topbella

miércoles, 23 de agosto de 2017

Capítulo 5


A las siete y veinticinco, cuando sonó el teléfono, Zac tenía la cabeza enterrada bajo la almohada. Habría preferido hacerse el sordo, pero Tas se dio la vuelta, pegó el hocico a su mejilla y empezó a gimotearle en la oreja. Zac masculló una maldición y empujó al perro. Luego, descolgó a tientas el teléfono y lo metió bajo la almohada.

Zac: ¿Qué?

Al otro lado de la línea, Vanessa se mordió el labio.

Ness: Zac, soy Vanessa.

Zac: ¿Y?

Ness: Creo que te he despertado.

Zac: En efecto.

Estaba claro que Zac Efron no era muy madrugador.

Ness: Lo siento. Sé que es muy pronto.

Zac: ¿Y me llamas para decirme eso?

Ness: No... Imagino que aún no habrás mirado por la ventana.

Zac: Nena, ni siquiera he abierto los ojos todavía.

Ness: Está nevando. Hay ya veinte centímetros de nieve, y no se espera que pare hasta mediodía. Dicen que van a caer entre treinta y cuarenta centímetros.

Zac: ¿Quién lo dice?

Vanessa se cambió de mano el teléfono. Todavía tenía el pelo mojado de la ducha, y solo le había dado tiempo a tomarse una taza de café.

Ness: El Servicio Meteorológico Nacional.

Zac: Bueno, pues gracias por el boletín informativo.

Ness: ¡Zac, no cuelgues!

Él dejó escapar un largo suspiro y se apartó de la nariz húmeda de Tas.

Zac: ¿Hay más noticias?

Ness: Los colegios están cerrados.

Zac: ¡Yupi!

A ella le dieron ganas de colgarle el teléfono. El problema era que lo necesitaba.

Ness: Odio pedírtelo, pero no sé si puedo llevar a Michael hasta casa de la señora Cohen. Me tomaría el día libre, pero hoy tengo un montón de citas seguidas. Intentaré acabar cuanto antes, pero...

Zac: Mándamelo.

Ella titubeó un instante.

Ness: ¿Estás seguro?

Zac: ¿Prefieres que te diga que no?

Ness: No quiero interferir en tus planes.

Zac: ¿Tienes café caliente?

Ness: Sí, bueno, yo...

Zac: Mándalo también.

Vanessa se quedó mirando el teléfono después de oír el dic, y procuró recordarse que debía mostrarse agradecida.


Michael estaba loco de contento. Sacó a pasear a Tas a primera hora, le tiró bolas de nieve que el perro, por principio, se negó a perseguir, y rodó sobre la gruesa capa de nieve hasta que estuvo perfectamente cubierto de blanco.

Como entre las provisiones de Zac no había chocolate caliente, Michael saqueó la despensa de su madre y se pasó el resto de la mañana entretenido con los cómics de Zac y sus propios dibujos.

En cuanto a Zac, su compañía era más un estímulo que un estorbo. El chico estaba tumbado en el suelo de su despacho y, si no estaba leyendo o dibujando, parloteaba sin cesar sobre cualquier cosa que picara su imaginación. Dado que hablaba indistintamente con Zac y con Tas, y no parecía esperar respuesta, lograba contentar a todo el mundo.

A mediodía, la nevada había amainado hasta quedar reducida a ocasionales rachas de viento, esfumándose así las esperanzas de Michael de tener otro día de vacaciones. Zac se apartó de su mesa de dibujo.

Zac: ¿Te gustan los tacos?

Mike: Sí -se apartó de la ventana-. ¿Sabes hacerlos?

Zac: No, pero sé comprarlos. Ponte el abrigo, cabo, tenemos que salir -estaba poniéndose trabajosamente las botas cuando Zac apareció con tres tubos de cartón-. Tengo que pasarme por la oficina para dejar esto.

Michael se quedó boquiabierto.

Mike: ¿Te refieres al sitio donde hacen los cómics?

Zac: Sí -se puso la chaqueta-. Aunque supongo que podría llevarlos mañana, si no te apetece acompañarme.

Mike: No, sí que me apetece -se levantó y le tiró de la manga-. ¿Podemos ir hoy? No tocaré nada, te lo prometo. Y, además, me quedaré callado.

Zac: ¿Y cómo vas a hacer preguntas si te quedas callado? -le subió el cuello del abrigo-. Antes, trae a Tas, ¿quieres?

Siempre resultaba arduo, y a menudo caro, encontrar a un taxista dispuesto a llevar como pasajero a un perro de cincuenta kilos. Sin embargo, una vez dentro del taxi, Tas se limitaba a quedarse quieto junto a la ventana, mirando las calles de Nueva York.

**: Menuda nevada, ¿eh? -el taxista, contento con la propina que Zac le había dado de antemano, les sonrió por el espejo retrovisor-. A mí no me gusta la nieve, pero a mis críos sí -lanzó un silbido sin melodía para acompañar la música de orquesta que sonaba por la radio-. Seguro que su chico no se ha quejado por no ir a la escuela. No, señor -continuó, sin esperar respuesta-. No hay nada que les guste más a los críos que un día sin cole, ¿eh? Hasta ir a la oficina con papá es mejor que ir a la escuela, ¿a que sí, chaval? -el taxista dejó escapar una risita mientras se acercaba a la acera. La nieve ya se había vuelto gris-. Ya estamos aquí. Vaya perro bonito que tienes, chaval -le dio el cambio a Zac y continuó silbando mientras salían. Ya tenía otro cliente cuando se alejó-.

Mike: Se ha creído que eras mi padre -murmuró cuando echaron a andar por la acera-.

Zac: Sí -fue a ponerle una mano, sobre el hombro, pero prefirió aguardar un momento-. ¿Te molesta?

El niño alzó la mirada y, por primera vez, sus ojos le parecieron tímidos.

Mike: No. ¿Y a ti?

Zac se agachó para ponerse al nivel de sus ojos.

Zac: Bueno, tal vez no me molestaría si no fueras tan feo.

Michael sonrió. Mientras caminaban, le dio la mano a Zac. Ya había empezado a fantasear pensado que Zac era su padre. Le había pasado una vez antes, con su profesor de segundo, pero el señor Stratham no molaba tanto como Zac.

Mike: ¿Es aquí? -se detuvo al ver que Zac se acercaba a un edificio de arenisca rojiza, alto y un tanto desvencijado-.

Zac: Sí, aquí es.

Michael procuró no desilusionarse. Aquel sitio parecía tan... corriente. Creía que al menos tendría la bandera de Perth o de Ragamond ondeando al viento. Comprendiéndolo perfectamente, Zac lo condujo al interior del edificio.

El guardia del vestíbulo lo saludó con la mano y siguió comiéndose su sándwich de pastrami. Zac le devolvió el saludo y, llevando a Michael hacia el ascensor, abrió la verja de hierro.

Mike: ¡Hala, cómo mola!

Zac: Mola más cuando funciona -apretó el botón del quinto piso, donde se encontraba el departamento editorial-. Esperemos que haya suerte.

Mike: ¿Se ha estrellado alguna vez? -preguntó con cierta aprensión-.

Zac: No, pero a menudo se pone en huelga -la cabina del ascensor ascendió traqueteando hasta el quinto piso. Zac volvió a abrir la verja y puso la mano sobre la cabeza de Michael-. Bienvenido al manicomio.

Y eso era precisamente: un manicomio. A Michael se le pasó enseguida la desilusión que le había producido el edificio al ver el quinto piso. Había una zona de recepción, o algo parecido. En cualquier caso, había una mesa y una fila de teléfonos manejados por una mujer negra de aspecto estresado que llevaba una sudadera de la Princesa Leilah. Las paredes que la rodeaban estaban repletas de pósters de los grandes personajes de la Universal: el Escorpión Humano, la Cimitarra de Terciopelo, la perversa Polilla Negra y, por supuesto, el Comandante Zark.

Zac: ¿Qué tal va eso, Lis?

Lis: No preguntes -apretó el botón de un teléfono-. ¿Tú qué dices? ¿Acaso es culpa mía que los del bar no le hayan traído su integral de ternera?

Zac: Si lo pongo de buen humor, ¿me buscarás unas muestras?

Lis: Universal Cómics, espere, por favor -la recepcionista pulsó otro botón-. Si lo pones de buen humor, te doy a mi hijo mayor.

Zac: Con las muestras bastará, Lis. Ponte el casco, cabo. Esto puede ponerse difícil -condujo a Michael por un corto pasillo que daba a una sala de gran tamaño, bulliciosa y llena de luz-.

La formaban una serie de cubículos con un alto nivel de ruido y mucho desorden. Pegados a las paredes de corcho había bocetos y dibujos, mensajes obscenos y, de cuando en cuando, una fotografía. En un rincón había una pirámide hecha de latas de refresco vacías. Alguien le estaba tirando bolitas de papel.

**: Escorpión nunca ha sido un tipo sociable. ¿Por qué demonios iba a asociarse con Ley y Justicia Mundial?

Una mujer a la que le salían lapiceros colocados en ángulos peligrosos del desgreñado pelo rojo, se removió en su silla giratoria. Llevaba los ojos enormes pintados con raya y rimel.

*: Mira, seamos realistas. Él solo no puede salvar el abastecimiento de agua del mundo entero. Necesita a alguien como Atlantis.

Frente a ella había sentado un hombre comiéndose un pepinillo enorme.

***: Pero se odian mutuamente desde que tuvieron aquel encontronazo por el asunto del Triángulo.

*: Pues por eso, tonto. Tienen que dejar a un lado sus sentimientos personales por el bien de la humanidad. Es una cuestión moral -al mirar hacia atrás, vio a Zac-. Eh, Zac, el Doctor Muerte ha envenenado los suministros mundiales de agua. Escorpión ha dado con el antídoto. ¿Cómo crees que puede distribuirlo?

Zac: Me parece que tendrá que hacer las paces con Atlantis. ¿Tú qué crees, Michael?

Por un instante, pareció que a Mike se le había comido la lengua el gato. Pero, después, tras respirar hondo, dijo atropelladamente:

Mike: Creo que formarán un gran equipo, porque siempre estarán peleándose e intentando superarse uno al otro.

*: Estoy contigo, chico -la pelirroja le tendió la mano-. Soy M. J. Jones.

Mike: ¡Vaya! ¿En serio?

No sabía si le impresionaba más conocer a M. J. Jones en persona, o el hecho de que fuera una mujer. Zac no se molestó en decirle que era una de las pocas mujeres que formaban parte de aquel mundillo.

Jones: Y ese ogro de ahí es Rob Myers. ¿Lo traes de escudo humano, Zac? -preguntó sin darle tiempo a Rob de tragarse el pepinillo-.

Llevaban casados seis años, y, obviamente, a ella le gustaba meterse con él.

Zac: ¿Voy a necesitarlo?

Jones: Si no traes algo fantástico en esos tubos, te aconsejo que te vayas por donde has venido -apartó un montón de bocetos preliminares-. Maloney acaba de largarse. Se ha ido a la Five Stars.

Zac: ¿Bromeas?

Jones: Skinner lleva toda la mañana maldiciendo a los traidores. Y la nieve no mejora precisamente su humor. Así que, si fuera tú... Ups, demasiado tarde -respetaba a las ratas que abandonan el barco gobernado por un déspota, se dio la vuelta y se enfrascó en una peliaguda discusión con su marido-.

**: Efron, deberías haber llegado hace dos horas.

Zac le lanzó a su editor una sonrisa complaciente.

Zac: No me sonó el despertador. Este es Michael Hudgens, un amigo mío. Mike, este es Rick Skinner.

Michael se quedó atónito. Skinner era igualito que Hank Wheeler, el corpulento y despótico jefe de Joe David, alias La Mosca. Más tarde, Zac le diría que el parecido no era casual. Michael se cambió de mano la correa de Tas.

Mike: Hola, señor Skinner. Me encantan sus cómics. Son mucho mejores que los de Five Stars. Yo casi nunca me compro los de Five Stars, porque las historias no son tan buenas.

Rick: Muy bien -se pasó una mano por el cabello ralo-. Muy bien -repitió con mayor convicción-. No malgastes tu paga en Five Stars, chaval.

Mike: No, señor.

Rick: Zac, ya sabes que no puedes traer a ese chucho aquí.

Zac: Y tú sabes que Tas te adora.

El perro alzó la cabeza y gimió.

Skinner empezó a maldecir, y de pronto pareció recordar la presencia del niño.

Rick: ¿Hay algo en esos tubos, o solo has venido a alegrarme el día?

Zac: ¿Por qué no echas un vistazo tú mismo?

Refunfuñando, Skinner tomó los tubos y se alejó. Zac echó a andar tras él, pero Michael lo agarró de la mano.

Mike: ¿Está enfadado de verdad?

Zac: Claro. Le encanta enfadarse.

Mike: ¿Va a gritarte como le grita Hank Wheeler a La Mosca?

Zac: Puede ser.

Michael tragó saliva y le apretó la mano con más fuerza.

Mike: Bueno.

Divertido, Zac condujo a Michael al despacho de Skinner, donde las persianas venecianas estaban echadas para no tener que ver la nevada. Skinner desenrolló el contenido del primer tubo y lo extendió sobre su mesa repleta de cosas. No se sentó, sino que se inclinó sobre los dibujos mientras Tas se desplomaba sobre el linóleo y se quedaba dormido.

Rick: No está mal -anunció tras estudiar una serie de viñetas-. No está mal. Este nuevo personaje femenino, Mirium, ¿vas a desarrollarlo?

Zac: Eso quiero. Creo que ya es hora de que el corazón de Zark cambie de dirección. Además, añade más conflicto sentimental al asunto. Ama a su mujer, pero al mismo tiempo ella es su peor enemiga. Y ahora se topa con esta telépata y se encuentra dividido de nuevo porque también se siente atraído por ella.

Rick: Zark nunca sale bien parado en asuntos de faldas.

Mike: Yo creo que es el mejor -dijo espontáneamente-.

Skinner alzó sus pobladas cejas y miró atentamente a Michael.

Rick: ¿No te parece que se pasa con todo ese rollo del honor y el deber?

Mike: No, qué va -no sabía si alegrarse o no porque Skinner no pareciera tener intención de gritar-. Uno siempre sabe que Zark hará lo correcto. No tiene superpoderes ni esas cosas, pero es muy listo.

Skinner asintió.

Rick: Le daremos una oportunidad a tu Mirium, Zac, a ver cómo responde el público -dejó que los papeles se enrollaran de nuevo-. Es la primera vez que vienes con tanto tiempo de antelación.

Zac: Eso es porque ahora tengo un ayudante -puso la mano sobre el hombro de Michael-.

Rick: Buen trabajo, chaval. ¿Por qué no le enseñas esto a tu ayudante?

Michael tardaría semanas en dejar de hablar de la hora que pasó en Universal Cómics.

Cuando se marcharon, llevaba una bolsa llena de lápices con el logotipo de la Universal, una taza de Matilda la Loca que habían desenterrado de un armario del almacén, media docena de bocetos desechados y un montón de cómics recién salidos de las prensas.

Mike: Este ha sido el mejor día de toda mi vida -dijo brincando por la acera embadurnada de nieve-. Ya verás cuando se lo diga a mamá. Seguro que no se lo cree.

Cosa rara; en ese mismo instante, Zac también estaba pensando en Vanessa. Aceleró el paso para alcanzar a Michael, que iba patinando por la acera.

Zac: ¿Por qué no nos pasamos a hacerle una visita?

Mike: ¡Vale! -le dio la mano otra vez-. Pero el banco no mola tanto como tu oficina. No dejan que nadie ponga la radio, ni se gritan unos a otros, pero tienen una caja fuerte donde guardan montones de dinero, millones de dólares, y hay cámaras por todas partes por si alguien intenta robarles. Mamá nunca ha estado en un banco donde hayan robado.

Notando su tono de disculpa, Zac se echó a reír.

Zac: ¡Menos mal! -se pasó la mano por la tripa. Hacía al menos dos horas que no se echaba nada al estómago-. Pero, primero, vamos por esos tacos.

Entre las sobrias e inexpugnables paredes del National Trust, Vanessa estaba enfrentándose a un montón de papeleo. Le agradaba, sin embargo, la ordenada monotonía de aquella parte de su trabajo. Le gustaba, por otra parte, el desafío cotidiano que suponía sistematizar cifras y datos y traducirlos en propiedades inmobiliarias, automóviles, equipos industriales, decorados de teatros o fondos para universitarios. Nada le procuraba mayor placer que estampar el sello de aprobación sobre los papeles de un préstamo.

Había tenido que aprender a no ser excesivamente compasiva. A veces, las cifras y los datos exigían un no, por muy serio y formal que fuera el solicitante. Parte de su trabajo consistía en dictar educadas e impersonales cartas de denegación. No le gustaba, pero asumía la responsabilidad, al igual que asumía la llamada airada que de tarde en tarde le hacía el destinatario de alguna de aquellas cartas.

De momento, estaba aprovechando su media hora de almuerzo, mientras se tomaba el café y la magdalena que le servían de comida, para ordenar tres informes de préstamo que quería que la junta aprobara cuando se reuniera al día siguiente. Tenía otra cita media hora después. Y, si nadie la interrumpía, seguramente después podría irse. De modo que no le hizo ninguna gracia que su secretaria la llamara por el intercomunicador.

Ness: Sí, Kira.

Kira: Aquí hay un joven que quiere verla, señora Hudgens.

Ness: Faltan quince minutos para su cita. Dígale que espere.

Kira: No, no es el señor Greenburg. No creo que haya venido por un préstamo. ¿Has venido por un préstamo, cielo?

Vanessa oyó una risa familiar y corrió a la puerta.

Ness: ¿Mike? ¿Pasa algo? ¡Oh!

No estaba solo. Vanessa se dio cuenta de que era absurdo suponer que Michael iría hasta allí por sus propios medios. Zac y el enorme perro de mirada dulce estaban con él.

Mike: Acabamos de comernos unos tacos.

Vanessa vio una ligera mancha de tomate en la barbilla de Michael.

Ness: Ya lo veo -se agachó para abrazarlo y luego miró a Zac-. ¿Va todo bien?

Zac: Claro. Solo hemos salido a ocupamos de un asuntillo y se nos ha ocurrido pasamos por aquí -dijo mirándola atentamente. Se había cubierto casi por entero el cardenal con maquillaje. Apenas asomaba un leve toque de amarillo y malva-. Tienes mejor el ojo.

Ness: Parece que ya ha pasado lo peor.

Zac: ¿Ese es tu despacho? -sin aguardar invitación, se acercó a la puerta y asomó la cabeza dentro-. Cielo santo, qué deprimente. A lo mejor puedes convencer a Michael para que te dé uno de sus pósters.

Mike: Te doy uno -dijo de inmediato-. Zac me ha llevado a la Universal y me han dado un montón. ¡Jo, mamá, si lo hubieras visto...! He conocido a M. J. Jones y a Rich Skinner y he visto una habitación donde guardan trillones de cómics. Mira lo que tengo -le enseñó la bolsa-. Y gratis. Me dijeron que podía quedármelo todo.

Al principio, ella se sintió incómoda. Parecía que su deuda con Zac se acrecentaba de día en día. Pero entonces se fijó en la cara resplandeciente de Michael.

Ness: Parece que esta mañana te lo has pasado en grande.

Mike: Mejor que en toda mi vida.

Kira: Alerta roja -murmuró-. Rasen a las tres en punto.

Zac se dio cuenta enseguida que con Rasen había que andarse con ojo. Notó que Vanessa se ponía rígida al instante y que se llevaba una mano al pelo para cerciorarse de que estaba en su sitio.

Rasen: Buenas tardes, señora Hudgens -miró muy serio al perro, el cual empezó a olisquearle los zapatos-. Quizás haya olvidado que no se admiten animales en el banco.

Ness: No, señor. Mi hijo solo estaba...

Rasen: ¿Su hijo? -asintió, mirando a Michael-. ¿Qué tal está, jovencito? Señora Hudgens, estoy seguro de que recordará que, conforme a las normas del banco, no se permiten visitas personales durante las horas de trabajo.

Kira: Señora Hudgens, le dejo estos papeles encima de la mesa para que los firme... cuando acabe su hora de comer -tomó ceremoniosamente un mazo de papeles y guiñó un ojo a Michael-.

Ness: Gracias, Kira.

Rasen carraspeó. No podía objetar nada contra la hora del almuerzo, pero tenía el deber de enmendar otras infracciones del reglamento.

Rasen: Respecto a este animal...

Tas, al cual no parecía gustarle el tono de Rosen, acercó el hocico a la rodilla de Michael y gimió.

Zac: Es mío -dio un paso adelante, sonriendo, y le tendió la mano. Vanessa pensó que, con aquella sonrisa, era capaz de venderle a cualquiera las ciénagas de Florida-. Zachary Efron II. Vanessa y yo somos buenos amigos. Me ha hablado mucho del banco y de usted -estrechó con firmeza la mano de Rosen-. Mi familia posee numerosos negocios en Nueva York. Vanessa me ha convencido para que utilice mi influencia a fin de que transfieran sus cuentas al National Trust. Seguramente le sonarán las empresas de la familia: Trioptic, Laboratorios D & H, Papeleras Efron...

Rasen: Sí, por supuesto, por supuesto -su floja mano pareció cobrar nuevas fuerzas-. Es un placer conocerlo, un verdadero placer.

Zac: Vanessa me convenció para que viniera y viera con mis propios ojos lo bien que funciona el National Trust -ya lo tenía en el bote, pensó. El signo del dólar pasaba a velocidad vertiginosa por su cerebro grasiento-. Estoy impresionado. Pero, naturalmente, no me extraña después de hablar con Vanessa -le dio un pequeño apretón a los hombros rígidos de esta-. Vanessa es un auténtico genio de las finanzas. Le aseguro que mi padre estaría dispuesto a contratarla como asesora financiera en cualquier momento. Tiene suerte de contar con ella.

Rasen: La señora Hudgens es una de nuestras empleadas más valoradas.

Zac: Me alegra saberlo. Tendré que hablar con mi padre de las ventajas que ofrece el National Trust.

Rasen: Estaré encantado de enseñarle nuestras instalaciones personalmente. Estoy seguro de que querrá ver los despachos de dirección.

Zac: Nada me complacería más, pero voy un poco mal de tiempo. ¿Por qué no me prepara un dossier que pueda presentar en la próxima junta directiva?

Rasen: Será un placer -su cara resplandecía de emoción-.

Conseguir una cuenta tan importante y diversificada como la de los Efron sería todo un golpe de efecto ante el director del banco.

Zac: Hágamela llegar a través de Vanessa. No te importa hacer de intermediaria, ¿verdad, querida? -dijo alegremente-.

Ness: No -logró decir-.

Rasen: Excelente -dijo entusiasmado-. Estoy convencido de que podremos satisfacer todas las necesidades financieras de su familia. Somos un banco para crecer, al fin y al cabo -le dio una palmadita en la cabeza a Tas-. Bonito perro -dijo, y se alejó con renovado brío en el paso-.

Zac: Menudo cretino relamido. ¿Cómo lo aguantas?

Ness: ¿Te importaría entrar un momento en mi despacho? -su voz parecía tan tensa como sus hombros. Reconociendo aquel tono, Michael miró a Zac haciendo girar los ojos-. Kira, si llega el señor Greenburg, dígale que espere, por favor.

Kira: Sí, señora.

Vanessa los condujo a su despacho, cerró la puerta y se apoyó contra ella. En parte, tenía ganas de echarse a reír, de abrazar a Zac y carcajearse por su forma de despachar a Rasen. Pero otra parte de ella, la parte que necesitaba el trabajo, el sueldo fijo y las pagas extras, estaba que rabiaba.

Ness: ¿Cómo has podido hacer eso?

Zac: ¿Hacer qué? -echó un vistazo a su alrededor-. Hay que quitar la moqueta marrón y esa pintura. ¿Qué te parece, Michael?

Mike: Un asco -dijo sentándose en una silla y dejando que Tas apoyara la cabeza en su regazo-.

Zac: Sí, eso es. El sitio de trabajo influye mucho en el rendimiento laboral, ¿lo sabías? Prueba a decírselo a Rasen.

Ness: Rasen no querrá saber nada de mí en cuanto se entere de lo que has hecho. Me despedirá al instante.

Zac: No seas tonta. Yo no lo he prometido en ningún momento que mi familia vaya a transferir sus cuentas al National Trust. Además, si les hace una oferta lo bastante interesante, puede que hasta tenga suerte -se encogió de hombros, indicando que a él le daba lo mismo-. Si eso te hace más feliz, puedo cambiar mi cuenta personal a este banco. Por lo que a mí respecta, todos los bancos son iguales.

Ness: Maldita sea -exclamó a pesar de que no tenía costumbre de jurar en voz alta. Michael pareció concentrarse de repente en el cuello de Tas-. Rasen ya está soñando con toda una dinastía empresarial, gracias a ti. Se pondrá furioso cuando sepa que te lo has inventado todo.

Zac dio una palmadita sobre un pulcro montón de papeles.

Zac: Eres demasiado formal, ¿lo sabías? Y, además, yo no me he inventado nada. Y podría haberlo hecho -dijo, pensativo-. La verdad es que se me da muy bien, pero no me ha parecido necesario.

Ness: ¿Quieres parar de una vez? -exasperada, se acercó y, de un manotazo, le apartó la mano de los papeles-. Todo ese rollo sobre Trioptic y Laboratorios D & H -dejó escapar un largo suspiro y se sentó al borde de la mesa-. Sé que intentabas ayudarme y te lo agradezco, pero...

Zac: ¿De veras? -sonriendo, tocó con un dedo la solapa de su chaqueta de traje-.

Ness: Supongo que tu intención era buena -murmuró-.

Zac: Bueno, depende de la ocasión -se acercó un poco más a ella-. Hueles demasiado bien para este despacho.

Ness: Zac -le puso una mano sobre el pecho y miró con nerviosismo a Michael-.

El niño tenía un brazo alrededor de Tas y estaba enfrascado en uno de sus cómics.

Zac: ¿De veras crees que Michael sufriría un trauma si me viera besarte?

Ness: No -intentó apartarse un poco-. Pero eso no es lo que importa.

Zac: ¿Y qué es lo que importa? -empezó a juguetear con el triángulo de oro que llevaba en el oído.

Ness: Lo importante es que ahora tendré que ir a ver a Rasen para explicarle que solo estabas... -¿cuál era la palabra que buscaba?- ...fantaseando.

Zac: Sí, es verdad que fantaseo mucho -admitió mientras le acariciaba la mandíbula-. Pero no creo que eso sea asunto de Rasen. ¿Quieres que te cuente esa fantasía en la que estamos los dos en una balsa en mitad del océano Índico?

Ness: No -se echó a reír y, llena de curiosidad, alzó los ojos para mirarlo y los apartó rápidamente-. ¿Por qué no os vais Mike y tú a casa? Yo aún tengo una cita. Luego, iré a explicarle lo que ha pasado al señor Rasen.

Zac: ¿Ya no estás enfadada?

Ella negó con la cabeza y, dejándose llevar por un impulso, le acarició la mejilla.

Ness: Solo intentabas ayudarme. Eres un cielo.

Zac pensó que habría demostrado la misma actitud con Michael si este hubiera intentado fregar los cacharros y hubiera roto sus platos de porcelana decorados con violetas. Diciéndose que aquello era una especie de prueba, la besó con firmeza. Al instante sintió su sorpresa, su tensión, su deseo. Cuando se apartó, percibió en sus ojos algo más que indulgencia. La pasión brilló en ellos solo un instante, pero con intensidad.

Zac: Vamos, Mike, tu madre tiene que volver al trabajo. Si no estamos en el apartamento cuando llegues a casa, es que estamos en el parque.

Ness: De acuerdo -inconscientemente, se humedeció los labios para conservar aquel sabor-. Gracias.

Zac: De nada.

Ness: Adiós, Mike, dentro de un rato estaré en casa.

Mike: Vale -contestó abrazándola-. ¿Ya no estás enfadada con Zac?

Ness: No -contestó susurrando, al igual que Michael-. Ya no estoy enfadada con nadie.

Cuando se irguió, estaba sonriendo, pero Zac advirtió su expresión preocupada. Se detuvo con la mano en el picaporte.

Zac: ¿De veras vas a decirle a Rasen que me lo he inventado todo?

Ness: Tengo que hacerlo -sonrió, sintiéndose culpable-. Pero no te preocupes, estoy segura de que sabré arreglado.

Zac: ¿Y si te dijera que no me lo he inventado, que mi familia fundó Trioptic hace cuarenta y siete años?

Vanessa alzó una ceja.

Ness: Pues te diría que no olvides los guantes. Ahí fuera hace frío.

Zac: Está bien, pero hazte un favor antes de desnudar tu alma ante Rasen: mira el Quién es quién.

Con las manos en los bolsillos, Vanessa se acercó a la puerta de su despacho. Desde allí vio que Michael le daba la mano a Zac antes de salir.

Kira: Su hijo es adorable -dijo dándole un archivador-.

Aquel pequeño roce con Rasen había cambiado por completo su opinión acerca de la reservada señora Hudgens.

Ness: Gracias -sonrió-. Y gracias también por intentar echarme un cable antes.

Kira: No tiene importancia. No veo qué hay de malo en que su hijo se pase por aquí un momento.

Ness: Normas de la casa -murmuró-.

Kira dejó escapar un resoplido.

Kira: Normas de Rasen, querrá decir. Debajo de esa fachada gris, hay un interior igual de gris. Pero no se preocupe por él. Da la casualidad de que sé que considera su rendimiento muy superior al de su predecesor. Y, por lo que a él respecta, eso es lo que importa -vaciló un instante al ver que Vanessa asentía y abría el archivador-. Es duro criar a un hijo sola. Mi hermana tiene una cría pequeña, de cinco años. Sé que muchas noches está tan cansada que no se tiene en pie.

Ness: Sí, sé lo que es eso.

Kira: Mis padres quieren que vuelva a casa para que mi madre cuide de Sarah mientras Annie trabaja, pero Annie no está segura de que sea lo mejor.

Ness: A veces una no sabe si debe aceptar la ayuda de los demás -murmuró pensando en Zac-. Y a veces no nos damos cuenta de la suerte que es tener a alguien dispuesto a echamos una mano -procuró concentrarse y se puso el archivador bajo el brazo-. ¿Ya ha llegado el señor Greenburg?

Kira: Acaba de llegar.

Ness: Bien, hágalo pasar, ¿quiere, Kira? -se volvió hacia la oficina, pero de pronto se detuvo-. Ah, y Kira, consígame un ejemplar del Quién es quién.




¡Hala! ¡Zac está forrado! 😲

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Ya va mejor la relacion
Vanessa ya la va aceptando
Me encanto el capitulo
Siguela pronto

Saludos!!!

Lu dijo...

Me encanto el capitulo.
Me gusto como Zac salvo a Ness de si jefe jajaj!

Por suerte se van llevando mejor.

Sube pronto

Publicar un comentario

Perfil