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domingo, 20 de agosto de 2017

Capítulo 4


Zachary Efron II había nacido rico, privilegiado y, según sus padres, con una imaginación incorregible. Tal vez por eso se había encariñado tan pronto con Michael. Este distaba de ser rico, y ni siquiera gozaba del privilegio de tener un padre y una madre, pero su imaginación era de primera clase.

A Zac siempre le habían gustado las multitudes, pero también las conversaciones de persona a persona. No le eran ajenas las fiestas, por supuesto, dada la afición de su madre a los saraos y su propia extroversión, y nadie que lo conociera podía decir de él que era un solitario. Con todo, en su trabajo siempre había preferido la soledad. Trabajaba en casa no porque no quisiera distracciones, sino porque no quería tener a nadie pegado a la espalda, observando su trabajo o haciendo el cómputo de sus progresos. Nunca se había planteado la posibilidad de trabajar en compañía. Hasta que conoció a Michael.

El primer día hicieron un pacto. Si Michael acababa sus deberes, con o sin la titubeante ayuda de Zac, podía elegir entre jugar con Tas o contribuir con su opinión a la historieta en la que estuviera trabajando Zac. Si este había dado por terminada su jornada de trabajo, se entretendrían viendo su extensa colección de cintas de vídeo o con el incipiente ejército de muñecos de plástico de Michael.

Para Zac; todo aquello resultaba natural. Para Michael, era fantástico. Por primera vez en su corta existencia, un hombre formaba parte de su vida cotidiana, hablaba con él y lo escuchaba. Al fin tenía a alguien que no solo estaba dispuesto a derrochar su tiempo jugando a la guerra, igual que su madre, sino que además comprendía sus tácticas militares.

A fines de la primera semana, Zac no solo era un héroe, el creador de Zark y el dueño de Tas; también era la persona más digna de confianza e imprescindible de su vida, aparte de su madre. Michael amaba sin barreras ni restricciones.

Zac, que, maravillado, se daba cuenta de ello, estaba a su vez cautivado por el chico. No había mentido al decirle a Vanessa que nunca había pensado en tener hijos. Llevaba tanto tiempo viviendo a su aire que nunca había pensado en que las cosas fueran diferentes. Pero, de haber sabido lo que era amar a un niño pequeño, hallar fragmentos de uno mismo en él, quizá hubiera cambiado de idea.

Tal vez fuera por ese hallazgo por lo que empezó a pensar en el padre de Michael. ¿Qué clase de hombre podía crear algo tan especial y luego desentenderse sin más? Su propio padre había sido siempre severo e inflexible, pero podía contarse con él. Zac nunca se había cuestionado su afecto.

Era imposible llegar a los 35 sin conocer a varios coetáneos que hubieran pasado por un divorcio, casi siempre amargo. Pero Zac también conocía a algunos que habían logrado establecer una tregua con sus ex esposas para seguir ejerciendo el papel de padres. Resultaba difícil comprender que el padre de Michael no solo se hubiera marchado de casa, sino que además hubiera desaparecido. Tras pasar una semana en compañía de Michael, resultaba imposible concebirlo.

¿Y qué decir de Vanessa? ¿Qué clase de hombre dejaba que una mujer criara sola al hijo que habían traído juntos al mundo? ¿Habría amado ella a aquel hombre? Aquella pregunta lo asaltaba con excesiva frecuencia. El resultado de la experiencia era obvio: Vanessa miraba con recelo a los hombres. A él, al menos, pensó Zac torciendo el gesto mientras miraba dibujar a Michael. Con tanto recelo que llevaba toda la semana evitándolo.

Todos los días, entre las cuatro y cuarto y las cuatro y veinticinco, Zac recibía una llamada cordial. Vanessa le preguntaba si todo iba bien, le daba las gracias por ocuparse de Michael, y luego le pedía que hiciera subir a su hijo. Esa tarde, Michael le había dado un cheque esmeradamente escrito por valor de veinte dólares a cargo de la cuenta de Vanessa Anne Hudgens. Zac todavía lo llevaba, doblado en el bolsillo.

¿De veras creía Vanessa que iba a apartarse de su camino sin hacer ruido después de haberlo dejado noqueado? Zac no olvidaba su cuerpo apretado con el de él, ni el modo en que su recelo y sus inhibiciones se habían evaporado por un instante fugaz y sobrecogedor. Pretendía volver a experimentar aquella sensación otra vez, así como otras muchas que su incorregible imaginación no cesaba de conjurar. Si la señora Vanessa Hudgens creía que iba a retirarse caballerosamente, debía prepararse para una gran sorpresa.

Mike: No me salen los motores de retropropulsión -se quejó -. Nunca me quedan bien.

Zac dejó a un lado su trabajo, que había abandonado al dejarse llevar por sus cavilaciones acerca de Vanessa.

Zac: Déjame ver -tomó el cuaderno de dibujo que le había prestado a Michael-. Eh, no está mal -sonrió, absurdamente complacido al ver el boceto de la nave Desafío que había hecho el niño. Al parecer, las pocas indicaciones que le había dado habían calado hondo-. Tienes un don natural, Mike.

El niño se sonrojó de placer y luego volvió a fruncir el ceño.

Mike: Pero, mira, los cohetes y los motores de retropropulsión están mal. Tienen un aspecto ridículo.

Zac: Solo porque estás intentando definir los detalles demasiado pronto. Mira, primero los toques ligeros, los trazos -puso una mano sobre la del niño para guiarlo-. No te dé miedo equivocarte. Para eso están esas enormes gomas de borrar.

Mike: Tú no te equivocas -sacó la lengua entre los dientes e intentó que su mano se moviera con la misma ligereza que la de Zac-.

Zac: Claro que me equivoco. Este es el borrador número quince que gasto este año.

Mike: Tú eres el mejor dibujante del mundo -dijo mirándolo con fervor-.

Conmovido, Zac le removió el pelo.

Zac: Puede que esté entre los veinte mejores, pero gracias de todos modos -al oír el teléfono, sintió una extraña punzada de desilusión. El fin de semana había cambiado de pronto de significado: ya no podría estar con Michael. Habiendo vivido toda su vida sin responsabilidades, resultaba inquietante darse cuenta de que echaría de menos aquella en particular-. Debe de ser tu madre.

Mike: Me ha dicho que esta noche, como es viernes, podemos ir al cine. Podrías venir con nosotros.

Zac masculló algo incomprensible y levantó el teléfono.

Zac: Hola, Vanessa.

Ness: Zac, yo... ¿va todo bien?

Percibiendo algo extraño en su voz, Zac frunció el ceño.

Zac: Estupendamente.

Ness: ¿Te ha dado Michael el cheque?

Zac: Sí. Pero lo siento, aún no he tenido tiempo de cobrarlo.

Vanessa no estaba de humor para sarcasmos.

Ness: Bueno, gracias. Te agradecería que le dijeras a Michael que suba.

Zac: De acuerdo -titubeó-. ¿Un día duro, Vanessa?

Ella se llevó una mano a las sienes doloridas.

Ness: Un poco. Gracias por preguntar, Zac.

Zac: De nada -colgó, todavía con el ceño fruncido y, volviéndose hacia Michael, compuso una sonrisa-. Hora de transferir los efectivos, cabo.

Mike: ¡Señor, sí, señor! -hizo un saludo militar. El ejército intergaláctico que había dejado en casa de Zac toda la semana estaba guardado en su mochila. Tras una breve búsqueda, encontraron sus guantes y los guardaron encima de los muñecos de plástico. Michael recogió su abrigo y su gorro y se agachó para abrazar a Tas-. Adiós, Tas. Hasta luego -el perro farfulló una despedida y restregó el hocico contra el hombro de Michael-. Adiós, Zac -se acercó a la puerta, pero vaciló un momento-. Supongo que nos veremos el lunes.

Zac: Claro. Aunque, espera, creo que voy a subir contigo. Así le daré a tu madre un informe completo.

Mike: ¡Vale! -se animó al instante-. Te has dejado las llaves en la cocina. Iré por ellas -lo vio pasar a su lado como un tornado y regresar al cabo de un instante-. He sacado un sobresaliente en Lengua. Mamá se va a poner muy contenta cuando se lo diga. Seguro que nos deja beber un refresco.

Zac: Me parece un trato muy justo -salió del apartamento al lado de Michael-.


Vanessa oyó la llave de Michael en la cerradura y bajó el hatillo de hielo. Inclinándose hacia el espejo del baño, observó su cara y, al notar que empezaba a formarse un cardenal, masculló una maldición. Confiaba en contarle a Michael el incidente quitándole importancia antes de que apareciera alguna magulladura. Se tragó dos aspirinas y pidió al Cielo que se le pasara el dolor de cabeza.

Mike: ¡Mamá! ¡Eh, mamá!

Ness: Estoy aquí, Michael -hizo una mueca al oír su propio grito, pero compuso una sonrisa y fue a su encuentro-.

La sonrisa se desvaneció al ver que su hijo no estaba solo.

Mike: Zac ha subido a informar -dijo quitándose la mochila-.

Zac: ¿Se puede saber que te ha pasado? -se acercó a ella en dos zancadas. Tomó su cara entre las manos y la miró enojado-. ¿Estás bien?

Ness: Claro que sí -le lanzó una mirada de advertencia y se volvió hacia Michael-. Estoy bien.

El niño la miró fijamente, con los ojos como platos, y su mentón comenzó a temblar al ver el cardenal azul oscuro que tenía bajo el ojo.

Mike: ¿Te has caído?

Ella quiso mentirle y decirle que sí, pero nunca le había mentido.

Ness: No exactamente -forzó una sonrisa, molesta por la presencia de Zac-. Al parecer, en la estación del metro había un tipo que quería mi bolso. Pero yo también lo quería, claro.

Zac: ¿Te han atracado? -no sabía si insultarla o abrazarla y comprobar si estaba herida-.

Vanessa le lanzó una mirada larga y desafiante.

Ness: Algo así -se encogió de hombros-. Pero me temo que no ha sido nada emocionante. El metro estaba lleno. Alguien vio lo que ocurría y llamó a seguridad, así que el tipo cambió de idea respecto a mi bolso y salió corriendo.

Michael se acercó más a ella. No era la primera vez que veía un ojo morado. Joey Phelps había tenido uno una vez. Pero su madre, nunca.

Mike: ¿Te pegó?

Ness: No, en realidad, no. Eso fue más bien un accidente -un accidente que dolía horrores-. Estábamos con el tira y afloja del bolso, y se le escapó el codo. No me agaché lo bastante rápido, eso es todo.

Zac: Idiota -masculló-.

Mike: ¿Y tú le pegaste?

Ness: Claro que no -pensó con anhelo en el hatillo de hielo-. Anda, ve a sacar tus cosas de la mochila, Michael.

Mike: Pero quiero saber sí...

Ness: Haz lo que te digo -dijo con firmeza-.

Mike: Sí, señora -murmuró, y recogió la mochila del sofá-.

Vanessa aguardó hasta que se metió en su cuarto.

Ness: Quiero que sepas que no me agrada que te metas en esto.

Zac: Pues aún no has visto nada. ¿A ti qué demonios te pasa? ¿Cómo se te ha ocurrido pelearte con un atracador por el bolso? ¿Y si hubiera llevado una navaja?

Ness: No la llevaba -sintió que empezaban a temblarle las piernas, precisamente en el momento más inoportuno-. Y tampoco se llevó mi bolso.

Zac: Ni un ojo morado, supongo. Por el amor de Dios, Vanessa, podrías haber resultado gravemente herida, y no creo que lleves nada en el bolso que merezca tanto la pena. Las tarjetas de crédito se pueden cancelar, y puedes comprarte otra barra de labios.

Ness: Supongo que, si alguien intentara robarte la cartera, tú se la darías de mil amores.

Zac: Eso es distinto.

Ness: No, no lo es.

Él dejó de pasearse por la habitación y la miró fijamente. Tenía la cabeza alzada, la barbilla hacia fuera. Zac había visto aquel gesto en Michael varias veces. No lo sorprendía su terquedad, pero sí su mal genio y la admiración que le produjo. Pero, en ese momento, se recordó mirando de nuevo su pómulo tumefacto; nada de ello importaba.

Zac: Recapitulemos un momento. Por de pronto, no sé por qué te montas sola en el metro.

Ella dejó escapar un remedo de risa.

Ness: Supongo que estarás bromeando.

Lo curioso del caso era que Zac no recordaba haber dicho nunca algo tan estúpido. Lo cual lo hizo enfadarse consigo mismo.

Zac: Toma un taxi, maldita sea.

Ness: No voy a tomar ningún taxi.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Primero, porque es absurdo y, segundo, porque no puedo permitírmelo.

Zac se sacó el cheque del bolsillo y se lo puso en la mano.

Zac: Ahora ya puedes permitírtelo, y hasta puedes dejar propina.

Ness: No pienso aceptarlo -le tiró el cheque arrugado-. Ni pienso tomar un taxi pudiendo utilizar el metro, que es barato y rápido. Y desde luego no tengo intención de permitir que conviertas un pequeño incidente en una tragedia. No quiero que Michael se preocupe.

Zac: Bueno, pues entonces toma un taxi. Hazlo por él, si no quieres hacerlo por ti. Piensa en lo que habría sido de él si te hubiera pasado algo.

Ella palideció, y el cardenal de su mejilla pareció oscurecerse.

Ness: No necesito que ni tú ni nadie me dé lecciones sobre el bienestar de mi hijo.

Zac: No, es cierto, te portas muy bien con él. Es contigo misma con la que no te portas tan bien -se metió las manos en los bolsillos-. Está bien, no tomarás un taxi. Pero al menos prométeme que no te creerás Sally la Temeraria la próxima vez que algún ladrón decida que le gusta el color de tu bolso.

Vanessa se frotó los brazos por encima de la chaqueta.

Ness: ¿Es ese el nombre de uno de tus personajes?

Zac: Podría serlo -se dijo que debía calmarse. No solía perder los papeles fácilmente, pero, cuando empezaba a sulfurarse, podía estallar en cuestión de segundos-. Mira, Vanessa, ¿llevabas acaso los ahorros de toda tu vida en el bolso?

Ness: Por supuesto que no.

Zac: ¿Alguna reliquia familiar?

Ness: No.

Zac: ¿Algún microchip de vital importancia para la seguridad nacional?

Ella dejó escapar un suspiro, exasperada, y se sentó en el brazo del sofá.

Ness: No, me lo dejé en la oficina -hizo un mohín y volvió a mirarlo-. Ahora no me pongas esa sonrisita idiota.

Zac: Lo siento -puso una amplia sonrisa-.

Ness: Es que he tenido un día horrible -sin darse cuenta, se quitó el zapato y empezó a masajearse la planta del pie-. A primera hora de la mañana, el señor Rosen me echó un sermón acerca de la productividad, luego hubo reunión de personal y, finalmente, ese imbécil del cajero, que intentó ligar conmigo.

Zac: ¿Qué cajero?

Ness: Da igual -cansada, se frotó las sienes-. El caso es que las cosas fueron de mal en peor y que al final tenía ganas de arrancarle a alguien la cabeza de un mordisco. Y entonces ese idiota me tiró del bolso, y estallé. Por lo menos tengo la satisfacción de saber que cojeará unos cuantos días.

Zac: Con que le zurraste, ¿eh?

Vanessa se palpó cuidadosamente el ojo con las puntas de los dedos, sin abandonar aquel mohín.

Ness: Sí.

Zac se acercó y, agachándose junto a ella, observó la magulladura con curiosidad.

Zac: Se te va a poner muy morado.

Ness: ¿Tú crees? -se tocó de nuevo el moratón-. Esperaba que no se pusiera peor.

Zac: Ni lo sueñes. Vas a estar hecha un cuadro.

Ella pensó en las miradas curiosas y las explicaciones que tendría que dar en la oficina.

Ness: Fantástico.

Zac: ¿Te duele?

Ness: Sí.

Zac besó suavemente la magulladura antes de que ella pudiera retirarse.

Zac: Prueba con un poco de hielo.

Ness: Ya lo había pensado.

Mike: Ya he colocado mis cosas -estaba en el pasillo, mirándose los zapatos-. Tenía deberes, pero ya los he hecho.

Ness: Eso está muy bien. Ven aquí -siguió mirándose los zapatos mientras se acercaba a ella. Vanessa le puso los brazos alrededor del cuello y lo achuchó-. Lo siento.

Mike: Da igual. No quería que te enfadaras.

Ness: No me he enfadado contigo. Me he enfadado con el señor Rosen y con el hombre que intentó robarme el bolso, pero no contigo, mi niño.

Mike: Si quieres, te traigo un paño húmedo, como haces tú cuando me duela la cabeza.

Ness: Gracias, pero creo que lo que necesito es un baño caliente y un poco de hielo -le dio otro achuchón y entonces recordó algo-. Ah, pero si hoy teníamos planes, ¿no? Hamburguesa con queso y una película.

Mike: Podemos ver la tele, en vez de salir.

Ness: Bueno, ¿por qué no esperamos a ver qué tal me encuentro dentro de un rato?

Mike: He sacado un sobre en el control de Lengua.

Ness: Mi héroe -dijo riendo-.

Zac: ¿Sabes?, eso del baño caliente es buena idea -ya estaba haciendo planes-. ¿Por qué no empiezas y me prestas a Michael un rato?

Ness: Pero si acaba de llegar a casa.

Zac: Solo será un ratito -la tomó del brazo y la condujo hacia el cuarto de baño-. Pon burbujas en la bañera. Son fantásticas para la moral. Volveremos dentro de media hora.

Ness: Pero ¿adónde vais?

Zac: A hacer un recado. Mike puede acompañarme, ¿verdad, Mike?

Mike: Claro.

La idea de pasar media hora en la bañera resultaba tentadora.

Ness: Nada de chucherías. Falta muy poco para la cena.

Zac: Está bien, no comeré ninguna -le prometió empujándola hacia el baño, y, agarrando a Michael del hombro, regresó al cuarto de estar-. ¿Listo para emprender una misión, cabo?

Con los ojos brillantes, Michael hizo un saludo militar.

Mike: Listo, señor.


La combinación de hielo, baño caliente y aspirina tuvo éxito. Cuando el agua empezó a enfriarse, el dolor de cabeza de Vanessa se había disipado hasta convertirse en un leve aturdimiento. Estaba en deuda con Zac por permitirle pasar un rato a solas, pensó mientras se ponía unos vaqueros. El agua caliente no solo se había llevado el dolor: también había disipado su nerviosismo. En realidad, al examinar despacio su ojo morado, se sintió muy orgullosa de sí misma. Zac tenía razón: las burbujas eran excelentes para levantar la moral.

Se cepilló el pelo, preguntándose si Michael se enfadaría si dejaban el cine para otro día. A pesar del baño caliente, no le apetecía nada encarar de nuevo el frío de la calle para sentarse en un cine abarrotado. Pensó que tal vez se diera por satisfecho con una sesión de tarde al día siguiente. Tendría que variar un poco sus planes, pero, después de la semana que había pasado, la idea de pasar una noche tranquila en casa, aunque tuviera que hacer la colada después de la cena, le parecía mucho más apetecible.

Qué semana tan espantosa, pensó mientras se ponía las pantuflas. Rosen era un tirano y el cajero un plasta. Los cinco días anteriores, había pasado casi tanto tiempo aplacando a uno y quitándose de encima al otro como tramitando préstamos. El trabajo no le daba miedo, pero le crispaba los nervios tener que dar cuenta de cada minuto de su tiempo. Sin embargo, no era nada personal de eso se había dado cuenta el primer día. Rosen era igual de insoportable con todo el mundo.

Y ese idiota de Cummings... Vanessa procuró quitarse de la cabeza la imagen del pegajoso cajero y se sentó al borde de la cama. Ya había superado las dos primeras semanas. Se tocó cuidadosamente el pómulo. Las cicatrices lo demostraban. En adelante, todo sería más fácil. Ya no sufriría el estrés de tener que familiarizarse con tantas caras nuevas. Y lo mejor de todo era que no tenía que preocuparse por Michael.

Aunque no quisiera admitirlo delante de nadie, cada día de esa semana había creído que Zac iba a llamarla para decirle que Michael le causaba demasiadas molestias, que había cambiado de idea y que estaba cansado de pasarse las tardes con un crío de nueve años. Pero el caso era que, cada tarde, cuando subía a casa, Michael tenía mil historias que contarle acerca de Zac, de Tas y de todo lo que hacían.

Zac le había enseñado una serie de bocetos para el número especial de aniversario. Habían llevado a Tas al parque. Habían visto la versión original, sin cortar, de King Kong. Zac le había enseñado su colección de cómics, que incluía los primeros números de Superman y de Cuentos desde la cripta, número que, como todo el mundo sabía, tenían un valor prácticamente incalculable. ¿Y sabía acaso ella que Zac tenía en su poder el auténtico anillo transmisor del Capitán Medianoche? ¡Guau!

Vanessa hizo girar los ojos y puso una mueca al sentir una punzada de dolor. Zac tal vez fuera raro, pero no había duda de que hacía feliz a Michael. Todo iría bien mientras siguiera pensando en él como en el amigo de su hijo y olvidara el repentino e inexplicable vínculo que había surgido entre ellos el fin de semana anterior.

Vanessa prefería pensar en ello como en un vínculo fortuito, aunque tal vez Zac lo hubiera llamado de otro modo. Atracción, química, pasión... No, ella no usaría ninguno de aquellos términos, ni pensaría en la reacción inmediata e irrefrenable que le había provocado su abrazo. Sabía lo que había sentido. Era demasiado honesta como para negar que, por un instante, se había dejado llevar, embriagada, por el placer de sentirse deseada. No tenía por qué avergonzarse de ello. Cualquier mujer que llevara tanto tiempo sola como ella sentiría cierto hormigueo al hallarse tan cerca de un hombre atractivo. Pero, entonces, ¿por qué Cummings no le producía aquel hormigueo?

«No contestes a esa pregunta», se advirtió. A veces era preferible no ahondar demasiado, no fuera a ser que no le gustara la respuesta.

«Piensa en la cena», se dijo. El pobre Michael tendría que conformarse con una sopa y un sándwich en vez de su ansiada hamburguesa con queso. Suspirando, se levantó al oír que se abría la puerta.

Mike: ¡Mamá! ¡Mamá, ven a ver qué sorpresa!

Vanessa procuró componer una sonrisa, aunque no sabía si podría soportar más sorpresas ese día.

Ness: Mike, ¿le has dado a Zac las gracias por...? ¡Oh! -de pronto vio que Zac también había vuelto, y sin darse cuenta empezó a estirarse el jersey. Michael y él estaban junto a la puerta, sonriendo. Michael llevaba dos bolsas de papel y Zac sostenía lo que se parecía sospechosamente a un vídeo con los cables colgando-. ¿Qué es todo eso?

Zac: La cena y una sesión doble. Mike me ha dicho que te gustan los batidos de chocolate.

Ness: Sí, claro -al fin sintió el aroma. Husmeando, miró atentamente las bolsas de Mike-. ¿Hamburguesas con queso?

Mike: Sí, Y patatas. Zac dijo que podíamos pedir ración doble. Y hemos sacado a Tas a dar un paseo. Está abajo, comiendo.

Zac: Tiene muy malos modales en la mesa -puso el vídeo sobre el televisor de Vanessa-.

Mike: Y yo he ayudado a Zac a desenchufar el vídeo. Hemos traído En busca del arca perdida. Zac tiene montones de películas.

Zac: Mike dice que te gustan los musicales.

Ness: Bueno, sí, pero...

Mike: También hemos traído un musical -dejó las bolsas en el suelo y se sentó con Zac en el suelo-. Zac dice que es muy divertida, así que supongo que estará bien -puso una mano sobre la pierna de Zac y se inclinó hacia delante para mirar el enchufe-.

Zac: Cantando bajo la lluvia -le dio a Michael un cable y se apartó para que lo enchufara-.

Ness: ¿De veras?

Él sonrió. A veces, Vanessa era igual que su hijo.

Zac: Sí. ¿Qué tal tu ojo?

Ness: Mejor -incapaz de resistirse, se acercó a mirar-.

Qué extraño era ver las manitas de su hijo junto a las de un hombre.

Zac: Está un poco apretujado, pero cabe justo debajo de la tele -apretó suavemente el hombro de Michael y se levantó. Poniendo un dedo bajo la barbilla de Vanessa, le giró la cara para mirarle el ojo-. Vaya, qué colorcillo tiene. En fin, Mike y yo pensamos que, como estabas un poco hecha polvo, era mejor traerte la película a casa.

Ness: Sí, estoy un poco cansada. Gracias -le tocó un momento la muñeca-.

Zac: De nada -él se preguntó cuál sería su reacción, y la de Michael, si la besaba en ese momento-.

Vanessa pareció darse cuenta, pues se apartó rápidamente.

Ness: Bueno, será mejor que traiga unos platos o la comida se quedará fría.

Zac: Tenemos montones de servilletas -señaló el sofá-. Siéntate mientras mi ayudante y yo acabamos.

Mike: Ya está -sofocado por la emoción, retrocedió a gatas-. Ya lo he enchufado todo.

Zac se agachó para comprobar las conexiones.

Zac: Es usted un mecánico de primera, cabo.

Mike: Primero vamos a ver En busca del arca perdida, ¿no?

Zac: Ese era el trato -le dio la cinta-. Tú estás al mando.

Ness: Parece que tengo que darte las gracias otra vez -dijo cuando Zac se sentó junto a ella en el sofá-.

Zac: ¿Por qué? Esta noche me apetecía entrometerme en tu cita con Mike -sacó una hamburguesa de la bolsa-. Esto es más barato.

Ness: La mayoría de los hombres no querrían pasar un viernes por la noche con un niño pequeño.

Zac: ¿Por qué no? -dio un buen mordisco y, tras tragárselo, continuó-. Me imagino que no se comerá ni la mitad de sus patatas. Así que yo me comeré el resto.

Michael dio un salto y se sentó entre ellos. Lanzó un teatral suspiro de satisfacción y se arrellanó en el sofá.

Mike: Esto es mejor que salir. Muchísimo mejor.

Tenía razón, pensó Vanessa mientras, relajándose, se dejaba atrapar por las aventuras de Indiana Jones. En otro tiempo, había creído que la vida podía ser así de emocionante, de romántica y de sobrecogedora. Y, aunque las circunstancias la habían obligado a dejar a un lado aquellas cosas, nunca había perdido su afición por las películas de aventuras. Durante un par de horas, era posible cerrar la puerta a la realidad y a las presiones que conllevaba y volver a tener ilusiones.

Michael tenía los ojos brillantes y parecía lleno de energía al cambiar de cinta. Vanessa comprendió que, esa noche, sus sueños girarían en torno a tesoros perdidos y hazañas heroicas. Acurrucado a su lado, el niño se rió de las travesuras y batacazos de Donald O'Connor, pero empezó a dar cabezadas en cuanto Gene Kelly empezó a bailar bajo la lluvia.

Zac: Fantástico, ¿eh? -murmuró. Michael se había movido de modo que tenía la cabeza apoyada sobre su pecho-.

Ness: Sí. Nunca me canso de ver esta película. De pequeña, la veíamos siempre que la ponían en la tele. Mi padre es un fanático del cine. Puedes citarle casi cualquier película, y te dirá el reparto. Pero, sobre todo, le gustan los musicales.

Zac guardó silencio de nuevo. Hacía falta muy poco para conocer los sentimientos de una persona hacia otra: una simple inflexión de la voz, una leve dulcificación de la expresión... Los padres de Vanessa habían sido cariñosos con ella. Él, en cambio, lamentaba no poder decir lo mismo de los suyos. Su padre nunca había compartido su amor por la literatura fantástica ni por el cine, y él siempre se había sentido ajeno a la devoción de su padre por los negocios. Aunque nunca se había considerado un niño solitario, pues su imaginación era compañía suficiente, siempre echaría de menos el calor y el afecto que había percibido en la voz de Vanessa al hablar de su padre.

Cuando comenzaron los créditos, se volvió de nuevo hacia ella.

Zac: ¿Tus padres viven en la ciudad?

Ness: ¿Aquí? No, qué va -se echó a reír al imaginárselos enfrentándose al ritmo de vida de Nueva York-. No, yo crecí en Rochester, pero mis padres se fueron al sur hace casi diez años. A Fort Worth. Mi padre trabaja en un banco y mi madre trabaja media jornada en una librería. Nos quedamos todos atónitos cuando se puso a trabajar. Supongo que creíamos que no sabía hacer nada más que cocinar y planchar.

Zac: ¿Cuánto sois?

Vanessa suspiró ligeramente mientras la pantalla quedaba en blanco. No recordaba cuánto tiempo hacía que no pasaba una velada tan agradable.

Ness: Tengo un hermano y una hermana. Yo soy la mayor. Luke vive en Rochester con su mujer, que está esperando un hijo, y July está en Atlanta. Es locutora de radio.

Zac: ¿En serio?

Ness: «Despierta, Atlanta. Son las seis de la mañana, hora de tres éxitos encadenados» -se echó a reír al pensar en su hermana-. Me encantaría ir a verlos con Mike.

Zac: ¿Los echas de menos?

Ness: Es duro pensar lo dispersos que estamos todos. Sé que a Mike le vendría bien tener más familia cerca.

Zac: ¿Y a Vanessa?

Ella lo miró, y pensó sorprendida que no le resultaba extraño ver a Michael dormida sobre su regazo.

Ness: Yo tengo a Mike.

Zac: ¿Y con eso te basta?

Ness: Me sobra -sonriendo, descruzó las piernas y se levantó-. Y, hablando de Mike, creo que será mejor llevarlo a la cama.

Zac tomó al niño y lo colocó sobre su hombro.

Zac: Yo lo llevaré.

Ness: Oh, no te preocupes. Estoy acostumbrada.

Zac: Ya lo tengo -Michael apoyó la cara junto a su cuello. Qué extraña sensación, pensó Zac, enternecido-. ¿Dónde es?

Vanessa lo condujo a la habitación de Michael, diciéndose a sí misma que era absurdo sentirse violenta. La cama estaba hecha a la manera de Mike, o sea, que la colcha de La guerra de las galaxias estaba estirada sobre las sábanas arrugadas. Zac estuvo a punto de pisar un robot de juguete y un viejo perro de peluche. Junto a la cómoda había un flexo que se quedaba encendido toda la noche, pues, a pesar de sus bravatas, a Michael seguía dándole cierto miedo lo que podía haber en el armario.

Zac lo acostó en la cama y ayudó a Vanessa a quitarle los zapatos.

Ness: No hace falta que te molestes -desató con destreza uno de los cordones-.

Zac: No es molestia. ¿Le pones pijama? -ya estaba quitándole los vaqueros a Michael. Sin decir nada, Vanessa se acercó a la cómoda y sacó el pijama favorito de Michael. Zac estudió el estampado de colores chillones del Comandante Zark-. Qué bonito. Es un fastidio que no los hagan de mi talla.

Ella se rió suavemente, y de pronto se sintió más relajada. Le puso la parte de arriba del pijama a Michael mientras Zac le ponía los pantalones.

Zac: Este niño duerme como una marmota.

Ness: Sí, desde siempre. Rara vez se despierta de noche, ni siquiera cuando era bebé -como de costumbre, recogió el perrito de trapo, lo puso junto a Michael y le dio un beso en la mejilla-. No le digas nada de Fido -susurró-. Se enfada si alguien se entera de que todavía duerme con él.

Zac: Hay que ver -dejándose llevar por un impulso, le pasó una mano por el pelo-. Es muy especial, ¿verdad?

Ness: Sí, lo es.

Zac: Igual que tú -se dio la vuelta y le acarició el pelo-. No te cierres a mí, Vanessa -dijo al ver que ella apartaba la mirada-. El mejor modo de aceptar un cumplido es decir gracias. Inténtalo, anda.

Más turbada por su propia reacción que por las palabras de Zac, ella se obligó a mirarlo.

Ness: Gracias.

Zac: Es un buen comienzo. Ahora, intentémoslo otra vez -la rodeó con los brazos-. Llevo casi una semana pensando en besarte otra vez.

Ness: Zac, yo...

Zac: ¿Se te ha olvidado el diálogo? -ella había subido las manos hasta sus hombros para apartarlo. Pero Zac prefirió concentrarse en el mensaje que veía en sus ojos-. Eso era otro cumplido. No tengo la costumbre de pasarme el día pensando en una mujer que hace cuanto puede por evitarme.

Ness: No es eso... exactamente.

Zac: No importa. Ya me imagino que será porque cuando me tienes cerca, no puedes controlarte.

Ella lo miró fijamente.

Ness: Eres muy vanidoso.

Zac: Gracias. En fin, intentémoslo de otro modo -mientras hablaba, subía y bajaba la mano por su espalda-. Bésame y, si esta vez no estallan los cohetes, sabré que me he equivocado.

Ness: No -sin embargo, no logró reunir fuerzas para apartarse-. Michael está...

Zac: Dormido como un tronco, ¿recuerdas? -besó muy suavemente la hinchazón bajo su ojo-. Y, aunque se despierte, no creo que tenga pesadillas por verme besando a su madre.

Ella fue a decir algo, pero los labios de Zac sofocaron sus palabras. La besó con paciencia. Hasta con ternura. Sin embargo, los cohetes volvieron a estallar. Sintiendo que el suelo temblaba bajo sus pies, Vanessa se aferró a sus hombros.

Era increíble. Imposible. Pero el deseo estaba allí, abrasador e inmediato. Ninguno de los dos había sentido antes un ansia tan intensa. Una vez, siendo todavía muy joven, Vanessa había visto un destello de lo que podía ser la verdadera pasión. Pero aquel destello se apagó al instante y ella llegó a creer que, como muchas otras cosas, aquellas pasiones eran solo temporales. Sin embargo, aquello... aquello parecía eterno.

Zac creía saber cuánto había que saber sobre las mujeres. Pero Vanessa le estaba demostrando lo contrario. Mientras se sentía deslizarse por aquel suave y cálido túnel de deseo, se dijo que no debía precipitarse ni pedir demasiado. Dentro de Vanessa había un huracán reprimido y canalizado durante mucho, mucho tiempo. Al abrazarla por primera vez, se había dado cuenta de que él tenía que liberar aquella energía. Pero muy despacio. Cautelosamente. Aunque ella no lo supiera, era tan vulnerable como el niño que dormía junto a ellos.

Vanessa hundió los dedos entre su pelo y lo atrajo hacia sí un poco más. Por un instante, Zac la apretó con fuerza contra su cuerpo y dejó que ambos saborearan lo que los aguardaba.

Zac: Cohetes, Vanessa -trazó la forma de su oído con la lengua y ella se estremeció-. La ciudad está en llamas.

Sintiendo su boca ardiente, ella lo creyó.

Ness: Tengo que pensar.

Zac: Sí, puede que sí -pero la besó otra vez-. Puede que los dos tengamos que pensar -bajó las manos por su cuerpo ávidamente-. Pero tengo la sensación de que llegaremos a la misma conclusión -ella se apartó, estremecida. Y tropezó con el robot. El ruido no perturbó el sueño de Michael-. ¿Sabes que te tropiezas con algo cada vez que te beso? -tenía que irse en ese momento, o no se iría-. Vendré a recoger el vídeo otro día.

Ella asintió, exhalando un leve suspiro de alivio. Temía que le pidiera que se acostara con él, y no estaba segura de cuál habría sido su respuesta.

Ness: Gracias por todo.

Zac: Vaya, estás aprendiendo -le acarició la mejilla con un dedo-. Cuida ese ojo.

Vanessa permaneció junto a la cama de Michael hasta que oyó cerrarse la puerta. Luego, sentándose, puso una mano sobre el hombro de su hijo dormido.

Ness: Oh, Mike, ¿dónde me he metido?




Tienes a un tio bueno loco por ti y que adora a tu hijo, ¿¡qué narices tienes que pensar!? 😆

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Zac es muuuy bueno
Vanessa deberia aprovechar de eso
Me encanto el capitulo
Siguela pronto

Saludos

Lu dijo...

Me encanto el capítulo.
Fue muy tierno!!


Sube pronto

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