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martes, 26 de noviembre de 2019

Capítulo 20


A Rick Wagman le cayeron sesenta días, le retiraron el carnet de conducir (no había sido su primer rodeo conduciendo borracho) y lo obligaron a someterse a desintoxicación. Como el adulterio no era un delito, Zac decidió que el castigo era adecuado por ser un borracho gilipollas.

Abril llegó con una nevada de dos días. Los quitanieves y las palas trabajaban sin parar; era el inicio de la primavera y la isla parecía hallarse de nuevo en pleno invierno. Entonces el sol estalló y la temperatura subió unos diez grados de golpe. La nieve derretida fluyó a toda prisa y formó arroyos, abrió agujeros en el asfalto e inundó las playas.

Zac pasó la mayor parte de sus tres primeras semanas en el puesto atendiendo incidentes relacionados con el clima. Cuando no estaba de servicio, se hacía el encontradizo en el pueblo, paseaba o montaba en bicicleta por la isla, a menudo con CiCi, con Vanessa o con ambas. Pasó todas las noches que pudo con Vanessa en su cama.

Y dedicó al menos una hora todas las noches a Patricia Hobart.

En su día libre, a mediados de abril, cogió el ferri hasta Portland. No había conseguido convencer a Vanessa de que lo acompañara. Se dio cuenta de que no debería haber mencionado lo de conocer a sus padres.

Sacó el coche del ferri, paró a comprar flores y terminó eligiendo un arbusto de hortensias de un azul intensísimo. Se lo pensó bien y compró tres.

La de sus padres no fue la única visita que hizo aquel domingo de primavera.

Almorzó con su familia, jugó con los niños, hizo el idiota con su hermano, se metió con su hermana, ayudó más o menos a su padre a plantar el bien recibido arbusto de hortensias.

Y se llevó un paquete enorme de sobras.

En su parada siguiente, encontró a Leticia Johnson sentada en el porche de su casa plantando pensamientos en una maceta. La mujer se quitó los guantes de jardinería cuando Zac aparcó.

Le pareció increíble que Leticia tuviera justo el mismo aspecto que la noche en que la conoció.

Miró hacia el otro lado de la calle y pensó que no podía decirse lo mismo de aquella zona.

El dueño, en efecto, había vendido el terreno. Los nuevos propietarios habían arrasado con lo que quedaba del edificio y habían construido una casa pequeña y acogedora, en aquel momento de un azul suave con ribetes blancos. Habían añadido un porche, un sendero de hormigón en el jardín, un camino de entrada de alquitrán y unas cuantas plantas.

Al lado, la casa para reformar de Rob y Chloe llevaba reformada mucho tiempo y se había convertido en un bonito edificio de dos plantas de color verde salvia al que habían adosado un garaje en el extremo más alejado con una habitación extra encima.

Zac sabía que también habían añadido otra niña.

Sacó la hortensia del coche y se encaminó hacia la sonrisa de bienvenida de Leticia.
 
Leticia: Qué vista tan bonita en un día soleado.
 
Zac: No tanto como usted. -Se agachó para darle un beso en la mejilla-. Espero que le gusten las hortensias.
 
Leticia: Desde luego que sí.
 
Zac: Entonces escoja el lugar y dígame dónde puedo encontrar una pala.
 
Las quería justo delante, donde pudiera verlas cuando se sentaba en el porche. Mientras Zac cavaba, Leticia entró en la casa y volvió a salir con un contenedor de plástico.
 
Leticia: Posos de café y unas cuantas cáscaras de naranja que aún no había sacado al compost. Entiérralos con las raíces, muchacho. Ayudarán a que las flores sigan siendo azules.
 
Zac: Le caería bien mi padre. Acabo de regalarle otra planta igual y me ha dicho lo mismo. ¿Qué sabe de altramuces?
 
Hablaron de jardinería, aunque a Zac la mayor parte le sonó a chino.

Después se sentó en el porche con ella a beber té helado y comer galletas.
 
Leticia: Pareces sano y feliz. Vivir en la isla te sienta bien.
 
Zac no había olvidado que la anciana había ido a visitarlo al hospital... dos veces.
 
Zac: La verdad es que sí. Espero que vaya alguna vez, que me deje enseñarle el lugar. Podríamos sentarnos en mi porche.
 
Leticia: Lo que necesitas es a una mujer joven y bonita que se siente ahí contigo.
 
Zac: Estoy en ello.
 
Leticia: Vaya, alabado sea Dios.
 
Zac: ¿Cómo les va a los vecinos?
 
Leticia lo imitó y echó un vistazo al otro lado de la calle.
 
Leticia: Chloe, Rob y sus dos hijas están bien. Son una familia muy cariñosa. Los de enfrente, donde vivía esa pobre mujer, son nuevos.
 
Zac: ¿Sí?
 
Leticia: A la familia que construyó la casa, y es una casa bonita, se le quedó pequeña. Ahora hay una pareja joven que espera su primer hijo para otoño. Encantadores. Les llevé una tarta de manzana para darles la bienvenida y enseguida me invitaron a pasar y me enseñaron la casa. Y todas las semanas, la noche anterior al día de la recogida de basura, Rob y él se turnan para venir y sacar mis cubos a la acera.
 
Zac: Me alegra saberlo.
 
Leticia: Todavía piensas en lo que fue.
 
Zac: Ella sigue en libertad.
 
Leticia hizo un gesto de negación con la cabeza y acarició con una mano la cruz que llevaba alrededor del cuello.
 
Leticia: Una persona capaz de matar a su propia madre, de matar a sus abuelos... eso no es una persona. Es algo distinto, que no tiene ni nombre.
 
Zac: Yo tengo un montón de nombres para ella. Sé que usted no hablaba mucho con ella, pero la veía, señora Johnson. Entrando y saliendo. Estoy buscando patrones, y alteraciones en ellos.
 
Leticia: Como ya hemos hablado, venía con la compra, se quedaba un rato. El día de la Madre, en Navidad, traía algo. Nunca parecía alegrarse por ello.
 
Zac: ¿Alguna vez cambió de aspecto, de peinado, de estilo?
 
Leticia: Nada digno de mención. Pero bueno, una vez la vi con uno de esos conjuntos que utilizan las chicas para hacer ejercicio, para ir al gimnasio o salir a correr, por ejemplo. No iba como otras veces, y parecía muy enfadada. Y he de decir que tenía mejor figura de lo que habría imaginado.
 
Zac: Salía a correr casi todas las mañanas. Lo hemos verificado. Interesante.
 
Leticia: Ahora que lo pienso, fue un día que su madre se puso enferma.
 
Zac: A lo mejor Marcia Hobart llamó a Patricia, le insistió en que viniera antes y Patricia no se molestó en cambiarse de ropa tras su carrera matutina.
 
Leticia: Ahora me estás recordando otra cosa -se dio unos golpecitos en la rodilla-. No tenía un aspecto distinto ese día, ni tampoco un comportamiento muy diferente, pero tal vez fuera una alteración del patrón, como dices. -Se meció con los ojos cerrados mientras intentaba recordarlo-. Era invierno... No sé qué día exactamente, pero los niños estaban construyendo un muñeco de nieve justo ahí y, teniendo en cuenta las edades, supongo que de eso hará unos cinco o seis años. Mi nieto (el policía, ya sabes) estaba limpiando la nieve de los escalones y del camino, y llevaba puesta la bufanda que le había hecho como regalo de Navidad, así que fue después de las fiestas. Yo estaba aquí vigilando, había sacado a los niños una zanahoria para la nariz del muñeco de nieve, y ella llegó en su coche. -Volvió a abrir los ojos y asintió mientras miraba a Zac-. Me di cuenta de que se enfadaba nada más bajar porque el camino de entrada de su madre no estaba despejado. La llamé, le pregunté si quería que alguno de mis hijos lo limpiara un poco, porque la chica que solía quitarle la nieve estaba con gripe -se meció un rato, volvió a asentir-. Ahora me acuerdo. Me acerqué a ella mientras hablaba, creo, y ella agachó la cabeza como hacía siempre. Cogí el toro por los cuernos y le dije a mi nieto que fuera y quitara la nieve del camino de entrada de la señora; también le dije al mayor que fuera a ayudarla con las bolsas de la compra.

Zac: ¿Cómo se lo tomó ella?
 
Leticia: Se quedó un poco parada, ¿sabes? Necesitaba ayuda, y la ayuda iba en camino. Le dije que parecía que había tomado un poco el sol... Sí, estaba bronceada, lo recuerdo. Me contestó que se había tomado unos días de vacaciones. Mi nieto se pone a limpiarle el camino y los niños le llevan las dos bolsas de la compra hasta el porche, así que ella se queda ahí plantada y a todas luces cabreada. Dijo que odiaba haber vuelto al invierno, que ojalá pudiera pasar todos los inviernos en Florida.
 
Zac: ¿Dijo «Florida»?
 
Leticia: Sí. Que en Florida tenían sol, palmeras y piscinas, y que aquí teníamos nieve, hielo y frío. Creo que es la vez que más habló conmigo, así que le dije que qué bien que se hubiera ido de vacaciones y que a qué parte de Florida había ido. Farfulló que tenía que entrar a ver a su madre y se fue. Eso sí, se detuvo y se ofreció a pagar a mi nieto, que seguía quitando nieve, pero él no aceptó el dinero. Lo han educado bien.
 
Zac: Mató a una mujer en Tampa en febrero de 2011.
 
Leticia: Cielo santo. Todavía le duraba el bronceado de las vacaciones, así que esto no debió de pasar mucho después. Se había puesto morena mientras quitaba una vida y se quedó ahí plantada protestando por la nieve. ¿Crees que volvió a marcharse a Florida después de dispararte?
 
Zac: No, creo que se fue a Canadá. Le pegué un tiro, dejó un rastro de sangre. Así que tenía que moverse rápido.
 
Leticia: Le dio tiempo de matar a sus abuelos -volvió a acariciar la cruz con los dedos-. Que en paz descansen.
 
Zac: Los odiaba, igual que odiaba a su madre. Y la herida tenía que dolerle. ¿Por qué no desquitarse con ellos? Pero le dolía mucho, así que no la veo conduciendo hasta Florida con una herida de bala. Canadá está más cerca. Una identidad nueva, cruza la frontera, cava un hoyo y se esconde. Suponemos que tenía mucho dinero y tarjetas de crédito vinculadas a documentos falsos. Pero creo que ahora sí está en Florida. Se lo pasó bien allí. -Miró a Leticia-. Y creo que dos de sus objetivos viven allí en estos momentos.
 
Leticia: Tienes que advertírselo, Zac. Y no me digas que el FBI está al mando. A esas personas hay que darles la oportunidad de tomar precauciones, de protegerse.
 
Después de que Zac le diera un beso de despedida, Leticia lo vio alejarse. La preocupaba aquel chico. La persona que no era una persona, sino algo tan horrible que ella ni siquiera encontraba en su vocabulario una palabra que la describiera, ya había intentado matarlo una vez. Era obvio que él sabía que lo intentaría de nuevo. Leticia debía rezar, y lo haría, para que Zac fuera lo bastante listo, y lo bastante buen policía, para atraparla antes de que ella lo atrapara a él.
 

Sarah se quedó perpleja cuando Zac le regaló una hortensia.
 
Zac: Deberías plantarla con posos de café por razones que no acabo de entender. Te cambio la planta por una cerveza.
 
Sarah: Es bonita. ¡Hank! Zac nos ha traído una planta.
 
Dylan y Puck llegaron primero, a la carrera.
 
Zac: Ese es mi chico.
 
Zac chocó los cinco con el niño y se agachó para acariciar al perro, que no paraba de mover la cola.
 
Dylan: ¿Nos vamos a la isla? ¿Podemos irnos ya?
 
Zac: Todavía falta un poco para eso.
 
Dylan: ¡Jo! ¡Puck y yo queremos ir!
 
Zac lo cogió en brazos.
 
Zac: Ya queda poco. Cuando vayáis, os nombraré a Puck y a ti ayudantes caninos del día.
 
Dylan: ¿Y tendremos placa?
 
Zac: No se puede ser ayudante sin placa. Hola, Hank.
 
Hank: Zac, qué hortensia más bonita. De flor azul. Necesitan tierra ácida para mantener el color.
 
Zac: Entonces la delego en el tipo que sabe.
 
Se tomó una cerveza con Hank, admiró las figuras de los Power Rangers y los dinosaurios de Dylan. Hank captó la sutil señal que intercambiaban su esposa y su antiguo compañero.
 
Hank: Oye, Dylan, vamos a cavar un hoyo. He encontrado el lugar perfecto.
 
Sarah: ¿Otra cerveza? -le preguntó cuando sus chicos salieron a cavar-.
 
Zac: No, gracias. Tengo que coger el ferri de vuelta y no queda mucho tiempo. Me he pasado a charlar con Leticia Johnson -comenzó, y después le transmitió toda la nueva información-.
 
Sarah: Ya sabíamos que había ido a Florida, Zac.
 
Zac: Así es. Pero creo que hay algo allí que le gusta. Habló de su viaje, y por lo general se esforzaba en no decir casi nada. Lo mencionó... Y la mujer de la panadería donde Hobart solía parar por las mañanas nos comentó que le había dicho que se tomaría unos días de vacaciones en un balneario de montaña.
 
Sarah: Es una mentirosa, aunque eso ya lo sabíamos también. Pero entiendo a qué te refieres. Se le fue la lengua. Estaba cabreada. Vuelve del sol y las palmeras, y se encuentra con la nieve y el frío, y encima nadie ha limpiado el puñetero camino.
 
Zac: La señora Johnson la tuvo más o menos acorralada durante un minuto, así que se soltó un poco, protestó un poco.
 
Sarah: ¿Por qué iba a importar lo que le dijera a una vieja entrometida del barrio de su madre? Estaba cabreada por lo de la nieve, cabreada porque la chavala no hubiera limpiado el camino. Sí. Se fue de la lengua.
 
Zac: Está en Florida, Sarah. Lo sé.
 
Sarah: Zac, no tenemos ninguna pista que nos lleve allí.
 
Zac: Dos objetivos, y ha sido un invierno frío. -Se levantó y se puso a andar-. ¿Qué pensaste cuando viste esta casa, cuando la compraste?
 
Sarah: Este es mi hogar.
 
Zac: Sí, y yo sentí lo mismo con la mía. Ella vivía con sus abuelos, y los odiaba... Y antes con su madre, y lo mismo. Los mató a todos. Esos lugares nunca fueron su hogar. Estoy convencido de que cree que Florida sí es su hogar. Sale de Canadá (hasta los federales creen que se escondió allí) y se larga a las Bermudas. ¿Sabes qué opino?
 
Sarah asintió e hinchó las mejillas.
 
Sarah: Que allí recordó que le encantan el sol y las palmeras.
 
Zac: Exacto. Ya habíamos deducido que iría hacia el sur, y yo me inclinaba por Florida. Ahora estoy seguro, joder. Sé que es instinto, Sarah, pero encaja.
 
Sarah: Puedo filtrárselo al agente especial a cargo del caso.
 
Zac: No si eso te va a causar problemas.
 
Sarah: ¿Están llegando a estas conclusiones? No, no lo están haciendo. Y Hobart ha incrementado el número de víctimas. Seguiré el procedimiento. Mira, Sloop sabe que sigues en contacto con su abuela, y puede verificarlo. Has pasado a ver cómo estaba...
 
Zac: Le he llevado una hortensia, y la he plantado.
 
Sarah: Mucho mejor. Y ella se acuerda de esta nueva conversación, tú me la pasas a mí y yo la transmito a la cadena de mando. Así de sencillo.
 
Zac: De acuerdo. Dado que soy la persona que ha recopilado la información y ocupo un puesto de jefe de policía que ha jurado proteger y servir a la gente, voy a ponerme en contacto con los dos posibles objetivos.
 
Sarah: Zac...
 
Zac: Los federales tardarán en procesar lo que les pases y, cuando eso ocurra, ni siquiera podemos saber qué medidas tomarán. Voy a ponerme en contacto con ellos, Sarah. ¿Qué pueden hacerme?
 
Sarah: Supongo que no mucho, si es que pueden hacerte algo.
 
Zac: Y tampoco podrán ir por ti si soy yo quien contacta con ellos.
 
Sarah: Es posible que la llamada tenga más peso si viene de mí, una detective de la policía de Portland.
 
Zac: Detective, jefe -sonrió-. Venga ya.
 
Sarah: Listillo.
 
Zac: Te lo digo porque nunca nos hemos mentido, y no quiero que te enteres a posteriori. Tengo que irme. -Antes se acercó a la ventana, miró hacia el exterior-. Hombre, niño y perro. Es una imagen preciosa.
 
Sarah: Mi favorita. Estoy embarazada.
 
Zac: ¿Eh? -Se dio la vuelta a toda velocidad-. ¿En serio? ¿Por qué no lo me lo has dicho antes? Es una buena noticia, ¿no?
 
Sarah: Buenísima. Estoy solo de unas siete semanas y media, y se supone que no debes decirlo antes de cumplir las doce. Pero... -Se asomó a la ventana con gesto de preocupación-. Voy a tener dos hijos. Hank ha encontrado a un agente que va a intentar vender su libro y, Dios, ya ha empezado otro. Es feliz escribiendo, trabajando en casa. Yo también soy feliz. Dylan rebosa felicidad. Quiero que pillen a esa arpía, Zac. Tarde o temprano vendrá también a por mí. Soy la persona que mató a su hermano.

Zac: Vamos a pillarla, Sarah.
 
Sarah: Hobart no ataca a las familias. No le interesan. Pero en estos momentos yo llevo familia dentro.
 
Zac: Dilo ya. No esperes a las doce semanas. Mira, creo que ocupas un puesto alto en su lista (nunca nos hemos mentido), así que es demasiado pronto para que venga por ti. Pero saber que estás embarazada podría refrenarla si te tiene en el punto de mira.
 
Sarah: No es mala idea. -Como estaba tensa, se frotó la nuca por debajo de la coleta corta-. Puedo correr la voz. Hobart fue a por ti, y tú fuiste la segunda persona que llamó al nueve uno uno.
 
Zac: El segundo no importa. No fui yo quien llevó a la policía hasta allí. Fue Vanessa. Vanessa -añadió-, de quien estoy locamente enamorado.
 
Sarah: Tú... -tuvo que hacer un esfuerzo para despegar la mandíbula del suelo-. Ahora me toca a mí. ¿En serio?
 
Zac: Muy en serio. La primera de la lista o es Vanessa o eres tú. Y ni de coña va a llegar hasta ninguna de las dos.
 
Sarah: ¿Y ella está enamorada de ti?
 
Zac: Estoy en ello. Tengo que irme.
 
Sarah: ¿Ahora que había empezado a ponerse interesante? ¿Qué quieres decir con que estás en ello?
 
Zac: Ven a la isla y lo ves por ti misma -contestó mientras Sarah lo seguía hasta la puerta-. No puedo perder el ferri. Soy el jefe de policía.
 

En el ferri, Zac hizo las llamadas. Primero habló con Max Lowen, que vivía en Fort Lauderdale. Se identificó y le dijo que durante una investigación tangencial había conseguido información que le llevaba a pensar que era posible que Patricia Hobart estuviera en Florida.

Con Lowen cagado de miedo, Zac le habló de las precauciones básicas, le formuló preguntas importantes, le dio su número de móvil y le sugirió que se lo facilitara también a la policía local y que se pusiera en contacto con el agente especial del FBI a cargo de la investigación. Él estaría encantado de hablar con ellos y verificarlo todo.

Cuando llamó a Emily Devlon, le saltó el contestador automático. Dejó su nombre y su número, y le pidió que se pusiera en contacto con él lo antes posible porque tenía información sobre Patricia Hobart.

Luego se bajó del coche y contempló la vista de la isla ante sus ojos.

El hogar, pensó. Donde está el corazón.

Volvió a sacar el teléfono y envió un mensaje a Vanessa.
 
“En el ferri, a unos cinco minutos. Estaba pensando en encargar una pizza y sentarme un rato en el patio a mirar el atardecer con un par de mujeres hermosas.” 
 
Ella le contestó.
 
“CiCi está preparando lo que ella llama sopa de verduras para la eternidad y me ha obligado a hacer masa de pan, así que la pizza no hace falta. Hace demasiado frío para ver atardecer en el patio. Nos sentaremos junto al fuego.” 
 
“Trato hecho. Casi en casa.” 
 
Se metió el móvil de nuevo en el bolsillo. A la mañana siguiente volvería a llamar a Emily Devlon si aún no tenía noticias de ella. Pero de momento lo guardaría.
 

Emily oyó el timbre del teléfono cuando cerró la puerta trasera a su espalda. Dudó un instante y estuvo a punto de volver a entrar para cogerlo, pero al final se marchó. Su marido y sus hijos se habían ido a pasar un rato a la playa y a comer una pizza, así que no había de qué preocuparse. Si Kent la necesitara, la llamaría al móvil.

Tenían teléfono fijo porque a Kent le iba bien para los clientes y los mensajes. Así que sería un cliente u otra molesta llamada de política o publicidad.

Además, aquella era su noche. Su noche de chicas disfrazada de club de lectura, el primer y el tercer domingo de cada mes: dirigía uno y solo participaba en el segundo. Y aquella noche no le tocaba estar a cargo.

Entró en el garaje, que su esposo nunca usaba, pues lo tenía tan lleno de equipamiento deportivo, herramientas y mierdas para el césped que apenas quedaba espacio para el coche de Emily.

Oyó un ruido y sintió que la invadía un dolor abrasador.

Y después ya no oyó ni sintió nada.

Patricia abrió el bolso de Emily, cogió el móvil y rebuscó entre sus contactos hasta llegar al nombre de una de las mujeres del club de lectura. Escribió:
 
“Me ha surgido algo, ya te explicaré. No puedo ir. ¡Bu!” 
 
Por si la veía algún vecino, Patricia se colocó la peluca, del mismo estilo y color que el pelo de Emily. Cogió las llaves de la mujer, se subió al monovolumen y apretó el botón del mando del garaje.

Cruzó el barrio, salió, tomó una carretera que llevaba directamente al centro comercial, situado a unos cómodos tres kilómetros de distancia, y aparcó.

Guardó la peluca en el enorme bolso donde ya llevaba el arma, se ahuecó el pelo... A la mierda el ADN, quería que supieran que había vuelto a ganar.

Dio un paseo por el centro comercial disfrutando del sol de aquella apacible tarde de primavera. ¡Le encantaba Florida! Miró escaparates, se compró un par de cosas y volvió caminando a su propio coche, pues lo había dejado aparcado allí antes de recorrer los tres kilómetros a pie para matar a Emily.

Ya tenía las maletas en el maletero.

Suspiró. Odiaba tener que marcharse de Florida, desearía poder quedarse y airearse un poco. Pero tenía lugares a los que ir, gente a la que matar.
 
Patricia: ¡A quemar la carretera! -dijo entre risas-.
 
Abrió la bolsa de patatas fritas sabor jalapeño y la Pepsi Light que había comprado para el camino. Subió el volumen de la radio por satélite.

Cuando arrancó, decidió que Emily Devlon había sido su presa más fácil hasta el momento.

Estaba en racha.
 

Y su suerte continuó. El marido de Emily no entró en el garaje cuando llegó a casa. No tenía ningún motivo para hacerlo. Los niños -pasados de vueltas por la pizza y el helado que había sido lo bastante débil para comprarles después- lo mantuvieron ocupado y distraído. En cualquier caso, tampoco esperaba que su esposa volviera a casa hasta por lo menos las diez.

Dejó que los niños se volvieran locos en la bañera porque lo hacían reír aunque eso implicara pasar a fondo la fregona antes de que la madre volviera a casa.

Les leyó un cuento, los arropó, pasó la fregona, se sirvió lo que consideraba que era un vodka con tónica bien merecido. No escuchó los mensajes del contestador, ni se le pasó por la cabeza, y se quedó dormido en la sexta entrada del partido de béisbol que estaba viendo en la televisión del dormitorio.

Se despertó justo después de medianoche, desorientado, y cuando se descubrió solo en la cama se sintió más perplejo que enfadado.

Apagó la tele y fue al baño a hacer pis. Bostezando, echó un vistazo a los niños y se asomó a la habitación de invitados, donde Emily dormía a veces cuando él roncaba.

Bajó las escaleras y la llamó.

El enfado superó a la perplejidad. Las normas de la casa, pensó, eran para los dos: Si vas a llegar tarde, llama.

Buscó su móvil y recordó que lo había dejado cargándose junto a la cama. Entró en su despacho, que estaba al lado de la sala de estar, para llamar por el fijo y entonces vio la luz intermitente del contestador.

Le dio al botón y frunció el ceño. ¿Por qué coño llamaba el jefe de policía de una isla de Portland...? Oyó el nombre de Hobart y sintió que se le helaba la sangre.

Llamó al móvil de Emily y se le revolvió el estómago cuando escuchó el alegre mensaje de su buzón de voz.
 
Kent: Llámame. Llámame, Emily. Ahora mismo.
 
Empezó a caminar de un lado a otro mientras se repetía que Emily estaba bien. Solo había tomado unas cuantas copas de pinot de más, eso era todo. Emily estaba bien.

Pero salió, comprobó la piscina, el jacuzzi.

Exhaló un tembloroso suspiro de alivio.

Habían pasado casi diez minutos cuando se le ocurrió mirar en el garaje. Osciló entre el alivio y el miedo al no ver el coche.

Y entonces la encontró.
 

Zac no recibió la llamada, de un policía de homicidios, hasta las tres de la mañana. Cogió el teléfono y se dio la vuelta para sentarse en el borde de lo que recordó que era la cama de Vanessa y no la suya.
 
Zac: Efron.
 
**: ¿El jefe Efron de Tranquility Island, en Maine?
 
Zac: Sí. ¿Quién es?
 
Sylvio: Detective Sylvio, del departamento de policía de Coral Gables. He obtenido su nombre y su número de contacto de un contestador automático...
 
Zac: Emily Devlon. -Se aferró a la esperanza durante diez segundos-. ¿Se ha puesto en contacto con usted?
 
Sylvio: No, jefe Efron.
 
Zac: ¿Es usted de homicidios?
 
Sylvio: Afirmativo.
 
Zac: Maldita sea. Mierda. ¿Cuándo? ¿Cómo?
 
Sylvio: Estamos investigándolo. Tengo algunas preguntas.
 
Zac. Hágamelas.
 
Abrió la puerta de un empujón, salió a la larga terraza con vistas al mar. Necesitaba aire.

Vanessa encendió las luces. Sintió que el aire, una corriente fuerte y fría, entraba de golpe en la habitación. Se levantó, se puso una bata y, cuando se acercó a la puerta abierta, vio a Zac de pie, desnudo a la luz intermitente de la luna, gritando respuestas al teléfono.

Se dio cuenta de que él no notaba el frío. La rabia que lo abrasaba por dentro no se lo permitía. Nunca lo había visto enfadado... Hasta entonces incluso había dudado de que fuera capaz de enfadarse. Furioso seguro que no se ponía.

Y en ese momento no estaba furioso, pero rabia sin duda sentía.

Siguió escuchando, porque cuando Zac terminó de gritar respuestas, empezó a gritar preguntas. Resultaba evidente que las respuestas no le satisfacían.
 
Zac: Venga ya, detective. No me joda. Esa mujer podría estar viva si yo hubiera hecho esa llamada antes, si hubiera conseguido ponerme en contacto con ella. Porque ha sido Hobart, maldita sea. La habrá acechado en persona, a través de las redes sociales. Estará alojada, o lo habrá estado, en un lugar cercano desde el que llegar a pie o en coche sin problema. Conocerá la rutina de Emily Devlon. Dónde hace la compra, cuál es su banco, qué bebe, qué come. Habrá documentado hasta el último detalle. ¿Devlon salía todos los domingos por la noche? -se echó el pelo hacia atrás y comenzó a caminar de un lado a otro-. Me cago en la puta, llame al FBI. El agente especial a cargo es Andrew Xavier. Pero ahora mismo usted se enfrenta a la muerte de una madre de dos hijos. Estuve con ella en el centro comercial DownEast. Aunque no la conocía, yo también estuve allí. Y yo... Joder, ¿se está comportando como un imbécil a propósito? Entonces dígame la hora estimada de la muerte y yo le diré dónde cojones estaba. Estaba en casa de mi excompañera y su familia. La detective Sarah Parker. -Le soltó del tirón su número de teléfono y su dirección-. Ella lo corroborará. Salí de su casa y fui con el coche a coger el ferri de vuelta a Tranquility. Llamé a Emily Devlon, le dejé el mensaje durante el trayecto en el ferri. Antes me puse en contacto con Max Lowen, de Fort Lauderdale, puesto que creía que Hobart estaba en Florida. Pueden comprobar la hora del mensaje, joder, sabe muy bien que la llamé justo antes o justo después de la hora de la muerte.

Zac guardó silencio y escuchó. Sí, ahí estaba, Vanessa vio la rabia en todas y cada una de las líneas y los músculos de su cuerpo.
 
Zac: Hágalo. Hágalo, joder. Ya sabe dónde encontrarme. -se volvió y la furia salvaje que reflejaba su rostro hizo que Vanessa diera un paso atrás. Él se contuvo-. Necesito un minuto.
 
Pero cuando se acercó a la puerta para cerrarla e interponerla entre ellos, Vanessa se adelantó.
 
Ness: No hagas eso. No me dejes fuera. He oído lo bastante para entender que ha matado a otra persona. A una persona a quien trataste de advertir. Entra, Zac, ponte algo encima. No te das cuenta pero te estás congelando.
 
Zac: Joder, no sirvió de nada. No cogió el teléfono. Puede que ya estuviera muerta. Ya era demasiado tarde. -Tiró el móvil contra la cama y cogió sus pantalones-. Y ese gilipollas de homicidios se pone a interrogarme sobre por qué dejé el mensaje, por qué dejé la policía de Portland, por qué sé tantas cosas, dónde estuve durante la hora de la muerte. Menudo mamón. -Se recompuso-. Lo siento. Tengo que irme.
 
Ness: ¿Para qué? ¿Para atravesar la pared de un puñetazo en otro sitio? En cuanto el mamón ese haga unas comprobaciones mínimas, sabrá que es un mamón.
 
Zac: Eso no hará que Emily Devlon esté menos muerta. Tenía dos niños pequeños. Llegué demasiado tarde.
 
Vanessa se acercó a él y lo envolvió en un abrazo.
 
Zac: Joder, Vanessa. Llegué demasiado tarde. Se me adelantó.
 
Ness: ¿A ti? -Lo apretó con todas sus fuerzas y volvió a relajar el abrazo-. ¿Por qué a ti y solo a ti?
 
Zac: Soy el único al que ha intentado matar, la ha mirado a los ojos y ha sobrevivido.
 
Ness: Así que no vas a parar. Ahora mismo no piensas que sirva de mucho, pero te equivocas. El policía de Florida te llamará, se disculpará y te pedirá ayuda.
 
Zac: No quiero sus puñeteras disculpas.
 
Ness: Lo más probable es que te las ofrezca de todos modos. Pero ahora vamos a dar un paseo por la playa.
 
Zac: Hace frío, es plena noche. Tengo que irme -insistió-. Vuelve a la cama.
 
Qué curioso, pensó Vanessa; Zac solía mantener muy bien la calma, pero ahora que la situación lo había desbordado, era ella quien la mantenía con firmeza.
 
Ness: Espera a que me vista y luego saldremos a pasear. A mí me ayuda, al menos a veces, cuando estoy cabreada de verdad. Veamos si a ti también. -Se acercó a la cómoda para coger una sudadera y unos pantalones de chándal-. Viéndote en pleno ataque de furia, me he dado cuenta de la suerte que tenemos de que estés en la isla.

Zac: Sí, nada como un jefe de policía cabreado.
 
Ness: Tienes derecho a estar cabreado, pero aun así ya lo estás controlando. Y parte del cabreo, la parte que sigue viéndose, es tristeza. Sabía que eras astuto e inteligente como policía. Sabía que respetabas tu trabajo y que querías hacerlo bien. Y sabía que te preocupabas por los demás, pero esta noche he visto hasta qué punto. -Cogió una bufanda y se la enrolló alrededor del cuello-. Somos afortunados de tenerte, jefe. Tengo una chaqueta de abrigo abajo. La cogeremos, junto con la tuya, antes de salir.
 
Zac: Estoy enamorado de ti. Por el amor de Dios, no te alejes de mí por eso.
 
Vanessa se quedó sin aliento un instante y tuvo que hacer esfuerzos para continuar manteniendo la calma.
 
Ness: Me asusta. No voy a alejarme, pero necesito meditarlo un poco más antes de saber con seguridad lo que vamos a hacer al respecto. Nunca había sentido por nadie lo que siento por ti. Solo necesito asimilarlo.
 
Zac: Eso me vale. Y ahora ya estoy menos cabreado.
 
Ness: Vamos a dar el paseo de todas formas. Eres el primer hombre que me dice eso al que creo. Me parece que a los dos nos sentará bien un paseo por la playa.
 
El paseo ayudó, y aunque Zac no volvió a entrar, aunque no regresó a su cama, Vanessa sabía que ya se había tranquilizado. La besó, esperó hasta que ella hubo entrado en la casa, y entonces arrancó el coche.

Vanessa tampoco volvió a la cama, sino que se preparó una taza grande de café y subió a su estudio.

Allí encontró el boceto de Emily Devlon que había hecho a partir de la foto de la pizarra de Zac. Y tras seleccionar sus utensilios, empezó a hacer lo que sabía para honrar a los muertos.

1 comentarios:

Carolina dijo...

Owww pobre Zac u. U
Maldita Hobart ¬¬, aunque ahora ya se volvió arrogante
Publica el siguiente pronto porfis!!!

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