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sábado, 14 de diciembre de 2019

Capítulo 29


A veces los gin-tonics, los paseos de un lado a otro y la planificación no funcionaban. Para relajarse, para calmar la creciente agitación de su mente, Patricia se entregaba a su pasatiempo nocturno favorito.

En aquella cabaña de playa que ya odiaba (y que planeaba quemar hasta los cimientos antes de marcharse de la isla), con las puertas cerradas y las cortinas echadas, Patricia se pasó al whisky con hielo y vio el vídeo.

La cautivaba y la divertía, daba igual cuántas veces lo viera.

¡Estaba guapa! Muy guapa. Hacía tiempo que había desaparecido la chica gorda con granos y mal peinada que se pasaba la vida en su habitación viendo la televisión y aprendiendo a hackear.

De hecho, estaba increíble, esbelta y delgada, con el vestido rojo que había elegido y que tan bien quedaba en cámara. Vestidos bodycon, los llamaban, rumió mientras volvía a ponerlo desde el principio. Lucía un maquillaje impecable, pero era ella. Sin lentillas para cambiar el color de los ojos, sin prótesis, sin peluca.

Era todo Patricia.

Tenía mejor aspecto que esa gacetillera, desde luego. Parecía más joven, más fuerte y, qué coño, más guapa también. Quizá debería haberse tomado la molestia de planchar el traje de McMullen, porque parecía que (ja, ja) hubiera dormido con él puesto.

Pero daba igual. Patricia Hobart era la estrella, tal como debía ser.

Había desaparecido la chica que soñaba con ser importante, que se acurrucaba en la oscuridad y se imaginaba matando al chico que la había apodado Patty la Cerda, a las chicas que le habían robado las bragas y se las habían clavado al elefante, a su madre, a sus abuelos, a las familias perfectas que veía en el centro comercial.

Que soñaba, que soñaba con matarlos a todos, a todos ellos.

A todos ellos.

Mientras devoraba una bolsa de patatas fritas con sabor a crema agria y cebolla (una recompensa bien merecida, solo por esa vez), se escuchaba a sí misma. La claridad con la que narraba su historia, con la que le contaba al mundo cómo la habían maltratado y acosado. Sus padres, sus abuelos, los profesores, los putos acosadores del colegio. Se echó a reír, como hacía siempre, cuando llegó a la parte del chaval gilipollas que se cayó de cabeza de la bicicleta que ella había manipulado y se partió la cara.

Ojalá se hubiera roto el cuello, cómo le habría gustado que se hubiera roto el cuello.

¿Ves lo lista que había sido? Había nacido más lista que cualquier otra persona. El vídeo lo demostraba.

Y mira qué fascinada parecía McMullen. ¿Captas el sobrecogimiento de su voz? McMullen sabía que Patricia era mejor que ella. Entendía qué tipo de inteligencia, qué tipo de voluntad, se necesitaba para lograr todo lo que Patricia Hobart había conseguido.

Lástima que McMullen hubiera empezado a parlotear, había demostrado ser lo que siempre había sido: una oportunista más que buscaba hacerse rica, ponerse delante de las cámaras y fanfarronear.
 
Patricia: Una pena que me cabrearas -murmuró mientras se servía otro dedo de whisky antes de adelantar el vídeo hasta el asesinato-.
 
De lo único de lo que se arrepentía era de no haber pensado en dar un paso adelante, de que no se le hubiera ocurrido ponerse al alcance de la cámara. Habría disfrutado viéndose levantar el arma y disparar. Pero McMullen lo compensaba, la hacía volver a reírse.
 
Patricia: Ahí está, cara de pasmo y pum, pum, pum, pum. -Soltó una carcajada y cogió más patatas fritas-. ¡Toma buenas audiencias! Pero no para ti.
 
No, no para ti, pensó mientras retrocedía y elegía el fragmento. Un fragmento en el que ella era la estrella, en el que le decía a todo el puñetero mundo que, antes de cumplir quince años, ya tenía el cerebro, las habilidades y las perspectivas necesarias para planear un tiroteo masivo del tamaño y alcance del DownEast.

Lo estudió de nuevo, y una vez más, sin dejar de asentir, le complació su propia claridad, conforme con lo que consideraba una expresión de admiración y asombro en el rostro de McMullen.

Allí, a poco más de dos kilómetros de la casa de Zac, pirateó la cuenta de Facebook de algún imbécil de Nashville y adjuntó el vídeo a su muro.

Solo es el principio, pensó, y decidió que se merecía otro trago. Después del día 22, después de que (ja, ja, otra vez) hubiera disparado al sheriff, enviaría otro fragmento al puto FBI.

Satisfecha, levantó la vista hacia la pared de objetivos y la señaló con el dedo.
 
Patricia: Así que, Chad Danford, Cuatro Ojos, te toca. -Levantó la copa de whisky para brindar por él-. Nueva York, allá voy.
 
Volvió a poner el vídeo, lo vio todo desde el principio.
 
 
Ness: Me alegro mucho de que hayas venido. -En su estudio, abrazó a Ash-. Ojalá no tuvieras que marcharte tan pronto, un día no es suficiente.
 
Ash: Te veré en la boda de Mandy, en septiembre. A CiCi y a ti. Y lleva a Zac.
 
Ness: De acuerdo. Y luego vendrás a la boda de Nat en octubre.
 
Ash: Por supuesto. Y volveré en diciembre para la gran fiesta de CiCi, no queda nada. Pero... Vente conmigo, Ness, te lo pido de nuevo. Venid a Boston conmigo CiCi y tú, solo unos días.
 
Ness: Sabes por qué no puedo. Zac no debería haberte pedido que intentaras convencerme.
 
Ash: Él te quiere. Y yo también te quiero.
 
Ness: Lo sé. Por eso te lo ha pedido y por eso has venido. Yo lo quiero a él, así que no puedo irme. Y te quiero a ti, así que tú sí tienes que irte.
 
Ash: Eso no bastaría para obligarme a marcharme, pero Zac me obligó a jurar que me subiría a ese ferri de vuelta al continente contigo o sin ti. -Frustrada, se metió las manos en los bolsillos-. No debería haberle dado mi palabra. Mañana es veintidós. ¿Por qué no fue suficiente para ella, Ness? Todas las muertes que causó su hermano no le bastaron.
 
Ness: Siempre ha estado detrás de todo esto. Creo que su hermano no fue más que un arma defectuosa. Zac dice que Hobart está degenerando, cometiendo errores. Joder, Ash, ella ha colgado ese vídeo en Facebook. Tiene tal necesidad de atención que se ha arriesgado a hackear una cuenta y a publicarlo.
 
Ash: Pero aún no han conseguido rastrear el origen del hackeo.
 
Ness: Lo encontrarán. Aunque Zac la detendrá tanto si rastrean el vídeo como si no.
 
Ash: Nunca te había visto creer en nadie, aparte de en CiCi, como en él.
 
Ness: Y en ti.
 
Ash: Trece años -dijo con un suspiro, y se volvió hacia los estantes que contenían los rostros de los caídos-. Lo que estás haciendo aquí es muy importante. La gente olvida, y entonces se produce otra pesadilla seguida de otra. Y aun así, después del dolor y la indignación, la gente olvida. Nadie puede olvidar si mira lo que estás haciendo.
 
Ness: Yo intenté olvidar.
 
Ash: Pero nunca lo hiciste. ¿Y Tiffany? -Con cuidado, bajó el busto-. Sigues teniéndola aquí.
 
Ness: Para recordarme que todos los que sobrevivimos el veintidós de julio tenemos cicatrices. Pero sobrevivimos, Ash. Podemos recordar a los que no lo hicieron y, aun así, valorar la vida que tenemos. Tiffany no pretendía regalarme esa nueva perspectiva, pero lo hizo. Así que conservaré su cara en mi estudio a modo de agradecimiento.
 
Ash volvió a dejar el busto en su sitio.
 
Ash: No has hecho a Miley.
 
Ness: Quiero dejarla para el final. Ella es la que más significa para mí, así que necesito terminar con ella.
 
Ash: Todavía la echo de menos. ¿Me harías un favor? No, no voy a presionarte para que te vengas conmigo -dijo cuando vio que Vanessa se ponía tensa-. Cuando estés lista para empezar con el busto de Miley, ¿me dejarás venir? Sé que no te gusta que haya nadie en tu espacio cuando estás trabajando, pero me gustaría estar aquí.
 
Ness: Haremos algo mejor. Cuando esté lista, me ayudarás. Lo haremos juntas.
 
Ash: Siempre has dicho que menos mal que me dedico a la ciencia y no al arte.
 
Ness: Qué gran verdad -sonrió-. Pero lo haremos juntas. Y ahora voy a echarte para que no pierdas el ferri.
 
Ash: Si te pasa algo...
 
Ness: Pensamientos positivos.
 
Agarró a Ash de la mano y la guio fuera del estudio.
 
Ash: Puede que no esté aquí, en la isla. Eso es un pensamiento negativo positivo.
 
CiCi salió de su estudio cuando bajaban las escaleras.
 
Cici: Ya está casi anocheciendo. ¿Qué tal si brindamos por el final del día?
 
Ness: Ash tiene que irse.
 
Ash: Podría quedarme a tomar una copa.
 
Ness: Perderías el ferri.
 
Ash: Cogeré el siguiente.
 
Ness: Estás escaqueándote -protestó-. Has dado tu palabra.
 
Ash: No debería haberlo hecho. -Enfadada consigo misma, cogió su bolso. Se había subido al primer avión disponible después de la llamada de Zac, ni siquiera había hecho la maleta. Soltó un suspiro-. Zac pensó que me limitaría a llamarte, y cuando le dije que venía me puso contra las cuerdas. Es astuto e inteligente. Me gusta, Vanessa. Me gusta de verdad.
 
Ness: A mí también. Podrás conocerlo con más calma cuando vuelvas. Tendremos tiempo de enseñarte la casa... y, para entonces, los planos de mi estudio ya terminados. Tendremos más tiempo -repitió de camino con Ash a la puerta-.
 
Ash: Quiero que mañana me envíes mensajes. Cada hora.
 
Ness: Si eso es lo que necesitas, de acuerdo.
 
Cici: Cuidaremos la una de la otra -se despidió de Ash con un beso-. Vuelve pronto.
 
Ash: Me siento como si te estuviera abandonando -dijo mientras Vanessa la acompañaba hasta el coche que había alquilado en Portland-.
 
Ness: No me estás abandonando. Confías en mí. Esta isla siempre me ha ofrecido refugio cuando lo he necesitado. Eso no va a cambiar. Escríbeme cuando aterrices en Boston.
 
Ash: Y mañana... a cada hora en punto, Ness.
 
Ness: Lo prometo -la vio alejarse y regresó a la casa. Detectó un movimiento, se detuvo, vio que la mujer que paseaba por el tranquilo camino vacilaba-. ¿Puedo ayudarla?

**: Ah, no. Bueno, lo siento. Solo estaba admirando la casa. Es muy bonita. Singular. -Se llevó una mano a la tripa de embarazada y se ajustó las gafas de sol-. Estoy quedando como una cotilla -continuó con una sonrisa tímida-. En el pueblo me han dicho que aquí vive una artista famosa y quería verla de cerca, aunque ya la había visto desde la playa. ¿Es usted la artista famosa? CiCi Lennon, me dijo la señora de la galería.
 
Sucedía varias veces cada verano: alguien de fuera de la isla pasaba por allí con la esperanza de ver a CiCi Lennon y, a menudo, sacaba fotos de la casa.

Así que Vanessa sonrió.
 
Ness: Es mi abuela.
 
Tenía el pelo rubio, se fijó Vanessa, y llevaba un sombrero de ala ancha. Una mochila, botas de montaña caras y una camiseta rosa que decía: BOLLO EN EL HORNO. Lucía unas piernas bien tonificadas y atléticas bajo unos pantalones caqui que le cubrían la mitad del muslo.
 
Patricia: Apuesto a que mi marido conoce su trabajo... El aficionado al arte es Brett. Me muero de ganas de contárselo. Somos de Columbus, hemos venido a la isla a pasar unas semanas de vacaciones.
 
No, pensó Vanessa, aquella voz tenía demasiado acento de Maine para ser de Ohio. Columbus, donde habían pegado un tiro a otro superviviente... y de donde era el matasellos de la última tarjeta.
 
Ness: Espero que estén disfrutando de su estancia.
 
Vanessa dio un paso atrás, hacia la casa. Lo vio a pesar de las gafas oscuras, del sombrero, del bulto del vientre. Lo vio en la línea de la mandíbula, el perfil, la forma de las orejas.

Sabía de caras.
 
Patricia: Oh, muchísimo. ¡Son nuestras vacaciones prebebé! ¿Usted también vive aquí?
 
Ness: La isla es mi hogar.
 
Otro paso atrás, otro, una mano estirada hacia el pomo de la puerta.

Sabía de caras, volvió a pensar, y advirtió el cambio. En el mismo instante, ambas se reconocieron.

Vanessa se precipitó hacia el interior mientras Patricia rebuscaba en su mochila. Vanessa cerró la puerta con llave y saltó hacia una CiCi atónita.
 
Ness: Corre.
 
 
Zac informó de nuevo a sus hombres y dio las gracias a los dos agentes del FBI que le había enviado Jacoby. Luego salió a caminar por el pueblo, por la playa. Pretendía volver a pie a casa, mantenerse a la vista. Así a lo mejor, solo a lo mejor, conseguía que Hobart saliera de su agujero, pensó.
Vio a Bess Trix a través de la puerta de cristal de la inmobiliaria Island Rentals y decidió probar de nuevo.
 
Bess: Jefe, Barney -negó con la cabeza-. La respuesta es la misma de siempre. Y mire, Kaylee puede confirmarlo. Ella limpia muchas de las cabañas y casas y, junto con Hester, supervisa al resto del equipo de limpieza.
 
Zac: Muy bien, probemos. ¿Habéis tenido a alguien, sin contar a las familias, a las personas con hijos, que os parezca extraño? ¿O que le haya parecido extraño a alguno de los miembros del equipo de limpieza?
 
Kaylee puso los ojos en blanco y se agachó para acariciar a Barney.
 
Kaylee: Jefa, si empiezo a hablarle de los veraneantes raros, estaríamos aquí hasta el martes que viene. Están los cuatro amigos de la cabaña Windsurf que pagan por que limpiemos tres veces por semana y que estoy segurísima de que practican intercambio de parejas más o menos con la misma frecuencia.
 
Bess: Venga ya, Kaylee.
 
Kaylee: Te juro que es verdad, Bess. Pregúntale a Hester, esa la limpiamos juntas. -Se enrolló la punta de la trenza alrededor del dedo mientras se entregaba al cotilleo-. Luego está la pareja que debe de rondar los ochenta años y que ha solicitado una limpieza diaria. Entre los dos se beben una botella de vodka cada veinticuatro horas. Y el tipo que tiene el segundo dormitorio cerrado a cal y canto y las persianas siempre bajadas. La esposa dice que es el despacho, pero no entiendo a qué se dedica el hombre para mantenerlo todo cerrado siempre.
 
Zac: ¿Tiene la puerta de ese dormitorio cerrada con llave?
 
Kaylee: Bueno, jefe, tú también tienes una habitación prohibida en tu casa.
 
Zac: No cierro la puerta con llave.
 
Kaylee: Supongo que confías en que ni Hester ni yo entraremos a fisgonear.
 
Zac: Pero él cierra la puerta con llave.
 
Kaylee: Sí, y al parecer trabaja mucho, aunque eso no le impide ponerse morado de whisky y ginebra... de los caros. Y de vino y cerveza, por si fuera poco.
 
Zac: ¿Está solo?
 
Kaylee: Con su esposa. Y tengo que decir que la mujer es joven y guapa, pero no se han... acurrucado, ya me entiendes, desde que llegaron. La persona que cambia las sábanas se da cuenta de esas cosas.
 
Bess: Kaylee.
 
Kaylee. Bueno, me ha preguntado por cosas raras, Bess, y eso es raro. Hace que te plantees cómo es posible que la mujer se quedara embarazada. El marido tira ropa limpia al cesto de la colada, pero mejor eso que lo del grupo de...
 
Zac: Sigamos con la pareja de... ¿Dónde están la mujer embarazada y el marido reservado?
 
Kaylee: Oh, esa casa es Serenidad. Está bastante apartada. Tiene unas vistas bonitas desde la terraza de la buhardilla, pero está a un paseo de las playas y el pueblo.
 
Bess: Algunas personas que buscan tranquilidad y privacidad.
 
Kaylee: Sí, es cierto. A él le gusta el senderismo, ¿y no obliga a la pobre mujer a ir con él? Y cuando no la arrastra a hacer senderismo, se encierra en su despacho. Al menos los días que limpio.
 
Zac: ¿Qué aspecto tiene él?
 
Kaylee: Pues... -Volvió a enrollarse la punta de la trenza en el dedo y frunció el ceño-. Bueno, ahora que lo preguntas, no sabría decirte porque no lo he visto nunca.
 
A Zac se le tensaron todos los músculos de la espalda.
 
Zac: ¿No lo has visto nunca?
 
Kaylee: La verdad es que no, ahora que lo dices. Supongo que eso también es raro. Siempre que voy, está en la ducha o en su dormitorio o en el otro dormitorio. Luego salen a caminar. En esa casa siempre empiezo por la buhardilla y termino antes de que vuelvan.
 
Zac: Enséñame la reserva -pidió a Bess-. ¿Tú lo conoces?
 
Bess: Creo que no. Hizo la reserva por internet y, si no me equivoco, ella recogió las llaves y el detalle porque él se retrasaría un par de días. A ella la he visto por ahí, pero... Aquí está. Brett y Susan Breen, Cambridge, Massachusetts.
 
Kaylee: Vaya, eso también es raro. El coche, un bonito todoterreno plateado, tiene matrícula de Ohio.
 
Zac: Marca, modelo, año.
 
Kaylee: ¿Cómo quieres que lo sepa?
 
Bess: No sé el año, pero es un Lincoln. Mi hermano tiene uno igual, lo vi cuando llegó. Es plateado, como dice Kaylee, y bastante nuevo, diría yo.
 
Zac: Descríbemela -volvió a exigir a Kaylee-.
 
Kaylee: Eh... es joven y guapa, pero no de una forma natural. Nunca la he visto sin maquillaje, ni siquiera cuando tiene el pelo mojado porque acaba de salir de la ducha. No puede tener más de veintiséis años o así. Pelo rubio, y más o menos de mi estatura. Creo que tiene los ojos azules, pero tampoco la he visto mucho. Como ya te he dicho, se van cuando estoy allí. Está embarazada, eso seguro.
 
No necesariamente, pensó Zac.

Acelerado, sacó una tarjeta.
 
Zac: Llama a este número, dile a la agente especial Jacoby que necesito que me informe de todo lo que sepa sobre esos nombres.
 
Kaylee: ¿Al FBI?
 
Zac: Ya. -Salió corriendo, cogió la radio-. Matty, puede que tenga algo. Quiero que Cecil y tú os reunáis conmigo en Serenidad, la casa de alquiler. No os acerquéis, solo vigiladla. Cojo mi coche y voy para allá.

Llegó antes que sus compañeros. Se fijó en que no había ningún coche en el camino de entrada, ni luces encendidas a pesar de que el crepúsculo iba ganando terreno. No puso la correa al perro mientras rodeaba la casa. Quería que Barney pudiera huir si surgían problemas.

Por las ventanas escudriñó el salón, la sala de estar abierta, la cocina, el comedor. Un par de botas de montaña de hombre -a juzgar por la talla- descansaban junto a la puerta. Curioso, pensó. Un hombre que hace senderismo a menudo debería tener unas botas más gastadas. Aquellas parecían recién sacadas de la caja.

Un solo plato y un solo vaso esperaban en la encimera, junto al fregadero.

Intentó abrir la puerta... estaba cerrada con llave.

Se acercó a las ventanas del dormitorio. Otro vaso solitario... a un solo lado de la cama, y las almohadas apiladas también en un solo lado. Una única toalla colgada de las puertas de la ducha, advirtió. La puerta del dormitorio que daba a una pequeña terraza también estaba cerrada con llave.

Se asomó a las ventanas del baño principal -cerradas-, pero a través de ellas vio maquillaje, mucho maquillaje, esparcido por la superficie del mueble -de dos lavabos- y los artículos de higiene masculina apilados en un montón en el lado opuesto.
 
Zac: Has montado un buen número, Patricia, pero no ha sido suficiente.
 
Intentó abrir la puerta trasera antes de rodear la casa en dirección a las ventanas del segundo dormitorio. Vio que las persianas estaban bajadas del todo, empujó las ventanas y vio que también estaban cerradas.

Cuando se llevó la mano al bolsillo para sacar la navaja, oyó que llegaban sus ayudantes.
 
Zac: Emitid una orden de búsqueda de un todoterreno Lincoln plateado -ordenó-. Matrícula de Ohio. Y de una mujer rubia, de unos veinticinco, aparentemente embarazada. Id a la parte delantera y hacedlo.
 
Matty lo miró, y miró las ventanas cerradas.
 
Matty: ¿Piensa abrir esa ventana haciendo palanca, jefe?
 
Zac: A la parte delantera, ayudante.
 
Matty le tendió una enorme navaja multiusos.
 
Matty: Con esto lo harás mejor y más rápido que con ese triste cortaplumas. ¿La que parece embarazada es Hobart?
 
Zac: Vamos a averiguarlo -aceptó la navaja multiusos-.
 
Cecil: Joder, mierda. ¿Vamos a entrar por la fuerza?
 
Sin mirar a Cecil, Zac se puso a trabajar en la ventana.
 
Zac: Emite la orden de búsqueda. Si me equivoco, deberemos una disculpa a una mujer embarazada y a su marido paranoico. Si no, tendré que dar muchas vueltas a la causa probable.
 
Matty: No, salvo que se te escape lo de que has forzado la ventana. Esa ventana estaba abierta cuando hemos llegado -dijo como si tal cosa-. Y la persiana, levantada lo justo para que viéramos el interior. ¿Que no hay nada que ver? Pues tampoco hay daño.
 
Zac abrió la ventana unos centímetros y empujó la persiana hacia arriba.
 
Matty: Me cago en la leche -dijo Matty cuando se agachó a su lado para echar un vistazo-.
 
Zac: ¡Cecil! La sospechosa descrita es Patricia Hobart. Va armada y es peligrosa. Que suspendan el ferri.
 
Cecil: ¿Que lo suspendan?
 
Zac: Que no salga de la isla hasta que yo lo autorice. Matty, quiero a tres hombres apostados en esta casa, donde no se los vea. Nick, Cecil y... Lorraine es de fiar. Ponlo en marcha. Todos los demás, junto con nuestros amigos del FBI, iniciaremos una búsqueda a pie. -Sacó la radio para empezar a coordinarlo todo, pero justo entonces le sonó el móvil-. Vanessa, necesito que...

Ness: Está aquí, en casa de CiCi. -Aquella voz, jadeante de miedo, le heló la sangre-. La he visto, es rubia, lleva una barriga de embarazada de mentira. Está...
 
Zac oyó el silbido del viento, el rumor del agua y el pánico en la voz de Vanessa.
 
Zac: ¿Dónde estás?
 
Ness: Corriendo. Por la playa, en las rocas. He oído que rompía un cristal, pero todavía no ha salido. Date prisa.
 
Zac: Poneos a cubierto, no os mováis, no hagáis ruido. Está en casa de CiCi -dijo mientras corría hacia su coche-. Que todo el mundo vaya hacia allí. Nick y Lorraine aquí, en esta casa, por si se escabulle. Que suspendan el puto ferri.
 
Como si percibiera la urgencia y las complicaciones, Barney saltó por la ventanilla del pasajero, que estaba abierta, pero, por una vez, no sacó la cabeza.
 

CiCi estuvo a punto de caerse cuando llegaron a la playa.
 
Cici: Tú eres más rápida. Vamos, cariño, vete.
 
Ness: No malgastes el aliento. Solo tenemos que llegar a las rocas y escondernos detrás. -Se arriesgó a mirar hacia atrás-. Pensará que estamos en la casa. Tendrá que registrarla primero.
 
A menos que se asome por los ventanales. Vanessa apretó el puño en torno al cuchillo de cocina que había cogido antes de salir corriendo. Correr, pensó, esconderse. Y cuando no hubiera elección, luchar.

Llegaron a las rocas, se agazaparon detrás. El agua les empapaba los zapatos, los tobillos y las pantorrillas; la espuma las azotaba y helaba.
 
Ness: Zac está en camino.
 
Cici: Lo sé, cariño. -Casi sin aliento, se concentró y consiguió realizar unas cuantas respiraciones para calmarse-. Tú nos has puesto a salvo, y él está en camino. La marea está subiendo.
 
Ness: Somos buenas nadadoras. Y tal vez tengamos que nadar. Podría ver nuestras huellas en la playa.
 
Más tranquila, y decidida a seguir así, CiCi negó con la cabeza.
 
Cici: Está oscureciendo, eso hará que sean difíciles de detectar. Si las ve, si empieza a bajar, quiero que te vayas nadando, que nades en dirección al pueblo. Escúchame bien -añadió cuando Vanessa negó con la cabeza-: he vivido mucho, y he aprovechado la vida más que la mayoría de la gente. Haz lo que te digo.
 
Ness: O nos hundimos juntas o nadamos juntas. -Con mucho cuidado, echó un vistazo por encima de las rocas y se agachó de nuevo-. Está en el patio. No te apartes de las rocas. El sol se ha puesto y la luna todavía no ha salido. No puede vernos.
 
El agua ya les llegaba a las rodillas, la resaca de las olas tiraba de ellas.
 

Zac vio el todoterreno a medio kilómetro de la casa de CiCi y tomó una curva a tal velocidad que los neumáticos de su coche gritaron casi tan fuerte como su sirena.

¿Oyes eso, Patricia? Voy a por ti.
 
 
Lo oía, pero ya había empezado a bajar las escaleras que llevaban a la playa. La puta del nueve uno uno, pensó con una rápida punzada de pánico. El puto cierre del círculo. Pensó en escapar, a lo mejor conseguía llegar a su coche, pero tenía pocas probabilidades.

No debería haberse tomado esa copa antes de acercarse a la casa de la artista vieja, hippie y friki, eso lo reconocía. Y tal vez no debería haberse quedado ahí plantada mirando a la puta y a su amiga. Tanto abrazo y besuqueo la asqueaban. Lesbianas, seguro.

No debería haberse puesto a hablar con la puta de Vanessa Hudgens, no debería haberse acercado tanto, pero se había quedado absorta.

Estaba cerca, muy cerca. Pum, pum, estás muerta.

Se había lanzado sin estar preparada del todo, pensó, igual que JJ.

Ya no tenía sentido preocuparse por eso. Solo tenía que ser lista, como siempre, y terminaría con todo un poco antes de lo previsto.

La luz cada vez era más tenue, y Patricia retrocedió hacia la subida. Se ocultaría hasta que los policías -ojalá Efron fuera uno de ellos- llegaran por lo menos hasta la mitad de la escalera. Acabaría con todos, hasta con el último policía de aquella isla de mierda.

Acabaría con ellos, pensó, y se quitó el vientre falso para ganar movilidad; se ocultaría en la oscuridad y alcanzaría el agua. Nadaría hasta el puerto deportivo y robaría un barco. Se detendría en algún punto de la costa y robaría un coche. Tendría que recurrir a alguna de sus cajas de seguridad para hacerse con dinero y documentos, con otra arma, pero se las arreglaría.

Ella siempre se las arreglaba.

Y algún día volvería a por la puta que había causado toda aquella mierda. Que lo había causado todo.

Observó las rocas y se preguntó si podría lograrlo antes de que llegaran los policías. Se preguntó si la puta y la vieja hippie friki estarían allí escondidas.

Se preparó para echar a correr cuando oyó que la sirena se detenía.
 
 
Ness: Necesito volver a mirar -susurró-. Necesito ver.
 
Cici: Ha tenido que oír las sirenas. Tiene que saber que Zac está en camino.
 
Ness: Necesito ver.
 
Vanessa se levantó con cautela y trató de distinguir en la creciente oscuridad. Aún sin luna, ni una estrella. Estaban en ese lapso intermedio entre el día y la noche.

Entonces vio a Zac, que salía al patio con el arma desenfundada y la movía hacia la derecha, hacia la izquierda, hacia la derecha de nuevo. Vanessa dejó escapar un largo suspiro de alivio, pero volvió a quedarse sin aliento al detectar movimiento debajo de la casa.
 
Cici: Maldita sea, ¿qué está pasando? -se asomó a su lado-. Gracias a los dioses y a las diosas, ahí está nuestro héroe.
 
Ness: No la ve. Va a bajar a por nosotras y no la ve.
 
Cici. ¿Qué estás haciendo? Vanessa, por el amor de Dios...
 
Vanessa se encaramó a las rocas y, cuando las olas intentaron derribarla, se quitó los zapatos. Consiguió ponerse de rodillas y gritó a Zac.

Sucedió rápido, aunque él lo reviviría incontables veces a cámara lenta. La oyó por encima del ruido del agua, vio a Vanessa, la silueta de Vanessa, arrodillada sobre las rocas. Agitaba los brazos, señalando, cuando Barney estalló en ladridos de felicidad y bajó corriendo los escalones de la playa.

Cuando llegó abajo, Barney miró a la derecha, se agachó para protegerse y se echó a temblar.

Patricia salió y se volvió hacia la izquierda para disparar.

Zac apretó el gatillo. El disparo de Hobart le rozó el hombro, justo por encima de la cicatriz. Él la alcanzó tres veces a ella, en el pecho.

Siguió bajando sin dejar de apuntarla y dio una patada al arma que a Hobart se le había resbalado de entre las manos, para que no la alcanzara.

Aún consciente, jadeando, ella lo miraba con unos ojos azules teñidos de dolor y furia.
 
Zac: Ni se te ocurra morirte aquí, Patricia. ¡Llamad a una ambulancia! -gritó cuando sus ayudantes invadieron el patio y varios agentes más llegaron por el lado norte de la playa, como se les había ordenado-. Sospechosa abatida. Ha caído. Un par de vosotros llevad a Vanessa y a CiCi a casa para que entren en calor y se sequen.
 
Matty: Jefe -se situó a su lado cuando Zac se arrodilló para empezar a aplicar presión a las heridas que Patricia tenía en el pecho-, te ha dado.
 
Zac: Nada grave. Sé lo que se siente cuando te dan de lleno, solo me ha rozado. Gracias a mi chica y al tonto del culo de mi perro, solo me ha rozado. Sigue respirando, Patricia. Quiero pensar que vas a cumplir unas cuantas cadenas perpetuas consecutivas en una celda. Sigue respirando.
 
Ness: Zac.
 
Levantó la vista hacia Vanessa y CiCi, ambas pálidas, con los ojos demasiado oscuros, temblando.
 
Zac: Subid y poneos ropa seca. Cuando podáis, las dos prestaréis declaración con Matty y Leon. Por separado. Yo iré en cuanto pueda. Ya no hay nada de lo que preocuparse.
 
Quería abrazarlas a las dos, tocarlas, pero no con las manos cubiertas de sangre.
 
Ness: Te ha disparado. Te...
 
Zac: Vas a obligarme a decirlo. Es solo una herida superficial, estoy bien. CiCi necesita entrar en calor y secarse. Llevaos a Barney, por favor. Él también está un poco alterado.
 
Cecil: Ha llegado la ambulancia -bajó a toda prisa-. Ya están bajando.
 
Zac: Bien. Cecil, quiero que te pongas guantes, abras la funda de mi arma y la cojas hasta que tengamos todas las declaraciones. Matty está al frente ahora, hasta que la situación se aclare.
 
Cecil: No, señor, jefe.
 
Zac. Cecil, es el procedimiento.
 
Cecil: No lo haré. Puedes despedirme, pero no lo haré.
 
Matty: Tendrá que despedirme a mí también. Y a todos los demás, porque ninguno de nosotros piensa hacer algo así.
 
Zac: Ah, vaya.
 
Zac se puso de pie y se apartó para dejar que los paramédicos tomaran el mando.


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