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domingo, 8 de diciembre de 2019

Capítulo 26


El correo tardaba lo suyo en llegar a la isla. Zac recibió la tarjeta siguiente cinco días después de su fin de semana libre, y justo antes del día de los Caídos, cuando en el pueblo se celebraban un desfile, el Festival de la Langosta, rebajas de verano para los primeros en llegar y la primera oleada de veraneantes.

Como siempre, Donna recogió el correo al entrar y llegó poco después que él. Zac ya se había preparado su primera taza de café en la comisaría con la máquina que había pagado de su propio bolsillo. Había dejado al perro tan tranquilo con un hueso para masticar y, pese a la humillación que suponía, con el perrito de peluche que tanto le gustaba.

Zac esperaba que Barney lo mordiera hasta destrozarlo, pero por lo general el perro lo sujetaba con delicadeza entre las mandíbulas o las patas y no le causaba ningún daño.

Cuando encendía el ordenador con la intención de volver a echar un vistazo a los horarios de junio, Donna se acercó a su puerta abierta.
 
Donna: Jefe.
 
Zac: Hola. Oye, lo de ese Festival de Artes y Oficios del segundo fin de semana de junio... Recuerdo que un año mi madre se emocionó muchísimo con él. ¿Tenemos una estimación de...? -Se interrumpió al levantar la cabeza y ver la cara de Donna-. Problemas.
 
No era una pregunta.
 
Donna: Has recibido otra tarjeta por correo. Es la misma letra, lo sé. El matasellos es de Virginia Occidental. Solo he tocado una esquina para guardarla en mi bolso.
 
Zac: Vamos a verla.
 
No esperaba recibir otra tarjeta, a pesar de lo mucho que lo deseaba.

Otra pista. Otra grieta en el control de Hobart.

Donna la depositó con mucho cuidado encima del escritorio y se sentó.
 
Donna: Tengo que decirte una cosa antes de que la abras.
 
Zac: Necesito centrarme en esto, Donna.
 
Donna: Sé que necesitas centrarte en esto, pero antes tengo que decirte una cosa -apretó con fuerza contra sí el enorme bolso de mimbre-. Quiero decírtelo antes de que la abras, porque ambos sabemos que es otra amenaza contra ti.
 
Zac: Adelante, pues -dijo mientras sacaba un par de guantes y la navaja-.
 
Donna: Has cumplido tu palabra. Creo que la habrías cumplido aunque no lo hubieras jurado sobre las Escrituras, pero era una especie de póliza de seguros. Has hecho lo correcto y no has permitido que esos chicos, entre ellos mi nieto, se marcharan de rositas, pero tampoco les has fastidiado la vida por una broma. Dobson te presionó, recurrió a la alcaldesa, pero has hecho lo correcto.
 
Zac: Era papel higiénico, Donna, seguro que biodegradable.
 
Donna: Eso no importa. No tenía claro qué pensar cuando te trajeron de fuera de la isla para ser el jefe, aunque no me parecía muy bien. Eres joven, eres del continente y la mitad de las veces tus modales son insolentes.
 
Zac no tuvo más remedio que sonreír a pesar de la lenta quemazón interior que le provocaba la tarjeta que lo esperaba en su escritorio.
 
Zac: ¿Soy insolente?
 
Donna: No es un cumplido. Pero haces un buen trabajo, tratas a los ayudantes con respeto y has cumplido tu palabra. Eres bueno con ese perro idiota.
 
Zac: Ahora ya solo es medio idiota.
 
Donna: No me gustaba que lo trajeras a comisaría, pero te seré sincera: le he cogido cariño.
 
Y ese cariño, pensó Zac, incluía darle a escondidas las golosinas para perro en forma de hueso que guardaba en una bolsa en su puesto.
 
Zac: Barney empieza a caerte bien.
 
Donna: Creo que necesitas un corte de pelo decente y zapatos de verdad en lugar de deportivas viejas.
 
Con el ceño fruncido, Zac bajó la vista hacia sus zapatillas de caña alta. No estaban tan viejas.
 
Zac: Tomo nota.
 
Donna: Por lo demás... -resopló-. Lo estás haciendo razonablemente bien. Más o menos.
 
Zac: Me enterneces.
 
Donna: Y eres el jefe, así que no hay más que decir. -Rebuscó en su bolso y sacó una gorra negra con la palabra JEFE escrita en letras blancas en la parte delantera-. Esto es para ti.
 
Zac: Me has comprado una gorra.
 
Donna: Veo muchas películas en la tele y el jefe de policía siempre lleva una gorra como esta.
 
Emocionado de verdad, Zac la aceptó y se la puso.
 
Zac: ¿Qué tal me queda?
 
Donna: Bueno, aún necesitas un corte de pelo decente, pero no está mal.
 
Se la quitó, observó la palabra JEFE y volvió a ponérsela.
 
Zac: Te lo agradezco, Donna. Me enorgullece llevarla.
 
Donna: Al menos la gente la verá y no pensará que eres un playero vago con ese pelo alborotado y las zapatillas destrozadas. -Se levantó de la silla-. Llamaré a los agentes que están fuera de servicio para que los informe después de que veas la tarjeta.
 
Zac: Gracias.
 
Donna se detuvo en la puerta.
 
Donna: Sé inteligente y prudente.
 
Zac: Pretendo ser ambas cosas.
 
Donna: No te limites a intentarlo. Esa gorra me ha costado mucho dinero. No quiero que le pase nada.
 
Zac sonrió un momento cuando la mujer salió, luego se puso los guantes y cortó el sobre con la navaja.

La tarjeta decía:
 
PENSANDO EN TI

Sobre un fondo floral.

Dentro, encima de un arcoíris y más flores, ponía:
 
SIGNIFICAS TANTO PARA MÍ QUE NECESITO DECÍRTELO. 
VEA LO QUE VEA, VAYA A DONDE VAYA, 
SIEMPRE PIENSO EN TI.

La había firmado con «Besos, Patricia», y en la cubierta interior había escrito su mensaje personal.
 
Me muero de ganas de volver a estar contigo. ¡Ha pasado demasiado tiempo! Espero que pienses en mí tan a menudo como yo en ti, y con la misma... ¿deberíamos llamarlo pasión? 
Te adjunto otra muestra de mi aversión eterna. Hasta... 
Patricia

Zac levantó la bolsa sellada que contenía un mechón de pelo.

No sería de McMullen, pensó. McMullen, el secuestro, el vídeo, el asesinato..., para Hobart todo aquello no había sido únicamente personal sino hasta íntimo.

Aquel mechón de pelo era de Tracey Lieberman.

Sacó fotos y selló el original y el mechón de pelo en una bolsa de pruebas.
 
Zac: Ven de una vez, zorra. Deja de hacer el gilipollas y ven. Terminemos con esto.
 
Llamó a Jacoby, le envió las fotos e hizo lo mismo con Sarah.

Luego se dio la vuelta en la silla y miró por la ventana hacia los arbustos florecientes. Azaleas, hasta él las conocía. Eran un bonito espectáculo. Tenía un par en su casa, de un color rojo ardiente, y el cerezo silvestre (lo había identificado CiCi) había echado flores a finales de marzo, entre tormentas de nieve.

Los barcos de pesca ya habrían salido, y los pescadores de langostas, también. No tardarían en sumárseles los veleros, las lanchas a motor, las tablas de boogieboard, los bañistas y los castillos de arena.

Cuando Hobart llegara, como quiera que llegara, Zac encontraría la manera de impedir que hiciera mella en la isla.

Se dio unos golpecitos con el dedo en la visera de la gorra y se levantó para informar a sus ayudantes. El perro, con el juguete en la boca, lo siguió.
 

En su estudio, Vanessa daba vueltas alrededor de la arcilla. Buscaba imperfecciones, posibilidades de mejora. Había pasado los últimos días retocando detalles, cortando pedacitos diminutos de arcilla con utensilios en forma de gancho y rastrillo, alisándola con otros en forma de riñón, aplicando disolvente con sumo cuidado para eliminar las marcas de las herramientas.

Sabía por experiencia que un artista podía cortar, rastrillar y alisar una pieza buscando la perfección y acabar destruyendo el alma de la obra.

Sintió una enorme tentación de recurrir de nuevo a los utensilios, pero salió del estudio y gritó escaleras abajo, hacia donde sabía que estaría sentada CiCi tomándose el café de la mañana:
 
Ness: CiCi, ¿podrías subir y echar otro vistazo a Zac?
 
Cici: Siempre estoy dispuesta a echar un vistazo a Zac. Hace días que no me dejas verlo... Hasta lo tapaste cuando Hank y Sarah subieron a tu estudio.
 
Ness: Lo sé. No estaba terminado. Sé que ahora ya sí, pero no puedo parar de buscar razones para afinarlo un poquito más. Detenme -dijo cuando CiCi llegó al rellano- o dime que siga adelante.
 
CiCi entró, se echó la larga trenza hacia la espalda y luego empezó a dar vueltas alrededor de la escultura como había hecho Vanessa.

La obra medía unos sesenta centímetros de altura sobre una base que Vanessa había creado a semejanza de una plataforma de piedra tosca. Lo había capturado, tal como lo había concebido, a media estocada, con la espada agarrada con las dos manos por encima del hombro izquierdo, el cuerpo vuelto a la altura de la cadera, las piernas apoyadas con firmeza, el pie derecho adelantado al izquierdo y girando.

El pelo, suelto y con ese atisbo de rizos, parecía fluir con el movimiento. En la cara Vanessa había esculpido la furia apenas contenida y la fría determinación.

Detrás de su pierna izquierda estaba Barney, de pie, inclinado hacia él, con la cabeza levantada y los ojos llenos de esperanza y confianza.
 
Cici: Dios, es guapísimo -dijo mientras lo rodeaba-.
 
Ness: ¿En persona o aquí?
 
Cici: Las dos cosas. Sin duda, las dos cosas. Vanessa, esta pieza es brillante. Impresionante y muy Zac. El protector, dijiste que la habías llamado. Es un nombre perfecto. Déjala en paz. Lo perfecto es a menudo enemigo de lo acabado, pero ya has alcanzado la perfección. -Pasó un dedo casi rozando las cicatrices-. Perfectamente defectuoso. Auténtico. Masculino. Humano.
 
Ness: Se ha ido haciendo cada vez más importante para mí a medida que pasaban los días. Y lo más importante... Quiero fundirla en bronce.
 
Cici: Sí. Sí. Uf, ya lo veo -se acercó a Vanessa y le pasó un brazo alrededor de la cintura-. ¿Vas a dejarle ver el modelo de arcilla?
 
Ness: No.
 
Cici: Bien. Que espere.
 
Ness: La he dejado secar. La mayor parte de mí sabía que estaba terminada. Puedo empezar el molde esta misma mañana.
 
Cici: Pues adelante con ello. Mi niña talentosa, va a ser una obra maestra.
 
Ness: Muy bien -murmuró cuando se quedó sola-.
 
Cogió el pincel y la mezcla de látex líquido. Se detuvo, fue a por una botella de agua y puso música; se decidió por una de las listas de reproducción estilo new age de CiCi. Arpas, campanas, flautas relajantes.

Con el pincel, aplicó la mezcla a la arcilla. Evitar las burbujas de aire mientras recubría hasta el último milímetro requería paciencia, cuidado y tiempo.

A esas alturas ya conocía muy bien el cuerpo de Zac, la longitud del torso, la línea de la cadera, la ubicación exacta de las cicatrices.

Cuando terminó, dio un paso atrás y buscó cualquier pequeño resquicio que hubiese pasado por alto. Luego limpió el pincel y guardó la mezcla.

Ese proceso requería aún más paciencia. Aplicaría la segunda capa a la mañana siguiente, y luego otra. Cuatro capas, decidió, antes de hacer el molde bivalvo de yeso.

Cuando se secara, quitaría el molde de yeso y eliminaría el látex de la arcilla. Tendría la imagen en negativo y podría verter la réplica de cera.

Decidió que esperaría hasta que llegara a esa etapa para reservar la fundición que usaba en el continente. Obtener la réplica de cera precisaba varios pasos, y después tendría que cincelarla: reparar imperfecciones y eliminar las junturas y las marcas del molde.

Era un proceso minucioso, pero prefería cincelar sus propias réplicas de cera, como había aprendido en Florencia.

Para entonces, sin embargo, y a pesar de que aún faltaran pasos, ya tendría una idea bastante aproximada de cuándo estaría lista para fundirla.

Bebió agua y se volvió hacia su pizarra, y las caras que esperaban. Pensó que había llegado el momento de retomar su misión. Un paseo por la playa para despejar la cabeza y luego de vuelta al trabajo.

 
Zac paseó con Barney hasta casa envuelto en una suave atmósfera primaveral. Los edificios, muchos recién pintados para el inicio de la temporada, se alzaban en rosas suaves, azules chillones y amarillos y verdes tranquilos. Era algo así como un jardín, con toques de más tonos en las cestas de pensamientos o macetas rebosantes de... no sabía de qué, pero eran bonitos.

Estaba cosechando los beneficios de volver caminando en lugar de en coche. La gente que vivía en aquella ruta ya lo conocía, se paraba a hablar con él, a hacerle alguna pregunta. En opinión de Zac, la mejor manera de insertarse en el tejido de una comunidad era la visibilidad habitual... y los cumplidos por las flores, la pintura o un peinado nuevo tampoco hacían daño.

Barney seguía teniendo miedo, pero no tanto, y no de todo el mundo. El perro tenía sus favoritos durante las idas y venidas.

La favorita de Barney, y de Zac, se estaba bajando del coche en la entrada de la casa del jefe cuando los dos se acercaban. Barney soltó un ladrido alegre y empezó a menear la cola como un loco, así que Zac le quitó la correa y lo dejó ir.
 
Ness: Justo a tiempo -se agachó para masajear y acariciar al perro. Luego alzó la vista, divertida-. Bonita gorra, jefe.
 
Zac: Me gusta. Me la ha regalado Donna.
 
Ness: ¿Donna? -enarcó las cejas y se irguió-. Vaya, vaya, te han aceptado.
 
Zac: Eso parece.
 
Ness: Felicidades.

Se acercó, lo envolvió con su cuerpo y le capturó la boca en un beso largo, profundo y apasionado.
 
Zac: Uau. Qué gran manera de terminar la jornada laboral.
 
Ness: Yo también he tenido un buen día de trabajo.
 
Volvió a besarlo, hasta que Zac cerró la mano en un puño que le tiró de la camisa por la espalda.
 
Zac: ¿Por qué no...?
 
Ness: Hum -le dio un mordisco rápido en el labio inferior-. Antes tenemos cosas que hacer. Mete la comida dentro.
 
Zac: ¿Tenemos comida?
 
Ness: Tenemos ensalada de pasta, otra variante de mi limitado repertorio culinario, y pechugas de pollo marinadas, cortesía de CiCi. Dice que, si no sabes hacer pollo a la barbacoa, que lo busques en Google.
 
Zac: Eso sí sé hacerlo, y yo pongo el vino -sacó la bolsa de la comida por un lado mientras Vanessa sacaba un paquete cuadrado por el otro. Ya había visto los suficientes cuadros envueltos para ser capaz de reconocerlos-. ¿Qué es eso?
 
Ness: Tu sirena, como prometí. Si me das ese vino, te la enseño.
 
Zac: Joder. -Le sonrió mientras entraban a través del porche, que, con ayuda de Cecil y Mathias, había pintado de color orquídea-. Debes de haber tenido un muy buen día de trabajo.
 
Ness: Sí. ¿Qué tal tú?
 
Zac: Saquemos el vino, luego hablaremos de ello.
 
Empezaba a cogerle el gusto al vino, así que sirvió dos copas mientras Vanessa desenvolvía el cuadro.

Medía alrededor de cuarenta y cinco centímetros cuadrados y estaba lleno de luz. Cielos azules con rosas y oros fundidos en el horizonte, agua azul salpicada de esos tonos intensos.

Pero la sirena era la estrella.

Estaba sentada en un pedestal de rocas a la orilla del mar, y su cola era un tesoro de azules y verdes relucientes con toques de oro iridiscente. Se pasaba un peine dorado por la ingente masa de pelo rojo ondulado que se le derramaba sobre los pechos desnudos, la espalda, y el torso. Tenía la cara vuelta hacia el espectador.

Y qué cara, pensó Zac, inquietantemente hermosa, exótica, con unos ojos verdes audaces y omniscientes, unos labios perfectos curvados en una sonrisa sensual mientras el agua salpicaba las rocas de espuma blanca.

Zac: Es... uau. Sí que es una sirena sexy.
 
Ness: Lo ha enmarcado CiCi, se le da mucho mejor de lo que se me dará a mí en la vida. Vamos a colgarla.
 
Zac: Un segundo. Primero, otra vez uau, y gracias.
 
Zac dejó el cuadro en el suelo y la atrajo hacia sí para volver a besarla. La mantuvo abrazada un instante de más.
 
Ness: Creo que tú no has tenido un buen día en el trabajo.
 
Zac: Eso depende de cómo lo mires. Quiero contártelo ya para que nos lo quitemos de encima y pasemos a otra cosa. -Se apartó-. He recibido otra tarjeta esta mañana.
 
Ness: Ay, Dios.
 
Zac: Espera. Lo que me dice esto es que sigue obsesionada conmigo y se ha desviado de su objetivo principal. Está dejando que las emociones y la mala leche se interpongan en su camino. Vanessa, al comunicarse en lugar de concentrarse solo en escapar, nos ha facilitado esta pista. Es una ventaja para nosotros.
 
Ness: Pero quiere matarte.
 
Zac: Ya lo intentó una vez. Siempre he sabido que volvería a intentarlo. Ahora, en lugar de dejar reposar las cosas y venir por mí cuando no esté preparado, me está proporcionando una pista y un cronograma. Y no solo a mí, sino también al FBI. Jacoby está centrada por completo en esto.
 
Ness: Si estás tratando de calmarme...
 
Zac: No es eso. Es una psicópata peligrosa, loca y sanguinaria. Y tú no solo estás también en la isla, estás en la isla conmigo. Todavía no puede haberse enterado de esa segunda parte, pero lo averiguará y nos querrá a los dos. No te estoy calmando.
 
Ness: Ahora ya me ha quedado claro -exhaló con fuerza-. Cuéntame lo de la tarjeta.
 
Zac: Esta era de las de «Pensando en ti» -comenzó, y se lo explicó todo, sacó el teléfono para enseñársela-.
 
Ness: Y otro mechón de pelo. No es de McMullen, ¿verdad? Habría pasado demasiado tiempo.
 
Zac: McMullen, a saber por qué, pertenecía a otra categoría para ella.
 
Ness: Es de la pobre Tracey, ¿no?
 
Zac: Eso creo. El forense lo confirmará.
 
Ness: Apenas la conocía, y solo a través de Ash, pero... -tuvo que dedicar un momento a calmarse-. Ese vínculo conmigo la une a mí. Por eso es más duro que los demás.
 
Zac le acarició el pelo.
 
Zac: Te quiero. Esta isla es mi hogar... incluso tengo un perro que lo demuestra. La gente que vive aquí, que viene aquí, ahora es mi responsabilidad. Necesito que confíes en mí, que confíes en que me encargaré de todo.
 
Vanessa pensó en la escultura, en su alma. La había creado porque sabía quién era Zac.
 
Ness: Confío en ti. Harás que pague por Tracey y por todos los demás, y eso lo hace más fácil. Me alegra que me lo hayas dicho ya para que podamos pasar a otra cosa.
 
Zac: Bien. Pues hagámoslo. Nos lo quitamos de encima y pasamos una noche normal.
 
Ness: Lo de normal suena bien.
 
Zac: Genial, entonces.
 
La cogió en brazos y se dirigió hacia las escaleras.
 
Ness: ¿Qué estás haciendo?
 
Zac: Te estoy subiendo por las escaleras y llevándote a la cama a lo Rhett Butler.
 
Ness: ¿Eso es una noche normal?
 
Zac: Yo creo que sí -la llevó hasta el dormitorio, la tiró en la cama y se tumbó encima de ella-. Has empezado tú con el beso de la entrada. Así que ahora tengo que terminarlo.
 
Barney, que ya había presenciado aquel comportamiento en otras ocasiones, se marchó a su cama con su juguete y esperó a que acabara.
 
Ness: Menudo fanfarrón. A lo mejor me gusta terminar yo misma lo que empiezo.
 
Zac: Adelante.
 
Zac acercó los labios a los suyos y dejó que el beso se prolongara una eternidad.

Era todo lo que ella quería, pensó Vanessa. Era demasiado lo que quería. Demasiados sentimientos y necesidades, la debilidad y el poder que crecían y se arremolinaban en su interior.

Se aferró a él y se dejó llevar.

Zac la desnudó despacio, prenda a prenda. No tenía prisa, se sentía embriagado de ella. Le recorrió la piel desnuda con las manos, sintió que se calentaba bajo sus caricias, la recorrió con los labios, la sintió temblar.

El tiempo pareció ralentizarse; el aire se volvió espeso. Todos los suspiros, todos los murmullos, suaves como alas de mariposa, quedaban suspendidos en el aire y se alejaban mientras ellos se movían juntos, se acoplaban.

Él amaba todo lo que Vanessa era, había sido y sería. Y ella también lo amaba, Zac lo sabía, así que podía esperar a que lo mirara, a que lo escudriñara, antes de decírselo. Porque en aquel lugar y en aquel momento se lo estaba demostrando, y sobraban las palabras.

Él la abría; Vanessa no sabía explicarlo. Despertaba en ella cosas que ni siquiera sabía que existían, y abrazaba esos secretos con un cuidado exquisito.

Vanessa le recorrió el costado con una mano, buscó las cicatrices. El protector, pensó, pero ¿quién lo protegía a él?

Yo lo haré. Le sujetó la cara entre las manos, se levantó hacia él. Yo lo protegeré.

Zac se deslizó en su interior, despacio, muy despacio, mirándola a los ojos.

Yo lo haré, volvió a pensar, y se rindió.

Cuando se quedó tumbada debajo de él, sintiendo los latidos del corazón de Zac sobre los suyos, la belleza del momento le formó un nudo de lágrimas en la garganta.
 
Ness: Me gusta tu versión de lo normal -consiguió articular-.
 
Zac: Eso esperaba. -Le acarició la curva del hombro con los labios-. Podría pasarme un par de vidas siendo normal contigo.
 
Todavía no, pensó ella. Todavía no.
 
Ness: ¿Lo normal incluye la cena?
 
Zac: En cuanto busque cómo hacer pollo a la barbacoa en Google -se incorporó sobre los codos y la miró-. Eh.
 
Le enjugó una lágrima de las pestañas.
 
Ness: Son de las buenas. De las muy buenas. Me haces sentir más, Zac. Todavía me estoy acostumbrando. Venga. Tú entérate de cómo se hace el pollo, yo colgaré la sirena. Creo que así cada uno se dedicará a lo que mejor se le da.
 
Zac: Ya veremos si opinas lo mismo después de comerte el pollo. ¿De las buenas?
 
Ness: De las muy buenas.
 
Zac dio de comer al perro y preparó un pollo a la barbacoa que le quedó bastante bien. Luego fue a admirar la sirena sexy de la pared del baño. Salieron a dar un paseo y Zac observó los tallos verdes de sus emergentes altramuces antes de que atravesaran el bosque y bajaran a la playa.

Se proporcionaron normalidad el uno al otro.

Zac trató de lanzarle la pelota a Barney, pero no sirvió de nada. Entonces Vanessa cogió la pelota y la arrojó. Barney trotó tras ella, la atrapó y se la devolvió.
 
Zac: ¿Por qué va a buscarla cuando la tiras tú?
 
Ness: Porque es un caballero.
 
Zac: Hazlo otra vez.
 
Vanessa obedeció y obtuvo los mismos resultados.
 
Zac: Dame eso. ¡Ve a por ella, Barney! -la tiró. Barney lo miró con fijeza-. Bueno, para...
 
Ness: Barney -señaló la pelota-, tráeme eso.
 
El perro movió la cola, echó a correr por la playa y le llevó la pelota.
 
Zac: Me está tomando el pelo. He conseguido hacer que se siente, en eso tenemos un éxito del noventa por ciento. Pero todavía se le queda atascada la cabeza en la barandilla de la escalera un par de veces a la semana. Y está creciendo, así que ya no es tan fácil sacarlo.
 
Siguieron caminado y Zac probó una nueva táctica: lanzar la pelota por encima del hombro. Barney volvió corriendo a cogerla.
 
Zac: Ya le he pillado el truco.
 
Paseando de la mano de Vanessa y con su perro trotando junto a ellos con una pelota roja, vio cómo salía la luna por encima del mar.
 
Ness: ¿Puedes quedarte esta noche?
 
Zac: Tendré que irme temprano. Hay algo que no puedo aplazar, pero puedo quedarme.
 
Zac se llevó la mano de Vanessa a los labios, contempló la luna y pensó que no podía pedir una normalidad mejor.


1 comentarios:

Lu dijo...

Creo que cada vez falta poco para que Patricia intente hacerle algo a Zac... Ojala la atrapen pronto, asi Zac y Ness son felices.

Pero me parece que Patricia algo malo hara antes de todo.
Amo la novela.

Sube pronto :)

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