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martes, 1 de agosto de 2017

Capítulo 31


1998

La noche de guardia de Zac acababa de empezar cuando recibió una llamada. Descolgó el teléfono de la mesa del escritorio de uno de los ayudantes, se levantó y fijó la mirada en la ventana. Estaba a punto de estallar una tormenta.

Zac: Policía Efron.

**: Soy yo, hermano -le saludó una voz familiar-. Por fin estoy en casa.

Zac: Derek.

Zac cerró los ojos y dio gracias a Dios. Por fin había vuelto Derek. Después del accidente del que se había derivado la falsa noticia de su muerte, habían enviado a Derek a un centro de recuperación en Alemania. Allí había sido intervenido en varias ocasiones para salvarle el ojo, pero no había sido posible. Le habían trasladado a Walter Reed y al final le habían licenciado con todos los honores.

Derek: Sí, soy yo. Otros me llaman «el hombre con suerte».

Zac advirtió la amarga ironía que escondían sus palabras. Derek había perdido mucho aquella noche. A sus hermanos de armas, a los que quería con fiereza, y el ojo derecho. Como era de esperar, aquel incidente le había cambiado de forma irrevocable y había hecho aparición una dureza y una cautela que se ponían de manifiesto en sus escasas llamadas y mensajes electrónicos.

Zac: ¿Dónde estás?

Derek: Estoy en Kingston, en la estación. El próximo tren sale dentro de una hora. Necesito ir a Avalon. Quiero darle una sorpresa a una chica, ¿sabes? Le encantan las sorpresas.

A Zac se le secó la boca. Lo que había pasado entre Vanessa y él la noche que creían que Derek había muerto había sido un gran error. La tristeza había hecho trizas todas sus defensas, pero eso no era una excusa suficiente. Y lo peor de todo era que volvería a hacerlo otra vez si tuviera oportunidad, aunque le devorara la culpa cada vez que pensaba en ello.

Hasta aquella noche no era consciente de que el sexo pudiera ser algo tan poderoso. Y tampoco de lo importante o lo devastador que era cuando a uno se lo arrebataban. Sin embargo, había renunciado voluntariamente a él. En el instante en el que Derek había llamado a la mañana siguiente, el sentimiento de culpa se había apoderado tanto de Vanessa como de él y desde entonces habían intentado evitarse. Ninguno de ellos sabía si Derek se había dado cuenta de lo que había pasado, pero a ambos les perseguía una terrible sospecha. Habían traicionado a su amigo de la peor de las maneras.

Derek: ¿Bueno, qué dices? -le provocó-.

Zac: ¿Has estado bebiendo, Derek?

Derek: Soy un soldado. Un veterano. Un veterano tuerto. Claro que he estado bebiendo. ¿Por qué no te das una vuelta por aquí y me llevas a Avalon?

Hacer un viaje de más de cincuenta kilómetros era mucho más que «dar una vuelta». Zac miró a su alrededor.

Zac: Estoy de servicio. Tengo que pedirle permiso al sargento...

Derek: Vamos, Zac -insistió-. Tienes el coche patrulla, puedes venir perfectamente hasta aquí...

Zac: Espera un momento y lo preguntaré.

Derek: ¿Desde cuándo tiene que pedir permiso para nada el gran Zac Efron? -preguntó en tono beligerante-. Normalmente siempre haces lo que te apetece -se interrumpió y añadió-. ¿Sabes una cosa? No necesito que me lleves a ninguna parte. No importa.

Zac: Derek...

Derek: Hasta luego -respondió, y colgó el teléfono-.

Zac miró el auricular con el ceño fruncido. Aquella conversación le había dejado incómodo. Estuvo a punto de acercarse a casa de Vanessa para avisarla, pero decidió no hacerlo. Derek quería darle una sorpresa y Zac no se la iba a arruinar. Muy bien, pensó. Encontraría la forma de ir a buscar a Derek.

Sin embargo, segundos después recibieron una llamada en la comisaría y le ordenaron acercarse a hacer una visita a un domicilio. Un hombre había llamado para alertar de una discusión en casa de sus vecinos, algo que ocurría con frecuencia. Sin embargo, cuando al leer el informe descubrió que el aviso era del vecino de Grady Taylor, se dirigió hacia allí a toda velocidad. Taylor era un hijo de perra cuando bebía y había niños en esa casa. Zac odiaba a los tipos que pegaban a sus mujeres y a sus hijos. Los odiaba con una rabia que le hacía más peligroso que cualquier borracho con ganas de pegar.

Condujo a toda velocidad hacia allí. Llegó al edificio y subió un tramo de escaleras. Al parecer, la discusión todavía continuaba. Llegaban hasta él las voces de un adulto y de un adolescente. Llamó con la porra y la puerta se abrió casi inmediatamente.

Grady: ¿Algún problema, oficial?

Grady Taylor no tenía la imagen de un hombre violento. Iba vestido con un traje impecable y llevaba el nudo de la corbata aflojada. Pero Zac no se dejaba engañar. Él veía la violencia en el brillo de sus ojos, en su pelo ligeramente revuelto y en los nudillos enrojecidos de su mano derecha.

Zac: Supongo que eso tengo que preguntárselo a usted -dijo mirando por encima de Taylor-.

En el fondo de la habitación había un adolescente larguirucho con el típico atuendo de un cantante de hip-hop: una camiseta enorme y pantalones caídos con cadenas en los bolsillos. El chico se estaba limpiando la boca con el dorso de la mano. Cuando vio a Zac observándole, se volvió como si se avergonzara.

Grady: No hay ningún problema -respondió amigablemente-. Mi chico y yo acabamos de tener un pequeño desacuerdo. Cosas de adolescentes, ya sabe.

Sí, cosas de adolescente, ¿pero de verdad esperaba que él se limitara a asentir y se marchara?

Zac: Parece que el desacuerdo ha sido con su puño.

Grady: Eso no es asunto suyo -le espetó-. Dios mío, ¿cuántos años tiene usted? ¿Veinte? No tiene ni idea de lo que es educar a un niño, intentando mantenerlo a salvo de...

Zac: Aquí no está a salvo -le hizo un gesto al niño-. Te diré lo que vamos a hacer, ven conmigo, daremos una vuelta y así tendrás oportunidad de tranquilizarte.

El chico no necesitó que se lo dijeran dos veces. Agarró el abrigo y corrió hacia la puerta mientras se lo ponía.

Grady: No te atrevas a poner un pie fuera de esta casa -le advirtió con voz amenazadora-. Porque te juro por Dios que yo...

Zac: ¿Qué usted qué?

En un arrebato de furia, Zac acercó la porra a la garganta de Taylor, obligándole a pegarse contra la puerta. «Tú presiona»; pensaba en silencio, «presiona un poco más y verás cómo acabas».

El rostro de Taylor enrojecía por el esfuerzo que estaba haciendo éste para respirar.

**: Papá -dijo el niño-, papá...

Aquella voz puso freno a la furia de Zac que retrocedió y aflojó la presión. Maldita fuera, había estado a punto de... Taylor se dejó caer contra el marco de la puerta. Zac se volvió hacia el niño, que parecía haberse olvidado de la herida que tenía en el labio. Un hilo de sangre descendía por su barbilla y miraba asustado, pero no a su padre, sino a Zac.

Zac: Vamos. Te llevaré a casa de un amigo o de algún pariente, ¿de acuerdo? Todo saldrá bien.

El niño continuó en silencio mientras salían en medio de la lluvia y corrían al coche patrulla. Zac informó de lo ocurrido y le tendió al niño un paquete de pañuelos de papel para que se limpiara la boca. El niño alzó la mirada hacia el apartamento con expresión preocupada. Los niños eran increíblemente leales hacia sus padres, por monstruosos que éstos fueran. Después, le dio la dirección de un amigo y le dijo que podía pasar allí la noche. Zac puso el coche en marcha y los dos continuaron en un tenso silencio.

Le había asustado, pensó Zac, enfadado consigo mismo.

Después de dejar al niño en casa de su amigo, pensaba ir a buscar a Derek, pero justo cuando estaba poniendo el coche en marcha, sonó el monitor de radio anunciando un accidente: había chocado un Mustang último modelo contra un tren en el tramo de vía que cruzaba Avalon, a sólo unas manzanas de la casa de Zac. Las ambulancias ya se dirigían hacia allí.

Antes de llegar, Zac tuvo una premonición. La sentía como si tuviera un bloque de hielo en el estómago. De alguna manera, lo supo antes de ver el artificial resplandor de las luces de las ambulancias, de ver el coche destrozado, el humo y las chispas que volaban en medio de la noche mientras los bomberos rescataban a la víctima. Incluso antes de abrirse camino entre los miembros del equipo de urgencias y mirar a la víctima, en cuyos ojos se adivinaba la estupefacción más allá del dolor. Estaban atando a Derek en una estrecha camilla y tenía el rostro blanco como el papel.

A Zac se le cayó el corazón a los pies. Derek. Tenía tanta prisa que al final había pedido prestado un coche, o lo había alquilado, para ir a ver a Vanessa. Zac había sido un estúpido al pensar que esperaría la llegada del tren. Sí, había sido una estupidez. Debería haberlo sabido y, tuviera trabajo o no, tendría que haberlo dejado todo para ir a buscar a su amigo.

Zac: Derek -dijo, caminando al lado de los dos camilleros-. Derek, soy yo. ¿Me oyes?

Derek intentó abrir los ojos. Había sangre por todas partes, más sangre de la que Zac había visto jamás en su vida, una sangre oscura como una marea negra que iba mezclándose y aclarándose con el agua de la lluvia.

**: ¿Lo conoce? -le preguntó uno de los miembros del equipo de emergencias-.

Su mirada le indicó que debía prepararse para lo peor.

Zac: Sí -alargó la mano hacia su amigo, pero no había manera de tocarle. Había tubos y sangre por todas partes-. Maldita sea, Derek. Mira cómo estás.

Derek hizo una mueca.

Derek: Zac, lo siento...

Zac: Eh, no lo sientas -hablaba por encima de la actividad de los médicos que atendían a su amigo. Se sentía enfermo, pero consiguió sonreír-. Vas a salir de ésta, Derek. Estos tipos te van a ayudar.

Hubo algo en la sonrisa de Derek que era imposible de describir con palabras, un resplandor casi. Era evidente que Derek sabía que iba a morir.

Derek: Dile a Vanessa... -y entornó los ojos-.

Zac: Derek...

Volvió a fijar la mirada. Movía la boca, pero no conseguía emitir ni uno solo sonido. Entornó de nuevo los ojos.

Zac: Vanessa lo sabe, Derek. Te juro que yo...

De pronto, algo cambió. Derek se estremeció bruscamente.

Zac: Maldita sea -gritó-. ¡Hagan algo! ¿Es que no pueden hacer nada?


Vanessa se sobresaltó cuando llamaron a la puerta. Era poco antes de las nueve. Su abuela acababa de sentarse frente al televisor y Vanessa llevaba uno de sus pijamas más feos. Agarró una sudadera, un poco avergonzada. Sólo eran las nueve y ella ya estaba en pijama, como si fuera una niña. Muchas otras chicas de su edad estarían en aquel momento tomando una copa, o en casa, cuidando a sus hijos. Sospechaba que ella era la única chica de su edad que en ese momento estaba en pijama, con una taza de manzanilla en la mano y a punto de ver una reposición de Buffy cazavampiros con su abuela.

Se puso la sudadera y abrió la puerta. Allí estaba Zac, con la gorra de policía bajo el brazo, los hombros cuadrados y la barbilla ligeramente erguida, en una pose militar. A Vanessa le dio un vuelco el corazón.

Ness: ¿Zac?

Zac entró en la casa y Vanessa vio algo que no había visto jamás: estaba a punto de derrumbarse. Tenía el rostro blanco como el papel y los ojos rojos. Las manos le temblaban. El cuerpo entero le temblaba.

Zac: Es Derek.

Ness: ¿Derek? Pero si Derek está en Washington, en Walter Reed. Pensaba ir a verle el próximo fin de semana.

Zac: Le licenciaron -se aclaró la garganta-. Venía hacia aquí para verte y ha tenido un accidente.

La mente de Vanessa intentó aferrarse inmediatamente a la esperanza. Era una falsa alarma. Había ocurrido una vez y podía ocurrir otra. Alguien le había dado a Zac una información equivocada. Si era capaz de cerrar los ojos y creérselo ella misma, todo saldría bien. Pero sus ojos, traicionando toda posible esperanza, permanecían abiertos, viendo la verdad estampada en la sangre que cubría el uniforme de Zac, su piel, sus uñas... Era evidente que había intentado limpiársela. Olía a jabón, pero no había servido de nada. Aquella vez, Derek se había ido para siempre.

Comenzó a inclinarse, las rodillas ya no eran capaces de sostenerla. Zac la abrazó para ayudarla a levantarse. Le hablaba y, mientras lo hacía, parecía una persona diferente. Alguien que estaba casi tan mal como Derek. Vanessa veía cómo se movían sus labios mientras le explicaba lo que había pasado. Podía, incluso, oír sus palabras. Derek se había montado en el primer tren que salía de Nueva York y después había tomado el expreso a Kingston. Una vez allí, había alquilado un coche para hacer el resto del trayecto hasta Avalon. Quería darle una sorpresa.

Una sorpresa.




Zac debe de sentirse fatal... 😡
Pobrecita Ness...

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Wow... y asi fue como murió.
Pobre Zac, por eso pensara que es su culpa por no poder ir a buscarlo.
Me gusto el capitulo de hoy, ya quiero saber como sigue.


Sube pronto :)

Maria jose dijo...

Que triste
Pobre zac no me imagino como
Se debe sentir
Ya sabemos como derek murio
Siguela pronto
Ya amo esta novela



Saludos

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