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viernes, 6 de diciembre de 2019

Capítulo 25


Sarah llevó a su familia a la isla para disfrutar de una comida al aire libre antes del día de los Caídos. Ese fin de semana no era el más importante de la isla, pero sí el que daba el pistoletazo de salida a la temporada. Zac tendría de guardia a todo su equipo, incluido él mismo.

Así que el fin de semana anterior se lo tomaría libre para recibir invitados por segunda vez en su nuevo hogar.

La primera, a principios de mes con su familia, había salido a la perfección.

La segunda parecía ir por el mismo camino.

Después de una intensa presentación olfativa, Barney se enamoró de Puck. Correteó con el otro perro, correteó con Dylan y aceptó los abrazos y achuchones del niño con los ojos rebosantes de felicidad.

También aceptó a Sarah, probablemente porque llevaba encima los olores del niño y del perro... y puede que porque llevaba un bebé dentro.

Con Hank, temblaba y se encogía.
 
Zac: Creo que es la barba. Mi hermano también lleva barba y Barney se niega a acercársele. Yo diría que quien lo maltrató tiene barba.
 
Hank: Se me dan genial los niños y los perros. Soy un imán para los niños y los perros. Pienso ganármelo antes de que volvamos a subirnos a ese ferri -se acercó a la barandilla de la terraza de atrás, donde Zac había encendido la barbacoa, y miró hacia el bosque-. Este lugar es precioso. Y la casa también, Zac. Y, además, me cae bien tu chica. ¿O debería decir tus chicas?
 
Zac: Pretendo quedarme con todas.
 
Hank: Me encantaría ver el estudio de CiCi Lennon. Y más obras de Vanessa.
 
Zac: Tienes todo el fin de semana para eso.
 
Dylan, con su placa de ayudante prendida a la camiseta, llegó corriendo y saltó a los brazos de Hank. Barney frenó en seco, se agazapó.
 
Hank: Mira cómo me lo gano.
 
Hank se sentó en el primer escalón de la terraza. Empezó a hacer cosquillas a su hijo, que estalló en carcajadas de felicidad.
 
Puck se acercó a ellos trotando y metió la cara aplastada bajo el brazo de Hank.
 
Dylan: ¡Papá!
 
Hank: Así me llaman -besó y abrazó tanto al niño como al perro y escuchó con aparente fascinación la trepidante charla de Dylan sobre perros, peces e ir a la playa-. ¿Por qué no le dices a Barney que venga?
 
Dylan: Eh, Barney. Barney, ven.
 
El perro lloriqueó y se arrastró unos centímetros hacia atrás.
 
Zac: Prueba con esto.
 
Zac se sacó una galleta del bolsillo y se la dio a Dylan.
 
Dylan: ¡Galleta! ¡Ven a por la galleta, Barney!

Puck se lo tomó como una invitación y se abalanzó de inmediato sobre la golosina.
 
Zac: Prueba otra vez.
 
Zac le entregó una segunda galleta.
 
Dylan: ¡Te toca, Barney!
 
Sin duda en conflicto, Barney se acercó un poquito. Quería la galleta, quería al niño, temía la barba.
 
Dylan: Qué rica está la galleta. ¡Ñam, ñam, ñam!
 
Tras fingir que le daba un mordisco, Dylan empezó a partirse de risa de su propio chiste.

Las carcajadas funcionaron. Barney echó a correr hacia delante, cogió la galleta y volvió atrás. No apartó la mirada de Hank mientras se la comía.
 
Hank: Es solo el primer paso -aseguró, que dejó a Dylan en el suelo y lo vio alejarse a la carrera-. ¿Te has planteado tener uno de estos? ¿Un niño?
 
Zac: Antes tengo que convencerla para que se venga a vivir conmigo. Es solo el primer paso.
 
Hank se levantó y recuperó la cerveza que había dejado a un lado.

Hank: Apuesto por ti.
 

Cici: Tu hijo es un encanto -comentó mientras se dirigía hacia la cocina con Sarah-.
 
Sarah: Una de las enfermeras del ala de maternidad juraba que le había guiñado un ojo y le había sonreído. No me sorprendería.
 
Cici: Me ha dicho que tengo un pelo muy bonito. Las chicas van a suspirar por él. Siéntate mientras me encargo de estas verduras. ¿Esta vez esperas una niña o un niño?
 
Sarah se sentó a la barra y enarcó las cejas.
 
Sarah: ¿Cómo lo has sabido? No se me nota... mucho.
 
Cici: El aura -dijo convencida, y agitó los trozos de verdura que habían puesto a marinar en una bolsa sellada-.
 
Sarah: El aura. Ya que has descubierto el pastel, solo espero que sea una criatura sana, y me conformaría con que la mitad de feliz que Dylan. Se despierta feliz.
 
Cici: Eso se debe en parte a su naturaleza y en parte a tu marido y a ti. Has sido un punto de referencia constante para Zac. Sus padres lo educaron bien. Son gente buena y cariñosa, pero tú te cruzaste en su camino en un momento decisivo y lo ayudaste a tomar la dirección correcta.
 
Sarah: Creo que cruzarnos en el camino nos ayudó a los dos. ¿Sabes? Nunca me lo habría imaginado aquí, como jefe de policía, en una casa como esta. Pero cuando me habló de ello, no me costó verlo.
 
Cici: Porque lo conoces y lo quieres.
 
Sarah: Sí. Y cuando lo veo aquí, me doy cuenta de que encaja a la perfección. Ya debes de saber que está enamorado hasta la médula de Vanessa.
 
Cici: Sí, lo sé. Y ella está enamorada de él, aunque se lo guardará durante un tiempo. Mi niña es fuerte e inteligente, pero en algunas áreas no está tan segura de sí misma como nuestro Zac. Son justo lo que el otro necesita.
 
Sarah: Encajan a la perfección -dijo con una sonrisa-.
 
Cici: Sí, eso es. Lo supe antes de que Zac y yo nos termináramos nuestra primera tanda de tortitas con arándanos. -Como si estuviera en su propia casa, sacó una jarra del frigorífico. Ella misma le había enseñado a Zac el proceso y el valor del té helado; rellenó el vaso a Sarah-. Yo diría que estas verduras están listas para la barbacoa.

Sarah Zac asando verduras... -se levantó-. Otra cosa que nunca me habría imaginado.
 
Cici: Es un buen chico y ha comprado la cesta para barbacoa de la que le hablé. Ahora veremos si le saca provecho.
 
Le sacó provecho, y disfrutó al ver a todo el mundo atacando una comida que había preparado él. Con un poco de ayuda, claro, pero lo cierto era que había superado su segunda experiencia como anfitrión con comida para adultos.
 
Hank: Ya eres oficialmente un hombre.
 
Zac. Me alivia oírlo.
 
Hank: Un hombre no es un hombre, amigo mío, hasta que es capaz de hacer chuletones a la barbacoa, pero de hacerlos bien.
 
Cici: Creo que Shakespeare dijo: La valía de un hombre se demuestra en la barbacoa.
 
Hank se echó a reír y brindó por CiCi.
 
Hank: El Bardo nunca se equivoca. Me pregunto si podría ver tu estudio durante nuestra estancia en la isla. Todavía conservo el póster de Guitar God que tenía colgado en la pared de mi habitación en la residencia de estudiantes.
 
Sarah: Ahora lo tiene enmarcado en la de su despacho, en casa.
 
Cici: Ven mañana.
 
Hank: ¿En serio? Una experiencia única en la vida. Y no exagero. Vanessa, ¿hay alguna posibilidad de que pueda ver también tu estudio cuando vaya?
 
Ness: Claro. Tú no. -Señaló a Zac-. Estoy trabajando en una escultura de Zac. No puede entrar en mi estudio hasta que esté terminada.
 
Sarah casi se ahoga con el té.
 
Sarah: ¿Has conseguido que Zac pose?
 
Zac: Me engatusó.
 
Dylan: ¿Qué es «engatusar»?
 
Zac: Es como si la Power Ranger rosa tuviera el poder de controlar la mente.
 
Dylan: ¡Eso sería alucinante!
 
Ness: Lo es. El poder de la mente es un arma poderosa contra el mal; contra Rita Repulsa, la malvada enemiga de los Power Rangers, por ejemplo.
 
Zac se reclinó contra el respaldo, la miró.
 
Zac. ¿Conoces a los Power Rangers?
 
Ness: ¿Por qué no iba a conocerlos? Me disfracé de Power Ranger rosa para Halloween cuando tenía cinco o seis años.
 
Cici: Me engatusó para que le comprara el disfraz. Tengo fotos.
 
Zac: Tengo que verlas. Tengo que verlas sí o sí.
 
Ness: Estoy adorable -pinchó el último pimiento asado que tenía en el plato-.
 
Zac: Seguro que sí.
 
Dylan: ¿Podemos ir ya a la playa? -tiró del brazo de su padre-. Me he comido toda la vertura.
 
Hank: Du-ra.
 
Dylan: Me he comido toda la du-ra. ¿Podemos ir?
 
Zac: Yo voto a favor. -El teléfono empezó a sonarle en el bolsillo. Se levantó, lo sacó. Tras echar un vistazo a la pantalla, Vanessa vio que miraba de soslayo a Sarah-. Lo siento, tengo que cogerlo. No os preocupéis por los platos. Llevaos al niño a la playa, yo iré después. -Contestó la llamada mientras entraba en la casa-. Jefe Efron.
 
Vanessa se obligó a esbozar una sonrisa relajada y se levantó.
 
Ness: Venga, marchaos a la playa. CiCi os enseñará el mejor camino. Yo espero a Zac.
 
Dylan: ¡Sí! Y los perritos también. Vamos.
 
Sarah dedicó un sutil gesto de asentimiento a Vanessa.
 
Sarah: El paraíso personal de Dylan: perros y playa. Sí, vamos.
 
Cuando se fueron, con Dylan y los perros en cabeza, Vanessa llevó los platos dentro. Se mantendría ocupada, pensó, intentaría no pensar demasiado, solo recogería la mesa de fuera, cargaría el lavavajillas y esperaría.

Porque no la aguardaban buenas noticias.

Pasaron cinco minutos, luego diez y después quince antes de que lo oyera volver.

Vanessa sacó una cerveza fría y se la ofreció a Zac en cuanto entró.
 
Ness: Los he mandado a la playa. Sarah sabe que hay problemas, y sé que querrás hablar con ella al respecto. Pero necesito que me lo cuentes. No es un problema relacionado con la isla, lo sé por cómo has mirado a Sarah.
 
Zac: No, no es un problema relacionado con la isla. -Bebió un trago de cerveza-. No quería que Dylan escuchara mi parte de la conversación.
 
Ness: Lo sé. Ahora está jugando en la playa. ¿Era la agente Jacoby?
 
Zac: Sí. -Consiguió reunir el valor necesario para continuar-. Han encontrado el coche que conducía Hobart cuando la avistaron en Louisville. Había cambiado las matrículas, lo había machacado a golpes. El idiota que lo encontró decidió quedárselo y le arregló la carrocería a medias. Lo han identificado los estatales al pararlo por exceso de velocidad... y luego ha resultado que también por conducir fumado. Y por llevar un lote de opiáceos. Ha soltado las típicas mentiras: el coche no es mío, tío, me lo han prestado.
 
Ness: No sé de dónde han salido esas drogas.
 
Zac: Sí, aunque llevaba parte de esas drogas en el bolsillo. En cualquier caso, antes de que aclararan todo eso han encontrado las huellas de Hobart y, en la guantera, el contrato de alquiler con el alias que había usado en el centro comercial. El tipo ha confesado que se había tropezado con el coche, abandonado y destrozado. Lo que los ha llevado a dar con otro tipo que le había vendido a Hobart un Ford destartalado. Le pagó en efectivo y no se tomaron la molestia de arreglar el papeleo.
 
Ness: Ahora tienen una descripción de ese coche.
 
Zac: Ya se lo habrá quitado de encima. Están intentando rastrearlo.
 
Ness: Pero eso no es todo.
 
Zac: No. -Le rozó el brazo al pasar a su lado de camino a las puertas de cristal-. No, eso no es todo. Ya te dije que localizaron desde dónde había enviado la tarjeta que me mandó.
 
Ness: Y que dieron con dónde se había alojado en Coral Gables, lo cual ayudó a rastrearla hasta Atlanta y el vuelo a Portland.
 
Zac: Un poco tarde para McMullen, pero sí. Encontraron el nombre que empleó para reservar la cabaña.
 
Ness: Cuando les llegó la pista de Louisville, verificaron el nombre que había usado para cargar las compras del centro comercial, el coche y la matrícula. Dijiste que era un trabajo muy bueno. Que está cometiendo errores.
 
Zac: Sí -se dio la vuelta-. Pero eso no le ha impedido matar a Tracey Lieberman.
 
Vanessa apoyó una mano en la barra y a continuación se sentó.
 
Ness: ¿Dónde? ¿Cómo?
 
Zac: Cerca de Elkins, Virginia Occidental. Lieberman era guía turística, hay un parque nacional allí mismo. Aquella noche estaba en el cine con su madre, su tía y su prima. Por aquel entonces tenía catorce años. Se casó el año pasado. Antes se llamaba Tracey Mulder.
 
Ness: Joder. La conocía... un poco. Estaba un curso por detrás de nosotras, pero Ash y ella iban juntas a gimnasia. La conocía.
 
Zac se acercó para sentarse a su lado.
 
Zac: Aquella noche mataron a su madre. Protegió a Tracey con su propio cuerpo, aun así Tracey recibió disparos en ambas piernas. Su tía y su prima sufrieron heridas leves, pero las de Tracey fueron graves. No tenían claro que pudiera volver a caminar sin ayuda o sin una cojera muy marcada. Nunca volvería a competir en gimnasia. Tuvo mucha repercusión en los medios.
 
Ness: Y esos son los objetivos de Hobart.
 
Zac: Sí. Y Tracey recibió más atención, incluso después de que la historia se olvidara un poco, porque no se dio por vencida. Se sometió a un montón de operaciones y no se rindió. Hizo fisioterapia durante años y llamó la atención de un par de medallistas de la selección nacional de gimnasia. Le concedieron una medalla de oro al valor. Más prensa. No solo volvió a caminar, sino que a los veinte años completó su primera carrera de cinco kilómetros y quedó quinta. Más prensa. Al cabo de un par de años, una de veinticinco kilómetros, tercer puesto, y dedicó la carrera a su madre.
 
Ness: Más prensa.
 
Zac: A veces daba charlas motivacionales y entró a trabajar en el Servicio de Parques, se mudó a Elkins por ese empleo. Se casó allí. McMullen, entre otros, volvió a darle bombo. Publicaron fotos de ella tras las carreras, con aspecto saludable, y más fotos con el vestido de novia y la medalla de oro en el ramo.
 
Ness: Era todo lo que Hobart detesta. Convirtió la tragedia y el dolor en fuerza, corazón y resistencia.
 
Zac: Y ganó el oro... Una especie de símbolo de riqueza y fama.
 
Ness: ¿Redes sociales?

Zac: Participaba de forma activa en un par de páginas para corredores. Tenía dos páginas propias: una pública, sobre el parque nacional, los senderos, fotos, anécdotas; y una privada, con cosas personales.
 
Ness: Pero nunca son del todo privadas, ¿verdad?
 
Zac giró la botella y negó con la cabeza.
 
Zac: Solo necesitas conocimientos básicos de hacker o encontrar la manera de que el propietario de la página te deje entrar. Sea como sea, Hobart descubrió lo suficiente para seguirla en sus carreras matutinas. Tracey salía a correr todos los días, no siempre hacía la misma ruta, pero corría todas las mañanas. Sabemos que Hobart también corre.
 
Ness: Es posible que siguiera una de las rutas un par de veces, que dejara que Tracey la viera, que se acostumbrara a verla. Incluso que entablara conversación.
 
Zac: Es probable. La han asesinado esta mañana entre las seis y media y las ocho y media. Una bala en cada pierna, otra en la cabeza.
 
Ness: Las piernas -se le rompió el corazón-. Hobart quería destruirla antes de matarla.
 
Zac: Quitarle las piernas de nuevo. Hacerle recordar ese dolor y ese terror. Los federales averiguarán dónde se ha alojado en esa zona, durante cuánto tiempo, qué coche conducía.
 
Ness: Pero ella ya se habrá ido y conducirá otro coche.
 
Zac: Ese es su patrón, pero cualquier dato es importante. Nos da más información. Debería dárnosla -murmuró-.
 
Ness: ¿Tracey estaba en tu... supongo que podría llamarla «lista de vigilancia»?
 
Zac: Sí, pero... Tracey no había obtenido verdaderos beneficios económicos, los medios de comunicación no le concedieron el estatus de heroína por el incidente en sí. Ella no tuvo ningún efecto en el resultado. Estaba en mi lista, pero no estábamos concentrados en su perfil. -Se levantó y empezó a caminar de un lado a otro-. Joder, salió en coche de Florida después de lo de Devlon, voló desde Atlanta de vuelta a Portland para secuestrar a McMullen y la retuvo durante horas en una cabaña en las Montañas Blancas, a kilómetros al este de aquí.

La admirable calma estaba decayendo, pensó Vanessa. Así que ella mantendría la calma por él.
 
Ness: Nunca había secuestrado y retenido a nadie.
 
Zac: Con McMullen buscaba algo más que un simple asesinato. Buscaba atención. El trípode, los focos, los restos de maquillaje y una reportera... Grabó un vídeo, tuvo que ser eso.
 
Ness: Dios, ¿se grabó matando a McMullen?
 
Zac: Eso podría haber sido un extra, pero lo que quería era una entrevista, es lo único que tiene sentido. Pese a que reservó la cabaña y compró provisiones para una semana entera, mató a McMullen veinticuatro horas después de haberla secuestrado. No pudo contenerse, no fue capaz de aguantar más.
 
Vanessa se puso a recoger más platos para mantener las manos ocupadas.
 
Ness: ¿Qué te dice eso?
 
Zac: Está perdiendo el control. Está clarísimo que está perdiendo el control. Me dice que necesitaba hablar, contar a alguien (dejando constancia) lo inteligente que es, contar lo que ha hecho y por qué.
 
Vanessa se volvió hacia él.
 
Ness: Está aislada, en realidad lo ha estado toda su vida. Ha sido sobre todo por elección, pero se ha pasado la vida aislada y haciéndose pasar por otras personas.
 
Za: Eso es.
 
Ness. Yo no lo he estado, no del todo, porque tenía a CiCi y a Ash... Pero me alejé de mi familia, en parte porque ellos se alejaban de mí. Representé un papel durante un año para intentar complacer a mis padres y terminé poniéndome enferma y sintiéndome desgraciada.
 
Zac: ¿Qué papel? -Se obligó a dejar a un lado la frustración que le provocaba Hobart y miró a Vanessa-. Nunca me habías hablado de ello.
 
Ness: Fue hace mucho tiempo, en la universidad. El papel de especializarme en administración de empresas, vestir con trajes de ejecutiva y salir con el adinerado niño de papá que escogieron mis padres. Es horrible intentar ser lo que no eres. Y ella lo hace de forma constante, lo ha hecho siempre.
 
Zac: Salvo con su hermano. Con él podía ser ella misma.
 
Ness: Primero se lo arrebataron sus padres, luego nosotros... porque para ella somos todos, ¿verdad? Luego nosotros lo matamos. Ahora está sola, interpretando papeles. Tú eres la única persona viva que ha visto a la verdadera Patricia Hobart.
 
Zac: Has dado en el clavo. Hobart necesitaba hablar claro, pasar un tiempo siendo ella misma. Apuesto a que se pone esa grabación una y otra vez. -Frustrado y asqueado, c se dejó caer en un taburete junto a la península de la cocina-. Pero sigue borrando sus huellas, y se le da muy bien, joder. Abandona el cadáver de McMullen en la cabaña porque calcula que no lo encontrarán hasta al cabo de unos días, y tiene razón. Mientras tanto, se lleva el coche de McMullen hacia el oeste, a New Hampshire, cambia las matrículas por el camino, lo deja tirado en el aparcamiento del aeropuerto de Concord, su estratagema favorita, y vuelve a desvanecerse. Volverán a rastrearla gracias al avistamiento de Louisville y el asesinato de Virginia Occidental, pero empezamos mirando hacia el oeste. ¿Por qué volver hasta aquí, llevarse a McMullen al oeste y llevarse el coche aún más al oeste, si pensaba regresar hacia el sur?

Ness: Kentucky sigue estando al oeste de Maine.
 
Zac: Sí, ya tuvimos en cuenta ese factor. Buscamos una razón para que cruzara a New Hampshire, y luego, con el avistamiento, miramos hacia el sudoeste. Así que pensé en un tipo que se mudó a Arkansas hace un par de años y en otro que está en Texas, y no di mucha importancia a Virginia Occidental o a Tracey.
 
Ness: Si asumes la más mínima culpa por algo de todo esto, me cabrearé mucho contigo.
 
Zac: No es culpa, pero... No sé qué palabra usar. Hobart volvió atrás, y ninguno de nosotros lo vio venir.
 
Ness: Esta noche lo hablas con Sarah, yo me voy a casa con CiCi. -Levantó una mano antes de que Zac pudiera protestar-. Por lo poco que he visto de Hank, él se encargará de entretener a Dylan. Todos nos quitaremos de en medio y podrás revisarlo con Sarah.
 
Zac se levantó del taburete, bajó a Vanessa del suyo y apoyó su frente en la de ella.
 
Zac: Tienes razón. Vamos a dar un paseo por la playa. -La besó-. Con amigos, perros y un niño salvaje y loco.
 
Vanessa fue con él. No tenía ni idea de dónde estaba Elkins, pero suponía que si cogía un mapa y trazaba la ruta hacia el nordeste desde Louisville, lo encontraría.
 
 
A pesar del dolor causado por el nuevo asesinato, Zac acompañó a Sarah y a su familia al ferri del lunes por la mañana después de un buen fin de semana.

Sus amigos se alejaron, despidiéndose con la mano, bajo una lluvia constante que se había contenido hasta justo antes del amanecer. Zac agradecía que hubiera sido así de oportuna, y dado que alrededor de su casa ya florecían los altramuces, los tulipanes y otros elementos no identificados, también agradecía la lluvia.

Sarah y él habían pasado bastante tiempo en su despacho y comprobaron que no habían perdido el ritmo de trabajo de cuando eran compañeros. Ambos estaban de acuerdo en que, a menos que Hobart variara de rumbo, su siguiente área de interés debía ser Washington D. C.

Allí había un ayudante del Congreso, un abogado defensor, un periodista especializado en política y una pareja que dirigía un refugio para mujeres, todos en un radio de ochenta kilómetros.

Zac tenía intención de trasladar a Jacoby sus teorías, sus conclusiones y la lista más reciente en cuanto llegara a la comisaría.

A su lado, Barney lloriqueaba mientras el ferri se apartaba de la orilla.
 
Zac: Volverán. Lo has hecho bien, amigo. Incluso aceptaste una galleta del barbudo que da miedo, aunque después huyeras de él. Es un progreso. Vámonos a trabajar.
 
Llegó temprano, hizo café, envió a Jacoby el informe que Sarah y él habían preparado y se sentó a su escritorio con los memorandos y los informes de incidentes que lo esperaban.

Uno por embriaguez y desorden público (el sábado por la noche, un hombre de fuera de la isla; arrestado, durmió la mona y lo multaron). Alguien había cubierto de papel higiénico la casa de los Dobson, también el sábado por la noche. ¡Cuánta acción!

Como Richard Dobson era profesor de matemáticas en el instituto, y no era precisamente conocido por tener mano izquierda y poner buenas notas, los agentes que investigaban el caso -Matty y Cecil- sospechaban que el autor era un alumno, seguro que había sido un alumno que lo tenía muy difícil para aprobar su asignatura.

La evaluación casi había terminado, calculó Zac. Las conclusiones de sus agentes le parecieron correctas.

Una queja por música alta y ruido también durante la locura isleña del sábado por la noche. Los agentes que se ocuparon de aquello, de nuevo Matty y Cecil, disolvieron la fiesta de un grupo de adolescentes que aprovechaban la ausencia de los padres durante el fin de semana.

Descubrieron consumo de alcohol entre menores de edad.

Zac se fijó en que los aguafiestas llegaron a las diez y media. Y Dobson no vio ni un solo trozo de papel higiénico colgando de sus árboles cuando sacó a su perro a dar un último paseo a las once.

Dobson conoció los hechos cuando se despertó, justo antes de las dos de la madrugada, para responder a su propia llamada de la naturaleza y miró por la ventana del baño.

Zac miró a Barney.
 
Zac: Deduzco, mi joven aprendiz, que a ciertos juerguistas no les va muy bien en álgebra o trigonometría... y los comprendo. Sospecho que varios se reunieron de nuevo después de la redada, se hicieron con los suministros necesarios y se vengaron.
 
Por norma, lo habría dejado pasar, porque a fin de cuentas no era más que papel higiénico. Pero vio que Dobson había llamado dos veces el domingo para exigir que se persiguiera a los vándalos. Mediante memorando, le informaban de que Dobson también se había quejado a la alcaldesa y deseaba una respuesta del jefe de policía en persona.
 
Zac: Pues muy bien.
 
Miró el horario y vio que Matty y Cecil tenían el día libre, pero la claridad de su informe hacía innecesario que se reuniera con ellos.

Se levantó cuando oyó entrar a Donna.
 
Zac: Buenos días, Donna.
 
Donna: Jefe. ¿Buen fin de semana?
 
Zac: Sí. ¿Y tú?
 
Donna: Ha aguantado sin llover, con eso me basta.
 
Zac: Opino lo mismo. Donna, el profesor de matemáticas, Dobson, ¿es muy duro?
 
Donna: Como una piedra, no tiene corazón. A mi nieto se le va a chamuscar el cerebro de tanto estudiar y aprueba geometría a duras penas. Dobson no acepta que hagan trabajos para subir la nota ni ponerles exámenes de recuperación ni nada. ¿Lo preguntas por lo de que le hayan empapelado el jardín?
 
Zac: Sí.
 
Donna: Yo misma les habría pagado el papel higiénico; eso es lo que pienso.
 
Zac: Fingiré no haber oído eso. Tengo que ir a hablar con él.
 
Donna: Pues buena suerte -dijo con resentimiento-. No quedará satisfecho hasta que vea con grilletes a quienquiera que lo haya hecho.
 
Zac: ¿Tenemos grilletes?
 
Donna: Es probable que él tenga en el garaje. No me sorprendería.
 
Zac: ¿Estaba tu nieto en la fiesta de casa de los Walker el sábado por la noche?
 
Donna puso cara de póquer.
 
Donna: Tal vez.
 
Zac: Donna -señaló la silla de la mujer y cogió otra para él-, no vamos a poner grilletes a nadie, ni a destriparlo, ni a descuartizarlo, ni a cubrirlo de alquitrán y emplumarlo. No vamos a arrestar a nadie. Tengo clarísimo que no pienso tocar las narices a los chavales por una cosa de este estilo. Pero me ayudaría saber quién estuvo implicado, para poder hablar con ellos. Yo me encargo de Dobson.
 
Donna: No pienso delatar a mi propia sangre.
 
Zac: ¿Quieres que te jure que ni tu nieto ni nadie más se meterá en líos?
 
Donna abrió un cajón, sacó una Biblia.
 
Zac: ¿En serio?
 
Donna: Mano derecha encima y júralo.
 
Zac: Por Dios...
 
Donna: No tomes el nombre del Señor en vano con una Biblia delante.
 
Zac: Perdón. -Puso la mano derecha sobre ella-. Juro que no permitiré que ni tu nieto ni los demás se metan en un lío por este asunto.
 
Donna asintió, guardó el libro.

Donna: Es un buen chico. Saca sobresalientes y notables en todo excepto en esa asignatura. Ya lo han castigado por lo de la fiesta, y se lo merecía.
 
Zac: Sí, así es. Había alcohol.
 
Donna lo señaló.
 
Donna: ¿Vas a tener la cara de quedarte ahí sentado y decirme que cuando ibas a cumplir los dieciocho, o ya los habías cumplido, que cuando te faltaban unas semanas para acabar el instituto, no te tomaste un par de cervezas?
 
Volvió a abrir el cajón.
 
Zac: No la saques otra vez. No lo negaré. Apuesto a que tu nieto te respeta.
 
Donna: Todo el que sabe lo que le conviene me respeta.
 
Zac: Entonces échame una mano con esto. Habla luego con él, dile que evite la bebida y las... travesuras, que se mantenga alejado de Dobson, y de su casa, salvo cuando esté en clase.
 
Donna: Lo haré.
 
Zac: Bien. ¿Quién es su mejor amigo?
 
Donna: ¡Maldita sea, Zac!
 
Zac: Lo he jurado sobre la Biblia.
 
Donna: El hermano de Cecil, Mathias, y Jamie Walker.
 
Zac: ¿Jamie Walker, el de la famosa fiesta?
 
Donna: Eso es.
 
Zac: Vale. Vamos, Barney.
 
Donna: No me decepciones, jefe.
 
Zac: No lo haré.
 
De camino al instituto con Barney, Zac pensó que se alegraba de volver al trabajo.
 
Se tropezó con el profesor de matemáticas -maletín en mano y expresión amargada en la cara- cuando este se dirigía hacia la puerta principal del instituto, situado en un edificio que también albergaba el colegio de primaria

En aquellos momentos, sumando todos los niveles y la única clase de preescolar, el Complejo Educativo de Tranquility Island contaba con doscientos veintisiete alumnos matriculados.
 
Dobson: Ya era hora -le espetó-. Pago su sueldo con mis impuestos.
 
Zac: Sí, para eso sirven. ¿Por qué no hablamos dentro, donde no nos mojemos?
 
Dobson: Ese perro no puede entrar en el edificio.
 
Zac: Es un perro policía.

Para poner fin a aquello, Zac abrió la puerta y guio a Barney hacia el interior.
 
Dobson: Esperaba...
 
Zac: Podemos hablar en su clase o en la sala de profesores, lo que prefiera.
 
O puede intentar llevarme a rastras a la oficina del director, pensó Zac.

Dobson se alejó con grandes zancadas. Un tipo bajito, pensó Zac. Menos de un metro setenta, más bien fornido y tan estirado como si le hubieran metido un palo en el culo.

El instituto de Tranquility Island era pequeño, pero a Zac, desde luego, le olía a instituto: a productos de limpieza con un toque de la confusa mezcla de hormonas alteradas y aburrimiento adolescente. También sonaba a instituto cada vez que sus zapatillas mojadas golpeaban el suelo. Y tenía aspecto de instituto, con los despachos a la izquierda y las paredes enfrentadas llenas de taquillas gris mate.
 
Zac: Es un centro bonito -dijo para darle conversación-. Asistí a una visita guiada por el edificio durante el invierno.
 
Dobson: Que sea bonito es irrelevante. Es un lugar para la educación y la disciplina.
 
A pesar de sentirse como si hubiera regresado al instituto, Zac puso los ojos en blanco a espaldas de Dobson mientras el hombre abría la puerta de un aula.
 
Dobson: No tengo mucho tiempo.
 
Zac: Entonces seré lo más breve posible. Según el informe del incidente, usted no vio a nadie en su jardín ni en los alrededores de su casa cuando se despertó y descubrió el papel higiénico en los árboles.
 
Dobson: Cuando descubrí que habían vandalizado mi casa. Ya se habían marchado. Y si no es usted capaz de identificar y detener a un puñado de vándalos, no pinta nada en su puesto.
 
Zac: Siento que opine así. ¿Qué hizo con las pruebas?
 
Dobson: ¿Las pruebas?
 
Zac: El papel higiénico.
 
Dobson: Lo quité, por supuesto, y me supuso mucho tiempo y problemas. Me deshice de él.
 
Zac: Vaya, es una pena, podríamos haber encontrado huellas. Tampoco puedo garantizárselo al cien por cien, porque los perpetradores tal vez llevaran guantes, pero en este momento, nadie, ni siquiera usted, vio a nadie ni oyó nada, y además ha eliminado las pruebas con sus propias manos. Podría darme una lista de nombres, de personas que desearían hacerle daño.
 
Dobson abrió la boca, sorprendido.
 
Dobson: ¡Nadie quiere hacerme daño! Hay varios profesores de este instituto, unos cuantos alumnos y, desde luego, algunos padres que tienen problemas conmigo, pero...
 
Zac: ¿Problemas?
 
Dobson: Muchos no aprueban mis métodos ni mi filosofía de enseñanza.
 
Zac: «Muchos», «varios», «unos cuantos» y «algunos» es bastante para un instituto de este tamaño. ¿Alguno ha proferido amenazas contra usted o contra su propiedad?
 
Dobson: No de forma explícita.
 
Zac: Señor Dobson, tanto mis ayudantes como yo mantendremos los ojos y los oídos muy abiertos. Pero sin testigos, sin pruebas y sin que usted me facilite los nombres de las personas que podrían haber tenido el tiempo, la oportunidad y el motivo para cometer este acto, no tenemos mucho a lo que agarrarnos para seguir adelante.
 
Dobson: ¡Esperaba más de usted! Esperaba justicia.
 
Zac: Señor Dobson, si yo identificara al individuo o a los individuos responsables, la única justicia que podría ofrecerle serían unas cuantas horas de servicios a la comunidad, tal vez una multa insignificante. Y al reclamar algo así, al exigirlo, aún más gente tendría problemas con usted.
 
Dobson: Pienso hablar con la alcaldesa de nuevo.
 
Zac: De acuerdo. Que le vaya bien.
 
Zac guió a Barney hacia la salida. Empezaban a llegar unos cuantos alumnos, y con ellos el color, la cháchara y el olor a pelo mojado.

El jefe de policía salió y esperó.

Mathias lo vio al mismo tiempo que Zac lo vio a él; iba con otros dos chicos.

La cara del muchacho reflejó de inmediato la culpabilidad que sentía. Zac se acercó despacio.
 
Zac: Mathias, ¿cómo estás?
 
Mathias: Bien, señor. Esto... tenemos que irnos a clase.
 
Zac: Aún hay tiempo. ¿Jamie Walker?
 
El chaval que llevaba el sombrero hipster y el pelo rapado por los lados y largo por delante y por detrás se encogió de hombros.
 
Zac: Necesito hablar contigo sobre la fiesta de la otra noche -dijo en un tono lo bastante alto para que lo oyera todo el que pasara-. Venid conmigo hacia aquí. Tú también -indicó al tercer chaval, el que llevaba la capucha de la sudadera naranja sobre el cabello pelirrojo. Y por si eso fuera poco guay, llevaba gafas de sol a pesar de la lluvia-.
 
Mathias: Ya hemos recibido por eso, jefe. Me han castigado dos semanas.
 
Zac: Quien la hace la paga. ¿Quién más está castigado?
 
Los otros dos chicos levantaron la mano.
 
Jamie: Tengo dieciocho años -dijo con evidente disgusto-, y estoy castigado por dar una fiesta.
 
Zac: En casa de tus padres sin su permiso. Con cerveza... y hierba.
 
Jamie: Nadie encontró hierba.
 
Zac: Porque fuiste lo bastante listo y rápido para deshacerte de ella. Mis agentes la olieron. Pero ya está hecho, y tenéis suerte, podrían haberos arrestado.
 
Jamie: Fue solo una fiesta -refunfuñó-.
 
Zac: Podría estar de acuerdo, pero como fuisteis tan tontos de pasaros con el ruido, os pillaron. La próxima vez, sed más listos. Bueno, ¿de dónde sacasteis el papel higiénico?
 
Jamie: No sé de qué está hablando.
 
Zac pasó de Jamie a Mathias. El hermano de Cecil también tenía la capucha puesta.
 
Zac: Conoces a Donna, la de la centralita.
 
Mathias: Sí, señor. Es abuela de un amigo mío, y amiga de mi madre.
 
Zac: Pues el caso es que Donna me ha hecho jurar con la mano sobre la puñetera Biblia... Mierda, me despellejaría si me hubiera oído decir «la puñetera Biblia»... Me ha hecho jurar que evitaría que su nieto, que sospecho que también andaba en esto, y el resto de vosotros os metierais en un lío.
 
Mathias: Sí, lo despellejaría.
 
Mathias agachó la cabeza, pero Zac lo vio sonreír.
 
Zac: No voy a arriesgarme a sufrir la ira de Donna por daros una colleja por haber empapelado una casa con papel higiénico. Os lo pregunto porque, si fuisteis tan tontos como para comprarlo, lo descubrirán, y entonces tendré que hacer algo al respecto.
 
Mathias encorvó los hombros y arañó el suelo con unas Nike bastante desgastadas.
 
Mathias: Cada uno cogió un par de rollos de casa.
 
Zac: Vale, no sois tontos del todo. No volváis a hacerlo... y decídselo a los que no he pillado. Todavía. Mientras tanto, no os acerquéis a Dobson fuera de clase, pasad desapercibidos. No rondéis por su casa y, por el amor de Dios, no se os ocurra ir presumiendo por ahí de lo que habéis hecho. Si os atenéis a estas normas, lo único que pasará es que los tres, y el nieto de Donna, porque a él también lo he pillado, aunque todavía no haya podido hablar con él, haréis unas cuantas horas de servicio a la comunidad: dos fines de semana trabajando en el jardín o haciendo cualquier otra cosa que se necesite en vuestra casa. Y nada de protestar. Iré a comprobarlo.
 
Mathias: ¿No se lo dirá al señor Dobson?
 
Zac: No. Todos iréis a la universidad o saldréis al mundo laboral, y os encontraréis con más Dobsons por ahí, creedme. Tendréis que encontrar la manera de lidiar con ellos. Venga, a clase.
 
***: Gracias, jefe -dijeron los tres casi al unísono-.
 
Zac se marchó satisfecho. Sí, pensó, se alegraba de volver al trabajo.


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