topbella

martes, 31 de diciembre de 2019

Capítulo 3


El hotel era precioso.

La mansión parecía la típica casa alpina de madera y piedra, con preciosas esculturas. En la zona de recepción había una enorme chimenea decorada con objetos navideños, del tamaño de la pared. A su alrededor se apilaban sofás y sillones, colocados para reuniones de todo tipo, ofreciendo cada grupo intimidad y calor. Se servían bebidas calientes y frías toda la tarde, junto con vinos, cafés y chocolate.

Zac le explicó todo mientras entraban juntos. Le indicó a David que mirase hacia el gigantesco árbol de Navidad que había en el recibidor y en aquel preciso instante un joven rubio corrió hacia ellos para darles la bienvenida. Vanessa notó de inmediato que estaba deseoso de agradar a su jefe, pero en el brillo de calidez de sus ojos había un matiz que sólo podía significar una cosa: apreciaba a Zac.

**: Señor Efron, me alegro de verlo. Espero que no haya tenido que soportar algún atasco a causa del tiempo.

Zac negó con la cabeza y se quitó los guantes.

Zac: No, Randy, ha sido un viaje perfecto. Dejamos la autopista para echar un vistazo a Basin -comentó, sonriendo a Vanessa-.

Zac había sugerido que fueran a verlo cuando se detuvieron para comer una pizza. No estaba muy lejos del hotel, apenas a escasos kilómetros de una localidad llamada Franconia Notch. Era uno de los lugares más bonitos que Vanessa había visto en toda su vida, con cataratas que caían cientos de metros entre la nieve, haciendo un terrible estruendo. El agua estaba congelada en muchas partes, pero supuso que aquel lugar debía ser precioso en cualquier época del año. El mismo Thoreau lo había pensado así. Según decía Zac, era un visitante frecuente de la zona, y muchas de sus sentencias habían sido inmortalizadas en aquel lugar.

Pero lo más excitante de todo había sido verlo con Zac Efron. La había cogido del brazo para que no resbalara en el hielo, mientras los niños jugaban más adelante. La observó en silencio mientras contemplaba las bellezas de aquel sitio, como si pudiera leer sus pensamientos.

Zac: ¡Es casi como Camelot! En verano todo es verde y exuberante, y hay flores en todas partes. En otoño, los colores son impresionantes. En invierno, es una especie de palacio de hielo, como puedes ver. Y en primavera el agua se derrite y el lugar se convierte en una sinfonía, con el retorno de los pájaros.

Ness: Es maravilloso, maravilloso. Gracias por haberte detenido sólo para enseñárnoslo.

Zac: Ha sido un placer, Vanessa -dijo con suavidad-.

Entonces él se alejó dejándola a solas con sus pensamientos.

Se preguntó si habría estado en aquel lugar con Sara, si el lugar le evocaría recuerdos.

En el coche permaneció callado. Cuando Ella le pidió que pusieran una cinta de villancicos puso mala cara, y sólo al notar la mirada de Vanessa sonrió.

Al final puso la cinta, pero no se unió a cantar las canciones con ellos.

Sin embargo, ahora se comportaba con total educación. Se volvió y le presentó al joven:

Zac: Randy, te presento a una de mis mejores periodistas, Vanessa Hudgens. Vanessa, te presento a Randy Skyklar. Y éste es David, el hijo de Vanessa.

Randy sonrió y estrechó su mano.

Randy: Señora Hudgens, es un placer conocerla -dijo, para mirar después a su jefe-. He dispuesto las habitaciones del fondo, tal y como pidió. ¿Necesitan alguna otra cosa?

Zac: Me temo que tengo una reunión con el departamento de ventas. Pero es posible que Vanessa o David quieran algo.

Vanessa hizo ademán de negar con la cabeza, pero entonces pensó en los niños.

Ness: Ella, ¿por qué no vienes con nosotros a la habitación durante un rato? De ese modo Randy os podrá traer un chocolate mientras tu padre trabaja.

Ella sonrió con timidez.

Ella: Me gustaría mucho. ¿Puedo, papá?

Zac: Bueno, tal vez Vanessa y David necesiten un poco de tiempo antes para acomodarse.

Ness: No, no es necesario -lo tranquilizó-. No estoy cansada, y no tardaré más de unos minutos en guardar las cosas en los cajones.

Zac se encogió de hombros.

Zac: Muy bien. Entonces os veré para cenar.

Los dejó a los tres con Randy, que los llevó a la habitación que había reservado para David y su madre.

La puerta era normal y corriente, de madera. Pero en cuanto entró descubrió que la habitación era enorme, aunque muy cálida, con su propia chimenea contra un muro de granito. Había un sofá blanco sobre una alfombra, un pequeño bar, una cocina equipada con todos los utensilios necesarios y dos puertas. La primera de ellas daba a un gigantesco dormitorio con una cama digna de una reina, cubierta con una gran colcha. Aquella habitación también tenía chimenea. Y junto a ella, había un jacuzzi.

Vanessa miró la otra habitación, algo más pequeña, pero igualmente encantadora.

Sin duda aquellas habitaciones habían sido diseñadas para una familia. La suite era una especie de romántico escondite para adultos, donde podían pasar los días mientras los niños jugaban fuera.

Teniendo en cuenta que el hotel era de Zac, probablemente las había diseñado él mismo.

Caminó hacia el salón. Debía estar frunciendo el ceño, porque Randy le preguntó:

Randy: ¿Algo marcha mal?

Ness: No, por supuesto que no. Es que…

Ella la miraba con ansiedad. Todo era tan bonito que quería gritar, pero no la habían invitado a ella en principio, sino a su hijo. Y en medio de tanto lujo se encontraba incómoda.

Ness: No, sólo tenía miedo de que mi presencia robara espacio para otros invitados…

Ella: ¡Oh, claro que no! -Le aseguró-. Hay dos suites como ésta en el hotel. Mi padre y yo tenemos la otra. ¿Lo ves? Es esa puerta de allí. Nunca alquila estas habitaciones. Nunca. Son para invitados. De verdad. Espero que te gusten.

Ness: Me gustan mucho.

Pero su incomodidad aumentaba poco a poco.

Randy: Venga, señora Hudgens. Aún no lo ha visto todo.

Atravesaron la sala principal y abrieron las puertas del balcón. Entonces vio un enorme jardín cubierto, con piscina. Una catarata de agua caía desde una roca y todo estaba lleno de una especie de bruma.

A través de los cristales podían verse las montañas, al fondo. Era tan bello que cortaba la respiración.

Vanessa oyó que alguien reía y miró a través de la neblina. Otros invitados estaban bañándose en el agua caliente de la piscina. Varios niños jugaban en la escalera, y un par de enamorados reían juntos. El hombre estaba en el agua y la mujer tendida junto a la piscina.

Vanessa sintió un nudo en la garganta. Una vez había llevado una existencia semejante con Richard. Sólo tenía que cerrar los ojos para recordarlo como si estuviera allí.

Randy: ¡El chocolate caliente ha llegado!

Vanessa se volvió. Un joven camarero apareció con un carrito donde había chocolate caliente y galletas.

David: Esto es vida -dijo contento, mirando a su madre-. ¿Puedo tomar un poco?

El azúcar no era muy bueno para él.

Ness: Claro, pero no demasiado -contestó, sonriente-.

Pensó que cuando estuvieran solos tendría que medir el nivel de azúcar de su sangre e inyectarle insulina. Tenían un aparato para medir el nivel de glucosa, y David estaba acostumbrado a recibir la inyección tres veces al día. A pesar de su corta edad, sabía inyectarse solo, y ella estaba orgullosa.

Pero por el momento podía divertirse y comerse alguna galleta.

Vanessa sonrío.

Ness: ¿Por qué no vais a cambiaros y os ponéis los bañadores? Podíamos nadar un rato, ducharnos después y tal vez para entonces ya haya regresado tu padre, Ella.

Ella sonrió con una galleta en la boca.

Ella: Seguro que llegará. Siempre llega a tiempo. Nunca miente.

Ness: Bueno, eso es admirable -murmuró-.

Dio las gracias al camarero y a Randy, que se marcharon. Tal y como había dicho David, aquello era vida.

No podía aceptar tanta hospitalidad. Era demasiado.

Se tumbó sobre la cama y cerró los ojos. Le habría encantado haber podido estar en un sitio así con Richard.

En su imaginación vio de nuevo la piscina y las montañas al fondo. Vio un fuego en la chimenea, y luego se vio a sí misma apoyando la cabeza en el hombro de un hombre rubio.

Entonces se incorporó, ruborizada.

Richard era moreno. Tanto como David. El hombre rubio de su ensoñación era Zac.

Gimió con suavidad y hundió la cabeza en la almohada. Y no se levantó hasta que David apareció para decirle que ya había llegado el equipaje y que podían cambiarse para ir a la piscina.


Después de nadar un rato, Ella fue a su habitación a través de la puerta que conectaba las dos suites. Un rato después llamó a la puerta y Vanessa la dejó entrar.

Ness: ¿Te ha dicho alguien lo guapa que eres?

Ella se ruborizó hasta adquirir el tono de su vestido rojo.

Ella: ¿Eso crees?

Ness: Claro que sí.

Ella: Tú también eres muy guapa.

Ness: Gracias.

Ella. Se lo he dicho a mi padre.

Ness: Oh.

Zac: Es cierto, lo hizo, pero no era necesario.

La voz que habló por encima del hombro de Ella era la de Zac, que se había duchado y afeitado. Aún tenía el pelo mojado, y estaba muy atractivo con su traje negro. Vanessa no sabía muy bien qué ponerse para cenar, de modo que había elegido un jersey blanco y una falda que le llegaba por debajo de las rodillas, esperando que sirviera tanto para una comida formal como para algo menos serio.

Zac: Ya sabía lo bonita que eras, Vanessa -insistió-.

Vanessa se ruborizó tanto como Ella. Pero a diferencia suya, no era ninguna niña, ni pecaba de inocente. Tendría que mantener el control cuando se encontrara ante aquel hombre.

Ness: Gracias. ¿Puedo devolverte el cumplido?

Ella: ¿Crees que papá es guapo?

Ness: ¿No que te parece que no lo es?

Ella: ¡Oh, no! Es muy atractivo.

Alto, rubio y atractivo. Así era el hombre que Ashley había pedido para Navidad. Vanessa sólo quería un hombre que no se subiera los calzoncillos por encima del ombligo.

No, en realidad no necesitaba a ningún hombre. Jeremy tenía la culpa de todo aquello, por sus malditos polvos mágicos.

Zac: He reservado mesa para cenar en otro sitio. La comida de aquí es muy buena, pero es posible que el tiempo empeore y que te veas obligada a permanecer en este lugar, de modo que decidí sacaros mientras pudiera. ¿Te parece bien?

Ness: Por supuesto. Pero no es necesario que te preocupes tanto por David y por mí.

Zac: Oh, venga, ya lo sé. Pero me gusta. ¿Te importa?

Una vez más vio aquella sonrisa franca y abierta en él. Una sonrisa que calentaba todo su cuerpo, que la hacía estremecerse.

Vanessa asintió.

La cena fue maravillosa. Los dueños del restaurante habían conseguido combinar el interior rústico del lugar con cierta elegancia. Vanessa tomó un filete y una deliciosa ensalada. La conversación con Zac resultó fluida, divertida y natural, y a lo largo de la comida se sorprendió de la multitud de cosas de las que charlaron, desde las cualidades de los profesores de lengua hasta la situación en oriente próximo. Y con los niños al lado, estuvo un buen rato riendo mientras David describía el modo en que había que golpear un balón para que adoptara una parábola, mientras Ella se empeñaba en cantar canciones que habrían asustado a un oso.

Cuando se marcharon del restaurante era bastante tarde. Los niños se quedaron dormidos en el asiento trasero del coche, uno sobre otro.

Zac permaneció en silencio durante unos minutos, y Vanessa sintió que se le cerraban los ojos. Entonces Zac habló.

Zac: ¿Se han dormido los niños?

Ness: Sí.

Zac: Quería darte las gracias por haber venido.

Ness: Gracias a ti. La suite es preciosa. Me habría dado por contenta con algo mucho más pequeño.

Zac: Señora Hudgens -dijo sonriendo-, te lo mereces.

Ness: Bueno, gracias.

Él no dijo nada. Mientras avanzaban por la carretera fue sintiendo sueño, y al final se quedó dormida.

Zac se sobresaltó cuando notó que Vanessa apoyaba la cabeza sobre su hombro, pero no la apartó. El suave olor de su pelo llenaba sus sentidos, despertando en él una vieja angustia.

Había transcurrido mucho tiempo.

Sara se quedaba dormida muchas veces del mismo modo.

Había salido muchas veces después de su muerte, y aunque había sido totalmente cortés con todas las mujeres con las que se había citado, no se había citado más de una vez con ninguna. La prensa sensacionalista decía que era un hombre con mucho éxito, pero no respondía al prototipo. Evidentemente, se había encontrado en muchas situaciones íntimas con mujeres, pero nunca había llegado a nada serio. Nunca había permitido que una mujer se quedara dormida sobre su hombro. Y no habría dejado que nadie lo hiciera, con una excepción: Vanessa.

No sabía por qué. No sabía por qué le había dado las gracias, no sólo por Ella, sino también por sí mismo. Habían pasado muchos años desde la última vez que se había reído con tal espontaneidad. Años de soledad y angustia.

Su pelo le acariciaba la mejilla. Era suave y cálido, como la seda. Apretó los dedos sobre el volante y sintió que un intenso deseo lo dominaba. Su angustia inicial desapareció. El presente reclamaba toda su atención. No podía recordar haber deseado tanto a nadie. Resultaba irónico, porque probablemente ella era la única mujer sobre la tierra que no lo deseaba.

Vanessa gimió dormida y se acomodó colocando la mano sobre su hombro.

Zac apretó los dientes.

Vanessa se despertó cuando el coche se detuvo. Casi de inmediato se incorporó y se preguntó cómo se había quedado dormida.

Pero Zac ya estaba fuera del coche, y no sabía si disculparse o no.

Zac: Ya estarnos aquí -dijo con brusquedad-.

Ness: Bueno, entonces cogeré a David.

Zac: No, yo me ocuparé de él. Pesa más que mi hija. Coge tú a Ella, si puedes.

Ness: Claro que puedo.

Zac: Lo digo porque debes estar cansada. Además, no eres mucho más grande que ellos.

Ness: Me las arreglaré -dijo irritada-.

Zac: Sí, claro, te las arreglarás.

Zac cogió a su hijo en brazos y ella hizo lo propio con Ella.

Zac: ¿Te he comentado alguna vez que en ocasiones me recuerdas a un puercoespín? -preguntó de sopetón-.

Vanessa lo miró con la niña en brazos.

Ness: Una comparación encantadora. Muchas gracias, señor Efron.

Zac: No he dicho que parezcas un puercoespín. Eres una mujer muy atractiva, y estoy seguro de que lo sabes. Estoy seguro de que muchos hombres habrán querido salir contigo en todo este tiempo. O puede que no. Porque con esas espinas de puercoespín que tienes tal vez nadie haya podido aproximarse lo suficiente.

Ness: Gracias de nuevo. Pero teniendo en cuenta la cantidad de mujeres con las que has debido estar, no deberías juzgarme a la ligera.

Vanessa se dio la vuelta y se dirigió hacia el edificio.

Zac: ¿Todas las mujeres con las que he estado? No sabía que prestabas tanta atención a mis citas.

Vanessa no fue capaz de contestar. Randy les abrió la puerta.

Randy: Deje que la lleve yo -se ofreció, cogiendo a Ella en brazos-.

Vanessa siguió a los dos hombres por las escaleras e hizo un esfuerzo para sonreír a Randy cuando se marchó.

Zac: Buenas noches, señora Hudgens -dijo con suavidad-.

Ness: Buenas noches. Gracias por la cena. Ha sido encantadora.

Zac: Sí, es cierto.

Cuando él se marchó la rozó lo suficiente como para que Vanessa se estremeciera de los pies a la cabeza.

Estaba muy cansada, pero cuando finalmente puso a su hijo en la cama y se quitó la ropa para dormir, no consiguió conciliar el sueño. Se tapó la cabeza con la almohada y apretó los dientes, pero no lo consiguió.

Aún recordaba el contacto de su piel, y se preguntó cómo habría conseguido dormirse en el coche estando tan cerca de él.


Cuando despertó a la mañana siguiente, encontró una nota debajo de la puerta. Estaba escrita a mano. Reconoció la letra de Zac a causa de las felicitaciones de Navidad que enviaba a los empleados. Era una letra clara, firme y poderosa. El mensaje era breve pero educado. Decía que iba a estar muy ocupado todo el día, pero que no hacía falta que pasara todo el tiempo con los niños. Le decía que podía ver películas, asistir a todo tipo de cursos o hacer lo que más le gustara mientras los empleados del hotel se ocupaban de los chicos.

A Vanessa no le importaba pasar el día con los niños, pero tenía que escribir un artículo. De modo que decidió desayunar con ellos y trabajar después.

El día salió tal y como lo había planeado. Desayunaron en su suite, y después Ella y David se empeñaron en ver los dibujos animados de la televisión. Vanessa se puso a trabajar frente a la chimenea y se preguntó si sería capaz de concentrarse, pero el calor del fuego y el crepitar de la madera la tranquilizó de inmediato. No levantó la cabeza del papel hasta las dos en punto, cuando terminó de escribir.

Contenta, se puso un jersey de lana y una parka y salió a buscar a los niños. Estaban terminando de comer, y ambos se alegraron mucho cuando se unió a ellos.

Ness: No sé esquiar -le dijo a Ella-. Aunque supongo que tú sí.

Ella sabía esquiar, y de hecho lo hacía muy bien. Pero se pasó toda la tarde acompañando a David y a Vanessa mientras recibían las lecciones del profesor, riéndose mucho con ellos cuando cometían alguna torpeza. Vanessa se encontraba muy incómoda con el traje y los esquíes, y juró que nunca sería capaz de tenerse en pie. Pero por la tarde ya estaba encantada, y era capaz de deslizarse un rato sin caerse.

Pero tenían frío, de modo que regresaron al hotel. Los niños tomaron chocolate caliente y ella pidió un café irlandés. Estaba muy bueno, pero teniendo en cuenta que no había comido el alcohol se le subió un poco a la cabeza.

Tanto ella como los niños cenaron en la suite. Y cuando terminaron, Ella y David ya estaban dispuestos para irse a la cama. Ella se marchó a su dormitorio y Vanessa la siguió para asegurarse de que estaba bien.

Aquella suite no había sido nunca alquilada a clientes, y resultaba evidente nada más verla. Tenía idéntica vista de la piscina, pero se parecía más a un hogar que la otra. Había cuadros en las paredes, esculturas, y todo tipo de adornos. Observó una mesa de roble cubierta de papeles y una mesita de café junto al sofá, donde se encontraban varios ejemplares de Elegance. A un lado había una fotografía, la fotografía de una familia perfecta. Zac Efron estaba flanqueado por las dos mujeres que más amaba, una Ella mucho más pequeña y Sara, ambas sonriendo con sus preciosos ojos azules y sus brillantes cabellos rubios.

Vanessa se sintió como si fuera una intrusa y dio un paso atrás. Pero Zac no le había dicho que no pudiera entrar en su suite, de modo que cruzó el salón para abrir una de las puertas en busca de la niña.

Ness: ¿Ella?

Ella ya se había puesto su pijama de franela rojo. Tenía el pelo suelto y los ojos muy abiertos y brillantes. Cuando la miró sintió una profunda emoción. Sentía sinceramente la muerte de Sara Efron, de una mujer tan bella que ya no vería nunca a su preciosa hija.

Ness: Sólo he venido para llevarte a la cama.

Ella la miró, encantada.

Ella: Gracias. Muchas gracias.

Vanessa la metió en la cama, le dio un beso de buenas noches en la frente y la prometió que la vería a la mañana siguiente. Después regresó a sus habitaciones y se encargó de David antes de ponerse el pijama. Pero, a pesar de que había pasado la noche anterior en vela, no podía dormir, de modo que se levantó, se sirvió una taza de té y se acercó al balcón desde el que se veían la piscina y las montañas.

Para su sorpresa, vio que había gente en la piscina. Reconoció a Barney Mulray, un vendedor de Ohio que había conocido en una convención. Entonces se dio cuenta de que el lugar estaba lleno de gente de Elegance.

Y al fondo se encontraba Zac.

Para su desesperación, no pudo evitar pensar que estaba muy atractivo en bañador. Su piel estaba bronceada, y su cuerpo era delgado y musculoso. Tenía un provocativo vello negro que le cubría el pecho, y cada centímetro de su persona resultaba perfecto.

Alguien más parecía pensar lo mismo. Se trataba de una jovencita pelirroja de generosos senos que estaba sentada cerca de él. Le estaba contando algo, pero entonces Barney lo llamó y Zac respondió de inmediato. Vanessa intentó oír sus palabras desde el balcón.

Barney: Vamos a tomar algo.

Zac movió la cabeza, negando.

Zac: No, gracias, iba a irme a mi habitación. Quiero ver qué tal está Ella.

Otras personas intentaron convencerlo, pero Zac se negó. Todo el mundo empezó a marcharse, excepto la pelirroja, que se inclinó sobre Zac.

**: De verdad, Zac, sólo una copa. Vamos, aún es temprano.

Zac: Gracias, pero estoy cansado. Me gustaría estar solo, si no te importa.

Entonces la joven se levantó y se marchó airada.

La piscina quedó en silencio. Sólo quedaba Zac, al fondo, con los ojos cerrados. Vanessa sintió de nuevo que se estaba entrometiendo en algo que no era asunto suyo, y decidió apartarse de la ventana, pero en aquel momento él la miró.

Zac: ¡Hola Vanessa!

Ness: Hola -respondió desde la ventana-.

Él sonrió como un gato después de capturar a un canario.

Zac: ¿Has tenido un buen día?

Ness: Sí, gracias.

Zac: ¿Y los niños?

Ness: Están bien, durmiendo.

Zac: ¿Ella?

Ness: Muy bien, la he metido en la cama.

Zac abrió los ojos un poco más, sorprendido, pero no sabía si le había molestado o gustado el detalle.

Zac. Veo que te acuestas tarde.

Ness: Sí, bueno, iba a…

Zac: No, baja conmigo -ordenó-.

Ella dudó. Quería marcharse a la cama, no debía ir con él, pero todo su cuerpo se estremecía.

En aquel tipo de situaciones siempre recordaba el pasado y Richard asaltaba su memoria con su risa. Pero en aquella ocasión no vio el rostro de su marido, sino la poderosa imagen del hombre que estaba abajo.

Ness: He oído que querías estar solo -comentó-.

Zac: ¿De verdad?

Ella se ruborizó.

Ness: Sí -confesó-.

Zac: Bueno, quería estar solo entonces, pero apreciaría mucho tu compañía ahora. Por favor, baja. El agua está caliente.

No dudaba en modo alguno de la temperatura del lugar, acorde con lo que ella misma sentía. De repente deseo tocarlo, pero él nunca había insinuado que le gustase. Se humedeció los labios, nerviosa.

Zac: ¿Vanessa?

Ness: Bajo enseguida -prometió-.

Y para su sorpresa, se puso el bañador y bajó a la piscina con rapidez. En busca de calor.


0 comentarios:

Publicar un comentario

Perfil