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jueves, 3 de agosto de 2017

Capítulo 32


Había cesado el viento y la nieve caía lentamente, en enormes copos, envolviendo la cabaña de un esponjoso silencio. Vanessa se estiró los puños del jersey para calentarse las manos.

Ness: Quiero saberlo, Zac. Quiero saber lo que estás pensando.

Zac negó con la cabeza.

Zac: No es nada importante. ¿Estás bien, Ness?

Vanessa asintió.

Ness: ¿Te parece raro que no esté llorando como una histérica?

Zac: No. Tu madre se fue hace mucho tiempo.

Ness: En cierta manera, me siento aliviada. Por lo menos ahora sé lo que pasó. Cuando me lo has dicho, ha sido como si algo frío y tenso se deshiciera en mi interior. Ahora entiendo por qué, y es porque no tengo que seguir enfadada. Me he pasado años enfadada con ella, pensando que no me quería lo suficiente como para volver a mi lado. Pero, en realidad, lo que estaba intentando hacer mi madre era salvar el negocio de la familia. Era terriblemente infeliz, pero estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para ayudar a mis abuelos, y le ocurrió algo terrible. Lo que siento es que durante todo este tiempo debería haberla querido, en vez de haberme dejado llevar por el dolor y el resentimiento. Ahora que lo sé, me gustaría... -ni siquiera sabía cómo acabar aquel pensamiento- me gustaría haber sentido algo completamente diferente.

Zac: O no haber sentido nada en absoluto -musitó-.

Por supuesto, así era como se enfrentaba Zac a una situación como aquélla: si uno no se involucraba en ella, evitaba el dolor. Vanessa se movió incómoda en el sofá y Zac le sostuvo la mirada. Vanessa sabía perfectamente lo que le ocurría: Zac estaba tan solo como ella se sentía. Después de la muerte de Derek, deberían haber acudido el uno al otro en busca de consuelo, pero lo que habían hecho había sido darse la espalda. Estaban heridos por su pasado, por el miedo a quererse, por el miedo a dejarse llevar por los sentimientos, por el miedo a sufrir, por el miedo a entregar su corazón.

Ness: Es por Derek, ¿verdad? -susurró-. Ésa es la razón por la que nunca has querido acercarte a nadie.

Zac: Esa es la razón por la que nunca me he permitido acercarme a ti.

Ness: Zac, eso no tiene sentido.

Zac: Derek sabía lo nuestro.

Ness: ¿Te lo dijo él?

Zac: No, pero lo sabía.

Ness: ¿Y has estado sufriendo por eso durante todos estos años?

Zac: No es algo fácil de olvidar. Derek nos quería, le traicionamos y él lo sabía. Y en el momento que murió, fue como si nos quedáramos congelados en el tiempo. Ya no teníamos ninguna oportunidad. No podremos arreglarnos nunca.

Había algo en su rostro que recordaba al niño que Vanessa había conocido tantos años atrás: enfado, vulnerabilidad y un descarnado anhelo que le llegó al corazón. Ya de niño, Zac estaba tan herido que se protegía encerrándose en sí mismo. Y ese mismo dolor, esa necesidad de protegerse, se reflejaba en aquel momento en su convencimiento de que nada podía cambiar.

Ness: No sé tú, pero yo hablo continuamente con Derek. No voy a pasarme toda la vida torturándome, preguntándome si sabía o no lo nuestro. Me niego a vivir así, y me gustaría que tú también te negaras.

Zac: No me queda otra opción. Yo podría haber evitado ese accidente la noche que murió. Podía haber dejado todo lo que estaba haciendo para ir a buscarle.

Ness: Dios mío, Zac, ¿te estás oyendo? No puedes salvar tú solo al mundo. Ese no es tu trabajo.

Zac: Vaya, lo siento, yo pensaba que ésa era precisamente la labor de un policía.

Aquélla era su manera de actuar, pensó Vanessa: salvar a los demás y marcharse después. Pero no lo haría aquella vez, decidió. Aquella vez, no le dejaría marchar.

Ness: Tú haces todo lo que puedes. Todos lo hacemos y sí, a veces no basta con eso, pero así son las cosas. Dices que no deberíamos estar juntos, pero en realidad, eso es lo que hemos hecho hasta ahora y creo que en eso nos equivocamos desde el principio.

Zac: Tonterías. Erais Derek y tú los que teníais que estar juntos. Estabais hechos el uno para el otro.

Vanessa le fulminó con la mirada.

Ness: Eso fue algo que decidiste tú. Ni siquiera nos diste una oportunidad. Para tu información, Derek y yo no estábamos hechos el uno para el otro. Lo quería, sí, pero nunca le quise como te he querido a ti.

Aquellas palabras escaparon de sus labios sin que tuviera oportunidad de detenerlas. Tomó aire; se sentía avergonzada, pero también curiosamente aliviada. Por fin le había dicho la verdad y, al menos de momento, el mundo no parecía haberse acabado.

La reacción de Zac no fue muy alentadora. Soltó un juramento, la fulminó con la mirada y se acercó a la ventana, donde permaneció de espaldas a ella. La oscuridad iba envolviendo poco a poco al lago, afuera apenas quedaba luz.

Zac: No es una buena idea. He sido un auténtico canalla, Vanessa. Estaba haciéndole una promesa a mi mejor amigo mientras moría y en lo único que podía pensar era en que por fin podría acostarme contigo.

Vanessa sabía que estaba siendo tan duro deliberadamente. Pero ella nunca se había dejado amilanar por Zac.

Ness: No era eso lo que estabas pensando y lo sabes. Eso es lo que te dices una y otra vez para asegurarte de que vas a pasar el resto de tu vida sintiéndote culpable por lo que ocurrió. Lo que en realidad sentiste, lo que sentimos los dos, fue que habíamos perdido a alguien a quien queríamos con todo nuestro corazón. Un hombre al que queríamos tanto que no nos atrevimos a querernos para no hacerle daño. El problema es que tú y yo hacemos una gran pareja y el problema es que lo hemos enredado todo intentando ignorarlo. Y cada vez que fingimos, cada vez que negamos nuestros sentimientos, empeora la situación. ¿Es que no te das cuenta?

Zac se apartó de la ventana para mirar a Vanessa. Sus palabras habían conseguido llegarle al corazón, le habían conmovido de tal manera que ya no era capaz de soportarlo. Cruzó la habitación con dos grandes zancadas, la abrazó y la estrechó contra él, disfrutando al comprobar que encajaba perfectamente en sus brazos. Su delicada fragancia le envolvió y en medio del que seguramente era uno de los momentos más difíciles de la vida de Vanessa, sintió una necesidad terrible de quererla.

Cuando Vanessa alzó el rostro hacia él, la besó con delicadeza, regodeándose en su infinita dulzura. Vanessa le devolvió el beso con el ardor con el que Zac había soñado durante todos aquellos años. No dijeron nada más, pero continuaron juntos, abrazados, hasta que Zac comenzó a temblar de deseo. Pero, a pesar de tanto placer, Zac no podía dejar de preguntarse si aquello era una réplica del pasado, del momento en el que ambos pensaban que habían perdido a Derek. Haciendo un enorme esfuerzo, retrocedió y le hizo esa pregunta con la mirada. Vanessa no contestó, pero tomó su mano y le condujo al dormitorio, donde estaba encendida la luz de la mesilla. Y allí, por fin, Zac le mostró su corazón de la única manera que sabía hacerlo.


La nieve continuaba cayendo, amontonándose contra la cabaña, hasta llegar casi al alféizar de las ventanas. En medio de la noche, Vanessa se acurrucaba al lado de Zac mientras éste la miraba.

Había sido una noche muy larga. Cuando por fin se habían dejado llevar por lo que sentían, la explosión de sensaciones había superado al mejor de los sueños y había dejado a Vanessa tan satisfecha que se emocionaba al recordarlo. La intimidad que habían compartido no se parecía a nada de lo que había vivido hasta entonces y su intensa dulzura la había pillado completamente desprevenida. Sus sentimientos hacia Zac eclipsaban la soledad y la tristeza que hasta entonces la envolvían.

Una débil luz se abría paso en un gris amanecer. Vanessa había perdido la cuenta de las veces que habían hecho el amor, aprendiendo el paisaje de sus cuerpos en una lenta concatenación de descubrimientos deliciosos. En algún momento, Zac había llamado a sus compañeros para avisar de que estaba bien y decir que volvería cuando hubiera amainado la tormenta.

Y por alguna razón, mientras permanecía tumbada, oyendo la respiración de Zac y los latidos de su propio corazón, Vanessa no era capaz de dejar de llorar.

Zac abrió los ojos y le acarició la mejilla con el pulgar.

Zac: Lo siento.

Ness: No lo entiendes -respondió intentando explicar sus sentimientos-. No es eso, no estoy triste. Es sólo... me siento aliviada. No sólo por lo de mi madre, sino también... por nosotros -muy bien, pensó. Había llegado el momento de poner toda la carne en el asador-. Llevaba mucho tiempo esperando esto, ¿lo sabías?

Zac le brindó una media sonrisa. El tenue resplandor de la estufa de la otra habitación suavizaba sus facciones.

Zac: Por eso intentaba mantenerme alejado -musitó-. Después de lo que hicimos, y después de lo que le pasó a Derek, ¿cómo íbamos a poder ser felices juntos?

Ness: ¿Cómo? Pues así -se inclinó hacia él y acarició su rostro; desde la barba que comenzaba a crecer hasta su pelo rubio. Le besó la cicatriz de la mejilla-. ¿Te acuerdas del día que te hiciste esto?

Zac: Sí, el día que nos conocimos. Por tu culpa me metí en una pelea.

La miró durante largo rato, pero Vanessa no se cohibió. Le gustaba que la mirara, porque cuando lo hacía, no podía ocultar el deseo y el cariño que reflejaban sus ojos.

Ness: Nunca he necesitado que me protegieras. Ni lo necesitaba entonces ni lo necesito ahora. Lo único que necesito es... -«que me ames», pero no fue capaz de decirlo en voz alta-.

Zac: Muy bien -respondió como si le hubiera leído el pensamiento-.

Aquellas dos palabras encerraban todo un mundo de significados. Vanessa se rió mientras Zac la estrechaba entre sus brazos.

Zac: Hoy va a ser otro día de nieve.

Ness: Perfecto.


Muchas horas después, comenzó a apagarse la leña de la chimenea y Zac decidió salir a buscar más. Había varios montones de leña apilados al lado del pabellón principal, a unos doscientos metros de la cabaña. Se puso las botas y las raquetas, un par de guantes y la cazadora.

Zac: Ahora mismo vuelvo.

Vanessa miró hacia el paisaje, hacia las montañas cubiertas de nieve y el interminable manto blanco en el que se había convertido el lago. Los bosques y los otros edificios apenas se distinguían.

Ness: No te pierdas.

Zac se echó a reír y la besó.

Zac: ¿Después de lo de anoche? ¿Estás de broma?

Vanessa cerró la puerta y se reclinó contra ella. Rufus corría a su lado con un viejo trineo atado al lomo. Vanessa estuvo mirándolos hasta que desparecieron. Sentía una felicidad tan intensa que casi no podía respirar. Por fin. Sabía que amar a Zac durante el resto de sus días no tenía por qué ser necesariamente fácil, pero era eso lo que quería. Y eso lo cambiaba todo. Su insatisfacción y su inquietud nunca habían estado causadas por sus ataduras a la panadería y a Avalon. Con Zac a su lado, de repente todo tenía sentido.

Se estremeció y se acercó a la estufa. Ya sólo quedaban los rescoldos del último leño y comenzaba a hacer frío. Regresó al dormitorio y se puso otra capa de ropa: unos calcetines gordos, unos pantalones de chándal, un jersey y las zapatillas. Se detuvo ante el espejo. Tenía el pelo revuelto, los labios increíblemente llenos y... ¿a qué se debía el ligero escozor en la mandíbula? A pesar de su aspecto descuidado, jamás se había sentido tan feliz como entonces. Sonriendo, tomó la camisa de Zac y le bastó olerla para desearle otra vez. En un impulso, se la puso por encima de la cabeza. Acarició también otros objetos de Zac, como el forro de lana de su cazadora o el cuero de su pistola.

El viento soplaba en el exterior, aullando con un gemido casi humano que llegaba desde el lago y a través de los árboles. Vanessa deseó que Zac volviera cuanto antes. No llevaba fuera ni quince minutos y ya le echaba de menos.


La felicidad era algo muy simple, pensó Zac mientras se inclinaba para vencer al viento y arrastraba el trineo en el que cargaría la leña. ¿Por qué no lo habría averiguado hasta entonces? Sólo consistía en saber a donde y a quien pertenecías. Lo irónico del caso era que él lo había sabido desde el momento que la había visto, siendo Vanessa todavía una niña con trenzas y con las playeras desatadas. Pero saberlo y reconocerlo eran dos cosas completamente diferentes.

Reconocerlo significaba enfrentarse a verdades muy duras, como al hecho de que nada podría cambiar el pasado y de que imponerse una penitencia sólo serviría para alimentar su amargura. Pero al final lo había conseguido. La forma de superar la muerte de Derek no era huir de la felicidad, sino correr hacia ella. Antes solía evitar a Vanessa porque no creía merecer la que debería haber sido la felicidad de Derek. Pero después de lo que había pasado aquella noche, veía las cosas de manera diferente. Ser feliz con Vanessa no cambiaría lo que había pasado, pero por lo menos era una forma de enfrentarse a un futuro que, de pronto, aparecía lleno de posibilidades. Necesitaba casarse con ella. La idea era simple, pero estaba perfectamente definida. No había nada que debatir. Era la simple verdad que llevaba años escondiendo. Se preguntó si Vanessa pensaría que era una decisión repentina o si lo comprendería. En cualquier caso, no quería asustarla.

La leña estaba apilada bajo los aleros de un cobertizo a unos doscientos metros de la cabaña. Algunos de los leños estaban llenos de telarañas y sin cortar. Genial, pensó. Esperaba que hubiera un hacha en el cobertizo.

Rufus quería jugar. Le encantaba la nieve y saltaba y ladraba, invitando a Zac a unirse a él. Zac estuvo persiguiéndole un rato y terminó sudando a pesar del frío.

Buscó después un hacha en el cobertizo y en cuanto la encontró, se puso a cortar leña. No estaba seguro de cuánta iban a necesitar, pero por él, como si tenían que quedarse allí eternamente.

Rufus volvió a ladrar, aunque en aquella ocasión no fue un ladrido de diversión. Zac conocía perfectamente la diferencia. Dejó el hacha y fue a buscar al perro. El enorme husky corrió hacia la entrada del campamento, o, por lo menos, eso le pareció. Por culpa de la nevada, apenas se veía nada.

Entrecerró los ojos. Sí, alguien se acercaba. En un primer momento pensó que podían ser Charlie o Greg, que a lo mejor querían ver cómo iban las cosas por el campamento. ¿Pero por qué iban a presentarse allí durante la peor tormenta del año?

Vio que el recién llegado se movía rápido. Casi parecía deslizarse sobre la nieve. Era un experto en manejar las raquetas. Rufus continuaba ladrando furioso, probablemente asustado por aquellos movimientos.

Zac levantó el brazo para llamar su atención.

Zac: ¡Eh! -gritó- ¡Aquí!

El visitante se detuvo y Zac pudo ver que llevaba una chaqueta de cazador. Se produjo una explosión, el sonido del viento ahogó el sonido casi por completo, pero para Zac fue inconfundible. El perro emitió un aullido de dolor y salió corriendo hacia el bosque.

Zac sintió un escozor intenso en el pecho. Ordenó a sus pies que se movieran, pero no obedecieron.

Cayó de bruces sobre la nieve helada y pensó «soy un idiota».


Vanessa oyó algo parecido a dos disparos e inclinó la cabeza hacia un lado. Los bosques en invierno estaban llenos de sonidos inesperados: el hielo que crujía en las ramas, la caída brusca de un montón de nieve o el correteo de un ciervo entre los árboles.

Se acercó a la ventana, pero sólo se veía una inmensa blancura. Encendió la cocina eléctrica y puso la tetera al fuego. Al no haber leña en la estufa, la habitación se estaba enfriando muy rápido.

Por fin, pensó, al oír los pasos de Zac en el porche. Corrió inmediatamente a abrir la puerta.

Ness: Gracias a Dios estás...

Pero no era Zac, sino alguien con un pasamontañas que la apuntaba con una pistola. Le entró una risa histérica. ¿Una pistola? No, no podía ser cierto. Pero el extraño la obligó a ponerse en acción empujándola al interior de la cabaña y cerrando la puerta. Vanessa se quedó helada. Ni siquiera podía pensar.

Ness: ¿Qué está pasando aquí? ¿De dónde demonios ha salido?

El intruso no contestó, pero parecía estar estudiando la habitación con la mirada. Vanessa tuvo que hacer un esfuerzo para no mirar ella también, intentando comprobar si había algún artículo o alguna prenda de ropa que pudiera indicar que no había pasado la noche sola. Zac se había llevado una cazadora que había en la cabaña. Su ropa, y también la pistola, estaban en la otra habitación.

El intruso habló por fin.

**: Siéntate -le dijo, señalando una silla de madera-.

En el regazo llevaba unas esposas. «Dios mío», pensó Vanessa. ¿Sería un policía? Pensó en las llamadas que había hecho después de descubrir los diamantes.

Había llamado a Leslie, al ayudante de Zac, a Olivia y a Ashley. ¿En qué demonios estaría pensando? Uno no se dedicaba a propagar por ahí que había descubierto una fortuna en diamantes. Por lo visto, aquella información había terminado llegando a donde no debía.

Se sentó inmediatamente y clavó la mirada en la pistola que la apuntaba. En ese mismo instante, recordó los disparos que había oído unos minutos atrás. A Zac le había pasado algo, seguro. ¿Y dónde estaba el perro? Miró de nuevo la pistola y sintió el miedo muy dentro de ella. Si estuviera bien, Zac estaría allí en ese momento, pensó. Estaba a punto de comenzar a suplicar, pero sospechaba que aquel tipo no se dejaría impresionar por una escena dramática.

Ness: Acabemos rápido con esto -sugirió con una voz sorprendentemente firme mientras él avanzaba hacia ella con la pistola-.

Se levantó de un salto y vio la pistola casi inmediatamente en pleno rostro. Vanessa estaba sorprendida de sí misma. Como si no hubiera pasado nada, se acercó al mostrador de la cocina y le enseñó el platito con los diamantes.

Ness: Ha venido a buscar esto, ¿verdad? A lo mejor mi madre estaba dispuesta a morir por ellos, pero yo no.

**: Déjalos donde están -repuso el intruso-.

La voz le resultaba vagamente familiar, pero Vanessa no conseguía recordar de quién era. Dejó el plato con los diamantes en el mostrador. El asaltante se quitó los guantes y tomó una de las piedras. No parecía gran cosa.

Ness: Aquí está todo lo que he encontrado.

Con cada segundo que pasaba, aumentaba su dolor y su miedo. Zac, pensaba, ¿dónde estaba Zac? Sin ser consciente siquiera de lo que hacía, miró hacia el dormitorio. Se dio cuenta de su error cuando el hombre le dijo:

**: Él ya no puede ayudarte.

Así que lo sabía. Había visto a Zac.

Ness: ¿Dónde está?

**: Siéntate -repitió el intruso-.

Mientras se acercaba a la silla, Vanessa sintió que algo se endurecía muy dentro de ella. Aquel hombre quería los diamantes. A lo mejor era el mismo que había matado a su madre para conseguirlos. A lo mejor era él el que le había robado la infancia, era él la fuente de todas las preguntas sin respuesta sobre Anne. Vanessa sintió que se convertía en una persona completamente diferente, alguien más duro, más furioso y más fuerte que el hombre que empuñaba la pistola. Durante toda su vida había hecho lo que debía, no había querido correr riesgos y había hecho siempre lo que le decían. Aquel tipo suponía que también iba a estar dispuesta a acatar sus órdenes. Pero se equivocaba. ¿Cómo iba a tener miedo después de todo lo que había vivido? Zac le había enseñado que la mejor defensa era luchar. Luchar y no renunciar nunca.

En vez de sentarse, se puso en cuclillas y se abalanzó sobre el pistolero, golpeándole los genitales con la rodilla, con una maniobra que Zac le había enseñado.

El hombre se dobló sobre sí mismo y Vanessa le oyó jadear, intentando recuperarse del dolor. El próximo objetivo deberían haber sido los ojos, pero el intruso había caído hacia atrás, fuera de su alcance, aunque por lo menos consiguió quitarle la máscara. Vio su rostro, blanco de dolor, casi tan blanco como su pelo claro.

Ness: Matthew -musitó-.

Al principio, pensó que no tenía sentido. Pero inmediatamente comprendió que tenía todo el sentido del mundo. Se había enterado del descubrimiento y había ido a buscar los diamantes. Ella, como una estúpida, se lo había contado a Leslie y había ido dejando mensajes por todas partes mientras intentaba localizar a Ashley y a Zac. Recordó su visita a casa de Troy, y lo que le había dicho el chico sobre los problemas de su padre con el juego. Vanessa había decidido no decirle nada a Zac, pero en ese momento comprendió que debería haberlo hecho. Él habría sabido cómo solucionar aquel problema. Aun así, ni ella ni nadie podría haberse imaginado que Matthew sería capaz de un movimiento tan desesperado.

En aquel momento, respiraba con dificultad y continuaba blanco como el papel, pero el brazo no le tembló cuando volvió a apuntarla con la pistola. Por un momento, Vanessa se limitó a mirar el oscuro cañón, paralizada por el terror.

Ness: Llévate los diamantes y vete -le dijo, desesperada por ir a buscar a Zac-. Para mí no tienen ninguna importancia. Vete por favor.

Matthew: No puedo hacer eso. Ya no.

Vanessa lo había visto en su rostro. Sabía que Matthew no le permitiría huir.

Ness: Lo sé, Matthew, lo sé -necesitaba distraerle con algo. A lo mejor así conseguía tranquilizarlo-. Pero antes cuéntame qué le pasó a mi madre. Es algo que he estado preguntándome durante toda mi vida.

Matthew: Se cayó desde el puente de las cascadas Meerskill -respondió con voz fría-.

Vanessa imaginó a su madre cayendo, imaginó sus brazos y sus piernas volando en el aire y el fuerte impacto contra las rocas de la base de la cascada.

Ness: ¿La empujaste tú? -le preguntó, sintiendo un odio brutal hacia él-.

Matthew: He dicho que se cayó -la pistola tembló ligeramente-.

Muy bien, pensó Vanessa. Estaba nervioso. A lo mejor era capaz de romper su concentración.

Matthew: Le gustaba salir, le gustaban las fiestas. Una noche, hace muchos años, me terminó contando lo de los diamantes. Una cosa llevó a la otra y acabamos en el puente. Estaba borracha y se cayó y como yo era la única persona que estaba con ella, tuve miedo de que la policía pensara que le había hecho algo.

Seguramente, había sido terrible para él perderla antes de que le hubiera entregado los diamantes, pensó Vanessa. Fingió no mirar la pistola.

Ness: Así que decidiste esconder su cadáver en una cueva.

Matthew: Fue un accidente -insistió-.

Vanessa tomó aire, aspirando al hacerlo la esencia de la camisa que llevaba. La esencia de Zac.

Ness: Muy bien, como tú digas.

Después, en un gesto de rendición, le tendió las manos para que la esposara. Pero en el momento en el que Matthew bajó la mano para tomar las esposas, Vanessa juntó los puños y le golpeó con tanta fuerza en la barbilla que pensó que se había roto un hueso. Corrió entonces hasta el dormitorio, consciente de que sólo tenía unos segundos para actuar. Matthew salió tras ella justo en el momento en el que Vanessa acababa de quitar el seguro a la pistola de Zac.

«Mira fijamente y después dispara», le había enseñado Zac. Sólo tenía una décima de segundo. Sostuvo la pistola apuntando a Matthew. Aquélla era su oportunidad, podía dispararle en ese mismo instante. Vio que Matthew alzaba la mano y apuntaba. Apretó el gatillo. Matthew aulló y se tambaleó hacia atrás. La pistola de Matthew desapareció. Vanessa no tenía la menor idea de dónde podía estar y esperaba que él tampoco.

Vio frente a ella el rostro de Troy, tan parecido al de su padre, su desesperación por amar y proteger a su padre brillando en sus ojos.

Ness: Eres un canalla -le dijo a Matthew. Intentó ver dónde había caído la pistola. Continuaba sin verla-. Muévete -le ordenó a Matthew-. Vamos a buscar a Zac.

Matthew vaciló un instante y la miró con expresión pensativa. Sostenía una mano dentro del abrigo. ¿Estaría sangrando o conservaría todavía la pistola? No, si ése fuera el caso, ya la habría utilizado.

Ness: No me hagas esto, Matthew -susurró-. No quiero hacerlo, pero si me veo obligada a ello, no dudaré.

Matthew alzó entonces la mano y le apuntó con la pistola que había conseguido esconder.

Matthew: Yo también. Y en ese caso, perderás la oportunidad de salir y ver dónde está Zac.

Vanessa sabía que estaba jugando con ella, que probablemente estaba mintiendo sobre Zac, pero hasta la más mínima posibilidad era mejor que nada. La mano le temblaba mientras bajaba la pistola y la dejaba caer al suelo con un ruido sordo. Cuando Matthew se agachó a recogerla, ella corrió a la cocina. Matthew sólo quería una cosa: los diamantes. Los agarró y corrió con ellos hacia la puerta. Una ráfaga de viento helado le golpeó el rostro mientras escudriñaba con la mirada la zona, intentando localizar a Zac y al perro.

Matthew salió gritando tras ella. Sonó un disparo, pero Vanessa no dejó de correr, aunque resultaba difícil avanzar con tanta nieve. Llegó hasta el muelle, se volvió bruscamente y señaló con el puño cerrado la superficie del lago.

Ness: No te acerques -le advirtió-, si no quieres que los tire. Porque entonces no los encontrarías nunca.

Matthew se detuvo donde estaba, apuntándole con la pistola.

Matthew: Dámelos -le ordenó-.

Bien, pensó Vanessa. Eso era lo que ella quería.

Ness: Antes, dime dónde está Zac.

Había dejado de nevar y unos débiles rayos de luz iluminaban el cielo, infundiendo al paisaje un brillo casi mágico. También el viento se había detenido. ¿Dónde estaba Zac? Vio moverse una sombra en la distancia y crecieron de pronto sus esperanzas. Se obligó a mirar fijamente a Matthew, no quería traicionar sus pensamientos con la mirada. La sombra pareció retroceder para volver a avanzar.

¿Sería Zac? ¿O sería Rufus? Matthew también avanzaba y Vanessa sabía que no iba a detenerse. Pero también sabía que no le dispararía mientras conservara los diamantes en la mano. Vio un movimiento detrás de Matthew y él se abalanzó hacia ella en el mismo instante en el que Vanessa soltaba los diamantes, que cayeron describiendo un arco y se hundieron en la nevada superficie del lago.




Oh my goodness! 
¡Que no le pase nada a ninguno de los dos! 😕
¡Ahora que por fin estaban juntos!

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Oh por dios! Que capítulo!! Muchas emociones en un capitulo.
Asi que el queria los diamantes...
Espero que no le pase nada a Zac y Ness!
Ness es muy valiente.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Oh que horror
Ya que estaban tan felices pasa esto
Espero que zac este bien
Muy bien vanessa chica fuerte
Siguela que cada vez esta mejor


Saludos

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