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viernes, 1 de septiembre de 2017

Capítulo 8


Zac tomó la cara de Vanessa entre sus manos y la sintió temblar. Al rozarse sus labios, la oyó suspirar y supo que siempre recordaría aquel instante, su rendición, su deseo, su vulnerabilidad.

La casa estaba en silencio. Zac deseó poder ofrecerle música. El olor de las rosas que ella había puesto en el jarrón palidecía junto a la fragancia a jardín que le parecía que emanaba de ella. La lámpara difundía una luz intensa. Zac no habría preferido los secretos de la oscuridad, pero sí la misteriosa luz de las velas.

¿Cómo podía explicarle que, lo que estaban a punto de darse el uno al otro, no era algo insignificante ni ordinario? ¿Cómo podía hacerle comprender que llevaba toda la vida esperando aquel momento? No sabía si daría con las palabras justas, ni si esas palabras tocarían el corazón de Vanessa. Así pues, tendría que demostrárselo.

Sin dejar de besarla, la levantó en sus brazos. Ella dejó escapar un leve gemido de sorpresa, pero se abrazó a su cuello.

Ness: Zac...

Zac: Como caballero blanco, no valgo mucho -la miró sonriendo inquisitivamente-. Pero, por esta noche, fingiremos lo contrario.

Parecía un héroe, fuerte e increíblemente dulce. Las pocas dudas que aún tenía Vanessa se desvanecieron por completo.

Ness: No necesito un caballero blanco.

Zac: Esta noche, yo quiero serlo para ti -la besó una vez más antes de llevarla al dormitorio-.

Una parte de él la deseaba hasta tal punto, que el deseo de tumbarla sobre la cama y cubrirla con su cuerpo le causaba dolor. Había veces en que el amor se desataba veloz, incluso violento. Zac lo sabía y sabía que Vanessa lo entendería. Pero la dejó de pie en el suelo, junto a la cama, y la tomó de la mano, apartándose un poco.

Zac: La luz.

Ness: Pero...

Zac: Quiero verte, Vanessa.

Era absurdo sentir vergüenza. Ella sabía que sería un error permitir que aquel instante pasara en la oscuridad, indiferenciadamente. Estiró un brazo hacia la lámpara de la mesita de noche y la encendió.

La luz los inundó de pronto, sorprendiéndolos a ambos de pie, tomados de la mano, mirándose a los ojos. Vanessa sintió que el pánico volvía a asaltarla, llamando a golpes a su corazón y a su cabeza. Entonces él la tocó, y el ruido cesó. Zac le quitó los pendientes y, al dejarlos sobre la mesita de noche, el metal tintineó suavemente sobre la madera. Vanessa se sofocó como si, de un solo gesto, Zac la hubiera desnudado por completo. Él fue a desabrocharle el cinturón, pero se detuvo al ver que las manos de Vanessa se dirigían, trémulas, hacia el suyo.

Zac: No te haré daño.

Ness: Lo sé.

Ella apartó las manos. Zac le desabrochó el cinturón y lo dejó caer al suelo. Al besarla de nuevo, Vanessa le rodeó la cintura con los brazos y se dejó llevar por el deseo.

Aquello era lo que quería. No podía mentirse a sí misma, ni buscar excusas. Por una noche, quería pensar y que pensaran en ella solamente como mujer. Sentirse deseada, dar placer, causar asombro. Cuando sus bocas se separaron, se encontraron sus ojos. Y ella sonrió.

Zac: Estaba esperando eso -poseído por un placer tan intenso que apenas podía describirlo, acercó un dedo a sus labios-.

Ness: ¿El qué?

Zac: Que sonrieras cuando te beso -acercó la mano a su cara-. Intentémoslo otra vez.

Esta vez, el beso se hizo más profundo y pareció rozar territorios ignotos. Vanessa alzó las manos hasta los hombros de Zac y, deslizándolas por ellos, rodeó su cuello. Él sintió el contacto de sus dedos, tímido al principio, más confiado después.

Zac: ¿Todavía tienes miedo?

Ness: No -sonrió de nuevo-. Sí, un poco. No sé... -apartó la mirada, y él hizo que volviera a mirarlo-.

Zac: ¿Qué?

Ness: No sé qué hacer. Lo que te gusta.

Zac se sintió vencido y asombrado por sus palabras. Había dicho que ella le importaba, y era cierto. Pero, en ese instante, su corazón, que había estado vacilando al filo de un abismo, se precipitó sin remedio en el amor.

Zac: Vanessa, me dejas sin palabras -la atrajo hacia sí con fuerza, sosteniéndola entre sus brazos-. Esta noche, haz lo que te apetezca. Todo irá bien.

Él empezó por besarle el cabello, absorbiendo aquel olor que tanto lo atraía. Ya no era necesaria la seducción. Ambos sabían lo que querían. Zac sentía el corazón de Vanessa latiendo contra el suyo. Entonces ella giró la cabeza y buscó su boca.

Él le bajó con mano temblorosa la larga cremallera de la espalda. Sabía que vivían en un mundo imperfecto, pero necesitaba ofrecerle a Vanessa una noche perfecta. Nunca había sido un hombre egoísta, pero aun así, por primera vez, deseaba anteponer los deseos de otra persona a los suyos propios.

Le apartó el vestido de los hombros y se lo deslizó a lo largo de los brazos. Bajo él, llevaba una sencilla combinación blanca, sin volantes ni encaje. Ninguna fantasía de seda o satén podría haberlo excitado más.

Zac: Eres preciosa -depositó un beso sobre uno de sus hombros y luego sobre el otro-. Absolutamente preciosa.

Vanessa deseaba serlo. Hacía mucho tiempo que no sentía la necesidad de estar algo más que presentable. Al mirarlo a los ojos, se sintió bella y, haciendo acopio de valor, comenzó a quitarle la ropa.

Zac sabía que aquello no era fácil para ella. Vanessa le quitó la chaqueta y empezó a desanudarle la corbata. Al cabo de un momento, se atrevió de nuevo a mirarlo. Él sintió sus dedos temblar ligeramente al desabrocharle la camisa.

Zac: Me gustas mucho -murmuró-.

El único hombre al que había tocado así no era entonces más que un chiquillo. Los músculos de Zac eran sutiles, pero recios, y a pesar de que su pecho era suave, era el de un hombre. Vanessa se movía despacio, más por timidez que para avivar el deseo de Zac. Los músculos de la tripa de él se estremecieron cuando, al disponerse a desabrocharle los pantalones, los rozó suavemente.

Zac: Me estás volviendo loco.

Ella apartó las manos automáticamente.

Ness: Lo siento.

Zac: No -intentó reírse, pero le salió una especie de quejido-. Me gusta mucho.

Con manos temblorosas, ella le bajó los pantalones. Sus caderas eran estrechas, de músculos largos y duros. Vanessa sintió un arrebato de fascinación y deleite al acercar las manos a ellos. Luego, se apretó contra él, y la impresión de sentir su carne retumbó dentro de ella.

Zac intentaba refrenar el deseo de precipitarse, de tomarla enseguida, cuanto antes. Las tímidas caricias y los ojos asombrados de Vanessa lo habían puesto al límite, pero tenía que refrenarse y aguantar. Ella sintió la guerra que se libraba en su interior, notó la rigidez de sus músculos y la aspereza de su respiración.

Ness: ¿Zac?

Zac: Espera un momento -enterró la cara entre su pelo y a duras penas logró ganar la batalla y recuperar el control-.

Pero se sentía debilitado, debilitado y confuso. Tocó la suave y sensitiva piel del cuello de Vanessa y procuró concentrar toda su atención en aquel punto.

Ella se tensó contra su cuerpo, girando la cabeza instintivamente para dejarle el paso libre. Era como si un velo hubiera caído sobre sus ojos, de tal modo que aquella habitación que le era tan familiar de pronto le parecía borrosa. Sintió que su sangre empezaba a palpitar con fuerza allí donde los labios de Zac la rozaban, humedeciéndole la piel. Después, sintió un calor palpitante pegado a la piel, suavizándola, aguzando su sensibilidad. El gemido que dejó escapar sonó primitivo incluso a sus oídos. Entonces fue ella quien arrastró a Zac hacia la cama.

Él hubiera deseado dejar pasar un minuto más antes de cubrirla con su cuerpo. Sentía que una serie de detonaciones recorrían su cuerpo de la cabeza a la pelvis, pasando por el corazón. Sabía que tenía que acallarlas antes de que rompieran en añicos sus sentidos. Pero Vanessa recorría su cuerpo con las manos y alzaba las caderas hacia él. Haciendo un esfuerzo, Zac se giró de modo que quedaron tumbados el uno junto al otro.

La besó en la boca y, por un instante, todas sus ansias, todas sus fantasías, sus deseos más oscuros, se concentraron allí. La boca de Vanessa, húmeda y caliente; parecía gritarle a su cerebro qué era lo que sentiría al penetrarla. Apartando la fina barrera de la combinación, sintió los pechos desnudos de Vanessa y la oyó gemir. Luego, cerrando los labios sobre uno de los pezones erectos, sintió que murmuraba su nombre.

Vanessa se había abandonado. Había creído que jamás volvería a desear aquella rendición, pero en ese instante, mientras su cuerpo se volvía líquido bajo él, pensó que nunca querría otra cosa. La sensación de la carne contra la carne cada vez más caliente y húmeda era nueva y embriagadora. Y lo era también la avidez de sus bocas que se buscaban la una a la otra, y los sabores que hallaban y consumían, desesperados. Él murmuraba palabras sofocantes e inconexas, y ella respondía. La luz jugaba sobre las manos de Zac mientras le enseñaba que una sola caricia podía hacer volar el alma.

Ella estaba desnuda, pero su timidez había desaparecido. Quería que él la tocara, que la saboreara y que buscara su propia satisfacción como buscaba la de ella. El cuerpo de Zac, musculoso y tenso, la fascinaba. Hasta ese instante, no había sabido que tocar a otro, darle placer a otro, podía levantar tales oleadas de placer. Zac puso la mano sobre su sexo, y la pasión se contrajo en una bola de fuego que estalló de pronto, casi violentamente. Jadeando, tendió la mano hacia él.

Ninguna mujer se había entregado tan completamente a Zac. Ver crecer su excitación y alcanzar la cima le había provocado un embriagador arrebato de placer. Deseaba llevarla al éxtasis una y otra vez, hasta que estuviera exhausta y aturdida. Pero su control se estaba desvaneciendo, y ella lo llamaba.

Cubriéndola con su cuerpo, la penetró al fin. No supo cuánto tiempo se movieron juntos, si minutos u horas. Pero nunca olvidaría que sus ojos se abrieron y lo miraron fijamente.


Tumbado junto a ella sobre la colcha arrugada mientras las gotas de una lluvia helada se estrellaban en la ventana, Zac se sentía un tanto trémulo. Giró la cabeza hacia el siseo de la lluvia, preguntándose cuánto tiempo llevaría sonando. Que él recordara, nunca se había sentido tan a gusto con una mujer como para que el mundo exterior, y todas sus imágenes y sonidos, hubieran cesado de existir.

Se giró de nuevo y apretó a Vanessa contra su pecho. Se le estaba quedando el cuerpo frío rápidamente, pero no sentía deseos de moverse.

Zac: Estás muy callada -murmuró-.

Ella tenía los ojos cerrados. Aún no estaba lista para abrirlos.

Ness: No sé qué decir.

Zac: ¿Qué tal «¡guau!»?

Ella se echó a reír, un tanto sorprendida por poder hacerlo tras aquel momento de intensidad.

Ness: Está bien. Guau.

Zac: Ponle un poco más de entusiasmo. ¿qué tal «fantástico, increíble, estremecedor»?

Ella abrió los ojos y lo miró.

Ness: ¿Qué tal «precioso»?

Él la tomó de la mano y se la besó.

Zac: Sí, con eso me vale -se incorporó apoyándose en el codo y la miró. Ella se removió, intranquila-. Demasiado tarde para ponerte tímida -le dijo, y pasó una mano suavemente sobre su cuerpo-. ¿Sabes?, tenía razón sobre tus piernas. Supongo que no podré convencerte de que te pongas unos pantalones cortos y un par de calcetines de esos que llegan hasta los tobillos.

Ness: ¿Cómo dices?

Zac se inclinó sobre ella y le cubrió la cara de besos.

Zac: Me encantan las piernas largas con pantalones cortos y calcetines hasta los tobillos. Me vuelve loco mirar a las mujeres que corren por el parque en verano. Y cuando llevan los pantalones y los calcetines a juego, me matan.

Ness: Estás chiflado.

Zac: Vamos, Vanessa, ¿tú no tienes ningún fetiche? ¿Los hombres con camisetas de tirantes, o con esmoquin, corbata negra y los gemelos desabrochados?

Ness: No seas tonto.

Zac: ¿Por qué no?

«Sí, ¿por qué no?», pensó ella, mordiéndose el labio.

Ness: Bueno, la verdad es que me gustan los vaqueros bajos, con el botón desabrochado.

Zac: No volveré a abrocharme los vaqueros mientras viva.

Ella se rió otra vez.

Ness: Eso no significa que yo vaya a ponerme pantalones cortos con calcetines.

Zac: Está bien. A mí me excitas cuando te veo en traje de oficina.

Nes: Pero ¿qué dices?

Zac: Lo que oyes -se colocó sobre ella y empezó a jugar con su pelo-. Esas solapas finas y esas blusas de cuello alto. Y siempre llevas el pelo recogido -le subió el pelo hacia la coronilla. No era lo mismo, pero aun así se le hacía la boca agua-. La eficiente y formal señora Hudgens. Cada vez que te veo vestida así, me imagino lo maravilloso que sería quitarte el traje y las horquillas -dejó que su pelo se derramara entre sus dedos-.

Pensativa, Vanessa apoyó la mejilla contra la de él.

Ness: Eres un hombre extraño, Zac.

Zac: Seguramente.

Ness: Confías mucho en tu imaginación, en lo que podría ser, en las fantasías y las ilusiones. Yo, en cambio, solo me fío de los hechos y las cifras, de las pérdidas y las ganancias, de lo que es o no es.

Zac: ¿Estás hablando de nuestros trabajos o de nuestros caracteres?

Ness: ¿No es lo mismo?

Zac: No. Yo no soy el Comandante Zark, Vanessa.

Ella se removió, acunada por el ritmo del corazón de Zac.

Ness: Supongo que lo que quiero decir es que el artista, el escritor que llevas dentro, rebosa imaginación y creatividad. Y creo que la banquera que hay en mí busca cheques y balances.

Él guardó silencio un momento, acariciándole el pelo. ¿Acaso Vanessa no se daba cuenta de que había mucho más dentro de ella? Ella fantaseaba con una casa en el campo, sabía batear y había convertido a un hombre de carne y hueso en un manojo de ansias y deseos.

Zac: No quiero ponerme filosófico, ¿por qué crees que elegiste dedicarte a los préstamos? ¿Tienes la misma sensación cuando rechazas una petición que cuando la apruebas?

Ness: No, claro que no.

Zac: Claro que no -repitió-. Porque, cuando apruebas una, tocas las ilusiones de los otros. Estoy seguro de que no te desvías ni un milímetro de las normas; eso es parte de tu encanto, pero apostaría a que te produce una gran satisfacción personal poder decir: «está bien, cómprense su casa, pongan su negocio, crezcan».

Ella alzó la cabeza.

Ness: Pareces comprenderme muy bien.

De pronto, se dio cuenta de que nadie la había comprendido. Y sintió un vuelco en el corazón.

Zac: He pensado mucho en ti -la atrajo hacia sí, preguntándose si ella sentía lo bien que encajaban sus cuerpos-. Muchísimo. En realidad, no he pensado en otra mujer desde que te subí la pizza -ella sonrió y fue a acomodarse de nuevo sobre él, pero Zac la detuvo-. Vanessa... -por extraño que fuera, se sentía tímido. Ella lo miraba con expectación, casi con paciencia, mientras él buscaba las palabras adecuadas-. El caso es que no quiero pensar en otra mujer, ni estar con otra mujer... así -titubeó de nuevo y, al final, masculló un juramento-. Maldita sea, me siento como si estuviera otra vez en el instituto.

Ella sonrió cautelosamente.

Ness: ¿Vas a pedirme salir?

No era eso exactamente en lo que él estaba pensando, pero comprendió por la mirada de sus ojos que sería mejor ir despacio.

Zac: Puedo buscar el anillo de mi promoción, si quieres.

Ella se miró la mano, apoyada con toda naturalidad sobre el corazón de Zac. ¿Era absurdo sentirse tan conmovida? Aunque no lo fuera, sin duda era peligroso.

Ness: Quizá sea mejor dejarlo en que yo tampoco quiero estar con nadie más así.

Él fue a decir algo, pero al final se contuvo. Vanessa necesitaba tiempo para convencerse de que aquello iba en serio. Solo había habido otro hombre en su vida, y en aquella época no era más que una niña. Para ser justo, tenía que dejarle espacio para decidir. Pero no quería ser justo. No, Zac Efron no era el abnegado Comandante Zark.

Zac: Está bien.

Había organizado y vencido suficientes guerras como para saber cómo planear la estrategia. Se ganaría a Vanessa antes de que ella se enterara siquiera de que había habido una batalla.

Atrayéndola hacia sí, se apoderó de su boca y comenzó el primer asalto.


Era una sensación extraña y maravillosa despertar por la mañana al lado de un amante... aunque dicho amante ocupara casi toda la cama. Vanessa abrió los ojos y, quedándose muy quieta, disfrutó de aquella sensación.

Zac tenía la cara enterrada contra su nuca y el brazo alrededor de su cintura, lo cual era una suerte, pues, si no, probablemente ella se habría caído de la cama. Vanessa se movió ligeramente y experimentó la excitante sensación de frotar su piel aún entumecida por el sueño contra la de él.

Nunca había tenido un amante; un marido sí, pero su noche de bodas, su iniciación en la madurez sexual, no había sido como la noche que acababa de pasar con Zac. ¿Era justo compararlas?, se preguntaba. ¿Acaso no era humano hacerlo?

Esa primera noche, hacía mucho tiempo, había sido frenética y complicada debido a sus propios nervios y a las prisas de su marido. La noche anterior, con Zac, la pasión había crecido poco a poco, como si hubieran tenido todo el tiempo del mundo para disfrutar. Vanessa no sabía que el sexo podía ser tan liberador. A decir verdad, no sabía que un hombre pudiera desear dar placer tanto como recibirlo.

Apoyó cómodamente la cabeza en la almohada y observó la tenue luz invernal que pasaba por las ventanas. ¿Serían diferentes las cosas esa mañana? ¿Se sentirían violentos o, peor aún, se comportarían como si nada hubiera pasado, disminuyendo así la profundidad de lo que habían compartido? Lo cierto era que no sabía lo que era tener un amante... o serlo.

Estaba dándole demasiada importancia a una sola noche, se dijo, suspirando. Pero ¿cómo no iba a hacerlo, habiendo sido tan especial?

Tocó la mano de Zac un momento y se dispuso a levantarse. Pero el brazo de él la retuvo.

Zac: ¿Vas a alguna parte?

Ella intentó volverse, pero descubrió que las piernas de Zac la tenían atrapada.

Ness: Son casi las nueve.

Zac: ¿Y? -sus dedos se desplegaron lánguidamente para acariciarla-.

Ness: Tengo que levantarme. Dentro de un par de horas he de ir a recoger a Mike.

Zac: Hmm -vio que su pequeño sueño de pasarse la mañana en la cama se desvanecía, y lo reconstruyó para adaptarlo a aquel par de horas-. Me gusta mucho tocarte -la soltó un momento, pero solo para que se diera la vuelta y pudieran mirarse cara a cara-. Y eres muy guapa, además -dijo mirando su cara con los ojos entrecerrados-. Y sabes... -la besó en los labios, sin violencia, ni descuido- sabes maravillosamente. Imagina -dijo, pasándole una mano por el costado- que estamos en una isla, en los mares del Sur, digamos. Nuestro barco naufragó hace una semana y somos los únicos supervivientes -cerró los ojos y le dio un beso en la frente-. Nos mantenemos a base de fruta y de peces que yo pesco hábilmente con un palo afilado.

Ness: ¿Y quién los limpia?

Zac: Esto es una fantasía, no hay que preocuparse de detalles como ese. Anoche hubo una tormenta, una tremenda tormenta tropical, y tuvimos que acurrucamos juntos para protegemos del frío y del viento bajo el refugio que he construido.

Ness: ¿Tú? -sonrió-. ¿Y yo? ¿Hago algo útil?

Zac: Tú puedes hacer lo que quieras en tus fantasías. Ahora, cierra el pico -se acurrucó contra ella y casi sintió el olor del aire salado-. Es por la mañana, y la tormenta lo ha dejado todo limpio. Las gaviotas se precipitan contra las olas. Nosotros estamos tumbados juntos sobre una vieja manta.

Ness: Que tú salvaste heroicamente del naufragio.

Zac: Ya lo vas pillando. Cuando nos despertamos, descubrimos que nos hemos abrazado durante la noche, atraídos el uno hacia el otro sin damos cuenta. El sol brilla con fuerza. Ha calentado nuestros cuerpos medio desnudos. Todavía aturdidos por el sueño, pero excitados, nos acercamos más el uno al otro. Y entonces... -sus labios se apartaron ligeramente de los de ella. Vanessa cerró los ojos, atrapada por la imagen que estaba pintando ante ella-. Entonces un cerdo salvaje nos ataca y yo empiezo a pelearme con él.

Ness: ¿Medio desnudo y desarmado?

Zac: Sí. Me hiere con sus dientes, pero consigo matarlo con mis propias manos.

Vanessa entreabrió los ojos.

Ness: Y, mientras tú te peleas con el cerdo salvaje, yo me tapo la cabeza con la manta y gimoteo.

Zac: De acuerdo -la besó en la punta de la nariz-. Pero después te muestras muy, muy agradecida porque te haya salvado la vida.

Ness: Pobre de mí, una mujer indefensa...

Zac: Eso es. Estás tan agradecida, que rasgas los jirones de tu falda para vendarme las heridas, y luego... -hizo una pausa dramática-, me haces café.

Vanessa se retiró, extrañada y divertida.

Ness: ¿Te has inventado todo eso para que te haga un café?

Zac: No un simple café, sino el café de por la mañana, el primer café del día. La savia de la vida.

Ness: Iba a hacerlo con o sin historia.

Zac: Lo sé, pero ¿a que te ha gustado la historia?

Ella se apartó el pelo de la cara, pensativa.

Ness: La próxima vez, seré yo quien pesque.

Zac: Vale.

Vanessa se levantó y, aunque sabía que era absurdo, deseó tener la bata a mano. Acercándose al armario, se la puso dándole la espalda.

Ness: ¿Quieres algo de comer?

Él se había sentado y se estaba pasando las manos por la cara cuando Vanessa se dio la vuelta.

Zac: ¿De comer? ¿Te refieres a huevos o algo así? ¿A comida caliente? -las únicas veces que tomaba un desayuno caliente eran aquellas en que conseguía reunir energía suficiente para arrastrarse hasta el bar de la esquina-. Señora Hudgens, por un desayuno caliente te doy las joyas de la corona de Perth.

Ness: ¿Tanto por unos huevos con beicon?

Zac: ¿Beicon también? Dios mío, qué mujer.

Ella se echó a reír, convencida de que estaba bromeando.

Ness: Vamos, date una ducha, si quieres. No tardaré mucho.

Zac no estaba bromeando. La miró salir de la habitación y sacudió la cabeza. No esperaba que una mujer se ofreciera a cocinar para él como si fuera su obligación. Pero aquella, se dijo, era la mujer que había querido remendarle los vaqueros, creyendo que no podía comprarse unos nuevos.

Zac salió de la cama y lentamente se pasó una mano por el pelo. La fría y profesional Vanessa Hudgens era una mujer muy cálida y especial, y él no tenía intención de dejarla escapar.


Ella estaba revolviendo los huevos en la sartén cuando Zac entró en la cocina. El beicon estaba escurriendo la grasa en un plato y el café ya estaba hecho. Él se quedó un momento en la puerta, sorprendido porque una escena doméstica tan sencilla lo conmoviera tanto. La bata de Vanessa era de franela y la cubría de los pies al cuello. Y, sin embargo, Vanessa nunca le había parecido tan atractiva. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de que era eso lo que andaba buscando: los aromas y los sonidos de las mañanas de domingo con la radio puesta sobre la encimera, la visión matutina de una mujer con la que había compartido la noche moviéndose a sus anchas por la cocina.

De niño, las mañanas de domingo eran casi acontecimientos formales: el almuerzo a las once, servido por un miembro uniformado del personal doméstico; zumo de naranja en vasos Waterford, huevos revueltos en platos Wedgewood. Le enseñaron a desplegar la servilleta de hilo irlandés sobre el regazo y a conversar educadamente. En los años posteriores, los desayunos dominicales se convirtieron en una búsqueda entre los armarios con la visión aún borrosa por el sueño, o en una rápida visita al bar más cercano.

Se sentía un idiota, pero deseaba decirle a Vanessa que aquel sencillo desayuno en la encimera de su cocina significaba tanto para él como la larga noche en su cama. Acercándose a ella, le rodeó la cintura con los brazos y le besó el cuello.

Era extraño cómo un solo beso podía acelerar el corazón y subir la temperatura de la sangre. Absorbiendo aquella sensación, ella se apoyó contra su pecho.

Ness: Ya casi está. No me has dicho cómo te gustan los huevos, así que te los he hecho revueltos con un poco de orégano y queso.

Podría haberle ofrecido cartón y un tenedor de plástico para comérselo y lo habría aceptado igual. Zac hizo que se diera la vuelta para mirarla y la besó largamente.

Zac: Gracias.

Vanessa volvió a sonrojarse y se giró a tiempo de impedir que se quemaran los huevos.

Ness: ¿Por qué no te sientas? -sirvió café en una taza y se la dio-. Con tu savia vital.

Él se bebió la mitad de la taza antes de sentarse.

Zac: Vanessa, ¿recuerdas lo que te dije sobre tus piernas?

Ella miró hacia atrás mientras ponía los huevos en un plato.

Ness: Sí.

Zac: Tu café es casi tan delicioso como tus piernas. Magníficas cualidades en una mujer.

Ness: Gracias -dejó el plato frente a él y se acercó al tostador-.

Zac: ¿Tú no vas a comer nada?

Ness: No, solo una tostada.

Zac miró el montoncillo dorado de los huevos y el beicon crujiente.

Zac: Vanessa, no hacía falta que me prepararas todo esto si tú no ibas a comer.

Ness: Da igual -puso una rebanada de pan tostado en un plato-. A Mike siempre le hago el desayuno.

Él la tomó de la mano cuando se sentó a su lado.

Zac: Te lo agradezco mucho.

Ness: Solo son un par de huevos -dijo ella, azorada-. Anda, cómetelos antes de que se enfríen.

Zac: Esta mujer es una maravilla -dijo obedeciéndola-. Cría ella sola a un hijo creativo y equilibrado, desempeña un trabajo de responsabilidad y encima sabe cocinar -se metió en la boca un pedazo de beicon-. ¿Quieres casarte?

Ella se echó a reír y volvió a llenar las tazas de café.

Ness: Si solo hacen falta unos huevos revueltos para que te declares, me extraña que no tengas tres o cuatros esposas escondidas en el armario.

Él no estaba bromeando. Vanessa se habría dado cuenta si lo hubiera mirado a los ojos, pero estaba ocupada untándose de mantequilla la tostada. Zac observó un momento sus manos hábiles, desprovistas de anillos. Había sido un modo estúpido de declararse y además no había servido para que Vanessa comprendiera que iba en serio. Era aún demasiado pronto, se dijo mientras seguía engullendo los huevos.

El truco consistía en lograr que ella se acostumbrara a su presencia y llegara a confiar en él lo suficiente como para creer que se quedaría a su lado para siempre. Y, además, quedaba aún lo principal, pensó alzando su taza. Ella tenía que necesitarlo. Nunca le haría falta para tener un techo y comida con que llenar los armarios. Para eso se las bastaba sola, y él la admiraba por ello. Con el tiempo, tal vez Vanessa llegara a necesitar su apoyo emocional y su compañía. Sería un comienzo.

El cortejo había de ser al mismo tiempo complejo y sutil. Ignoraba cómo proceder exactamente, pero estaba listo para empezar. Y ese día era tan bueno como cualquier otro.

Zac: ¿Tienes planes para después?

Ness: Tengo que recoger a Mike a mediodía -seguía untando morosamente la tostada, pensando que hacía muchísimo tiempo que no desayunaba con un adulto y que aquel desayuno tenía por sí solo un intenso atractivo-. Luego, había prometido llevarlos a Josh y a él a ver una película, La luna de Andrómeda.

Zac: ¿Ah, sí? Es buenísima. Los efectos especiales son fantásticos.

Ness: ¿La has visto? -sintió una punzada de desilusión-.

Se había estado preguntando si querría acompañarlos.

Zac: Dos veces. Hay una escena entre el científico loco y el científico cuerdo que te dejará impresionada. Y hay un mutante que parece una carpa. Es fantástico.

Ness: Una carpa -bebió un sorbo del café-. Qué bonito.

Zac: Una gozada para los ojos. ¿Puedo ir con vosotros?

Ness: Acabas de decir que la has visto dos veces.

Zac: ¿Y qué? Las películas que veo solo una vez son un rollo. Además, me gustaría ver cómo reacciona Mike cuando vea la batalla final en el espacio exterior.

Ness: ¿Es sangrienta?

Zac: No, Mike podrá soportarla.

Ness: No lo decía por Mike.

Riendo, Zac la tomó de la mano.

Zac: Yo estaré allí para protegerte. ¿Qué te parece? Yo invito a las palomitas -se llevó su mano a los labios-. Con mantequilla.

Ness: ¿Cómo iba a rechazar semejante oferta?

Zac: Bien. Entonces, te echo una mano con los platos y luego bajo a sacar a Tas antes de que su vejiga nos cause algún serio inconveniente.

Ness: No, baja ahora. Aquí no hay mucho que hacer, y seguramente Tas ya estará gimiendo en la puerta.

Zac: De acuerdo -ambos se levantaron-. Pero, la próxima vez, cocino yo.

Vanessa recogió los platos.

Ness: ¿Mantequilla de cacahuete con mermelada?

Zac: Me esforzaré para impresionarte.

Ella sonrió y le quitó la taza vacía.

Ness: No tienes que impresionarme.

Él tomó su cara entre las manos mientras ella seguía allí de pie, con los platos en la mano.

Zac: Sí, tengo que impresionarte -le lamió suavemente los labios y luego, bruscamente, su beso se hizo más profundo, hasta que ambos quedaron sin aliento-.

Cuando al fin la soltó, Vanessa tragó saliva.

Ness: Buen modo de empezar.

Él sonrió y le besó la frente.

Zac: Dentro de una hora subo.

Vanessa permaneció donde estaba hasta que oyó cerrarse la puerta y luego, lentamente, volvió a dejar los platos sobre la mesa. ¿Cómo demonios había ocurrido?, se preguntaba. Se había enamorado de él. Solo iba a estar fuera una hora, y ya quería que volviera.

Respiró hondo y se sentó de nuevo. Tenía que mantener la cabeza fría. No podía tomarse aquello demasiado en serio. Zac era divertido, y amable, pero no iba en serio. No había nada permanente en su vida, más que Mike y ella. Años atrás, se había prometido que nunca lo olvidaría. Y ahora más que nunca tenía que recordarlo.




¡Qué bonito capi! 😊
Qué graciosa la historia de Zac, pero muy machista 😆
¡La próxima historia que la cuente Ness! Y que sea Zac el que se esconda bajo la manta 😆

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Me ha encantado el capitulo.
Se llevan muy bien ellos


Sube pronto

Maria jose dijo...

Zac es gracioso
Ellos hacen una linda pareja
Mejor dicho familia
Siguela pronto!!!


Saludos

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