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jueves, 28 de noviembre de 2019

Tercera parte: Prueba de vida. Capítulo 21


En efecto, recibió una disculpa (tensa y sin duda por orden de un superior) del detective de Florida. Y una llamada de seguimiento del teniente del detective, que no parecía chuparse el dedo.

Intercambiaron información y promesas de mantenerse al tanto de las novedades que fueran surgiendo.

Donna golpeó el marco de su puerta con los nudillos.
 
Donna: Hemos recibido un aviso de Ida Booker, que vive en Tidal Lane, y está que se sube por las paredes.
 
Zac: ¿Por qué?
 
Donna: Un perro se ha colado en su contenedor de compost, ha escarbado todo el lecho de flores donde acababan de brotar los narcisos y ha perseguido a su gata hasta que esta ha trepado a un árbol.
 
Zac: ¿De quién es el perro?
 
Donna: De nadie, ese es el otro problema. La mujer dice que es la segunda vez en dos días que obliga a la gata a subirse a un árbol y, como nunca había visto al perro, ha preguntado por ahí. Cree que lo han abandonado, que lo trajeron en el ferri y regresaron sin él.
 
Zac: ¿Hay un problema de perros callejeros en la isla del que yo no sé nada?
 
Donna: No lo había, pero parece que ahora sí lo hay. Ida dice que si vuelve a ver al perro le pegará un tiro en la cabeza. Adora a su gata.
 
Zac: Aquí nadie va a disparar a ningún perro.
 
Donna: Entonces será mejor que lo encuentres antes que ella. Le hierve la sangre.
 
Zac: Yo me encargo.
 
Le iría bien distraerse.

Fue en coche hasta Tidal Lane, una bonita calle con ocho casas de residentes permanentes cuyos dueños se enorgullecían de sus jardines y habían formado una especie de comuna de artesanos informal.

Ida, una mujer robusta de cincuenta años, trabajaba con telas, había criado a dos hijos y adoraba a su gata.
 
Ida: Ha asustado a Bianca, y a saber lo que le habría hecho si ella no hubiera trepado al árbol. ¡Y mire esto! Ha desenterrado los bulbos, ha esparcido el compost por todas partes. Y cuando he salido, ha huido como un cobarde.
 
Zac pensó que prefería enfrentarse a un perro cobarde antes que a uno agresivo.
 
Zac: ¿Llevaba collar?
 
Ida: Yo no se lo he visto. Puede que hasta tenga la rabia.
 
Zac: Bueno, eso no lo sabemos. Deme una descripción.
 
Ida: Un chucho marrón y sucio. Rápido. La primera vez que vino y persiguió a Bianca, yo estaba justo ahí, preparando ese arriate para plantar. Me levanté, grité y se escapó corriendo. Hoy lo mismo. He oído los ladridos y la persecución. A Bianca le gusta dormir en el porche. He salido, y el perro ha huido disparado.
 
Zac: ¿Por dónde?
 
La mujer señaló con el dedo.
 
Ida: Con el rabo entre las patas. Ha tenido suerte de que no tuviera la escopeta a mano.
 
Zac: Señora Booker, le aconsejo que no coja esa escopeta y la dispare.
 
Ida: Mi gata, mi propiedad.
 
Zac: Sí, señora, pero usar un arma de fuego en un área residencial va contra la ley.
 
Ida: Defensa propia -dijo con tozudez-.
 
Zac: Veamos si consigo encontrar al perro. ¿Dice que ha huido y no la ha atacado?
 
Ida: Atacó a Bianca.
 
Zac: Sí, eso lo entiendo, pero ¿no se ha mostrado agresivo con usted?
 
Ida: Ha echado a correr en cuanto me ha visto. Cobarde.
 
O sea que no era agresivo con la gente. Probablemente.
 
Zac: Muy bien. Lo buscaré. Si no lo encuentro, enviaré a un par de agentes a echar un vistazo. Lo acorralaremos. Siento lo de los narcisos.
 
Preguntó por el barrio, habló con los que habían visto al perro, por lo general después de que hubiera tirado un cubo de basura y huido.

Deambuló un rato, preguntándose adónde iría si fuera un perro al que le gustaba perseguir gatos y desenterrar narcisos. Se dio cuenta de que la simple tarea de buscar a un perro callejero, recorriendo aquella zona de la isla en su coche patrulla y a pie, lo serenaba.

Estaba a punto de darse por vencido y enviar a Cecil a buscarlo cuando oyó ladridos.

Divisó al perro en un tramo de playa, perseguía a los pájaros y las olas junto a la orilla. Cogió la correa y la hamburguesa que se había parado a comprar y bajó caminando despacio y tranquilo mientras consideraba a su presa.

A juzgar por cómo chapoteaba y corría, no le pareció que tuviera la rabia ni que fuera mucho más que un cachorro. Estaba flaco, se le marcaban las costillas, así que tal vez la comida lo engañara.

Zac se sentó, desenvolvió la hamburguesa y dejó la mitad a su lado.

El perro levantó el hocico, olfateó el aire y luego volvió la cabeza. En el momento en que vio a Zac, se quedó inmóvil.

Continuó sentado, esperó a que la brisa le llevara el tentador olor a carne. El perro se agazapó y se acercó con sigilo. Tenía las patas largas, se fijó Zac, las orejas caídas y, sí, el rabo entre las patas.

Cuanto más se acercaba el perro, más se agazapaba, hasta que empezó a arrastrar la barriga como un soldado en combate. Con la mirada fija en Zac, clavó los dientes en la hamburguesa y echó a correr de vuelta a las olas. La devoró.

Zac colocó a su lado la segunda mitad de la hamburguesa y preparó la correa.

El perro volvió a acercarse arrastrando la barriga, pero esta vez Zac le pasó la correa por el cuello cuando el animal se lanzó a por la carne.

El perro trató de retroceder, con los ojos muy abiertos y asustados.
 
Zac: Eh, eh, de eso nada. Quedas arrestado. Y nada de morder.
 
Al oír la voz, el perro se quedó petrificado y luego se echó a temblar.
 
Zac: Yo diría que te lo han hecho pasar mal -recogió la hamburguesa, y aquel movimiento hizo que el perro se encogiera y se estremeciera-. Muy mal.
 
Con movimientos muy lentos, le ofreció el resto de la hamburguesa.

El hambre fue más fuerte que el miedo. Vacilante, meneó la cola que escondía entre las patas.
 
Zac. Tengo que arrestarte. Intento de agresión a un felino, destrucción de propiedad privada. La ley es la ley.
 
Despacio, muy despacio, Zac le puso una mano en la cabeza, la desplazó adelante y atrás, y notó los bultos de varias cicatrices en el cuello.
 
Zac: Yo también tengo unas cuantas.
 
Lo acarició durante unos minutos, y el perro lo recompensó con un lametón tentativo en el dorso de la mano.

El perro se echó a temblar de nuevo cuando Zac se puso de pie, y después levantó la vista cuando el golpe que esperaba no llegó. Zac aprendió muy pronto que al perro no le gustaba la correa. Tiraba, se retorcía, se quedaba paralizado cada vez que él se detenía y lo miraba. Con ese proceso, consiguieron llegar al coche.

Meneó la cola con más entusiasmo.
 
Zac: Te gusta ir en coche, ¿eh? Bueno, parece que hoy es tu día de suerte.
 
Se disponía a meterlo en el maletero, pero el animal lo miró con ojos enternecedores, el principio de la esperanza.
 
Zac: No vomites la hamburguesa en mi vehículo oficial.
 
En cuanto abrió la puerta, el perro subió de un salto, se sentó en el asiento del pasajero y chocó con el hocico contra la ventanilla.

Zac descubrió que un perro podía parecer sorprendido. Bajó la ventanilla y las orejas colgantes de su prisionero ondearon el viento todo el camino de regreso a la comisaría.
 
Zac: Tengo que abrirte un expediente y ver si consigo que el veterinario venga a echarte un vistazo. Luego ya pensaremos en lo demás.
 
Se fijó en el todoterreno negro que había en el aparcamiento y supo que tenía visita federal.

En la sala común, Donna atendía otro aviso, Cecil y Matty estaban sentados en sus respectivos sitios y el agente especial Xavier esperaba en una de las sillas para visitantes tomándose una taza de café mientras miraba algo en el móvil.

La imagen, el olor y el ruido de tantos humanos en una sola habitación hizo que el perro se pusiera a temblar con la cola metida entre las patas y la cabeza gacha.
 
Cecil: Vaya, has encontrado al cachorro.
 
Cecil hizo ademán de levantarse, pero Zac alzó una mano para detenerlo.
 
Zac: Tiene miedo de la gente.
 
Matty: A ti parece que te tenga miedo.
 
Zac: Todavía un poco, pero hemos hecho las paces cuando le he dado una hamburguesa. Donna, llama al veterinario.
 
Donna: El veterinario solo abre los miércoles y los sábados, excepto en caso de urgencia.
 
Zac: Ya lo sé. Llámalo a casa y cuéntale la situación. Necesito que eche un vistazo al perro y nos confirme que no está enfermo. Cecil, ¿por qué no lo llevas a...?
 
Cuando tendió la correa a su ayudante, el perro gimió, se apretó contra la pierna de Zac y se echó a temblar.
 
Zac: No importa. Espera un minuto.
 
Tirando de la correa, llevó al perro a la sala de descanso, cogió un cuenco y una botella de agua.
 
Zac: Agente especial Xavier -dijo cuando volvió-, ¿por qué no vamos a mi despacho?
 
Xavi: ¿Va a traerse al perro?
 
Zac: Está bajo mi custodia.
 
En el despacho, Zac señaló una silla y a continuación se sentó a su escritorio. Un instante después, el perro se coló bajo la mesa. Zac vertió agua en el cuenco y lo dejó en el suelo.
 
Zac: Bien, ¿qué puedo hacer por usted? -comenzó a decir por encima del ruido de los lametones húmedos y rápidos-.
 
Xavi: He pensado que un cara a cara podría aclararle que ni el FBI ni yo comprendemos su interferencia en una investigación en curso.
 
Zac: Bueno, no necesitaba coger el ferri para venir a decirme eso, pero tal vez sí para aclarar esa interferencia.
 
Xavi: Detective, se puso usted en contacto con dos personas, que nosotros sepamos, facilitó información a una de ellas, que nosotros sepamos, y le transmitió que, según su opinión personal, Patricia Hobart tenía intención de matarla.
 
Zac: En primer lugar, soy jefe, no detective. Y es evidente que mi opinión personal se convirtió en un hecho cuando Hobart mató a Emily Devlon.
 
Xavier juntó las palmas de las manos, bajó todos los dedos menos los índices.
 
Xavi: No tenemos pruebas, hasta ahora, de que Hobart sea la responsable de la muerte de Emily Devlon.
 
Zac se limitó a asentir.
 
Zac: ¿Le importaría cerrar la puerta? Si me levanto yo para hacerlo, este perro me seguirá tanto a la ida como a la vuelta, y parece que por fin se está tranquilizando -esperó mientras Xavier hacía lo que le había pedido-. Le he rogado que cerrara la puerta porque preferiría que mis subordinados no me oyeran llamar imbécil a un agente del FBI.
 
Xavi: Le conviene tener mucho cuidado. Jefe.
 
Zac: No, qué va. Creo que lo que me conviene aquí es ser claro. Tal vez no tenga ninguna prueba física, hasta la fecha, o ningún testigo ocular a mano, pero tiene todo lo demás. Devlon encaja a la perfección en el patrón de Hobart. Sobrevivió a lo de DownEast y, de paso, salvó una vida. Recibió atención de la prensa... No, estamos en mi despacho -dijo cuando Xavier hizo ademán de interrumpirlo-. Recibió algo de atención en aquel momento, reportajes y esas cosas. Además, se benefició económicamente cuando la mujer a la que salvó murió de causas naturales años después y le dejó cien mil dólares en su testamento. Todas las víctimas de Hobart hasta el momento recibieron atención mediática y obtuvieron algún tipo de beneficio.
 
Xavi: Se le ordenó de forma específica que se mantuviera al margen de esta investigación.
 
Zac: Ya no trabajo para el departamento de policía de Portland. No estoy interfiriendo en nada, y espero con todas mis puñeteras fuerzas que el FBI la pille, y rápido. Hasta que lo consigan, haré lo que hago.
 
Xavi: Manipulando a objetivos potenciales...
 
Zac: Y una mierda manipulación. Llamé a Lowen, se lo expuse porque tenía información que me hacía pensar que Hobart había cambiado de rumbo hacia Florida.
 
Xavi: ¿Y no compartió esa supuesta información con otros agentes?
 
Zac: Me facilitaron la información el domingo por la tarde y tenía toda la intención de pasársela a usted el lunes por la mañana. De hecho, le aconsejé a Lowen que lo llamara. Le di su nombre y su número. Habría hecho lo mismo con Devlon si hubiera conseguido hablar con ella. Y si la hubiera localizado, tal vez estaría viva. Así que no venga a mi casa, agente Xavier, y trate de engañarme. Usted está a cargo de la investigación de Hobart, pero a mí me va la vida en ella... y no es una metáfora.
 
Xavi: Y ese es justo el motivo por el que lo apartaron de la investigación.
 
Zac: Le repito que no trabajo para la policía de Portland. Trabajo para el pueblo y los visitantes de esta isla. Y, hasta donde yo sé, no hay ninguna ley ni regulación que diga que como tal, o como civil, no pueda reunir información o llamar a individuos que crea que podrían estar en peligro.
 
Xavier se limitó a mirarlo por encima de la nariz afilada.
 
Xavi: Deje que se lo aclare: el FBI no necesita la dudosa ayuda de un funcionario obsesionado que se las da de pez gordo en una isla de mierda perdida en mitad de la nada y que dedica su tiempo a recoger perros callejeros.
 
Zac bajó la vista hacia el perro, que había empezado a roncar a sus pies.
 
Zac: No he dedicado tanto tiempo. Voy a decirle una cosa, y después los dos deberíamos volver al trabajo: no pretendo interponerme en su camino, y ambos sabemos que no lo he hecho. Está cabreado porque ahora en los informes pone que un funcionario obsesionado de una isla de mierda perdida en mitad de la nada llamó a la siguiente víctima de Hobart, o lo intentó. Y usted, agente especial, con todo el potencial del FBI a sus espaldas, no. En su lugar, yo también estaría cabreado. Pero Emily Devlon sigue muerta, y hay personas que me importan que encajan en el patrón de víctimas de Hobart. Así que está perdiendo el tiempo al tratar de asustarme o intimidarme.
 
Xavi: Lo que estoy haciendo es advertirle. El FBI lleva el control de esta investigación.
 
Zac: Advertirme tampoco servirá de nada. Espero que la pille. Espero con todas mis fuerzas que la pille antes de que mate al siguiente de su lista. Cuando lo haga, le enviaré una caja de su vino favorito. Hasta entonces, yo diría que ambos sabemos a qué atenernos.
 
Xavi: Cruzará la línea -se puso en pie-. Cuando lo haga, me encargaré de que pierda este chollo de puesto que tiene aquí y cualquier oportunidad de que le den una placa en cualquier otro sitio.
 
Zac: Lo tendré en cuenta. ¿Sabe? No me ha preguntado cómo llegué a la conclusión de que Hobart estaba en Florida y que iría a por una de las dos personas con las que contacté. No pregunta porque está cabreado. Voy a enviarle esa información y espero que la revise cuando ya no esté tan cabreado. Es relevante, porque si aún no ha confirmado que Hobart es responsable de la muerte de Devlon, lo hará. Habrá dejado alguna pista porque quiere que se le reconozca el mérito.
 
Xavi: Limítese a no interponerse en mi camino.
 
Zac: Todavía estamos en temporada baja -comentó mientras Xavier se dirigía hacia la puerta-. Así que faltan un par de horas para el siguiente ferri de regreso a Portland. El café y la tarta del Sunrise Café están buenísimos.
 
Xavier salió dando zancadas y dejó la puerta abierta.
Zac volvió a mirar al perro, que seguía roncando.
 
Zac: Ese hombre, amigo mío, se las ha ingeniado para ser un capullo y un estirado al mismo tiempo.
 
Levantó la vista de nuevo cuando Donna se acercó a la puerta.
 
Donna: Tu visitante no parecía muy contento al salir. Y además ha sido un maleducado, ha cerrado de un portazo. Hemos deducido que te has metido en líos con los federales por algo, pero no pareces preocupado.
 
Zac: No lo estoy, porque soy un funcionario obsesionado que se las da de pez gordo en una isla de mierda perdida en mitad de la nada. Y eso es más que suficiente para mí.
 
Donna: Pez gordo -resopló-.
 
Zac: Eh, soy jefe de policía. Eso es ser un pez bastante gordo.
 
Donna: ¿En serio ha dicho que esto es una isla de mierda?
 
Zac: Sí, pero no nos preocupa porque nosotros sabemos que no es así.
 
Donna: ¿Le has dado su merecido a ese gilipollas?
 
Zac: No se ha ido contento, ¿no?
 
Donna expresó su aprobación con un breve gesto de asentimiento.
 
Donna: El doctor Dorsey ha dicho que puedes llevarle al perro.
 
Zac se preguntó si debería dejarlo dormir. Pero cuando se apartó un par de centímetros con la silla, el perro alzó la cabeza de inmediato. Miró a Zac a los ojos con miedo y anhelo.
 
Zac: Pues supongo que lo llevaré.
 
Decidió ir caminando, con la esperanza de que el perro dejara de temblar siempre que veía a alguien que no fuera el agente que lo había arrestado. Pero cada vez que detectaba la presencia de una persona, el animal se pegaba a la pierna de Zac y se echaba a temblar.

La consulta del veterinario estaba adosada a su casa, a menos de medio kilómetro del pueblo. Vivía en una edificación de color amarillo intenso con su esposa y su hijo menor, que estaba en el último año de instituto.

Doc Dorsey (hasta su mujer lo llamaba Doc) tenía un horario fijo dos días a la semana y una tercera mañana reservada a las cirugías. Por lo demás, abría para casos de urgencia, aunque estuviera pescando o trabajando en sus tres colmenas de abejas.

Cuando Zac entró, la esposa del veterinario estaba sentada al escritorio de la sala de espera. Era una especie de habitación para animales, observó Zac, con una variedad de sillas y mesas desemparejadas sobre un suelo de vinilo azul pálido.
 
Zac: Señora Dorsey, le agradezco que hayan abierto por mí.
 
Señora: Oh, no es ninguna molestia. -Hizo un gesto con la mano para dejar claro que no le importaba estar allí. Llevaba una coleta castaña y larga que le despejaba una cara hermosa y muy maquillada-. Así que este es nuestro perro callejero. Pobre cosita perdida.
 
La mujer se levantó. El perro retrocedió y se encogió detrás de las piernas de Zac.
 
Zac: Tiene miedo de la gente.
 
Señora: De usted no.
 
Zac: Bueno, le he dado una hamburguesa y un paseo en el coche patrulla.
 
Señora: Ha establecido un vínculo con usted. -Señaló a Zac sacudiendo un dedo y luego se agachó al nivel del perro-. Seguro que tenía hambre. Desde luego, está por debajo del peso que le correspondería. Qué cara tan dulce... Necesita un buen baño... Creo que tiene algo de rojo debajo del marrón, pero está sucísimo. ¿Ha traído una muestra de heces?
 
Zac: Eh... no hemos llegado a esas confianzas.
 
Señora: Bueno, pues necesitaremos una muestra. Llévelo a la parte de atrás, allí han hecho caca y pis muchos perros, a lo mejor el olor lo estimula. ¿Cuánto hace que se ha comido la hamburguesa?
 
Zac: Más de una hora, diría.
 
Señora: Entonces debería resultar. Tome. -Sacó un guante de médico y un bote de plástico de boca ancha de un cajón-. Le diré a Doc que ya ha llegado.

Zac salió con aire de resignación, pero antes de que tirara del perro hacia la parte de atrás, el animal se acuclilló e hizo cosas de perros en el sendero de hormigón.
 
Zac: Joder, mierda. Literalmente.
 
Zac se puso el guante e hizo lo que tenía que hacer.
 
Señora: ¡Qué rapidez! -exclamó la señora Dorsey cuando volvieron a entrar-.
 
Zac: Lo ha hecho en el sendero antes de que me diera cuenta... Lo siento. -Le entregó la muestra, que habría jurado que se movía-. He recogido la mayor parte.
 
Señora: No se preocupe, no es la primera vez. Llévelo atrás. Salga por la puerta y la primera a la izquierda. -Le devolvió la muestra-. Dele esto a Doc, pero ya le digo que el pobrecito tiene lombrices intestinales.
 
Zac: Qué divertido.
 
Entró en la sala donde examinaban a los animales, con sus mostradores, su mesa acolchada larga y elevada, y sus básculas.

El perro se echó a temblar de nuevo al ver a Doc. El veterinario tenía una larga coleta castaña como la de su esposa pero salpicada de canas. Lucía gafas tipo John Lennon, sonrisa beatífica, camiseta de Grateful Dead, vaqueros cargo y botas Doc Martens.
 
Doc: Bueno, ¿a quién tenemos aquí?
 
Zac: Se niega a darme su nombre, pero tengo esto -le entregó la muestra de buena gana-.
 
Doc: Hum -como su esposa, se agachó-. Lleva un tiempo sin comer con regularidad, por lo que parece. Le da miedo la gente, ¿no?
 
Zac: Tiembla mucho. Le he notado cicatrices en el cuello.
 
La hermosa sonrisa desapareció, y los ojos se le endurecieron detrás de las gafas.
 
Doc: Le echaremos un vistazo. Aún no es adulto, diría yo. Mire a ver si puede hacer que se suba a la báscula.
 
Costó un poco convencerlo, pero si Zac se arrodillaba a su lado, el perro se quedaba quieto y temblaba.

Doc anotó el peso y le pidió a Zac que lo colocara en la camilla.
 
Doc: Póngase delante de él para que pueda verlo. Y háblele con voz calmada.
 
Zac: Nadie va a hacerte daño, pero tenemos que echarte un vistazo.
 
Zac continuó mirando al perro, hablando con la misma voz tranquila, mientras Doc le pasaba las manos por encima con suavidad.
 
Zac: Varias personas informaron de la presencia de un perro callejero ayer mismo. Persiguió a la gata de Ida Booker hasta que esta trepó a un árbol, tanto ayer como esta mañana. Le ha removido la tierra del jardín y ha salido corriendo en cuanto la ha visto. Lo he encontrado persiguiendo pájaros en la playa de esa zona. Lo he atraído con una hamburguesa, pero antes he tenido que pasarme un rato sentado.
 
Mientras hablaba con la voz tranquila y relajada que emplearía con la víctima de una agresión, mantenía la mirada fija en los ojos del perro.
 
Zac: Le gusta ir en coche. Ha ido con la cabeza fuera todo el rato. Parece que conmigo está a gusto, pero se asusta con todos los demás. Hasta ahora. Si te mueves demasiado rápido o levantas el brazo, se encoge.
 
Doc: Típicas señales de maltrato.
 
Zac: Lo sé. Son más o menos las mismas que en las personas.
 
Doc: Es probable que estas cicatrices sean de un collar de ahorque. Tiran y tiran de él hasta que el metal se clava.
 
Zac: Hijos de puta. Lo siento.
 
Doc: No lo sienta. Hay que ser un hijo de puta para hacerle eso a un animal. Tengo que verle los dientes, los oídos y demás.
 
Zac siguió hablando. El perro tembló con mayor intensidad pero, con el policía sujetándolo, Doc pudo examinarle los dientes, los ojos y los oídos.
 
Doc: Tiene ambos oídos infectados. Los dientes están bien. Según mis cálculos tiene entre ocho y nueve meses, lo que significa que hay que multiplicar el «hijo de puta» por dos.
 
El veterinario se sacó un par de golosinas para perros del bolsillo. Dejó la primera en la camilla, esperó a que el perro desviara la vista de la golosina hacia Zac y de vuelta a la golosina, y luego se la comiera.

A la siguiente se resistió. El perro volvió a centrarse en Zac.
 
Doc: Dígale que no pasa nada.
 
Zac: No seas tonto -le dijo al perro-. Si alguien te ofrece una galleta, te la comes.
 
El perro lo hizo, miró a Doc.
 
Doc: Puedo hacerle una prueba para comprobar si lo han vacunado. Me extrañaría. Además, todavía no le han cortado las pelotas, y eso también tiene que cambiar. Voy a echar un vistazo a la muestra, usted controle que no se mueva de la camilla.
 
Doc entró en una pequeña alcoba.
 
Doc: Podemos quedárnoslo, atenderlo aquí, pero su persona es usted. Si pudiera organizarse, estaría mejor con usted hasta que se cure. Quienquiera que fuera el dueño de este perro no puede recuperarlo. Si lo encuentra, debe acusarlo de maltrato y negligencia.
 
Zac: No estoy en casa en todo el día, así que no debería...
 
El perro lamió el dorso de la mano de Zac, volvió a mirarlo con la misma combinación de anhelo y miedo.
 
Zac: Iremos día a día.
 
Doc: Tiene lombrices. Le daré un medicamento para eso... y necesitaremos otra muestra de heces para hacerle un seguimiento. También le daré una pomada para los oídos y un antibiótico. Le anotaremos las instrucciones. Le recomiendo que le dé comida de una buena marca para cachorros. Tres veces al día hasta que alcance su peso normal. Tengo que sacarle sangre, así que manténgalo distraído.
 
Fue Zac quien se distrajo con el perro. Prefería enfrentarse a un puño que a una aguja.
 
Zac: ¿Qué cree que es? Es decir, ¿qué clase de perro?
 
Doc: Creo que tiene algo de coonhound -le pellizcó la piel del flanco y le clavó la aguja-. Podría tener algo de labrador, y de muchas más cosas. Todavía no está desarrollado del todo. Le daré un champú, tiene pulgas y con eso se le irán. Necesitas un buen baño, muchacho.
 
Doc rodeó la camilla acariciando al perro. El animal ya no temblaba tanto, pero miraba al veterinario como si temiera que la mano amable se volviera malvada.
 
Doc: Le han dejado secuelas. Con tiempo, paciencia y buenos cuidados, podría llegar a superarlo. Algunos lo consiguen; otros, no. Voy a prepararle los medicamentos, y Suzanna le imprimirá todas las indicaciones. ¿Pasamos la factura al departamento de policía de la isla?
 
Zac pensó en el presupuesto.
 
Zac: No, adelante, pásenmela a mí.
 
Doc recuperó la sonrisa.
 
Doc: En ese caso, te cobraré el coste de los medicamentos y consideraremos el chequeo un servicio público.
 
Zac: Te lo agradezco. Mucho.
 
Doc ofreció otra golosina al perro. El animal se limitó a mirar a Zac, juzgó que le daban permiso y se la comió.
 
Doc: Si no puedes quedártelo, le encontraremos un hogar. Ahora mismo confía en ti, y ya ha sufrido bastantes traumas en su corta vida.
 
Suzanna, puesto que habían pasado a los nombres de pila y el tuteo, también le entregó una lista de los artículos que necesitaba para el cuidado básico del cachorro, lo ayudó con la primera aplicación de la pomada y le regaló una bolsita de golosinas y de lo que ella llamó «fundas comestibles» para pastillas, de distintos sabores.

Zac volvió a la comisaría con el perro y la bolsa del veterinario.
 
Donna: Cecil y Matty acaban de irse al instituto. Una pequeña pelea justo a la puerta. Un par de chicos dándose puñetazos. Seguro que por una chica.

Zac: Donna.
 
La mujer entornó los ojos al oír su tono.
 
Donna: Jefe.
 
Zac: Conozco la regla de no hacer recados personales, pero no puedo llevar a este perro al supermercado y lo tengo pegado a mí como un velcro. Suzanna Dorsey me ha dado una lista de todo lo que necesito para él.
 
Donna: ¿Esperas que deje mi puesto, vaya al supermercado y compre cosas para un perro callejero?
 
Zac: Tiene cicatrices en la nuca porque alguien le ponía una cadena de ahorque y tiraba tan fuerte y tan a menudo que se le clavaba. Tiene los dos oídos infectados y está pegado a mí porque hasta ahora todas las demás personas de su vida le han hecho daño. Doc dice que solo ronda los ocho meses.
 
Donna subió tanto la barbilla que su labio inferior desapareció casi por completo.
 
Donna: ¿Lo de la cadena de ahorque te lo ha dicho Doc?
 
Zac: Sí.
 
Dona: Dame la puñetera lista.
 
Zac: Gracias. De verdad.
 
Donna: No es un recado personal que te hago a ti. Se lo hago al perro. Y ahora dame tu tarjeta de crédito, porque no sabes cuánto va a costar.
 
Zac se la entregó y decidió que ya pensaría más tarde en su propio presupuesto.

Cuando por fin cerró la comisaría por la noche, se dijo que tanto el perro como él se tomarían un respiro y volverían a casa en el coche patrulla.
 
Zac: Estás en libertad condicional -le dijo mientras guiaba al perro al interior de la casa-. Cagarse y mearse dentro y mordisquear cualquier cosa que no te haya dado yo violan los términos de tu libertad condicional. Tómatelo en serio.
 
El perro olisqueó un poco el dormitorio, siempre con un ojo clavado en Zac, mientras este se ponía sus pantalones de chándal más desgastados, una sudadera vieja y unas zapatillas de deporte que no se decidía a tirar.

Porque, de los dos, Zac era el que sabía que lo que seguiría sería un desastre.

Volvió a salir con el perro, cogió la manguera y el champú. Y pasó los primeros diez minutos del proyecto luchando en un perro mojado que gemía, temblaba e intentaba escapar de la pesadilla del agua y el jabón.

Al final el perro se rindió y se limitó a mirar a Zac con unos ojos que reflejaban el dolor de la traición.

Los dos estaban empapados y no demasiado contentos el uno con el otro cuando llegó Vanessa.
 
Zac: Mejor no te acerques. Estamos hechos un asco.
 
Ness: Suzanna Dorsey le ha contado a Hildy, que se lo ha contado a CiCi, que te habías traído un perro callejero. Veo que la información de radio macuto vuelve a confirmarse.
 
Zac: Está en libertad condicional. -Sin piedad, roció al perro con la manguera para eliminar los restos de champú y pulgas muertas-. Y ahora mismo está al borde del abismo.
 
Ness: Tiene una cara muy dulce.
 
Zac: Sí, lo dice todo el mundo. También está plagado de pulgas y tiene lombrices.
 
Ness: Maltratado, según Suzanna.
 
Zac: Sí. Eso también.
 
Vanessa se apartó unos pasos y se sentó en los escalones porque el perro la miraba como si ella estuviera a punto de lanzarle una piedra a la cabeza.
 
Ness: Se supone que tengo que hacerle una foto y enviársela a CiCi.
 
Zac: Deberías esperar hasta que estuviera más presentable.
 
Ness: Es de un color bonito, como un caballo castaño.
 
Zac: Por lo visto tiene algo de coonhound, sea lo que sea eso.
 
Ness: ¿Te gustan los perros?
 
Zac: Claro. Tuve una de pequeño. Mi hermana la llamó Frisky antes de que mi hermano y yo pudiéramos oponernos. Era una buena perra. La perdimos justo antes de que me fuera a la universidad. -La miró-. ¿Y a ti?

Ness: No podíamos tener perros ni gatos. Mi madre es alérgica. O eso dice. La verdad es que nunca la he creído. Pero sí, me gustan los perros. ¿Vas a quedártelo?
 
Zac: No lo sé. Casi nunca estoy en casa. Doc me ha dicho que le encontrarían un hogar. Una vez que se acostumbre a estar con gente que no le pega estará mejor.
 
Soltó al perro para coger una de las toallas viejas que todavía no había tirado... y el animal aprovechó la oportunidad para sacudirse el agua, que salpicó en todas direcciones y a Zac de arriba abajo.

Con Vanessa muerta de risa, Zac usó la toalla para secarse la cara.
 
Zac: Necesito una ducha.
 
Ness: Yo diría que acabas de dártela.
 
Zac: Ja, ja. -Comenzó a frotar al perro enérgicamente con la toalla-. ¿Qué te parece esto?
 
El perro respondió meneando la cola y lamiéndole la cara.
 
Zac: Claro, claro, ahora somos amigos.
 
Vanessa lo observó secar al perro y vio que sonreía con los lametones y coletazos del animal.

Aunque sabía que era inevitable, que cada vez estaba más cerca, fue en aquel momento, con aquella imagen, cuando se enamoró.


1 comentarios:

Caromi dijo...

Awww ya están enamorados los 2 ❤️❤️
Pobre perro, en serio que el que hizo eso es un hijo de puta 😒😒
Publica pronto please

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