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miércoles, 4 de diciembre de 2019

Capítulo 24


Susan permaneció cuatro horas sentada bajo los focos, con la silla en ángulo oblicuo respecto a la de Patricia y la cámara grabando.

Cuando llevaban dos horas, Patricia la dejó ir al baño de nuevo y cambió la batería de la cámara. Le permitió volver a beber agua con una pajita mientras ella se retocaba el maquillaje y luego hizo lo mismo con el de Susan.

Pero reanudaron la grabación de inmediato.

A medida que iba pasando el tiempo, a medida que Susan iba sumiéndose en el ritmo de la entrevista, a medida que iba dejándose arrastrar por el tema, su ambición fue atenuando el miedo.

Había conseguido la historia más importante de su vida, se estaba revelando justo delante de sus narices. El hecho de que la hubieran drogado y secuestrado perdía cada vez más importancia en comparación con cómo crecía su propio ego.

Había logrado una entrevista cara a cara y en exclusiva con el cerebro de la masacre del DownEast, una asesina en serie. Y gracias a sus habilidades como entrevistadora -le decían su ambición y su ego-, Patricia se lo estaba contando todo de cabo a rabo. Todos los asesinatos, todos los detalles, el acecho, la documentación, la elección del momento y el método.

Cuando las bridas de los tobillos y de la mano izquierda (Patricia le había dejado la derecha libre para que pudiera tomar notas) le desgarraban la piel, se decía a sí misma (y se creía a pies juntillas) que Patricia no se las quitaba porque eran la prueba visual que protegería a Susan de cualquier acusación de complicidad, de obstrucción.

Estaban juntas en aquello, como decía Patricia.

La emoción de lo que tenía justo delante, de lo que produciría una vez que tuviera el vídeo, era tal que el miedo no podía hacerle sombra.

Absorta, comenzó a imaginar los beneficios.

Sabía engañar a un entrevistado, darle coba, mostrar comprensión y empatía. Aquella mujer, aquel monstruo, le reveló su enfermedad, su rabia, su creencia fría y calculadora en su derecho a matar porque Susan la condujo con habilidad por ese camino.

Algún día estudiarían ese vídeo en las facultades de periodismo... y ella ganaría una fortuna como conferenciante.

Para Patricia, concluyó, los tres chavales no habían sido más que armas, armas que le habían fallado. Los sentimientos por su hermano parecían una extraña mezcla de amor y desdén. Y aun así justificaba sus asesinatos, hasta donde sentía la necesidad de justificarlos, como venganza por su muerte a los diecisiete años.

Cielo santo, era fascinante. Y si la fascinaba a ella, era fácil imaginar la reacción del espectador.
 
Susan: Eres la mejor entrevistada que he tenido en mi vida, Patricia. ¡Me cuesta seguirte el ritmo! ¿Podemos tomarnos otro descanso?
 
Patricia: ¡No he terminado!
 
Susan: No, no, solo diez minutos -le dedicó una sonrisa. Tenía un barril de pólvora entre las manos y no quería encender una cerilla. Halagos, se recordó. A diestro y siniestro-. Necesito organizar un poco mis ideas. Quiero establecer ciertos segmentos en la entrevista... En parte nos encargaremos de ello durante el proceso de edición, pero me gustaría organizar las próximas preguntas. Me vendría bastante bien comer algo, tomarme otro refresco para mantener la energía. Además -añadió enseguida-, me gustaría que tú también te tomaras un respiro, que recargaras las pilas unos minutos. Conviene que estés fresca hasta el final.
 
Patricia: Bien.
 
Patricia se puso de pie.
 
Susan: Es muy intenso, Patricia. Necesito algo de tiempo para asimilarlo.
 
Patricia: Bien -repitió apaciguada-. Tengo galletas saladas integrales y humus.
 
Susan: Fantástico. Nos dará un empujoncito para el siguiente segmento. ¿Y te parece que podría estirar un poco las piernas? Tú sales a correr a menudo -prosiguió-, yo también soy una persona activa. Me gustaría poder caminar un poco por la cabaña. -Volvió a sonreír-. Si te digo la verdad, se me ha dormido el culo.
 
Patricia: Piensa en tus dedos, Susan.
 
Susan ignoró el comentario con una carcajada, porque ya no se lo creía.
 
Susan: Estoy en medio de la madre de todas las exclusivas. Esto es de Pulitzer, de Emmys. Ten por seguro que no voy a hacer nada para estropearla.
 
Patricia: Serás una tía muy importante después de esto -cortó las bridas-.
 
Susan. Ambas lo seremos. Todo el mundo conocerá tu historia.
 
Y la mía, pensó Susan mientras caminaba para aliviar el dolor y el hormigueo de las piernas. Solo había que esperar a que hiciera un informe especial sobre su experiencia. Secuestrada, retenida por Patricia Hobart, y la intrépida periodista realiza una entrevista brillante y contundente en cámara y saca a relucir todos los detalles. Móviles, víctimas, método, movimientos. Todo.
 
Patricia: Pulitzer, Emmys. No habrá límite. -Abrió la caja de galletas-. Ya recibiste un gran impulso por estar en el centro comercial aquella noche, por grabar lo que grabaste. Eso te dio a conocer.
 
Susan: Mantuve la calma. Es lo que hay que hacer para progresar. Sobre todo si eres mujer. Una mujer inteligente, una mujer dura. Te tildan de agresiva, de bruja y de arrogante cuando lo que eres es fuerte, ambiciosa.
 
Patricia: Todos los años, en julio, haces un programa sobre el DownEast, porque ese es el motivo principal por el que eres famosa.
 
Susan: Hasta ahora. Uf, esto está mejor. Ya casi vuelvo a sentir el culo.

Se frotó el trasero con ambas manos sin dejar de caminar de un lado a otro.
 
Patricia: Esta entrevista te proporcionará un montón de fama y dinero. Escribiste aquel libro sobre el DownEast, pero no fuiste la única. Y como escritora no es que seas muy buena.
 
Susan: No soy mala, pero tienes razón, el formato libro no es mi fuerte. Esta vez contrataré a un negro. Los índices de audiencia de esta entrevista, Pat... Tendremos material suficiente para una serie de cinco entregas, y los índices de audiencia no harán más que subir. Que le den a la Super Bowl, arrasaremos con ella y con lo que se nos ponga por delante.
 
Patricia: Porque millones de personas verán la entrevista.
 
Susan: Así es, sí. Estarán pegados a las pantallas y los dispositivos. La niña de quince años que planeó una masacre porque odiaba su vida y a sus padres y era capaz de manipular a su hermano. Cómo lo gestionó cuando el hermano la dejó de lado y la llevó a cabo por su cuenta. Los años conteniendo su verdadera naturaleza, ocultándola -negó con la cabeza y exhaló con fuerza-. Es tan intenso, tan emocionante... ¿Lo de tu primer asesinato? ¡Joder, eras muy joven! Y luego tu propia madre. Lo calculadora que fuiste al ir erosionando su voluntad, los años que dedicaste a hacer que perdiera la cabeza hasta convertirla en cómplice de su propio asesinato. Es brillante. Simplemente brillante.
 
Patricia: Siéntate, come algo.
 
Susan: Gracias. Me muero de hambre. -Cogió el plato de papel y untó la galleta salada en el humus-. Qué ironía, Pat, ¿te das cuenta? Solo has fallado con el policía, el que salvó al niño en el centro comercial. Fallaste en ese asesinato, recibiste un disparo, pero escapaste y aguantaste para volver a casa de tus abuelos. Joder, eso es un segmento en sí mismo. Tiene que serlo.
 
Patricia: Crees que el policía merece un segmento -dijo despacio-.
 
Susan: Desde luego. Ese momento en que te diste cuenta de que no habías acabado con él, de que te había disparado... Quiero hablar un poco más de ello. Y de lo que pensaste y sentiste cuando volvías a toda prisa a buscar el dinero, las armas, los documentos falsos... Y aun así aprovechaste la oportunidad para matar a tus abuelos antes de escapar.
 
Patricia: No escapé. Me reorganicé.
 
Susan: Ya veo. -Cogió más humus-. Mencionaremos tu estancia en Canadá, pero eso no es lo más destacado. Es más bien un puente, así que «reorganización» es un buen término. Pero el punto de inflexión llegó cuando te diste cuenta de que habías fallado en el asesinato de Efron y de que él había conseguido herirte... y luego está la carambola de que la policía que mató a tu hermano ayudase a salvar al hombre al que habías intentado matar.
 
Patricia: Carambola.
 
Susan: Una entrevista de calidad, de la más alta calidad. Quiero que ahora nos centremos más en ese punto de inflexión, en cómo el error con Efron cambió tu rumbo, te obligó a reorganizarte. Gracias -añadió cuando Patricia le dio otro vaso de Coca-Cola Light-.
 
Patricia: ¿Lo ves como un error, lo de ese puto policía?
 
Muerta de hambre, y demasiado absorta en la historia, Susan se olvidó de que un buen entrevistador deja que el que hable sea el sujeto. Un buen entrevistador observaba los cambios en el tono y el lenguaje corporal.
 
Susan: Un error de cálculo, al menos, e insisto: un punto de inflexión que queremos resaltar. Hasta ese momento, ni siquiera sospechaban de ti, ¿verdad? -Dio un trago al refresco dietético y volvió a las galletas-. Eso es lo que me has dicho antes, dejaste que JJ asumiera la culpa.
 
Patricia: El mérito.
 
Susan: El mérito. Eras la hermana de un asesino adolescente, la nieta devota que llevaba una vida tranquila. Y un minuto después eras una fugitiva que había intentado matar a un policía a sangre fría porque había sobrevivido al DownEast. Que mató a sus abuelos ancianos a sangre fría antes de escapar a esconderse (y reorganizarse) en Canadá. Ya habías asesinado antes, Pat, pero ese fallo con Efron lo cambió todo.
 
Patricia: Tuvo suerte.
 
Susan asintió.
 
Susan: Sí, tuvo mucha suerte. Te reconoció solo un instante antes de que fuera demasiado tarde, luego te hirió, y eso sin mencionar la ironía de que su compañera policía ya estuviera de camino a esa casa... la misma agente que estaba, de nuevo irónicamente, justo a la puerta del cine. Ella mató a JJ y ayudó a salvar a Efron. Una entrevista de calidad.
 
Patricia: ¿Eso crees?
 
Susan: Créeme, lo sé. Bueno, ya tengo el siguiente segmento organizado.
 
Patricia: Tus segmentos, tus índices de audiencia, tu puto derecho a la fama.
 
Susan: ¿Perdón? ¿Qué?
 
Patricia: Es mi historia. Mía.
 
Susan: Y va a petarlo. Creo que deberíamos retocarnos el maquillaje un poco antes de volver a rodar.
 
Sacudió los hombros para relajarlos y luego cruzó las piernas.
 
Patricia: No lo necesitas, porque ya hemos terminado.
 
Susan la miró y logró articular un jadeo antes de que Patricia le disparara, y volviera a dispararle, y le disparara de nuevo. «Irónicamente», según Patricia, con la pistola rosa de Susan.

Hobart dejó escapar un suspiro y la rabia que tenía dentro, y se sintió mejor.
 
Patricia: Y no me llames Pat.
 
Se preparó un plato de galletas saladas y humus, y se lo comió mientras el cuerpo de Susan se desangraba en el suelo de la cabaña. Se llevaría la cámara, decidió, y dejaría el trípode y las luces. No podía meter todo eso en el avión de vuelta al sur.

Como ya se había encargado de cambiar las matrículas y había dedicado un rato a hacerle unas cuantas abolladuras, consideró que era seguro utilizar el coche de Susan para salvar la distancia que tenía que recorrer.

Supuso que había llegado el momento de sacar dinero en efectivo y otro par de documentos de identidad falsos del banco de New Hampshire. Luego dejaría el coche en el aeropuerto, cogería un vuelo y alquilaría otro vehículo en Louisville.

Encontrarían el cuerpo al cabo de unos días, pensó. Había reservado la cabaña para una semana y faltaban cuatro días para que se cumpliera el plazo. Para entonces, ella ya estaría... en otro lugar.

Se echó a reír y bebió Coca-Cola Light para pasar las galletas. Sonrió al cadáver de Susan.
 
Patricia: Y ahora ¿quién ha cometido el error?
 

Después del turno, Zac volvió a casa caminando con el perro. Una vez allá cogió unas cuantas cosas y condujo en su coche personal hasta casa de CiCi. Tendría que contarles (a Vanessa y a CiCi) lo de la tarjeta y la amenaza, y explicarles las precauciones que debían tomar.

Cuando llegó, estudió la casa. Mucho cristal, mucho puñetero cristal. Tan bonita y tan vulnerable. Sin embargo, romper puertas y ventanas no era el estilo de Hobart.

A ella le gustaban los subterfugios. Romper ventanas no era elegante.

Oyó música, puesto que algunas de las ventanas estaban abiertas al aire primaveral, y reconoció el ritmo constante y sexy de «After Midnight». Entró con el perro y vio a CiCi, vestida con unos vaqueros rotos ajustados y una camiseta negra, agitando su pelo largo y salvaje de un lado a otro mientras bailaba.

No se le daba nada mal, pensó Zac al verla atravesar la habitación meneando los hombros y sacudiendo las caderas al ritmo de la genial guitarra y la seductora voz de Clapton.

No advirtió que Barney se había sentado a su lado a mirarla y meneaba la cola.

CiCi se dio la vuelta y lo vio. Sin dejar de moverse y esbozando una sonrisa lenta, le hizo gestos con un dedo para que se acercara.
 
Cici: Bailemos, Macizo.
 
Zac se acercó, le pasó un brazo por la cintura y la hizo doblarse hacia atrás con una destreza impresionante.
 
Cici: ¡Fíjate!
 
Zac: Los chicos que bailan ligan más -dijo al tiempo que la incorporaba de nuevo y la hacía girar despacio-.
 
Cici: Te lo tenías muy callado.
 
Zac: Nunca me habías sacado a bailar.
 
Vanessa bajó las escaleras y se encontró a su abuela y al jefe de policía bailando -y muy bien- mientras el perro los observaba fascinado.

Cuando terminaron, Zac tenía los brazos alrededor de la cintura de CiCi y ella los tenía alrededor del cuello del chico. Y se sonreían.
 
Ness: O sea que esto es lo que hay.
 
Cici: Vanessa, eres mi mayor tesoro. -Con un suspiro de felicidad, apoyó la cabeza en el hombro de Zac un instante-. Pero ahora que sé que este hombre baila sensualmente al ritmo de Clapton, puede que tenga que robártelo.
 
Zac: Soy tuyo -la besó en la coronilla-.
 
Captó el olor de su champú, un toque de aguarrás y un débil y apagado matiz a marihuana.

La esencia de CiCi.

Ella le dio un achuchón y luego se volvió hacia el perro.
 
Cici: Y aquí tenemos a esta monada de cuatro patas. Es verdad eso que decías, Vanessa, tiene una cara muy dulce, y los ojos llenos de bondad. -No se agachó, se limitó a extender una mano-. Ven a saludarme, cariñito.

Zac: Le cuesta un poco...
 
Zac tuvo que callarse cuando Barney se incorporó y caminó directo hacia CiCi.

No podía decirse que Barney se hubiera acostumbrado a la gente tras pasar el día rodeado de diferentes personas. Aunque había cogido algo de confianza con Cecil, se había escabullido de todos los seres humanos con los que se habían cruzado de camino a casa.

Y allí, con el mero gesto de tenderle una mano, Barney se acercó a CiCi y se puso a menear la cola en cuanto ella se agachó para acariciarlo.
 
Zac: Tal vez seas bruja.
 
Cici: Por supuesto que lo soy, y tengo una afinidad innata con los animales, sobre todo con los canes, ya que en una vida anterior fui loba. Además, esta dulzura y yo nos hemos reconocido, ¿verdad que sí, guapísimo? En otra vida bailamos juntos.
 
A Zac no le habría sorprendido lo más mínimo.
 
Zac: Se llama Barney.
 
Ness: Aceptable -decretó, después cogió el mando a distancia para bajar un poco el volumen de la música-. Ya que todos hemos terminado de trabajar por hoy, me apetece un poco de vino. ¿Alguien se apunta?
 
Cici: Me has convencido.
 
Zac: ¿Y si nos lo llevamos fuera? No hace nada de frío y tengo que hablaros a las dos de una cosa.
 
Ness: Parece algo serio.
 
Zac: Lo es.
 
Cici: Ve a por el vino, Vanessa. Veamos qué le parecen a Barney las vistas que hay desde el patio -se llevó a Zac y al perro afuera a propósito-. Tiene que ver con Patricia Hobart.

Zac: ¿Radio macuto o adivinación?
 
Cici: Digamos que esta mañana he sentido una perturbación.
 
Zac: ¿En la Fuerza?
 
Cici: Sé lo que sé cuando lo sé. -Le clavó un dedo en el pecho-. Y además Hildy me ha llamado esta tarde, después de que te reunieras con ella. Hildy no es ninguna bocazas, pero somos amigas desde hace mucho y quería explicármelo con detalle. No le he contado nada a Vanessa porque estaba trabajando y no quería distraerla. Y también porque he imaginado que preferirías contárselo tú mismo. Puedo llevarme a Barney a dar un paseo por la playa si necesitáis intimidad.
 
Zac: No, pero gracias. Me gustaría hablar con las dos.
 
Cici: Creo con toda mi alma en la regla del triple: lo que envías al universo, bueno o malo, se te devuelve multiplicado por tres. Pero me arriesgaría a sufrir todo lo que se me devolviera con tal de enviar algo que hiciera caer a esa arpía como una piedra en un pozo sin fondo si intenta haceros daño a ti o a mi niña.
 
Zac: No dejaré que os haga daño ni a Vanessa ni a ti.
 
CiCi le tomó la cara entre las manos.
 
Cici: Añádete a ti a eso.
 
Zac: Ya he... bailado con ella antes. Conozco sus pasos.
 
Ness: Y ya están otra vez. -Con una mueca de hastío exagerada, sacó una botella de vino y tres copas. Tras dejarlo todo en la mesa, extrajo de su bolsillo trasero una golosina masticable larga y gorda-. Ahora todo el mundo tiene un premi. -sirvió el vino y Barney se tumbó con su golosina-. Dios, he tenido un día muy bueno, y ahora hace una noche preciosa.

Zac: Siento tener que estropear eso.
 
Vanessa miró a Zac.
 
Ness: Entonces es serio de verdad.
 
Zac: Sentémonos. -Había ensayado mentalmente varias formas de abordarlo, pero no se había decidido por ninguna. Así que al final metió la directa-. He recibido una tarjeta con el correo de la mañana. De Patricia Hobart.

Vanessa se sentó al lado de CiCi y agarró la mano de su abuela.
 
Ness: ¿Qué clase de tarjeta?
 
Zac: Una tarjeta barata, impuestos y franqueo aparte.
 
Se la describió, luego recitó el mensaje.
 
Ness: Te amenaza. ¿Había hecho algo así antes?
 
Zac: No, a mí no, y hoy lo he confirmado con el FBI: no hay pruebas de que se haya puesto en contacto con nadie más ni de que haya amenazado a ningún otro. Está cabreada porque falló conmigo y le disparé. Le costé la casa grande y mucho dinero. Como está enfadada, tenía que disparar de nuevo... metafóricamente. Y esa alteración en el patrón me dice que va a cometer más errores. Esa es la parte buena.
 
Ness: ¿Hay una «parte buena» en recibir una amenaza de muerte?
 
Zac: Más de una. Me dice que la alteré lo suficiente para meterme en ese retorcido cerebro suyo. Me dice que, nada más matar a Emily Devlon, pensó en mí y me envió la tarjeta. Había un mechón de pelo dentro. Será de Emily Devlon.
 
Cici: Dios, es una criatura horrible, enferma y despiadada. El karma se ensañará con ella, pero hasta entonces...
 
Zac: El sistema judicial se ensañará antes. Envió la tarjeta desde Florida, y el FBI descubrirá el lugar preciso.
 
Ness: Pero ella ya no estará allí.
 
Zac: No, pero sabremos dónde estuvo. Sabremos cuándo y a qué distancia de casa de los Devlon estuvo. Si lo triangulan, encontrarán dónde vivía mientras acechaba a Emily. Hablarán con gente que habló con ella, que la vio. Hasta el último dato cuenta. Además, me ha enviado una advertencia. Lo ha hecho para asustarme, pero ha vuelto a fallar. Cuando me hacen una advertencia, tomo medidas.
 
Ness: ¿Qué medidas?
 
Zac: Recurro al FBI, para empezar.
 
Ness: ¿Al gilipollas?
 
Zac: Ese agente especial ya no está al mando. Ahora es la agente especial Tess Jacoby quien se halla al frente de la investigación.
 
Cici: Una mujer -asintió satisfecha-. Ahora sí que vamos bien.
 
Zac: Después de haberme reunido con ella hoy, estoy de acuerdo en eso. Y además no es gilipollas. A partir de ahora, gracias al error de Hobart, compartiremos información. Yo sabré más, y ellos (incluyendo a Xavier, que recibe órdenes de Jacoby) escucharán más.
 
Cici: Solo una mujer podía conseguirlo -levantó su copa-.
 
Zac: Muchas veces es cierto. He informado a mis ayudantes y a Donna. Tenemos la foto de Hobart pegada en el centro de la pizarra. Y vamos a distribuirla por la isla. Ya he hablado de ello con la alcaldesa, y también de incorporar ya a un par de los ayudantes de temporada. Y está de acuerdo.
 
Ness: Esto es una isla. Necesita el ferri, un chárter o un barco privado para entrar o salir. Es más difícil escapar.
 
Zac: Tienes toda la razón.
 
Ness: Podría esperar hasta que fueras a Portland por algo.
 
Zac: ¿Cómo iba a enterarse? -creía que era la verdad y también para calmar a Vanessa-. No utilizo las redes sociales, y esa es su fuente principal. Será aquí, y eso nos da ventaja.
 
Ness: Es verdad -asintió y dio un sorbo al vino-. Tú también tienes razón, pero...
 
Zac: Hay muchos peros, y llegaremos a ellos. Otra de nuestras ventajas es que está intentando atacar a un policía, otra vez. Y a una fuerza policial que está sobre aviso. La he estudiado, y apuesto a que lo he hecho durante más tiempo y con mayor detenimiento que ella a mí. O a ti, Vanessa.
 
Entonces fue CiCi quien buscó la mano de Vanessa.
 
Ness: Tenemos que afrontarlo, ¿no? El hecho de que, al venir aquí, podría intentar un dos por uno.
 
Zac: Primero tiene que llegar aquí, y quedarse el tiempo suficiente para observar las rutinas y trazar un plan. Eso también es una ventaja para nosotros, incluso en verano, que es cuando vendrá. Venir en verano es más inteligente: la isla está atestada, hay mucha gente, suceden muchas cosas, las tiendas y los restaurantes están llenos. Empezaremos a estar atentos ya mismo, pero ella esperará al verano. Al de este año, tal vez al próximo. Y ahora, los peros. -Se inclinó hacia delante-. Hobart es inteligente, ladina y paciente... Aunque creo que la ira y la locura están acabando con la paciencia. Sabe parecer alguien que no es y actuar como alguien que no es. Sabe pasar desapercibida, camuflarse y mentir. Por otro lado, vosotras dos sois muy buenas con las caras. Estudiaréis la suya hasta que la conozcáis a la perfección. Creo que si la veis la reconoceréis con independencia del aspecto que tenga. La reconoceréis.
 
Cici: No se nos escapará -dio un apretón en la mano a Vanessa-. ¿A que no, cariño?
 
Ness: No.
 
Zac: Aquí tenéis una lista de reglas.
 
Cici: Odio las reglas. Muchas se derivan del sistema patriarcal diseñado para oprimir a la mujer.
 
Zac se quedó mirando a CiCi varios segundos.
 
Zac: Me gustaría conocer al patriarca o al sistema capaz de oprimiros a cualquiera de las dos.
 
CiCi sonrió tras la copa de vino.
 
Cici: Muchos lo han intentado y han acabado con una patada en los huevos.
 
Zac: Aun a riesgo de jugarme los huevos, esto no son ni sugerencias ni pautas. Son reglas, os gusten o no. Si la veis, no os acerquéis ni os enfrentéis a ella. Poneos en contacto conmigo o con el agente más cercano. Si veis un coche, una bicicleta o un excursionista extraño que pasa por la casa más de una vez, poneos en contacto conmigo. Si empiezan a llamaros por teléfono y a colgar o a decir que se han equivocado de número, poneos en contacto conmigo. Vamos a establecer patrullas regulares cerca de la casa.
 
Ness: ¿Y qué hay de tu casa?
 
Zac: Soy policía. Ya está vigilada. Pero si tú estás en mi casa y yo no, cierra y no abras la puerta aunque llamen. Si se acerca alguien, ponte en contacto conmigo. Si vais en coche al pueblo o a cualquier otro lugar y veis a alguien que ha sufrido una avería y está parado en el arcén, seguid adelante.
 
Cici: Y nos ponemos en contacto contigo -concluyó-.
 
Zac: Habéis pillado la idea. No corráis riesgos. Hasta aquí son simples precauciones. Necesito que variéis vuestras rutinas, aunque no es que tengáis costumbres fijas y claras. Pero no vayáis a la compra siempre el mismo día de la semana o a la misma hora del día. No salgáis a pasear a la misma hora. Esperéis o no una entrega, si se acerca una furgoneta, que dejen el paquete fuera. No abráis la puerta, no salgáis. Si algo o alguien os da mala espina, poneos en contacto conmigo. Y nada de planes en las redes sociales. -Volvió a echarse hacia atrás-. Podríais instalar un sistema de alarma.
 
Cici: Eso ni de broma -repuso con decisión-.
 
Zac: Me lo imaginaba, pero, estéis en casa o fuera de casa, cerrad con llave. Hacedlo por mí, ¿de acuerdo?
 
Cici: Eso sí. No me gusta pero puedo hacerlo.
 
Zac: Bien. No voy a decir que no seáis capaces de cuidaros solas, sobre todo porque no quiero perder las pelotas y esperaba cenar aquí, pero sí que os quiero a las dos y que voy a cuidaros. Eso es todo.
 
Cici: No creas que nosotras no vamos a cuidar de ti por la misma razón -se puso de pie y se rellenó la copa de vino-. Y voy a empezar a hacerlo ahora mismo preparándote una cena caliente.
 
Zac: No cocines -dijo de inmediato-. Iré a buscar comida para llevar.
 
Cici: Cocinar me reequilibrará el chi. -Se agachó y besó a Zac-. Tú eres mucho más listo que ella, y mi niña también. Y, qué narices, yo soy mucho más ladina.
 
Vanessa esperó a que CiCi entrara.
 
Ness: No lo he mencionado antes porque ya tenemos suficiente, pero si Hobart viene aquí, volverá a Portland. Mi hermana, mi madre...
 
Zac: He hablado con Sarah y he hablado con Jacoby. Vigilarán a tu familia.
 
Vanessa se puso de pie y se asomó para mirar el mar. El perro, que ya se había terminado su golosina, estaba tumbado a los pies de Zac.
 
Ness: Debería haberme imaginado que pensarías en ellas.
 
Zac: He hablado con la policía de Boston para que estén alerta. Tienes que hablar con Ash de todo esto. También he hablado con un amigo mío que creo que está en la lista de Hobart. Ahora vive en Nueva York. Siento haber traído todo esto hasta aquí.
 
Ness: No has sido tú, sino ella. Ella lo empezó todo. Ella lo planeó y, por horrible que fuera, no salió como quería. Y esto tampoco le saldrá como espera. Es curioso, me encanta la isla, siempre me ha encantado, pero no me había dado cuenta de lo mía que la siento hasta que pensé que Hobart podía venir y tratar de hacer daño a alguien que me importa tanto. De hacer daño otra vez a alguien que me importa tanto. ¿Quién podría desear manchar este lugar como lo hizo con el centro comercial y con Portland? Nunca volví a sentirme segura por completo en Portland después de aquella noche. -Se dio la vuelta-. Me marché a Nueva York en cuanto pude. Me fui a Italia, me iba a cualquier lugar que no fuera allí. Sin embargo, la mayor parte de las veces me venía aquí. Era mi refugio, pero seguía buscando algún otro lugar, alguna otra cosa. No estoy segura de que supiera, antes de conocerte, que esta isla era algo más que eso para mí, más que un refugio. Era mi casa, mi hogar. Nada de lo que ella haga cambiará eso -volvió y se deslizó sobre el brazo de la silla para sentarse en el regazo de Zac-. Hay más de un lugar donde esconderse. Tú eres mi refugio para mí, y yo voy a serlo para ti.

Zac: He pasado mucho tiempo buscando mi lugar y buscándote a ti. Ha sido un golpe de suerte tremendo haberos encontrado a los dos.

Ness: ¿Sabes lo que he pensado antes cuando bajaba por las escaleras?
 
Zac: ¿Qué podría reemplazarte con mucha facilidad?
 
Vanessa se echó a reír y le acarició con la nariz.
 
Ness: Aparte de eso. He pensado: Quiero esculpirlos, a Zac y a CiCi, tal como están. Bailando abrazados y sonriendo.
 
Zac: ¿Desnudos? Oye...
 
Ness: Una cosa es el arte, jefe, y otra las situaciones incómodas e inapropiadas. No, desnudos no.
 
Zac: Entonces vale. Parecías contenta al bajar.
 
Ness: He pasado un día maravilloso trabajando en un proyecto nuevo y fascinante.
 
Zac le devolvió la caricia con la nariz.
 
Zac: ¿No vas a dejar que le eche un vistazo?
 
Ness: Cuando esté terminado. Quédate esta noche. Quédate conmigo.
 
Zac: Tenía la esperanza de que me lo pidieras. He traído nuestras cosas, las mías y las de mi nuevo ayudante, en el coche.
 
CiCi los miraba desde la ventana de la cocina. Aquello, pensó, justo aquello -el rubor del cielo a medida que el día se desvanecía; el hombre fuerte y bueno; incluso el perro de cara dulce- colmaba todas las esperanzas que albergaba para su niña.

Ninguna arpía salida directamente del infierno resquebrajaría aquellas esperanzas.
 

Dos días después, Zac recibió una llamada de Sarah.
 
Sarah: Se ha activado una alerta por desaparición a nombre de Susan McMullen.
 
Zac: ¿Cuánto tiempo lleva desaparecida?
 
Sarah: Más de cuarenta y ocho horas. Su ayudante recibió un mensaje en el que le decía que se iba de la ciudad porque había recibido un soplo, pero ha faltado a varias citas y no contesta al móvil.
 
Zac: Encaja en el perfil, Sarah, pero sería el primer secuestro. Ni siquiera matarla y abandonar el cuerpo encaja con el modus operandi de Hobart.
 
Sarah: No hay señales de allanamiento ni de lucha, ni en la casa ni el despacho de McMullen. La llamaron al teléfono fijo justo antes de la medianoche del día en que desapareció. No podemos rastrear la llamada. Un móvil de prepago.
 
Zac: La engañó para que fuera a algún sitio -frunció el ceño-. Ese tampoco es el método habitual de Hobart.
 
Pero...
 
Sarah: El caso es que Hobart podría no ser la única que quisiera hacer daño a McMullen. Tiene un ex que no le guarda mucho cariño, y ha cabreado a mucha gente en el camino. Pero haré que los agentes revisen el coche de McMullen en el aeropuerto. Ese sí es el modus operandi de Hobart. Ahora mismo, como aún no hay vínculo directo con Hobart, el caso es de delitos mayores, porque me lo he quedado yo. Si encontramos ese vínculo, pasa a los federales.
 
Zac: Jacoby es buena.
 
Sarah: Estoy de acuerdo. Pero, Zac, si encontramos ese vínculo, significará que está de nuevo en la zona. Ten cuidado, compañero.
 
Zac: Lo tendré. Tú también.
 
Colgó; lo meditó. McMullen, sí, podría encajar. Pero ir tras Sarah, que ocupaba un puesto mucho más alto que la bloguera oportunista, no encajaba. ¿E ir a por él justo después de enviarle la tarjeta? No, eso tampoco encajaba. Antes tenía más que decir.

Entonces, si Hobart había capturado o matado a McMullen, ¿había vuelto a Portland para eso? ¿Por qué?

Tenía que pensarlo.

Dos días después, el personal de la cabaña encontró el cadáver de McMullen. Sarah le envió un informe con lo demás.

Un trípode, dos focos, comida y bebida suficiente para varios días, restos de maquillaje en el suelo; en dos sillas, varias bridas cortadas.

Y las huellas de Hobart por toda la cabaña.

¿Por qué secuestraba alguien a una reportera/bloguera que tenía su propio programa local y seguidores acérrimos en internet?

Zac pensó que ese alguien tenía una historia que contar.

Entre lo del secuestro/asesinato y lo de la tarjeta, Zac decidió que Patricia Hobart buscaba algo de atención.

Y él estaría encantado de dársela.
 

Con Jacoby y Sarah coordinando el caso McMullen, Zac se concentró en los suyos. Encontró un colgante con una placa de ayudante del sheriff en internet, le hizo gracia y pidió dos: una para Barney y otra para dársela a Puck cuando Sarah y su familia fueran a visitarlo.

Le compró al perro una cama, y tuvo que empezar poniéndola justo al lado de la suya, porque si no Barney la ignoraba y dormía en el suelo. La estrategia de Zac fue ir apartándola tres centímetros más o menos cada mañana.

Cuando intentó lanzarle la pelota roja que había comprado, Barney lo miró con cara de no tener ni idea de qué hacía.

Ya volverían a intentarlo.

Abril iba acercándose a mayo y las flores comenzaron a brotar. A modo de ofrenda de paz, compró una maceta de narcisos para Ida Booker y se la llevó, junto con Barney.

La mujer salió y dejó al gato dentro.
 
Zac: Le gustaría disculparse por las molestias que le causó.
 
Ida se cruzó de brazos.
 
Ida: Ese perro es un peligro.
 
Zac: Se está rehabilitando. Señorita Booker, cuando se lo llevé a Doc, tenía infecciones y todo tipo de problemas físicos. Tiene cicatrices porque alguien lo estrangulaba con uno de esos collares de cadena.
 
La mujer, que ya tenía el ceño fruncido con fiereza, lo frunció aún más.
 
Ida: ¿Alguien estrangulaba a ese perro?
 
Zac: Sí, señora, Doc y Suzanna me dijeron que eso era lo que pasaba. Le daba tanto miedo la gente porque lo tenían metido en una jaula y le hacían daño. Doc también me dijo que tal vez perseguía a su gato porque quería jugar. Ahora bien, no puedo prometerlo, y no lo dejaré acercarse a su gato ni a sus jardines sin la correa. Estaba medio muerto de hambre, señorita Booker.
 
Ida: Parece que ahora está mejor. -Masculló un taco-. No me gustan demasiado los perros, pero cualquier persona que trate así a un animal no vale una mierda pinchada en un palo. Tengo entendido que vas a quedártelo.
 
Zac: Ahora se llama Barney y va haciendo progresos. Acabamos de volver de ver a Doc y ya está más cerca de que le den el alta. Y también ha cogido algo de peso. No tiene ni pizca de maldad, pero podría ser un perseguidor de gatos compulsivo. También persigue a los pájaros en la playa.
 
Ida: Supongo que está en su naturaleza. Agradezco las flores. -Exhaló con brusquedad y aceptó la maceta-. Yo era de las que opinaban que traer a alguien de fuera de la isla para que fuera el jefe de policía era un error. Puede que me equivocara. El tiempo lo dirá.
 
Zac volvió en coche al pueblo y se detuvo a observar el ferri que llegaba. Había asignado a los dos ayudantes de temporada a esa tarea, pero no haría daño a nadie que echara un vistazo en persona.

Unas cuantas familias con niños lo bastante pequeños para no estar en el colegio, un par de isleños que regresaban, furgonetas de reparto, un par de excursionistas que se alejaron a pie.

Satisfecho, se dirigió a la comisaría de nuevo.
 
Donna: ¿Qué te ha dicho Doc?
 
Zac: Barney está recuperado. Puede incorporarse al servicio activo.
 
La mujer resopló.
 
Donna: Más te vale que no vuelva a rebuscar en la basura o ya le daré yo servicio activo.
 
Zac: Solo estaba buscando pistas. -El teléfono de la mesa de Zac empezó a sonar, así que entró en el despacho con Barney pisándole los talones-. Jefe Efron.
 
Tess: Agente especial Jacoby. Estoy en Louisville, Kentucky, siguiendo una pista. Tenemos un testigo, un expolicía que ha seguido el caso. Jura que la ha visto.
 
Zac: ¿En Kentucky? ¿Ha retrocedido? ¿Hasta qué punto es fiable el testigo?
 
Tess: Me creo lo que dice.
 
Zac: Bien, ¿dónde la ha visto?
 
Tess: En un centro comercial de aquí. Dice que ha podido observarla con detenimiento y que, cuando ha caído en por qué le sonaba esa cara, ha intentado seguirla a la salida del centro comercial pero la ha perdido. Había mucha gente, es un centro comercial muy popular y, además, están a punto de celebrar el Derby, la famosa carrera de caballos de Kentucky. Pero ha vuelto a tener suerte y la ha visto abandonando el aparcamiento en un coche. Tengo la marca y el modelo, el color y la matrícula. ¿Está listo para que le facilite esos datos?
 
Zac: Sí, adelante.
 
Lo anotó todo.
 
Tess: Hobart se ha comprado unas gafas de sol, un par de camisas, vaqueros. Tiene una talla treinta y seis. También ha comprado ropa de deporte. Estamos yendo tienda por tienda, pero nuestro testigo ha distinguido un par de las bolsas que llevaba antes de perderla. Hobart lo ha cargado todo a una tarjeta de crédito a nombre de Marsha Crowder, con una dirección falsa de San Diego. Llevaba el pelo recogido en una coleta, castaño. Hemos emitido una orden de búsqueda del coche y la matrícula. Aún no ha habido suerte.
 
Zac: Es una buena noticia. Louisville no aparece en mi lista, ni siquiera Kentucky. No hay objetivos allí, que yo sepa.
 
Tess: La pista de Memphis nos parecía floja, pero con esa matrícula puede que tuviera más fundamento del que pensábamos. Lo más seguro es que se dirija hacia el norte. Esté atento a ese coche, a esa matrícula, jefe.
 
Zac: Descuide.
 
Tess: La tenemos. Debo dejarle para ocuparme de esto.
 
Zac: Gracias por el aviso. Buena caza. -En cuanto colgó, gritó-: ¡Donna!
 
Donna: Si quieres algo de mí -le dijo lanzándole una mirada furibunda al acercarse-, sal.
 
Zac: Transmite esta información a todos los ayudantes, estén de servicio o no. Un Toyota Sienna blanco, tal vez de 2016, matrícula de Tennessee. Seis-ocho-tres-Charlie-Kilo-Oscar. Han visto a Hobart conduciendo ese coche en Louisville.
 
Donna: Entendido.
 
Zac abrió el expediente que tenía siempre a mano y estudió la cara de Hobart.
 
Zac: Puede que te tengamos.
 
 
Patricia cambió las placas de matrícula en el aparcamiento de un supermercado de la Interestatal 64. Tenía un mal presentimiento. Estaba del todo segura de que un viejo la había seguido durante un rato en Louisville.

Más vale prevenir que joderse, decidió: destruyó la identificación y las tarjetas que estaba utilizando y las tiró.

Entró en el supermercado y se dirigió a la sección de productos para el cabello. Compró un tinte caoba y lo pagó en efectivo. Circuló sin rumbo por varias carreteras secundarias hasta que, delante de una casa de campo, vio una tartana con un letrero de SE VENDE en el parabrisas.

Regateó con el palurdo del dueño y le dijo que volvería con el dinero. Había mucho bosque en los alrededores para deshacerse del coche.

Volvió caminando, se compró la tartana y regresó traqueteando hasta el Toyota. Cuando terminó de trasladar el equipaje, reventó el Toyota a golpes para liberar algo de tensión.

Esperaba que algún otro palurdo, o tal vez el mismo, terminara por tropezarse con el coche y se lo llevara por partes.

En la tartana, condujo hasta un motel barato, donde pagó en efectivo.

Se tiñó el pelo, se lo cortó, se puso unas lentillas verdes y cambió de documentos antes de salir. Aunque la tartana hacía ruidos y temblaba, logró llegar a una ciudad de tamaño decente a ochenta kilómetros de distancia. Aparcó el coche y recorrió menos de un kilómetro a pie hasta el concesionario que acababa de ver.

Pagó en efectivo, hizo el papeleo y en menos de una hora estaba de vuelta en la 64. Después de trasladar sus cosas una vez más, se marchó en un Chevy Tahoe de segunda mano recién lavado cuyo cuentakilómetros marcaba cincuenta y tres mil y pico.

Carrie Lynn Greenspan, que tenía el pelo caoba y los ojos verdes, puso rumbo al norte.

Tenía que hacer una parada en la salvaje y maravillosa Virginia Occidental.

1 comentarios:

Lu dijo...

Que mal que ha terminado Susan.
Patricia cada dia esta mas loca, ojala que la puedan encontrar.
Me parece muy tierna la relacion de Zac y Ness :)

Me gusto el capi.
Sube pronto :)

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