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domingo, 22 de diciembre de 2019

Capítulo 4


Noelle recorría con curiosidad el salón de Zac mientras esperaba a que se cambiara de ropa.

La casa era idéntica a la de Audrey. Tenía un salón, un comedor, una cocina y un baño en el piso inferior, y dos dormitorios y otro cuarto de baño arriba. No obstante, el estilo era muy distinto.

Los suelos de madera estaban desnudos, decorados sólo con algunas alfombrillas indias, mientras que Audrey tenía tanto el comedor como el salón cubiertos por enormes alfombras orientales.

Las paredes de Zac eran de color crema, y lo único que colgaba de ellas era un enorme paisaje desértico enmarcado sobre la chimenea. En cambio, las paredes rosadas de Audrey estaban llenas de acuarelas con motivos florales.

Incluso las ventanas eran distintas. Las de Zac estaban tapadas con estores blancos, mientras que su madre tenía visillos de color marfil y cortinas rosa.

Le parecía sorprendente lo distintas que podían ser dos casas iguales decoradas por personas con gustos distintos.

Estaba en la cocina cuando oyó los pasos de Zac que bajaba por la escalera, y corrió al salón para recibirlo. Llevaba los pantalones de color azul marino y la camisa azul clara. No tenía puesta la cazadora, por lo que Noelle pudo ver todo lo que llevaba.

Alrededor de la cintura llevaba un cinturón negro del que colgaban una pistola, una cartuchera, una gran linterna, unas esposas, un radioteléfono y una porra. Sorprendida, dijo lo primero que se le ocurrió.

Ness: ¿Cómo consigues que no se te caigan los pantalones llevando tantas cosas metálicas en el cinturón?

Zac rió antes de responder.

Zac: Te confesaré una cosa. Lo difícil no es mantenerlos en su sitio; es quitárselos. Creo que nos hacen llevar todo esto a modo de cinturón de castidad, para que nos mantengamos célibes mientras estamos de servicio. Cuando has conseguido quitártelo todo, ya se te han pasado las ganas.

Noelle sintió que se sonrojaba. Se había merecido aquella respuesta al plantear una pregunta tan personal, pero no estaba dispuesta a dejarse amilanar. Forzó una risa y abrió los ojos con fingida inocencia.

Ness: ¿De verdad? Creía que los hombres tenían ganas siempre.

Esperaba que Zac riera e intentara superarla con otro comentario sarcástico, pero se acercó a ella y cogió su rostro entre las manos.

Zac: Estoy seguro de que así es cuando están cerca de ti, mi hermosa y pequeña niña abandonada -murmuró-.

Acto seguido, bajó la cabeza para besarla.

Su boca era suave, y Noelle sintió que una oleada de placer recorría todo su cuerpo. Pasó un brazo por detrás del cuello de Zac y entreabrió los labios.

Zac tenía el sabor del pastel de chocolate que habían tomado de postre: dulce, oscuro y cremoso. Sintió hambre, pero no de comida.

Zac bajó las manos hasta la cintura de Noelle y la atrajo hacia sí. Cuando sus cuerpos se encontraron, la cadera de Noelle chocó contra la linterna, rompiendo el encanto. Zac gruñó y se apartó, aunque siguió abrazándola.

Zac: ¿Ves? A esto me refería.

Noelle se acurrucó contra su pecho, sin prestarle atención. Reparó en que otra vez chocaba contra algo duro.

Ness: ¿Qué es esto que llevas?

Zac: El chaleco antibalas. Es obligatorio -la abrazó y sonrió-. Creo que también lo hacen por el mismo motivo. Pero será mejor que te mantengas apartada de mí cuando no lleve el uniforme. Si caes entre mis garras cuando esté vestido de paisano, creo que no seré capaz de apartarme.

Salieron cogidos de la mano, y Noelle se dio cuenta de que a Zac le resultaba casi tan difícil como a ella seguir la conversación. No podía quitarse de la cabeza la mano que rodeaba la suya.

Siempre era amable con ella, pero a la vez tenía algo que indicaba que era un hombre apasionado. Se preguntó cómo se comportaría en la cama.

Aquella idea la hizo estremecerse de deseo.

San Francisco brillaba con las decoraciones navideñas que reflejaban la luz del sol. Las calles estaban llenas de gente cargada de paquetes, y los escaparates estaban decorados con guirnaldas y macetas de flor de pascua.

En la comisaría les dijeron que por el momento nadie había reclamado a una persona desaparecida que encajara con la descripción de Noelle.

**: Es posible que viva sola y que nadie la haya echado de menos, o que no viva por aquí -le dijo el policía que la atendió-. La ciudad está llena de turistas. Si ha venido de visita y no conoce a nadie aquí, no creo que podamos hacer gran cosa hasta que no se den cuenta de que no ha regresado de las vacaciones. No hay ninguna ley que prohíba la desaparición voluntaria de personas mayores de edad -la miró detenidamente-. Supongo que será mayor de edad.

Noelle se encogió de hombros.

Ness: No sé cuántos años tengo, pero no sé por qué supongo que no soy una quinceañera.

El agente siguió estudiándola.

**: Es difícil acertar la edad de una mujer, pero yo diría que tiene entre dieciséis y veintiséis años. Probablemente rondará los veinte o veintiuno. ¿Sabe conducir?

Al instante, Noelle recordó la sensación de estar sentada frente a un volante, haciendo maniobras con un coche.

Ness: Sí. Estoy segura de que sé.

**: Supongo que no resultaría difícil averiguarlo -dijo el policía-, pero en primer lugar vamos a sacarle las huellas dactilares y a fotografiarla. Después se entrevistará con uno de nuestros psicólogos -se volvió hacia Zac-. Ha tenido suerte. Acaban de cancelar una consulta con el doctor Simons. De lo contrario, tendría que esperar un par de días. Te la he asignado a ti. Quédate con ella y no dejes que se pierda más de lo que está.

Noelle pasó varias horas más en la comisaría, pasando por todos los trámites policiales de búsqueda de desaparecidos. Pero en aquella ocasión ella era tanto la que buscaba como la buscada.

Le resultaba extraño y estremecedor. Había perdido la esencia de su personalidad. Era como si de repente hubiera despertado en un mundo nuevo y no pudiera encontrar el camino de vuelta a casa. Ni siquiera sabía a dónde tenía que volver.

La entrevista con el psicólogo le resultó frustrante. Después de hablar con ella durante unos minutos, el doctor Simons le mostró un mapa de California.

Simons: Estúdielo detenidamente. Fíjese en cada ciudad y piense en ella. ¿Le suenan de algo los nombres? ¿Siente algo especial al oírlos? Siéntese en mi silla y tómese su tiempo. La dejaré sola durante un cuarto de hora. Relájese y deje vagar su mente.

Noelle lo intentó en vano.

Ness: Sé algo sobre varias de las localidades -dijo al psicólogo cuando volvió-. Sacramento es la capital, Carmel es una colonia de artistas, casi todas las películas se producen en Los Angeles y Disneylandia está en Anaheim. Supongo que no ha servido de mucho, ¿verdad?

Simons: Me temo que no -murmuró el psicólogo-. Cualquier estadounidense sabe esas cosas -abrió una carpeta-. Aquí tengo una serie de imágenes. Se las voy a ir enseñando una por una, y me dirá lo que le evocan.

Noelle se sintió aliviada al comprobar que no había olvidado las cosas que no estaban relacionadas con ella. Reconoció el test de Rorschach, y le dijo que todas las imágenes le recordaban manchas de tinta.

Después, el psicólogo la sometió a un test de asociación de palabras, y al final, parecía más optimista que ella.

Simons: Cuando se aburra, ejercite la libre asociación -le recomendó-. Ya recuperará la memoria, pero no debe forzarse. Cuanto más lo intente, más difícil le resultará.

Cuando terminaron eran más de las seis, y ya había anochecido. Zac la esperaba con la preocupación reflejada en el rostro.

Zac: ¿Qué tal te ha ido? ¿Has recordado algo?

Noelle negó con la cabeza.

Ness: Nada. Dudo que el doctor Simons haya sacado algo en limpio. Cuando decía perro, yo contestaba gato, y cuando me enseñaba una lámina, yo no veía más que una mancha de tinta. Me parece que soy demasiado normal.

Zac sonrió.

Zac: Eso no es nada malo, así que debes alegrarte. Cuando hayas cenado te sentirás mejor. Vamos a comer algo y después te llevaré a casa de mi madre.

A Noelle le daba rabia depender de Zac hasta para comer.

Ness: No puedo seguir permitiendo que me lo pagues todo -protestó-.

Zac: Se me olvidaba -dijo llevándose una mano al bolsillo—. Esto es para ti.

Noelle abrió el sobre y vio que contenía un cheque del Fondo de Asistencia extendido a nombre de Noelle Santa, por un importe de cien dólares.

Ness: ¿De dónde has sacado esto?

Zac: Uno de los formularios que firmaste al llegar era una solicitud de ayuda monetaria de emergencia. Dieron la aprobación mientras estabas con el psicólogo. Tendrás que ir al banco a cobrarlo, y yo tengo que acompañarte, porque usas un nombre ficticio y no tienes documentación.

Noelle se sintió aliviada y sorprendida. Estaba segura de que jamás se había visto en una situación semejante.

Ness: Así que me lo dan por caridad.

Zac: En realidad, no. Lo has ganado por ser una víctima, pero si te molesta aceptarlo, puedes considerarlo un préstamo y devolver el dinero cuando lo tengas. Al ayuntamiento le encantará.


Las dos mañanas siguientes, Noelle se despertó sintiendo un vacío en el lugar que debían ocupar sus recuerdos, y el departamento de policía de San Francisco seguía sin recibir ningún informe sobre una persona desaparecida que pudiera ser ella. Tampoco habían conseguido identificarla por medio de la fotografía y las huellas. Empezaba a sentirse desesperada.

Parecía tener una buena cultura general. Podía recitar poemas antiguos y conocía el argumento de muchas novelas, pero no podía recordar su propio nombre.

A la tercera mañana, Zac la volvió a llevar a la comisaría. Ya empezaba a conocer a mucha gente, y recibió los saludos de todo el personal. Parecían considerarlos a Zac y a ella como una pareja.

Pero nada podía estar más alejado de la realidad. Al parecer, el único beso que habían compartido había sido tan especial para él como para ella. Sin embargo, desde aquel día la había estado tratando como lo que era, una invitada de su madre que necesitaba la ayuda de la policía. Se habían acabado las caricias, los abrazos y las miradas íntimas. Y, desde luego, no se habían vuelto a besar.

Se sentía profundamente decepcionada. Necesitaba tocarlo, sentir el contacto de su mano, de sus brazos alrededor de su cuerpo, de su cuerpo contra el suyo. Pero sólo eran fantasías.

Tal vez él sintiera lo mismo, pero ambos sabían que no podían iniciar una relación mientras no supieran quién era ella.

Al ver la expresión del agente de servicio, Noelle se dio cuenta de que seguían sin saber nada sobre ella.

**: Lo siento -le dijo al verla-. Me gustaría poder decirte que sabemos algo sobre ti, pero no es así.

Ness: No lo entiendo -dijo decepcionada-. ¿Cómo es posible que no hayan podido reconocer mis huellas?

El policía negó con la cabeza.

**: ¿Tienes idea de la cantidad de huellas que hay en los archivos de la policía? Tardarían semanas en comprobarlas todas. Hasta el momento nos hemos concentrado en la zona de la bahía, pero hay algo que creo que no has entendido. Esto no es asunto de la policía. Es cierto que pareces haber sido víctima de un atraco, pero no tenemos nada más que investigar. No encontramos más indicios que una mancha de sangre, y ya que no nos has dicho que te haya desaparecido nada, ni siquiera podemos informar sobre un robo. Por lo que sabemos, es posible que tropezaras y te dieras un golpe en la cabeza.

Noelle no podía creer lo que estaba oyendo. La policía parecía dispuesta a abandonarla.

Se aferró a la silla y se volvió hacia Zac, que estaba sentado junto a ella.

Ness: ¿Es eso verdad?

La expresión sombría de Zac hacía innecesaria la respuesta.

Zac: Sí -dijo cogiéndola de la mano-, pero…

**: Ya que no tienes problemas con la justicia -interrumpió el otro agente- y nadie ha informado sobre tu desaparición, no podemos hacer nada más. No tenemos bastante tiempo para emplear en esto. Lo siento mucho, pero… -se encogió de hombros-. Mantennos informados sobre dónde te alojas por si surge algo.


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