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viernes, 22 de noviembre de 2019

Capítulo 18


Zac se vistió para su primer día como jefe de policía. Tenía un uniforme -camisa y pantalones caquis, e incluso una gorra de plato-, pero eligió unos vaqueros y una camisa azul claro. Reservaría el uniforme para las ocasiones especiales, pero -tomando prestado uno de los dichos de su abuela-, debía empezar como pretendía continuar.

Se puso unas botas -ni nuevas ni demasiado usadas- y, dado que en marzo aún hacía frío, una chaqueta de cuero que tenía desde hacía más o menos una década.

Se colocó el arma de servicio en el cinturón.

Decidió recorrer caminando el kilómetro aproximado que lo separaba del pueblo. Debía reducir su huella de carbono, pensó, y, como jefe, disponía de un coche en la comisaría.

Durante el paseo tuvo tiempo de hacer algo de balance. No estaba nervioso. Llevaba casi tres meses viviendo en la isla, le había tomado el pulso. Muchos de los 1.863 isleños, de edades comprendidas entre los siete meses y los ochenta y ocho años, habían pensado que ni siquiera superaría el invierno.

Pero lo había hecho.

Algunos suponían que no terminaría el verano como jefe.

Pero lo haría.

No solo le gustaba su vida allí, sino que aquello era su vida.

Tenía una misión aparte, y trabajaría en el caso Hobart hasta que aquella zorra loca oyera el portazo de su celda; sin embargo, su prioridad en aquel momento, a partir de aquel día, debía ser la isla.

Atisbó un par de ciervos en lo que él consideraba su bosque y lo interpretó como una señal positiva. La nieve derretida ablandaba el suelo que pisaba, y todo aquel blanco acababa formando charcos y manchas. La temporada de nevadas no había terminado, al menos según los viejos que pasaban la tarde en el Sunrise tomando café, jugando a las cartas y soltando tonterías.

El pronóstico consensuado era que habría otro buen ciclón de los que suelen azotar la costa nordeste y que, tras él, el invierno daría paso a la primavera.

Zac no apostaría contra ellos.

Pasó por delante de varias casas de vacaciones que estarían cerradas hasta que llegara el verano. El vandalismo, incluso las típicas chorradas que hacen los críos, era raro en la isla. Allí todo el mundo conocía a todo el mundo, y todo el que conocía a todo el mundo sabía que la economía de la isla dependía en gran medida de los veraneantes.

Unas cuantas casas más, estas de isleños. Zac había puesto mucho empeño en dar con la forma de conocer, al menos por encima, a todos los que pasaban el año entero en la isla.

Artistas, fotógrafos, tenderos, cocineros, jardineros, jubilados, blogueros, profesores, pescadores de langostas, artesanos. Un par de abogados, un surtido de personal sanitario, mecánicos, empleados de mantenimiento y demás.

Todos ellos mantenían la isla en marcha.

Ahora él también lo hacía.

Vio que el ferri se deslizaba hacia el continente. Algunos tenían negocios o aceptaban empleos allí durante la temporada baja. Unos cuantos enviaban a sus hijos a escuelas privadas. El desplazamiento de cuarenta minutos no estaba mal, opinaba Zac. A fin de cuentas, no había atascos.

Pasó por el muelle del ferri, donde sabía, gracias a sus propios recuerdos, que habría decenas de coches esperando en fila para iniciar el viaje de vuelta a casa después de pasar un día de verano en Tranquility Island.

Su camino desembocó en el pueblo. Al igual que las casas de alquiler, la mayoría de las tiendas y de los restaurantes permanecerían cerrados hasta la temporada de verano. Algunos recibirían una nueva capa de pintura una vez que estallara la primavera, por lo que los listones, hoy descoloridos, resplandecerían y atraerían a visitantes e ingresos.

Desde allí el puerto deportivo y la playa ofrecían todo lo que los veraneantes podían desear: sol, arena, mar y deportes acuáticos.

Se encaminó hacia el Sunrise y, al entrar, se dejó envolver por el olor a beicon y a café.

Val, la camarera de la barra, que tenía el pelo rubio y brillante y llevaba un delantal rosa, le dedicó una sonrisa alegre.
 
Val: Buenos días, jefe.
 
Zac: Buenos días, Val.
 
Val: Notarás las mariposas en el estómago del primer día, ¿no?
 
Zac: No mucho. Ponme seis cafés grandes para llevar. Dos solos, uno con leche, otro con leche y un azucarillo, otro con leche y dos azucarillos y el último con esa crema de vainilla que tenéis y tres azucarillos.
 
Val asintió con la cabeza y se fue a por la cafetera.
 
Val: ¿Vas a invitar a toda la comisaría?
 
Zac: Creo que es lo que hay que hacer el primer día.
 
Val: Bien pensado. Te los marcaré para que sepas cuál es cuál. A lo mejor quieres llevarte algo de tarta de café para acompañarlos.
 
Zac: He encargado una docena de donuts en la panadería. Policías, donuts. Es lo nuestro.
 
Mientras Val preparaba el pedido, Zac saludó a algunos clientes habituales de la hora del desayuno: los dos hombres canosos con un acento de Nueva Inglaterra tan marcado que Zac debía afinar la frecuencia de sus oídos para entenderlos; el encargado de los voluntarios que limpiaban la playa en verano; un bloguero aficionado a los pájaros con su cámara, sus gafas de campo y su libreta; el director del banco; el bibliotecario de la isla.
 
Zac: Gracias, Val.
 
Val: Buena suerte hoy, jefe.
 
Zac fue con la bandeja de cafés para llevar hasta la panadería, recogió la docena de donuts y conversó brevemente con la mujer que dirigía la inmobiliaria Island Rentals, que esperaba un encargo de pasteles para lo que ella llamó una reunión de lluvia de ideas.

Continuó bajando, giró a la derecha en la esquina y siguió hasta el edificio de una sola planta, pintado de un blanco descolorido y con un estrecho porche cubierto. En el cartel clavado en la franja de césped que separaba la acera del porche ponía: DEPARTAMENTO DE POLICÍA DE TRANQUILITY ISLAND.

Haciendo malabarismos con el café y los donuts, rebuscó las llaves que su predecesor le había entregado la noche anterior mientras se tomaban una cerveza de transición. Zac abrió la puerta y, tras respirar hondo, entró en la que ya era su casa a las siete y veinte en punto.

CiCi, que afirmaba ser una bruja solitaria, además de algo adivina, había insistido en llevar a cabo una especie de ritual. De limpieza, inauguración o lo que fuera. A Zac le pareció que dejar que su amiga encendiera un par de velas, agitara un palo de salvia y canturreara no le haría ningún mal.

Echó un vistazo alrededor, hacia lo que el policía de ciudad que llevaba dentro veía como un despacho común. Hacia los escritorios en los que trabajaban sus ayudantes (cuatro emparejados y situados uno frente a otro y otros dos compartidos por los ayudantes de verano). Hacia la centralita, que se extendía a lo largo de la pared derecha. Hacia las sillas para las visitas, alineadas a la izquierda. Había un mapa de la isla en la pared, una maceta con una especie de planta de aspecto tristísimo en el rincón.

La puerta de acero de la parte de atrás conducía a tres celdas. Otra, a la pequeña armería. Había un cuarto de baño (unisex), una salita de descanso con un hornillo para hacer café, una nevera pequeña y un microondas. También disponía de una mesa con un tablero de linóleo astillado que Zac esperaba reemplazar si encontraba los medios necesarios en el presupuesto.

Controlaba un presupuesto. ¿No era la leche?

Cruzó la sala común en dirección al estrecho pasillo que por un lado llevaba a la sala de descanso, por el otro hacia el baño y de frente a su despacho.

Entró en su despacho, dejó el café y los donuts, y se quitó la chaqueta para colgarla en el perchero que había junto a la puerta. Su escritorio estaba situado de cara a la puerta, y así lo mantendría. Tenía una silla decente, un ordenador, una pizarra blanca para los horarios, un tablón de corcho, armarios archivadores, una sola ventana que dejaba entrar algo de sol.

Contaba con su propio hornillo... que en algún momento reemplazaría por una cafetera de verdad.
 
Zac: Pues muy bien -dijo en voz alta-.
 
Rodeó el escritorio, se sentó, encendió el ordenador e introdujo su contraseña. Había creado el documento la noche anterior, durante el ritual mágico de CiCi, y entonces lo abrió, le echó otra ojeada y lo envió.

Cuando oyó que se abría la puerta de la comisaría, se levantó, cogió el café y los donuts y salió a la sala común.

No le sorprendió que Matty Stevenson fuera la primera en llegar.
 
Matty: Jefe -dijo un poco fría, un poco seca-.
 
Zac: Gracias por venir temprano. Café solo.
 
Sacó el vaso de Matty de la bandeja. Ella lo miró con el ceño fruncido.
 
Matty: Gracias.
 
Zac: Donuts. -Abrió la tapa de la caja-. Has llegado la primera, así que eliges la primera. -Al ver que Matty seguía frunciendo el ceño, dejó la caja encima del escritorio más cercano-. Si convoco a todo el mundo media hora antes, lo menos que puedo hacer es traer café y donuts.
 
Mientras ella decidía cuál coger, llegaron Leon y Nick.
 
León: Jefe Efron -lo saludó, agradable pero formal-.
 
Zac: Café -dijo mientras repartía los vasos-. Donuts.
 
Señaló la caja con un pulgar.

Entonces entró Cecil.
 
Cecil: Hola. ¿Llego tarde?
 
Zac: Justo a tiempo -le pasó su café-.
 
Cecil: Vaya, gracias, jefe. Eh, justo como me gusta.
 
Zac: Coge un donut, siéntate.
 
Donna: ¡Puñetero perro! -entró corriendo-. No sé por qué dejé que Len me convenciera de lo de ese puñetero perro. ¿Qué es todo esto? -exigió saber mientras se quitaba una chaqueta acolchada y la bufanda que llevaba como si fuera una boa constrictor-. ¿Esto es una fiesta o una comisaría?
 
Zac: Es una reunión -le pasó el último café-. Coge un donut.
 
Donna: Donuts. Acabaremos con un puñado de policías gordos.
 
Pero cogió uno.
 
Zac: Os agradezco que hayáis venido temprano. Anoche tomé una cerveza con el jefe Wickett y me pidió que os diera las gracias de nuevo por el trabajo que habéis hecho bajo su mando. No voy a cambiar mucho por aquí.
 
Donna: ¿Mucho?
 
Donna resopló y dio un mordisco a un donut relleno de gelatina.
 
Zac: Exacto. Voy a jugar un poco con el presupuesto, a ver si consigo comprar una mesa nueva para la sala de descanso. Mantendré la política de puertas abiertas del jefe Wickett, así que, cuando mi puerta esté cerrada, será por algo. De lo contrario, estará abierta. Si Donna no os ha dado ya a todos mi número de móvil, pedídselo. Y yo necesito el vuestro. Quiero que llevéis el móvil cargado y encima en todo momento. Estéis de servicio o no. Sé que el jefe Wickett usaba la pizarra para los horarios, pero yo usaré el ordenador. Ya he preparado los turnos del próximo mes, tenéis el documento en vuestro ordenador. Si alguien necesita cambiar un turno o coger días libres, podéis resolverlo entre vosotros, solo tenéis que comunicármelo después. Si no, buscaremos una solución.
 
Matty: ¿Tus turnos también están en el documento?
 
Zac: Sí. Y ya que estamos aquí, que alguien me diga qué demonios es esa cosa.
 
Todos miraron la planta enfermiza.
 
Donna: Es un engendro. La esposa del jefe se lo regaló vete tú a saber por qué. Deberíamos acabar con ella.
 
Cecil: Venga ya, Donna -comenzó a decir-.
 
Donna: El jefe tenía la negra con las plantas... Sin ánimo de ofender, Cecil.
 
Cecil, la única persona negra de la sala, se limitó a sonreír.
 
Cecil: Yo ya tengo dos. Pero no podemos tirarla sin más. No estaría bien.
 
Zac: ¿A alguien se le dan bien las plantas? Yo no sé cómo se me dan, nunca he intentado cultivar nada.
 
Todo el grupo se volvió a la vez hacia Leon.
 
Zac: De acuerdo, Leon, eres el encargado de esa cosa de ahí. Si muere, le ofreceremos un funeral decente. Y antes de que llegue la época de floración, tal vez puedas contarme algo sobre los altramuces y sobre cualquier otra cosa que crezca en mi casa. No tengo ni puñetera idea.
 
Leon: Sí, te echaré una mano.
 
Zac: Genial. Una cosa personal más. Creo que necesitaré que alguien haga limpieza en mi casa un par de veces al mes. No me refiero a vosotros. -Tuvo que reírse, pues las expresiones que adoptaron sus subordinados fueron desde pétreas hasta horrorizadas-. Os estoy pidiendo recomendaciones.
 
Donna: Kaylee Michael y Hester Darby se encargan de la limpieza de los apartamentos de Island Rentals. Contratan a gente de fuera para que las ayude durante la temporada, pero Kaylee y Hester son de la isla.
 
Zac: Conozco a Hester.
 
Donna: Teniendo en cuenta que eres un hombre desordenado en una casa grande, sería más inteligente que contrataras a las dos. Terminarán antes y forman un buen equipo.
 
Zac: Gracias. Hablaré con ellas. Si alguien tiene preguntas, sugerencias o comentarios sarcásticos, ahora es el momento. Si son preguntas, sugerencias o comentarios sarcásticos más personales, podéis venir a verme a mi despacho.
 
Matty: ¿Se nos expedientará por los comentarios sarcásticos?
 
Zac lanzó a Matty una mirada penetrante.
 
Zac: Supongo que tendremos que descubrirlo. No soy demasiado estricto, pero tampoco soy un pelele. Tendrás que encontrar el punto justo. Revisad vuestros turnos. Estaré en mi despacho.
 
Cogió un donut antes de marcharse.

El primero tardó menos de diez minutos en golpear el marco de su puerta con los nudillos.
 
Zac: Pasa, Nick.
 
Nick: Me has puesto un turno el próximo sábado por la noche. Hará seis meses que nos casamos, y le prometí a Tara, mi esposa, que iríamos a Portland para cenar en un sitio elegante. Cecil me ha dicho que me lo cambia.
 
Zac: Lo arreglaré. ¿Cómo conociste a Tara?
 
Nick: Hace un par de años vino a trabajar a la isla en verano con una amiga suya. De socorrista. Salvó a un tipo que al parecer tuvo un ataque al corazón y casi se ahoga. Lo sacó del agua, le aplicó un masaje cardíaco, lo resucitó. Yo estaba patrullando en la playa, así que hablé con ella, le tomé declaración y todo eso. Y así empezó todo -sonrió, le brillaban los ojos-. Bueno, gracias, jefe.
 
Al cabo de unos minutos, Matty entró, se sentó y se cruzó de brazos.
 
Zac: ¿Has venido a hacer un comentario sarcástico?
 
Matty: Eso depende. Comienza como observación. El comentario sarcástico depende de tu respuesta.
 
Zac se recostó en su asiento.
 
Zac: Dispara.
 
Matty: El jefe Wickett era un buen policía, un buen gestor y un buen jefe, pero tenía un punto ciego. Tenemos un solo baño.
 
Zac: Sí, y no creo que haya forma de estirar el presupuesto para construir otro.
 
Matty: Eso me da igual. Lo que no me da igual es que el punto ciego del jefe era que contaba con que Donna y yo nos turnáramos para limpiar el baño. Porque tenemos ovarios, según su mentalidad.
 
Zac: No comparto esa mentalidad. Salvo que pueda, una vez más, estirar el presupuesto para que venga alguien una vez a la semana...
 
Matty: Los hombres huelen mal y son descuidados. Una vez a la semana no es suficiente.
 
Zac: Vale, dos veces a la semana, si es que encuentro dinero para que venga alguien y se ocupe de ello. De lo contrario, a diario, rotación completa. Incluyendo a los que no tienen ovarios. Enviaré un memorando al respecto a todo el personal.
 
Matty: ¿Tú entras en esa rotación?
 
Él le sonrió.
 
Zac: Soy el jefe de policía. Eso significa que no cepillo la taza del váter. Pero haré todo lo posible por no oler mal ni ser descuidado.
 
Matty: El papel higiénico se pone en el soporte, no encima del puñetero lavabo.
 
Zac: Lo añadiré al memorando.
 
Matty: Hay que bajar el asiento del inodoro.
 
Zac: Por Dios -se rascó la nuca-. ¿Qué te parece lo siguiente: después de cada uso hay que bajar la tapa además del asiento? Si fuera solo el asiento, sería favoritismo.
 
Matty: Me parece justo.

Matty, sin embargo, titubeó.
 
Zac: ¿Algo más?
 
Matty: En el turno de limpieza del baño solo deberían participar los ayudantes.
 
Zac: ¿Por qué Donna no? ¿No usa el baño?
 
Matty: Hay que arrodillarse para fregar el suelo. Está en forma y es ágil, pero sé que le duelen las rodillas.
 
Zac: Vale, solo los ayudantes. Gracias por decírmelo.
 
Matty asintió, se puso de pie.
 
Matty: ¿Por qué me has puesto a patrullar con Nick o con Cecil en lugar de con Leon?
 
Zac: Porque ellos dos todavía necesitan espabilar, y Leon y tú no.
 
Matty: Antes...
 
Zac: Esto ya no es antes. Confórmate con la victoria del baño, ayudante. -Oyó que sonaba el teléfono en la sala común-. Si es un aviso, Nick y tú sois los primeros. Tened cuidado ahí fuera.
 
Antes de terminar su primer día, modificó varias cosas más: cedió en algunas, se mantuvo firme en bastantes. Respondió a un par de avisos en persona, solo para no perder la práctica.

Para cuando acabó la primera semana, cerró la comisaría sintiéndose satisfecho y seguro. Dejó el coche patrulla allí y optó por volver caminando. Si recibía una llamada fuera de horario, cogería su vehículo personal. Compró un par de cosas en el mercado e inició el regreso hacia su casa con un aire que olía a tormenta.

Su meteorólogo del Sunrise decía que el ciclón estaba a punto de estallar. Y dado que la estación meteorológica oficial era de la misma opinión, Zac tenía intención de cerrar a cal y canto su casa, prepararse por si recibía algún aviso relacionado con los daños causados por la tormenta, accidentes o árboles caídos.

Los árboles de su casa se mecían con la fuerza del viento, pero ya habían sobrevivido a otras tormentas. Giró para entrar por detrás, por la cocina.

Pero distinguió el coche de Vanessa aparcado junto al suyo y pensó: Oh, sí. ¡Por fin!

No la vio, así que rodeó la casa hasta el lado que daba al mar. Y allí estaba ella, de pie, con el pelo ondeando al viento. En aquel momento llevaba el pelo teñido del color del preciado aparador de caoba de la abuela de Zac.

Pum, pum, pum, se le desbocó el corazón. Se preguntó si le pasaría siempre.
 
Zac: ¡Hola! -gritó-. Una brisa agradable, ¿eh?
 
Vanessa se volvió: los ojos vivos, la cara resplandeciente.
 
Ness: No hay nada como una tormenta acercándose. -Dio unos pasos hacia él-. ¿Cómo te ha ido la primera semana?
 
Zac: No me ha ido mal. ¿Quieres entrar?
 
Ness: Sí -rodeó la casa a su lado y lo observó deslizar la puerta de cristal que daba a la cocina-. ¿No cierras con llave?
 
Zac: Si alguien quisiera entrar, no tendría más que romper el cristal. -Dejó la bolsa del mercado en la encimera-. ¿Te apetece tomar algo?
 
Ness: ¿Qué me ofreces?
 
Zac: Tengo el vino de CiCi.
 
Cogió una botella de cada uno, las levantó.
 
Ness: El tinto, por favor -cruzó la cocina hacia el salón-. Bonito sofá. Necesitas cojines.

Zac: Las mujeres necesitan cojines. Yo soy un hombre.
 
Ness: Un hombre que supongo que quiere mujeres en este sofá.
 
Zac: Tienes razón. Entonces habrá cojines. No tengo ni idea de comprar cojines.
 
Abrió el tinto.
 
Ness: Te las apañarás. -Se acercó al cuadro-. Vaya, es maravilloso.
 
Zac: El mejor regalo de la historia. -Abrió una cerveza para él, le acercó el vino-. ¿Quieres que te enseñe la casa?
 
Ness: Sí, dentro de un minuto. Has empezado bien aquí abajo. Necesitas más obras de arte, un par de sillas, una o dos mesas más, incluyendo una para esa zona para cuando tengas invitados a cenar.
 
Zac: No sé cocinar. Bueno, huevos revueltos, sándwiches QFB.
 
Ness: ¿QFB?
 
Zac: De queso fundido con beicon. Especialidad de la casa, junto con la pizza congelada. ¿Tienes hambre?
 
Ness: Tengo más curiosidad que hambre. -Se apoyó en el brazo del sofá y probó el vino-. La última vez que te vi, y ya hace más de dos semanas, me besaste y me dijiste que era la mujer más guapa que habías visto en tu vida.
 
Zac: Sí, eso hice. Lo eres.
 
Ness: No hubo continuación.
 
Zac la señaló con la cerveza y bebió.
 
Zac: Has venido, ¿no?
 
Vanessa enarcó las cejas, y una de ellas desapareció bajo una cortina caoba.
 
Ness: Eso podría convertirte en una persona inteligente, estratégica o afortunada. Me pregunto cuál de ellas eres.
 
Zac: Diría que tengo un poco de las tres. Supuse que presionarte sería un error.
 
Ness: Y tenías razón. ¿Y supusiste que si esperabas aparecería por aquí?
 
Zac: Tenía la esperanza de que así fuera. Aunque debo confesarte que solo habría sido capaz de esperar un par de días más antes de ir a verte. Estaba buscando una manera de hacerlo con sutileza.
 
Ness: Bueno, muy bien -se levantó-. Tengo algo para ti en el coche. No estaba segura de si iba a dártelo. Para empezar, porque no estaba segura de si quedaría bien en la casa. Ahora creo que sí. -Le pasó la copa-. ¿Por qué no me rellenas esto mientras voy a por ello?
 
Zac: Claro.
 
Zac le rellenó la copa y se preguntó de qué iba todo aquello. Vanessa no estaba coqueteando, sino más bien conversando. Pensó que se ahogaría en su extraña bañera verde si ella había decidido que solo serían amigos.

Cuando volvió, le cambió una caja por la copa.

Zac cortó el precinto con su navaja y rompió el embalaje. Sacó la escultura de una mujer no más grande que su mano. Era exquisita, estaba apoyada en una especie de tallo con brotes, como si ella misma fuera una flor. El pelo le caía por los hombros y le bajaba por la espalda entre un par de alas.

Se pasaba una mano por el pelo como si se lo apartara de la cara, con los labios curvados, y los ojos, almendrados y cargados de diversión.
 
Ness: Tu hada doméstica. Para que te dé buena suerte.
 
Zac: Madre mía, primero un Lennon original y ahora un Vanessa Hudgens original.
 
Ness: A algunos hombres podría parecerles que un hada es demasiado femenina.
 
Zac: Yo la encuentro preciosa. -La colocó en la repisa de la chimenea, en la esquina del cuadro más cercana al punto en el que CiCi y él estaban sentados-. ¿Queda bien ahí?
 
Ness: Sí, muy bien. Tienes que poner un candelabro en la otra punta. Algo interesante y no...
 
Zac se acercó y la besó con algo más de garra que la primera vez.
 
Zac: Gracias.
 
Ness: De nada. -Esta vez dio un paso atrás-. ¿Y si me enseñas la casa?
 
Zac: Has sido muy oportuna. He contratado a un equipo de limpieza que viene dos veces al mes. Les tocaba hoy.
 
Ness: Kaylee y Hester. Me lo habían dicho.
 
Le enseñó la planta de arriba. Igual que Sarah, igual que CiCi, Vanessa hizo comentarios, sugerencias.

Se detuvo ante una puerta cerrada.
 
Zac: Mi despacho -puso una mano sobre el pomo para mantenerla cerrada. Tenía más claro que el agua que no quería que Vanessa viera sus pizarras-. Lo limpio yo, así que ahora mismo está bastante desordenado. Ahí tengo una habitación de invitados.
 
Ness: Es muy bonita, acogedora.
 
Zac: Mi compañera tenía las ideas muy claras, así que traté de seguirlas al pie de la letra. Casi todas. Espero que su marido y ella la usen este verano. Tienen un niño, pero hay una segunda habitación de invitados... O la habrá en algún momento. Y mis padres. Mi hermana y su familia. Mi hermano y la suya.
 
Ness: Es bonita, y tiene baño propio. ¿Era la principal?
 
Zac: No, esa está en la otra punta del pasillo.
 
Por el camino, Vanessa se detuvo en lo que él llamaba el baño Verde Retro.
 
Ness: Es... Es precioso. Cualquier otra persona lo habría tirado abajo, pero tú lo has conservado, y es adorable.
 
Zac: Y ahora tengo que confesar que tirarlo abajo fue mi primera idea. Sarah, mi compañera, tenía una opinión distinta. Ella misma me ha enviado la cortina de ducha con caballitos de mar, y las toallas, incluso el espejo con marco de conchas de mar de encima del lavabo. Lo único que he hecho yo es comprar el tocador. Ah, y pedirle a John Pryor que me cambiara los grifos. Eran bastante horribles.
 
Ness: Pero has conservado el estilo antiguo. De mediados de siglo. Necesitas una sirena -decidió-. Búscate una buena lámina de una sirena sexy, enmárcala en blanco roto, como el tocador, y cuélgala en esa pared.
 
Zac: Una sirena.
 
Ness: Una sirena sexy -salió del baño y lo siguió hasta la habitación principal-. Vaya. -Entró en el dormitorio y dio una vuelta-. ¿También es obra de tu compañera?

Zac: En parte. Insistió en que me comprara una cama.
 
Ness: Si no tenías cama, ¿dónde dormías?
 
Zac: Sí tenía una cama. De esas que son un colchón encima de un somier encima del suelo. Vivía en un antro en Portland. Me mudé allí nada más salir de la universidad y aguanté porque quería comprarme una casa. Hay que ahorrar para la casa y luego encontrarla. No era el tipo de apartamento que invitara a pensar en muebles.
 
Ness: Pues esto sí lo has pensado. Los colores están muy bien, fuertes pero relajantes. Me gusta que no hayas comprado una cómoda nueva. ¿La has pintado tú de azul marino?
 
Zac: La encontré en el mercadillo, he comprado varias cosas allí. He tenido que arreglar los cajones, pero ya estaba pintada. La vi y pensé: Perfecto.
 
Ness: Las puertas que dan al porche no tienen cortinas. Jamás se me ocurriría poner unas cortinas a esa vista. Si quieres levantarte tarde, tápate la cabeza con las sábanas -se volvió hacia él-. ¿Sales ahí fuera por la mañana, miras a tu alrededor y piensas: Todo mío?

Zac miró a su alrededor en aquel momento y asintió.
 
Zac: Casi todos los días.
 
Vanessa abrió la puerta y dejó que entrara el viento.
 
Ness: Dios, ¿no te estremeces de arriba abajo con todo este poder y esta belleza? Toda esta energía.
 
El pelo le ondeaba a la espalda en remolinos salvajes. Su piel parecía brillar recortada contra el cielo furioso y agitado. Zac vio el primer relámpago a lo lejos.
 
Zac: Sí.
 
Ella cerró la puerta, se volvió hacia él con aquella melena sexy y alocada, con aquel resplandor. Se acercó a la mesilla de noche y dejó la copa.
 
Ness: Un posavasos.
 
Zac: Si dejo ahí una copa o una botella sin posavasos, oigo la voz de mi madre diciendo (y que conste que clava el tono de madre exasperada): «Zachary Efron, yo te he educado mejor». Así que... posavasos, porque a veces apetece tumbarse con una cerveza.
 
Ness: A veces apetece.
 
Vanessa se acercó a él y, mirándolo a los ojos, comenzó a desabrocharle la camisa.
Se vio abalanzándose sobre ella como un loco, tomando lo que deseaba con tanta desesperación.
Pero para su sorpresa, y para la de Vanessa, cerró la mano que tenía libre sobre las de Vanessa.
 
Zac: Preferiría que fuéramos un poco más despacio.
 
Ella volvió a enarcar las cejas.
 
Ness: ¿Eh?
 
Zac tuvo de coger aire, dar un paso atrás. Como solo tenía un posavasos a mano, colocó la cerveza sobre el plato donde dejaba las monedas sueltas todas las noches.
 
Ness: ¿He malinterpretado las señales?
 
Zac: No. Sobresaliente en educación vial. Te he deseado desde el momento en que te vi bajando las escaleras en la fiesta de CiCi. No, miento -se corrigió-. Te deseé cuando te vi en ese cuadro, el que CiCi llama Tentación.
 
Ness: De ahí el nombre -dijo sin dejar de mirarlo-.
 
Zac. Sí, buen título. Pero la noche de la fiesta, te vi. Te vi bajar las escaleras y todo se puso del revés. Todo se detuvo, y luego empezó de nuevo. Fue un momentazo, Vanessa.
 
Ness: Ya has tenido momentazos antes.
 
Cuando ella hizo ademán de volverse para coger su copa de vino, él le puso una mano en el brazo.
 
Zac: No como este. Que quede claro desde el principio. Este es diferente. Solo quiero que vayamos más despacio.
 
Ness: ¿No quieres acostarte conmigo esta noche?
 
Zac: He dicho que quiero que vayamos un poco más despacio, no que haya perdido la cabeza. Quiero acostarme contigo esta noche. Voy a acostarme contigo esta noche, a menos que te marches. Solo quiero ir más despacio.
 
La atrajo hacia sí y asaltó su boca.

Largo y lento, en contraste con la tormenta que estallaba al otro lado del cristal. Suave y delicado, y de ensueño.
 
Zac: No te vayas -susurró-.
 
A modo de respuesta, ella le rodeó el cuello con los brazos, volvió el beso más profundo.
 
Ness: ¿Cómo de despacio quieres ir?
 
Zac: Bastante despacio, al menos para empezar. -Le quitó la chaqueta de los hombros-. He tenido unos sueños bastante intensos contigo en esa cama. Puede que lleguemos ahí.
 
Volvió a besarla mientras el viento fustigaba la casa. Un trueno retumbó siguiendo la estela de un relámpago.

Vanessa se había dado cuenta de que lo había subestimado, entonces lo supo. Hacía un rato estaba segura de que se meterían en la cama de inmediato y de que así se libraría de la maldita comezón con la que él la había dejado.

Pero él la había tentado para que deseara más, para que diera más, para que sintiera más.

Cuando Zac la levantó del suelo, Vanessa notó que le daba un vuelco el corazón y oyó que se le cortaba la respiración. Entonces él volvió a centrarse en su boca. Dios, qué bien se le daba. Cuando la tumbó en la cama, Vanessa lo arrastró consigo, absorbió su peso, su forma, antes de girar sobre sí misma para invertir los papeles.
 
Ness: Acepto lo de ir despacio. -Bajó los labios hasta los de él, un roce suave, una provocación-. Pero yo también quiero.
 
Sin dejar de observarlo, Vanessa terminó de desabrocharle la camisa y se quitó las botas. Estirada sobre él, le mordisqueó el mentón.
 
Ness: Me gusta tu cara. Delgada, angulosa, con los ojos hundidos en ese azul sereno que en realidad no es nada sereno. He hecho bocetos de tu cara.
 
Zac: Ah, ¿sí?
 
Ness: Mientras trataba de decidir qué hacer contigo. -Se echó el pelo hacia atrás y le sonrió-. Y decidí que haría esto. -Acarició los costados de Zac con las manos y, de pronto, se detuvo con un respingo-. Llevas un arma.
 
Zac: Lo siento. Lo siento. -Le hizo darse la vuelta de nuevo y se incorporó-. No me acordaba.
 
Se la desenganchó del cinturón y la guardó en el cajón de la mesilla de noche.
 
Ness: Te olvidas de que la llevas porque forma parte de lo que eres.
 
Zac: De lo que hago.
 
Ness: Y de lo que eres.
 
Zac se dio la vuelta, la vio arrodillada sobre la cama a su espalda.
 
Ness: No pasa nada. Solo me he asustado un segundo. Pero ¿quién distingue a los buenos de los malos mejor que tú y yo? Me muero de ganas de que me desnudes.
 
Zac: Encantado.
 
Ness: Pero antes deberías quitarte las botas para que yo pueda hacer lo mismo contigo.
 
Zac: Buena idea -se agachó para desatarse los cordones-.
 
Ness: ¿Cuánto hace que no te acuestas con nadie?
 
Zac: Desde... -Desde antes de que le dispararan, estuvo a punto de decir-. Desde el otoño pasado, por un motivo u otro.
 
Ness: Mucho tiempo. Yo también llevo mucho tiempo sin acostarme con nadie. Por un motivo u otro. ¿Y si aceleramos un poco? Solo un poquito.
 
Zac: También es una buena idea. -Se volvió y se arrodilló frente a ella para quitarle el jersey por encima de la cabeza. Llevaba un sujetador negro, de corte bajo-. Joder. Lo siento, pero voy a tener que tomarme otro minuto.
 
Cuando él le puso las manos encima, Vanessa echó la cabeza hacia atrás.
 
Ness: Puedes tomarte un minuto. O dos. Tienes buenas manos, Zac. Fuertes, firmes.
 
Zac: Cómo deseaba acariciarte con ellas. Justo así.
 
Ness: No me has presionado en ningún momento.
 
Zac: La espera ha merecido la pena.
 
Vanessa levantó la cabeza, abrió los ojos.
 
Ness: La espera se ha acabado.
 
Tiró de la camisa de Zac hasta quitársela, se pegó a él y se entregó al siguiente beso, más ávido, más intenso. Dominada por la necesidad, bajó las manos hasta el cinturón de Zac.

A su alrededor, la habitación crujía con los relámpagos, y los truenos respondían con rugidos. La lluvia azotaba los cristales, impulsada por el aullido del viento.

Zac la empujó hacia atrás y le quitó los vaqueros mientras ella tironeaba de los suyos.
 
Ness: Ya iremos despacio después -consiguió articular-.
 
Zac: La mejor idea de todas. Deja que...
 
La recorrió con la boca a toda prisa. Había tanto que saborear, tanto que sentir. Cuando sus manos la encontraron, cálida, mojada, lista, Vanessa se arqueó contra él con un gemido entrecortado.
 
Ness: No esperes, no esperes.
 
Zac: No puedo.

La desnudó del todo y se hundió en ella.

El mundo saltó por los aires, y por fin, por fin, Zac se dejó llevar. La agarró de las manos como si quisiera mantenerlos a ambos atados a la cama. Vanessa lo rodeó con las piernas mientras sacudía las caderas y le pedía más, más.

Estrechó el cerco de su cuerpo en torno a él, como un puño ansioso, pero él se contuvo, se contuvo a duras penas, para que pudiera haber más incluso después de que ella gritara.

Vanessa se tensó de nuevo, gimió de excitación, subió y bajó con él.

Esta vez, cuando Vanessa estalló, pronunció su nombre. Y enterrado en ella, Zac se liberó.


2 comentarios:

Caromi dijo...

Awww por fin!!
Ya era hora ah! Por que la han hecho maaaas larga...me encantan

Milady Tarazona dijo...

Amo cada novela que has adaptado..
mil gracias y espero subas pronto

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