a los necesitados y comenzar y terminar cada día con gratitud.

Ella sabía todo eso porque Bob lo decía en su página de Facebook.

Como parte de ese aprovechar al máximo la vida, iba a celebrar su quincuagésimo cumpleaños con su esposa y sus dos hijos, uno de los cuales era gay y estaba «casado» con otro gay, lo que ofendía a Patricia hasta lo más profundo de su ser. Y por si eso fuera poco, habían adoptado a un niño asiático. Al menos su otro hijo estaba casado con una mujer de verdad y tenía un par de hijos de verdad.

Toda la puñetera familia planeaba celebrar la gran juerga con una semana de diversión y sol en las Bermudas.

Sus distintas páginas de Facebook contenían todos los detalles que Patricia necesitaba, incluido, ¡por el amor de Dios!, un reloj con la cuenta atrás.

Bob cumplía cincuenta años el 19 de enero.

Tras pensarlo un poco, Patricia eligió su identidad y su aspecto, y reservó un vuelo y una habitación de lujo en el mismo complejo de vacaciones.

Y a continuación pasó a la parte divertida: planear las mejores formas de asesinar a Bob antes de que soplara las cincuenta velas.
 
Dos días antes de Navidad, la casa de CiCi se iluminó para las fiestas. Brillaba lo suficiente para que, en una noche clara, su resplandor llegara hasta el continente. Del árbol colgaban ejércitos de Papás Noel, criaturas mitológicas, dioses, diosas y bolas pintadas a mano.

El fuego crepitaba alegremente. Al atardecer, encendió las decenas de velas del interior y los farolillos de cristal del exterior mientras los del catering preparaban el banquete para su fiesta navideña anual.

La Nochebuena era para Vanessa y para ella, y el día de Navidad, para la familia. Pero aquella noche era para la isla, y era una de sus favoritas del año.

Cuando abrió la puerta a Ash la embargó la alegría.
 
Cici: Feliz todo lo que se te ocurra.

Estrechó a Ash en un fuerte abrazo antes de ayudarla con las maletas.
 
Ash: CiCi, la casa está increíble. Igual que tú.
 
Cici: Me alegro muchísimo de verte. Dame el abrigo y las maletas, y vamos a por una copa.
 
Ash: No son más que las dos de la tarde.
 
Cici: ¡Es Navidad! Lo dejaremos en unos mimosas. Puedes subirle uno a Vanessa... y tentarla para que baje y yo pueda disfrutar de mis chicas un rato a solas. Creo que está escondida en su estudio para que no le dé la lata con qué va a ponerse esta noche. ¿Cómo está tu familia?
 
Ash: Están muy bien -se quitó la gorra y dejó al descubierto su rectísima melena corta-. CiCi, Mandy se ha prometido... Bueno, se prometerá mañana por la noche. Lo sabe todo el mundo menos ella. Él, James, le ha pedido su mano a mi padre y ha ganado un montón de puntos con ello. Va a pedirle que se case con él en Nochebuena.
 
El chico de Boston era perseverante, pensó CiCi, que se quedó inmóvil con una botella de champán en la mano.
 
Cici: ¿Ella lo quiere?
 
Ash: Lo quiere.
 
Cici: Entonces bien -dejó que el corcho escapara con un estallido alegre-. Brindaremos por su felicidad. ¿Qué hay de ti? ¿Te ha entrado alguien por los ojos?
 
Ash: Hummm. Alguno, pero... -Se encogió de hombros-. Nadie ha conseguido entrarme también por el corazón y la cabeza.
 
Cici: Aguanta hasta que suceda. El sexo es fácil. El amor es complicado. Venga, súbele esto a Vanessa, pasad un rato de amigas y luego oblígala a bajar. Nos tomaremos otra copa las tres juntas, cotillearemos un poco y después iremos a ponernos guapísimas.
 
Ash subió corriendo las escaleras, con una copa en cada mano.

Cuando giró para adentrarse en el estudio y en la música que había enmascarado las pisadas de sus botas sobre los escalones, vio a su amiga pintando una especie de estela roja sobre una escultura.

Era el desnudo de una mujer que se inclinaba hacia atrás con fluidez, casi formaba un círculo desde los pies hasta la coronilla. Sostenía un arco, con una flecha que apuntaba hacia arriba de forma directa.

Poder y elegancia, pensó Ash. Y belleza. Y lo mismo podría decir, y diría, de su amiga. Vanessa llevaba el pelo -de un castaño oscuro con reflejos rojizos- recogido en una trenza corta, unos vaqueros salpicados de arcilla y pintura con agujeros en ambas rodillas, una sudadera también manchada y con las mangas, cortas, hechas jirones, y los pies descalzos y con las uñas pintadas de negro azulado.

Sintió una oleada de amor por ella, un clic de algo que encajaba y que le decía que todo iba bien en el mundo, y un pequeño aguijonazo de envidia por el estilo artístico y natural de Vanessa.

Esta dio un paso atrás con la cabeza ladeada para estudiar la obra y vio a Ash.

Soltó un grito (un chillido que CiCi oyó dos pisos más abajo y que la hizo sonreír) y salpicó todo de rojo al tirar el pincel.
 
Ness: ¡Estás aquí!
 
Ash: Y traigo unos mimosas.
 
Ness: Tú eres mejor que veinte mimosas. No puedo abrazarte. Tengo pintura por todas partes.
 
Ash: Bah, que le den -dejó las copas, abrazó a Vanessa y bailó en círculo con ella-. Te he echado de menos.
 
Ness: Y yo a ti -tomó una gran bocanada de aire-. Ahora ya puede ser Navidad.
 
Ash: Brindemos por eso. O ya brindo yo mientras tú terminas lo que estás haciendo.
 
Ness: Está terminado.
 
Ash: ¿Quién es?
 
Ness: La arquera. Es la dependienta de una tienda de Sedona. Poseía una... serenidad audaz.
 
Ash: Eso es justo lo que transmite.
 
Ness: ¿Tú crees? Bien -cogió las copas-.
 
Ash: Me encanta este estudio -dijo mientras se hacía con la suya-. Es muy tú. Muy distinto de mi laboratorio... que es muy yo. Pero aquí estamos. -Dio un apretón en la mano a Vanessa y luego empezó a merodear por el estudio-. ¿Están inspiradas en tu viaje por el oeste?
 
Ness: La mayoría, sí. He enviado un par de piezas a mi agente para que vea hacia dónde voy. De todos modos...
 
Ash: Me suena de algo -empezó a decir; luego bajó la copa, se volvió-. ¿Es Tiffany? Hacía años que no pensaba en ella, pero...
 
Ness: Sí.
 
Picada por la curiosidad, Ash se acercó a la escultura y ladeó la cabeza.
 
Ash: ¿Hay otra cara en el otro lado?
 
Ness: Puedes cogerla. Está terminada.
 
Ash la levantó, le dio la vuelta con cuidado.
 
Ash: Ah. Ya entiendo.
 
Ness: Una es el antes, y la otra, el ahora. Debería haberla escondido -reflexionó-. No nos conviene que todo esto estropee las cosas.
 
Ash: No, espera. ¿Por qué? ¿Por qué Tiffany?
 
Ness: Me encontré con ella hace unas semanas -se encogió de hombros-. Es muy extraño. Nuestros papeles se han invertido. Hace tiempo estaba convencida de que esta chica... -Acarició la frente tersa y la mejilla lisa con un dedo-. De que esta chica me había destrozado la vida. Me había robado al chico del que estaba enamorada, al chico con el que sabía que iba a casarme y con el que viviría feliz para siempre. La culpaba de mi desgracia. Dios, Ash. Los dieciséis.
 
Ash: Dieciséis -le pasó un brazo por la cintura a Vanessa-. Aun así esta chica seguía siendo una puta mezquina y conspiradora.
 
Ness: Sí que lo era.
 
Ash: ¿Que se hayan invertido los papeles significa que ahora ella cree que le has destrozado la vida? ¿Te culpa a ti? ¿Cómo es posible?
 
Ness: Porque salí de allí entera -pasó los dedos por la segunda cara-. Y ella, no.
 
Ash: La culpa de eso la tiene JJ Hobart. ¿Qué te dijo Tiffany, Ness?
 
Ness: ¿Ves esta cara? No solo los defectos.
 
Ash: ¿Te refieres a la ira y el resentimiento? Por supuesto que sí. Tienes un talento enorme para mostrar lo que hay dentro. -dio un sorbo despreocupado a su bebida y adoptó un tono de voz equiparable al gesto-. Entonces ¿sigue siendo una puta malvada y conspiradora?
 
Y, con una carcajada, Vanessa sintió que las enredaderas pegajosas y estranguladoras del estrés perdían fuerza.
 
Ness: Sí. Dios, sí, sigue siéndolo.
 
Ash: La tragedia no tiene por qué cambiarnos. Creo que lo más habitual es que solo saque más a la luz quiénes somos, o quiénes éramos, desde el principio. -Despacio, dio la vuelta a la cara resentida y dejó el busto en el estante-. Tiffany siempre ha sido así por dentro -levantó su copa en un brindis desenfadado-. Tal vez no sea tan perfectamente guapa como lo habría sido... por fuera. Pero ella está viva, y muchos ya no. Es muy posible que esté viva gracias a ti. Yo lo estoy. No le digas que no con la cabeza a la doctora Tisdale. ¿Con la de sangre que perdí? Diez, quince minutos más sin recibir ayuda y no habría sobrevivido.
 
Ness: Preferiría que no habláramos de eso.
 
Ash: Sí, vamos a hablar de ello. Solo un minuto, porque tengo algo que decir. Esto que has hecho con Tiffany... ¿cómo coño se apellidaba?
 
Ness: Bryce.
 
Ash: Lo recuerdas. Yo no. Eso también es síntoma de algo. Lo que has hecho con tu arte es sano.
 
Ness: ¿Sí?
 
Ash: Pues claro que sí, maldita sea. No se trata solo de quién es ella, Ness, sino también de quién eres tú. Las tres sobrevivimos, y las tres nos convertimos en lo que somos ahora mismo. Lo que sea que tengas dentro y que te ha permitido crearla a partir de la arcilla ha estado siempre ahí. La chica de dieciséis años que pensaba que su mundo se había desmoronado por un capullo salido que no era digno de su tiempo (y sí, quizá vaya al infierno por hablar mal de los muertos, pero era un capullo salido) podría haber optado por regodearse en la pena, por desperdiciar sus dones en resentimiento. -se volvió hacia el busto-. Pero lo que veo en esta cara es a alguien que está desperdiciando el regalo de su vida en culpa y resentimiento. Perdimos a una amiga, Ness, y todavía nos duele. Siempre nos dolerá. Pero tú has devuelto a nuestra amiga a la vida, has celebrado la vida que tenía, incluso la vida que podría haber tenido, en esa asombrosa escultura que hay abajo, y en otras.
 
Ness: No sé... -tomó aire, temblorosa-. No sé qué haría sin ti en mi vida.
 
Ash: Nunca lo sabrás. En cuanto a mí, supongo que he canalizado mi habilidad, mi arte, en trabajar para dar con maneras de aliviar el dolor, el sufrimiento, para mejorar la calidad de vida. No nos hace especiales, pero sí nos convierte en quienes somos. Somos mejores que la puta Tiffany Bryce, Ness. Siempre lo hemos sido.
 
Vanessa volvió a coger aire y lo dejó escapar en una larga exhalación. Y consiguió articular un «Uau».
 
Ash: Estoy convencida de todas mis palabras, incluidos los «capullos», vivos o muertos. Así que, cada vez que mires esas dos caras, deberías recordarlo. Que le den a esa zorra, Vanessa.
 
Con el ceño fruncido, Vanessa estudió el busto por última vez.
 
Ness: Siento lo que le pasó, nadie se merece algo así, pero ¿puedo seguir odiándola de todas formas?
 
Ash: ¡Sí!
 
Ness: No sé por qué no lo había pensado. Ni siquiera lo pensé cuando di forma a esas caras con mis manos.
 
Ash: Para eso están las amigas.
 
Ness: Bueno, mejor amiga de todos los tiempos, resulta que acabas de darme la respuesta que se me escapaba. Sí. Que le den a esa zorra de Tiffany. Y ahora, bajemos y bebamos mucho más champán. Voy a necesitarlo para hacer vida social hasta el puñetero amanecer.
 
Ash: Me encantan las fiestas de CiCi. -Cuando echaron a andar, se dio la vuelta con una sonrisa alegre en la cara-. Me he comprado un vestido nuevo solo para esta noche. Es espectacular.
 
Ness: Maldita sea, Ash. Ahora no parará de darme la lata. Bueno, pues que le den también a eso -decidió-. Ya vale de esconderme, que me elija ella el modelito.
 
Encantada, Ash dio a un golpecito a Vanessa en el hombro.
 
Ash: ¡Va a ser divertidísimo!
 

CiCi ya había elegido el modelito, puesto que lo había comprado ella misma y lo tenía colgado en su propio armario con la intención de engatusar a Vanessa para que se lo pusiera.

Después de una considerable cantidad de champán y de cotilleos, arrastró a las chicas hasta el baño principal de la casa para iniciar la sesión de maquillaje y peluquería. Decretó que el estilo de Ash debía ser elegante y sexy, y luego empuñó las tenacillas para llenar de rizos revueltos la melena de su nieta, inusualmente cooperadora.

Dio su aprobación a la elección de Ash -un vestido rojo con escote barco, falda atrevida y cintura muy ajustada- y esperó hasta que Vanessa se embutió en su vestido negro azulado.

Como era de manga larga y le llegaba hasta las rodillas, se podría haber pensado que era un vestido recatado, pero el profundo escote en uve tanto por delante como por detrás y la raja de la pierna derecha insinuaban lo contrario, sobre todo porque le quedaba tan ajustado como una segunda piel.
 
Ness: Por eso ayer me pasaste el esmalte de uñas azul.
 
Cici Buena combinación -convino, y luego sacó su siguiente arma-. Sobre todo con esto.
 
Los zapatos, una serie de correas de un azul metálico que se extendían desde los dedos de los pies hasta los tobillos, estaban rematados por unos tacones plateados, altos y delgados.
 
Cici: Estilo bohemio sexy.
 
Ness: Son preciosos -se sentó, se los puso y se levantó-. Cojearé durante semanas, pero valdrá la pena.
 
Cici: Feliz Navidad -cogió su cámara-. Posad, chicas.
 
Mientras hacían el tonto ante la cámara, CiCi pensó que las pintaría como jóvenes sirenas.
 
Cici: Mierda, ese es el del catering. ¡Joyas! Ash, delicadas. Vanessa, artísticas y un poco exageradas. ¡Vamos!
 
Envuelta en un frenesí de faldas con vuelo, botines con cordones y la melena rojo salvaje al viento, se fue corriendo.
 
Ash: ¿Cómo lo hace?
 
Ness: No lo sé, pero estoy decidida a estar igual de guapa, moverme igual de rápido y vivir con la misma intensidad cuando tenga su edad. Venga, nos probamos los pendientes y bajamos a echarle una mano.
 
Cuando el viento empezaba a soplar y bajaron las temperaturas, la casa de CiCi se llenó de gente. Todos los isleños acudieron allí por CiCi, pero no fueron los únicos. Gente del mundo del arte y de la música se mezcló con los lugareños para disfrutar de los minirrollitos de langosta, las brochetas de gambas y el champán.

Algunos salían al patio, acondicionado con estufas portátiles. La música sonaba a todo volumen de los altavoces o de las guitarras o los teclados cuando los que tenían talento y ganas se acercaban a ellos e improvisaban.

CiCi se relacionaba con todos, disfrutaba de cada momento, pero estaba pendiente de una persona en particular. Cuando lo localizó, se abrió camino hacia Vanessa.
 
Cici: Cariño, ¿te importaría subir un momento a mi habitación? Creo que me he dejado encendida una vela de Navidad y no quiero quemar la casa.
 
Ness: Claro. La fiesta es genial, CiCi.
 
Cici: Nunca doy fiestas que no lo sean.
 
Mientras su preciosa nieta cumplía su falsa misión, CiCi se dirigió hacia Zac, que le regaló una sonrisa enorme en cuanto la vio.
 
Zac: Dijiste que sería la fiesta de todas las fiestas. No era mentira. Feliz Navidad.

Le entregó una bolsa de regalo.
 
Cici: Eres un encanto. Lo pondré debajo del árbol de Navidad -le dio un beso y después le pasó una mano por la manga de la chaqueta gris oscuro-. Y guapo.
 
Zac: Hay que arreglarse para la fiesta de todas las fiestas. Estás increíble. Oye, ¿qué te parece si después de la fiesta nos vamos a...?
 
CiCi sonrió cuando Zac se quedó sin palabras, cuando la expresión de su rostro pasó del flirteo al pasmo. No tuvo que darse la vuelta para saber que Vanessa estaba bajando las escaleras, tal como había planeado ella.

Él la reconoció, por supuesto que reconoció su cara. La había estudiado como había estudiado muchas otras que aparecían en sus archivos. También la reconoció por las fotografías esparcidas con astucia por toda la casa de CiCi, por el cuadro que había encendido una ligera llama de lujuria y el fuego del asombro en su interior.

Pero esas cosas eran arte, fotos, declaraciones de testigos, un par de entrevistas en la televisión.

Esa era la mujer, en carne y hueso, y le cortocircuitó el cerebro durante al menos diez segundos, en los que lo único que consiguió articular por encima del zumbido de confusión fue un perplejo «uh-oh».

Cuando Vanessa se encaminó hacia él, el zumbido se intensificó.
 
Ness: Todo despejado -dijo la diosa-.
 
Cici: Gracias, cariño. Este es Zac, el futuro jefe de policía de la isla, y una de mis personas favoritas en esta vida y en todas las demás. Zac, mi más preciado tesoro, mi Vanessa.
 
Ness: Zac, claro. -Aquellos labios, aquellos labios preciosos, se curvaron en una sonrisa preciosa. Su voz era como una niebla suave sobre un estanque mágico-. Me alegro mucho de conocerte, al fin.
 
Zac aceptó la mano que Vanessa le tendía. ¿Ella también la había sentido? ¿Había sentido la descarga?
 
Zac: Lo mismo digo -logró contestar-.
 
Cici: Vanessa, ¿por qué no te llevas a Zac a una barra y le pides algo? Quieres una cerveza, ¿verdad, Macizo?
 
Zac: Sí, claro. Cerveza. Bien. Vale.

Dios.
 
Ness: Pues vamos a solucionarlo.
 
Vanessa le hizo un gesto y encabezó la marcha mientras él intentaba recuperar la compostura. Lo ayudó un poco que varias personas le saludaran, le dieran una palmada en la espalda o un golpe flojo en el brazo.

Vanessa hizo señas al camarero y se volvió hacia Zac para charlar mientras esperaban su cerveza.
 
Ness: O sea ¿que te has comprado la casa Dorchet?
 
Zac: Sí. Me... Eh... Me mudaré a principios de año.
 
Ness: Es una gran casa.
 
Zac: ¿La has visto por dentro? Seguro que sí -añadió de inmediato-. Me enamoré enseguida.
 
Ness: No te lo reprocho. El...
 
Zac y Ness: Mirador -dijeron al unísono-.
 
Ella rio con la risa de CiCi y dijo «Exacto», y Zac sintió que recuperaba un poco el equilibrio.

Zac se aferró a la cerveza, se aferró a la oportunidad.
 
Zac: Supongo que estás ocupada, pero ¿tienes un minuto?
 
Ness: Claro.
 
La alejó un poco de la multitud que rodeaba la barra y la condujo hacia un lugar más despejado al otro lado del gran salón.
 
Zac: Quería decirte que sé un poco más de arte desde que conozco a CiCi.
 
Ness: Te ha cogido mucho cariño.
 
Zac: Estoy enamorado de ella.
 
Vanessa sonrió.
 
Ness: Ponte a la cola.
 
Zac: Ella me abrió una puerta que yo no era capaz de franquear del todo. El caso es que aún no puede decirse que sepa mucho de arte, pero ¿esa pieza de ahí? -Señaló Surgimiento-. Si alguna vez pudiera permitirme comprar arte de verdad y no perteneciera ya a CiCi, sería mía.
 
Vanessa no dijo nada durante unos instantes, sino que alargó la mano para coger una copa de champán de la bandeja de un camarero.
 
Ness: ¿Por qué?
 
Zac: Bueno, porque es preciosa, pero sobre todo porque cuando la miro veo una prueba de vida. Es un término extraño para describirla.
 
Ness: No. No, en realidad es perfecto.
 
Zac: Estuve allí aquella noche.
 
Ella asintió despacio, no apartó la vista de la escultura.
 
Zac: No quiero entrar en todo eso, estamos en una fiesta. Lo digo porque no sé si me impacta más, si me llega más hondo, porque estuve allí. He visto más obras tuyas, CiCi me subió a tu estudio y he visto otras piezas aquí y allá. Es todo... mágico. Pero esta, bueno, es como si me agarrara por la garganta y me propinara un puñetazo justo en el corazón. -Dio un trago a la cerveza-. Bueno...
 
Ness: Te dispararon. -Entonces lo miró directamente a los ojos-. No aquella noche, este verano. Pero está relacionado.
 
Zac: Sí.
 
Ness: ¿Cómo estás?
 
Zac: Estoy aquí con una mujer preciosa y bebiendo cerveza. Diría que estoy bastante bien.
 
Ness: ¿Podrías esperarme un minuto?
 
Zac: De acuerdo.
 
Ness: Tú espera aquí. Enseguida vuelvo.
 
La vio alejarse y se hizo un escaneo interno. El corazón parecía volver a latirle con normalidad y su cerebro daba la impresión de haber recuperado su función por completo.

Solo había sido una reacción extraña, concluyó. Una sacudida peculiar del sistema, y ya estaba todo mejor.

Entonces la vio regresar, sintió la misma puñetera sacudida y soltó el segundo «uh-oh» de la noche.

Llevaba de la mano a una mujer guapa con un vestido rojo. También reconoció su cara.
 
Ness: Ash, este es Zac.
 
Ash: Hola, Zac.
 
Ness: Ashley Tisdale. Doctora Tisdale.
 
Ash: Ash. -Le tendió la mano con una sonrisa natural-. Encantada de conocerte.
 
Ness: Zac ha comprado la casa Dorchet, la del mirador en el tejado, que da al bosque por detrás.
 
Ash: Vaya, es una casa fantástica.
 
Ness: Dentro de poco será el nuevo jefe de policía de la isla. Era, bueno, supongo que es, detective de la policía de Portland.
 
Zac: Era -aclaró después de estrecharle la mano a Ash-.
 
Ness: Estuvo allí aquella noche -no tenía que especificar qué noche. Todos lo sabían-. Los tres estuvimos allí. Es raro, ¿no? Todos estuvimos allí y ahora estamos aquí. Zac se hizo policía. Ash es médico, científica, ingeniera biomédica. Y yo... -Miró hacia la escultura-. ¿Te hiciste policía por aquella noche?
 
Zac: Me señaló ese rumbo, sí. Aquella noche y Sarah. Sarah Parker.
 
En esta ocasión Vanessa le sostuvo la mirada con gran intensidad.
 
Ness: La agente Parker. Ella fue quien me encontró. Fue la primera en responder al aviso. La conoces.
 
Zac: Sí. Es una buena amiga. Ha sido mi compañera durante los últimos años.
 
Ash: Ahora lo recuerdo. Fuiste el que cogió en brazos al niño, lo llevaste a un lugar seguro. Entonces no eras policía.
 
Zac: No. Estaba en la universidad. Trabajaba en Mangia, el restaurante.
 
Ness: A ti no te hirieron aquella noche -recordó en voz alta-, pero sí más adelante. A Ash sí la hirieron. Un policía y una científica. Como has dicho antes, Ash, la tragedia saca más a la luz quiénes somos. Disculpadme.
 
Zac: La he disgustado -dijo mientras veía cómo Vanessa se alejaba-.
 
Ash: No -le puso una mano en el brazo y observó a su amiga-. No, de verdad que no. Si estuviera disgustada se habría mostrado fría o cabreada. Está pensando, y está afrontando algo que lleva mucho tiempo negándose a afrontar -se volvió absolutamente radiante hacia él-. No sé qué has dicho o hecho, pero ahora me alegro todavía más de haberte conocido.


1 comentarios:

Lu dijo...

Por fin se conocieron!!
Pero no puedo creer que Zac este enamorado de Cici...
Pobre Ness todos los traumas que tiene que pasar, pero ojala los pueda superar.

Sube pronto :)

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